¿Qué tan modernos somos?
El amor y la relación de pareja en el México contemporáneo
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Natalia Tenorio Tovar
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La modernidad es definida como una época que conlleva un
cambio histórico que altera la relación tiempo-espacio y que lleva a las personas a actuar en forma diferente en el ámbito de lo social, lo económico y lo político; pero también implica una configuración de la personalidad individual, como lo expone Antony Giddens, que se supone desligada de los lazos tradicionales, en donde hay una definición particular del yo, una visión y uso del cuerpo y posibilidades concretas de elección, en donde el individuo puede aparentemente escoger sobre los diversos aspectos que componen su vida personal. Es por eso que los cambios en las relaciones de pareja se identifican comúnmente con la modernidad.
Desde esta perspectiva, las formas de vida moderna trastocaron todas las formas tradicionales del orden social y alteraron las características de la vida cotidiana; en la modernidad vivimos a un ritmo más acelerado, hacemos múltiples actividades, no nos identificamos plenamente con un grupo, una clase o una actividad. Además, se supone tenemos una amplia gama de cuestiones que podemos elegir, desde el estilo de la ropa que usamos, el trabajo que realizamos, los pasatiempos favoritos, las amistades, etcétera. En las relaciones de pareja las consecuencias de la modernidad son muy claras. Baste mencionar, por ejemplo, la diversificación de los tipos de unión entre las que podemos escoger para formalizar una relación: unión libre, sociedad de convivencia, matrimonio civil o religioso (o ambos), vivir separados pero ser una pareja formal, o ser una pareja informal y salir además con otras personas. En épocas anteriores, las relaciones de pareja estaban marcadas por tres etapas: una de coquetería y galanteo que se realizaba bajo la estricta vigilancia de los padres; otra de noviazgo formal, en la que ya se suponía un compromiso de matrimonio, y el matrimonio. En la actualidad, existe además una etapa en la cual las personas pueden “probar” entre diferentes opciones; mientras que mi abuela tuvo un esposo del que nunca fue novia y con el que pasó toda su vida, mis sobrinas adolescentes tienen frees, han tenido un par de relaciones no formales, uno que otro novio formal y para nada piensan en el matrimonio. La modernidad es en este sentido una época en la que se borran los límites establecidos y se dibujan otros. Para percatarnos de lo mucho que han cambiado las cosas, en nuestra ciudad por lo menos, basta con pensar que el rasgo más “normal” de la pareja ha desaparecido: ahora está formada también por dos hombres o dos mujeres. Pertenecemos al grupo de ciudades cosmopolitas que reconocen legalmente las uniones homosexuales.
En la modernidad, y más claramente en lo que Giddens llama modernidad tardía o segunda modernidad (referida a un periodo en que las características y consecuencias de la modernidad se radicalizan), las personas se encuentran inmersas en circunstancias particulares que les permiten preguntarse sobre su identidad y construirla desligada de los procesos rituales tradicionales (crecer, casarse, tener hijos, mantener a la esposa, cuidar del hogar), según sus vivencias e intereses.
Para caracterizar este tipo de relaciones, eminentemente modernas y desligadas de la ritualidad tradicional, Giddens utiliza el concepto de “relación pura”. Las relaciones puras son cualquier tipo de relación (de pareja, de trabajo, entre amigos o vecinos) que se establece porque las personas así lo quieren y que permanece mientras ambas partes obtienen una satisfacción. Es decir, en cuanto la relación deja de ser útil o de proveer bienestar para una de las partes, ésta termina. Las relaciones puras, referidas específicamente al ámbito amoroso y de las relaciones de pareja, se llaman de amor confluente. Este tipo de amor es un amor contingente, activo, y no se considera “para siempre” ni único. Además, supone que la mujer y el hombre se encuentran en igualdad de condiciones en la relación, ambos deben cuidarla y hacerla crecer en lo emocional; el amor se desarrollará y se mantendrá siempre y cuando ambas partes lo deseen. Incluye además la realización del placer sexual recíproco y el desarrollo de las habilidades sexuales.
El amor confluente puede existir realmente sólo en las sociedades donde cada persona tiene la posibilidad de elegir lo que quiere ser y qué quiere hacer; no supone una vida sexual ortodoxa, no es exclusivamente monógamo ni se identifica sólo con las parejas heterosexuales.
Un amigo que acaba de contraer matrimonio me comentó hace algunos meses: ”la verdad no sé si Marce es la persona que voy a amar toda mi vida, eso es mucho tiempo y pueden pasar muchas cosas. Pero la amo ahora y creo que vale la pena intentarlo”. Si éste es el panorama general, podríamos pensar que en la medida que cada uno puede hacer lo que le venga en gana, ¿qué posibilidades de funcionar tiene una relación amorosa?, ¿se han vuelto las relaciones algo desechable?, ¿es verdad que cada uno puede elegir sólo lo que le gusta?, ¿efectivamente vivimos en una sociedad en donde las parejas son más equitativas? En suma, ¿qué tan modernos somos en cuanto a nuestras relaciones de pareja?
