Conservadurismo filogenético del nicho ecológico un enfoque
integral de la evolución
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Héctor R. Eliosa León, Adrián Nieto Montes de Oca y
Ma. del Carmen Navarro Carbajal
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La existencia de la evolución y el mecanismo bajo el cual opera
fueron revelados por Charles Darwin, causando gran impacto y provocando de inmediato reacciones en la ciencia, la sociedad y otros ámbitos —razón por la cual algunos filósofos de la ciencia han denominado este fenómeno “la revolución darwiniana”. Darwin señalaba que para entender mejor la historia evolutiva de las especies es recomendable integrar el conocimiento de sus diferentes disciplinas —y específicamente sugiere que los aspectos ecológicos desempeñan un papel importante en el origen de las especies. Sin embargo, hasta 1950 no fue posible desarrollar una metodología que permitiera el acercamiento de las distintas disciplinas biológicas relacionadas más estrechamente con la evolución, por lo que cada una generaba sus propios conocimientos de manera independiente, sin lograr la integración de los mismos. Recientemente la sistemática filogenética o cladística ha logrado la anhelada integración.
El método cladístico, desarrollado por Willi Hennig en la sistemática desde un enfoque filogenético, ha tenido una profunda influencia en diversas disciplinas biológicas como la ecología, la biogeografía y la paleontología debido a que puede aplicarse al estudio de diferentes tipos de interacciones históricas. Por ello, algunos investigadores, como Crisci y Morrone, han señalado que la cladística, como también se le conoce, es el lenguaje de la biología comparada. Así, asociando el conocimiento de otras disciplinas con el método cladístico es posible obtener información valiosa que permita comprender mejor algunos aspectos evolutivos de los grupos biológicos.
Recientemente se ha tomado interés en una línea de investigación denominada conservadurismo filogenético del nicho ecológico, en la cual se produce la interacción de la sistemática, ecología y biogeografía para explicar cómo la tolerancia climática puede ser importante en limitar la distribución geográfica de las especies. De manera general este enfoque se refiere a un patrón evolutivo en el que las especies descendientes tienden a compartir una proporción sustancial de las características biológicas y fisiológicas que determinan su nicho ecológico fundamental. Esto significa que las adaptaciones de la especie ancestral a un conjunto de condiciones ambientales tenderán a ser conservadas por las especies descendientes. El conocimiento así generado puede ser importante para un mejor entendimiento de la especiación alopátrica, los patrones de riqueza de especies, la estructura de la comunidad y otros aspectos relacionados.
El nicho ecológico
Si bien el concepto de nicho ecológico surgió al final de la primera década del siglo xx, durante sus primeros cuarenta años el significado fue vago debido a las diferentes definiciones y perspectivas que sobre él se tenía. En 1910, Johnson se refería al nicho ecológico como la unidad de distribución determinada primariamente por el suministro de alimento y por factores ambientales; entre 1914 y 1920, Grinell desarrolló la idea del nicho de manera ligeramente diferente y quizá poco precisa, ya que lo definía como el concepto de la unidad de distribución última, en cuyo seno cada especie es mantenida por limitaciones estructurales e instintivas, lo que aparentemente es equivalente a microhábitat. Por su parte, en 1927 Elton se refiere al nicho ecológico como el lugar de los animales dentro de su comunidad, su relación con el alimento y sus enemigos y en cierta dimensión con otros factores.
La formalización del concepto de nicho ecológico, integrando las ideas precedentes y las propias, fue realizada por Hutchinson en 1957 para referirse al conjunto de condiciones bióticas y abióticas en las cuales las especies pueden mantener estables sus poblaciones, haciendo una distinción entre nicho fundamental y nicho real. El primero tiene que ver con las condiciones abióticas en las cuales las especies pueden mantener su existencia, por ejemplo, temperatura, humedad, pH y altitud, mientras que el segundo trata de las condiciones bióticas que limitan su distribución en la naturaleza, es decir, las que dependen de las interacciones bióticas como competencia, depredación parasitismo, etcétera.
Para clarificar esta idea, consideremos el siguiente ejemplo: las salamandras del género Plethodon ocupan microhábitats terrestres húmedos en las regiones boscosas de las montañas Apalaches de Norteamérica; algunas especies están limitadas en su distribución (nicho real) debido a que son excluidas competitivamente por otras especies, es decir, a pesar de que en ciertas áreas se presentan las condiciones climáticas adecuadas para su existencia no ocupan esas localidades (nicho fundamental) porque otras especies las desplazan por competencia a lugares menos favorables para su permanencia. En otras palabras, el nicho ecológico se refiere al espacio físico donde una especie vive, incluyendo los gradientes ambientales, qué hace y cómo es influenciado por las otras especies. El nicho es un concepto de suma importancia para la teoría ecológica y evolutiva.
La distribución geográfica
La manera como se distribuyen las especies depende de diversos factores, los cuales corresponden, en general, a dos clases principales: los componentes históricos y los ecológicos. Los primeros ya no intervienen más en la actualidad, pero en el pasado afectaron profundamente la distribución de las especies por su gran escala, es decir, operaron durante millones de años y abarcaron áreas geográficas muy extensas, como continentes, países y regiones; los segundos actúan en el presente en función de las adaptaciones de los seres vivos al medio ambiente, es decir, la distribución de las especies depende de su tolerancia a los diferentes componentes ecológicos, se producen a escalas pequeñas de espacio y tiempo, como ecosistemas y microhábitats en cientos a miles de años, en cada caso. Básicamente, en virtud de la diferencia en las escalas, tradicionalmente los estudios sobre esta disciplina se realizan con uno u otro enfoque y no de manera integrada. Sin embargo, es necesario aclarar que, en ciertos niveles, la distinción entre ambos es difícil; se ha sugerido que esta división es coyuntural y en el futuro deberían reunirse en un mismo sistema de investigación.
La filogenia
Las relaciones evolutivas que tienen las especies entre sí se denominan comúnmente como filogenia, y se representan con figuras denominadas árboles filogenéticos. Por medio de ella podemos conocer las relaciones de parentesco de los integrantes de los grupos biológicos; nos permite por tanto entender los lazos de hermandad entre las especies. Es importante señalar que las especies evolucionan a partir de formas ancestrales, los nuevos linajes generalmente retienen las características de sus ancestros y eventualmente pueden cambiar, y el estudio de la filogenia nos ayuda a entender las similitudes y diferencias entre los linajes. Además, las clasificaciones biológicas naturales, como propuso Darwin, deben reflejar de manera fiel la historia evolutiva de los taxa, por lo que la información filogenética es de suma importancia, entre otras cosas, en la selección adecuada de los taxa cuando se desea entender aspectos evolutivos que los relacionan.
Filogenéticamente conservador
El conservadurismo filogenético del nicho es un concepto que implica la falta de expansión del nicho de las especies o su radiación adaptativa, es decir, representa la incapacidad de los organismos a adaptarse a condiciones diferentes de las que existen en su nicho ancestral y puede ser importante en la estructuración y distribución de las comunidades. Esto significa que la especie no puede tolerar nuevos regímenes climáticos, lo cual limita sus cambios, algo aparentemente opuesto a la evolución.
Se ha hipotetizado que si la conservación del nicho prevalece sobre la evolución en regiones altamente heterogéneas o fluctuantes, la diversificación puede ocurrir por un proceso de fragmentación en el rango de distribución, causado por la incapacidad de las especies de adaptarse a condiciones ambientales diferentes a las de su distribución ancestral. Por otra parte, la conservación del nicho puede ser importante al inicio del proceso de especiación (diversificación).
Según Wiens y Graham, la conservación del nicho se puede deber a cuatro causas: a) selección natural direccional, b) pleiotropía, c) flujo de genes y d) carencia de variabilidad genética. Los estudios sobre conservación del nicho se realizan usando pares de especies hermanas, para lo cual es necesario conocer la filogenia del grupo de interés.
De acuerdo con la distribución geográfica, la conservación filogenética del nicho ecológico se basa en la hipótesis de que en el modelo de especiación alopátrica hay una tendencia general de las especies a permanecer en áreas ecológicas similares a las que ocupaba la especie ancestral, y el aislamiento ocurre donde existan hábitats favorables alternados con hábitats desfavorables. La especiación alopátrica es considerada el modo más común de generación de nuevas especies, y es causada generalmente por barreras geográficas con condiciones ambientales subóptimas para los taxa y puede estar asociada con la conservación filogenética del nicho porque limita la adaptación a las condiciones ecológicas de la barrera geográfica. Estudios recientes han encontrado que la conservación del nicho es un tema dominante en vertebrados e invertebrados.
El vacío entre biogeografía y ecología puede resolverse, en primera instancia, por ejemplo, asociando algunos factores abióticos del nicho fundamental de las especies de interés con el hábitat y las áreas de distribución que ocupan. Además, si esta información se complementa con la filogenia de las especies respectivas, se podrá determinar si existe una correlación entre los componentes históricos y ecológicos que permita comprender de manera global los patrones de distribución de la biodiversidad.
En áreas ricas en biodiversidad y que enfrentan un alto riesgo de deforestación y fragmentación de hábitats, como México, es importante realizar estudios que permitan determinar los factores responsables de la presencia de las especies para poder así desarrollar estrategias adecuadas de conservación para dicha biodiversidad. Cuando se tenga identificado cómo los factores ambientales afectan a las especies, entonces será posible estimar cómo las especies responderán a los cambios climáticos.
