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Artesanías y
medio ambiente
Conabio, México, 2009.
147 páginas.
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Cuando se agotan
los recursos naturales sólo
nos queda reinvertarnos.
Los materiales han cambiado,
pero los conocimientos
no van a morir.
Francisco J. Cornejo Rodríguez.
México es un país pluricultural y con gran diversidad biológica.
Como muestra, se extiende por todo el territorio una galería de productos artesanales representativos de cada región.
El artesano utiliza los recursos naturales para el diseño y la conformación de sus piezas y su taller, un genial laboratorio en donde las caprichosas formas de la naturaleza se reinventan y configuran de acuerdo con una visión particular del mundo.
De la relación creativa que establece el artesano con sus materias primas surgen, después de un elaborado y sensible proceso de contemplación y técnica, criaturas y objetos como alebrijes, piñatas, árboles de la vida y otras muchas expresiones artísticas transmitidas de generación en generación.
Asimismo, estas creaciones se elaboran, bien conforme a los antiguos procesos indígenas, o en talleres donde se utiliza pequeña maquinaria para su fabricación en serie, sin llegar a insertarse en el terreno de lo industrial. Aunque los artesanos emplean herramientas y materiales auxiliares para su trabajo, sus manos, su intuición y cosmovisión constituyen los principales recursos para su creación.
Los artesanos mexicanos son herederos de una tradición milenaria que se remonta en nuestro país al menos 4 000 años atrás. Desde su aparición sobre la Tierra, el hombre ha manifestado su concepción del entorno que lo rodea. Este aprendizaje lo ha llevado a crear piezas que expresan sus creencias ideológicas tradicionales y el fuerte sincretismo que impera en las civilizaciones.
El conocimiento sobre las artesanías y su técnica es generalmente transmitido de padres a hijos, fomentando así las tradiciones y formando parte de la herencia cultural de los pueblos. Asimismo, la actividad artesanal se realiza regularmente en el hogar y se desarrolla en mayor medida, en las áreas rurales combinada con actividades agrícolas, silvícolas, mineras o pesqueras, sin alterar el equilibrio ecológico de sus ecosistemas.
Los artesanos conocen y han manejado su entorno y los recursos que utilizan para la producción de sus artesanías.
La producción artesanal constituye un ejemplo de cómo se puede integrar el fomento a las formas de producción, el aprovechamiento de los recursos y la conservación de los mismos a través de una producción artesanal sustentable.
Artesanías y medio ambiente es resultado del trabajo conjunto entre institutos, casas de artesanías, instituciones federales y centros de investigación.
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Fragmento de la introducción.
como citar este artículo → Sin autor. (2010). Artesanías y medio ambiente. Ciencias 99, julio-septiembre, 76. [En línea]
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La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Conciencia:
ciencia y metafísica una visión inevitablemente filosófica
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Eduardo González Flores
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Definir la conciencia es una tarea más que difícil. Christof Koch propone el concepto de selfawareness como definición de trabajo: “El estado de alerta de uno mismo y del entorno, que inicia por la mañana al despertar y termina cuando el individuo cae en un estado inconsciente tal como es el coma o el sueño sin ensoñaciones”. Existe evidencia aportada por la neurología clínica y las neurociencias cognitivas que sugiere que diferentes tipos de estímulos son procesados por el sistema nervioso central en forma paralela y jerárquica, y que el encéfalo tiene la función de integrar esta información con el resto de la información proveniente de otros sentidos, y vincularla con emociones y recuerdos, formando la experiencia del ser consciente.
El problema central de las neurociencias es el llamado binding problem o problema de la unión, que se basa en lo siguiente: el sistema nervioso central trabaja en forma modular, por partes, donde cada parte de una percepción sensorial es procesada independientemente en el lenguaje de potenciales de acción. Nuestra percepción nos llega como un todo unificado; entonces, ¿qué mecanismos usa el cerebro para reunir lo disperso y presentarlo en forma unánime?
El estudio científico de cómo se genera la conciencia o selfawareness ha sido difícil debido a que la conciencia presenta tres características que la hacen en forma parcial no verificable en su universo total: en primer lugar, la conciencia es subjetiva, esto es, que la experiencia consciente es única para cada individuo, ya que está moldeada por sus propias experiencias; el problema se puede ejemplificar cuando se piensa en el dicho: “la belleza está en los ojos de quien la mira”.
La segunda característica es que es unitaria, la experiencia conciente llega a nosotros como un todo integrado bañado de colores, sonidos, formas, olores, sabores, emociones y recuerdos, vinculado como una sola experiencia que ocurre simultáneamente. La tercera característica es la intencionalidad, esto es, que nuestra experiencia consciente tiene un significado más allá de las percepciones físicas experimentadas al momento y se genera con un fin particular.
La dificultad para abordar con el método científico este problema es la circunstancia que dio lugar a la concepción dualista del ser: una mente inmaterial independiente de un órgano material llamado cerebro. En la actualidad existen diferentes concepciones filosóficas y científicas; unas proponen que la llamada conciencia es una propiedad emergente de las características físicas del cerebro, pero no explicable a partir de ellas únicamente. Sin embargo hay otras corrientes, como la que sostiene Colin McGinn, quien afirma que sencillamente el problema de la conciencia es una tarea inabordable para el intelecto humano; o más optimistas, como las propuestas por Searle y Nagel, para quienes esto sí es posible, manteniendo ciertas precauciones. Y está la de Francis Crick y Christof Koch, una hipótesis biológica actualmente en desarrollo. Comencemos por ellos.
Los correlatos neurales de la conciencia
Francis Crick ha sido uno de los investigadores más dinámicos y creativos, sus trabajos lo han colocado a la misma altura que Newton, Galileo, Darwin y Copérnico. En 1953 fue condecorado, junto con James Watson, con el premio Nobel de Fisiología y Medicina por determinar la estructura helicoidal del ADN. En los últimos años de su vida, Crick se dedicó al estudio de la conciencia, y en 1994 publicó “The Atonishing Hypothesis”, la mejor revisión hasta entonces sobre el tema. Junto con Christof Koch trabajó para sustentar la hipótesis de los correlatos neurales de la conciencia (NCC por sus siglas en inglés).
Poco antes de morir, el 27 de julio de 2004 debido a un cáncer, su línea de investigación estaba centrada en el claustro, un núcleo perteneciente a los ganglios basales cuya característica que más llamó la atención de Francis Crick es que se conecta prácticamente con cualquier región cerebral, por lo que actuaría como un director de orquesta al coordinar los esfuerzos de múltiples áreas.
Este trabajo ha sido continuado por Christof Koch, del Instituto Tecnológico de California, cuya hipótesis propone que el problema de la conciencia sólo puede ser resuelto a largo plazo mediante explicaciones a nivel neuronal, esto es, encontrando los correlatos neurales de la conciencia, por lo que desarrolla una investigación para lograr esto. Los correlatos se definen como la unidad mínima capaz de generar una percepción consciente, y dependen de alguna forma de la memoria a corto plazo y algunos mecanismos de atención, los cuales logran sincronizar un grupo de neuronas en algún sitio del cerebro para que disparen unificadamente potenciales de acción a una frecuencia que va de 40 a 70 Hz. El resultado de este proceso es la generación de una forma de memoria a corto plazo que se conoce como working memory (una forma de memoria que dura poco tiempo y es reforzada mediante la repetición, y es la que nos permite mantener la coherencia en una conversación, memorizar un número telefónico, un nombre, etcétera).
Es una hipótesis basada en estudios realizados en el sistema visual de monos y gatos. Se ha elegido el sistema visual para ser objeto de estudio debido a que una gran cantidad de mamíferos son seres esencialmente visuales, y para interactuar con el mundo dependen de lo que el sistema visual realice, por lo que la relación de superficie cortical dedicada al procesamiento de imágenes es amplia en comparación con otros sentidos. La estrategia utilizada es la rivalidad binocular, que consiste en presentar simultáneamente un estímulo visual diferente a cada ojo de un mismo individuo. Sabemos que la atención es un proceso discriminante en el que sólo se atiende una única circunstancia a la vez; al presentar un estímulo diferente a cada ojo, la atención salta de un estimulo a otro, y es este salto en la atención lo que en apariencia vuelve consciente un estímulo.
La respuesta que proponen Crick y Koch en este caso es que en cualquier momento las neuronas importantes en múltiples áreas corticales cooperan para formar alguna clase de actividad global, y que ésta corresponde a la conciencia de lo que se ve. Experimentalmente, Koch se basa en las observaciones hechas en la corteza olfativa y en la visual de cómo las células nerviosas de estas dos regiones disparan de una manera semisincrónica a una frecuencia de 40 a 70 Hz, así como de observaciones histológicas y funcionales que muestran que todas las áreas corticales relacionadas con un solo sentido están interconectadas serialmente mediante conexiones ascendentes, descendentes y reverberantes, lo que crearía circuitos de retroalimentación que podrían llevar a que las neuronas se sincronizaran. El producto de tal sincronización sería una percepción unificada.
Searle y las propiedades emergentes
Este filósofo de la ciencia defiende la postura de que se puede formular una teoría biológica de la mente —en realidad él propone una—, siempre y cuando se mantengan algunas precauciones en cuanto a cómo se formula el problema en términos científicos.
En su artículo publicado en 1992, “The Problem of Consciousness”, Searle define la conciencia como “los estados subjetivos de alerta que comienzan cuando el individuo se despierta en la mañana de un sueño sin ensoñaciones, y continúan todo el día hasta que uno se acuesta por la noche, cae en coma, muere o de algún otro modo entra en un estado inconsciente”. Para él, la conciencia es un proceso mental de orden superior, o mejor dicho, de orden supremo, pues la considera como la función máxima del sistema nervioso central, pero que, sin embargo, muchos tratan como una propiedad de orden metafísico, totalmente subjetivo e inabordable a un estudio científico serio.
Searle propone que cualquier intento de teoría biológica de la conciencia debe de tener en cuenta las tres propiedades fundamentales de la conciencia: a) subjetividad: esta propiedad es el mayor reto a vencer, ya que “una teoría de la conciencia necesita explicar cómo es que un conjunto de procesos neurobiológicos puede provocar que un sistema se encuentre en un estado subjetivo de alerta”, esto es, ¿cómo se puede explicar que una serie de potenciales de acción en varios grupos de neuronas sean capaces de llevarnos a experimentar el mundo de un modo diferente?; b) unidad: se refiere a que no experimentamos los hechos en forma aislada, sino que lo hacemos de manera integrada, ya que las sensaciones corporales ocurren simultáneamente con la percepción de: clima, color, olor, rostros, pensamientos, sentimientos, recuerdos, etcétera. Esto constituye lo que para la neurobiología se conoce como binding problem o problema de la unión; y c) intencionalidad: es el nombre que dan los filósofos y psicólogos a la propiedad que tienen muchos de nuestros estados mentales de estar dirigidos a algo, que son de tal o cual modo ya que hay algo en el mundo que los hace ser así. Por ejemplo, si yo me siento triste debe de haber algo en el mundo o un contenido mental que me hace sentir triste, sin importar si es real o es una alucinación.
Sin embargo existe otro obstáculo que en cierto modo impide que la conciencia sea estudiada por medio del método científico de un modo satisfactorio. Nuestra estructura científica actual, que nos ha permitido entender el mundo se ha basado en la útil estrategia del reduccionismo. Con esto me refiero a que muchos de los fenómenos de la naturaleza que en un principio parecían inexplicables, ahora tienen una explicación satisfactoria debido a que se ha podido reducir su complejidad a un sistema basado en elementos básicos cuyo análisis es más sencillo.
Sin embargo, en una primera inspección, esta estrategia parece insuficiente para abordar el problema de la conciencia, ya que podemos medir magnitudes y frecuencias así como destinos de los potenciales de acción en las neuronas del cerebro, es decir, algo objetivo y cuantitativo, pero nuestro objeto de estudio no es éste, sino algo subjetivo y cualitativo llamado conciencia. A manera de ejemplo, antes de la teoría electromagnética se definía al color sobre la base de lo que un individuo normal percibía como color, así el rojo se definía como lo que para el observador era rojo. Después del descubrimiento del electromagnetismo se vio que el color no era otra cosa más que una onda electromagnética con características físicas, como la longitud de onda que se reflejaba en algunos objetos que se manifestaban con tal color; así se pudo redefinir lo que en un principio se definía en términos subjetivos (mi experiencia del color) a términos objetivos (ondas electromagnéticas con ciertas características físicas).