Para responder esta última pregunta se pusieron a prueba las hipótesis sobre la modernidad de Giddens. Para esto entrevisté nueve parejas, cada una correspondiente a un tipo por su edad y escolaridad. Siguiendo la teoría, se propuso que la edad correspondería al cambio supuesto, mientras que la escolaridad sería indicador del capital cultural y económico —categorías creadas por el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para medir el capital cultural de los entrevistados se utilizó primeramente el grado de escolaridad, pero también otros indicadores como si tenían libros, cuadros, música o juegos de mesa en la casa de los padres, las actividades que hacían además de las escolares, sus preferencias en cuanto a lecturas, música, películas, programas de televisión, espectáculos preferidos (teatro, cine, conciertos, museos, exposiciones, ferias, circo, etcétera), pasatiempos, deportes, actividades realizadas en el trabajo, paseos y viajes, religión y partido político.
El capital económico se midió con el ingreso mensual y las propiedades materiales de cada entrevistado: automóvil, casa o departamento, si son propios o rentados, si alguna vez habían tenido un crédito para vivienda o no, zona en donde viven, viajes realizados durante la infancia y los efectuados en pareja, lugares preferentes de consumo de mercancías como ropa o artículos personales, capacidad económica para costear cierto tipo de consumo cultural, lugar de trabajo y puesto, educación en escuelas públicas o privadas, y prácticas en la familia como tipo de alimentación, si comen fuera y en qué tipo de lugares, los pasatiempos que practican y en dónde, etcétera. Así, se entrevistaron parejas de tres generaciones distintas y con niveles de escolaridad variables que fueron clasificadas como baja, media y alta.
La escolaridad se consideró baja cuando el entrevistado tenía desde el primer grado de primaria hasta la secundaria terminada, media de haber cursado algún semestre de preparatoria hasta una carrera técnica terminada, y alta con licenciatura, maestría o doctorado. La edad estuvo clasificada en tres generaciones: los nacidos en la década de los treintas o cuarentas, que actualmente tienen entre 60 y 79 años, se consideraron edad alta; los de las décadas de los cincuentas y sesentas, con una edad entre 40 y 59 años, de edad media; y aquellos entre 1970 y 1990, con una edad entre 19 y 39 años, como edad baja
(ver cuadro 1).
Un nuevo tipo de pareja
Con base en lo anterior se planteó lo que he llamado un “nuevo tipo de pareja”, que tiene que ver con la modernidad y la segunda modernidad, y que en la ciudad de México presenta rasgos particulares, ya que se observa una reestructuración de las relaciones amorosas que se refleja en una multiplicidad creciente de situaciones de pareja. Para desarrollar esta propuesta se analizaron las definiciones de amor, confianza, fidelidad, etcétera, de varias parejas, y en qué confluyen o difieren de la propuesta de Giddens en cuanto al paradigma de relación moderna. La intención es explicar la afectividad (específicamente en las relaciones de pareja) desde la sociología, en tanto que ésta va cambiando según épocas históricas, condiciones sociales, económicas y culturales, como se puede apreciar en las diferencias entre parejas “tradicionales” y las del “nuevo tipo”.
Las parejas llamadas tradicionales son las que en la entrevista declararon que: a) la pareja debe durar aunque las personas no estén del todo satisfechas con lo que obtienen de ésta; b) la satisfacción emocional en la pareja no es un punto esencial; c) cada uno tiene un papel específico, bien delimitado y estricto en la pareja y éste depende primeramente del género; d) los roles o papeles en la pareja son adquiridos por tradición cultural o familiar; e) los factores institucionales como la religión, el matrimonio y los hijos se consideran muy importantes; f) los familiares y amigos tienen gran peso en la formación y perdurabilidad de las parejas; la sexualidad es accesoria a la unión, pues no se considera la satisfacción como primordial y de hecho no son temas muy discutidos en la pareja.
Estas parejas corresponden a las tres de edad alta, sin importar sus capitales económicos y culturales, y a las de edad baja que tienen capital cultural y económico bajo.