Modelos de nicho ecológico
El desarrollo de sistemas de información geográfica y la incorporación de estas técnicas a la biología permiten obtener en la red la referencia geográfica de las localidades de muestreo, es decir, longitud y latitud, información climática como temperatura y precipitación a partir de world-clim, por ejemplo. Al asociar datos ambientales con las localidades de registro de las especies se puede generar modelos que permitan predecir la distribución potencial de las especies con base en las variables climáticas empleadas.
En la medida que cada especie tiene su propio perfil bioclimático, el análisis de las variables que lo determinan puede servir para cuantificar las diferencias de sus nichos climáticos. Hay diversos programas de cómputo que sirven para hacer modelos de nicho ecológico, sin embargo, se ha documentado que el mejor de ellos es maxent. El modelo asume que las localidades usadas son las del hábitat de origen de la especie, descartando aquellas con registro dudoso debido entre otras causas a la inmigración. Es así que el programa emplea la información de las variables climáticas proporcionadas por el investigador para construir el modelo de nicho de las especies de interés, por lo tanto, la información así obtenida es una aproximación al nicho real de la especie. También es posible cambiar el valor de las variables empleadas para proyectarlas al futuro y predecir el efecto que producirá en la distribución de las especies. Este enfoque general puede ser usado para despejar incógnitas existentes entre ecología y evolución, por ejemplo, para distinguir los tipos de especiación que han tenido ciertos taxa relacionándolos con los hábitats en que se distribuyen o en la comprensión de la organización de los taxa en las comunidades por medio de sus interacciones.
¿Es real?
Hay investigadores que sostienen que hay pocas bases para evaluar la hipótesis de que el nicho se mantiene sin cambio cuando ocurren cambios en la distribución de las especies en el espacio y el tiempo. También se ha señalado que el nicho no se conserva, debido a que es inestable evolutivamente, como ocurre en las lagartijas del género Anolis con relación a las preferencias de microhábitats, en ranas dendrobátidas donde ocurre divergencia climática del nicho durante la especiación de estos anfibios, como sucede en Ecuador. Por otro lado, hay trabajos que apoyan la idea de la conservación del nicho, como el de Prinzing y colaboradores, en el que comparando datos filogenéticos y ecológicos se demuestra que la conservación del nicho es un factor importante en la historia evolutiva de las plantas en Europa central. Asimismo, se ha señalado la conservación del nicho en taxa hermanos con distribución adyacente en aves, mamíferos y mariposas en México.
Dar una respuesta definitiva a este planteamiento no es fácil, se deben considerar diversos aspectos y además puede ser variable entre los taxa, por ello es necesario realizar la selección de datos y el análisis correspondiente de manera adecuada. Una primera aproximación para la mejor comprensión de la dinámica del nicho ecológico debe combinar la información filogenética con datos ambientales en el modelado del nicho, ya que como se indicó, los modelos de distribución de especies usan como justificación la conservación del nicho, ya que, en general, en los estudios de diversificación y distribución geográfica de especies estos modelos asumen un cambio lento o nulo del nicho para pronosticar extinción o pérdida de biodiversidad en respuesta a cambios climáticos.
Consideraciones finales
Sin duda, la conservación del nicho es un tema que ofrece la oportunidad de combinar la información de diversas disciplinas biológicas e integrarlas en un enfoque evolutivo. Por otra parte, permite poner a prueba los conocimientos así generados para ser o no validados en el marco de la teoría de la evolución. Cabe destacar que los resultados obtenidos en este programa de investigación pueden ser relevantes para la conservación de la biodiversidad debido a que se podría predecir las áreas de distribución geográfica de las especies y la correcta identificación de los sitios para reintroducción de especies sujetas a programas de conservación. Asimismo, comprender la dinámica del nicho es importante porque permitirá entender los patrones de la biodiversidad en respuesta a los cambios ambientales que la biota puede enfrentar en el futuro. También se ha señalado que es posible hacer una estimación de posibles rutas invasoras que pudieran seguir plagas de cultivos o que causan enfermedades, lo cual desde el punto de vista agrícola y de salud, respectivamente, resulta importante. Este programa de investigación requiere estudios rigurosos sobre la dinámica del nicho porque a partir de sus resultados se puede contribuir al mejor entendimiento de los aspectos evolutivos y biogeográficos. Por tal razón, se espera que esta contribución estimule a los estudiantes de biología a desarrollar trabajos en este tema para incrementar el conocimiento integral de los diversos grupos biológicos.
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Referencias bibliográficas
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Wiens, J. J. y C. H. Graham. 2005. “Niche conservatism: integrating evolution, ecology, and conservation biology”, en Annu. Rev. Ecol. Syst., núm. 36, pp. 519-539. |
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Héctor R. Eliosa León
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Obtuvo la licenciatura y la maestría en la Facultad de Ciencias de la unam. Desde 1991 es profesor de la Escuela de Biología de la buap.
Adrián Nieto Montes de Oca
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México
Es biólogo y Maestro en Ciencias por la unam, y Doctor en Ciencias (Sistemática y Ecología) por la Universidad de Kansas, eua. Actualmente es Profesor Titular en el Departamento de Biología Evolutiva de la Facultad de Ciencias de la unam.
Ma. del Carmen Navarro Carbajal
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Es egresada de la licenciatura y maestría de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del ipn. Actualmente es profesora investigadora de la Escuela de Biología de la buap.
como citar este artículo →
Eliosa León, Héctor R. y at.al. (2010). Conservadurismo filogenético del nicho ecológico un enfoque integral de la evolución. Ciencias 98, abril-junio, 64-69. [En línea]
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El ajolote de Xochimilco
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Alejandro Hunab Molina Vázquez
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En el año de 1245, según la cronología del abate
Clavijero, llegaron (los aztecas) a Chapultepec […] se
refugiaron los aztecas para conservar su independencia en un grupo de islotes llamados Acocolco, situado en el extremo meridional del lago de Texcoco. Allí vivieron por espacio de medio siglo en espantosa miseria, precisados a alimentarse de raíces de plantas
acuáticas, insectos y de un reptil problemático llamado axolotl que el señor Cuvier mira como el hijuelo de una salamandra desconocida.
Alexander Von Humboldt
Desde el principio, la historia de nuestra nación ha estado
vinculada a la del axolótl, ajolote en su forma castellanizada; pero en la actualidad, ¿qué tanto sabemos del ajolote de Xochimilco? Se trata de una salamandra (clase Amphibia, orden Urodela) perteneciente a la familia Ambystomatidae (del griego stoma, hocico y amblys, agudo), la cual está conformada por treinta especies, incluyendo un par que sólo se conocen por el registro fósil, y cuya distribución se circunscribe al continente americano, desde el sur de Alaska, este de Canadá, gran parte de Estados Unidos y ocho estados de la república mexicana, hasta la meseta central. Hoy día, Ambystoma mexicanum es endémico de la zona lacustre de Xochimilco y Chalco-Tláhuac, en la ciudad de México.
Originalmente, se distribuía en parte del remanente de un gran lago que data del Pleistoceno tardío, formado cuando la actividad tectónica bloqueó el drenaje del valle de México hacia el sur. La cuenca cerrada recibía agua principalmente de ríos y manantiales, así como agua de deshielo de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, y en ella se formaban lagos relativamente someros, bien delimitados, que tras la conquista de México, en 1521, fueron subdivididos más o menos arbitrariamente como mínimo en siete sectores, cada uno reconocido como un lago: Zumpango, Texcoco, México, Xaltocan, Xochimilco, Chalco y Mixquic. Ambystoma mexicanum fue reportado como endémico para las tres últimas zonas, y hoy día está restringido a los pequeños canales remanentes de la zona lacustre de Xochimilco y, en menor proporción, de Chalco-Tláhuac.
El nombre vernáculo con que se conoce en nuestro país tiene un origen prehispánico. La estrecha relación que los antiguos mexicas poseían con el ajolote quedó plasmada en el códice Borgia y en el escrito de fray Bernardino de Sahagún Historia natural de las cosas de la Nueva España. Como lo explica del Campo, “en la época precortesiana, al ajolote se le consideraba como una remembranza de la deidad Xólotl de quien toma su nombre en nahuatl: Axolotl, que significa ‘monstruo del agua”. Aún hoy día se encuentra inmerso en nuestra cultura, como parte de nuestra gastronomía (preparado como tamal o metlaxpique), de la medicina tradicional (como ungüento o jarabe) y de las artes plásticas (como lo ilustra el mural-graffiti realizado por el grupo de neomuralistas urbanos Colectivo Neza Arte Nel), aunque esto pasa muchas veces desapercibido.
El ajolote de Xochimilco fue descrito como especie por primera vez por Shaw y Nodder en 1798, y se distingue de otros anfibios por retener caracteres larvarios en estado adulto y durante todo su ciclo de vida, rasgo que lo restringe a un estado acuático. Este fenómeno biológico es conocido como neotenia, y ha sido estudiado desde un punto de vista anatómico, fisiológico, evolutivo y ontogénico, entre otros. Dicho de otra forma, esta especie no sufre metamorfosis en estado silvestre, y llegada la madurez sexual mantiene características propias del estadio larvario, como las agallas, una cola serpenteante, la ausencia de párpados, un sistema de excreción amoniotélico y un sistema óseo constituido preponderantemente por tejido cartilaginoso.
A esta especie en particular sí se le puede inducir la metamorfosis en cautiverio al suministrarle hormona tiroidea (tiroxina), como lo mostró Ortega, por lo que se le clasifica como un organismo neoténico estricto-inducible, ya que si bien no sufre metamorfosis en condiciones naturales, mantiene la potencialidad latente de transformarse —a diferencia de otras especies consideradas neoténicas estrictas, como Amphiuma tridactylum, Necturus maculosus o Ambystoma dumerilii, que al intentar inducirles la metamorfosis por medio de tratamiento hormonal, invariablemente mueren en el proceso.
