revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Busca ampliar la cultura científica de la población, difundir información y hacer de la ciencia
un instrumento para el análisis de la realidad, con diversos puntos de vista desde la ciencia.
La persistencia de la memoria  
 
del manga
Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Maya Paredes
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Aguilar Gutiérrez, Carlos y Maya Paredes, Aline Aurora. (2009). Maíz Transgénico. La persistencia de la memoria. Ciencias 92, octubre-marzo, 158-159. [En línea]

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de la UCCS
 
Ciencia y compromiso social    
UCCS
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La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (uccs) es una organización no lucrativa que comenzó a ges­tarse a finales de 2004 a iniciativa de un amplio grupo de científicos e investigado­res de las ciencias naturales, sociales y de las humanidades, preocupados por las repercusiones y responsabilidades inhe­rentes a las actividades científicas, y con un extenso reconocimiento nacional e internacional por sus logros aca­démicos, así como por sus pun­tos de vista críticos, constructivos e independientes.

La uccs se propone discu­tir, desde una perspectiva aca­démica interdisciplinaria e ideo­lógicamente plural, sobre la ética científica y la responsabi­lidad social y ambiental de la ciencia; incidir en la educación y el desarrollo científico y tecnológico; proponer soluciones a pro­blemas urgentes por medio de espacios y mecanismos de participación social que favorezcan la equidad, la justicia social, además de una relación de carácter sostenible con el medio ambiente.
Con tal propósito, la uccs desarrolla un trabajo estructurado alrededor de ejes temá­ticos para investigación, aná­lisis, discusión, documenta­ción y difusión de temas en los cuales la ciencia y la tecnología juegan un papel preponderante, y cuyas implicaciones socioambientales son polémicas o requieran una solución fundamentada en la ética y el rigor científico.

Asimismo, la uccs fomenta y apoya la creación de grupos de estudio, debates, foros y publicaciones. Ha empezado a asumir posturas públicas acerca de asuntos de carácter polémico, y participa junto con grupos y organizaciones sociales en la discusión amplia de temas cruciales que involucran la ciencia y la tecnología. Uno de sus principales objetivos es detectar en qué casos existen polémicas científicas genuinas ­sobre algunas problemáticas, y en cuá­les los datos cientí­ficos disponibles son suficientes para emitir una recomenda­ción par­ticular con rigor técnico y cien­tífico, sin conflicto de intereses particulares o partidistas.
 
Con la finalidad de esta­ble­cer un vínculo entre el desarrollo ético de la ciencia en México y la participación de la sociedad en los temas relacio­nados con este campo, la uccs pretende realizar una serie de documentales, acervos audiovisuales, trípticos, carteles, publicaciones de divulgación, además de conferencias, mesas redondas, talleres y otros eventos para difundir de mane­ra directa y oral sus resultados y posturas. También se desarrollará una estrategia de medios para tener presencia activa y constante en la prensa escrita, la televisión, la radio e internet.

La página electrónica de la uccs es una herramienta de comunicación interna y externa mediante la cual se pre­tende vincular la información generada al interior de los diversos ejes temáticos y pro­yec­tos, dar a conocer los avan­ces y resultados de sus investigaciones, informar sobre las actividades que se desarrollan, así como promover que la información y discusión de temas científicos llegue a secto­res más amplios y diversos de la sociedad. En el caso de asun­tos coyunturales, la página servirá como medio inmediato para emitir manifiestos y declaraciones que asuman una postura fundamentada sobre asuntos urgentes de interés social. Estos podrán ser respaldados por otros científicos y también por ciudadanos en general que con­cuerden con las postu­ras expuestas en ella.
 
En la actualidad, la uccs cuenta con grupos de trabajo en tres ejes temáticos fundamentales sobre asuntos cuyas repercusiones inmediatas ocu­pan a la sociedad y a la co­­mu­nidad científica, y sobre los cua­les es necesario generar información suficiente para la toma de conciencia pública y la implementación de acciones que permitan detener los efectos negativos de estos pro­cesos en la sociedad y el entorno. Estos temas son: cambio climático, alimentación y agricultura, y urbanización desordenada y no sostenible.

Agricultura y alimentación
En la época contemporánea exis­te una crisis alimentaria que, en México, se ancla en la subordinación de la agricultura a intereses privados, la de­sigualdad social, la aplicación de tecnologías inadecuadas y los problemas ambientales. La gravedad de esta crisis ame­naza con profundizarse; por lo tanto, es urgente que sus causas, consecuencias y soluciones sean analizadas por grupos interdisciplinarios, de manera crítica e independiente de intereses comerciales. El desarrollo e implementación de conocimiento científico apli­cado a resolver este pro­ble­ma debe enfocarse en las caracte­rísticas particulares del entor­no donde se pretende utilizar, y en una visión ética que garantice la seguridad alimentaria, así como una interacción segura con el ambiente.

Las políticas aplicadas en este rubro durante los últimos años han agudizado los pro­ble­mas de pobreza y degradación ambiental, y han repercutido en la migración masiva de población rural hacia entornos ur­banos y otros países, lo cual, a su vez, ha desarticulado la trama social y productiva del campo, y ha generado un déficit en la producción de ali­men­tos básicos. Aunado a esto, la capacidad de abasto por im­por­ta­ción de maíz —alimento primor­dial de México— se ve amenazada por la escasez internacional que generan el uso de este grano para la producción de etanol y forraje, el incremento en el consumo internacional y la especulación.
 
Además de la crisis ali­men­taria, México enfrenta el enorme reto de conservar la diversidad de productos agrícolas y la riqueza genética que al­ber­ga como bienes públicos. Nues­tro país es centro de origen y diversificación de ali­men­tos como el maíz, el chi­le, el fri­jol, la calabaza, el tabaco y el tomate. El mantenimien­to y estudio de esta riqueza es fundamental para lograr autosuficiencia alimentaria, así como para enfrentar plagas, infecciones y efectos del cam­bio climático en todo el mun­do. Por ello es esencial que se es­tudien los efectos sociales, am­bientales, económicos y en la salud de la aplicación de tec­­no­logías agrícolas (como la siem­­bra de organismos transgénicos), que se han desarro­lla­do para contextos agrícolas y ambientales muy distintos al mexicano, y que se proponga una tecnología segura, acorde con las características sociales y am­bientales de México.

En este eje temático, en la uccs se ha integrado un primer gru­po de trabajo sobre el maíz trans­génico en México, el cual está integrando informa­ción científica acerca del impacto de las líneas de maíz transgénico que están disponibles en el mer­cado.

Este grupo de trabajo aglutina a algunos de los expertos en maíz más renombrados de México, así como antropólogos, biólogos moleculares, ecológos, agrónomos, economistas, y científicos de otras áreas so­bresalientes. Es una referencia para algunos de los actores de esta problemática, pero se pretende que pronto lo sea también para la sociedad civil en general y para quienes toman decisiones políticas y económicas que impactan el manejo de los recursos agrícolas y la seguridad ali­men­taria en México. Además, este grupo de la uccs pro­mue­ve el estudio de tecnologías que consideran el carácter me­gadiverso de México y están orientadas a resolver la desi­gualdad social y los desastres ambientales asociados con esta situación.

Una propuesta

La interacción de la ciencia, el desarrollo tecnológico, el sis­tema de producción, las políticas públicas y la sociedad en su conjunto debe ocurrir en un marco de responsabilidad ética y con un claro compromiso social y ambiental, bajo prin­cipios de equidad, justicia y respeto por lo humano.

Ante los retos socioam­bien­tales que aquejan de manera urgente al planeta, y a México en particular, la uccs pretende convertirse en un espacio de reflexión profunda, detallada y racional, funda­men­tada en la interacción de di­ver­sas disciplinas de conocimien­to bajo una ética humanista, ajena a los intereses de las cor­poraciones internacionales y de los grupos hegemónicos subordinados a éstos, para el análisis, investigación y desarrollo de proyectos que brinden alternativas viables a dichos problemas, y prevenga otros. Para ello la uccs se plantea los siguientes objetivos: analizar los desarrollos cien­tíficos recientes, sus aplicaciones y riesgos, de manera interdisciplinaria y con respon­sabilidad socioambiental, en tor­no a ciertos ejes temáticos.
 
Comunicar el resultado de dichos análisis y someterlo a la crítica tanto dentro de las universidades y centros edu­ca­tivos y de investigación, como en el seno de organiza­ciones sociales, por medios di­versos, como conferencias y talleres.

Abrir los debates de la cien­cia hacia un diálogo de sa­beres (por ejemplo, con el co­nocimiento tradicional de co­munidades indígenas o campesinas) y propiciar mayor par­ticipación pública.
Buscar nuevas formas de incidir en el entorno socioambiental con organizaciones que compartan la misma vocación social y que promuevan un ma­nejo sostenible de los recursos naturales y del ambiente.