Pareciera que no es posible hacer esto con la conciencia, es decir, ¿cómo explicar mi experiencia única e intransferible (subjetiva), en términos de neuronas, moléculas y potenciales de acción (objetiva)? Searle enfrenta este problema de un modo elegante, dice que la estrategia reduccionista es útil, pero que sólo conocemos cinco métodos reduccionistas (reducción ontológica, teórica, lógica, causal y a las propiedades ontológicas), y únicamente la reducción ontológica parece ser la adecuada para abordar la conciencia (este tipo de reducción consiste que los objetos de cierta clase no consisten más que en objetos de otra clase), pero no del modo en que el color pudo ser reducido, ya que aunque lleguemos a la conclusión irrefutable de que la conciencia no es otra cosa más que actividad de neuronas, nos faltaría conocer los mecanismos que finalmente la generan. Llegar a la reducción de esto aparentemente no es posible por medio de los cinco métodos tradicionales de reducción, sino de otro modo; se necesita un método que explique las neuronas como unidad y su interacción como circuitos, y el modo en que se logre reducir esto será un hito para la humanidad que con seguridad nos llevará a un modo diferente de entender los fenómenos y revolucionará el pensamiento científico.
Mientras esto es posible, Searle propone la hipótesis de las propiedades emergentes: “supongamos que tenemos un sistema S hecho de los elementos a, b, c… Por ejemplo, S podría ser una piedra y los otros elementos serían las moléculas. En general, existirían propiedades de S que no son, o al menos no necesariamente, propiedades de a, b, c… Por ejemplo, S pesa diez gramos, pero el peso de los elementos individuales no suma diez gramos”. Vista de este modo, la conciencia es causalmente una propiedad emergente de un sistema de neuronas, del mismo modo que la solidez o la fluidez son propiedades de un arreglo particular de moléculas. La existencia de la conciencia puede ser explicada mediante las interacciones causales de los elementos del cerebro en el micronivel. La idea base de Searle es que la conciencia escapa al comportamiento de las neuronas en el cerebro, y que una vez que se ha escapado, entonces adquiere vida propia.
¿Qué se siente ser un murciélago?
“La conciencia es lo que hace al problema mentecuerpo en realidad intratable; sin la conciencia el problema dejaría de ser interesante y con la conciencia parece ser desalentador”. Esta frase enunciada por Thomas Nagel ilustra su visión del problema, la cual tiene muchos puntos de vista en común con Searle en cuanto a la estrategia intelectual que actualmente se sigue para resolver el problema de la conciencia, esto es, mediante la reducción a sus elementos fundamentales, lo cual es insuficiente o carece aún de los elementos teóricos suficientes para sustentarla.
Al igual que Searle, Nagel encuentra en la subjetividad de la conciencia el mayor reto a vencer, y para tratarla emplea como analogía lo que implicaría ser como un murciélago. Asume que la conciencia es un fenómeno constante en la naturaleza, que se encuentra en los mamíferos y las aves, y que se halla en relación con la complejidad que posee cada especie en su sistema nervioso. A partir de esto, toma como ejemplo a los murciélagos, ya que en la escala filogenética se encuentra cercanos al ser humano, y además porque poseen un sistema para percibir al mundo por medio del eco de los sonidos que emiten con su sonar, sistema que los humanos no poseemos.
Seguramente los murciélagos son capaces de generar una representación del mundo a partir de las ondas de sonido que les permiten moverse en él, pero nosotros como observadores somos incapaces de acercarnos a esa representación que se forma en su conciencia, y sólo podemos aproximarnos a los correlatos de grupos de neuronas que se activan e inactivan en su sistema nervioso, nada más. Los seres humanos podemos inferir cosas a partir de estudios neurofisiológicos en murciélagos y hacer la analogía con nuestro sistema visual. Tenemos además una herramienta muy útil, la imaginación, pero se limita a representar lo que nuestros sentidos captan de la realidad. Por tanto, no podemos aproximarnos a lo que se siente ser un murciélago. Si me imagino a mí mismo con membranas bajo los brazos, durmiendo colgado boca abajo, esto sólo me acercaría a las condiciones de vida de un murciélago, pero lo que en su representación interna ocurre cada vez que emite un sonido y capta los ecos para crear una representación del mundo es algo que sólo los murciélagos pueden hacer.
Del mismo modo, un murciélago tiene las estructuras orgánicas necesarias para sentir dolor, hambre, sed, tal como las de nosotros, pero ¿son nuestras experiencias iguales? Entre más diferencias existen entre dos individuos que experimentan, menos éxito se obtendrá al tratar de entender la experiencia del otro.
El que no tengamos acceso a las experiencias de otros seres o que no tengamos el lenguaje común para referirnos a ellas y para poder comprenderlas no nos debe hacer pensar que éstas no existen.
Estamos nuevamente frente al dilema de objetividad vs. subjetividad. La objetividad es la independencia de los hechos del punto de vista humano. En el ejemplo del murciélago la objetividad serían los correlatos neurales de activación e inactivación, mientras que la subjetividad sería la experiencia única del murciélago de ser murciélago. Ahora, si bien nos es prácticamente inalcanzable entender qué es para un murciélago ser murciélago, por no tener las mismas experiencias ni el mismo lenguaje, ¿puede explicar un ser humano la experiencia de otro ser humano si son más semejantes y poseen un mismo lenguaje? Nagel dice que sí, siempre que omitamos los puntos de vista, esto es, que perdamos la subjetividad y nos acerquemos a este problema con objetividad, ya que si queremos ser estrictamente objetivos o totalmente materialistas, entonces debemos aceptar que no hay ningún postulado de la física actual que explique la subjetividad a partir de la objetividad.
Entre el pesimismo y el realismo
Los esfuerzos por resolver el problema mentecuerpo han sido muchos y las dificultades no cesan. Para Colin McGinn ha llegado el momento de admitir con humildad que sencillamente no podemos resolver el misterio ¿Cómo explicar que la agregación de millones de neuronas genere un estado de alerta subjetiva? Pareciera que el tejido nervioso es el material incorrecto para generar la conciencia, pero lo hace. Para él, en la historia de este problema han existido dos corrientes, la primera es constructivista, y busca alguna propiedad del cerebro que pueda explicar cómo se genera la conciencia; la segunda corriente, dominante, que admite que no hay nada de natural en este problema y sugiere que mejor busquemos explicaciones sobrenaturales o de intervención divina.
Ambas corrientes destacan que falta un vínculo para resolver este problema, el cual radica en que estamos moldeados por nuestra constitución cognitiva de tal modo que no se puede alcanzar una concepción de las propiedades naturales del cerebro que logran el vínculo mentecuerpo.
McGinn apoya estas ideas e introduce el concepto de cerramiento cognitivo (cognitive closure) mediante la formulación del siguiente axioma: un tipo de mente M se encuentra cerrado cognitivamente con respecto de la propiedad P, sí y solo sí los procedimientos de formación de conceptos a disposición de M no se pueden extender para alcanzar P. Debemos concebir que la mente procede de distintas clases, diferentemente equipadas, con diversas facultades y limitaciones, de tal forma que ciertas propiedades sólo son accesibles a cierto tipo de mentes, pero no a otros. Diferentes especies son capaces de percibir distintas propiedades del mundo, pero ninguna es capaz de percibirlas todas, al menos no sin alguna herramienta.
El cerramiento cognitivo no niega la realidad, ésta existe, sólo que no todos son capaces de percibirla, esto es ser realista respecto de la realidad. Si alguien no es capaz de explicar algo, no quiere decir que ese algo no exista, simplemente es inaccesible. Sin embargo es de notar que la incapacidad de explicar algo no trae consigo la de reconocer que ese algo representa un problema teórico. Poseer tales limitaciones cognitivas en cuanto a la explicación de algo nos produce una sensación de misterio, y no se trata de un misterio objetivo como lo concebimos.
Del mismo modo, el carecer del arsenal cognitivo para explicar la relación mentecuerpo hace que esta relación se contemple como un misterio. Estamos seguros de que existe alguna propiedad natural en el cerebro que hace que los organismos sean conscientes, que debe de haber una explicación de cómo el cerebro es capaz de sustentar la mente. Distinguimos una relación causal, pero no distinguimos cuál es el nexo en dicha causalidad; existe el nexo, aunque no lo podamos comprender.
Tal vez la respuesta esté a la vuelta de la esquina, o sea necesario completar la biología del cerebro, o que nazca un genio con las capacidades para reformular el problema y hacerlo accesible, pero, por lo pronto, McGinn no deja de decir que nuestras mentes están cerradas para entender nuestra propia mente.
¿En qué se basa para seguir afirmándolo? Él propone dos maneras de abordar el problema: estudiando la conciencia directamente, y estudiando físicamente el cerebro. La primera se realiza mediante el proceso de la introspección, que proporciona acceso inmediato a las propiedades de la conciencia, acceso cognitivo a una sola fase de la relación mentecerebro, mas la introspección no nos dice nada de la relación. La segunda aborda el cerebro físicamente, es a lo que han apostado las neurociencias.
El problema está en que la conciencia no se ve, podemos ver la estructura que la sustenta pero no a ella; no la vemos, no la oímos.
Hasta ahora McGinn se muestra pesimista, pero clama por el optimismo al afirmar que el problema tiene una solución, y que está en el poder de aquella mente la posibilidad de abordar el problema sin introspección, eliminando todo rastro de subjetividad de ella.
Conclusiones
De los autores mencionados, sólo Koch formula una teoría biológica de la conciencia, los demás desarrollan estrategias intelectuales o discusiones sobre los puntos obscuros del problema de la conciencia. En realidad es enorme lo que se ha escrito sobre el tema, muchos los libros dedicados a proponer ideas para solucionar el problema, y otros tantos dedicados a refutar la posibilidad de éxito de dicha idea. Sin embargo, no debemos olvidar algo, la filosofía se encarga de proponer muchas ideas, que cuando se abordan bajo otra óptica, con el método científico, entonces constituyen una ciencia.
No se puede evitar quedar impresionado y perplejo cuando se plantea este problema, es como si nos dijeran que tenemos sólo una masa de materia gris dentro del cráneo, sencillamente no es fácil creerlo o aceptarlo. Es un tema que se mantiene rodeado de un halo de misterio, pero como afirma McGinn, es un misterio porque carecemos de la capacidad cognitiva para abordarlo.
Por mucho tiempo se consideró el cerebro como una “caja negra” (un dispositivo en el que se conocen los datos de entrada y los datos de salida, pero se desconoce el proceso que los vincula), donde sólo interesaban los comportamientos observables y lo demás carecía de importancia. Uno de los primeros en abrir la caja negra fue Eric R. Kandel, quien se planteó el problema de la memoria, el ¿cómo recordamos?, ¿qué cambia cuando aprendemos?, y lo hizo por medio de una estrategia reduccionista, estudiando los elementos físicos involucrados en la memoria en un sistema simple, y una vez comprendida la simplicidad se aventuró a la complejidad, hallando que los mecanismos que sustentan la memoria en ambos sistemas son esencialmente iguales. Por sus aportaciones fue condecorado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 2000. Kandel nos enriqueció al mostrarnos los beneficios de abordar un problema complejo en su forma más elemental y simple.
Semir Zeki nos ilustra el siguiente paso una vez resuelto el problema: “a primera vista, el problema de la integración parece simple. Lógicamente sólo requeriría que todas las señales provenientes de las áreas visuales especializadas fueran reunidas para poder reportar los resultados de sus operaciones a una sola área maestra cortical […] Esta área maestra se encargaría de sintetizar la información proveniente de las diversas fuentes y brindarnos la imagen final, o algo así […] Pero el cerebro tiene su propia lógica […] Si todas las áreas visuales reportan a una sola área maestra, ¿a qué o a quién reporta esta área maestra? Planteado de una manera más visual, ¿quién está mirando la imagen producida por el área maestra? El problema no es único para la corteza visual. ¿Quién, por ejemplo, escucha la música producida por el área auditiva maestra o percibe los olores producidos por un área olfativa maestra? En realidad, no sería productivo buscar un diseño así, ya que en este punto se cae en un hecho anatómico importante que podría ser menos grandioso pero que al final es mas iluminador: no existe una sola área cortical a la que todas las otras áreas corticales reporten exclusivamente, ni en el sistema visual ni en el sistema sensorial. En suma, la corteza debe utilizar una estrategia diferente para generar una visión integrada”.
