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del ambiente  
Arrecifes coralinos, selvas tropicales y huracanes
 
 
L. Álvarez Filip y M. Bonilla M.
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Situados entre el trópico de Cán­cer y el de Capricornio, las selvas tropicales y los arre­ci­fes de coral son dos de los eco­sistemas más dinámicos y com­plejos en la naturaleza. Am­bos presentan una alta diversidad biológica que favo­re­ce una intrincada trama de ­relaciones entre las especies que los com­ponen y, a pesar de que están localizados en me­dios diferentes, tienen nume­rosos vínculos. Por ejemplo, los arrecifes de coral funcionan como una barrera que ate­núa la energía del oleaje, lo cual permite el de­sarrollo de ve­getación en las zo­nas costeras. Mientras que la última con­tiene el flujo de agua dulce, rica en nutrimentos, y limita su regreso hacia el mar, con­tri­buye con ello que los arrecifes permanezcan en un medio ­oligotrófico —con po­cos nutri­men­tos—, necesario para el desarrollo de corales y otros or­ganismos.

Actualmente, gran parte de los ecosistemas tropicales se encuentran amenazados o de­te­riorados, tanto resultado de las actividades humanas, como por la acción de fenómenos na­turales. Unas de las per­tur­ba­ciones naturales que reciben más atención pública por el caos o el impacto socioeconó­mico que generan, son los ciclones, también conocidos en nuestro país como huracanes o tor­men­tas tropicales.

Por la velocidad de los vien­tos, las inundaciones y de­más efectos colaterales —por ejemplo, la pérdida de vegetación—, los ciclones pueden cam­biar la estructura y función de las comunidades ecológicas en tan sólo unas horas. Sin em­bar­go, no todo es dañino; como no im­pactan el ecosistema uni­for­me­mente, algunas zo­nas —o par­ches— se ven más afectadas que otras, lo que pro­mue­­ve la re­gene­ra­ción de varias es­­pe­cies. Así, los huracanes abren nuevos nichos o espacios eco­ló­gicos en el ecosis­tema. En las selvas, la aper­tura de un cla­ro permite la entrada de luz al estrato bajo de la vegetación —el sotobosque. Esto propicia abrup­tos cambios microclimáticos que se refle­jarán en marcadas modificaciones en la com­po­si­ción de especies, cuyo dinamismo me­diante la exclusión o reducción de especies dominantes, promueve el aumen­to en la diversidad.

Efectos en selvas y arrecifes

En términos ecológicos, los ci­clones afectan de distintas for­mas a las especies e individuos que componen el sistema, sea por su edad, su abundancia o su fragilidad estructural. Por es­to, el efecto de los huracanes suele evaluarse examinan­do el daño que sufren las es­pe­­cies que proporcionan la com­ple­ji­dad al ecosistema —por ejemplo, plantas y corales— y no las de alta movilidad o alto nivel tró­fico, como mamí­feros o aves en las selvas y pe­ces en los arrecifes.
En las selvas, la lluvia y, so­bre todo, los vientos son los ma­yores causantes de deterio­ros. Las plantas, en particular los árboles, sufren daños en dis­tintas escalas: desde la pér­dida de follaje y ramas —defoliación— o la ruptura de troncos, hasta el desenraizado total del individuo.

Mientras que en los eco­sis­temas marinos, la fuerza de la marea, el oleaje y las corrien­tes son las principales amenazas que traen consigo los huracanes. En los arrecifes, la magnitud del daño generalmente se evalúa en los organismos sési­les, formados por la relación simbiótica entre co­rales —animales— y zooxanthelas —algas—, los cuales son res­ponsa­bles de formar las es­tructuras coralinas. Aquí, el deterioro se evalúa analizando la pérdida de cobertura de co­ral, aunque también se incluyen los cambios en la composición de otros organismos co­­mo esponjas, gorgonaceos —corales blandos— e incluso la cantidad de sustrato libre en forma de roca o arena.

La península de Yucatán

En la península de Yucatán, lo­calizada en la franja conocida como cinturón de huracanes del Caribe, no es raro que estos eventos impacten su te­rri­to­rio. Sin embargo, en 2005 su­frió el embate de dos de los hu­raca­nes más fuertes en los últimos años: Emily y Wilma, ambos ca­tegoría 5, la má­xima en la escala Saffir-Simpson —la cual mide el daño potencial que pue­de causar un huracán, basándo­se en la intensidad de vientos máximos y su presión atmosférica. Emily impactó la zona noroeste el 17 de julio con vien­tos sosteni­dos de 215 kilómetros por hora y rachas de hasta 260. Wilma, uno de los huracanes más destructivos de los que se tenga memoria, afectó la región del 21 al 24 de octubre. En su punto de mayor fuer­za, fue el más intenso en el océa­no Atlántico, con la presión atmosférica más baja jamás registra­da en el hemisferio oes­te. Alcanzó la costa de Quinta­na Roo con vientos sostenidos de 220 kilómetros por hora y rachas de más de 300. El ojo, hasta de 63 kilómetros de diámetro, cubrió en su paso toda la isla de Cozumel.

Al final, la zona afectada por la trayectoria de ambos me­teo­ros no se veía tan pertur­bada desde el paso del huracán Gilberto en 1988. Tal es el caso de lo acontecido en el Área de Protección de Flora y Fauna “Otoch Ma’ax Yetel Kooh” —sel­va mediana subperennifolia— y en el Parque Nacional Arrecifes Cozumel, am­bos localizados en el noreste de la península.
¿Daños comparables?