Promover la formación de nuevos científicos, conscientes de sus responsabilidades éticas y sociales, con capaci­da­des críticas y autocríticas, abier­tos al trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, respetuosos de otras prácticas cognitivas y abiertos al diálogo de saberes.
Contribuir a la discusión y asimilación crítica de normas y valores éticos dentro de las prácticas científicas.

tabla1
Construir un acervo de es­tudios críticos acerca del papel de la ciencia en la sociedad.
Analizar de manera crítica y propositiva las actuales políticas para el desarrollo de la ciencia en México, las formas en que se realiza el trabajo cien­tífico y se forman los nuevos investigadores, y analizar aquellos problemas nacionales donde las ciencias deben hacer contribuciones impor­tan­tes para su comprensión y solución.
Incidir en la toma de decisiones y la elaboración de po­líticas públicas, así como en mar­cos legales en temas en los que la información científico-tecnológica sea importante.
Promover la comunicación y coordinación entre diferentes grupos de científicos, hu­ma­nistas y académicos que comparten las preocupaciones y los compromisos anterio­res en México y el mundo.
En la uccs creemos que los investigadores, profesores y estudiantes dedicados al que­hacer científico y tecnológico debemos ejercer con res­pon­sa­bilidad el saber para con­tri­buir a la utilización social crea­tiva y libertaria del conoci­miento, y así revertir aquellas tendencias destructivas sobre el ambiente y la sociedad
que el sistema económico actual está generando. Se trata de un compromiso para fomen­tar una práctica científica más transparente, independiente y autocrítica, fundada en una ética social y ambiental.
Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad
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Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). (2009). Ciencia y compromiso social. Ciencias 92, octubre-marzo, 142-145. [En línea]
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El potencial productivo del maíz
 
Antonio Turrent F.
   
   
     
                     
                     
En el Instituto Nacional de ­Investigaciones Forestales, 
Agrí­colas y Pecuarias (INIFAP), desde 1963 se estudia el potencial pro­duc­tivo de maíz de la República Mexicana. Hasta antes del año 2000, el con­cep­to de potencial productivo se ceñía a la evolución de las superficies y a la calidad de la tie­rra de labor sembrada bajo rie­go y bajo temporal, y al avan­ce del conocimiento público. Se definía al potencial pro­duc­tivo como el promedio de varios años de producción na­cio­nal de maíz si la superficie sembrada fuera tratada con la tecnología pública disponible. Este ejercicio servía como guía para impulsar programas de transferencia de tecnología.

En la actualidad también se toman en cuenta las tierras de labor de ocho estados del sur-sur­es­te factibles de ser irrigadas y que se siembran con maíz bajo temporal; también se con­tabiliza una parte de las tie­rras con vocación agrícola que se manejan bajo el sistema de ganadería extensiva. Mientras en la definición previa se ponderaba solamente la inversión re­­querida para generar nuevo co­no­ci­mien­to público y para transferirlo, en la actualidad también se pondera la oportunidad de la inversión pública en varios tipos de infraestructura: interconexión de energía eléc­trica para el campo, caminos, irrigación, y otros servicios.

Hasta antes de la década de 1980, los investigadores del inifap y de otras doce institu­cio­nes del país habían con­duci­do más de 2 500 experimentos de campo en terrenos de agricultores cooperantes en las principales regiones pro­duc­toras bajo temporal del país, y más de 800 experi­men­tos bajo riego. En esos experimentos, típicamente de 0.3 a 0.5 hectáreas, se estudió la res­puesta del maíz a la fertili­za­ción, a las densidades de po­bla­ción y otras prácticas de pro­ducción y protección. Es­tos experimentos fueron conducidos a lo largo de trein­ta años, por lo que sus resulta­dos integran las variabilidades en los rendimientos asocia­das al clima y la edafología.
El conocimiento tecnoló­gi­co y la superficie y calidad de la tierra dedicada al cultivo del maíz muestran una evolución en el tiempo, y se asocian cada vez con mayores rendimientos y producción nacional. De aquí que los varios intentos por evaluar el potencial pro­ductivo de maíz han conducido a información cambiante.

La segunda evaluación del potencial productivo de maíz se hizo en 1977, a partir de 2 545 experimentos de cam­po conducidos en el pe­rio­do 1952-1977. Los experi­men­tos involucrados en este es­tudio fueron sembrados con las primeras generaciones de maí­ces mejorados y con los maíces de los productores (razas nativas de maíz). En 1991 el pro­grama conocido como pro­namat, del mismo inifap, aportó información fresca sobre el des­empeño de la segunda ge­neración de maíces mejorados en las Provincias agronómicas de riego y de temporal de muy buena y buena productividad. En 1996 se actualizó la información sobre los rendi­mien­tos a partir de proyecciones con apoyo empírico; finalmente, en 2000 se incluyeron ­resultados de experimentos con­ducidos en ocho estados del sur-sureste bajo riego, que involucran proyecciones sobre tierras potencialmente irrigables, y también se pon­de­ró el uso potencial de tierras con vo­cación agrícola, que actual­men­te se subexplotan con el sistema de ganadería extensiva.

Evaluación de 1977

Los 2 545 experimentos conducidos bajo temporal en el pe­riodo 1952-1977 fueron agrupados en 72 agrosistemas de maíz, definidos a partir de seis estratos arbitrarios del co­ciente de la precipitación sobre la evaporación, tres estratos térmicos y cuatro estratos por la calidad de la tierra. El rendimiento óptimo-económico de cada experimento fue ajus­tado a un modelo de expo­nen­tes fraccionarios basado en las variables independientes del agrosistema, por técni­ca de regresión. De la ecuación de regresión se obtuvo una es­timación del rendimiento po­ten­cial para cada uno de los 72 agrosistemas de maíz. A partir de información del V Cen­so Agrí­cola, Ganadero y Ejidal y de las cartas edáficas y cli­má­ticas del territorio nacional, se estimó la superficie cultivada de maíz correspondiente a cada uno de los 72 agrosistemas. La integración numérica del rendimiento potencial y la superficie cosechada con­dujo a la estimación de la producción agregada de maíz ­para los niveles país, estado, distrito de temporal y municipio. Además se dispuso de 819 experimentos de maíz ba­jo riego, estimándose la producción por un procedimiento similar simplificado. El resultado de este ejercicio fue que la producción potencial de maíz sería igual a 20.17 millones de toneladas anuales para la escala nacional, mientras que la producción observada en 1977 fue igual a 10.05 millones de toneladas anuales. La superficie cosechada para am­bas estimaciones fue de 7.48 millones de hectáreas, de ellas 0.97 millones fueron de riego y 6.51 millones de temporal.
 
Evaluación de 1991

Este estudio tuvo como objetivo evaluar el estatus de la tec­nología para el cultivo de maíz bajo riego y bajo temporal en las Provincias agronómicas (PA) de muy buena y de buena productividad. Se condujo 302 módulos de riego en los ciclos agrícolas OI 87/88 y pri­ma­vera-verano (PV) 1988, como muestra repre­sen­tativa ­de un millón de hectáreas de maíz bajo riego, y 201 módulos de temporal en los ciclos pv 1989 y pv 1990 para mues­trear 1.77 millones de hectáreas de tem­poral de bue­na ca­li­dad. En am­bos casos los módulos fue­ron de una hec­tárea.
 
Estos módulos fueron con­ducidos de manera coopera­tiva entre el productor y el investigador residente del inifap. Los insumos, particularmente la semilla para la siembra y la tecnología, fueron aportados por el proyecto, en tanto que el productor aportó la mano de obra y la fuente de potencia requeridas. Se estableció por coordenadas al azar dos a cuatro predios vecinos de referencia por módulo, en los que el productor aceptó se die­ra seguimiento a su operación de campo y resultados. Esta parte del estudio produjo 730 parcelas referentes bajo riego y 567 bajo temporal.

Los rendimientos promediaron 6.15 t/ha bajo riego, 4.30 t/ha en la pa de muy buena pro­duc­tividad y 3.80 t/ha en la pa de buena productividad; los ren­dimientos homólogos re­fe­ren­tes fueron respectivamente 3.63, 2.88 y 2.88 t/ha. Las con­siderables diferencias se asociaron con el mayor poten­cial productivo de los híbridos del inifap y con mayores densidades de población, aun­que similar fertilización, con re­la­ción a las parcelas referentes.

A partir de esta información y de su comparación con el estudio de 1977 se hicieron proyecciones para la producción nacional de 1985-1989 y para el periodo 2005-2009. La producción potencial fue 25.77 millones de toneladas anuales, para el periodo 1985-1989 y de 28.62 millones de toneladas anuales para el periodo 2005-2009. Se hicieron am­bas proyecciones usando la superficie cosechada de 7.10 millones de hectáreas, de las cuales 1.1 millones son de rie­go y 6 millones de temporal.

Evaluación de 2000


Por los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Veracruz, fluye 62% del agua dulce del país. Sin embargo, muy poca in­fra­es­truc­tura hidroagrícola ha sido desarrollada en este región sur-sureste, donde se cosechan anualmente unas dos millones de hectáreas de maíz. Por manejarse bajo temporal, las tierras se siem­bran sola­men­te en el ciclo pv, per­ma­ne­cien­do ociosas en el ciclo oto­ño-invierno (OI), que es ma­yormen­te seco. Se estima que hay un millón de hectáreas de tierras de labor cercanas a fuentes abundantes de agua (ríos, lagunas, acuíferos so­me­ros) que podrían ser sembradas dos ve­ces al año si se ­dotaran de infraestructura de riego.

Con el objetivo de ampliar el potencial productivo conocido de maíz del campo mexicano, se realizaron estudios de campo durante los ciclos agrícolas oi 96/97, oi 97/98 y oi 98/99, aprovechando la escasa y regionalmente dis­per­sa disponibilidad de predios con riego. En el ciclo oi 96/97 se condujeron experimentos en 261 localidades de los ocho estados, comparando tres híbridos y cinco variedades de polinización libre del inifap con 22 híbridos comerciales ofrecidos por los con­sor­cios transnacionales. En los ciclos oi 97/98 y oi 98/99 se condujeron diez experi­men­tos en otras tantas localidades en donde se estudió la res­pues­ta de seis híbridos del inifap a la fecha de siembra y a la fer­tilización npk, y a la den­sidad de población bajo con­di­cio­nes de riego. Los resultados muestran que la tecnología ac­tual permite obtener un rendimiento promedio del orden de 8 t/ha en el millón de hectáreas estudiado.
 