Una gran mayoría de lo que se ha escrito se refiere únicamente a cómo las sensaciones se integran para formar una percepción de la realidad, pero se ha dejado de lado el sistema de la voluntad. Tal vez sea momento de buscar una explicación en los actos voluntarios como en el sistema motor, buscar en este sistema el primer y más remoto sitio de activación que precediera por un milisegundo al comportamiento visible. Si halláramos algo, podría ser el vínculo que buscamos, un integrador final, un coordinador primario de lo que llamamos conciencia; entonces dejaríamos de ser un cuerpo y su conciencia para convertirnos en ser consciente.
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Referencias bibliográficas
Koch, Christof. 2004. The Quest for Consciousness: A Neurobiological Approach. Roberts & Company Publishers. Englewood, Colorado.
Kandel, E. R. 2006. In Search of Memory: The emergence of a new science of mind. W. W. Norton & Company. Nueva York.
Searle, J. R. 1998. “How to study consciousness scientifically”, en Phil. Trans. R. Soc. Lond, núm. 353, pp. 1935-1942.
Kandel, E., J. Schwartz y T. Jessell. 2000. “From Nerve Cells to Cognition”, en Principles of Neural Science, pp. 381-403.
Nagel, T. 1998. “What is it like to be a bat?”, en The Nature of Consciousness. Philosophical Debates. Block, N., O. Flanagan y G. Güzeldere (eds.). MIT Press, Massachusetts.
McGinn, C. 1998. “Can we solve the Mind – Body Problem?”, en The Nature of Consciousness. Philosophical Debates. Block, N., O. Flanagan y G. Güzeldere (eds.). MIT Press, Massachusetts. |
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Eduardo González Flores
Facultad de Medicina,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Es médico cirujano egresado de la Facultad de Medicina, de la UNAM. Actualmente es residente de la Especialidad en Medicina Interna del 4° año en el Hospital General de México O. D.
como citar este artículo →
González Flores, Eduardo. (2010). Conciencia: ciencia y metafísica. Una visión inevitablemente filosófica. Ciencias 99, julio-septiembre, 64-73. [En línea]
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El lenguaje de las células
Elisa Domínguez Hüttinger
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¿Cómo se coordinan las células de un organismo?, ¿cómo las
bacterias censan el medio en que están?, ¿por qué las células cancerosas proliferan, formando tumores?, ¿qué relación guarda la diabetes con la enfermedad cardiovascular? El común denominador de estas preguntas es la comunicación celular, proceso por medio del cual las células son capaces de percibir cambios en el medio y responder a éstos.
Para entender intuitivamente la comunicación celular, imaginemos dos células hablando entre sí: la célula emisora dice una palabra, que es escuchada (por medio de los oídos) por la célula receptora o célula blanco, la cual procesa la información, y finalmente responde al mensaje de la célula emisora por medio de alguna acción.
Bioquímicamente hablando, los protagonistas de este sistema de comunicación son las proteínas. Tanto las palabras (propiamente dicho, los ligandos) como los oídos (es decir, los receptores) y los procesadores de información (efectores) son proteínas; mientras que los ligandos son hormonas, neurotransmisores e incluso enlaces directos entre células, los receptores son proteínas incrustadas en la membrana celular que tienen un dominio en el exterior (extracelular) y uno en el interior (intercelular). Los efectores frecuentemente, pero no siempre, son enzimas (modifican a otra proteína) o factores de transcripción (entran en contacto con el adn).
El ligando entra en contacto con la célula blanco por medio del dominio extracelular del receptor. La asociación ligandoreceptor provoca un cambio estructural en el dominio intercelular del receptor, el cual desencadena la activación de las proteínas efectoras en el interior de la célula —éstas interactúan de manera inhibitoria o activadora entre sí, ya sea linealmente, como en un efecto dominó, o a manera de red. Eventualmente, una de ellas —un factor de transcripción— induce un cambio en la expresión genética, es decir, enciende o apaga la expresión de un gen al asociarse con el adn; entonces culmina la vía de comunicación celular, pues el cambio en la expresión genética induce una respuesta en la célula: división, diferenciación, muerte o migración.
Este proceso, llamado transducción de señales, es el responsable de que las células sean capaces de percibir su medio ambiente; basta con tener un receptor apropiado que sea capaz de ligar cierto nutrimento así como la maquinaria intercelular correspondiente, para que la célula pueda incorporarlo y metabolizarlo. Las células en un organismo multicelular están finamente coordinadas gracias a una complejísima red hormonal que las comunica.
Una célula cancerosa se caracteriza por dejar de responder a su entorno. Frecuentemente, algún receptor que normalmente induciría la división celular —un protooncogen— adquiere independencia del ligando, es decir, que no necesita esperar una señal desde fuera para inducir la proliferación celular.
La relación entre la diabetes y la enfermedad cardiovascular se debe, al menos en parte, a la comunicación cruzada entre la vía de señalización desencadenada por la insulina y aquella desencadenada por la angiotensina. Si alguna de estas vías está alterada, puede tener efectos sobre la otra, explicando así la correlación entre estas dos patologías.
La cantidad de información que ha surgido en el campo de la transducción de señales y la consecuente dificultad de sintetizar y analizar el creciente número de datos ha orillado a quienes se dedican a esta disciplina a acercarse a otros campos del conocimiento, como las ciencias de la computación y las matemáticas. Una comunicación fructífera entre ellas es esencial para el desarrollo de la transducción de señales. Así, el estudio del lenguaje de las células está revolucionando el lenguaje entre los diferentes campos de conocimientos y, con ello, propiciando una colaboración estrecha y cordial entre sus representantes.
Entender la transducción de señales es comenzar a comprender la conexión entre el exterior y el interior de las células, entre el organismo y su medio. Conocer con precisión las redes de transducción de las señales características de determinado proceso fisiológico o patológico definitivamente contribuye a comprenderlo con mayor precisión, además, un mayor entendimiento puede sugerir la manera de intervenir en el proceso mismo.
Sin embargo, no debemos perder de vista que no podemos reducir un proceso fisiológico o patológico al estado de activación de las proteínas (o genes); justamente, en este sentido, la transducción de señales es muestra de la inmensa importancia del contexto.
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Referencias bibliográficas
García Sainz, J. A. 2002. Hormonas: mensajeros químicos y comunicación celular. FCE, México.
Kitano, K. 2002. “Systems Biology: A Brief Overview”, en: Science, vol. 295, núm. 5560, pp. 1662-1664.
Spiegel, A. 2006. “Gproteinmediated Signal Transduction and Human Disorders”, en: Encyclopedia of Life Sciences.
Todd, R. y K. Munger. 2006. K. “Oncogenes”, en: Encyclopedia of Life Sciences.
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Elisa Domínguez Hüttinger
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Domínguez Hüttinger, Elisa. (2010). El lenguaje de las células. Ciencias 99, julio-septiembre, 36-37. [En línea]
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El racismo México
César Carrillo Trueba
Colección Tercer Milenio,
Conaculta, México 2009.
64 páginas.
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Indio igualado, indio patarajada, nopal, naco…
¿cuántas maneras de expresar el desprecio hacia los indígenas o quienes tienen “tipo indígena” podríamos contar? Cantidad, y todas ellas implican una inferioridad intrínseca, algo que se manifiesta en su apariencia exterior. ¿De dónde viene esta imagen de lo indígena, esta asociación entre su apariencia y los calificativos de flojo, sucio, miserable, su absoluta inferioridad?
La población de México fue siempre mayoritariamente indígena, y actualmente quince millones aún hablan su propia lengua y casi todos los demás tenemos al menos 50% de ascendencia indígena. Y sin embargo, a lo largo del tiempo se conformó, con base en la idea de raza, una imagen de inferioridad que persiste hasta nuestros días, constituida por los rasgos físicos y culturales de los pueblos indígenas. ¿Cómo ocurrió esto?, ¿por qué menospreciamos a quienes poseen un mismo origen y rasgos parecidos a los nuestros?, ¿por qué los libros de texto enseñan a enaltecer las civilizaciones prehispánicas, mientras las políticas gubernamentales propician la desaparición de los indígenas contemporáneos, su integración despojándolos de lengua y cultura? Tales son la preguntas que pretendemos abordamos en este breve ensayo.
* * *
Con el fin de conocer a fondo la naturaleza humana, en el siglo xix se crearon elaboradas técnicas para medir el tamaño y la forma del cuerpo, la fisiología y las capacidades mentales de las diferentes razas.
¿Cómo establecer las características que definen una raza?, tal era la pregunta que se formulaban los estudiosos dedicados a la antropología, la naciente ciencia del hombre. Con esta intención se definieron características apropiadas, se crearon métodos para estudiar su variación, obtener datos estadísticos e índices a partir de ellos, y para proceder a la comparación de los mismos, lo cual se efectuaba al interior de un marco teórico en donde dichas características tenían un valor predeterminado, generalmente establecido con base en criterios de orden cultural, ideológico, estético.
Así, por ejemplo, el ángulo facial empleado para clasificar cráneos establecía una gradación que va de 70º en los negros a 100º en las esculturas griegas, el famoso perfil, ideal occidental de la belleza, lo cual reflejaba la evolución humana, de lo inferior —debajo estaban los chimpancés— a lo superior. Un investigador podía entonces medir dicho ángulo en una población y, junto con otras medidas, reportarlas en una tabla sin conclusión alguna, o compararlas a las de otra población sin más, lo cual daría la impresión de una medida sin implicación alguna. Pero otro podía tomar sus datos y elaborar un análisis al interior de dicho marco, resultando que tales poblaciones ocupan un lugar en la escala evolutiva, haciendo que el dato adquiriera un valor.
Sin embargo, los resultados no siempre seguían este patrón, como se aprecia en el caso del olfato, para cuya cuantificación se crearon pruebas y se encontró que los europeos tenían menor capacidad olfativa que los negros; concluir la superioridad de una raza inferior era inaceptable, así que, con base en la teoría de la evolución del cerebro que presuponía áreas más primitivas que otras, se estableció que el olfato era un sentido más cercano a la animalidad, que dicha superioridad era una prueba más del lugar tan bajo que ocupaban los negros en la escala evolutiva.
En el fondo el procedimiento es siempre el mismo: se parte de la condición de inferioridad de los no occidentales, cuyos rasgos físicos y culturales son así considerados de antemano, y de su cuantificación y análisis resulta la confirmación de lo ya sabido, incluso cuando los datos no apuntan en esa dirección.
En México, la teoría de la degeneración de los indígenas y la de su inferioridad por falta de evolución —con todas sus amalgamas— fueron durante largo tiempo el marco general de los estudios efectuados. La influencia de la escuela francesa fue total, por lo que generalmente se siguieron los lineamientos de sus autores, al igual que sus parámetros de referencia, las medidas de lo considerado normal. No extraña por tanto la inferioridad, la anormalidad, la deficiencia de las características de los indígenas que resultan de tales estudios.
El cuerpo humano se volvió un conjunto de rasgos y funciones que poseían un significado en un sistema de valores cuya normalidad fue establecida con base en las características de cierta población europea.
¿Cómo se establecía en esa época lo que es un rasgo normal y uno no normal, uno superior y otro inferior o degenerado? El caso de la pelvis es ilustrativo. En el siglo xviii se obtuvieron medidas de la pelvis de europeos y africanos, mostrando que la primera es más amplia que la segunda; con base en lo anterior, a principios del siglo XIX se definió una jerarquía —de lo inferior a lo superior—, cuando el fundador de la anatomía comparada, George Cuvier, realizó la disección de una mujer del sur de África, la Venus Hotentote —que había llegado a París durante su gira como curiosidad por su prominente trasero—, cuya pelvis estrecha fue referencia para definir este carácter como propio de las razas inferiores.
En México se efectuaron varios estudios y se observó una estrechez en comparación con las medidas europeas, por lo que fue calificada como “acorazada” y se le ubicó entre los rasgos de degeneración de las razas indígenas. Sin embargo este tipo de pelvis no sólo se observaba en la población indígena, sino también en la que había resultado de su mezcla, lo que llevó a hablar de pelvis mexicana, que “comparada con la pelvis europea, ofrece una diferencia bien sensible, tanto en sus dimensiones como en el valor del ángulo que mide la inclinación del plano de los estrechos superior e inferior de la sínfisis. Por consiguiente la pelvis europea descrita en los libros debe tenerse como el tipo normal, la pelvis mexicana, con relación a ella, deberá considerarse como un vicio de conformación”. Dicho vicio se atribuyó a la mezcla de razas indígenas, ya que, como sostenía el doctor Francisco Flores, la población de origen español no contribuyó en nada a este problema.
