La persistencia de la memoria |
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Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Maya Paredes
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_______________________________________________________________ como citar este artículo → Aguilar Gutiérrez, Carlos y Maya Paredes, Aline Aurora. (2009). Maíz Transgénico. La persistencia de la memoria. Ciencias 92, octubre-marzo, 158-159. [En línea] |
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de la UCCS
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Ciencia y compromiso social | ||||
UCCS
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La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (uccs) es una organización no lucrativa que comenzó a gestarse a finales de 2004 a iniciativa de un amplio grupo de científicos e investigadores de las ciencias naturales, sociales y de las humanidades, preocupados por las repercusiones y responsabilidades inherentes a las actividades científicas, y con un extenso reconocimiento nacional e internacional por sus logros académicos, así como por sus puntos de vista críticos, constructivos e independientes.
La uccs se propone discutir, desde una perspectiva académica interdisciplinaria e ideológicamente plural, sobre la ética científica y la responsabilidad social y ambiental de la ciencia; incidir en la educación y el desarrollo científico y tecnológico; proponer soluciones a problemas urgentes por medio de espacios y mecanismos de participación social que favorezcan la equidad, la justicia social, además de una relación de carácter sostenible con el medio ambiente. Con tal propósito, la uccs desarrolla un trabajo estructurado alrededor de ejes temáticos para investigación, análisis, discusión, documentación y difusión de temas en los cuales la ciencia y la tecnología juegan un papel preponderante, y cuyas implicaciones socioambientales son polémicas o requieran una solución fundamentada en la ética y el rigor científico. Asimismo, la uccs fomenta y apoya la creación de grupos de estudio, debates, foros y publicaciones. Ha empezado a asumir posturas públicas acerca de asuntos de carácter polémico, y participa junto con grupos y organizaciones sociales en la discusión amplia de temas cruciales que involucran la ciencia y la tecnología. Uno de sus principales objetivos es detectar en qué casos existen polémicas científicas genuinas sobre algunas problemáticas, y en cuáles los datos científicos disponibles son suficientes para emitir una recomendación particular con rigor técnico y científico, sin conflicto de intereses particulares o partidistas. Con la finalidad de establecer un vínculo entre el desarrollo ético de la ciencia en México y la participación de la sociedad en los temas relacionados con este campo, la uccs pretende realizar una serie de documentales, acervos audiovisuales, trípticos, carteles, publicaciones de divulgación, además de conferencias, mesas redondas, talleres y otros eventos para difundir de manera directa y oral sus resultados y posturas. También se desarrollará una estrategia de medios para tener presencia activa y constante en la prensa escrita, la televisión, la radio e internet.
La página electrónica de la uccs es una herramienta de comunicación interna y externa mediante la cual se pretende vincular la información generada al interior de los diversos ejes temáticos y proyectos, dar a conocer los avances y resultados de sus investigaciones, informar sobre las actividades que se desarrollan, así como promover que la información y discusión de temas científicos llegue a sectores más amplios y diversos de la sociedad. En el caso de asuntos coyunturales, la página servirá como medio inmediato para emitir manifiestos y declaraciones que asuman una postura fundamentada sobre asuntos urgentes de interés social. Estos podrán ser respaldados por otros científicos y también por ciudadanos en general que concuerden con las posturas expuestas en ella. En la actualidad, la uccs cuenta con grupos de trabajo en tres ejes temáticos fundamentales sobre asuntos cuyas repercusiones inmediatas ocupan a la sociedad y a la comunidad científica, y sobre los cuales es necesario generar información suficiente para la toma de conciencia pública y la implementación de acciones que permitan detener los efectos negativos de estos procesos en la sociedad y el entorno. Estos temas son: cambio climático, alimentación y agricultura, y urbanización desordenada y no sostenible.
Agricultura y alimentación En la época contemporánea existe una crisis alimentaria que, en México, se ancla en la subordinación de la agricultura a intereses privados, la desigualdad social, la aplicación de tecnologías inadecuadas y los problemas ambientales. La gravedad de esta crisis amenaza con profundizarse; por lo tanto, es urgente que sus causas, consecuencias y soluciones sean analizadas por grupos interdisciplinarios, de manera crítica e independiente de intereses comerciales. El desarrollo e implementación de conocimiento científico aplicado a resolver este problema debe enfocarse en las características particulares del entorno donde se pretende utilizar, y en una visión ética que garantice la seguridad alimentaria, así como una interacción segura con el ambiente.
Las políticas aplicadas en este rubro durante los últimos años han agudizado los problemas de pobreza y degradación ambiental, y han repercutido en la migración masiva de población rural hacia entornos urbanos y otros países, lo cual, a su vez, ha desarticulado la trama social y productiva del campo, y ha generado un déficit en la producción de alimentos básicos. Aunado a esto, la capacidad de abasto por importación de maíz —alimento primordial de México— se ve amenazada por la escasez internacional que generan el uso de este grano para la producción de etanol y forraje, el incremento en el consumo internacional y la especulación. Además de la crisis alimentaria, México enfrenta el enorme reto de conservar la diversidad de productos agrícolas y la riqueza genética que alberga como bienes públicos. Nuestro país es centro de origen y diversificación de alimentos como el maíz, el chile, el frijol, la calabaza, el tabaco y el tomate. El mantenimiento y estudio de esta riqueza es fundamental para lograr autosuficiencia alimentaria, así como para enfrentar plagas, infecciones y efectos del cambio climático en todo el mundo. Por ello es esencial que se estudien los efectos sociales, ambientales, económicos y en la salud de la aplicación de tecnologías agrícolas (como la siembra de organismos transgénicos), que se han desarrollado para contextos agrícolas y ambientales muy distintos al mexicano, y que se proponga una tecnología segura, acorde con las características sociales y ambientales de México.
En este eje temático, en la uccs se ha integrado un primer grupo de trabajo sobre el maíz transgénico en México, el cual está integrando información científica acerca del impacto de las líneas de maíz transgénico que están disponibles en el mercado. Este grupo de trabajo aglutina a algunos de los expertos en maíz más renombrados de México, así como antropólogos, biólogos moleculares, ecológos, agrónomos, economistas, y científicos de otras áreas sobresalientes. Es una referencia para algunos de los actores de esta problemática, pero se pretende que pronto lo sea también para la sociedad civil en general y para quienes toman decisiones políticas y económicas que impactan el manejo de los recursos agrícolas y la seguridad alimentaria en México. Además, este grupo de la uccs promueve el estudio de tecnologías que consideran el carácter megadiverso de México y están orientadas a resolver la desigualdad social y los desastres ambientales asociados con esta situación. Una propuesta La interacción de la ciencia, el desarrollo tecnológico, el sistema de producción, las políticas públicas y la sociedad en su conjunto debe ocurrir en un marco de responsabilidad ética y con un claro compromiso social y ambiental, bajo principios de equidad, justicia y respeto por lo humano.
Ante los retos socioambientales que aquejan de manera urgente al planeta, y a México en particular, la uccs pretende convertirse en un espacio de reflexión profunda, detallada y racional, fundamentada en la interacción de diversas disciplinas de conocimiento bajo una ética humanista, ajena a los intereses de las corporaciones internacionales y de los grupos hegemónicos subordinados a éstos, para el análisis, investigación y desarrollo de proyectos que brinden alternativas viables a dichos problemas, y prevenga otros. Para ello la uccs se plantea los siguientes objetivos: analizar los desarrollos científicos recientes, sus aplicaciones y riesgos, de manera interdisciplinaria y con responsabilidad socioambiental, en torno a ciertos ejes temáticos. Comunicar el resultado de dichos análisis y someterlo a la crítica tanto dentro de las universidades y centros educativos y de investigación, como en el seno de organizaciones sociales, por medios diversos, como conferencias y talleres.
Abrir los debates de la ciencia hacia un diálogo de saberes (por ejemplo, con el conocimiento tradicional de comunidades indígenas o campesinas) y propiciar mayor participación pública. Buscar nuevas formas de incidir en el entorno socioambiental con organizaciones que compartan la misma vocación social y que promuevan un manejo sostenible de los recursos naturales y del ambiente. Promover la formación de nuevos científicos, conscientes de sus responsabilidades éticas y sociales, con capacidades críticas y autocríticas, abiertos al trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, respetuosos de otras prácticas cognitivas y abiertos al diálogo de saberes. |
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Construir un acervo de estudios críticos acerca del papel de la ciencia en la sociedad.
Analizar de manera crítica y propositiva las actuales políticas para el desarrollo de la ciencia en México, las formas en que se realiza el trabajo científico y se forman los nuevos investigadores, y analizar aquellos problemas nacionales donde las ciencias deben hacer contribuciones importantes para su comprensión y solución.
Incidir en la toma de decisiones y la elaboración de políticas públicas, así como en marcos legales en temas en los que la información científico-tecnológica sea importante.