Muy probablemente la fac­tibilidad de introducir el rie­go en las tierras de temporal del sur-sureste se asocie más con la pequeña que con la gran irrigación, dada la topografía de lomerío y la profundidad somera de gran parte de esos suelos. El sistema de riego pre­surizado del tipo pivote cen­tral o de desplazamiento lateral podría ser la alternativa en muchos casos, como ya lo han experimentado productores visionarios del sureste. Has­ta ahora, la escasa interco­nexión eléctrica actúa como barrera al desarrollo de este tipo de riego.

Finalmente, la consideración de la capacidad maicera del campo mexicano quedaría incompleta si se excluyera la reserva de tierras de labor que actualmente se subutiliza bajo el sistema de ganadería exten­siva. Se estima que hay unas 12 millones de hectáreas bajo tal manejo en los mismos ocho estados del sur-sureste. En el sexenio 1988-1994 el poder Ejecutivo Federal tuvo a consi­deración, y lo descartó por no ser prioritario, el “proyecto Usu­ma­cinta” que planteaba construir infraestructura para el rie­go de un millón de hectáreas de tierras limítrofes entre Cam­peche y Tabasco. Gran parte de estas tierras es actualmente de uso ganadero extensivo.
 
Probablemente en los pró­ximos 10 a 15 años, en la bús­queda de su seguridad ali­men­taria, la sociedad tomará la decisión de hacer los ajustes necesarios al Artículo 27 cons­titucional que permitan dar uso agropecuario integrado a esas tierras. Si en dos millones de esa superficie se siembra maíz bajo riego en el ciclo otoño-invierno, se añadirán por lo me­nos 16 millones de toneladas al año.
 
La estimación del potencial productivo de maíz para los pró­ximos 10 a 15 años es de 53 millones de tone­ladas anua­les, de las que: a) 29 mi­llones corresponden a lo que se podría producir ac­tual­men­te a partir de las tie­rras que ya se cosechan anual­mente de maíz; esto es, 1.1 millones de hectáreas bajo rie­go y 6 millones de hectáreas de temporal; b) 8 millones adicionales en el sur-sureste después de acondicionar con infraestructura hidroagrícola un millón de hectáreas de ­tie­rras de labor; y c) 16 millones de toneladas cosechables en dos millones de hectáreas de la reserva de tie­rras, ac­tual­­mente bajo manejo ganadero extensivo, que ha­brán de acondicionarse para el ­riego.

La producción nacional promedio del periodo 2002-2006 es de 20.58 millones de to­neladas de maíz al año (mientras la producción po­ten­cial es de 29 millones de tone­ladas anuales) y se im­por­ta al­rededor de 10 millones de toneladas. Es conveniente acla­rar que la potencialidad productiva examinada se refie­re exclusivamente al uso de tecnología de origen público y con maíz no transgénico. No es necesario cambiar a maíz transgénico y asumir colectivamente el riesgo y depen­den­cia tecnológica asociados ­para recuperar la suficiencia alimen­taria en maíz.
 
  articulos  
Referencias bibliográficas

Aveldaño Salazar, R. y 55 colaboradores. 1992. El Programa Nacional de Maíz de Alta Tecnología. Documento de circulación interna, Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, México.
Turrent F., A. 1986. Estimación del Potencial Productivo Actual de Maíz y Frijol en la República Mexicana. Colegio de Postgraduados, Chapingo, México.
, R. Aveldaño Salazar y R. Moreno Dahme. 1996. “Análisis de las posibilidades técnicas de la autosuficiencia sostenible de maíz en México”, en Terra, vol. 14, núm. 4, pp. 445-468.
, R. Camas Gómez, A. López Luna, M. Cantú Almaguer, J. Ramírez Silva, J. Medina Méndezy A. Palafox Caballero. 2004. “Producción de maíz bajo riego en el Sur-Sureste de México:II. Desempeño financiero y primera aproximación tecnológica”, en Agric. Tec. Mex., vol. 30, núm. 2, pp. 205-221.
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como citar este artículo
Turrent Fernández, Antonio. (2009). El potencial productivo del maíz. Ciencias 92, octubre-marzo, 126-129. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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El asalto corporativo a la agricultura
 
Silvia Ribeiro
   
   
     
                     
                     
 
Frente a las crisis alimentaria y climática, las empresas
trans­nacionales —que han lucrado enormemente con la crisis, ob­teniendo ganancias récord de­bido a su control del mercado y la especulación— nos dicen a coro con el go­bier­no, que la solución son los cultivos transgénicos, porque aumenta­rán la producción y po­drán ha­cer frente a las variaciones cli­máticas. Estas afir­maciones no se basan en datos reales, ya que las propias estadísticas de la Secretaría de Agricultura de Estados Uni­­dos y varios estudios de uni­ver­si­da­des estadounidenses mues­tran que los transgénicos producen menos, o en ocasiones igual que otras variedades no trans­génicas. Lo que es un he­cho irrefutable, y la razón por la que las empresas productoras los promueven a ultranza, es que las semillas transgénicas están bajo el mayor oligopolio corporativo en la historia de la agricultura industrial.
 
Actualmente, las diez mayores empresas semilleras con­trolan las dos terceras par­­tes del mercado global de semillas (transgénicas o no) ­bajo propiedad intelectual. Este dato se hace más imponente si recordamos que, hasta hace cuatro décadas, las semillas estaban casi totalmente en manos de campesinos, agricul­tores e instituciones públicas y circulaban libremente. Hoy día, en 2008, 82% del mercado global de semillas comerciales está bajo propiedad intelectual (patentes o certificados de obtentor), y de éstas, sólo tres empresas, Monsanto, Syngenta y DuPont, las mayores productoras de transgénicos, controlan 47 por ciento.
 
Aunque estamos inundados de noticias sobre fusiones corporativas que muestran que cada vez un menor número de empresas controlan mayores por­cen­tajes del mercado en todos los rubros, las semillas no son lo mismo que televisores, automóviles o cosméticos. Son la llave de la red alimentaria de cada país y del mun­do, y son el corazón de la vida campesina y la base de toda la agricultura. La cuar­ta parte de la población mundial, los campesinos, campesinas y agricultores familiares del mun­do, conservan sus pro­pias semillas para cultivar la comida de muchísimos millones más, sin depender de los precios y condiciones de las empresas semilleras. Esto es un factor cada vez más importante en la actual coyuntura. Dado el cerrado oligopolio de empresas transnacionales que domi­nan el sector no es posible ha­blar de soberanía alimen­ta­ria, ni siquiera de soberanía nacio­nal, si se depende de unas po­cas empresas para comer.

Según la investigación del Grupo etc, hace sólo tres dé­ca­das existían más de siete mil em­presas semilleras, ninguna de las cuales llegaba a 1% del mercado mundial. En 2000, las diez mayores controlaban 37% del mercado. Actual­men­te controlan 55% de todo tipo de semillas comerciales. La escalada por el control total del mercado es vertiginosa, y en épocas de crisis alimentaria mundial los países que estimulen el uso de semillas industriales quedarán esclavizados por el control de precios, condiciones y tipo de variedades que se les ocurra poner en el mercado a las pocas em­presas que tienen el control de este elemento clave: la llave de todo el resto de las activida­des agrícolas y alimentarias.
 
Las empresas semilleras modernas son además las ma­yores empresas globales de agroquímicos. De hecho, la con­centración corporativa del sector semillero comenzó hace una década cuando las em­­presas químicas decidieron tra­garse al sector semillas para condicionar la venta conjunta de semillas y agroquímicos. Su casamiento dio como resultado los transgénicos, lo cual ex­pli­ca que más de 80% de los transgénicos en campo, y la vasta mayoría de los que las empresas dicen desarrollar, son “tolerantes” a los agro­­tóxi­cos patentados por las mis­mas compañías, lo que im­pli­ca un mayor uso debido a la adic­ción a éstos.

DuPont, que por años ocu­pó el primer puesto como semillera, quedó por debajo de Monsanto con la compra que ésta hizo en 2005 de la multinacional mexicana Seminis. Monsanto es ahora la mayor empresa mundial de venta de semillas comerciales de todo tipo, además de que ya tenía el monopolio virtual en la venta de semillas transgénicas (87% a nivel global). En la última dé­cada Monsanto engulló, entre otras empresas, a Advanta Ca­nola Seeds, Calgene, Agracetus, Holden, Monsoy, Agro­ceres, Asgrow (soya y maíz), Dekalb Genetics y la división internacional de semillas de Cargill. En 2008 compró Semillas Cristiani Burkard, la mayor empresa semillera de Centroamérica, con lo que se posicionó como la empresa dominante en toda Meso­américa.
 
En área cultivada a escala global, en 2005 las semillas transgénicas de Monsanto cu­­brían 91% de la soya, 97% de maíz, 63.5% de algodón y 59% de canola. A nivel global (sumando cultivos convencionales y transgénicos), Mon­san­to domina 41% del mer­cado de maíz.
 
Además, la compra de Seminis le significó acceder al germoplasma y suministro de 3 500 variedades de se­mi­llas (muchas con centro de ori­gen en México) a productores de frutas y hortalizas en 150 países. En rubros donde Monsan­to era invisible, pasó a con­tro­lar en el mercado mun­dial 34% de los chiles, 31% de los frijoles, 38% de los pepinos, 29% de los pimientos, 23% de los jitoma­tes y 25% de las cebollas, además de otras hortalizas (cuadro 1).
 