Varios autores reportan que la condición neoténica estricta-inducible de Ambystoma mexicanum se explicaría por el hecho de que en su hábitat natural no se presentan simultáneamente todos los factores externos que la desencadenan, esto es, aumento en la temperatura del agua, disminución en la disponibilidad de alimento, hábitat con una elevada altitud sobre el nivel del mar, congelamiento o desecación del cuerpo de agua, disminución drástica en la concentración de oxígeno disuelto y estrés, aunque también se debe a la ausencia de factores internos, como los endócrinos, pues su glándula pituitaria no libera hormona tiroidea activa que estimule la tiroidea para dar inicio a la metamorfosis.
En cuanto a su reproducción, A. mexicanum posee caracteres sexuales secundarios inconspicuos, como lo reportó Vergara, lo que significa que no existe dimorfismo sexual, es decir, que en la época reproductiva difícilmente se puede diferenciar a simple vista machos y hembras. No obstante, aparecen sutiles características anatómicas, ya que los machos adultos muestran un marcado ensanchamiento de los labios de la cloaca, mientras que las hembras adultas pueden tener el cuerpo más robusto por el incremento en el tamaño de los ovarios y los oviductos o, en su defecto, por la presencia de huevecillos.
Esta especie se reproduce sexualmente y posee fecundación interna, es decir, existe intercambio de material genético cuando los espermatozoides fecundan los óvulos. Sin embargo, como en la mayoría de los anfibios, estas salamandras no poseen órganos copuladores. La fecundación se lleva a cabo después de un vistoso ritual de cortejo, que sucede exclusivamente en el agua durante la época reproductiva y se le conoce como el vals, ya que el macho, al ser atraído por estímulos olfativos producidos por la hembra, la empieza a seguir, efectuando círculos consecutivos a lo largo de la columna de agua por tiempo indefinido, y una vez que lo logra, deposita en el sustrato del lecho del cuerpo de agua su espermatóforo —una pirámide de unos cuantos milímetros de altura constituida en su base por material gelatinoso y en cuya punta se ubican los espermatozoides—, sobre la cual la hembra se posiciona para recogerlo con sus cloacas e introducirlo a una espermateca, donde posteriormente los espermatozoides se liberan para fecundar a los óvulos. En promedio, una hembra grávida deposita 400 huevecillos por puesta, como lo reportó Heralecky.
En condiciones experimentales, las hembras alcanzan la madurez sexual entre los 12 y 18 meses de edad, como lo mostró Armstrong, algunos meses después que los machos, y su vida reproductiva óptima tiene una duración de cinco a seis años, pues al incrementarse la edad, la calidad de los gametos va disminuyendo y se reduce el número de puestas. Si a una hembra fecundada en condiciones experimentales se le suministra hormona gonadotropina coriónica, puede ovopositar hasta 1 800 huevos. Bajo condiciones óptimas en el laboratorio, la vida media de Ambystoma mexicanum en su forma neoténica es de 10 a 12 años y de 25 como máximo, sin embargo, en condiciones naturales la edad máxima alcanzada es de tres años.
La primera referencia sobre A. mexicanum como organismo de estudio apareció en un libro de historia natural de Ximénez en 1888, pero fue hasta la década de 1980 cuando fue muy estudiado por distintas ramas de la biología, y desde entonces se le considera como un organismo experimental modelo. No obstante, la popularidad del ajolote a nivel experimental contrasta con lo poco que se sabe de su historia de vida y ecología básica en su hábitat natural. En una revisión de la literatura realizada en 1989, Smith reportó 4 656 investigaciones en distintos rubros, pero ni un solo estudio de campo que proporcionara datos sobre parámetros demográficos de la especie —algo fundamental.
Su conservación
Esta especie se encuentra en una zona considerada entre las más densamente pobladas del mundo. Varios autores coinciden en señalar que la población de este anfibio pasa por una grave crisis desde hace décadas, y su disminución se atribuye principalmente a la contaminación de su hábitat por las aguas residuales, la destrucción de algunos canales por desecación y rellenado de los mismos para utilizarlos como tierras de cultivo, la introducción de fauna y flora exótica y, finalmente, la captura clandestina que ejerce presión sobre las poblaciones remanentes.
Hasta 1920 el lago de Chalco y Xochimilco eran alimentados por profundos manantiales, cerca de treinta o cuarenta, pero debido al crecimiento urbano la ciudad de México requería una mayor cantidad de agua para su manutención y Xochimilco se convirtió en uno de sus principales proveedores, entubando sus manantiales, que en 1930 fueron secados casi completamente. En 1958, para evitar la disminución del nivel de los canales, se comenzaron a vertir aguas semitratadas de la planta de Cerro de la Estrella, lo cual ha continuado con aguas negras y grises, provocando la degradación del ecosistema y su hipertroficación.
Debido al grave deterioro de su hábitat, desde 1994 A. mexicanum se encuentra listado en la Norma Oficial Mexicana NOM-059-ECOL-1994 bajo la categoría de “en protección especial” como medida precautoria para su conservación, y desde julio de 1975 aparece registrado en el apéndice II del cites con el fin de protegerla del comercio internacional y evitar su extinción. Además, desde 1986 A. mexicanum aparece en las listas rojas de la IUCN, y en 1996 fue catalogado bajo la categoría de vulnerable D2, al ser considerada como una especie críticamente amenazada, ya que aún es colectado y se considera que existe mayor riesgo de que se extinga debido a su distribución endémica y restringida.
Entre los primeros autores en reportar el deterioro de la población se encuentran Calderón y Rodríguez, quienes en 1986 reportaron que la disminución poblacional se había iniciado aproximadamente en 1976, y más recientemente, investigaciones científicas realizadas por investigadores del Instituto de Biología de la UNAM han mostrado el deterioro de su población y que, de no mejorar su situación, en los próximos cinco años podría extinguirse definitivamente.
Las razones para conservar ésta especie son muchas, entre ellas destacan, a) médicas: diversos estudios han determinado que esta salamandra posee la capacidad de regenerar cualquier tipo de tejido, incluyendo el cardíaco y el neuronal, característica que ya se investiga para que se implemente paulatinamente en tratamientos en el ser humano; b) biológicas: aunque poco conocido por la sociedad en general, el ajolote de Xochimilco es una de las especies más representativas de México, y ningún país debe permitirse perder parte de su biodiversidad, ya que cada una de las especies que la conforman constituye un patrimonio biológico invaluable para sus ciudadanos; c) culturales: al perder esta especie también perderíamos un representante vivo de nuestras raíces prehispánicas, que son parte de nuestra identidad como mexicanos.
Debemos hacernos responsables de nuestra biodiversidad no sólo por los beneficios que de ella podemos obtener a corto o largo plazo, sino porque somos una especie consiente de las consecuencias negativas que nuestras acciones han tenido sobre los ecosistemas que habitan los demás.
Conclusiones
La actual problemática ambiental de la zona lacustre de Xochimilco es un claro ejemplo de cómo la implementación de políticas públicas con buenas intenciones pero sin tomar en cuenta criterios biológicos puede tener graves consecuencias para un ecosistema, ocasionando que su restauración ecológica requiera una gran cantidad de recursos económicos. Por citar un ejemplo, de enero de 2004 a octubre de 2008, el gobierno de la delegación Xochimilco invirtió un monto aproximado de seis mil pesos en la extracción de 14 614 toneladas de lirio acuático (Echornia krassipess), una plaga que fue introducida aproximadamente en 1870. En el mismo periodo invirtió un monto cercano a cuatro millones de pesos para la extracción de aproximadamente 400 toneladas de peces también introducidos, como la carpa Ciprinus carpio y tilapia Oreocromis niloticus.
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Referencias bibliográficas
Humboldt, A. 1822. Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Porrúa, Sepan Cuantos, México, 1973.
Molina, A. 2008. Obtención de parámetros demográficos de la población silvestre del ajolote Ambystoma mexicanum (Amphibia: Urodela) en la zona lacustre de Xochimilco, México, D.F. Tesis profesional, Facultad de Ciencias, UNAM, México.
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Zambrano, L., E. Vega, G. Herrera, E. A. Prado y V. H. Reynoso. 2007. “A population matrix model and population viability analysis to predict the fate of an endangered species in a highly managed water system”, en Animal Conservation, núm. 10, pp. 297-303.
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Alejandro Hunab Molina Vázquez
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México
Es biólogo por la unam, ha sido profesor en la Facultad de Ciencias de la unam y actualmente labora en la semarnat.
como citar este artículo →
Molina Vázquez, Alejandro Hunab. (2010). El ajolote de Xochimilco. Ciencias 98, abril-junio, 54-59. [En línea]
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Los dinosaurios de México
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Héctor Rivera Sylva
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Los dinosaurios se encuentran entre los animales más exitosos en la
historia de la vida sobre la Tierra, ya que dominaron el planeta a lo largo de 160 millones de años, durante lo que los geólogos y paleontólogos llamamos la era Mesozoica —del Triásico, que inició hace 225 millones de años, hasta el Cretácico que finalizó hace 65 millones de años con su extinción, pasando por el Jurásico. En México existen varios yacimientos donde han sido descubiertos fósiles de dinosaurios, son lugares que alguna vez fueron la costa de un mar poco profundo, cuando el clima era mucho más cálido y húmedo, lo que permitía la existencia de una vegetación tropical como la que podemos encontrar actualmente en las costas del Golfo de México.