Este tipo de investigaciones permitía a los médicos de entonces mostrar la relación existente entre razas y enfermedades, es decir, la propensión que tienen naturalmente ciertas razas a sufrir tal o cual enfermedad; y debido a que se había establecido que este tipo de pelvis provoca dificultades para la expulsión del feto, ocasionando partos difíciles cuando no imposibles, sus consecuencias en el índice de natalidad de estas razas y sus mezclas eran consideradas nocivas para la lucha por la vida. Es por ello que tales rasgos se consideraron parte constitutiva de la inferioridad de esta población, pues contribuían a la extinción de las razas, “como ha sucedido con los indios del norte del continente americano y como, aunque con más lentitud, acontece con nuestros indios”.
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_____________________________________________________________ Fragmento del libro.
como citar este artículo → Carrillo Trueba, César. (2010). El racismo en México. Ciencias 99, julio-septiembre, 74-75. [En línea]
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La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia.
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¿Es la evolución
de la dioecia un
callejón sin salidad?
César A. Abarca García, Eduardo Cuevas García y César A. Domínguez
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Probablemente la mayoría de nosotros ha visto algún
documental en el que se muestran los distintos y complejos cortejos que anteceden a las cópulas en muchas especies de animales, incluyendo la nuestra. De ahí que muchas veces asociemos el término sexualidad con la presencia de machos y hembras que eligen activamente su pareja, algo que en los vertebrados es particularmente cierto. Sin embargo, otros grupos como las plantas o los invertebrados marinos muestran una gran diversidad de expresiones en la sexualidad.
A pesar de que la mayoría de las plantas con flores son hermafroditas (75% del total tiene las dos funciones sexuales en la misma flor) en éstas se ha favorecido una amplia gama de atributos sexuales, particularmente relacionados con el movimiento de gametos entre individuos (fecundación cruzada). Entre los atributos más notorios se encuentran los de atracción, como las fragancias, las formas y los colores, que llegan a ser muy variables. Sin embargo, el hecho de que las especies hermafroditas presenten ambos sexos en una misma flor y potencialmente puedan autofertilizarse ha suscitado entre los estudiosos del tema —desde la época de Darwin— la pregunta: ¿por qué existen distintos mecanismos que evitan la autofertilización?
La explicación más aceptada actualmente tiene que ver con que la progenie producida por autofertilización es generalmente menos vigorosa que la producida por fecundación cruzada, hecho conocido como depresión por endogamia. Es decir, si las plantas que se autofertilizan presentan depresión por endogamia, entonces se espera que se favorezcan mecanismos que faciliten la producción de hijos por medio de fecundación cruzada, entre los cuales los más comunes son la separación de los órganos sexuales, tanto espacial como temporalmente, y los sistemas de incompatibilidad genética (que impiden la fecundación de los óvulos con polen de una misma planta).
Uno de los sistemas de reproducción que evita la autofertilización por completo y que ha evolucionado tanto en plantas como en animales es la dioecia. En las plantas, la dioecia está caracterizada porque en una población los individuos poseen únicamente flores masculinas (estaminadas) o femeninas (pistiliadas), lo que representa la máxima separación espacial de las estructuras reproductivas. Sin embargo, a diferencia de los animales terrestres, en las plantas con flores es poco común (entre 7 y 9% del total de las especies son dioicas).
¿Por qué si la dioecia parece ser tan exitosa en un grupo taxonómico, lo es tan poco en otro? Una posibilidad es que en las angiospermas la dioecia sea una novedad evolutiva y, por consiguiente, las especies dioicas no han tenido tiempo suficiente para diversificarse. Sin embargo, se ha mostrado que incluso si la dioecia tiene aproximadamente el mismo tiempo de haberse originado que sus grupos hermanos hermafroditas o monoicos (en lo cuales la misma planta presenta flores masculinas y femeninas), su tasa de diversificación es menor. Surgen entonces nuevas interrogantes, pues si los clados dioicos tienen menos especies, esto significa que por alguna razón la evolución de la dioecia está acompañada de una menor tasa de especiación o mayores probabilidades de extinción. Alrededor de este enigma evolutivo, existen tres propuestas contemporáneas que intentan darle respuesta.
La primera explicación se refiere a la frecuencia con que los polinizadores visitan las plantas dioicas para que se lleve a cabo la fecundación, ya que ésta requiere que un mismo grupo de polinizadores visite tanto las plantas masculinas como las femeninas. Sin embargo, como las presiones de selección que operan sobre las flores masculinas y femeninas generalmente son distintas, se ha favorecido el dimorfismo floral, por lo que es común que los machos presenten despliegues o recompensas florales que son más atractivas para los polinizadores que los de las hembras. Por ejemplo, en Leucadendron xanthoconus los machos, en promedio, producen 322 inflorescencias, contra sólo 16.3 en las hembras. Dichos contrastes florales entre machos y hembras llevó a un grupo de investigación a proponer que el dimorfismo podría acrecentar las probabilidades de extinción, como se aprecia en Silenne dioica o en Wurmbea dioica, cuyas hembras dejan pocos hijos o ninguno. Esta situación podría ser drástica en ambientes donde hubiera limitación de visitantes florales y un marcado dimorfismo floral. Obviamente, en muchas especies hermafroditas esto no sucedería, pues aun en ausencia de polinizadores, éstas pueden autofertilizarse y producir semillas, como lo hace la famosa Arabidopsis thaliana.
La segunda propuesta parte del supuesto de que la producción de semillas en una hembra dioica debería ser mayor a la de una hermafrodita, pues esta última tiene que producir polen y óvulos, mientras una hembra produce sólo óvulos. Pero si las semillas se dispersan poco, entonces el agrupamiento espacial de semillas y plántulas de una planta dioica será mayor que la de una hermafrodita y, por lo tanto, habrá una mayor competencia por los recursos y probablemente incrementará la mortalidad.
Ambas propuestas resultan interesantes, pero dependen de contextos ecológicos muy específicos: la primera, de los dispersores de polen, y la segunda, de los de semillas. Sin embargo, muchas especies dioicas no necesitan de animales para reproducirse. Por ejemplo, varias especies son polinizadas por el viento (como encinos y ailes) o por corrientes de agua (los pastos marinos) y por tanto pensamos que debe haber una explicación más general.
La tercera propuesta que intenta explicar por qué la dioecia es poco exitosa se refiere a que un individuo dioico no se puede autofertilizar. De manera general, si un individuo no se autofertiliza, se espera que genere progenie más variable que uno que sí lo hace. De forma congruente con esta idea, muchos estudios han mostrado que las especies que se autofertilizan poseen menores niveles de diversidad genética que las especies hermafroditas que tienen fecundación cruzada. Por ejemplo, en el género Mimulus, la especie M. guttatus, que es hermafrodita y se reproduce principalmente por fecundación cruzada, posee una mayor diversidad genética que M. nasutus, la cual se autofecunda predominantemente.
De manera similar, la diversidad genética de una especie dioica debería ser más alta que la de una especie que se autofertiliza y similar a una especie hermafrodita que promueve la fecundación cruzada. Para evaluar esa predicción, comparamos la diversidad genética de una especie dioica y una hermafrodita que no se puede autofertilizar. A pesar de que la diversidad genética de estas dos especies, ambas del genero Erythroxylum, debería ser equivalente, la especie hermafrodita (E. havanense) tuvo mayores niveles de diversidad genética que la dioica (E. rotundifolium).
Aunque no hay muchos trabajos diseñados para evaluar si la dioecia puede mantener altos niveles de diversidad genética (como teóricamente se espera), nuestro estudio no es un caso aislado. Por ejemplo, en Sagitaria latifolia las poblaciones dioicas tienen menos variación genética que las poblaciones monoicas, y en Amphibolis antartica (un pasto marino), que constituye el caso de pérdida de variación genética más drástico, ni utilizando marcadores moleculares muy variables se logró encontrar rastro alguno de diversidad genética. Por lo tanto, los estudios de diversidad genética en especies dioicas sugieren que la perdida de variación podría ser producto de la evolución de la dioecia.
¿Qué relación hay entre la baja variación genética y el poco éxito evolutivo de las especies dioicas? Mucha, porque se ha mostrado tanto teórica como empíricamente que conforme disminuye la diversidad genética de una especie, aumenta significativamente el riesgo de extinción. Por lo tanto, si con la evolución de la dioecia disminuye la diversidad genética y aumentan las probabilidades de extinción, entonces también podríamos explicarnos por qué el número de familias dioicas incluidas en las listas de extinción es mayor que el de sus linajes hermanos hermafroditas.
Por último, si la dioecia en las plantas con flores no sólo no parece ser una innovación clave en términos evolutivos, sino que podría aumentar las probabilidades de desaparición de una especie, ¿cómo se puede explicar entonces su origen? Teóricamente el primer paso de la evolución de la dioecia lo constituye la aparición de individuos que son estériles para alguna de las dos funciones reproductivas en una población hermafrodita. Si los individuos que surgen son estériles para la función masculina, que es lo más común, la población estará conformada por individuos hermafroditas e individuos que funcionan como hembras (población ginodioica). Por el contrario, si los individuos son estériles para la función femenina, la población estará constituida por individuos hermafroditas e individuos que funcionan como machos (población androdioica).
Como la esterilidad más frecuente y mejor estudiada es la masculina, se sabe ya que se origina debido a una mutación en el genoma mitocondrial. Las mitocondrias en las angiospermas se heredan por los óvulos (vía materna), y la mutación que esteriliza la función masculina sesga la asignación de recursos hacia la producción de óvulos, favoreciendo así la propagación de la mutación mitocondrial. Conforme la mutación mitocondrial se propaga, evidentemente menos individuos hermafroditas habrá. Probablemente por ello en algunas especies como en Thymus vulgaris, la frecuencia de hembras puede ser cercana al cien por ciento. En esas circunstancias, la adecuación de los genes mitocondriales es muy alta, pues mientras más óvulos y semillas se producen, más copias de los genes esterilizadores existirán.
Sin embargo, también se sabe que la fertilidad masculina puede ser restaurada. Cuando ello sucede, se debe a que una mutación de origen nuclear revierte los efectos de un esterilizador mitocondrial. En el caso de que no surgiera otro esterilizador mitocondrial después de la aparición del restaurador nuclear la población regresaría a ser totalmente hermafrodita. Dado que la restauración de la fertilidad masculina disminuye la producción de óvulos, los recursos se reasignarían nuevamente para producir tanto óvulos como polen y la adecuación de los genes mitocondriales disminuiría. se ha propuesto que esta discrepancia entre los genes mitocondriales que generan la esterilidad masculina y los nucleares que la restauran (conflictos genéticos), podría resolverse separando la producción de óvulos y polen en distintos individuos, justo como ocurre en las especies dioicas.
El estudio de la dioecia constituye un excelente ejemplo para mostrar que la evolución es totalmente ciega. Por un lado, al separarse los sexos en distintos individuos se resuelve un conflicto entre dos genomas (el mitocondrial y el nuclear), pero por otro, la separación de los sexos puede generar condiciones que hagan que las angiospermas dioicas sean más susceptibles a desaparecer que las hermafroditas.
También queremos recordar que la especialización puede llevar a la extinción, es decir, no porque el dioicismo se haya derivado del hermafroditismo significa que sea una condición más “exitosa”. La evolución no es un proceso direccional que mejora a las especies.
Agradecimientos
Queremos agradecer a Alejandro Flores por la revisión que hizo de la primera versión del manuscrito y a Celia Oliver por la cuidadosa revisión que hizo de la versión final.
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Referencias bibliográficas
Abarca, C. A. y A. López. En prensa. “La estimación de la endogamia y la relación entre la tasa de fecundación cruzada y los sistemas reproductivos en la plantas con flores: una interpretación de su significado evolutivo”, en Ecología Molecular, Eguiarte, L., V. Souza y X. Aguirre (eds). ine/Conabio, Instituto de Ecología, UNAM.
Cuevas, G. E y C. A. Abarca. 2006. “Origen, mantenimiento y evolución del ginodioicismo”, en Bol. Soc. Bot. Méx., núm. 78, pp. 33-42.
Heilbuth, J. C. 2000. “Lower species richness in dioecios clade”, en American Naturalist, núm. 156, pp. 221-241.