Si en el rubro de semillas comer­ciales en general estos datos son graves, en el mer­ca­do de semillas transgénicas, se vuelven absurdos. Sólo seis empresas, Monsanto, Syngenta, DuPont (con su subsidiaria Pioneer HiBred), Bayer (incluyendo Aventis Cropscience), Basf y Dow Agrosciences con­trolan la totalidad del mercado mundial de semillas trans­gé­ni­cas. Todas ellas están entre las principales productoras de agroquímicos. Las diez mayores empresas de agroquímicos controlan 89% del mercado mundial de agrotóxicos.
 
FIG1
 
 
La dependencia extrema de los agricultores y la domi­na­­ción corporativa de mercado —en la que predomina Monsanto con amplio margen— es el rasgo característico de los cultivos transgénicos. Pero ade­más del control por la dominación del mercado, todas las semillas transgénicas están patentadas, lo que significa que los derechos de los agricultores reconocidos por la fao (Or­ganización de Naciones Uni­das para la Agricultura y la Ali­men­tación), de guardar par­te de la cosecha y volverla a sembrar, se transforma en un delito. Esto ya le ha reportado a Monsanto más de 21 millones de dólares en litigios contra agri­cultores cuyas semillas han sido contaminadas, y más de 160 millones en acuer­dos fuera de la corte, por la simple amenaza de llevarlos a juicio.
 
Para reforzar aún más este control y burlar los pocos con­troles antimonopolios, las com­­pañías están además haciendo acuerdos de colaboración en investigación y para compartir sus patentes, logrando una mayor superficie de control so­bre los agricultores. En 2007, Monsanto y Basf hicieron un acuerdo por la colosal suma de 1 500 millones de dólares, para desarrollar variedades transgénicas tolerantes a la sequía en maíz, algodón, canola y soya. En mayo de 2008, Syngenta y Monsanto acordaron realizar una “tregua” en sus litigios de patentes para soya y maíz, y unir sus oligo­polios y controlar la oferta. Al mes siguiente, Monsanto y DuPont hicieron un acuerdo para ampliar su mercado común de agroquímicos.
 
Causa vértigo constatar no sólo la dominación del mer­­cado por un puñado de empre­sas en un aspecto tan vital, sino ade­más cómo se han ido crean­do leyes de “bioseguridad” a favor de éstas, y modificando las leyes de semillas en muchos países del mundo para garantizar las ganancias, ventajas e impunidad de estos crecientes oligopolios. Con pe­­queñas diferencias nacionales, en la última década hemos presenciado la legalización de las pa­tentes y otras formas restrictivas de privatización de las semillas, el desman­te­la­mien­to de la investigación pública y de la producción y distribución pú­blica de varie­da­des y, concomitantemente, la privatización de la “certificación”, es decir quién define qué semillas pue­den estar en el mercado. Es una enajenación directa de la fun­ción que hasta hace una dé­cada era del ámbito público, permitiendo que la certificación sea entregada a terceros, que incluso podrían ser las propias empre­sas que las producen o firmas creadas por ellas.
 
Es ilus­tra­tivo en este senti­do el informe América Latina: la sa­grada privatización, donde se analizan las leyes de se­­mi­llas de varios países del con­­tinente. En la perspectiva con­ti­nental, queda aún más claro que ha habido un traslado sucesivo de conceptos: comenzaron regulando las semillas híbridas y comerciales como “una opción” de los agricultores y ahora van hacia la ilegalidad del uso de cualquier ­semilla que no sea “certificada” y, por ende, de las empresas. Aunque esto aún no se plasma en la leyes de todos los países de la región, está claro que constituye el objetivo.
 
En México, la Ley de Pro­duc­ción, Certificación y Co­mer­­cio de Semillas recoge todos estos puntos, complementando la trágica Ley de Bioseguridad y Organismos Genéti­camente Modificados, más ade­cua­da­mente llamada “Ley Monsanto”. Ambas fueron pro­­­movidas y ampliamente fes­te­ja­das por Monsanto y las ­demás transnacionales de agro­trans­gé­ni­cos, como un logro para la defensa de sus intereses.
 
Como si fuera poco, la do­minación corporativa por medio del mercado y las leyes se com­plementa con la con­ta­mina­ción transgénica de va­rie­da­des tradicionales o con­ven­cio­nales, que además de los posibles efectos dañinos en las semillas, implica el ries­go de que las víctimas sean llevadas a juicio por “uso inde­bido de patente”. Como arma final para la bioesclavitud, las empresas presionan ahora para legalizar el uso de semillas Terminator, (tecnologías de res­tricción del uso genético o gurts) que se vuelven estériles en la segunda generación.
 
 
FIG2
 
 
Frente a la crisis climática, las empresas de transgénicos también aseguran que ellas aportarán la solución con cultivos manipulados para resistir la sequía, la salinidad, las inun­daciones, el frío y otros factores de estrés climático. Todos estos cultivos aún no existen en el mercado, pero lo que sí existe son 532 patentes aprobadas o en trámite, (en Es­tados Unidos, Europa, Ar­gen­tina, México, Brasil, China, Sud­áfrica, entre otros) sobre caracteres genéticos prove­nien­tes de cultivos campesinos que podrían enfrentar estas condiciones. Nue­va­men­te, el barón de las patentes de “genes climáticos” es Monsanto, que en asociación con basf y algunas empresas biotecnológicas más pequeñas, controlan las dos terceras partes del germoplasma “resistente al clima”.
 
Un aspecto trágico es que las formas de agricultura alta­mente tecnificadas, como la llamada “agricultura de precisión”, en realidad han empeorado los problemas que decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para “aho­rrar” agua, que sólo llega a la super­ficie de las raíces de las plantas, ha provocado mayor salini­zación del suelo, destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades de sembrar cualquier planta.
 
Los cultivos “resistentes al clima”, prometen aplicar la misma lógica, por lo que además de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos, afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de ir hacia soluciones reales.
 
La crisis climática y ali­men­taria es crudamente real, pero la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que se necesita para afrontar los cambios del clima y la crisis alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que desde la década de los sesentas ha creado 70 000 nue­vas variedades vegetales (la mayoría ornamentales), se estima que los campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en esta situación son nuevos monopolios para impedir que lo sigan haciendo.
 
  articulos  
Referencias bibliográficas:

Grain, América Latina: la sagrada privatización (http:// www.grain.org/biodiversidad/?id=296).
Grupo etc, actualización 2008 del documento Oligopolios, S. A., que se publicará en breve y estará disponible en www.etcgroup.org.
, La apropiación de la agenda climática, ju­nio de 2008 (http://www.etcgroup.org/es/materiales/publicaciones.html?pub_id=695).
, semillas 2005.
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como citar este artículo
Ribeiro, Silvia. (2009). El asalto corporativo a la agricultura. Ciencias 92, octubre-marzo, 114-117. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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Marilyn y el taquito

J. M. Aurrecochea

   
   
     
                     
                     
 
En febrero de 1962, siete me­ses antes de que fuera hallada sin
vida en su casa de Los Án­geles —la madrugada del 5 de agosto de aquel año—, Mari­lyn Monroe realizó una gira por la ciudad de México, donde visitó el legendario restaurante El Taquito, que todavía se ubica en Carmen 69.
 
Cuarenta años después, An­tonio Gon­zá­lez, el mesero en­cargado de atender a la actriz, le platicaría a Alfonso Morales que la rubia se dio gusto con varios platillos elaborados a base de maíz: que­sadillas, chalupitas, sopes y tacos de fi­lete, mismos que acompañó con dos o tres coc­teles marga­rita. La fotogra­fía que documenta el instante en que la estrella distrae su atención de nuestro caracterís­tico ­alimento para regalar su sonrisa a la cámara, fue colo­ca­da a la entrada del restau­ran­te con la intención de presumir el mo­mento e inmortalizar el en­cuen­tro entre Marilyn y el ­ta­quito.
 
Quién sabe si una fo­to­gra­fía es capaz de inmortalizar algo. Por lo pronto, la imagen permanece en la escalera de acceso al comedero recibien­do a los clientes que acuden a saborear guisos típicos de Mé­xico.
 
La sonrisa de la rubia sigue desafiando al tiempo para encontrarse con sus espec­ta­dores, mientras el taco espera ser degustado.
  articulos  
Agradecimientos
A Luna Córnea por habernos proporcionado una reproducción de la fotografía.
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como citar este artículo
Aurrecochea, Juan Manuel. (2009). Marilyn y el taquito. Ciencias 92, octubre-marzo, 98-99. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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¿Transgénicos en mi mesa?
 
Irama Núñez T.
   
   
     
                     
                     
La organización Green­peace, dedicada desde hace largo tiem­po a
la protección am­bien­tal, afirma que además de los gran­des riesgos para el me­dio ambiente, se deben prohibir los transgénicos en los ali­men­tos a causa de la gran incertidumbre científica que existe en torno a estos productos, pues hasta la fecha no se han hecho las pruebas y los estudios necesarios para garantizar científicamente que su consumo no tendrá efectos nocivos a mediano y largo plazo.

La industria biotecnológica, interesada en vender trans­génicos ha señalado que no hay datos para confirmar daños en la salud, pero tampoco existen datos científicos publicados que garanticen que no los habrá. La ausencia de ­datos no significa ausencia de riesgos.
 
Para contestar a preguntas como ¿usted ha comido trans­génicos?, ¿sabe en qué ali­men­tos se pueden encontrar?, ­¿sabe qué hacer para evitar con­­su­mir­los?, ¿conoce sus po­si­bles efectos en la salud?, la organi­zación Greenpeace ela­boró la Guía roja y verde de alimentos transgénicos, en la cual aparecen las empresas que usan trans­gé­nicos y la política de uti­liza­ción de es­tos ingredientes o sus derivados en los produc­tos ali­men­ti­cios que se venden en el país.
 