Estos cambios se deben a que nuestro país nunca ha tenido la misma geografía, ya que la corteza terrestre se ha modificado con el tiempo. Durante el Triásico, los continentes se encontraban unidos formando el supercontinente llamado Pangea —Europa estaba constituida como un archipiélago, configuración que mantuvo durante la era Mesozoica—, y se cree que la porción norte de México era continental, aunque no se han encontrado yacimientos de este periodo.
En el Jurásico, el océano Atlántico estaba en su infancia, y uno de sus brazos invadía la mayor parte de México; algunas regiones, como Tamaulipas, eran continentales, y es allí donde se han encontrado fósiles terrestres de esa época. Una entrada de mar poco profunda invadió el oeste de Norteamérica, la cual iba desde lo que ahora es Alaska hasta Nevada. A principios del Cretácico, como los continentes continuaban separándose, el Océano Atlántico llegó a ser un cuerpo de agua considerable. La Antártida y la India se encontraban completamente separadas de África y todavía se encontraban unidas a Australia. La parte continental de México estaba constituida sólo por la región occidental, desde Baja California hasta lo que ahora son los estados de Guerrero y Oaxaca, ya que la mayor parte del noreste y el centro aún se encontraba bajo el agua.
Para finales de la era Mesozoica, los continentes se encontraban casi en la forma que los conocemos actualmente. Hace 72 millones de años, durante el Cretácico, la región que hoy ocupa Coahuila fue una planicie de inundación, a manera de pantano cercano a la costa, con ríos y riachuelos que formaban deltas que confluían en el antiguo mar de aguas litorales poco profundas, y un clima tropical seco con alrededor de seis especies de árboles diferentes, según el registro fósil, entre los que se encuentra Striatornata sanantoniensis, el plátano más antiguo del mundo, además de flores como el ave del paraíso, lo cual sabemos por semillas fósiles que asemejan a las de las actuales.
Los fósiles
Uno de los hallazgos más antiguos de fósiles de dinosaurios en México data del Jurásico medio de Tamaulipas, y tiene una antigüedad de aproximadamente 180 millones de años. En la localidad se han encontrado restos de terópodos, dinosaurios carnívoros, que incluyen desde dientes aplanados y aserrados hasta fragmentos de pelvis y un cráneo parcial. La pelvis pertenece al género Megapnosaurus, mientras el cráneo mantiene una afinidad con el grupo de los ceratosaurios. Se cree, por los fósiles de gran tamaño que se han encontrado, que el grupo de los saurópodos vivía en este lugar, y también se hallaron dientes de un dinosaurio herbívoro del tipo de Heterodontosaurus.
El primer registro de fósiles de estos animales en México fue realizado por el Dr. Erich Haarmann, geólogo de la Universidad Humboldt de Berlín, quien llevó a cabo una investigación sobre la geología de Coahuila de septiembre de 1910 a junio de 1912, principalmente en gran parte del oeste del estado. Su hallazgo fue realizado en el Municipio de Sierra Mojada, al norte de la Hacienda de Movano, en los estratos de La Soledad, a los que asignó una edad aproximada de 70 millones de años. En el trabajo que publicó en 1913 para dar a conocer sus resultados, menciona que los restos de vertebrados —un fragmento derecho de la gola, dos vértebras de la cola, una larga sección del fémur y dos fragmentos no determinados— fueron identificados por Henry Schroeder como pertenecientes a un “saurio”. Estos fósiles fueron descritos por Werner von Janensch en 1926 como un ceratópsido o dinosaurio con cuernos. Igualmente se tiene un reporte que data de 1969, donde se menciona el descubrimiento, cerca de Palaú, Coahuila, de un esqueleto de ceratópsido entero en muy mal estado de preservación.
En años más recientes, en Coahuila y Chihuahua se han encontrado evidencias de ceratópsidos como Centrosaurus y Chasmosaurus, además del nuevo género, dado a conocer este año, llamado Coahuilaceratops magnacuerna, que fue encontrado en el Municipio de General Cepeda, cerca de la ciudad de Saltillo. El material colectado corresponde principalmente a fragmentos del cráneo, lo que permitió erigir el nuevo género, de grandes cuernos sobre su cabeza.
Sin embargo, los dinosaurios más comúnmente hallados en México son los hadrosaurios, o dinosaurios pico de pato por la forma de su hocico, similar al pico de un pato. Desde 1942 se tiene el reporte del descubrimiento de algunos huesos de estos animales en el estado de Sonora, y se han encontrado en varias localidades del suroeste y norte de México. En la década de los setentas, investigadores de Museo de Historia Natural de Los Ángeles encontraron en Baja California los restos de un hadrosaurio de alrededor de 16 metros de largo, al que se denominó Lambeosaurus laticaudus, y es uno de los hadrosáuridos más largos encontrados hasta el momento en el mundo.
En 1987, un grupo de investigadores del Instituto de Geología de la UNAM inició un proyecto en el Municipio de Parras de la Fuente, Coahuila, para el rescate de un hadrosaurio del género Gryposaurus al que se puso el mote de Isauria, un especimen juvenil de 6 metros de largo, 2.2 de altura a la cintura, y un peso estimado de 3 toneladas, del cual se recuperó 65%.
En 1992 fueron encontrados restos fósiles de un hadrosaurio en la localidad de Rincón Colorado, Coahuila, por un equipo de la Secretaría de Educación y Cultura de Coahuila, y se trabajó en la localidad hasta el año de 2002, después de lo cual otra expedición encontró restos del cráneo y más huesos. Posteriormente se llevaron el cráneo a Estados Unidos para su preparación, y el resto se quedó en el Museo del Desierto, donde tras varios años de limpieza y gracias a la buena preservación del cráneo que presentaba una cresta distintiva, se supo que era de un género nuevo, el cual fue dado a conocer a finales del 2007 por un equipo de paleontólogos de la Universidad de Utah, Estados Unidos, que lo llamó Velafrons coahuilensis por su “frente con una vela”. Es el único de su especie encontrado en el mundo y se sumó a los 1 147 géneros conocidos hasta finales de 2007 y a los pocos dinosaurios exclusivamente de México que existen hasta el momento. Los restos de Velafrons pertenecieron a un ejemplar juvenil que llegó a medir alrededor de 6 metros de largo y vivió hace 72 millones de años en el delta que más tarde sería el sureste del estado.
También en Coahuila hemos encontrado dientes, osteodermos y vértebras de un cocodrilo gigante llamado Deinosuchus, que medía alrededor de 9 metros de largo pero que alcanzaba hasta 12 metros, un gigante si lo comparamos con los cocodrilos actuales que no pasan de 6 metros de largo. Este reptil probablemente acechaba a los hadrosaurios al igual que lo hacen actualmente los cocodrilos del Nilo con los antílopes, como lo sugieren algunas vértebras de hadrosaurios que han sido encontradas con marcas de mordidas que encajan perfectamente con los dientes de Deinosuchus.
Otros dinosaurios menos comunes son los ankylosaurios o dinosaurios armados, de extremidades cortas y cubiertos por una coraza de placas óseas, las más prominentes como quillas que sobresalen de la piel y que también le cubrían la cabeza, y que muchas veces se encontraban complementados con espinas en el cuerpo y la cola. Por la presencia o ausencia de un mazo en la cola se diferencian dos grupos: los ankylosaurios la tenían mientras los nodosaurios no.
En 2007 encontramos un dinosaurio llamado Edmontonia, que se caracterizaba por unos picos que salían de la región del cuello y se dirigían hacia adelante, y que podrían haber sido utilizados como armas o defensa, mientras que sus demás osteodermos varían dependiendo del lugar donde se encuentren en el lomo. Este dinosaurio se alimentaba de plantas de baja altura, que cortaba con su pico córneo y eran molidas por sus fuertes y especializados dientes. El adulto llegaba a medir alrededor de 6 metros de largo, mientras que los individuos juveniles, como el que encontramos, medían 2.5 metros.
Otro grupo interesante encontrado en México es el de los dinosaurios carnívoros. Los primeros fósiles fueron encontrados por un grupo del Museo del Condado de Los Ángeles en el verano de 1970 en Baja California —un maxilar, dientes aserrados entre otros fragmentos del cuerpo—, y fueron descritos por Ralph Molnar en 1974 bajo el nombre de Labocania. Se cree que estos dinosaurios estuvieron emparentados con los abelisáuridos y que llegaron a medir hasta 7 u 8 metros. Lo interesante es que los abelisáuridos son exclusivos de Sudamérica y África, continentes que se encontraban unidos en aquel tiempo, por lo que el descubrimiento de uno de ellos en Baja California sería la prueba de que hubo un contacto entre Sudamérica y Norteamérica hacia finales del Cretácico, un aspecto que requiere más estudios.
En varios lugares de México se han encontrado dientes y huesos pertenecientes a la familia de los tyranosáuridos, que posiblemente pertenecieron a Gorgosaurus, habitante del Cretácico tardío, hace 72 millones de años, en lo que ahora es Canadá, Estados Unidos y México, y que era primo del famoso Tyrannosaurus rex, aunque más pequeño y 8 millones de años más antiguo. Es el tyranosáurido más conocido debido a la cantidad de restos encontrados —sus dientes eran largos y recurvados con un filo aserrado, perfecto para arrancar carne—, que en México provienen de Baja California, Sonora y varias localidades de Coahuila, además de las huellas de tyranosáuridos halladas en Coahuila y Michoacán.
Otro grupo muy famoso de dinosaurios carnívoros son los dromeosáuridos, comúnmente conocidos como raptores, de los cuales se encontraron en Aguililla, Michoacán, las primeras huellas en el mundo, inconfundibles porque sólo tienen dos dedos, debido a que el tercero estaba levantado con su famosa garra —también se han encontrado algunos dientes en Coahuila y Baja California.