Promover la comunicación y coordinación entre diferentes grupos de científicos, humanistas y académicos que comparten las preocupaciones y los compromisos anteriores en México y el mundo.
En la uccs creemos que los investigadores, profesores y estudiantes dedicados al quehacer científico y tecnológico debemos ejercer con responsabilidad el saber para contribuir a la utilización social creativa y libertaria del conocimiento, y así revertir aquellas tendencias destructivas sobre el ambiente y la sociedad
que el sistema económico actual está generando. Se trata de un compromiso para fomentar una práctica científica más transparente, independiente y autocrítica, fundada en una ética social y ambiental.
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Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad
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como citar este artículo →
Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). (2009). Ciencia y compromiso social. Ciencias 92, octubre-marzo, 142-145. [En línea]
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Antonio Turrent F.
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En el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales,
Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), desde 1963 se estudia el potencial productivo de maíz de la República Mexicana. Hasta antes del año 2000, el concepto de potencial productivo se ceñía a la evolución de las superficies y a la calidad de la tierra de labor sembrada bajo riego y bajo temporal, y al avance del conocimiento público. Se definía al potencial productivo como el promedio de varios años de producción nacional de maíz si la superficie sembrada fuera tratada con la tecnología pública disponible. Este ejercicio servía como guía para impulsar programas de transferencia de tecnología.
En la actualidad también se toman en cuenta las tierras de labor de ocho estados del sur-sureste factibles de ser irrigadas y que se siembran con maíz bajo temporal; también se contabiliza una parte de las tierras con vocación agrícola que se manejan bajo el sistema de ganadería extensiva. Mientras en la definición previa se ponderaba solamente la inversión requerida para generar nuevo conocimiento público y para transferirlo, en la actualidad también se pondera la oportunidad de la inversión pública en varios tipos de infraestructura: interconexión de energía eléctrica para el campo, caminos, irrigación, y otros servicios. Hasta antes de la década de 1980, los investigadores del inifap y de otras doce instituciones del país habían conducido más de 2 500 experimentos de campo en terrenos de agricultores cooperantes en las principales regiones productoras bajo temporal del país, y más de 800 experimentos bajo riego. En esos experimentos, típicamente de 0.3 a 0.5 hectáreas, se estudió la respuesta del maíz a la fertilización, a las densidades de población y otras prácticas de producción y protección. Estos experimentos fueron conducidos a lo largo de treinta años, por lo que sus resultados integran las variabilidades en los rendimientos asociadas al clima y la edafología. El conocimiento tecnológico y la superficie y calidad de la tierra dedicada al cultivo del maíz muestran una evolución en el tiempo, y se asocian cada vez con mayores rendimientos y producción nacional. De aquí que los varios intentos por evaluar el potencial productivo de maíz han conducido a información cambiante.
La segunda evaluación del potencial productivo de maíz se hizo en 1977, a partir de 2 545 experimentos de campo conducidos en el periodo 1952-1977. Los experimentos involucrados en este estudio fueron sembrados con las primeras generaciones de maíces mejorados y con los maíces de los productores (razas nativas de maíz). En 1991 el programa conocido como pronamat, del mismo inifap, aportó información fresca sobre el desempeño de la segunda generación de maíces mejorados en las Provincias agronómicas de riego y de temporal de muy buena y buena productividad. En 1996 se actualizó la información sobre los rendimientos a partir de proyecciones con apoyo empírico; finalmente, en 2000 se incluyeron resultados de experimentos conducidos en ocho estados del sur-sureste bajo riego, que involucran proyecciones sobre tierras potencialmente irrigables, y también se ponderó el uso potencial de tierras con vocación agrícola, que actualmente se subexplotan con el sistema de ganadería extensiva. Evaluación de 1977 Los 2 545 experimentos conducidos bajo temporal en el periodo 1952-1977 fueron agrupados en 72 agrosistemas de maíz, definidos a partir de seis estratos arbitrarios del cociente de la precipitación sobre la evaporación, tres estratos térmicos y cuatro estratos por la calidad de la tierra. El rendimiento óptimo-económico de cada experimento fue ajustado a un modelo de exponentes fraccionarios basado en las variables independientes del agrosistema, por técnica de regresión. De la ecuación de regresión se obtuvo una estimación del rendimiento potencial para cada uno de los 72 agrosistemas de maíz. A partir de información del V Censo Agrícola, Ganadero y Ejidal y de las cartas edáficas y climáticas del territorio nacional, se estimó la superficie cultivada de maíz correspondiente a cada uno de los 72 agrosistemas. La integración numérica del rendimiento potencial y la superficie cosechada condujo a la estimación de la producción agregada de maíz para los niveles país, estado, distrito de temporal y municipio. Además se dispuso de 819 experimentos de maíz bajo riego, estimándose la producción por un procedimiento similar simplificado. El resultado de este ejercicio fue que la producción potencial de maíz sería igual a 20.17 millones de toneladas anuales para la escala nacional, mientras que la producción observada en 1977 fue igual a 10.05 millones de toneladas anuales. La superficie cosechada para ambas estimaciones fue de 7.48 millones de hectáreas, de ellas 0.97 millones fueron de riego y 6.51 millones de temporal. Evaluación de 1991
Este estudio tuvo como objetivo evaluar el estatus de la tecnología para el cultivo de maíz bajo riego y bajo temporal en las Provincias agronómicas (PA) de muy buena y de buena productividad. Se condujo 302 módulos de riego en los ciclos agrícolas OI 87/88 y primavera-verano (PV) 1988, como muestra representativa de un millón de hectáreas de maíz bajo riego, y 201 módulos de temporal en los ciclos pv 1989 y pv 1990 para muestrear 1.77 millones de hectáreas de temporal de buena calidad. En ambos casos los módulos fueron de una hectárea. Estos módulos fueron conducidos de manera cooperativa entre el productor y el investigador residente del inifap. Los insumos, particularmente la semilla para la siembra y la tecnología, fueron aportados por el proyecto, en tanto que el productor aportó la mano de obra y la fuente de potencia requeridas. Se estableció por coordenadas al azar dos a cuatro predios vecinos de referencia por módulo, en los que el productor aceptó se diera seguimiento a su operación de campo y resultados. Esta parte del estudio produjo 730 parcelas referentes bajo riego y 567 bajo temporal.
Los rendimientos promediaron 6.15 t/ha bajo riego, 4.30 t/ha en la pa de muy buena productividad y 3.80 t/ha en la pa de buena productividad; los rendimientos homólogos referentes fueron respectivamente 3.63, 2.88 y 2.88 t/ha. Las considerables diferencias se asociaron con el mayor potencial productivo de los híbridos del inifap y con mayores densidades de población, aunque similar fertilización, con relación a las parcelas referentes. A partir de esta información y de su comparación con el estudio de 1977 se hicieron proyecciones para la producción nacional de 1985-1989 y para el periodo 2005-2009. La producción potencial fue 25.77 millones de toneladas anuales, para el periodo 1985-1989 y de 28.62 millones de toneladas anuales para el periodo 2005-2009. Se hicieron ambas proyecciones usando la superficie cosechada de 7.10 millones de hectáreas, de las cuales 1.1 millones son de riego y 6 millones de temporal. Evaluación de 2000 Por los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Veracruz, fluye 62% del agua dulce del país. Sin embargo, muy poca infraestructura hidroagrícola ha sido desarrollada en este región sur-sureste, donde se cosechan anualmente unas dos millones de hectáreas de maíz. Por manejarse bajo temporal, las tierras se siembran solamente en el ciclo pv, permaneciendo ociosas en el ciclo otoño-invierno (OI), que es mayormente seco. Se estima que hay un millón de hectáreas de tierras de labor cercanas a fuentes abundantes de agua (ríos, lagunas, acuíferos someros) que podrían ser sembradas dos veces al año si se dotaran de infraestructura de riego.
Con el objetivo de ampliar el potencial productivo conocido de maíz del campo mexicano, se realizaron estudios de campo durante los ciclos agrícolas oi 96/97, oi 97/98 y oi 98/99, aprovechando la escasa y regionalmente dispersa disponibilidad de predios con riego. En el ciclo oi 96/97 se condujeron experimentos en 261 localidades de los ocho estados, comparando tres híbridos y cinco variedades de polinización libre del inifap con 22 híbridos comerciales ofrecidos por los consorcios transnacionales. En los ciclos oi 97/98 y oi 98/99 se condujeron diez experimentos en otras tantas localidades en donde se estudió la respuesta de seis híbridos del inifap a la fecha de siembra y a la fertilización npk, y a la densidad de población bajo condiciones de riego. Los resultados muestran que la tecnología actual permite obtener un rendimiento promedio del orden de 8 t/ha en el millón de hectáreas estudiado. Muy probablemente la factibilidad de introducir el riego en las tierras de temporal del sur-sureste se asocie más con la pequeña que con la gran irrigación, dada la topografía de lomerío y la profundidad somera de gran parte de esos suelos. El sistema de riego presurizado del tipo pivote central o de desplazamiento lateral podría ser la alternativa en muchos casos, como ya lo han experimentado productores visionarios del sureste. Hasta ahora, la escasa interconexión eléctrica actúa como barrera al desarrollo de este tipo de riego.