La información proviene de respuestas y declaraciones de las compañías que aparecen en el documento. La orga­nización seguirá contactando a más empresas con el fin de completar la información sobre la venta de estos pro­duc­tos, y actualizar así esta lis­ta que se halla en su página en la red.

La lista verde incluye los productos cuyos fabricantes proporcionaron a Green­peace constancia escrita de que no utilizan transgénicos ni sus derivados como ingre­dien­tes sus fábricas de México. La lista roja ­incluye a aquellos pro­ductos cuyos fabricantes: no han respondido a Greenpeace, ni brin­dan garantías de que sus productos no contengan ingredientes transgénicos o sus derivados, o no han expresado un compromiso claro y sin am­bigüedades de que no usan transgénicos. Con un tache se encuentran las marcas que re­sultaron positivas para transgénicos en pruebas de labora­torio. Sobre estas marcas no tienen ninguna duda de que contienen transgénicos. De dicha lista se seleccionaron los productos que contienen maíz.
 
 
cuadro1
 
  articulos  
Nota
Información tomada de la Guía roja y verde de alimentos transgénicos (www.greenpeace.org.mx).
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como citar este artículo
Núñez Tancredi, Irama. (2009). ¿Transgénicos en mi casa? Ciencias 92, octubre-marzo, 80-81. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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¿Cómo dijo?
 
Susana Biro
   
   
     
                     
                     
 
Aunque podría parecer que está de más hablar de la
importancia del modo en que se presenta la información, gene­ralmente la apariencia forma una buena parte de nuestra re­cepción de un mensaje. Cuan­do se trata de un texto que está dentro de nuestra área de conocimiento, seguramente ignoramos todo el betún con el cual se decora para hacerlo más atractivo. Pero en el resto de los casos es bastante más difícil desbrozar la maraña que se nos presenta, para quedarnos con los puntos centrales y una versión objetiva del tema.
 
El caso de la discusión del maíz transgénico en México nos da una excelente oportunidad para mirar con cuidado las maneras en que se está comunicando un tema controvertido de ciencia que involucra a una parte importante de la sociedad. En esta discusión no sólo vemos —como es de esperarse— a los productores y potenciales consumidores de las semillas genéticamente modificadas. También entran asociaciones de científicos, grupos ecologistas y asocia­cio­nes civiles. Incluso los medios de comunicación juegan un papel importante al selec­cio­nar o enfatizar cierta información por encima de otra.

En este breve texto les pro­pongo hacer una revisión de los actores en la discusión del maíz transgénico en nuestro país y los mensajes que éstos han plasmado en la red de ­redes. He seleccionado una página para cada uno de los actores que identifico, esperando que sea representativa. No voy a decir nada de cada una, sino que las voy a dejar ha­blar por sí mismas. De modo que pueden ver lo que sigue como un menú de degustación, en el que sugiero el orden y algunos criterios para la apreciación, pero cada quién hará su camino.
 
Probablemente Monsanto sea un buen punto de partida. Esta compañía transnacional de biotecnología que quisiera vender ampliamente sus pro­duc­tos en México tiene una pá­gina especialmente para no­sotros (www.monsanto.com.mx). Uno de sus opositores más evidentes es la asociación eco­logista Greenpeace, que —en­tre otras cosas— está en contra del uso de organismos gené­ti­ca­mente modificados y que tie­ne una delegación en nuestro país (www.greenpeace.org/mexico). En representación del gobierno y de los intereses de los campesinos pueden acudir al sitio de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, ­Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (sagarpa.gob.mx).

Para conocer la opinión y las recomendaciones de los científicos, vean la página de la Academia Mexicana de Cien­cias (www.amc.unam.mx). Tam­bién pueden visitar la versión digital de su diario preferido para ver cómo reportan ellos el tema. Les recomiendo La Jornada (www.jornada.unam.mx) principalmente por la facilidad de acceso a la informa­ción en su archivo histórico. Y, para redondear esta colección de sitios, usen un buscador y ver qué arroja “maíz transgénico México”. En esta ocasión quizás lo más apropiado sea usar el buscador “ecológico” www.ecoogler.com.

Para su recorrido les su­gie­ro varios niveles de lectura. Primero, es interesante fijarse en la parte formal, es decir en la apariencia de la página. De­cidan —por ejemplo— si les ­re­sulta atractiva, si la información es fácil de encontrar, si el tamaño de los textos es adecuado para una lectura en pan­talla y si se aprovechan los recursos que nos dan los hipertextos.
 
También sería deseable de­terminar la calidad del contenido de las páginas. Aunque no seamos expertos en el tema, hay indicadores que pueden ayudarnos. Uno de estos es saber quiénes son los auto­res del mensaje. Pero aunque esto no sea aparente, la manera en que se presenta la información dice mucho. Por la redacción misma podemos saber si nos están tratando de informar, convencer o asustar; si quieren abrir el debate o ter­minarlo; si están preocupados por un grupo social o sólo se representan a sí mismos.

Es posible que al final de su —único e irrepetible— recorrido no tengan una idea más clara de los hechos duros, pero seguramente se habrán formado un buen panorama de qué se está diciendo, quiénes están hablando y para qué. Además tendrán los elementos para reflexionar acerca la importancia del modo en que lo están diciendo.
 
  articulos  
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como citar este artículo
Biro, Susana. (2009). ¿Cómo dijo? Ciencias 92, octubre-marzo, 72-73. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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Maíz, alimentación y cultura
 
Cristina Barros
   
   
     
                     
                     
Se calcula que en nues­tro territorio hay cerca de veinti­cinco
mil es­pe­cies de plantas, esto es, 9% de las que exis­ten en el planeta. De ellas, por lo me­nos siete mil tienen usos experimentados y defi­ni­dos, muy va­ria­dos; las que es­tán presentes en la ali­men­ta­ción, tienen a su vez, aplica­ciones distintas. Jerzy Rze­dows­ki enumera veinte de ellas: condimentos, ablanda­do­res, ingredientes para preparar bebidas, conservas, ­alimentos deshidratados, dulces, platillos especiales, guar­nición, aderezos y otros. Este investigador, que tanto aportó a la botánica en México, concluye que tal riqueza de plantas y usos no es igualada en nin­gu­na parte del orbe.
 
Es evidente que la ca­paci­dad de observación de nuestros antepasados les permitió aprovechar de la mejor ma­ne­ra las condiciones excep­cio­na­les de este territorio, en don­de se cruzan por distintas razones, dos gran­des áreas biogeográficas que contienen un sinnúmero de ecosistemas en los que la variedad de climas, sue­los y altitudes dan por resultado que seamos el quinto país en biodiversidad y uno de los doce países megadiver­sos del mundo.

México es además, centro de origen y diversidad, en­tre otras plantas, de la cuarteta básica de la milpa: maíz, frijol, calabaza y chile, lo que se evi­­dencia en el gran número de variedades que hay aquí de es­tas plantas.

El desarrollo del conoci­mien­to biológico y agrícola de los antiguos mexicanos fue más amplio aún. Para tener una mayor producción de estas plantas cultivadas, genera­ron sistemas de cultivo y de rie­go de gran eficiencia; re­cor­demos, por ejemplo, la mil­pa, la chinampa, la formación de terrazas sucesivas, en­tre otros. La milpa es, sin duda, una gran aportación al mun­do, como afirma Marco Buenrostro, que al contraponerse a los mo­nocultivos, dadas las con­di­cio­nes actuales de falta de agua, empobrecimiento de los suelos y dependencia de las empresas transnacionales de producción de semillas y de agroquímicos, muestra am­plias ventajas.

El ciclo de la milpa

La milpa es un universo en sí misma. Su forma rectangular replica el plano de la tierra con los cuatro rumbos, uno en ­cada esquina. A partir de que el cam­pesino indígena eli­ge el lugar para sembrar, se con­vier­te en un espacio sa­gra­do. Ahí va a tener lugar un ciclo de ce­lebraciones rituales y de ac­ti­vidades agrícolas y biológicas.

El campesino ha escogido las semillas de la cosecha anterior, muchas veces con la ayu­da de las mujeres más experimentadas de la familia; las han bendecido y están ya listas. En una milpa tradicional, el trabajo de sembrarlas es cui­dadoso; no al voleo, sino ca­si de hoyo en hoyo, de se­mi­lla en semilla. Ver brotar al maíz es siem­pre un motivo de alegría, de esperanza. La dis­tri­bu­ción de los surcos permitirá que el cuidado de las plantas sea, como observa el biólogo Francisco Basurto, casi indi­vidual.

En una milpa convivirán de­cenas de plantas y aun de ani­males. La mayor parte de ellos estarán presentes en la comida cotidiana y entre las plan­tas habrá también medicinales, de ornato y para la elaboración de alguna ar­tesanía.
 
Cuando la planta de maíz ha crecido, se pueden usar las hojas para envolver cierto tipo de tamales y también ­para ­llevar a vender o mantener fres­cos en casa los quesos ran­che­ros; la caña tierna, por su contenido de azúcares, es bue­­na golosina para los niños. Cuan­do alcanza ya su plenitud, lanza su espi­ga; entonces se dice que es­tá güereando la milpa. Con estas espigas, fuen­te de polen para la fecundación del maíz, pueden hacerse atoles y tamales.