En Michoacán fueron halladas huellas interesantes de pisadas de ornitomímidos, dinosaurios como avestruces, que dejan ver cómo se movían en grupo y cómo uno de ellos resbaló en el lodo; existen otras cerca de Sabinas, Coahuila, y en el municipio de General Cepeda, una de las más grandes localidades con huellas de dinosaurio.
Finalmente, los dinosaurios más grandes encontrados en México son los saurópodos, de cuello largo, cuya evidencia más antigua son algunas huellas en Oaxaca, en el municipio de Huajuapan de León, cerca del poblado de Santa María Xochixtlapilco, y en San Martín Atexcal, en el río Magdalena, Puebla, la única localidad con huellas de dinosaurios del Cretácico inferior de 120 millones de años de antigüedad.
También en Chihuahua se han encontrado huesos fósiles de estos animales, como los de Alamosaurus, último representante de los dinosaurios de cuello largo que vivió hace 65 millones de años, perteneciente a la familia de los titanosaurios, y que llegó a medir alrededor de 21 metros y poco más de 5 metros de altura, con un peso de aproximadamente 30 toneladas.
La extinción A finales del periodo Cretácico, hace 65 millones de años, desapareció más de 70% de las especies de dinosaurios. Hay varias teorías al respecto, pero la que tiene mayor evidencia científica es la que sostiene que un asteroide chocó contra la Tierra, lo cual se basa en el hallazgo, en varias partes del planeta, de iridio en una capa depositada a finales de la era Mesozoica. Como este elemento existe en cantidades muy limitadas en la Tierra y es abundante en meteoritos, los científicos concluyeron que dicha anomalía tenía procedencia extraterrestre y que estaba relacionada con la extinción en masa de los dinosaurios.
Se piensa que el asteroide de 10 kilómetros de diámetro que impactó la Tierra hace 65 millones de años viajaba a una velocidad de aproximadamente 30 kilómetros por segundo, y su compresión al tocar la atmósfera calentó el aire casi instantáneamente, alcanzando una temperatura mayor a cuatro o cinco veces la del Sol, provocando una onda de choque (manifestación de aire comprimido por el impacto) que causó una explosión escuchada seguramente en todo el planeta.
El material producido por el impacto fue arrojado hasta la estratósfera, cubriendo toda la Tierra con material incandescente, causando tsunamis de más de 100 metros de altura. Una capa de polvo cubrió la Tierra, ocultando el Sol y destruyendo las cadenas alimentarias al matar las plantas, lo que causó la desaparición de los animales herbívoros y posteriormente de los carnívoros.
En 1990 se redescubrió en Chicxulub, Yucatán, el cráter de 150 kilómetros de diámetro que se formó por el impacto del asteroide, el cual se encuentra enterrado a 1 000 metros de la superficie. El lugar ya había sido encontrado por Petróleos Mexicanos a fines de la década de los cincuentas, mientras buscaban petróleo; sin embargo, creyeron que era un volcán enterrado.
Su actualidad y futuro
Uno de los grupos animales más exitosos en la Tierra ha sido el de los dinosaurios y, después de 65 millones de años de haberse extinto, siguen excitando la imaginación humana. La fascinación que producen en nosotros se debe a que su estudio ha abierto una ventana a un mundo prehistórico olvidado en el tiempo. Los medios de difusión presentan noticias sobre descubrimientos en diversas partes del mundo, enriqueciendo el conocimiento que tenemos de estas criaturas. Su utilización en nuestro entorno cotidiano es muy común, y son tema central de películas, libros y artículos, de la industria del entretenimiento.
La historia del estudio de los dinosaurios en México tiene casi cien años, sin embargo apenas ha sido perceptible en las últimas décadas. Desde principios de los noventas se realizan varios proyectos para saber más, pero en la última década gobiernos e instituciones han contribuido a su estudio, lo que, aunado a la preocupación de varias personas por valorar la riqueza natural y científica, impulsó en Coahuila la fundación del Museo del Desierto, inaugurado el 25 de noviembre de 1999 y que ahora celebra su décimo aniversario.
Aun así, a pesar de que la diversidad de los dinosaurios de México está bien documentada, durante mucho tiempo fue ignorada. No obstante, es muy probable que en un futuro no muy lejano se descubra una diversidad mucho mayor de la que ahora conocemos.
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Héctor Rivera Sylva
Museo del Desierto, Coahuila
Maestro en Paleobiología por la Universidad de Bristol, Inglaterra, miembro del Museo del Desierto, y líder del proyecto “Los Dinosaurios de la Región Desierto de Coahuila”.
como citar este artículo →
Rivera Sylva, Héctor. (2010). Los dinosaurios de México. Ciencias 98, abril-junio, 40-51. [En línea]
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La dinosaurología es una de las disciplinas de la paleontología con mayor desarrollo en los últimos años. Desde 1970 se ha encontrado un promedio de 6.1 géneros por año, y entre 1989 y 1995 se describieron 51 nuevos géneros. A la fecha hay aproximadamente 336 géneros de dinosaurios, sin embargo se estima que la diversidad de dinosaurios es cercana a 3 400 géneros, por tanto sólo conocemos cerca de diez por ciento. Estas criaturas siempre han cautivado la atención del público en general debido a sus peculiares estructuras y tamaño. El término dinosaurio parece tan familiar que todos parecemos entender con lujo de detalle a estas criaturas, sin embargo como bien lo explicó el paleontólogo británico Alan Charig, “es común pensar que el término dinosaurio se refiere a toda criatura que vivió hace millones de años, y que actualmente se encuentra extinta”, pero también es recurrente pensar que cualquier organismo prehistórico es un “dinosaurio”, como ocurre con los dimetrodontes, plesiosaurios, ictiosaurios, pterosaurios, dientes de sables e incluso los poderosos mamuts. Para evitar estas confusiones, los paleontólogos, que estudian los restos fósiles, han enumerado una serie de características únicas de este grupo, caracteres compartidos derivados o sinapomorfias (cuadro en esta página).
Los dinosaurios son un clado monofilético de organismos diápsidos archosaurios, cuyos restos fósiles se hallan en estratos mezosoicos, de una edad entre 225 y 64 millones de años, abarcando los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico, por lo que dominaron el planeta cerca de 160 millones de años. El registro más antiguo data del Carniano tardío (Triásico) de las formaciones Santa María e Ischigualasto, en Brasil y Argentina respectivamente, y la última aparición está en el límite del Cretácico y el Terciario, hace 64 millones de años, cuando se dice que la mayoría de ellos se extinguió, con excepción de las aves. Sin embargo, nuevos hallazgos pueden ampliar la permanencia geológica de los dinosaurios no avianos, ya que registros obtenidos por James E. Fassett y Robert A. Zielinski en 2002 incluyen huesos de la pata de un hadrosaurio en la formación El Ojo, Nuevo México, Estados Unidos, los cuales fueron datados en aproximadamente 64.5 millones de años, en el Paleoceno. De confirmarse lo anterior implicaría que algunos dinosaurios sobrevivieron a la gran extinción y desaparecieron en el piso daniense del Paleoceno, en el Cenozoico inferior.
Los huesos de dinosaurios han sido documentados desde la Antigüedad, cuando se decía que eran la prueba de la existencia de antiguas criaturas mitológicas de formas reptiloides, conocidos en el folclor como dragones. Posteriormente, durante la Edad Media, los hidalgos y caballeros buscaban a estas enormes criaturas para darles muerte, por tal motivo se creía que se encontraban restos de ellos enterrados en varias ciudades de Europa y Asia. Se sabe que en el año 600 a.C. los comerciantes asiáticos cuentan a los griegos historias de grifones, probablemente basados en esqueletos y cráneos de Protoceratops, mientras en el año 300 d.C, durante la Dinastía Jin occidental, los chinos hablan de “huesos de dragón”, al referirse a restos de dinosaurios.
La primera referencia formal apareció en el año de 1676 en una publicación titulada Historia natural de Oxfordshire, escrita por el reverendo Robert Plot, en donde se hace referencia al fragmento distal de un fémur que fue comparado con diversos animales y, al no poder identificarlo, se asignó por su forma a un hombre de proporciones descomunales, uno de los denominados Antediluvian Patriarchs (patriarcas antediluvianos). Un siglo después, el filósofo francés Jean-Baptiste Robinet observó que el fósil era extremadamente semejante a un escroto humano gigante, idea que fue apoyada en 1763 por el naturalista inglés Richards Brookes, quien le llamó Scrotum Humanum —siglos después se asignó este fragmento de hueso como perteneciente al género Megalosaurus. Años después, en 1787, el hallazgo en Nueva Jersey, Estados Unidos, de una posible pierna de hadrosaurio —hoy extraviada— fue catalogado simplemente como Thihbone (hueso del muslo), y posteriormente más restos fueron encontrados en Montana, Connecticut, y en otras localidades. En 1802, el granjero norteamericano Pliny Moody de Massachusetts, extrajo de sus terrenos una laja con impresiones de patas posiblemente hechas por aves, que el médico local, el Dr. Elihu Dwight, interpretó como las huellas dejadas por el cuervo del Arca de Noé. En 1835, el doctor James Deane escribió al clerigo y naturalista Edward Hitchcok, y en 1839 esta loza fue adquirida por Hitchcok y Benjamin Silliman, de la Universidad de Yale, quienes se encargaron del estudio de las mismas. Hitchcok recogió más de 20 000 huellas fósiles, pero les atribuye un origen aviano, reptilesco y mamiferoide, nunca acepta a los dinosaurios como organismos responsables de las mismas. Quizá el mundo aún no estaba listo para los dinosaurios. Años después, a pesar de la aparición de la paleontología y la aceptación de la teoría de la evolución, se seguían contando extrañas historias en el folclor del mundo. En 1871, el explorador franco-canadiense Jean-Baptiste L´Heureux menciona un lugar santo en Alberta, Canadá, adorado por las tribus indias, las cuales consideraban los fósiles de los dinosaurios como pertenecientes a los abuelos de los bisontes americanos.