Finalmente, la consideración de la capacidad maicera del campo mexicano quedaría incompleta si se excluyera la reserva de tierras de labor que actualmente se subutiliza bajo el sistema de ganadería extensiva. Se estima que hay unas 12 millones de hectáreas bajo tal manejo en los mismos ocho estados del sur-sureste. En el sexenio 1988-1994 el poder Ejecutivo Federal tuvo a consideración, y lo descartó por no ser prioritario, el “proyecto Usumacinta” que planteaba construir infraestructura para el riego de un millón de hectáreas de tierras limítrofes entre Campeche y Tabasco. Gran parte de estas tierras es actualmente de uso ganadero extensivo. Probablemente en los próximos 10 a 15 años, en la búsqueda de su seguridad alimentaria, la sociedad tomará la decisión de hacer los ajustes necesarios al Artículo 27 constitucional que permitan dar uso agropecuario integrado a esas tierras. Si en dos millones de esa superficie se siembra maíz bajo riego en el ciclo otoño-invierno, se añadirán por lo menos 16 millones de toneladas al año.
La estimación del potencial productivo de maíz para los próximos 10 a 15 años es de 53 millones de toneladas anuales, de las que: a) 29 millones corresponden a lo que se podría producir actualmente a partir de las tierras que ya se cosechan anualmente de maíz; esto es, 1.1 millones de hectáreas bajo riego y 6 millones de hectáreas de temporal; b) 8 millones adicionales en el sur-sureste después de acondicionar con infraestructura hidroagrícola un millón de hectáreas de tierras de labor; y c) 16 millones de toneladas cosechables en dos millones de hectáreas de la reserva de tierras, actualmente bajo manejo ganadero extensivo, que habrán de acondicionarse para el riego.
La producción nacional promedio del periodo 2002-2006 es de 20.58 millones de toneladas de maíz al año (mientras la producción potencial es de 29 millones de toneladas anuales) y se importa alrededor de 10 millones de toneladas. Es conveniente aclarar que la potencialidad productiva examinada se refiere exclusivamente al uso de tecnología de origen público y con maíz no transgénico. No es necesario cambiar a maíz transgénico y asumir colectivamente el riesgo y dependencia tecnológica asociados para recuperar la suficiencia alimentaria en maíz. |
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Referencias bibliográficas
Aveldaño Salazar, R. y 55 colaboradores. 1992. El Programa Nacional de Maíz de Alta Tecnología. Documento de circulación interna, Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, México. Turrent F., A. 1986. Estimación del Potencial Productivo Actual de Maíz y Frijol en la República Mexicana. Colegio de Postgraduados, Chapingo, México. , R. Aveldaño Salazar y R. Moreno Dahme. 1996. “Análisis de las posibilidades técnicas de la autosuficiencia sostenible de maíz en México”, en Terra, vol. 14, núm. 4, pp. 445-468. , R. Camas Gómez, A. López Luna, M. Cantú Almaguer, J. Ramírez Silva, J. Medina Méndezy A. Palafox Caballero. 2004. “Producción de maíz bajo riego en el Sur-Sureste de México:II. Desempeño financiero y primera aproximación tecnológica”, en Agric. Tec. Mex., vol. 30, núm. 2, pp. 205-221. _____________________________________________________________
como citar este artículo →
Turrent Fernández, Antonio. (2009). El potencial productivo del maíz. Ciencias 92, octubre-marzo, 126-129. [En línea]
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El asalto corporativo a la agricultura
Silvia Ribeiro
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Frente a las crisis alimentaria y climática, las empresas
transnacionales —que han lucrado enormemente con la crisis, obteniendo ganancias récord debido a su control del mercado y la especulación— nos dicen a coro con el gobierno, que la solución son los cultivos transgénicos, porque aumentarán la producción y podrán hacer frente a las variaciones climáticas. Estas afirmaciones no se basan en datos reales, ya que las propias estadísticas de la Secretaría de Agricultura de Estados Unidos y varios estudios de universidades estadounidenses muestran que los transgénicos producen menos, o en ocasiones igual que otras variedades no transgénicas. Lo que es un hecho irrefutable, y la razón por la que las empresas productoras los promueven a ultranza, es que las semillas transgénicas están bajo el mayor oligopolio corporativo en la historia de la agricultura industrial.
Actualmente, las diez mayores empresas semilleras controlan las dos terceras partes del mercado global de semillas (transgénicas o no) bajo propiedad intelectual. Este dato se hace más imponente si recordamos que, hasta hace cuatro décadas, las semillas estaban casi totalmente en manos de campesinos, agricultores e instituciones públicas y circulaban libremente. Hoy día, en 2008, 82% del mercado global de semillas comerciales está bajo propiedad intelectual (patentes o certificados de obtentor), y de éstas, sólo tres empresas, Monsanto, Syngenta y DuPont, las mayores productoras de transgénicos, controlan 47 por ciento.
Aunque estamos inundados de noticias sobre fusiones corporativas que muestran que cada vez un menor número de empresas controlan mayores porcentajes del mercado en todos los rubros, las semillas no son lo mismo que televisores, automóviles o cosméticos. Son la llave de la red alimentaria de cada país y del mundo, y son el corazón de la vida campesina y la base de toda la agricultura. La cuarta parte de la población mundial, los campesinos, campesinas y agricultores familiares del mundo, conservan sus propias semillas para cultivar la comida de muchísimos millones más, sin depender de los precios y condiciones de las empresas semilleras. Esto es un factor cada vez más importante en la actual coyuntura. Dado el cerrado oligopolio de empresas transnacionales que dominan el sector no es posible hablar de soberanía alimentaria, ni siquiera de soberanía nacional, si se depende de unas pocas empresas para comer.
Según la investigación del Grupo etc, hace sólo tres décadas existían más de siete mil empresas semilleras, ninguna de las cuales llegaba a 1% del mercado mundial. En 2000, las diez mayores controlaban 37% del mercado. Actualmente controlan 55% de todo tipo de semillas comerciales. La escalada por el control total del mercado es vertiginosa, y en épocas de crisis alimentaria mundial los países que estimulen el uso de semillas industriales quedarán esclavizados por el control de precios, condiciones y tipo de variedades que se les ocurra poner en el mercado a las pocas empresas que tienen el control de este elemento clave: la llave de todo el resto de las actividades agrícolas y alimentarias. Las empresas semilleras modernas son además las mayores empresas globales de agroquímicos. De hecho, la concentración corporativa del sector semillero comenzó hace una década cuando las empresas químicas decidieron tragarse al sector semillas para condicionar la venta conjunta de semillas y agroquímicos. Su casamiento dio como resultado los transgénicos, lo cual explica que más de 80% de los transgénicos en campo, y la vasta mayoría de los que las empresas dicen desarrollar, son “tolerantes” a los agrotóxicos patentados por las mismas compañías, lo que implica un mayor uso debido a la adicción a éstos.
DuPont, que por años ocupó el primer puesto como semillera, quedó por debajo de Monsanto con la compra que ésta hizo en 2005 de la multinacional mexicana Seminis. Monsanto es ahora la mayor empresa mundial de venta de semillas comerciales de todo tipo, además de que ya tenía el monopolio virtual en la venta de semillas transgénicas (87% a nivel global). En la última década Monsanto engulló, entre otras empresas, a Advanta Canola Seeds, Calgene, Agracetus, Holden, Monsoy, Agroceres, Asgrow (soya y maíz), Dekalb Genetics y la división internacional de semillas de Cargill. En 2008 compró Semillas Cristiani Burkard, la mayor empresa semillera de Centroamérica, con lo que se posicionó como la empresa dominante en toda Mesoamérica. En área cultivada a escala global, en 2005 las semillas transgénicas de Monsanto cubrían 91% de la soya, 97% de maíz, 63.5% de algodón y 59% de canola. A nivel global (sumando cultivos convencionales y transgénicos), Monsanto domina 41% del mercado de maíz.
Además, la compra de Seminis le significó acceder al germoplasma y suministro de 3 500 variedades de semillas (muchas con centro de origen en México) a productores de frutas y hortalizas en 150 países. En rubros donde Monsanto era invisible, pasó a controlar en el mercado mundial 34% de los chiles, 31% de los frijoles, 38% de los pepinos, 29% de los pimientos, 23% de los jitomates y 25% de las cebollas, además de otras hortalizas (cuadro 1).