Heilbuth, K. L. Ilves y S. P. Otto. 2001. “The consequence of dioecy for seed dispersal: modeling the seedshadow handicap”, en Evolution, vol. 55, núm. 5, pp. 880-888.
Vamosi, J. C y S. P. Otto. 2002. “When looks can kill: the evolution of sexually dimorphic floral display and the extinction of dioecious plants”, en Proceedings of Royal Society of London, series B, núm. 269, pp. 1187-1194.
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César A. Abarca García
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Eduardo Cuevas García
Department of Ecology and Evolutionary Biology,
Universidad de California.
César A. Domínguez
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Abarca García, César A. y Cuevas García, Eduardo; Domínguez, César A. (2010). ¿Es la evolución de la dioecia, un callejón sin salida? Ciencias 99, julio-septiembre, 10-13. [En línea] |
¿Es posible reducir el tiempo de espera en las colas?
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PDF →
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Óscar Córdoba Rodríguez, Marcelo Del Castillo Mussot, Marco A. de la Lama Zubirán y Alfredo de la Lama García
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Los ciudadanos son cada vez más conscientes del valor del tiempo (trabajo, transporte, recreación, etcétera), por lo que les irrita verse obligados a esperar para obtener un producto o un servicio, sin importar si se trata de una oficina gubernamental o privada, el cine, el estadio, el supermercado, la sucursal bancaria o la ventanilla universitaria. Todos los clientes son reticentes a hacer filas o colas.
¿Sería posible diseñar un sistema que mida el tiempo de atención al usuario y que además le permitiera predecir el comportamiento de la demanda y, en consecuencia, poder actuar sobre la oferta antes de que los tiempos de espera se acrecienten?, ¿sería posible desarrollar uno sencillo y barato que pudiera se usado por cualquier empresa dispuesta a ofrecer un mejor servicio a sus clientes, sin importar su tamaño?
Para poder encontrar la respuesta a estas preguntas es crucial saber si es posible ofrecer al usuario o cliente de un servicio un tiempo promedio de atención que corresponda a los niveles de calidad previamente establecidos. Para ello, primero necesitamos saber si es posible medir el tiempo promedio de espera de los clientes, y después ver qué variables se pueden manipular y así poder disminuir este tiempo de espera. Los sistemas de colas son muy comunes en la sociedad. La adecuación de estos sistemas puede tener un efecto importante sobre la calidad de vida y la productividad. Para estudiarlos la teoría de colas formula modelos matemáticos que tratan de predecir la forma en que los clientes llegan a los establecimientos, representar su operación, para después usar estos modelos y obtener medidas de desempeño.
La aparición de nuevas teorías de la organización que enfocan su atención en los deseos e intereses de los clientes o usuarios del servicio que se ofrece no es nueva, y está ligada a las teorías del control total de calidad, conocidas como tqc por sus siglas en inglés.
La teoría de colas es el estudio matemático de las filas o colas, y se relaciona, en una primera aproximación, con el área de la física de la dinámica de fluidos, con la que podemos ligar los correspondientes tiempos de espera. Imaginamos así a las personas como un medio continuo que se desplaza en cierta dirección al interior de algún ducto, donde la fila hace las veces del ducto y el fluido son las personas.
El proceso básico supuesto por la mayor parte de los modelos de colas es el siguiente. Los clientes que requieren un servicio aparecen a lo largo del tiempo en una fase de entrada, ingresan al sistema y se unen a una cola. En determinado momento, mediante alguna regla conocida como disciplina de servicio, se selecciona a un miembro de la cola para proporcionarle el servicio. Luego se lleva a cabo el servicio requerido por el cliente por medio de un mecanismo de servicio, después de lo cual el cliente sale del sistema de cola. Con tales conceptos se elaboran los modelos matemáticos, que tratan de predecir desde la llegada de los clientes, con qué distribución lo hacen y cuál es la de su salida, pasando por el mecanismo de servicio. Sin embargo no siempre son adecuados los modelos o se vuelven muy complicados. Nosotros consideramos que, con base en los conceptos básicos de número de clientes, operadores, tiempo de espera y número de operaciones por clientes, hay dos formas sencillas de medir los tiempos de espera en las filas.
En este problema se puede aplicar, al igual que en un tubo de corriente de algún fluido, la ecuación de continuidad:
donde ? es la densidad del fluido, t el tiempo y ‾u la velocidad.
Esta expresión nos dice que el cambio en el tiempo de la densidad de un fluido ? es igual al cambio en el flujo de la densidad de la corriente. Pero como para un flujo permanente de una tubería la masa del fluido que pasa por cualquier sección de la tubería es constante, tenemos que:
El siguiente ejemplo nos ayuda a visualizar la semejanza del problema con el fenómeno de fluidos. Supongamos una serie de pelotas, las cuales caen en un recipiente que tiene una salida en el fondo del mismo. En esta salida hay un diablito (en alusión a Maxwell, quien diseñó un modelo similar para estudiar el comportamiento de las moléculas de un gas) que sólo permite la salida de las bolas a una determinada velocidad. Dadas estas condiciones, el tiempo de permanencia de las pelotas en el cubo estaría dado por la relación entre el número de pelotas que entran y la velocidad con que el diablito las deja salir.
Existirían tres situaciones: a) si el número de pelotas que caen es igual al número de pelotas que el diablito deja salir, entonces tendremos un tiempo de espera constante, alrededor del cual las pelotas tienden a permanecer dentro del cubo; b) si aumenta el número de bolas que caen dentro del recipiente y el diablito mantiene constante la velocidad de salida, que es menor a la entrada de las pelotas, entonces las pelotas se acumularán en el recipiente, su tiempo de permanencia aumentará y su opinión sobre la calidad del servicio decaerá; c) existe una cantidad de pelotas previas en el recipiente, si el número de pelotas que entra al recipiente disminuye y el diablito mantiene constante la velocidad a la que las deja salir, que es mayor a la velocidad a que entran, entonces el tiempo de espera de las pelotas dentro del recipiente tenderá a disminuir.
Como se puede apreciar por las tres situaciones, cuando el tiempo de salida es constante, el tiempo de espera estará determinado por el número de pelotas que entran al recipiente. Entre mayor sea el número de bolas que entra al recipiente, mayor será su tiempo de espera y viceversa.
Pasemos a una situación diferente, donde el diablito se interesa en lograr que el tiempo de salida de las pelotas varíe para lograr un tiempo de permanencia constante de las bolas dentro del cubo. Supongamos que el diablito conoce de antemano el número de pelotas que caen y además tiene libertad para adecuar la velocidad de salida de las bolas, entonces, dependiendo del número de pelotas que caigan, podrá controlar mediante la aceleración o el retardo de la salida de las pelotas el tiempo que las pelotas permanecen en el cubo.
De lo anterior se desprenden los siguientes comportamientos: d) si el número de pelotas que entra disminuye, el diablito a su vez disminuirá la velocidad de salida; e) a la inversa, al aumentar el número de pelotas que entra al cubo, el diablito apresura la salida de las bolas, de tal manera que el tiempo de permanencia pueda mantenerse más o menos constante. En otras palabras, si el sistema es capaz de controlar la salida de las pelotas y además conoce previamente el número que entrará, entonces será capaz de adecuar el sistema para que haya una velocidad constante de salida; de esta manera se podrá mantener constante el tiempo de permanencia de las pelotas dentro de la cubeta.
Si este sencillo modelo se adecúa al comportamiento real, aunque simplificado, de una ventanilla o caja de pagos, entonces podría ser la base para combinar sabiamente costos y calidad del servicio. La clave, por tanto, consiste en determinar el tiempo promedio de espera del cliente.
Métodos de optimización
Tomando en cuenta el modelo anterior y la ecuación de continuidad, proponemos dos métodos para medir el tiempo promedio de espera del cliente. El primero tiene como variables el número de clientes que llegan a la sucursal y el número de cajeros que atienden; el segundo asocia las velocidades de llegada y salida.
Método de oferta y demanda. Determinaremos el tiempo promedio de espera del cliente asociándolo directamente con el número clientes que llegan (número de pelotas en el recipiente) y el comportamiento de los operadores (número de pelotas que deja salir el diablito). Si el fenómeno de atención al público se comporta de manera estable, entonces si se sabe a cuántos clientes atiende cada uno de los cajeros, es posible establecer un tiempo promedio de atención por usuario sin medirlos uno por uno. Supongamos que hay D clientes y O cajeros, entonces el tiempo promedio de espera T del cliente está dado por la siguiente ecuación:
Donde ti es el tiempo de espera del cliente i, λi las operaciones del cliente i, y [ ] denota la función mayor entero (mayor número entero inferior o igual a la fracción). Es decir, simplemente se suman los tiempos de espera de todos los clientes y se dividide entre el número de clientes.
Notemos que la persona que está el principio de la fila realmente no tiene que esperar casi nada de tiempo, mientras que las personas que vienen detrás tienen que esperar más tiempo. Es decir, las condiciones iniciales son cruciales.
Suponiendo que el tiempo de atención por operación de los cajeros es el mismo (t) y que en promedio los clientes hacen λ operaciones, podemos pensar en lo siguiente: la primera persona no espera para ser atendida, el tiempo que le lleva realizar su operación y esperar es tλ. La segunda persona tarda el tiempo en que la primera persona sea atendida (tλ) más el tiempo que tarden en atenderla (tλ), por lo que el tiempo total de espera de las segunda persona es 2tλ, para la tercer persona será 3tλ y así sucesivamente. La suma del tiempo de las n primeras personas es:
t λ+2t λ+3t λ+…+nt λ = t λ(1+2+3…+n) = t λ [n(n+1)/2].
Por tanto, de la ecuación (1) obtenemos:
De esta ecuación podemos deducir que hay tres maneras de reducir el tiempo de espera: a) disminuyendo el tiempo de operación; o b) el número de transacciones por cliente; o bien c) aumentando el número de cajeros.
Obviamente los mecanismos a) y b) son más difíciles de cambiar; una reducción en el tiempo de operación del cajero podría llevarlo a cometer errores, y no es factible condicionar a los clientes en el número de operaciones que pueden realizar. Así, la opción viable es disminuir n, es decir aumentar el número de operadores.
Este método se aplica muy bien cuando hay interrupciones en el flujo (cuando es no estacionario), porque tenemos una fracción importante de clientes que está al principio de cada nuevo débito, como cuando se acciona un gotero después de llenarlo.
Método de velocidades de flujo. Este método supone que se conoce la velocidad de entrada de los clientes y la de salida, de tal modo que a partir de estas velocidades podemos saber el tiempo que pasó una persona en la fila.
Sea N el número de personas que llega a la fila a una velocidad V0 y que salen de la fila a una velocidad Vs. El tiempo de espera de cada persona dependerá del tiempo que tarde en entrar y del tiempo que tarden en salir, siendo la diferencia de estos dos tiempos el tiempo de espera para cada persona. El tiempo en que la persona en el lugar j tardará en entrar (tej) está dado por las que ya entraron antes y su velocidad de entrada:
Donde Pj es la posición de la persona j en la fila de espera.
El tiempo en que la persona en el lugar j tardará en salir (tsj) está dado por las pelotas que le precedieron en salir y la velocidad de su salida.
Así, el tiempo que una persona en el lugar j tardará en ser atendida (Tj), está dado por la diferencia de estos dos tiempos
De tal modo que si lo que queremos es encontrar el tiempo promedio de espera, sólo necesitamos encontrar el promedio (T) de los tiempos Tj:
Como estamos pensando que la velocidad de entrada y la de salida es la misma para todas las personas, dejaremos el tiempo promedio de espera en términos de la velocidad de entrada, la velocidad de salida y el numero de clientes; para eso, necesitamos modificar la ecuación (6) de la siguiente manera:
Si desarrollamos la primera suma de esta ecuación tenemos que la primera persona tarda en salir 1/Vs, la segunda persona tarda en salir 2/Vs, la tercera persona tarda en salir 3/Vs, y la persona en el lugar n tarda en salir n/Vs. Tenemos entonces que
En la ecuación (7), donde ahora la primera persona tardará en entrar 1/V0, la segunda persona tarda 2/V0, etcétera.
De las tres ecuaciones anteriores resulta entonces:
En esta última ecuación se aprecia que para reducir el tiempo promedio de espera necesitamos disminuir el número de personas, la velocidad de entrada o aumentar la velocidad de salida. Pero al igual que en el modelo pasado, no podemos restringir el número de personas que llegan, tampoco la velocidad a la que lo hacen, por lo que para reducir el tiempo promedio de espera debemos aumentarle velocidad de salida.