Los inicios de su estudio
Se puede decir que fue el polifacético médico, naturalista y geólogo inglés Gideon Algernon Mantell, quien inicio en 1822 el estudio de los dinosaurios. Este médico victoriano era aficionado a coleccionar fósiles y, un buen día, durante una visita que realizó a un paciente, su esposa Mary Ann encontró un diente incrustado en una roca; el médico se dio a la tarea de estudiarlo, y notó que era de un herbívoro, pero para tener una mejor apreciación lo envió a Francia para que lo estudiara el eminente naturalista, promotor de la anatomía comparada e impulsor de la paleontología, el barón Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, quien le indicó que era de un rinoceronte extinto. Sin embargo, esta explicación no complació a Mantell, quien continuó estudiando y, al comparar aquellos dientes fósiles con algunos ejemplares de iguanas americanas, se dio cuenta del parecido, por lo que llamó al fósil Iguanodon (diente de iguana). A pesar del interés de Mantell, la primera descripción formal data de 1824, elaborada por el doctor William Buckland, quien al estudiar otros restos aislados —entre ellos una mandíbula que estaba depositada desde 1818 en un museo de Oxford Inglaterra— denominó al organismo Megalosaurus (reptil gigante). En 1831, Mantell describió a Hylaeosaurus, su segundo “reptil” gigante.
El término dinosaurio fue acuñado en 1842 por el eminente especialista británico en anatomía comparada Sir Richard Owen, derivado del griego deinos, terrible o gigante, y sauria, lagarto o reptil, por el enorme tamaño de los primeros géneros de dinosaurios descubiertos —Megalosaurus, Iguanodon e Hylaeosaurus—, y fue dado a conocer durante la reunión anual de la asociación británica para el progreso de la ciencia celebrada en Plymouth. Debido al interés por los dinosaurios, a mediados del siglo xix, Benjamín Waterhouse Hawkins realizó la primera exposición de dinosaurios en el antiguo Sydenham Park de Londres. A pesar de los estudios realizados, los dinosaurios eran vistos como enormes “reptiles cuadrúpedos de sangre fría”. Hawkins también fabricó modelos de dinosaurios para el Central Park de Nueva York, pero nunca llegaron a exhibirse pues fueron destruidos por una banda de maleantes en 1871.
Poco después, en 1856, en Estados Unidos Joseph Leidy, de la Universidad de Pensilvania, contribuyó a la historia con los primeros fósiles estudiados y plenamente identificados como pertenecientes a dinosaurios de Norteamérica, que fueron asignado a Hadrosaurus foulki, un dinosaurio comúnmente llamado pico de pato, cuya reconstrucción —realizada en el año de 1868 por Hawkins— mostró que los dinosaurios eran bípedos y no totalmente cuadrúpedos como hasta entonces se pensaba —es considerado el primer esqueleto montado de un dinosaurio en el mundo.
En la segunda mitad del siglo xix, en los depósitos de Solhofen, Alemania, aparece la primera evidencia fósil de un ave, que Richard Owen describe como Archaeopteryx litographica; y desde entonces, hasta hoy, han sido encontrados diez esqueletos conocidos coloquialmente como los Archaeopteryx de Londres, Berlín, Eichtatt, Maxberg y Termópolis. En 1878, El paleontólogo belga Louis Dollo describió los fósiles de 31 esqueletos fósiles hallados a 321 metros de profundidad en una mina de carbón en Bernissart, Bélgica, pertenecientes a la especie Iguanodon bernissartiensis, los cuales confirmaron el bipedalismo de los dinosaurios, aunque su reconstrucción presentaba problemas, ya que, basándose en un esqueleto de canguro, la cola queda posada en el suelo y se fractura a la mitad.
En Estados Unidos, Othiniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope protagonizaron uno de los episodios más intensos en la historia de la paleontología, la denominada “guerra de los huesos”, una competencia entre ambos científicos que dio como resultado la descripción, por parte de Marsh, de Brontosaurus (Apatosaurus), Diplodocus, Stegosaurus y Triceratops, y por parte del segundo, de Camarasaurus, Coelophysis y Monoclonius, entre otros más, así como grandes descubrimientos no dinosáuricos, como Elasmosaurus, Ictiornis, Hesperornis y Dimetrodon. Más de 130 especies fósiles, con lo cual ambos contribuyeron de manera relevante al desarrollo de la paleontología.
Harry Goovier Seeley fue el paleontólogo británico responsable de la división de los dinosaurios en saurisquios y ornistisquios con base en la estructura de los huesos de la pelvis y la forma de las articulaciones: los primeros tienen la estructura ósea de la cadera común a los reptiles, en la que cada uno de los tres huesos apunta en una dirección diferente, mientras los segundos tienen una cadera tetrarradiada semejante a la de las aves. Sus observaciones fueron plasmadas en un documento científico en 1887, que fue publicado un año después, de suma importancia en un panorama dominado por múltiples y bizarras clasificaciones propuestas por diversos paleontólogos (ver cuadro).
A principios del siglo xx, Henry Farfield Osborn, director del American Museum of Natural History, describió los fósiles hallados por Barnum Brom en 1904 en los yacimientos del Cretácico superior de Hell Creek, Montana, los cuales eran extraordinarios y de tamaño colosal; se trataba de Tyrannosaurus rex, dinosaurio carnívoro que se pensaba en ese momento era el mayor depredador del mundo —tiempo después aparecerían carnívoros más grandes.
En esta época el magnate Andrew Carnegie impulsó el desarrollo de excavaciones en Estados Unidos, de las que resultaron diversos esqueletos de una nueva especie de diplodocus, Diplodocus carnegii, de la cual mandó fabricar réplicas a fin de aumentar su ego y preservar su nombre en la historia, regaladas a importantes reyes y jefes de estado, y que se encuentran en París, Viena, Madrid, San Petersburgo, Frankfurt, Bolonia, La Plata y México —expuesta en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Cabe mencionar que es uno de los esqueletos de dinosaurio más largos encontrados hasta ahora, con una longitud de 26.70 metros y un peso aproximado de 10 toneladas —en la actualidad se ha estimado el tamaño de dinosaurios más grandes y pesados, pero con base en unos pocos fragmentos del esqueleto. Los duplicados de diplodocus causaron debate entre los paleontólogos de la época, pues mientras norteamericanos como William Jacob Holland y John Bell Hatcher montaron el esqueleto en forma de paquidermo, con las patas directamente colocadas bajo el cuerpo como lo había hecho Marsh influido por las reconstrucciones de otros dinosaurios realizadas por Richard Owen años atrás, los europeos, como el alemán Gustav Tornier, argumentaban una posición tendida como en los lagartos modernos, interpretación apoyada en Estados Unidos por Hay, quien argumentaba que los dinosaurios eran reptiles y no mamíferos, por lo que la posición de la reconstrucción era infundada. En Viena, el investigador Othenio Abel se inclinaba a favor de la posición mamiferoide, confirmada en 1938, cuando se describieron icnitas fósiles atribuibles a saurópodos, descubiertas por Roland T. Bird en el Rio Paluxy, Texas, en las que se confirmó la postura vertical de los saurópodos, echando por tierra las observaciones de los alemanes.
En África, en localidades de Tendaguru, hoy Tanzania, entre 1907 y 1912 el paleontólogo y geólogo alemán Werner Ernst M. Janensch descubre uno de los más grandes dinosaurios hasta ese momento, Brachiosaurus branchai, además de un esqueleto del estegosaurio Kentrosaurus y, posteriormente, en 1914, Dicraeosaurus, y en 1929 Elaprhosaurus. En las década de los veintes, Roy Chapman Andrews visitó los yacimientos de Mongolia, adonde regresa en varias ocasiones y descubre dinosaurios como Psittacosaurus, Velociraptor, Protoceratops y Oviraptor.
El primer informe de dinosaurios en México fue realizado por el paleontólogo alemán Werner Janensch en 1926, y trataba de los restos óseos del yacimiento La Soledad, en el municipio de Ramos Arizpe, ubicado al oeste de Coahuila, atribuidos a un ornistisquio de la familia Ceratopsidae, un dinosaurio cornudo del genero Monoclonius, propio del Cretácico superior de Norteamérica. Posteriormente, Richard Swan Lull y Nelda. E. Wright describieron en su monografía sobre los hadrosaurios de Norteamérica restos hallados en Sonora en 1942 en una localidad denominada N. 49, atribuibles a la familia Hadrosauridae, los pico de pato, material que fue enviado al paleontólogo Barnum Brown, quien determinó que los restos eran los más australes para dicha familia. En Baja California Norte, en 1954, W. Lanston Jr. y M. H. Oakes, de la Universidad de California, encontraron más restos de Hadrosauridae.
En Argentina, a finales de esa década, Oswaldo A. Reig descubrió los primeros restos del dinosaurio basal Herrerasaurus en yacimientos del Triásico superior de Ischigualasto, cuyo descubrimiento fue hecho por Victorino Herrera, miembro de la expedición realizado por la Escuela Nacional de Tucumán, a quien fue dedicada la especie.