Si en el rubro de semillas comerciales en general estos datos son graves, en el mercado de semillas transgénicas, se vuelven absurdos. Sólo seis empresas, Monsanto, Syngenta, DuPont (con su subsidiaria Pioneer HiBred), Bayer (incluyendo Aventis Cropscience), Basf y Dow Agrosciences controlan la totalidad del mercado mundial de semillas transgénicas. Todas ellas están entre las principales productoras de agroquímicos. Las diez mayores empresas de agroquímicos controlan 89% del mercado mundial de agrotóxicos.
![]() La dependencia extrema de los agricultores y la dominación corporativa de mercado —en la que predomina Monsanto con amplio margen— es el rasgo característico de los cultivos transgénicos. Pero además del control por la dominación del mercado, todas las semillas transgénicas están patentadas, lo que significa que los derechos de los agricultores reconocidos por la fao (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), de guardar parte de la cosecha y volverla a sembrar, se transforma en un delito. Esto ya le ha reportado a Monsanto más de 21 millones de dólares en litigios contra agricultores cuyas semillas han sido contaminadas, y más de 160 millones en acuerdos fuera de la corte, por la simple amenaza de llevarlos a juicio.
Para reforzar aún más este control y burlar los pocos controles antimonopolios, las compañías están además haciendo acuerdos de colaboración en investigación y para compartir sus patentes, logrando una mayor superficie de control sobre los agricultores. En 2007, Monsanto y Basf hicieron un acuerdo por la colosal suma de 1 500 millones de dólares, para desarrollar variedades transgénicas tolerantes a la sequía en maíz, algodón, canola y soya. En mayo de 2008, Syngenta y Monsanto acordaron realizar una “tregua” en sus litigios de patentes para soya y maíz, y unir sus oligopolios y controlar la oferta. Al mes siguiente, Monsanto y DuPont hicieron un acuerdo para ampliar su mercado común de agroquímicos.
Causa vértigo constatar no sólo la dominación del mercado por un puñado de empresas en un aspecto tan vital, sino además cómo se han ido creando leyes de “bioseguridad” a favor de éstas, y modificando las leyes de semillas en muchos países del mundo para garantizar las ganancias, ventajas e impunidad de estos crecientes oligopolios. Con pequeñas diferencias nacionales, en la última década hemos presenciado la legalización de las patentes y otras formas restrictivas de privatización de las semillas, el desmantelamiento de la investigación pública y de la producción y distribución pública de variedades y, concomitantemente, la privatización de la “certificación”, es decir quién define qué semillas pueden estar en el mercado. Es una enajenación directa de la función que hasta hace una década era del ámbito público, permitiendo que la certificación sea entregada a terceros, que incluso podrían ser las propias empresas que las producen o firmas creadas por ellas.
Es ilustrativo en este sentido el informe América Latina: la sagrada privatización, donde se analizan las leyes de semillas de varios países del continente. En la perspectiva continental, queda aún más claro que ha habido un traslado sucesivo de conceptos: comenzaron regulando las semillas híbridas y comerciales como “una opción” de los agricultores y ahora van hacia la ilegalidad del uso de cualquier semilla que no sea “certificada” y, por ende, de las empresas. Aunque esto aún no se plasma en la leyes de todos los países de la región, está claro que constituye el objetivo.
En México, la Ley de Producción, Certificación y Comercio de Semillas recoge todos estos puntos, complementando la trágica Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados, más adecuadamente llamada “Ley Monsanto”. Ambas fueron promovidas y ampliamente festejadas por Monsanto y las demás transnacionales de agrotransgénicos, como un logro para la defensa de sus intereses.
Como si fuera poco, la dominación corporativa por medio del mercado y las leyes se complementa con la contaminación transgénica de variedades tradicionales o convencionales, que además de los posibles efectos dañinos en las semillas, implica el riesgo de que las víctimas sean llevadas a juicio por “uso indebido de patente”. Como arma final para la bioesclavitud, las empresas presionan ahora para legalizar el uso de semillas Terminator, (tecnologías de restricción del uso genético o gurts) que se vuelven estériles en la segunda generación.
![]() Frente a la crisis climática, las empresas de transgénicos también aseguran que ellas aportarán la solución con cultivos manipulados para resistir la sequía, la salinidad, las inundaciones, el frío y otros factores de estrés climático. Todos estos cultivos aún no existen en el mercado, pero lo que sí existe son 532 patentes aprobadas o en trámite, (en Estados Unidos, Europa, Argentina, México, Brasil, China, Sudáfrica, entre otros) sobre caracteres genéticos provenientes de cultivos campesinos que podrían enfrentar estas condiciones. Nuevamente, el barón de las patentes de “genes climáticos” es Monsanto, que en asociación con basf y algunas empresas biotecnológicas más pequeñas, controlan las dos terceras partes del germoplasma “resistente al clima”.
Un aspecto trágico es que las formas de agricultura altamente tecnificadas, como la llamada “agricultura de precisión”, en realidad han empeorado los problemas que decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para “ahorrar” agua, que sólo llega a la superficie de las raíces de las plantas, ha provocado mayor salinización del suelo, destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades de sembrar cualquier planta.
Los cultivos “resistentes al clima”, prometen aplicar la misma lógica, por lo que además de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos, afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de ir hacia soluciones reales.
La crisis climática y alimentaria es crudamente real, pero la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que se necesita para afrontar los cambios del clima y la crisis alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que desde la década de los sesentas ha creado 70 000 nuevas variedades vegetales (la mayoría ornamentales), se estima que los campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en esta situación son nuevos monopolios para impedir que lo sigan haciendo.
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Referencias bibliográficas:
Grain, América Latina: la sagrada privatización (http:// www.grain.org/biodiversidad/?id=296). Grupo etc, actualización 2008 del documento Oligopolios, S. A., que se publicará en breve y estará disponible en www.etcgroup.org. , La apropiación de la agenda climática, junio de 2008 (http://www.etcgroup.org/es/materiales/publicaciones.html?pub_id=695). , semillas 2005. _____________________________________________________________
como citar este artículo →
Ribeiro, Silvia. (2009). El asalto corporativo a la agricultura. Ciencias 92, octubre-marzo, 114-117. [En línea]
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Marilyn y el taquito J. M. Aurrecochea |
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En febrero de 1962, siete meses antes de que fuera hallada sin
vida en su casa de Los Ángeles —la madrugada del 5 de agosto de aquel año—, Marilyn Monroe realizó una gira por la ciudad de México, donde visitó el legendario restaurante El Taquito, que todavía se ubica en Carmen 69.
Cuarenta años después, Antonio González, el mesero encargado de atender a la actriz, le platicaría a Alfonso Morales que la rubia se dio gusto con varios platillos elaborados a base de maíz: quesadillas, chalupitas, sopes y tacos de filete, mismos que acompañó con dos o tres cocteles margarita. La fotografía que documenta el instante en que la estrella distrae su atención de nuestro característico alimento para regalar su sonrisa a la cámara, fue colocada a la entrada del restaurante con la intención de presumir el momento e inmortalizar el encuentro entre Marilyn y el taquito.
Quién sabe si una fotografía es capaz de inmortalizar algo. Por lo pronto, la imagen permanece en la escalera de acceso al comedero recibiendo a los clientes que acuden a saborear guisos típicos de México.
La sonrisa de la rubia sigue desafiando al tiempo para encontrarse con sus espectadores, mientras el taco espera ser degustado.
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Agradecimientos
A Luna Córnea por habernos proporcionado una reproducción de la fotografía.
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como citar este artículo →
Aurrecochea, Juan Manuel. (2009). Marilyn y el taquito. Ciencias 92, octubre-marzo, 98-99. [En línea]
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Irama Núñez T.
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La organización Greenpeace, dedicada desde hace largo tiempo a
la protección ambiental, afirma que además de los grandes riesgos para el medio ambiente, se deben prohibir los transgénicos en los alimentos a causa de la gran incertidumbre científica que existe en torno a estos productos, pues hasta la fecha no se han hecho las pruebas y los estudios necesarios para garantizar científicamente que su consumo no tendrá efectos nocivos a mediano y largo plazo.
La industria biotecnológica, interesada en vender transgénicos ha señalado que no hay datos para confirmar daños en la salud, pero tampoco existen datos científicos publicados que garanticen que no los habrá. La ausencia de datos no significa ausencia de riesgos. Para contestar a preguntas como ¿usted ha comido transgénicos?, ¿sabe en qué alimentos se pueden encontrar?, ¿sabe qué hacer para evitar consumirlos?, ¿conoce sus posibles efectos en la salud?, la organización Greenpeace elaboró la Guía roja y verde de alimentos transgénicos, en la cual aparecen las empresas que usan transgénicos y la política de utilización de estos ingredientes o sus derivados en los productos alimenticios que se venden en el país.