En ambos sistemas, después del paso de Emily, más de 50% de los individuos muestreados no sufrieron daño, lo que podría indicar cierta resis­tencia ante este tipo de eventos. Pero después de Wilma, sólo un pequeño porcentaje de individuos permaneció sin daño apa­rente. Una explicación sería que se encontraban resentidos por el paso del anterior huracán, además de que su intensi­dad y duración fue mayor. Sin embargo, en ambos casos el daño aparente fue mucho mayor al registrado con un análisis de daños.
 
En las selvas, los estragos no fueron severos, hubo una gran cantidad de árboles defo­liados y un número menor de in­dividuos completamente des­enraizados. Mientras que en el mar, las especies más suscep­tibles pero con altas tasas de crecimiento, fueron las más da­ñadas. Por ejemplo, los géneros de corales de dedo (Po­rites spp.) y lechuga (Agaricia spp.), así como las esponjas masivas.

Los factores permiten creer que la recuperación de estos sis­temas será relativamente rá­pida. Sin embargo, se­ría intere­sante evaluar si los gastos ener­géticos de los indi­viduos se están destinado úni­camente a la recuperación, y no a otros ­fines como el crecimiento, la re­producción o los patrones fe­no­lógicos en las plantas —producción de flores y frutos—, lo cual tendría un impacto en las siguientes temporadas.

En ambos casos, el tamaño de los individuos —árboles— o de las agregaciones que estos forman —colonias de coral—, fue una variable importante. Por ejemplo, los individuos más pe­queños presentaron mayores tendencias de verse afectados.

Finalmente, en los arrecifes de coral, para algunas especies raras, las que presentan baja abundancia relativa, el daño observado fue mínimo. Esto probablemente les con­fie­ra la oportunidad de ocu­par los espacios que dejaron libres los individuos que fueron remo­vidos por los hura­canes.

Para terminar

No es casualidad que en ambos sistemas las especies más comunes fueran las más afectadas, ya que generalmente son las que tienen estrategias de rápido crecimiento pobla­cio­nal o mejores estrategias competitivas; pero como consecuencia es posible que no inviertan energía en la formación de estructuras que les pro­veen mayor rigidez estructural. Por otro lado, vale la pena recalcar que este tipo de dis­tur­bios abre es­pacios que son un hábitat en po­tencia para la llegada de nue­vos organismos. De hecho, por la frecuen­cia e intensidad con la que se presentan los huracanes, se considera que ayudan al man­te­nimiento de la diversidad del me­dio, al excluir o limitar las es­pecies dominantes y facilitar el establecimiento de otras.
 
Por su parte, existen varios mecanismos que propician la ca­pacidad de recuperación de los ecosistemas. Entre ellos, los ciclos relativamente rápidos de vida y la capacidad de repro­ducción tanto sexual como ase­xual de muchas especies, lo que permite la rege­neración de los organismos afec­tados, así como la recolonización de las áreas afectadas. Tanto en la tierra como en el mar, la capacidad de resiliencia de estos ecosistemas parece ser alta, re­sultado de su gran diversidad biológica y la complejidad de sus tramas ecológicas.

El problema comienza cuan­do los huracanes se presentan con mayor frecuencia e in­ten­sidad, escenario que po­dríamos enfrentar debido al calenta­miento global y al consecuente incremento en la tem­peratura superficial del mar, ya que el tiempo de re­cuperación de los ecosistemas pudiera no ser su­fi­cien­te. La presencia de ciertos disturbios crónicos, como la sobrepesca en los arrecifes de coral, que implica la remoción de ciertos organismos del sistema y reper­cute en la abun­dancia de otros —por ejem­plo, la exclusión de peces herbívoros afecta el equi­librio entre co­rales y algas—, o la conversión de suelos en las selvas —como el caso de los pastizales— y la fragmenta­ción en general, pro­vocan severos cambios en la estructura de los ecosistemas y su ca­pacidad de resiliencia puede disminuir considerablemente.
Lorenzo Álvarez-Filip
Parque Nacional Arrecifes de Cozumel (conanp) y Universidad de East Anglia, Reino Unido.

Martha Bonilla Moheno
Universidad de California, Santa Cruz.
Referencias bibliográficas

Alvarez-Filip, L., y I. Gil. 2006. “Effects of Hurricanes Emi­ly and Wilma on Coral Reefs in Cozumel, Mexico”, en Coral Reefs, (en prensa).
Lugo, A. E., C. S. Roger y S. W. Nixon. 2000. “Hur­ri­canes, Coral Reefs and Rainforests: Resistance, Ruin and Recovery in the Caribbean”, en Ambio, núm. 29, pp. 106-114.
Tanner, E. V. J., V. Kapos y J. R. Healey. 1991. “Hur­ricane effects on forest ecosystems in the Caribbean”, en Biotropica, núm. 23, pp. 513-521.
Webster, P. J., G. J. Holland, J. A. Curry y H. R. Chang. 2005. “Changes in tropical cyclones number, duration, and intensity in warming environments”, en Science, núm. 309, pp. 1844-1846.
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como citar este artículo

Álvarez Filip, Lorenzo y Bonilla Moheno, Martha. (2007). Arrecifes coralinos, selvas tropicales y huracanes. Ciencias 85, enero-marzo, 14-17. [En línea]
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