Conclusiones
Para aplicar estos modelos es necesario contar con datos precisos sobre el número de clientes que llega a los establecimientos, el número de operaciones por cliente y el número de operadores. Teniendo una base de datos estadísticos de diferentes días y horarios se puede tomar las decisiones necesarias para dar una mejor atención a los usuarios. Es importante establecer las horas pico para los diferentes días de la semana. Por ejemplo no es la misma cantidad de clientes que llega a un banco en día de quincena que en un día normal de la semana. Además, en un día de quincena existen horas específicas de mayor afluencia. Con la tecnología actual se puede obtener fácilmente datos de desempeño pertinentes mediante el desarrollo de un programa de computadora para simular la operación del sistema.
Los modelos presentados aquí proporcionan una útil herramienta de cómo medir los tiempos de espera en todo establecimiento en el cual se originan filas. El primero de ellos nos muestra una forma de medir el tiempo promedio de espera a partir del número de operadores que se encuentran en el establecimiento, mientras que el segundo lo hace a partir de la velocidad de salida del cliente. En el primer caso los clientes llegan de forma discontinua al establecimiento, como en paquetes, en un flujo no continuo. En el segundo modelo los clientes llegan de forma continua, con cierta velocidad constante, como un flujo continuo. Si bien el gotero y la manguera son buenas analogías, en ambos casos la opción más práctica o viable es adecuar el flujo de clientes con el número de cajeros u operadores.
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Referencias bibliográficas
Bose, S. 2002. An Introduction to Queueing Systems. Kluwer/Plenum Publishers.
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Moskowitz, H. y G. P. Wright. 1991. Investigación de Operaciones. Prentice_Hall Hispanoamericana S.A.
Tijms, H. C. 2003. First Course in Stochastic Models. Chichester
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Óscar Córdoba Rodríguez
Instituto de Física,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Es pasante de física en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y estudiante asociado al Instituto de Física. También está cursando la carrera de matemáticas en la misma facultad.
Marcelo del Castillo Mussot
Instituto de Física,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Doctor en Física por la Universidad de California , campus San Diego, es investigador Titular C de Tiempo Completo del Instituto de Física de la UNAM. Trabaja en teoría de Fisica del Estado Sólido y en Sistemas Complejos.
Marco A. de la Lama Zubirán
Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco.
Es ingeniero mecánico con maestría en Ingeniería mecánica área de fluidos. Trabaja de consultor y es profesor de matemáticas en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.
Alfredo de la Lama García
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.
Es economista, con Doctorado en Sociología. Profesor investigador titular en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.
como citar este artículo →
Córdova Rodríguez, Óscar y et.al. (2010). ¿Es posible reducir el tiempo de espera en las colas? Ciencias 99, julio-septiembre, 52-59. [En línea]
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Manuel Miranda Anaya y
Vania Patricia Carmona Alcocer
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La obesidad es una condición que ha incrementado
alarmantemente en las sociedades de los países industrializados. La falta de ejercicio físico, aunado a las dietas ricas en calorías por carbohidratos y grasas son promotoras de esta condición.
Las personas que desarrollan obesidad sufren de una diversidad de síntomas tanto metabólicos como conductuales que merman su calidad de vida. Recientemente se ha observado que la obesidad afecta funciones de regulación circadiana, es decir, la capacidad de orquestar los procesos fisiológicos a tiempo. En otras palabras, los ritmos circadianos son afectados por la condición de obesidad.
Los ritmos circadianos, en la fisiología y en la conducta, son una propiedad que encontramos en una gran diversidad de seres vivos. La evolución de los seres vivos se desenvolvió en un marco cíclico y por lo mismo los ciclos son parte fundamental de la organización de la vida. La regulación cíclica debe ser ajustable y al mismo tiempo precisa. El componente fundamental que dirige esta ciclicidad tiene la función de un reloj, y los mecanismos mediante los cuales se ajusta a sí mismo y al organismo son un complejo grupo de procesos bioquímicos, fisiológicos y conductuales que interactúan y además son orquestados de manera cíclica.
En los mamíferos, el reloj o marcapasos maestro se encuentra localizado en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo. Es un conjunto de neuronas que presentan ritmos circadianos de actividad eléctrica y de secreción de neurotransmisores. Las neuronas se acoplan entre sí para robustecer una salida neural y endocrina a otros centros cerebrales que regulan funciones vegetativas y conductuales.
Si se presentan deficiencias en la capacidad del reloj circadiano para coordinar las variaciones fisiológicas del organismo se comienza a perder eficiencia en las funciones biológicas en su interacción con el ambiente cíclico. La función adecuada en el momento preciso ahorra energía si se hacen eficientes las partes que intervienen.
Fuera del núcleo supraquiasmático, la mayoría de los tejidos y órganos funcionan como osciladores periféricos, sin embargo, en ausencia de éste pierden sincronía y sus oscilaciones se debilitan. El trabajo de un director de orquesta que mantiene una buena comunicación con los músicos de la orquesta es un ejemplo equivalente. La adecuada relación entre un director y los músicos da lugar a la buena ejecución de una sinfonía, por el contrario, la organización arrítmica produce un resultado disonante.
Si los ritmos circadianos regulan constantemente diferentes aspectos de la fisiología celular y la funcionalidad de los órganos, no es de sorprenderse que sean afectados por una amplia gama de patologías. Actualmente, con las ventajas de la biología molecular y de la disponibilidad de organismos con mutaciones específicas en el asa molecular del reloj, se ha observado que existe correlación entre la disfunción de elementos del asa molecular del reloj y el desarrollo de alguna patología, como ocurre en los ratones que tienen una mutación en el gen clock, los cuales tienden a desarrollar un síndrome metabólico y obesidad.
La disfuncionalidad del reloj biológico para el control de funciones fisiológicas, para la regulación del metabolismo, se ha ligado al hecho de que en personas obesas o con sobrepeso hay problemas de insomnio en la noche y somnolencia durante el día, lo que ocasiona que su desempeño diario se vea afectado.
En el laboratorio de biología animal experimental de la Facultad de Ciencias estudiamos varios de los efectos que puede tener la condición de obesidad en algunas características básicas del ritmo de la actividad locomotora, el sueño y la concentración de parámetros sanguíneos que reflejen el estado metabólico del organismo, como la de glucosa, triglicéridos, insulina y leptina, ésta última considerada como la hormona que regula la saciedad. El modelo biológico que usamos es el del ratón de los volcanes (Neotomodon alstoni), algunos de los cuales, al ser mantenidos en condiciones de cautiverio, aumentan de peso, dato que se interpreta como una condición de obesidad. Los estudios realizados se enfocan principalmente a conocer los perfiles diarios en estos metabolitos y en la facilidad con que un organismo obeso se sincroniza a cambios de horarios en el fotoperiodo.
Una forma de evaluar los mecanismos de sincronización es empleando protocolos de fotoperiodo, equivalentes a un cambio de uso horario o jetlag, en los que se ha observado que los individuos obesos presentan mayor dificultad para alcanzar una sincronización completa después de un avance o retraso de seis horas en el fotoperiodo. Otra forma de hacerlo es mediante la curva de respuesta de fase, en donde la aplicación de un pulso discreto de luz a un organismo que se encuentra en condiciones constantes de oscuridad, puede adelantar o retrasar el reloj, en función de la hora en que se aplica. Si el pulso se proporciona en la primera mitad de la noche interna del organismo, el reloj se retrasa, si se aplica en la segunda mitad entonces el reloj se adelanta. La magnitud de los retrasos y adelantos es indicadora de la eficiencia con que el organismo se puede sincronizar a un fotoperiodo natural. En los organismos obesos esta capacidad de sincronización se ve afectada, de tal manera que sólo puede ajustar diariamente el ritmo a una velocidad menor a la que sucede en los animales no obesos.
La hipótesis de que un estado fisiológico inadecuado puede afectar la capacidad del reloj para ajustarse diariamente se confirma claramente en los estudios llevados a cabo en este roedor. Estos hallazgos permiten ver desde una perspectiva cronobiológica los problemas de control que tiene el reloj biológico en individuos obesos. Conocer cómo esta organizado el sistema circadiano en los mamíferos ha permitido entender que la organización de las funciones biológicas en el tiempo es de vital importancia para mantener un estado de salud. La comprensión de cómo el reloj organiza la funcionalidad circadiana entre órganos, tejidos, células y genes no es aún completa, pero es indudable que existe una correlación entre su disfunción y diversas enfemedades.
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Referencias bibliográficas
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Green C., J. Takahashi y J. Baas. 2008. “The meter of metabolism”, en Cell, núm. 134, pp. 728-742.
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Manuel Miranda Anaya
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Vania Patricia Carmona Alcocer
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo →
Miranda Anaya, Manuel, Carmona Alcocera y Vania Patricia. (2010). La obesidad y la regulación del reloj circadiana. Ciencias 99, julio-septiembre, 24-25. [En línea]
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La persistencia
de la memoria VIII
Carlos Aguilar Gutiérrez y
Aline Aurora Maya Paredes
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_____________________________________________________________ Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Aurora Maya Paredes Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Aguilar Gutiérrez, Carlos, Maya Paredes y Aline Aurora. (2010). La persistencia de la memoria VIII. Ciencias 99, julio-septiembre, 78-79. [En línea] |
La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Las historias de vida y la teoría del continuo rápido-lento
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Hibraim Adán Pérez Mendoza y José Jaime Zúñiga Vega
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Durante todo el año pasado la comunidad científica celebró
doscientos años del nacimiento de Charles Darwin y ciento cincuenta de su obra capital El origen de las especies, lo cual fue el marco perfecto para revisar la teoría de la evolución que, a pesar de su intrincada historia, hasta la fecha no nos permite penetrar los mecanismos que llevan a la formación de especies. Los trabajos en el campo de la genética, la biogeografía, la paleontología, la geología y la ecología han propuesto mecanismos para explicar la teoría darwinista o para refutarla. Sin embargo, aún nos seguimos preguntando: ¿la selección natural es una fuerza suficiente para llevar a cabo procesos de especiación?, y ¿cómo es que actúa esta fuerza en el tiempo y en qué forma lo hace?
La ecología comprende los estudios comparativos, empíricos y experimentales que intentan entender el origen de las innumerables variaciones observadas en el ciclo de vida de los seres vivos, los cuales constituyen lo que hoy se conoce como la teoría de las historias de vida. Este concepto se refiere a la forma en que los organismos llevan a cabo su ciclo de vida, es decir, que una historia de vida está compuesta por el tiempo que dura cada una de las etapas de la vida de los individuos de una especie (número de estadios larvales, duración de la infancia, juventud y madurez, entre otros), y por los elementos que determinan su reproducción, como el número de vástagos que producen, su tamaño, la existencia o no de cuidado parental, la edad y la talla en la madurez, la velocidad de crecimiento corporal, la longevidad y otros muchos más.
Las historias de vida son pieza clave en los estudios concernientes a la ecología evolutiva, sobre lo cual, hace casi veinte años Daniel Promislow y Paul Harvey publicaron un artículo llamado “Viviendo rápido y muriendo joven: un análisis comparativo de la variación de historias de vida entre mamíferos”, considerado como el origen de la teoría del continuo rápidolento, cuyo punto central es que la intensidad en la mortalidad, propuesta como el mecanismo de selección, parece ser el parámetro que explica gran parte de la variación que tiene lugar en las historias de vida, aunque aún existe bastante polémica al respecto.
Es sabido que existen organismos que tienen ciclos de vida cortos y otros cuyos ciclos de vida son largos, baste recordar el tiempo que vive un ratón y el que vive un ser humano. Tras analizar los caracteres de historia de vida de una gran cantidad de mamíferos, Promislow y Harvey encuentran que este tipo de atributos está fuertemente relacionados con la intensidad en la mortalidad, es decir, que los mamíferos con tasas altas de mortalidad tienden a alcanzar la edad o la talla de la madurez más pronto, a tener camadas muy grandes con crías pequeñas, tiempos de gestación cortos y ser poco longevos (lo que se considera como un ciclo de vida rápido). Por otro lado, los mamíferos con tasas de mortalidad bajas tienden a crecer más lento, alcanzar la talla o edad de la madurez en lapsos mayores (y normalmente con mayores dimensiones), tener camadas numerosas con crías grandes, presentar tiempos de gestación mayores y ser muy longevos.