La información proviene de respuestas y declaraciones de las compañías que aparecen en el documento. La organización seguirá contactando a más empresas con el fin de completar la información sobre la venta de estos productos, y actualizar así esta lista que se halla en su página en la red.
La lista verde incluye los productos cuyos fabricantes proporcionaron a Greenpeace constancia escrita de que no utilizan transgénicos ni sus derivados como ingredientes sus fábricas de México. La lista roja incluye a aquellos productos cuyos fabricantes: no han respondido a Greenpeace, ni brindan garantías de que sus productos no contengan ingredientes transgénicos o sus derivados, o no han expresado un compromiso claro y sin ambigüedades de que no usan transgénicos. Con un tache se encuentran las marcas que resultaron positivas para transgénicos en pruebas de laboratorio. Sobre estas marcas no tienen ninguna duda de que contienen transgénicos. De dicha lista se seleccionaron los productos que contienen maíz. ![]() |
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Nota
Información tomada de la Guía roja y verde de alimentos transgénicos (www.greenpeace.org.mx). _____________________________________________________________
como citar este artículo →
Núñez Tancredi, Irama. (2009). ¿Transgénicos en mi casa? Ciencias 92, octubre-marzo, 80-81. [En línea]
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Susana Biro
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Aunque podría parecer que está de más hablar de la
importancia del modo en que se presenta la información, generalmente la apariencia forma una buena parte de nuestra recepción de un mensaje. Cuando se trata de un texto que está dentro de nuestra área de conocimiento, seguramente ignoramos todo el betún con el cual se decora para hacerlo más atractivo. Pero en el resto de los casos es bastante más difícil desbrozar la maraña que se nos presenta, para quedarnos con los puntos centrales y una versión objetiva del tema.
El caso de la discusión del maíz transgénico en México nos da una excelente oportunidad para mirar con cuidado las maneras en que se está comunicando un tema controvertido de ciencia que involucra a una parte importante de la sociedad. En esta discusión no sólo vemos —como es de esperarse— a los productores y potenciales consumidores de las semillas genéticamente modificadas. También entran asociaciones de científicos, grupos ecologistas y asociaciones civiles. Incluso los medios de comunicación juegan un papel importante al seleccionar o enfatizar cierta información por encima de otra.
En este breve texto les propongo hacer una revisión de los actores en la discusión del maíz transgénico en nuestro país y los mensajes que éstos han plasmado en la red de redes. He seleccionado una página para cada uno de los actores que identifico, esperando que sea representativa. No voy a decir nada de cada una, sino que las voy a dejar hablar por sí mismas. De modo que pueden ver lo que sigue como un menú de degustación, en el que sugiero el orden y algunos criterios para la apreciación, pero cada quién hará su camino. Probablemente Monsanto sea un buen punto de partida. Esta compañía transnacional de biotecnología que quisiera vender ampliamente sus productos en México tiene una página especialmente para nosotros (www.monsanto.com.mx). Uno de sus opositores más evidentes es la asociación ecologista Greenpeace, que —entre otras cosas— está en contra del uso de organismos genéticamente modificados y que tiene una delegación en nuestro país (www.greenpeace.org/mexico). En representación del gobierno y de los intereses de los campesinos pueden acudir al sitio de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (sagarpa.gob.mx).
Para conocer la opinión y las recomendaciones de los científicos, vean la página de la Academia Mexicana de Ciencias (www.amc.unam.mx). También pueden visitar la versión digital de su diario preferido para ver cómo reportan ellos el tema. Les recomiendo La Jornada (www.jornada.unam.mx) principalmente por la facilidad de acceso a la información en su archivo histórico. Y, para redondear esta colección de sitios, usen un buscador y ver qué arroja “maíz transgénico México”. En esta ocasión quizás lo más apropiado sea usar el buscador “ecológico” www.ecoogler.com. Para su recorrido les sugiero varios niveles de lectura. Primero, es interesante fijarse en la parte formal, es decir en la apariencia de la página. Decidan —por ejemplo— si les resulta atractiva, si la información es fácil de encontrar, si el tamaño de los textos es adecuado para una lectura en pantalla y si se aprovechan los recursos que nos dan los hipertextos. También sería deseable determinar la calidad del contenido de las páginas. Aunque no seamos expertos en el tema, hay indicadores que pueden ayudarnos. Uno de estos es saber quiénes son los autores del mensaje. Pero aunque esto no sea aparente, la manera en que se presenta la información dice mucho. Por la redacción misma podemos saber si nos están tratando de informar, convencer o asustar; si quieren abrir el debate o terminarlo; si están preocupados por un grupo social o sólo se representan a sí mismos.
Es posible que al final de su —único e irrepetible— recorrido no tengan una idea más clara de los hechos duros, pero seguramente se habrán formado un buen panorama de qué se está diciendo, quiénes están hablando y para qué. Además tendrán los elementos para reflexionar acerca la importancia del modo en que lo están diciendo. |
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como citar este artículo →
Biro, Susana. (2009). ¿Cómo dijo? Ciencias 92, octubre-marzo, 72-73. [En línea]
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Cristina Barros
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Se calcula que en nuestro territorio hay cerca de veinticinco
mil especies de plantas, esto es, 9% de las que existen en el planeta. De ellas, por lo menos siete mil tienen usos experimentados y definidos, muy variados; las que están presentes en la alimentación, tienen a su vez, aplicaciones distintas. Jerzy Rzedowski enumera veinte de ellas: condimentos, ablandadores, ingredientes para preparar bebidas, conservas, alimentos deshidratados, dulces, platillos especiales, guarnición, aderezos y otros. Este investigador, que tanto aportó a la botánica en México, concluye que tal riqueza de plantas y usos no es igualada en ninguna parte del orbe.
Es evidente que la capacidad de observación de nuestros antepasados les permitió aprovechar de la mejor manera las condiciones excepcionales de este territorio, en donde se cruzan por distintas razones, dos grandes áreas biogeográficas que contienen un sinnúmero de ecosistemas en los que la variedad de climas, suelos y altitudes dan por resultado que seamos el quinto país en biodiversidad y uno de los doce países megadiversos del mundo.
México es además, centro de origen y diversidad, entre otras plantas, de la cuarteta básica de la milpa: maíz, frijol, calabaza y chile, lo que se evidencia en el gran número de variedades que hay aquí de estas plantas. El desarrollo del conocimiento biológico y agrícola de los antiguos mexicanos fue más amplio aún. Para tener una mayor producción de estas plantas cultivadas, generaron sistemas de cultivo y de riego de gran eficiencia; recordemos, por ejemplo, la milpa, la chinampa, la formación de terrazas sucesivas, entre otros. La milpa es, sin duda, una gran aportación al mundo, como afirma Marco Buenrostro, que al contraponerse a los monocultivos, dadas las condiciones actuales de falta de agua, empobrecimiento de los suelos y dependencia de las empresas transnacionales de producción de semillas y de agroquímicos, muestra amplias ventajas. El ciclo de la milpa La milpa es un universo en sí misma. Su forma rectangular replica el plano de la tierra con los cuatro rumbos, uno en cada esquina. A partir de que el campesino indígena elige el lugar para sembrar, se convierte en un espacio sagrado. Ahí va a tener lugar un ciclo de celebraciones rituales y de actividades agrícolas y biológicas. El campesino ha escogido las semillas de la cosecha anterior, muchas veces con la ayuda de las mujeres más experimentadas de la familia; las han bendecido y están ya listas. En una milpa tradicional, el trabajo de sembrarlas es cuidadoso; no al voleo, sino casi de hoyo en hoyo, de semilla en semilla. Ver brotar al maíz es siempre un motivo de alegría, de esperanza. La distribución de los surcos permitirá que el cuidado de las plantas sea, como observa el biólogo Francisco Basurto, casi individual. En una milpa convivirán decenas de plantas y aun de animales. La mayor parte de ellos estarán presentes en la comida cotidiana y entre las plantas habrá también medicinales, de ornato y para la elaboración de alguna artesanía. Cuando la planta de maíz ha crecido, se pueden usar las hojas para envolver cierto tipo de tamales y también para llevar a vender o mantener frescos en casa los quesos rancheros; la caña tierna, por su contenido de azúcares, es buena golosina para los niños. Cuando alcanza ya su plenitud, lanza su espiga; entonces se dice que está güereando la milpa. Con estas espigas, fuente de polen para la fecundación del maíz, pueden hacerse atoles y tamales.