El renacimiento
A pesar de los muchos descubrimientos, las reconstrucciones de los paleoartistas como Charles Night, Zdenek Burian y Rudollph Zallinger mostraban a los dinosaurios como organismos gigantes, lentos y estúpidos. Era común observarlos como enormes masas de carne incapaces de sostener su peso sobre la tierra. Fue hasta 1964, cuando el profesor John Harold Ostrom de la Universidad de Yale descubrió el dinosaurio terópodo dromeosaurido Deinonychus antirrhopus en los depósitos de Montana, y basándose en el esqueleto bien conservado formuló la teoría de que los dinosaurios eran organismos ágiles, rápidos e inteligentes y, por si fuera poco, hizo notar su posible endotermia, es decir, la capacidad de regular la temperatura corporal como sucede en aves y mamíferos. Esto tuvo un fuerte impacto en los círculos académicos y, posteriormente, en la imagen que popularmente se tenía de ellos, y llevó a lo que se ha denominado como “renacimiento de los dinosaurios”, cuando el abandono de los prejuicios gracias a este descubrimiento y a la avalancha de descubrimientos posteriores hicieron cambiar el método de estudio de los dinosaurios para siempre.
Así, en 1966, paleontólogos del Museo de Historia Natural de Los Ángeles lograron recuperar en la Formación del Gallo, en Baja California Norte, restos de un gran hadrosaurido, identificado como Hypacrosaurus altispinus y reasignado en 1972 a Lambeosaurus laticaudus por Morris, un organismo propio del Cretácico superior que alcanzaba 14 metros de longitud. Es el hadrosaurio más grande del mundo después de Zhuchengosaurus, propio de China. En 1970, este grupo de investigación localizó en el Rosario, Baja California, en la formación de la Bocana Roja, los restos de un terópodo grande, descrito por Ralph Molnar en 1974, quien lo bautizo como Labocania anomala, una especie que ha sido tema de discusión, ya que ha sido ubicada en grupos de terópodos como los alosauridos y en los tiranosaurios.
En el mismo año, Robert Bakker y Peter Galton publicaron en la revista Nature el artículo “Monofilia de los dinosaurios y una nueva clase de vertebrados”, en el cual proponen la creación de la clase Dinosauria, que tendría las subclases Saurisquios, Aves y Ornistisquios, clasificación que reflejaría mejor la filogenia de los grupos, ya que a los reptiles se les considera ectotérmicos, y estarían separados de los grupos endotérmicos como mamíferos, dinosaurios, y aves. En 1979, Jack Horner y Robert Makela encontraron evidencias en Montana de que los dinosaurios tenían cuidados parentales, se trataba del género Maiasaura, un dinosaurio de aproximadamente 8 metros de longitud que anidaba en grupos y al parecer construía nidos en los cuales ponían hasta 25 huevos, y los jóvenes, de 50 centímetros, alcanzaban su tamaño adulto en tan sólo 6 años —el área de estudio es conocida como egg mountain por la gran cantidad de nidos recobrados. En 1985, se descubrieron algunos de los dinosaurios más grandes, pertenecientes a los géneros Supersaurus y Ultrasaurus, sauropódos de más de 30 metros de longitud.
En el año de 1987 fue realizado el primer montaje de un dinosaurio colectado y preparado en México por tres paleontólogos del Instituto de Geología de la unam, René Hernández Rivera, Luis Espinosa-Arrubarrena y Shelton P. Applegate, al cual llamaron Isauria, un hadrosáurido del género Kritosaurus de 7 metros de longitud, que presenta una patología en la pata anterior izquierda, en donde los metatarsos están fusionados. Actualmente una réplica de este esqueleto se encuentra en exhibición en el Museo de Geología de la unam ubicado en Santa María la Rivera, en la ciudad de México.
A principios de la década de los noventas se encontraron dos terópodos de tamaño considerable, que sobrepasan al famoso Tyrannosaurus: Giganotosaurus caroliini y Carcharodontosaurus sahariscus, ambos de poco mas de 14 metros de longitud. El primero fue localizado en depósitos del Cretácico de Argentina, el segundo en el norte del continente africano, en Niger y Marruecos. Argentina acaparó nuevamente la atención de los paleontólogos en el año de 1993, cuando Ricardo Martínez localizó el cráneo de Eoraptor lunensis, el dinosaurio más antiguo conocido hasta el momento, descubrimiento que fue dado a conocer por los paleontólogos Paul Sereno y Fernando Novas.
Otro descubrimiento que asombró al mundo, ya que sustentaba la hipótesis de que los dinosaurios eran organismos endotérmicos, fue el descubrimiento de restos de estos animales en la Antártida. El primer dinosaurio localizado en 1986 por los científicos del Instituto Antártico Argentino fue descrito como perteneciente a un anquilosaurio del Cretácico superior en la formación Santa María. Poco después, paleontólogos británicos informaron de la presencia de un dinosaurio bípedo herbívoro de mediano tamaño, y en 1994, en el mismo continente, William Hammer y Hickerson dieron a conocer en la revista Science los restos de un terópodo crestado de aproximadamente 6 metros de longitud —denominado Cryolophosaurus ellioti— encontrado en el Monte Kirkpatrick, en la cordillera transantártica, propia del Jurasico inferior, y allí también Smith y Pol encontraron en 2007 un prosaurópodo denominado Glacialisaurus hammeri.
En 1996, en yacimientos del Cretácico inferior de la provincia de Liaoning, en China, se descubrió el primer dinosaurio emplumado del mundo, nombrado Sinosauropteryx prima, el cual refuerza la estrecha relación de los dinosaurios y las aves, y además de la información ósea y tegumentaria, mostró que las plumas surgieron como un medio para conservar el calor y no para el vuelo como comúnmente se pensaba.
En estos inicios del siglo xxi se siguen haciendo descubrimiento que asombran a propios y extraños. Dale Rusell dio a conocer en la revista Science la presencia de un corazón tetracavitario (dos aurículas y dos ventrículos) en un fósil de ornitópodo denominado Thescelosaurus neglectus, lo cual aporta pruebas de la compleja fisiología y endotermia de los dinosaurios. Otros descubrimientos apoyan el argumento de que los dinosaurios presentaban plumas: Caudipteryx dongi y Microraptor zhaoianus en 2000; Epidendrosaurus ningchengensis, Cryptovolans, Scansoripteryx y Sinovenator changüí en 2002; Microraptor gui en 2003, Dilong en 2004, y Jinfengopteryx en 2005; pero a pesar de la presencia de plumas, estos dinosaurios, no eran capaces de volar, ya que sus extremidades anteriores eran cortas y por lo tanto no podían sostener su cuerpo en el aire.
En 2003, la paleontóloga Marisol Montellano del Instituto de Geología de la unam escribió el primer informe de un saurópodo titanosáurido en México del Cretácico superior de Chihuahua; y en 2006, cuando se describió el terópodo crestado Guanlong wucaii, un dinosaurio del Jurásico superior de China, emparentado con los tiranosaurios, que mide aproximadamente 3 metros y posiblemente estaba emplumado, en el equipo de trabajo de campo se encontraba el paleontólogo mexicano René Hernández R.
Si bien el estudio de los dinosaurios en México es reciente, no deja de ser prometedor, pues el número de localidades donde se reporta la presencia de estos organismos es cuantioso y seguramente ofrece una gama de nuevos hallazgos. El registro osteológico de los dinosaurios en México incluye diversas familias como Coelusauridae, Tyrannosauridae, Ornitomimidae, Troodontidae, Dromaeosauridae, Hadrosauridae, Ankylosauridae, Ceratopsidae y Titanosauridae. Estos registros se complementan con paleoicnitas fósiles, reportadas principalmente en las localidades fosilíferas del sur del país, encontradas en los estados de Oaxaca y Puebla, así como en Michoacán y Coahuila. En el futuro, nuevos descubrimientos seguramente nos sorprenderán y asombrarán; por ahora sabemos que los dinosaurios no se extinguieron, que nos acompañan en la actualidad y les llamamos aves.
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Enrique Rocha Rangel
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Hace poco más de diez años la bióloga Janine Benyus escribió
un libro llamado, en su traducción al español, Biomimética: innovación inspirada por la naturaleza, en donde expone que la naturaleza es el mejor diseñador de la Tierra y cómo los seres humanos podemos aprender muchas cosas de ella si ponemos atención. Desde entonces muchos diseñadores, ingenieros, biólogos y otros científicos han seguido esta manera de pensar para crear una amplia categoría de productos, que van desde un tren japonés de alta velocidad con un frente aerodinámico semejante al de un ave (figura 1), hasta una celda solar que trabaja bajo los principios con que las hojas de los árboles captan la energía del Sol.
En palabras de Janine Benyus, el significado de esta palabra viene de bios, vida y mimesis, imitar, y es una nueva ciencia que estudia las mejores ideas de la naturaleza y después imita sus diseños y procesos para resolver problemas humanos. La biomimética, como se le conoce en la práctica, no representa una categoría de productos, sino que es un método por medio del cual los diseñadores e ingenieros hacen investigaciones biológicas para determinar cómo los organismos resuelven problemas complejos, en otras palabras, cómo usan la información obtenida a lo largo de millones de años de evolución para obtener un diseño. Recientemente, ese tipo de pensamiento ha sido aplicado en un contexto comercial, produciendo una gran cantidad de nuevos productos tales como pegamentos no tóxicos, medios de transporte, estructuras muy resistentes y ligeras, sensores, redes neuronales y otros más.
Por medio de la evolución, la naturaleza ha experimentado varias soluciones a sus desafíos y mejorado las más exitosas. Específicamente, la naturaleza experimenta con los principios de la física, química, mecánica, la ciencia de materiales, de movilidad, control, sensores y muchos otros campos que nosotros reconocemos como ciencia e ingeniería. Los procesos de la naturaleza también involucran el escalamiento de lo nano y micro a lo macro y mega. Los archivos de los sistemas vivientes envuelven y acumulan información, codificándola en los genes de las especies y pasando así la información de una generación a otra por medio de su propia réplica.