Vendrán después los elo­ti­tos muy pequeños, los jilotes; éstos son tan tiernos que pue­den comerse crudos. Los cabellitos del elote se utilizan en la medicina tradicional, al igual que la raíz de la planta. El fruto ya embarnecido es el elote. A fines de septiembre, en muchos lugares del país hay elotes en abundancia; es su tiem­po. En las elotadas de esta época con fami­liares y amigos se comparten ya sea hervidos en agua, asa­dos en el comal o en una parrilla, desgranados y co­ci­na­dos como esquites, que se sazonan con epazote y chile.

Estos granos se usan tam­bién para preparar los chi­le­atoles, tan comunes en Veracruz, Michoacán, Puebla y otros lugares. Hay numerosas va­rian­tes, todas deliciosas y bue­nas para paliar el viento frío que empieza a soplar ya en octubre. Cuando el elote está más sazón, se cortan los granos y se preparan los pasteles de elote y algunos ­atoles.

Los tamales de elote, dulces y salados, son otra delicia de la cocina mexicana. Destacan los llamados tamales colados; para hacerlos se tamiza el elote para quitar los hollejos y dejar la masa tersa. Algu­nas amas de casa michoaca­nas pre­paran así los famosos uche­pos, que pueden acom­pa­ñar­se de salsa de jitomate con rajas, queso y crema. Esta familia de tamales se envuelve, desde luego, con las hojas co­lor verde tierno del elote; le confieren un sabor especial y, además, se marca en la masa el dibujo de su tejido.

En México hasta lo que en otros lugares es plaga se apro­vecha, así ocurre con el gusano elotero y con el afa­ma­do cuitlacoche, uno de los hongos más sabrosos que existen.
 
Antes de llegar al maíz de grano ya seco, hay un estadio que en algunas partes llaman camahua; los granos no están ni secos ni tiernos. Es la hora de preparar una variedad de tlaxcales y un tipo de gorditas que se cuecen en el comal. Aquí la masa es granulosa, de una consistencia especial; estas gorditas pueden ser saladas o dulces. Una técnica de conser­vación antigua y muy presente en Zacatecas, Du­ran­go y Chihuahua, es la de conservar este maíz camagua ­cociéndolo primero para luego orearlo. Meses después, casi siempre en semana santa, éstos que se llaman huachales o chacales se cuecen de nuevo para rehi­dratarlos. Con ellos se hace una especie de pozole blanco o rojo; si es rojo, el chile indicado para darle color es el chile que llaman pasado.
 
Llega el momento de cortar las mazorcas que se han de­jado sazonar en la mata, do­blándolas para que no les entre la lluvia, a veces con todo y hojas y hasta un pedazo de caña; otras sacando sólo la ma­zorca con la ayuda del pizcalón o pizcador. Se van acomodando en costales, en chun­des o en ayates hechos de ixtle, que es la fibra del maguey.

El maíz se guarda en trojes y las mejores mazorcas se cuel­gan encuatadas, esto es, atándolas de dos en dos, muchas veces en el espacio que sirve de cocina para que el hu­mo las preserve de la hume­dad y algunos insectos que quie­ren adelantarse al hombre en eso de comer pinole.

Ni a su muerte deja de ser útil la planta de maíz. Es forraje para los animales y abono pa­ra la siguiente siembra. Con los olotes o centro de la ma­zor­ca se hacen desgranadoras —las oloteras—, tapas de bote­llas o de guajes, pipas, artesa­nías. Y con las hojas, las bellas figuras de totomoxtle, natural o coloreado.


La cocina del maíz

El maíz que se va a consumir en casa se desgrana con­for­me se usa, pero también puede guar­darse ya desgranado. Es el gran tesoro familiar porque será el susten­to durante varios meses. Los granos de maíz pue­den molerse para dar lugar a la harina, pinole en náhuatl. Esta harina se puede mezclar con azúcar, con cacao y aun con canela. El pinole se come solo —si tenemos saliva suficiente—, o se cuece en agua dando por resultado el atole de pinole, que es algo ex­quisito.

Con harina de maíz se ela­bo­ran en el norte los coricos, unas galletitas muy sa­brosas, y con maíz martajado blanco y azul las famosas tos­tadas de los alrededores de To­luca, con que nos deleitan en el zócalo y otros lugares de encuentro, numerosas mar­chantes que los aderezan con salsa, cebollita, cilantro y queso. Nuestros abuelos desarrollaron maíces especialmente aptos para hacer harina.

Pero lo más frecuente es cocer el maíz con cal; este nix­tamal molido se volverá la sagrada masa con la que se luci­rán las cocineras mexicanas de todo el país, preparando las tortillas, pero también especia­lidades regionales: bocoles, gor­ditas, sopes, chalupas, chilapitas o chilapeñas, huaraches, tlacoyos o tlatlaoyos, pa­nu­chos, empanadas, quesadillas, volca­nes, salbutes y así hasta el infinito. Con masa de nixtamal se hacen además innume­rables atoles: el blan­co, el de cáscara de cacao, de guayaba, de ciruela amarilla, de coco, de anís, champurrado —que lleva chocolate y piloncillo—, y muchos más.

La masa de maíz rojo o ne­gro, que se deja agriar durante la noche, da por resultado el xocoatole; se endulza ligeramente y tiene un sabor inigualable. Es un atole cere­mo­nial presente en algunas celebraciones religiosas como la semana santa o en fies­tas patronales dedicadas a santos de lluvia, como San Juan, que se festeja en junio.

La lista es insuperable cuan­do de tamales se trata. En su recetario, la his­toriadora Guadalupe Pérez San Vicente reunió más de 300 tamales dis­tintos y sabemos que hay muchos más. Aquí va­ría la ma­nera de preparar la ma­sa, el tamaño, la forma, los rellenos, las hojas con que se envuelven: maíz o toto­mox­tle, plátano, acelga, papatla, por ejemplo. Los tamales suelen cocerse al vapor, pero tam­bién en horno de bóveda como en el caso del zacahuil huas­teco, o bajo tierra como en el del mucbi pollo de Yucatán.

Toda la gama anterior no es sino producto del mayor re­fi­na­mien­to cultural. Sólo con una gran creatividad y con cul­turas tan diversas se puede lo­grar que un solo grano se mul­tiplique en cientos de preparaciones.


Frijol, chile y calabaza

La riqueza de la milpa empieza con el maíz, pero no acaba ahí. La gran variedad de frijoles ras­treros y de guía, con sus co­lores, sus sabores y tamaños, es otra riqueza para la cocina; lo mismo ocurre con la ca­la­ba­za de la que se usa la flor, la guía, el fruto tierno y maduro, las semillas o pepitas; es esta cualidad indígena que consiste en utilizar integralmente las plantas, otro signo de cultura.

El chile es el más versátil de los condimentos que existe. Una pimienta podrá variar en sus colores y aun en su sabor, pero será sólo pimienta. En el caso de los chiles, varía mucho su sabor, pero además pueden consumirse cocidos, crudos o asados; saben de una manera cuando están frescos y el mis­mo chile es un producto dis­tin­to cuando está seco; es la diferencia que encontramos entre un cuaresmeño y un chi­potle, o entre un chilaca y un pasilla. El chile en manos de las cocineras y cocineros me­xicanos es como al pintor la pa­leta de colores. La presencia del chile como condimento en el mundo es también notable.

Y así podríamos seguir recorriendo el mundo del tomate y el jitomate. Y luego están los quelites: verdolagas, quinto­niles, cenizos, nabo; además de la yuca, el camote, el melón, el xonacate y muchas otras plan­tas, según la región, que cultivadas o inducidas crecen en la milpa y enriquecen la co­mida diaria de todos nosotros y especialmente de la gente del campo. Otras alternativas son los frutales y nopales que pueden servir de límite a los sembradíos.

Los maíces criollos, que son el centro de la milpa, y la tría­da que lo acompaña —chile, frijol y calabaza— no pueden per­der­se. Tampoco el resto de las plantas y animales presentes en las muchas y distintas mil­pas del país. Son una he­ren­cia milenaria y representan una vi­sión del mundo mucho más acor­de con la naturaleza, no de­predadora, rica en posi­bi­li­da­des nutricionales y culinarias.

La irreversibilidad de la con­taminación por transgé­nicos es sin duda una gran ame­naza que pone en riesgo las razas y variedades de maíz que nos dan la riqueza que aquí hemos sintetizado; también la autono­mía de los campesinos que se verían obligados a depender de semillas patentadas, cuando el maíz es un bien colectivo que les ha pertenecido por milenios; ellos lo crearon y lo recrean en cada ciclo agrícola. Es eso lo que de­fendemos cuando decimos que sin maíz no hay país.
 
 
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Nota
Este texto se leyó en el Foro científico-académico “De Quet­zalcóatl a los transgénicos: ciencia y cultura del maíz en México”, que tuvo lugar los días 8 y 9 de octubre de 2008.
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como citar este artículo
Barros, Cristina. (2009). Maíz, alimentación y cultura. Ciencias 92, octubre-marzo, 56-59. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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Hacer milpa

Armando Bartra

   
   
     
                     
                     
 
Más que hombre de maíz, los mesoamericanos somos gente
de milpa. Es la nuestra una cul­tura ancestral cimentada en la domesticación de diversas plan­tas como maíz, frijol, chile, tomatillo y calabaza que se siem­bran entreveradas en par­celas con cercos de magueyes o nopales, donde a veces tam­bién crecen ciruelos, guayabos o capulines silvestres y donde se recogen quelites. Milpas que junto con las huertas de hor­talizas y de frutales, con los animales de traspatio y con la caza la pesca y la re­co­lec­ción, sustentan la buena vi­da campesina. En rigor los me­soa­me­ricanos no sembramos maíz, hacemos milpa, con toda la di­versidad entrelazada que es­to conlleva. Y la milpa —sus dones, sudores y saberes— es el origen de nuestra polícroma cultura. No solo la rural, también la urbana; que los pueblos son lo que siembran y co­se­chan, pero también lo que co­men y lo que beben, lo que can­tan y lo que bailan, lo que lamentan y lo que celebran.