Vendrán después los elotitos muy pequeños, los jilotes; éstos son tan tiernos que pueden comerse crudos. Los cabellitos del elote se utilizan en la medicina tradicional, al igual que la raíz de la planta. El fruto ya embarnecido es el elote. A fines de septiembre, en muchos lugares del país hay elotes en abundancia; es su tiempo. En las elotadas de esta época con familiares y amigos se comparten ya sea hervidos en agua, asados en el comal o en una parrilla, desgranados y cocinados como esquites, que se sazonan con epazote y chile. Estos granos se usan también para preparar los chileatoles, tan comunes en Veracruz, Michoacán, Puebla y otros lugares. Hay numerosas variantes, todas deliciosas y buenas para paliar el viento frío que empieza a soplar ya en octubre. Cuando el elote está más sazón, se cortan los granos y se preparan los pasteles de elote y algunos atoles. Los tamales de elote, dulces y salados, son otra delicia de la cocina mexicana. Destacan los llamados tamales colados; para hacerlos se tamiza el elote para quitar los hollejos y dejar la masa tersa. Algunas amas de casa michoacanas preparan así los famosos uchepos, que pueden acompañarse de salsa de jitomate con rajas, queso y crema. Esta familia de tamales se envuelve, desde luego, con las hojas color verde tierno del elote; le confieren un sabor especial y, además, se marca en la masa el dibujo de su tejido. En México hasta lo que en otros lugares es plaga se aprovecha, así ocurre con el gusano elotero y con el afamado cuitlacoche, uno de los hongos más sabrosos que existen. Antes de llegar al maíz de grano ya seco, hay un estadio que en algunas partes llaman camahua; los granos no están ni secos ni tiernos. Es la hora de preparar una variedad de tlaxcales y un tipo de gorditas que se cuecen en el comal. Aquí la masa es granulosa, de una consistencia especial; estas gorditas pueden ser saladas o dulces. Una técnica de conservación antigua y muy presente en Zacatecas, Durango y Chihuahua, es la de conservar este maíz camagua cociéndolo primero para luego orearlo. Meses después, casi siempre en semana santa, éstos que se llaman huachales o chacales se cuecen de nuevo para rehidratarlos. Con ellos se hace una especie de pozole blanco o rojo; si es rojo, el chile indicado para darle color es el chile que llaman pasado.
Llega el momento de cortar las mazorcas que se han dejado sazonar en la mata, doblándolas para que no les entre la lluvia, a veces con todo y hojas y hasta un pedazo de caña; otras sacando sólo la mazorca con la ayuda del pizcalón o pizcador. Se van acomodando en costales, en chundes o en ayates hechos de ixtle, que es la fibra del maguey.
El maíz se guarda en trojes y las mejores mazorcas se cuelgan encuatadas, esto es, atándolas de dos en dos, muchas veces en el espacio que sirve de cocina para que el humo las preserve de la humedad y algunos insectos que quieren adelantarse al hombre en eso de comer pinole. Ni a su muerte deja de ser útil la planta de maíz. Es forraje para los animales y abono para la siguiente siembra. Con los olotes o centro de la mazorca se hacen desgranadoras —las oloteras—, tapas de botellas o de guajes, pipas, artesanías. Y con las hojas, las bellas figuras de totomoxtle, natural o coloreado. La cocina del maíz
El maíz que se va a consumir en casa se desgrana conforme se usa, pero también puede guardarse ya desgranado. Es el gran tesoro familiar porque será el sustento durante varios meses. Los granos de maíz pueden molerse para dar lugar a la harina, pinole en náhuatl. Esta harina se puede mezclar con azúcar, con cacao y aun con canela. El pinole se come solo —si tenemos saliva suficiente—, o se cuece en agua dando por resultado el atole de pinole, que es algo exquisito. Con harina de maíz se elaboran en el norte los coricos, unas galletitas muy sabrosas, y con maíz martajado blanco y azul las famosas tostadas de los alrededores de Toluca, con que nos deleitan en el zócalo y otros lugares de encuentro, numerosas marchantes que los aderezan con salsa, cebollita, cilantro y queso. Nuestros abuelos desarrollaron maíces especialmente aptos para hacer harina. Pero lo más frecuente es cocer el maíz con cal; este nixtamal molido se volverá la sagrada masa con la que se lucirán las cocineras mexicanas de todo el país, preparando las tortillas, pero también especialidades regionales: bocoles, gorditas, sopes, chalupas, chilapitas o chilapeñas, huaraches, tlacoyos o tlatlaoyos, panuchos, empanadas, quesadillas, volcanes, salbutes y así hasta el infinito. Con masa de nixtamal se hacen además innumerables atoles: el blanco, el de cáscara de cacao, de guayaba, de ciruela amarilla, de coco, de anís, champurrado —que lleva chocolate y piloncillo—, y muchos más. La masa de maíz rojo o negro, que se deja agriar durante la noche, da por resultado el xocoatole; se endulza ligeramente y tiene un sabor inigualable. Es un atole ceremonial presente en algunas celebraciones religiosas como la semana santa o en fiestas patronales dedicadas a santos de lluvia, como San Juan, que se festeja en junio. La lista es insuperable cuando de tamales se trata. En su recetario, la historiadora Guadalupe Pérez San Vicente reunió más de 300 tamales distintos y sabemos que hay muchos más. Aquí varía la manera de preparar la masa, el tamaño, la forma, los rellenos, las hojas con que se envuelven: maíz o totomoxtle, plátano, acelga, papatla, por ejemplo. Los tamales suelen cocerse al vapor, pero también en horno de bóveda como en el caso del zacahuil huasteco, o bajo tierra como en el del mucbi pollo de Yucatán. Toda la gama anterior no es sino producto del mayor refinamiento cultural. Sólo con una gran creatividad y con culturas tan diversas se puede lograr que un solo grano se multiplique en cientos de preparaciones. Frijol, chile y calabaza La riqueza de la milpa empieza con el maíz, pero no acaba ahí. La gran variedad de frijoles rastreros y de guía, con sus colores, sus sabores y tamaños, es otra riqueza para la cocina; lo mismo ocurre con la calabaza de la que se usa la flor, la guía, el fruto tierno y maduro, las semillas o pepitas; es esta cualidad indígena que consiste en utilizar integralmente las plantas, otro signo de cultura. El chile es el más versátil de los condimentos que existe. Una pimienta podrá variar en sus colores y aun en su sabor, pero será sólo pimienta. En el caso de los chiles, varía mucho su sabor, pero además pueden consumirse cocidos, crudos o asados; saben de una manera cuando están frescos y el mismo chile es un producto distinto cuando está seco; es la diferencia que encontramos entre un cuaresmeño y un chipotle, o entre un chilaca y un pasilla. El chile en manos de las cocineras y cocineros mexicanos es como al pintor la paleta de colores. La presencia del chile como condimento en el mundo es también notable. Y así podríamos seguir recorriendo el mundo del tomate y el jitomate. Y luego están los quelites: verdolagas, quintoniles, cenizos, nabo; además de la yuca, el camote, el melón, el xonacate y muchas otras plantas, según la región, que cultivadas o inducidas crecen en la milpa y enriquecen la comida diaria de todos nosotros y especialmente de la gente del campo. Otras alternativas son los frutales y nopales que pueden servir de límite a los sembradíos. Los maíces criollos, que son el centro de la milpa, y la tríada que lo acompaña —chile, frijol y calabaza— no pueden perderse. Tampoco el resto de las plantas y animales presentes en las muchas y distintas milpas del país. Son una herencia milenaria y representan una visión del mundo mucho más acorde con la naturaleza, no depredadora, rica en posibilidades nutricionales y culinarias. La irreversibilidad de la contaminación por transgénicos es sin duda una gran amenaza que pone en riesgo las razas y variedades de maíz que nos dan la riqueza que aquí hemos sintetizado; también la autonomía de los campesinos que se verían obligados a depender de semillas patentadas, cuando el maíz es un bien colectivo que les ha pertenecido por milenios; ellos lo crearon y lo recrean en cada ciclo agrícola. Es eso lo que defendemos cuando decimos que sin maíz no hay país. |
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Nota
Este texto se leyó en el Foro científico-académico “De Quetzalcóatl a los transgénicos: ciencia y cultura del maíz en México”, que tuvo lugar los días 8 y 9 de octubre de 2008. _____________________________________________________________
como citar este artículo →
Barros, Cristina. (2009). Maíz, alimentación y cultura. Ciencias 92, octubre-marzo, 56-59. [En línea]
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Hacer milpa Armando Bartra |
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Más que hombre de maíz, los mesoamericanos somos gente
de milpa. Es la nuestra una cultura ancestral cimentada en la domesticación de diversas plantas como maíz, frijol, chile, tomatillo y calabaza que se siembran entreveradas en parcelas con cercos de magueyes o nopales, donde a veces también crecen ciruelos, guayabos o capulines silvestres y donde se recogen quelites. Milpas que junto con las huertas de hortalizas y de frutales, con los animales de traspatio y con la caza la pesca y la recolección, sustentan la buena vida campesina. En rigor los mesoamericanos no sembramos maíz, hacemos milpa, con toda la diversidad entrelazada que esto conlleva. Y la milpa —sus dones, sudores y saberes— es el origen de nuestra polícroma cultura. No solo la rural, también la urbana; que los pueblos son lo que siembran y cosechan, pero también lo que comen y lo que beben, lo que cantan y lo que bailan, lo que lamentan y lo que celebran.