La idea central de este concepto es que la naturaleza, imaginativa por necesidad, ha resuelto ya muchos de los problemas que nosotros nos esforzamos en resolver actualmente. Los animales, las plantas y los microbios son organismos consumados. A lo largo de su evolución han acertado en lo que funciona, lo que es apropiado y lo que perdura en la Tierra. La emulación consciente de la genialidad de la naturaleza es una estrategia de supervivencia para la humanidad, un camino hacia el futuro sustentable. Mientras más se parezca y funcione nuestro mundo como el mundo natural, mayor es nuestra probabilidad de sobrevivir en él.
El ser humano ha llegado a un punto crucial en su evolución, la población y nuestros hábitos no son sustentables. Hemos llegado al límite de tolerancia de la naturaleza y finalmente nos preguntamos ¿cómo sobrevivir sin destruir el planeta? La sustentabilidad es un proceso dinámico que permite a todo individuo desarrollar su potencial y mejorar su calidad de vida con conductas que simultáneamente protegen y mejoran los sistemas que soportan la vida en la Tierra. Al entrar en la era de “un mundo mejor a través de la biología y la química” dejamos de mirar la naturaleza como si fuéramos superiores; cambiar este enfoque requiere aceptar, como lo dice Tributsch, que la naturaleza sabe mucho más que nosotros. Efectivamente, los seres vivos tienen una enorme capacidad de adaptarse al medio, perpetuarse, aprender, autoorganizarse, reconocer posibilidades o situaciones, autorrepararse, etcétera. Las aplicaciones pueden ir desde el ámbito del perfeccionamiento o la invención de mecanismos “vivos” (robótica, por ejemplo), hasta los sistemas organizados, la dinámica de las empresas o la supervivencia en el mercado.
¿Qué haría la naturaleza?
Es la pregunta clave en la biomimética, a partir de la cual se desarrolla su método, que está basado en tres principios: 1) la naturaleza como modelo. La biomimética es una ciencia que estudia los modelos de la naturaleza y luego los imita o se inspira en sus diseños y procesos para resolver los problemas humanos; 2) la naturaleza como instructor. La biomimética usa un estándar ecológico para juzgar la certeza de nuestras innovaciones. Después de 3 800 millones de años de evolución, la naturaleza ha aprendido qué es lo que funciona, lo que es apropiado, lo que perdura; 3) la naturaleza como medida. La biomimética es una nueva forma de ver y juzgar la naturaleza; por medio del conocimiento de ella, el ser humano debe iniciar una era basada no en qué podemos extraer del mundo natural, sino en qué podemos aprender de él.
Así, por ejemplo, el Hesbock de Namibia, una especie de gacela que vive en el desierto, siempre se pone de cara o de espaldas al Sol, incluso cuando lucha, de manera que siempre expone la mínima superficie posible de su cuerpo a las radiaciones solares; en el desierto todo cuenta. O bien, las largas patas del dromedario le sirven para tener el cuerpo más alejado de la tierra y del calor que ésta reverbera. Mientras el tiburón limón posee dos aletas adicionales antes de la cola, lo que le permite acelerar mucho más velozmente, y el tiburón azul tiene la aleta de la cola más grande que la de los otros tiburones, lo que, combinado con un cuerpo mucho más flexible que el de los demás, le permite mover más ampliamente la cola, consiguiendo un mayor impulso y una velocidad de desplazamiento sostenida más elevada.
Este tipo de estrategias de la naturaleza han sido estudiadas para provecho humano. Un caso ilustrativo es el traje de baño de la marca Speedo modelo fastskin fsii, que imita la piel del tiburón (figura 2). El proceso de búsqueda y desarrollo empezó con un nuevo estudio del tiburón, examinando la textura de su piel y su movimiento dentro del agua. El tiburón es una criatura muy rápida en el agua pero no hidrodinámica por naturaleza. Se atribuye su velocidad a su piel con escamas en forma de V, denominadas dentículos, que reducen la resistencia y las turbulencias alrededor de su cuerpo, permitiendo así que el agua deslice con mayor eficacia. El estudio que llevó a cabo la firma Speedo en conjunto con el Museo de Historia Natural de Londres muestra que la forma y el tacto de los dentículos del tiburón varían a lo largo del cuerpo para optimizar el deslizamiento del agua. Debido a la resistencia que se produce cuando un objeto viaja por el agua, el traje de baño fastskin está fabricado con aristas que emulan las escamas del tiburón, con unas partes más rugosas y otros más suaves que se van combinando.
El modelo reduce la turbulencia y ayuda al nadador a desplazarse con más soltura porque corta la resistencia del agua. El traje de baño tiene unas crestas de forma triangular alineadas en paralelo a la corriente, con lo que el agua sólo toca los vértices y el contacto del nadador con ella es menor. Este tipo de traje de baño ya fue utilizado por algunos nadadores en los juegos olímpicos que tuvieron lugar en la Ciudad de Atenas en 2004.
Algunas de las mayores aplicaciones de la biomimética se dan en el campo de los biomateriales, ya que se involucra la síntesis o copia de materiales biológicos y su aplicación en diseños prácticos. Hay muchos ejemplos de materiales en la naturaleza que presentan propiedades únicas de uso. Una de las mayores ventajas de los biomateriales es que son biodegradables. Asimismo, el empleo de altas temperaturas y químicos peligrosos normalmente utilizados en las construcciones hechas por el hombre son usualmente incompatibles con las alternativas naturales.
La tela de araña es uno de los materiales biológicos más admirables por su alta resistencia y bajo peso. Este material biológico, producido por una glándula especial que tienen las arañas en el cuerpo, si se comparara en cuanto al peso que soporta sería tres veces más resistente que el acero, uno de los materiales más resistentes hechos por el hombre, ya que se ha medido que la resistencia de los hilos de la tela de araña es de 1 154 mpa (megapascales) mientras que la del acero es de tan sólo 400. La tela de la araña está compuesta por dos tipos de seda, la seda circundante, que forma las líneas y el marco de la red, y una seda viscosa que constituye el pegamento que cubre toda la espiral, con ayuda del cual las presas de la araña quedan adheridas a la red.
Así, cuando un insecto volador es capturado, la tela de la araña debe frenar su marcha mediante la absorción de su energía cinética. La fuerza que se requiere para detener el movimiento del insecto es inversamente proporcional a la distancia a la cual el movimiento debe ser detenido, por lo que cuanto más larga sea la distancia para detener al insecto, menor será la fuerza necesaria para frenarlo y en consecuencia menor será el daño potencial que sufra la red; se trata de un material muy flexible pero a la vez de una extraordinaria resistencia mecánica.
Una firma dedicada a la biotecnología en Quebec, Canadá, llamada Nexia Biotechnologies, ha obtenido exitosamente los genes de la seda de dos diferentes tipos de araña en leche transgénica de cabra, con lo cual se espera en un futuro no lejano poder fabricar seda de araña en cantidades suficientes para poder ser empleada en el levantamiento de algunas estructuras, de manera tal que se pudiera sustituir el acero, un material que se corroe fácilmente, y el kevlar, un polimeo obtenido mediante procesos fuertemente contaminantes y cuyo reciclaje hoy día es bastante complicado.
Conclusión
La biomimética es una herramienta que ayuda en el diseño de procesos verdes y que permite a los diseñadores, presentes y futuros, un enfoque moderno basado en la antigua práctica de la imitación de la naturaleza. La biomimética sigue los principios de la vida, que nos instruyen a construir de abajo hacia arriba, optimizar en lugar de maximizar, usar la energía libre, aceptar la diversidad, adaptarse y evolucionar, usar procesos y materiales amigables para la vida, entablar relaciones simbióticas y mejorar la biosfera.
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Referencias bibliográficas
Bar-Cohen, Y. 2005. Biomimetics-biologically inspired technologies, CRS Press, Boca Raton, Florida.
Bar-Cohen, Y. 2006. “Biomimetics-using nature to inspire human innovation”, en, Bioinspiration & Biomimetics, núm. 1, pp. 1-12.
Benyus M. Y. 1997. Biomimicry: innovation inspired by nature. William Morrow and Company Inc., Nueva York.
Carlson J., Ghaey S., S. Moran, C. A. Tran y D. L. Kaplan 2005. Biological materials in engineering mechanisms, CRS Press, Boca Raton, Florida.
Chiras D. 1992. Lessons from nature: learning to live sustainably on the earth. Island Press, Washington, DC.
Tributsch H. 1982. How Life Learned to Live: Adaptation in Nature. MIT Press, Cambridge, Massachussets.
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Enrique Rocha Rangel
Universidad Politécnica de Victoria, Tamaulipas
Doctor en ciencias con especialidad en metalurgia y materiales (ESIQIE-IPN). Su línea de investigación es en el procesamiento y caracterización de nuevos materiales. Actualmente es profesor en la Universidad Politécnica de Victoria, Tamaulipas.
como citar este artículo →
Rocha Rangel, Enrique. (2010). Biomimética: de la naturaleza a la creación humana. Ciencias 98, abril-junio, 4-8. [En línea]
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La persistencia de
la memoria VII
Carlos Aguilar Gutiérrez y
Aline Aurora Maya Paredes
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Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Aguilar Gutiérrez, Carlos, Maya Paredes y Aline Aurora. (2010). La persistencia de la memoria VII. Ciencias 98, abril-junio, 78-79. [En línea] |