Pero no hay milpa sin cui­tlacoches y en la última dé­ca­da el sustento histórico de nues­tra identidad está en entredicho. Asia es impensable sin arroz y Europa inconcebible sin trigo, como Mesoamérica lo es sin maíz, pero aquí ya tenemos que importarlo.

Con una producción anual promedio de 20 millones de to­neladas, México todavía es autosuficiente en maíz blanco. Aunque, visto más de cerca, es­to no es tan buena noticia, pues las cosechas que han cre­cido son los cultivos del nor­oeste, sobre todo de Sinaloa; siembras de riego, intensivas en agroquímicos y de altos rendimientos, que además acaparan los subsidios; en cam­bio la producción maicera en tie­rras de temporal y con me­no­res rendimientos no ha de­ja­do de disminuir. Así, el maíz devino en agronegocio empresarial mientras que la milpa cam­pesina se estancaba y retro­ce­día. Además de que la autosuficiencia es sólo en maíz blanco, en cambio traemos de Estados Unidos en promedio 7 millones de toneladas anuales del amarillo, que es para uso industrial o forrajero. Pero cuando hay escasez y precios altos en el mercado mundial, el maíz blanco se exporta con subsidio, se da al ganado en sustitución del amarillo y se ocul­ta con fines especulativos. De modo que siendo autosuficientes y aun exceden­tarios en el grano para consumo humano, para completar lo que se ocupa en las tortillas de­bemos comprar en el ex­tran­jero un maíz caro, amarillo y en parte transgénico.
 
Si queremos comer, los me­xicanos necesitamos im­por­tar más de 100 mil millones de pesos anuales en alimentos, entre ellos 25% del maíz que aquí se consume. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Por qué, si antes nos dábamos abasto so­bradamente, caímos en la dependencia? La respuesta es sencilla pero alarmante: porque desde los ochentas del pasado siglo el gobierno renunció voluntariamente a la soberanía alimentaria en nombre de las “ventajas comparativas”; un pa­radigma según el cual es me­jor exportar mexicanos e im­portar comida que apoyar a los campesinos para que cul­tiven aquí nuestros alimentos. El resultado ha sido dependen­cia alimentaria y migración; es decir hambre y éxodo.

Racismo alimentario

El maíz es identidad porque es sustento de los pobres, alimen­to básico de la mayoría del pue­blo mexicano. En El nuevo cocinero mexicano, libro de recetas publicado en 1831, se define al maíz como “Planta (…) indígena del suelo Americano (…) que se ha cultivado con sumo provecho de la gen­te pobre, que en su fruto ha encontrado un alimento sano, sabroso al paladar y barato”. Sin embargo, después de la apo­logía se afirma, también, que “este ramo de industria se ha descuidado enteramente con notable perjuicio de los pobres, que tendrían pan a me­nos precio, por ser siempre más barato el maíz que el trigo”. Por su parte, unos años antes, el científico y viajero Ale­jandro Humboldt escribía, refiriéndose a México: “El maíz debe considerarse como el alimento principal del pueblo, como lo es también de la mayor parte de los animales domésticos (…) El año en que falta la cosecha de maíz, es de hambre y miseria”.

¿Por qué, entonces, si fue y es tan importante, el maicero ha sido un ramo enteramente descuidado, como ya en 1831 reconocían los autores de El nue­vo cocinero mexicano? Las razones son muchas, pero una de ellas —y no poco relevante— es que el maíz es el ali­mento de las mayorías, de los pobres, de los herederos de las culturas mesoamericanas originarias. El maíz preparado en sus formas tradiciona­les es lo que comen los indios, lo que comen los campesinos, lo que come la chusma, el peladaje. Y los criollos y sus herederos, que desprecian a la indiada, desprecian también el grano que la alimenta. Entonces, el maíz ha sido relegado por consideraciones racistas.

El desprecio racial a los pue­blos originarios ha sido una constante de la derecha mexicana, tanto la criolla como des­pués la afrancesada y hoy la agringada. Desprecio que se complementa con la subesti­ma­ción de las lenguas, culturas y alimentos vernáculos. Pero además de discriminatoria, la derecha es socialmente insen­sible y le tiene sin cuidado el hambre del pueblo —salvo cuan­do éste se alborota— de modo que ni por razones culturales ni por razones sociales le preocupa mayormente la falta de maíz.
Un inmejorable ejemplo del racismo alimentario de la dere­cha lo encontramos en Francisco Bulnes. Hostil a Benito Juárez, favorable a Porfirio Díaz y enemigo de la revolución de 1910, Bulnes renegaba también de quienes defendían los derechos indios, con argumen­tos idénticos a los de derechis­tas de hoy, como Enrique Krau­ze. “Los yaqui eran bárbaros y pretendían ser nación, como un francés de la nación francesa —escribía nuestro ultramontano en la inmediata posrevolución. En México 35% de la población es de indios aborígenes (…) y según la doc­trina de los defensores de los yaqui, los mestizos, criollos y extranjeros propietarios (…) deben restituir a los aborígenes todo lo que los españoles les quitaron (…) El zapatismo ha sido una consecuencia lógica del yaquismo (…) Ningún mexicano debió haber acep­ta­do la existencia de una nación yaqui o de cualquier otra clase dentro de la nación mexicana”.
 
Pues bien, este antiindianista radical era consecuente y sostenía también la superioridad racial de los blancos ­comedores de trigo sobre los prietos comedores de maíz y los amarillos comedores de arroz, razas de segunda cuya proverbial barbarie y molicie justificaba cualquier exceso dicciplinario en que tuviera que incurrir el hombre blanco.

Más sofisticado y reciente que el de Bulnes, es el racismo embozado que alega la ausen­cia en el maíz de dos amino­ácidos esenciales para la alimen­tación: lisina y triptofano, como presunta explicación científica de la incapacidad de los mexicanos para acceder a los niveles de bienestar y cultura de las naciones desarrolladas. ¿Cómo va a prosperar —sostienen— un pueblo que se alimenta de un grano propio para animales? Aparte de la obviedad de que ningún pue­blo se sustenta sólo en un cereal, pues todos son nutricionalmente limitados, y de que la cultura del maíz se apoya tam­bién en el frijol, el chile y otros alimentos, el argumento seudocientífico es una muestra más de racismo alimentario.

El desprecio racial al maíz y a los mexicanos de a pie se expresa muy claramente en los períodos de crisis agrícola, cuando caen las cosechas del cereal. En estas coyunturas es habitual que se enfrenten dos posiciones: la de quienes reivindican la importancia de recuperar la producción maicera campesina, por razones econó­micas pero también de justicia social y de preservación de la cultura, y la de quienes reducen la cuestión a un asunto de mercado, por lo que apuestan a la importación y en todo caso a la producción intensiva y em­presarial del grano. Las reacciones frente al estancamiento de la producción maicera du­ran­te los años setentas del siglo pasado —crisis que rompió una larga historia de autosuficiencia y tuvo que compen­sar­se con importaciones crecientes con las que se satisfacía la cuarta parte del consumo to­tal— ejemplifica esta con­fron­tación, en términos que se han mantenido básicamente iguales durante los últimos treinta años.

Defensa de la diversidad

La reivindicación de la milpa —la defensa de la producción campesina de maíz, frijol y otros alimentos básicos— es una lucha contra el hambre y el éxo­do, un combate por la sobe­ranía alimentaria y por la soberanía laboral. Pero es tam­bién una batalla, aun más profunda y decisiva, por preservar la pluralidad cultural y la diversidad biológica, de las que ­depende no sólo el futuro del país sino también el futuro de la humanidad.

Pese al implacable emparejamiento tecnológico y cultu­ral del último medio siglo, el ma­pa de los maíces mexicanos es aún la cartografía de los pue­blos originarios. Nuestra di­versidad maicera es raíz y sus­tento de nuestra diversidad ét­nica. Pero el maíz está amenazado, no sólo por la insuficiencia de la producción y el acoso de las importaciones, sino también por la tendencia a transformar un cultivo campesino de milpa en una siembra intensiva empresarial.
 
El mundo campesino no fue avasallado por la implacable extensión del comercio, que transformó en mercancías una parte creciente de sus insumos y de sus productos; tampoco fue derrotado por el latifundio expropiador de las mejores tie­rras, ni por la competencia des­leal del empresario agrícola, ni por la rapiña del usurero, ni por la inequidad del coyote, ni por la torpeza del burócrata. La debacle profunda del mundo campesino empezó con la insidiosa inducción de una tecnología que carcome el núcleo duro de su racio­nalidad al sustituir la laboriosa conservación de la fertilidad natural por el empleo de máquinas e insumos de síntesis química; recursos que terminan por hacer de la tierra un simple sustrato estéril dependien­te de los fertilizantes sintéticos y por mudar el equilibrio biológico basado en la diversidad en un frágil monocultivo cuyas plagas sólo los más feroces pesticidas pueden abatir.

Hoy, el campesino está pre­so en las asimetrías del mer­ca­do, pero también y sobre to­do en la perversidad de un mo­de­lo tecnológico que lo obliga a emplear dosis crecientes de abonos químicos que proporcionan una apariencia de fertilidad pero agotan los suelos; que le exige el uso de herbicidas y “selladores” —propia­men­te llamados “mata todo”— que destruyen las diversas formas de vida; y por la aplicación de agresivos pesticidas que enve­nenan los suelos y las aguas enfermando al agricultor y a los consumidores. Una milpa don­de se aplica Gramaxone es una milpa en la que no puede haber matas de frijol y de cala­baza; es una milpa a suelo ­raso, sin biodiversidad y propen­sa a las plagas; es una milpa crecientemente contaminada por pesticidas y cada vez más dependiente del fertilizante químico, y es, por último, un cul­tivo cada día más caro cuya cosecha ya no paga el cos­to de los insumos.
 