Pero no hay milpa sin cuitlacoches y en la última década el sustento histórico de nuestra identidad está en entredicho. Asia es impensable sin arroz y Europa inconcebible sin trigo, como Mesoamérica lo es sin maíz, pero aquí ya tenemos que importarlo. Con una producción anual promedio de 20 millones de toneladas, México todavía es autosuficiente en maíz blanco. Aunque, visto más de cerca, esto no es tan buena noticia, pues las cosechas que han crecido son los cultivos del noroeste, sobre todo de Sinaloa; siembras de riego, intensivas en agroquímicos y de altos rendimientos, que además acaparan los subsidios; en cambio la producción maicera en tierras de temporal y con menores rendimientos no ha dejado de disminuir. Así, el maíz devino en agronegocio empresarial mientras que la milpa campesina se estancaba y retrocedía. Además de que la autosuficiencia es sólo en maíz blanco, en cambio traemos de Estados Unidos en promedio 7 millones de toneladas anuales del amarillo, que es para uso industrial o forrajero. Pero cuando hay escasez y precios altos en el mercado mundial, el maíz blanco se exporta con subsidio, se da al ganado en sustitución del amarillo y se oculta con fines especulativos. De modo que siendo autosuficientes y aun excedentarios en el grano para consumo humano, para completar lo que se ocupa en las tortillas debemos comprar en el extranjero un maíz caro, amarillo y en parte transgénico. Si queremos comer, los mexicanos necesitamos importar más de 100 mil millones de pesos anuales en alimentos, entre ellos 25% del maíz que aquí se consume. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Por qué, si antes nos dábamos abasto sobradamente, caímos en la dependencia? La respuesta es sencilla pero alarmante: porque desde los ochentas del pasado siglo el gobierno renunció voluntariamente a la soberanía alimentaria en nombre de las “ventajas comparativas”; un paradigma según el cual es mejor exportar mexicanos e importar comida que apoyar a los campesinos para que cultiven aquí nuestros alimentos. El resultado ha sido dependencia alimentaria y migración; es decir hambre y éxodo.
Racismo alimentario El maíz es identidad porque es sustento de los pobres, alimento básico de la mayoría del pueblo mexicano. En El nuevo cocinero mexicano, libro de recetas publicado en 1831, se define al maíz como “Planta (…) indígena del suelo Americano (…) que se ha cultivado con sumo provecho de la gente pobre, que en su fruto ha encontrado un alimento sano, sabroso al paladar y barato”. Sin embargo, después de la apología se afirma, también, que “este ramo de industria se ha descuidado enteramente con notable perjuicio de los pobres, que tendrían pan a menos precio, por ser siempre más barato el maíz que el trigo”. Por su parte, unos años antes, el científico y viajero Alejandro Humboldt escribía, refiriéndose a México: “El maíz debe considerarse como el alimento principal del pueblo, como lo es también de la mayor parte de los animales domésticos (…) El año en que falta la cosecha de maíz, es de hambre y miseria”.
¿Por qué, entonces, si fue y es tan importante, el maicero ha sido un ramo enteramente descuidado, como ya en 1831 reconocían los autores de El nuevo cocinero mexicano? Las razones son muchas, pero una de ellas —y no poco relevante— es que el maíz es el alimento de las mayorías, de los pobres, de los herederos de las culturas mesoamericanas originarias. El maíz preparado en sus formas tradicionales es lo que comen los indios, lo que comen los campesinos, lo que come la chusma, el peladaje. Y los criollos y sus herederos, que desprecian a la indiada, desprecian también el grano que la alimenta. Entonces, el maíz ha sido relegado por consideraciones racistas. El desprecio racial a los pueblos originarios ha sido una constante de la derecha mexicana, tanto la criolla como después la afrancesada y hoy la agringada. Desprecio que se complementa con la subestimación de las lenguas, culturas y alimentos vernáculos. Pero además de discriminatoria, la derecha es socialmente insensible y le tiene sin cuidado el hambre del pueblo —salvo cuando éste se alborota— de modo que ni por razones culturales ni por razones sociales le preocupa mayormente la falta de maíz. Un inmejorable ejemplo del racismo alimentario de la derecha lo encontramos en Francisco Bulnes. Hostil a Benito Juárez, favorable a Porfirio Díaz y enemigo de la revolución de 1910, Bulnes renegaba también de quienes defendían los derechos indios, con argumentos idénticos a los de derechistas de hoy, como Enrique Krauze. “Los yaqui eran bárbaros y pretendían ser nación, como un francés de la nación francesa —escribía nuestro ultramontano en la inmediata posrevolución. En México 35% de la población es de indios aborígenes (…) y según la doctrina de los defensores de los yaqui, los mestizos, criollos y extranjeros propietarios (…) deben restituir a los aborígenes todo lo que los españoles les quitaron (…) El zapatismo ha sido una consecuencia lógica del yaquismo (…) Ningún mexicano debió haber aceptado la existencia de una nación yaqui o de cualquier otra clase dentro de la nación mexicana”.
Pues bien, este antiindianista radical era consecuente y sostenía también la superioridad racial de los blancos comedores de trigo sobre los prietos comedores de maíz y los amarillos comedores de arroz, razas de segunda cuya proverbial barbarie y molicie justificaba cualquier exceso dicciplinario en que tuviera que incurrir el hombre blanco.
Más sofisticado y reciente que el de Bulnes, es el racismo embozado que alega la ausencia en el maíz de dos aminoácidos esenciales para la alimentación: lisina y triptofano, como presunta explicación científica de la incapacidad de los mexicanos para acceder a los niveles de bienestar y cultura de las naciones desarrolladas. ¿Cómo va a prosperar —sostienen— un pueblo que se alimenta de un grano propio para animales? Aparte de la obviedad de que ningún pueblo se sustenta sólo en un cereal, pues todos son nutricionalmente limitados, y de que la cultura del maíz se apoya también en el frijol, el chile y otros alimentos, el argumento seudocientífico es una muestra más de racismo alimentario. El desprecio racial al maíz y a los mexicanos de a pie se expresa muy claramente en los períodos de crisis agrícola, cuando caen las cosechas del cereal. En estas coyunturas es habitual que se enfrenten dos posiciones: la de quienes reivindican la importancia de recuperar la producción maicera campesina, por razones económicas pero también de justicia social y de preservación de la cultura, y la de quienes reducen la cuestión a un asunto de mercado, por lo que apuestan a la importación y en todo caso a la producción intensiva y empresarial del grano. Las reacciones frente al estancamiento de la producción maicera durante los años setentas del siglo pasado —crisis que rompió una larga historia de autosuficiencia y tuvo que compensarse con importaciones crecientes con las que se satisfacía la cuarta parte del consumo total— ejemplifica esta confrontación, en términos que se han mantenido básicamente iguales durante los últimos treinta años. Defensa de la diversidad La reivindicación de la milpa —la defensa de la producción campesina de maíz, frijol y otros alimentos básicos— es una lucha contra el hambre y el éxodo, un combate por la soberanía alimentaria y por la soberanía laboral. Pero es también una batalla, aun más profunda y decisiva, por preservar la pluralidad cultural y la diversidad biológica, de las que depende no sólo el futuro del país sino también el futuro de la humanidad. Pese al implacable emparejamiento tecnológico y cultural del último medio siglo, el mapa de los maíces mexicanos es aún la cartografía de los pueblos originarios. Nuestra diversidad maicera es raíz y sustento de nuestra diversidad étnica. Pero el maíz está amenazado, no sólo por la insuficiencia de la producción y el acoso de las importaciones, sino también por la tendencia a transformar un cultivo campesino de milpa en una siembra intensiva empresarial. El mundo campesino no fue avasallado por la implacable extensión del comercio, que transformó en mercancías una parte creciente de sus insumos y de sus productos; tampoco fue derrotado por el latifundio expropiador de las mejores tierras, ni por la competencia desleal del empresario agrícola, ni por la rapiña del usurero, ni por la inequidad del coyote, ni por la torpeza del burócrata. La debacle profunda del mundo campesino empezó con la insidiosa inducción de una tecnología que carcome el núcleo duro de su racionalidad al sustituir la laboriosa conservación de la fertilidad natural por el empleo de máquinas e insumos de síntesis química; recursos que terminan por hacer de la tierra un simple sustrato estéril dependiente de los fertilizantes sintéticos y por mudar el equilibrio biológico basado en la diversidad en un frágil monocultivo cuyas plagas sólo los más feroces pesticidas pueden abatir.