Ahora bien, sería relativamente fácil pensar que el ratón tiene un ciclo de vida más rápido que el humano simplemente porque es un ratón y todas las especies de ratones viven poco, maduran rápido y tienen muchas crías, y que el humano tiene un ciclo de vida lento, simplemente porque todos los grandes primates (orangutanes, chimpancés, bonobos, gorilas y humanos) viven bastante, maduran tarde y tienen pocas crías. En otras palabras, que en la velocidad e intensidad de los ciclos de vida de las especies el parentesco evolutivo ha desempeñado un papel fundamental, que es muy probable que el ancestro de todos los ratones haya tenido un ciclo de vida rápido y el ancestro de los grandes primates un ciclo de vida lento, y que la mortalidad no tendría nada que ver.
Pero Promislow y Harvey ya habían pensado en esto, y para eliminar el efecto del ancestro común utilizaron herramientas estadísticas novedosas, llamadas métodos filogenéticos comparativos. Una vez hecho este ajuste, observaron que las especies que experimentaban mayor mortalidad mostraban ciclos de vida rápidos y aquellas con menor mortalidad, ciclos de vida lentos, independientemente del tipo de ciclo de vida de sus parientes cercanos. Así, hay especies de ratones con baja mortalidad que pueden madurar relativamente tarde, tener pocos hijos y vivir una vida longeva, y primates con alta mortalidad que pueden madurar pronto y tener bastantes crías en su relativamente corta vida.
La pregunta es, ¿por qué observamos diferencias en los caracteres de las historias de vida? Una explicación simple, y que coincide con la evidencia aportada hasta este momento, sería que en ambientes con mucha mortalidad, los individuos que retardan sus eventos reproductivos son más propensos a morir sin haber dejado descendencia y, por lo tanto, sus genes desaparecerán de la población, es decir, si la probabilidad de morir es alta, los individuos que lleven a cabo su reproducción de forma temprana en la vida serán los que más hijos dejen, porque aunque mueran relativamente pronto ya habrán pasado sus genes a la siguiente generación. Se esperaría entonces que la población esté compuesta primordialmente de este tipo de organismos “rápidos”, que crecen a mayor velocidad y tienen muchos hijos pronto (aunque éstos sean pequeños).
En el otro extremo, donde la probabilidad de morir es baja, los organismos que retardan su reproducción tienen tiempo suficiente para crecer y establecerse en un buen territorio, lo cual puede verse reflejado en crías más grandes y fuertes, mejor cuidadas y con más recursos para competir con otros. En este tipo de ambientes, que podríamos llamar “seguros”, los individuos “precoces” son menos exitosos ya que gastan mucha energía en pocos eventos reproductivos en los que producen muchos hijos pero de menor calidad que otros producidos por organismos grandes y experimentados. Por consiguiente se espera que los hijos de los individuos precoces sean malos competidores y que la población cambie paulatinamente hasta que la mayoría de los individuos presenten una reproducción retardada con mejores hijos.
Sin embargo, Promislow y Harvey no se quedan con la primera respuesta que salta a la vista, y hacen un análisis más fino de la correlación entre la mortalidad en distintos estadios de desarrollo y los caracteres de las historias de vida, del cual se deriva que la mortalidad de los jóvenes es la fuerza que nos permite observar el continuo rápidolento en mamíferos. Lo anterior nos lleva a preguntarnos, ¿cómo es que la mortalidad en los jóvenes puede generar esto? La respuesta requiere profundizar un poco y pensar cómo es que la mortalidad en general puede moldear los caracteres de las historias de vida en los distintos estadios de desarrollo de una especie.
Si las presiones selectivas actuaran principalmente sobre los recién nacidos, entonces sería de esperar que la selección natural favoreciera a los individuos que presenten mayores cuidados parentales (como casi todos los mamíferos y las aves en general) o un esfuerzo reproductor masivo (como se observa en muchos insectos o en las tortugas marinas), para que haya un gran número de individuos nuevos y así se mantenga la especie. Si la mortalidad se centra en los jóvenes, entonces uno espera que la selección favorezca a los individuos que crecen rápidamente para alcanzar las tallas adultas (como se observa en los bambúes que crecen muy rápido para poder alcanzar las zonas donde hay luz y así puedan realizar fotosíntesis), etapa en donde puede o no haber altas tasas de mortalidad.
Si la mortalidad se centrara en los adultos, entonces ellos contribuirían al renuevo de la población mediante su reproducción, por lo que podemos esperar un esfuerzo reproductivo alto, ya que las probabilidades de sobrevivir a un próximo evento reproductivo son reducidas (lo que se observa en muchas plantas y animales que sólo tienen un evento reproductivo, como algunas especies de salmón o las de agave) y, por la misma razón, también se esperaría que los organismos se reprodujeran siendo de menor talla.
Una vez planteados estos escenarios uno se pregunta ¿cómo es que la mortalidad de los individuos jóvenes es fuerza suficiente para observar todos los caracteres de historia de vida asociados a los extremos del continuo rápidolento? Una alta mortalidad de los individuos jóvenes se traduce entonces en un crecimiento rápido que permite alcanzar la talla o edad maduras rápido, camadas grandes con crías pequeñas y tiempos de gestación cortos. En conclusión, podemos considerar que el crecimiento rápido sí es una respuesta a la mortalidad de los jóvenes.
La evidencia
La mortalidad parece ser entonces un agente muy importante por medio del cual actúa la selección natural. Después de la publicación del artículo, diversos ecólogos se dedicaron a tratar de comprobar la hipótesis del continuo rápidolento de Promislow y Harvey por medio de comparaciones entre especies, siempre empleando métodos filogenéticos comparativos para evitar el efecto de la descendencia de ancestros compartidos. El resultado es sorprendente: plantas, aves, lagartijas y avispas parasitoides que sufren alta mortalidad muestran claramente ciclos de vida “rápidos”, mientras aquellas que experimentan baja probabilidad de morir presentan ciclos de vida “lentos”.
Ahora bien, así como resulta interesante comparar diferentes especies lo es aún más comparar poblaciones de la misma especie, ya que están compuestos por individuos muy relacionados, que podrían reproducirse entre sí, pero que experimentan diferentes ambientes en los que la probabilidad de morir puede ser drásticamente distinta. Si la mortalidad es efectivamente un agente de selección natural, es posible detectar su acción reciente si encontráramos que, en lugares donde es intensa, los individuos presentan ciclos de vida más “rápidos”, mientras que en sitios donde la probabilidad de morir es baja los individuos exhiben ciclos de vida más “lentos” (se habla de acción reciente ya que por tratarse de la misma especie, son individuos que compartieron historia evolutiva y que ahora están sujetos a distintos regímenes de selección). Debido a que estamos comparando organismos de una misma especie no existe el mencionado efecto del ancestro común: todos los individuos comparados provienen del mismo ancestro y las diferencias entre ellos se deben a lo que ha ocurrido en cada una de las poblaciones que habitan.
Estas diferencias en las historias de vida de organismos cercanamente relacionados podrían llegar a convertirse, después de muchos años y de absoluta falta de contacto entre las poblaciones, en las responsables de fenómenos de especiación. Así, los modelos teóricos como el continuo rápido-lento intentan entender cuáles son los mecanismos específicos por medio de los cuales ejerce su acción transformadora la selección natural. De alguna u otra forma, este tipo de modelos descubre a una escala muy fina cómo funciona la evolución.
Un ejemplo muy interesante del efecto reciente de la mortalidad como una potente fuerza transformadora fue provisto por David Reznick, investigador de la Universidad de California, quien lleva muchos años trabajando con peces guppies (Poecilia reticulata). Al comparar poblaciones de estos pequeños vivíparos que coexisten con otros peces que los depredan, con poblaciones que no sufren el ataque de peces depredadores, notó que sus historias de vida eran muy distintas. En los primeros, los guppies maduran antes y a tallas menores, y producen muchas crías pequeñas, mientras en las segundas estos peces son más grandes, maduran más tarde, a tallas mayores, y producen menos crías pero más grandes. Evidentemente, la mortalidad es mucho más alta en los sitios donde hay peces depredadores.
Más recientemente, Jerald Johnson, de la Universidad Brigham Young, descubrió el mismo patrón en poblaciones de otro pez vivíparo al que en Costa Rica llaman olominas (Brachyrhaphis rhabdophora). Cuando estos peces cohabitan con otros peces que los depredan, maduran más temprano, son más pequeños y producen muchas crías de talla pequeña, mientras donde las olominas están libres de peces depredadores maduran tarde, son grandes y producen pocas crías de mejor calidad. Otro ejemplo también interesante lo observamos en el trabajo de Isaac Rojas González, ecólogo mexicano que trabajó con una lagartija endémica de México (Xenosaurus platyceps), cuyas poblaciones viven en bosques tropicales y templados. En el primer tipo de bosque la mortalidad es muy intensa, mientras que en el segundo la probabilidad de morir es muy baja, por lo que en el primero X. platyceps madura a los tres años de edad, crece muy rápido y los individuos son más pequeños, mientras que en el segundo maduran un año más tarde, crecen lento y son más grandes. Es esto lo que se conoce como un patrón de evolución convergente: la selección natural (en este caso por medio de la mortalidad) genera resultados similares sin importar si se trata de una planta, un pez, una lagartija, un ave o cualquier otro ser vivo.
Modelos alternativos
Los ejemplos anteriores son una sólida evidencia de la existencia de un continuo rápidolento en las historias de vida de los seres vivos. Pero, ¿es la mortalidad el único factor selectivo de las características de las historias de vida? Por supuesto que no. No, esta fuerza definida por Darwin hace ciento cincuenta años puede operar por medio de otros mecanismos. Por ejemplo, la variabilidad ambiental es conocida entre los ecólogos y los biólogos evolutivos como otra importante presión selectiva. En ambientes muy variables parecen ser favorecidos organismos que “invierten” poco en la reproducción porque “poner todos los huevos en una canasta” es muy riesgoso: si la progenie crece en un momento desfavorable se puede perder todo el esfuerzo reproductivo. Así que cuando no se sabe qué va a ocurrir en el entorno lo mejor es “apostar” a tener relativamente pocos hijos, razón por la que este modelo se denomina del mejor apostador (bet-hedging en inglés).
Otro modelo que intenta explicar la variación en las historias de vida es el que propusieron Robert MacArthur y Edward Wilson en su libro La teoría de biogeografía de islas, quienes sugieren que la densidad poblacional puede también determinar la forma en que los organismos llevan a cabo sus ciclos de vida. Cuando hay baja densidad y muchos recursos, se favorecen individuos con genotipos productivos, es decir, organismos capaces de aprovechar al máximo todos estos recursos en términos de producción de hijos. Usualmente esto implica organismos muy fecundos y con características similares a los de los ciclos de vida “rápidos”, en otras palabras, los que tengan más progenie serán los más exitosos. Cuando hay alta densidad y pocos recursos se favorece individuos con genotipos eficientes, es decir individuos que con los mínimos requerimientos de alimento y espacio pueden seguir produciendo hijos, lo que implica organismos que no producen muchas crías, sino pocas, de muy buena calidad, para enfrentar condiciones de escasez, lo cual se parece más a lo que esperamos en ciclos de vida “lentos”. Este modelo se denomina teoría de las selecciones r y k (estos dos últimos parámetros representan la tasa intrínseca de crecimiento poblacional y la capacidad de carga de una población). Sin embargo no es posible equiparar ambas teorías de evolución de historias de vida, ya que el continuo rápido-lento propone una variable explicativa, mientras que la teoría de la selección r-k no lo hace, pues dado que la denso-dependencia es una medida de los factores ambientales que influyen en los organismos, se define más bien como una medida que describe interacciones bióticas y no como una causa explicativa en sí misma. La denso-dependencia es por tanto una medida de varios factores causales y no un factor causal en sí mismo.
La teoría del mejor apostador y la de la selección r-k representan sólo dos ejemplos de otros mecanismos alternativos, además de la mortalidad, por medio de los cuales actúa la selección natural sobre los ciclos de vida. También generan evolución convergente, es decir sus resultados parecen ser los mismos sin importar si ocurren en una planta, un animal o cualquier otro tipo de organismo. Los ecólogos evolutivos pasan gran parte de su tiempo intentando explorar el efecto de estos y otros factores selectivos. Durante algún tiempo las variables fisiológicas fueron consideradas como la mejor forma de explorar las diferencias en los caracteres de las historias de vida, así las tasas metabólicas fueron propuestas como una explicación al hecho de que los organismos alcancen la talla de la madurez de manera temprana.