El paradigma campesino de producción, que había resis­tido con prestancia desarrollos agronómicos en última instancia basados en el manejo tradi­cional del agricultor, es herido de muerte hace medio siglo por una “Revolución verde” cu­yas fuentes son la mecánica y la química. Y recibirá la puntilla si no detenemos a tiempo la ame­naza de los transgénicos; una tecnología que como los híbridos de la revolución ver­de, for­talece la dependencia respecto de las trasnacionales que la producen, pero que, a di­fe­ren­­cia de los primeros, ame­naza la diversidad biológica en el corazón, en el pro­pio germoplasma.

Éste es el tamaño del reto. Salvar al país es salvar al maíz. Pero salvar al maíz es restaurar la milpa como paradigma de agricultura sustentable ba­sa­da en la diversidad productiva y sustento de la pluralidad cultural. Y para eso el campo mexicano necesita una cirugía mayor; una rectificación pro­fun­da que es impensable sin un cam­bio de rumbo general, un viraje histórico en el modelo civilizatorio.
 
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como citar este artículo
Bartra, Armando. (2009). Hacer milpa. Ciencias 92, octubre-marzo, 42-45. [En línea]
     
 
     

 

       
 
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Las bondades de la milpa
 
Marco Buenrostro
   
   
     
                     
                     
 
Por su nombre en náhuatl (mi­lli, cultivo y pan, locativo) la
mil­pa es el lugar de cultivo; como el maíz es su eje, por extensión se llama milpa a un campo sem­brado con maíz, al que acompañan muy diversas plan­tas, unas sembradas y otras in­ducidas. Se imita así la di­ver­sidad que encontramos en la naturaleza. Ésta es una dife­ren­cia cualitativa entre mo­no­cul­ti­vo y policultivo, práctica agrícola que desde mi punto de vista constituye un mo­men­to cumbre de la humanidad. Al difundirse el cultivo del maíz en­tre las altas culturas que po­blaron estas tierras, se generaron diferentes tipos de milpa acordes con los más variados ecosistemas, cada uno con ca­racterísticas propias, pues el conjunto de plantas se adap­ta a las condiciones culturales y del medio donde se cultiva.

En ese espacio se obtienen hierbas comestibles como los quelites y condi­men­tos como el chile o el epa­zo­te. Ade­más se recolectan hongos e insectos y pueden cazarse ar­madillos y tuzas entre otros ani­males. Hay investigadores que documentan hasta se­sen­ta diferentes insumos útiles en las milpas. La mayor parte se uti­li­zan en la cocina, aunque tam­bién hay plantas medicina­les; otras sirven como rastrojo, algunas como abono; las hay que son de ornato y varias más son ma­teria prima para elaborar artesanías.

Los campesinos conocen a detalle las épocas o estadios en los que cada planta rinde un producto; también identi­fi­can el tiempo en que se pueden recolectar quelites y otros vegetales. Desde su inicio la mil­pa generó la necesidad de contar con utensilios y tecnología para su cultivo; las coas, los uictlis, los pizcadores, cestas y ayates fueron gene­ra­dos progresivamente para facilitar la producción; re­gio­nal­mente los utensilios son de formas y ma­te­ria­les diferentes.

Esta concepción del mundo y la naturaleza, con­dujo a nues­tros antepasados a considerar como recursos lo que en otras culturas son plagas. En la milpa se localizan al­gu­nas de estas especies; bas­te mencionar a los chapulines, al gusano elotero y al cuitlaco­che, que en México se apro­ve­chan en la cocina.

Aprovechamiento integral


Otro concepto que generaron nuestros antepasados es el apro­ve­chamiento integral del maíz, de la calabaza y del frijol, entre otras plantas; se apro­ve­cha la gran mayoría de sus par­tes. Así, de la calabaza nos comemos sus brotes tiernos y sus guías, las flores masculinas se cortan para pre­parar de­li­cio­sos platillos, las calabacitas tier­nas se apro­vechan en variadas formas, las calabazas maduras también forman parte de diversos platillos, y las pe­pitas se reservan para dis­po­ner de ellas en la elaboración de deli­cados guisos. El aprovechamiento no destructivo de partes de las plantas es uno de los muchos saberes de los campesinos milperos.

Muchas de las plantas que se cultivan en la milpa tie­nen re­­la­ciones sinérgicas; así por ejem­plo el frijol genera en su raíz nitrógeno que el maíz extrae del suelo y éste a su vez proporciona soporte al frijol en­redador; las grandes hojas de la calabaza impiden que otras yerbas no útiles prosperen y dan sombra al suelo limi­tando la evaporación.

La milpa, como espacio, pro­porciona insumos para la co­cina, prácticamente desde que se limpia el terreno para el cultivo, durante el tiempo que dura su cultivo y aún después de la cosecha. Las es­tra­tegias para la siembra de dife­rentes plantas están relacionadas con las necesidades del campesino y su familia para cada ciclo agrícola; al seleccionar diferen­tes conjuntos de plantas, el cam­pesino milpero también rota sus cultivos.


La milpa vs el monocultivo
 
En un balance real de producción de beneficios de la milpa en su conjunto, los rendimientos son muy superiores a los que se obtienen sólo contabili­zando el maíz al final de la co­secha. La milpa se cultiva con estrategias diferentes a la pro­ducción de ex­ce­den­tes para el mercado; con la milpa los cam­pesinos privilegian pro­cu­rar satisfac­to­res para el bie­nes­tar. Los pequeños agri­cul­to­res milperos inician im­por­tantes cadenas económicas, y generan su pro­pio empleo en lugar de ser ma­no de obra barata en las gran­des explotaciones. Por ello, un pre­cio justo para los productos del campo limitaría la migración.
 
Tradicionalmente en la mil­pa se privilegió un tipo de cul­tivo que hoy llamaríamos orgá­nico, pues el rastrojo se usa como abono natural y algunas plantas como el cempasúchil se utiliza para el control de pla­gas. En épocas más re­cien­tes, sobre todo a partir de la lla­ma­da revolución verde, la publicidad y los ingenieros y técnicos especialistas en agro­nomía se inclinaron por los fer­tilizan­tes químicos.

Un monocultivo, por razón ló­gica, tiende a agotar los nu­trimentos del suelo, y aunque es claro que los monoculti­vado­res han generado tec­no­lo­gías como la rotación de cultivos y el uso de fer­ti­li­zan­tes, está demostrado que los monocultivos son más pro­pensos a las plagas. Asimismo, para aumentar los rendimientos eco­nómicos, los téc­nicos han den­sificado las pobla­cio­nes en los monocultivos, aumen­tando el uso de agro­quí­micos y la ex­tracción de nu­trimentos del sue­lo, lo que re­dun­da en su deterioro. En los terrenos de riego, esta den­­­si­ficación requiere mayor con­sumo de agua y por tan­to mayor cantidad de agua en­tra en contacto con los agro­­quí­micos que la ­conta­minan.

La destrucción y agota­mien­to de los suelos, la ­acu­mu­lación de diferentes quí­mi­cos en los comestibles, la conta­mi­nación del agua que es patrimonio de toda la hu­ma­nidad, la destrucción de bosques y sel­vas por la gana­de­ría y la agri­cultura extensiva han sido ocasionados por bus­car como único fin el rendimiento y la con­cen­tra­ción eco­nómica, no el bie­nes­tar de la humanidad.

Los productores de agro­quí­micos, además de tratar de maximizar su ganancia, al idear y vender paquetes tecnológicos en los que se incluyen se­millas, fertilizantes y agroquí­mi­cos reciben la paga al entregar su paquete; el cam­pe­sino ten­drá que utilizar esos productos en determinada etapa del cultivo, financiando así a los vendedores. Por otro lado, una vez pagado el paque­te, el cam­pe­sino afronta los riesgos de no obtener cosecha —sobre to­do los agricultores tempora­leros. De esta manera aumen­ta el riesgo de pérdida, aunque se difunda lo contrario.

Esto sin considerar que ta­les sustancias desgastan los suelos hasta dejarlos casi inservibles, ya que la utilización de agroquímicos —agrotóxicos deberían llamarse— ha conducido a la destrucción del suelo orgánico, pues cambian las condiciones del suelo, haciendo que desapa­rez­can los microorganismos. Es por ello que hay ya numerosas organizaciones y comunidades que están volviendo a los abo­nos orgánicos y el control de plagas a partir de sustancias naturales.

Si como vemos, el siste­ma llamado milpa es más acor­de con la naturaleza y más pro­­duc­tivo, ¿por qué no se pro­mue­ve? Considero que es por­que el campesino que siem­bra su milpa a la manera tra­dicional es en gran medida autosufi­cien­te. Produce la mayor parte de los insumos que requiere para su alimentación y no depende del comercio para adquirir semillas y ferti­lizantes. Eso significa que no propicia la explotación del hom­bre y de la tierra, y por lo tanto no contribuye a concen­trar el dinero. La milpa es un concepto cultu­ral; el monocul­tivo suele tener un enfoque mercantil.
 
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como citar este artículo
Buenrostro, Marco. (2009). Las bondades de la milpa. Ciencias 92, octubre-marzo, 30-32. [En línea]
     
 
 
     
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