Hoy, el campesino está preso en las asimetrías del mercado, pero también y sobre todo en la perversidad de un modelo tecnológico que lo obliga a emplear dosis crecientes de abonos químicos que proporcionan una apariencia de fertilidad pero agotan los suelos; que le exige el uso de herbicidas y “selladores” —propiamente llamados “mata todo”— que destruyen las diversas formas de vida; y por la aplicación de agresivos pesticidas que envenenan los suelos y las aguas enfermando al agricultor y a los consumidores. Una milpa donde se aplica Gramaxone es una milpa en la que no puede haber matas de frijol y de calabaza; es una milpa a suelo raso, sin biodiversidad y propensa a las plagas; es una milpa crecientemente contaminada por pesticidas y cada vez más dependiente del fertilizante químico, y es, por último, un cultivo cada día más caro cuya cosecha ya no paga el costo de los insumos. El paradigma campesino de producción, que había resistido con prestancia desarrollos agronómicos en última instancia basados en el manejo tradicional del agricultor, es herido de muerte hace medio siglo por una “Revolución verde” cuyas fuentes son la mecánica y la química. Y recibirá la puntilla si no detenemos a tiempo la amenaza de los transgénicos; una tecnología que como los híbridos de la revolución verde, fortalece la dependencia respecto de las trasnacionales que la producen, pero que, a diferencia de los primeros, amenaza la diversidad biológica en el corazón, en el propio germoplasma.
Éste es el tamaño del reto. Salvar al país es salvar al maíz. Pero salvar al maíz es restaurar la milpa como paradigma de agricultura sustentable basada en la diversidad productiva y sustento de la pluralidad cultural. Y para eso el campo mexicano necesita una cirugía mayor; una rectificación profunda que es impensable sin un cambio de rumbo general, un viraje histórico en el modelo civilizatorio. |
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como citar este artículo →
Bartra, Armando. (2009). Hacer milpa. Ciencias 92, octubre-marzo, 42-45. [En línea]
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Marco Buenrostro
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Por su nombre en náhuatl (milli, cultivo y pan, locativo) la
milpa es el lugar de cultivo; como el maíz es su eje, por extensión se llama milpa a un campo sembrado con maíz, al que acompañan muy diversas plantas, unas sembradas y otras inducidas. Se imita así la diversidad que encontramos en la naturaleza. Ésta es una diferencia cualitativa entre monocultivo y policultivo, práctica agrícola que desde mi punto de vista constituye un momento cumbre de la humanidad. Al difundirse el cultivo del maíz entre las altas culturas que poblaron estas tierras, se generaron diferentes tipos de milpa acordes con los más variados ecosistemas, cada uno con características propias, pues el conjunto de plantas se adapta a las condiciones culturales y del medio donde se cultiva.
En ese espacio se obtienen hierbas comestibles como los quelites y condimentos como el chile o el epazote. Además se recolectan hongos e insectos y pueden cazarse armadillos y tuzas entre otros animales. Hay investigadores que documentan hasta sesenta diferentes insumos útiles en las milpas. La mayor parte se utilizan en la cocina, aunque también hay plantas medicinales; otras sirven como rastrojo, algunas como abono; las hay que son de ornato y varias más son materia prima para elaborar artesanías. Los campesinos conocen a detalle las épocas o estadios en los que cada planta rinde un producto; también identifican el tiempo en que se pueden recolectar quelites y otros vegetales. Desde su inicio la milpa generó la necesidad de contar con utensilios y tecnología para su cultivo; las coas, los uictlis, los pizcadores, cestas y ayates fueron generados progresivamente para facilitar la producción; regionalmente los utensilios son de formas y materiales diferentes. Esta concepción del mundo y la naturaleza, condujo a nuestros antepasados a considerar como recursos lo que en otras culturas son plagas. En la milpa se localizan algunas de estas especies; baste mencionar a los chapulines, al gusano elotero y al cuitlacoche, que en México se aprovechan en la cocina. Aprovechamiento integral Otro concepto que generaron nuestros antepasados es el aprovechamiento integral del maíz, de la calabaza y del frijol, entre otras plantas; se aprovecha la gran mayoría de sus partes. Así, de la calabaza nos comemos sus brotes tiernos y sus guías, las flores masculinas se cortan para preparar deliciosos platillos, las calabacitas tiernas se aprovechan en variadas formas, las calabazas maduras también forman parte de diversos platillos, y las pepitas se reservan para disponer de ellas en la elaboración de delicados guisos. El aprovechamiento no destructivo de partes de las plantas es uno de los muchos saberes de los campesinos milperos.
Muchas de las plantas que se cultivan en la milpa tienen relaciones sinérgicas; así por ejemplo el frijol genera en su raíz nitrógeno que el maíz extrae del suelo y éste a su vez proporciona soporte al frijol enredador; las grandes hojas de la calabaza impiden que otras yerbas no útiles prosperen y dan sombra al suelo limitando la evaporación. La milpa, como espacio, proporciona insumos para la cocina, prácticamente desde que se limpia el terreno para el cultivo, durante el tiempo que dura su cultivo y aún después de la cosecha. Las estrategias para la siembra de diferentes plantas están relacionadas con las necesidades del campesino y su familia para cada ciclo agrícola; al seleccionar diferentes conjuntos de plantas, el campesino milpero también rota sus cultivos. La milpa vs el monocultivo En un balance real de producción de beneficios de la milpa en su conjunto, los rendimientos son muy superiores a los que se obtienen sólo contabilizando el maíz al final de la cosecha. La milpa se cultiva con estrategias diferentes a la producción de excedentes para el mercado; con la milpa los campesinos privilegian procurar satisfactores para el bienestar. Los pequeños agricultores milperos inician importantes cadenas económicas, y generan su propio empleo en lugar de ser mano de obra barata en las grandes explotaciones. Por ello, un precio justo para los productos del campo limitaría la migración.
Tradicionalmente en la milpa se privilegió un tipo de cultivo que hoy llamaríamos orgánico, pues el rastrojo se usa como abono natural y algunas plantas como el cempasúchil se utiliza para el control de plagas. En épocas más recientes, sobre todo a partir de la llamada revolución verde, la publicidad y los ingenieros y técnicos especialistas en agronomía se inclinaron por los fertilizantes químicos.
Un monocultivo, por razón lógica, tiende a agotar los nutrimentos del suelo, y aunque es claro que los monocultivadores han generado tecnologías como la rotación de cultivos y el uso de fertilizantes, está demostrado que los monocultivos son más propensos a las plagas. Asimismo, para aumentar los rendimientos económicos, los técnicos han densificado las poblaciones en los monocultivos, aumentando el uso de agroquímicos y la extracción de nutrimentos del suelo, lo que redunda en su deterioro. En los terrenos de riego, esta densificación requiere mayor consumo de agua y por tanto mayor cantidad de agua entra en contacto con los agroquímicos que la contaminan. La destrucción y agotamiento de los suelos, la acumulación de diferentes químicos en los comestibles, la contaminación del agua que es patrimonio de toda la humanidad, la destrucción de bosques y selvas por la ganadería y la agricultura extensiva han sido ocasionados por buscar como único fin el rendimiento y la concentración económica, no el bienestar de la humanidad. Los productores de agroquímicos, además de tratar de maximizar su ganancia, al idear y vender paquetes tecnológicos en los que se incluyen semillas, fertilizantes y agroquímicos reciben la paga al entregar su paquete; el campesino tendrá que utilizar esos productos en determinada etapa del cultivo, financiando así a los vendedores. Por otro lado, una vez pagado el paquete, el campesino afronta los riesgos de no obtener cosecha —sobre todo los agricultores temporaleros. De esta manera aumenta el riesgo de pérdida, aunque se difunda lo contrario. Esto sin considerar que tales sustancias desgastan los suelos hasta dejarlos casi inservibles, ya que la utilización de agroquímicos —agrotóxicos deberían llamarse— ha conducido a la destrucción del suelo orgánico, pues cambian las condiciones del suelo, haciendo que desaparezcan los microorganismos. Es por ello que hay ya numerosas organizaciones y comunidades que están volviendo a los abonos orgánicos y el control de plagas a partir de sustancias naturales. Si como vemos, el sistema llamado milpa es más acorde con la naturaleza y más productivo, ¿por qué no se promueve? Considero que es porque el campesino que siembra su milpa a la manera tradicional es en gran medida autosuficiente. Produce la mayor parte de los insumos que requiere para su alimentación y no depende del comercio para adquirir semillas y fertilizantes. Eso significa que no propicia la explotación del hombre y de la tierra, y por lo tanto no contribuye a concentrar el dinero. La milpa es un concepto cultural; el monocultivo suele tener un enfoque mercantil. |
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como citar este artículo →
Buenrostro, Marco. (2009). Las bondades de la milpa. Ciencias 92, octubre-marzo, 30-32. [En línea]
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