Sin embargo, reconocer cuál es la causa y cuál la consecuencia no es tarea sencilla, es decir, ¿los organismos presentan historias de vida rápidas porque tienen tasas metabólicas altas? o bien, ¿los organismos presentan tasas metabólicas altas porque las presiones selectivas (tasas de mortalidad) las han favorecido? Lo mismo ocurre cuando analizamos la asociación que existe entre las tasas metabólicas y la talla de los organismos. ¿Son grandes porque tienen tasas metabólicas bajas o tienen tasas metabólicas bajas porque son grandes? Parecería entonces que nos enfrentamos a la clásica pregunta de: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
Perspectivas
El estudio de los caracteres de las historias de vida relacionados con ambientes selectivos distintos es un campo donde aún hace falta más investigación para llegar a obtener respuestas a preguntas que están pendientes: ¿en qué casos la mortalidad no ejerce ningún efecto sobre la evolución de las historias de vida?, ¿cuál es la fuerza selectiva más importante: la mortalidad, la densidad poblacional o la variabilidad del ambiente?, ¿operan en conjunto estos tres factores selectivos? y otras tantas preguntas similares.
Hace falta también muchos estudios que comparen poblaciones de una misma especie porque es muy probable que las poblaciones ocupen los ambientes que recientemente han sido responsables de las diferencias entre los individuos. Sin embargo, hace falta también una visión unificadora, que identifique que las teorías para explicar los caracteres observados no son excluyentes y, que en algunos atributos, hacen referencia a patrones similares. Así, una nueva visión integradora podría dar nueva luz y ayudar en el diseño de modelos predictivos que permitan entender de una mejor manera las manifestaciones de las presiones selectivas en las poblaciones.
Por último, los esfuerzos por comprender qué fuerzas moldean los ciclos de vida de los seres vivos representan solamente uno de los muchos intentos por explicar lo que se planteó hace ciento cincuenta años en El origen de las especies. Esperemos pronto conocer más acerca de lo que Darwin llamó selección natural y los mecanismos por medio de los cuales ejerce su acción transformadora.
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Referencias bibliográficas
Roff, D. 2002. Life History Evolution. Sinauer Associates Inc, Massachusetts.
Stearns, S. C. 1992. The Evolution of Life Histories. Oxford University Press, Oxford, uk.
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Hibraim Adán Pérez Mendoza
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Es biólogo por la fesIztacala, UNAM y M. en C. por el Posgrado en Ciencias Biológicas de la unam. Es coautor de 2 artículos científicos y actualmente se encuentra realizando estudios de Doctorado en la UNAM.
José Jaime Zúñiga Vega
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Es Licenciado en Ecología por la Universidad del Valle de México y Dr. en Ciencias Biológicas por la UNAM. Realizó un posdoctorado en la Brigham Young University en Utah (EU) y otro en el Instituto de Biología, UNAM.
como citar este artículo →
Pérez Mendoza, Hibraim Adán y Zuñiga Vega, José Jaime. (2010). Las historias de vida y la teoría del continuo rápido-lento. Ciencias 99, julio-septiembre, 14-22. [En línea]
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Las peripecias de Prometeo
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PDF →
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Ana María Cetto
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Al Movimieto del 68,
a los maestros y estudiates
que participaron en lucha
por romper cadenas,
y a los compañeros
que perdieron su vida
en esa lucha.
¿Qué nos hace recordar en este setenta aniversario de la
Facultad de Ciencias a Prometeo, un personaje mitológico surgido en Grecia hace casi tres milenios? ¿Qué relevancia tiene para la nuestra facultad hoy la figura de aquel titán que, con la fuerza de su inteligencia, pudo arrebatar el fuego de los dioses y dárselo a los mortales, para después ser cruelmente castigado por esta hazaña —y con ello la humanidad entera— hasta la eternidad?
Para tratar de dar respuesta voy a repasar muy breve y esquemáticamente algunos hitos de la riquísima historia antigua del número, porque este elemento, aparentemente tan sencillo pero básico para todas las ciencias y para cualquier actividad humana, con su lenguaje universal tiene el poder de trascender las fronteras culturales y de ser entendido por todos. Aunque no fue siempre así.
Las primeras marcas numéricas datan de hace muchos milenios y provienen de una región del planeta que hoy consideraríamos apartada y, en el lenguaje actual, “de menor desarrollo”. Los historiadores conjeturan que los seres humanos que poblaron el sur de África en el Paleolítico deben haber aprendido a contar (a enumerar y a llevar un registro de la cantidad) con la misma inteligencia inicial que los condujo justamente a preservar y utilizar el fuego, y más o menos al mismo tiempo.
El testimonio más antiguo de ello es el hueso de Lemombo, un pequeño peroné de mandril de hace 35 000 años, con 29 hendiduras bien marcadas. Los historiadores toman éste y otros objetos similares como evidencia de que la actividad (proto) matemática comenzó en el continente africano, en la región austral de la llamada África subsahariana para ser más precisos. El primer hueso estriado del que se tiene conocimiento proviene de Lemombo, al este de Suazilandia, pequeño país monárquico situado en África del Sur.
Hace aproximadamente 10 000 años los huesos estriados fueron sustituidos por cuentas de diferentes formas que se guardaban en cestos o jarrones. Este invento fue usado por cosa de 5 000 años, hasta que fue sustituido por los números abstractos, empleados en Egipto y en Mesopotamia para hacer operaciones matemáticas como las que se requerían para la astronomía, la agricultura, el comercio y la administración de los bienes.
Antes del extraordinario invento en India de la notación posicional, que incluyó la invención del cero alrededor del siglo V a.C., la tarea de calcular se realizaba exclusivamente con figuras, o sea representando cada número con un símbolo u objeto físico (marcas, nudos, conchas, fichas, cuentas, etcétera).
Resultó tan poderoso el sistema numérico hindú, que en su migración al oeste fue adoptado en Babilonia y se extendió por toda la región árabe, incluidas la zona norte de África y la península ibérica. De allí llegó al resto de Europa —donde tardó varios siglos en remplazar el sistema romano, a pesar de que éste era muy encumbroso y poco práctico para hacer operaciones matemáticas.
De hecho, durante la Edad Media los cálculos en Europa se realizaban con el ábaco, tradición que tardó en ser desplazada por el nuevo sistema numérico introducido por los árabes (llamado algoritmo), a pesar de las evidentes ventajas de este último.
¿Y qué hay de la introducción de los números negativos? Ni babilonios, ni egipcios, ni griegos ni árabes usaron esta noción. Fueron nuevamente los hindús los que, alrededor del siglo VI, los emplearon con propósitos de contabilidad para registrar el debe y el haber. Apenas un milenio más tarde se les empezó a emplear en Occidente. Al principio se les consideraba números absurdos; incluso Descartes llamaba raíz falsa a cualquier raíz de una ecuación que no resultara positiva. Y apenas en el siglo XVII se introdujeron coordenadas negativas en representaciones gráficas.
Por otro lado, la combinación de los números con la geometría había dado lugar a los números irracionales desde la época de Pitágoras —y muy a pesar de éste, como lo denota el término empleado para nombrarlos. A lo largo de la historia se fueron ampliando las categorías de los números, empezando por los naturales para pasar a los enteros, los racionales, los reales (racionales e irracionales) y, finalmente, los complejos. Pero ya el persa Omar Khayyam en el siglo XI había establecido una teoría general de los números y la noción de categorías. También el sistema decimal de escribir números, adoptado ahora en todo el mundo por su extraordinaria propiedad de poder representar sin ambigüedad cualquier número del continuo, se originó en Persia, en el siglo XV, y se extendió por Europa apenas en el XVII.
Cabe mencionar que las matemáticas emergieron en China de manera paralela e independiente a partir del segundo milenio a.C. Durante la época de las antiguas dinastías las matemáticas eran consideradas una de las seis artes que los estudiantes debían dominar, y era requisito aprenderlas muy bien para ser un hombre del Renacimiento. Lamentablemente pocos documentos se conservan de esta época inicial, debido a la quema de libros y el asesinato de académicos por la dinastía Qin en el siglo III a.C. No es éste, por cierto, el único caso en que el fuego se ha empleado para tratar de borrar todo rastro de la creación del intelecto. Pero está claro que a lo largo de los siglos, los chinos desarrollaron por su cuenta la notación de números muy grandes, los números negativos, un sistema decimal, un sistema binario y los fundamentos del álgebra, entre otras cosas.
De manera que no sólo la forma de contar y el sistema de numeración surgieron sucesivamente en el seno de las culturas antiguas, sino que también las bases de la teoría de números y del álgebra fueron sentadas por los egipcios y babilonios, los indios y los chinos, los mayas y los incas, los persas y los árabes, mucho antes de llegar al continente europeo.
El enorme despertar científico, cultural, intelectual que se dio en buena parte de Europa durante el Renacimiento tocó naturalmente también los números. Al considerarse creaciones de la mente humana, permitieron que las matemáticas se desarrollaran como una disciplina independiente y secular, libre de los atavismos de la Edad Media.
La revolución en la teoría de los números y otras ramas de las matemáticas superiores que tuvo lugar posteriormente, alcanzando su apogeo en el siglo XIX, fue parte de un largo proceso de desarrollo de la ciencia moderna, que comprendió cambios notables en la física, las ciencias naturales y la —en aquél entonces llamada— historia natural, y condujo a debates feroces sobre temas seculares y religiosos. El avance vertiginoso de la matemática teórica se dio en este contexto.
En resumen, la evolución de los números y de las matemáticas asociadas no se ha dado al azar ni en un sitio cualquiera del mundo. A partir de las primeras civilizaciones ha tenido lugar, tradicionalmente, en un ambiente de renovación, de auge intelectual, de fomento a la ciencia y la cultura, y de estímulo a la creatividad. La misma inteligencia que llevó el fuego sucesivamente de una civilización a la siguiente, llevó también los números. En sus peripecias, éstos fueron ampliando su cobertura y rango de aplicación, volviéndose más abstractos y a la vez más poderosos. No en vano muchas culturas han considerado el número como un ente divino, si bien, como señala Dedekind, los números son creaciones libres de la mente humana.
Creaciones que, a su vez, han ejercido una fuerte influencia sobre la evolución de la mente humana además de tener enormes y muy variadas aplicaciones prácticas, muchas de ellas inesperadas.
De la mitología recogida en la obra dramática de Esquilo no queda claro si Prometeo empleó su conocimiento, guardado celosamente en secreto, para alertar a Zeus de un peligro que corría y así reconciliarse con él. Las páginas de esta parte, supuestamente la final de la trilogía, se han perdido para siempre. Pero ciertamente esta noción —muy europea— del poder del conocimiento como elemento liberador del hombre y a la vez conciliador entre los hombres, permea fuertemente la sociedad contemporánea. Mientras el fuego representa la tecnología, los números representan el intelecto, y ambos juntos hacen de la humanidad lo que es, una especie única sobre el planeta, que sigue evolucionando.
Toca justamente a la Facultad de Ciencias mantener viva la antorcha de Prometeo y seguir liberando las mentes con las armas de las matemáticas y las ciencias.
Por ello es importante reconocer el singular espíritu visionario que movió a los fundadores de la Facultad hace setenta años, recuperar esta visión, y trasladarla al siglo XXI. Estas siete décadas han visto el mayor desarrollo de la ciencia en toda la historia y el más impresionante despliegue de la capacidad innovadora del hombre. Sin una Facultad de Ciencias robusta y dinámica, que actualice sus programas, sus métodos y sus recursos para cumplir cabalmente con el cometido de formar científicos de calidad, críticos, innovadores, comprometidos con su trabajo y con la sociedad, la Universidad Nacional está incompleta y el futuro de México como país moderno está en juego.
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Nota
Texto leído en la mesa redonda “La actualidad de Prometeo y los 70 años de vivir la ciencia”, realizada en el Auditorio Carlos Graef de la Facultad de Ciencias de la unam el 2 de octubre de 2009.
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Ana María Cetto
Instituto de Física,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Ana María Cetto es investigadora del Instituto de Física y profesora de la Facultad de Ciencias, UNAM. Actualmente es Directora General Adjunta del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Viena.
como citar este artículo →
Cetto, Ana María. (2010). Las peripecias de Prometeo. Ciencias 99, julio-septiembre, 4-9. [En línea]
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