Las parejas que denominamos como de un nuevo tipo son aquellas que expresaron en la entrevista que: a) la satisfacción personal es muy importante para que perdure la pareja; b) la satisfacción sexual tiene un papel central; c) existe la idea de que debe haber equidad en la pareja, al menos en el discurso; d) el componente afectivo es muy importante; e) es menos importante estar casado por la iglesia o por el civil, es más importante tener un vínculo emocional fuerte con la pareja; f) la relación no se concibe como “para siempre desde un inicio”; g) el papel que desempeña cada uno en la relación puede ser negociado y flexible; h) las tareas no se distribuyen sólo por género; i) la unión es independiente de las instituciones como la familia, los hijos, el matrimonio.
Estas parejas son sólo dos parejas de las nueve entrevistadas, y corresponden a parejas de edad media y baja que tienen capital económico y cultural alto (ambas parejas tienen estudios de posgrado e ingresos superiores a 40 000 pesos mensuales por pareja).
Las demás parejas se encuentran en un estado de transición, es decir, en algunos aspectos se identifican con las parejas tradicionales, pero en otros temas, como el de la sexualidad y la distribución de tareas y el gasto en el hogar, sus opiniones se acercan más al nuevo tipo de pareja.
Podemos decir que los resultados de esta investigación confirman la existencia de un nuevo tipo de pareja que corresponde a la segunda modernidad y que se desarrolla en un contexto social y cultural diferente al tradicional, y por lo tanto implica una serie de cambios tanto en las disposiciones individuales como en lo colectivo. Algunas de las características de este nuevo tipo de relaciones amorosas es que tratan de ser más equitativas, el espacio para el desarrollo personal es necesario, están ancladas en la voluntad de los miembros, deben aportar un alto grado de satisfacción emocional y el componente biográfico de las personas es parte constituyente de la relación. Veamos.
Biografía propia, confianza y fidelidad
Una parte fundamental en la explicación de Giddens sobre las relaciones en la segunda modernidad tiene que ver con el componente biográfico. El individuo siente la necesidad y la obligación de crear su propia identidad, misma que se refiere al yo entendido reflexivamente por la persona en función de su biografía. De esta manera, identidad, reflexividad y biografía se entrelazan para explicar que las prácticas del individuo se continúan mientras funcionan para el individuo. En la segunda modernidad, los individuos, desligados de la ritualidad colectiva, son los creadores de su destino a falta de los cánones tradicionales que antes indicaban lo que se debía hacer.
Aplicado a las relaciones de pareja, se supone que éstas se establecen y perduran en tanto brindan satisfacción a las partes y que la pareja sea compatible con el plan de vida del individuo. Además, hay que señalar que en las relaciones de pareja no se busca cualquier tipo de satisfacción, sino la emocional. Esto es importante porque implica un cambio en la manera de sentir, en la afectividad tanto individual como colectiva, y en la construcción de un tipo de intimidad en la pareja que es históricamente nuevo.
El peso del componente biográfico se hace notar durante las entrevistas; la identidad personal es construida y negociada al interior de la pareja, así como lo son las cuestiones importantes que construyen la relación misma, como el tipo de unión y el nivel de ritualización, las reglas y los límites que regirán la relación, la duración, las definiciones de fidelidad e infidelidad y las necesidades de cada uno.
Mediante el trabajo de campo pude constatar que hay parejas para las cuáles las cuestiones de la fidelidad o la confianza no están definidas según la tradición. Es así, por ejemplo, que Mariana llegó a un acuerdo con Ricardo (ver cuadro 1) sobre lo que consideran que es la fidelidad: “yo creo que lo mío sí fue un desliz, porque fue muy pasajero, o sea fue mucho más breve […] o sea no tuvo tantas consecuencias y ya pasó como una experiencia que quedó ahí, y que en ningún momento se prolongó a tal grado de poner en duda la relación que yo tenía. Acá me parece que sí llegó a un punto de infidelidad en la medida en que este encuentro y esta relación que tuvo él sí lo puso en duda con respecto a la relación que tenía conmigo y en algún momento estuvo ahí como dudando y no fue claro conmigo, sino hasta después que todo salió a la luz; entonces me di cuenta de que él no estaba del todo conmigo y que estaba dudando qué hacer de su vida. Eso me parece que sí es infidelidad en la medida en que trastocó y puso en duda nuestra relación, sí”. La fidelidad en este sentido sería por un lado la capacidad de la pareja para tener relaciones alternas (si se diese la oportunidad) pero sin dejar que éstas afecten la vida de pareja, logrando que dichas relaciones paralelas sean sólo “deslices” pasajeros, pero teniendo claro que terminarán. La molestia de la entrevistada en este caso proviene no del “engaño” de su pareja con otra mujer, sino de que dicha relación se volvió algo importante en su vida y no se lo comunicó.
La confianza a la que se refieren los nuevos tipos de parejas es aquella que deposita uno en el otro, y de la cual depende la relación misma, que es construida día a día y tiene que ser refrendada en momentos claves de la relación. La confianza está referida a la certidumbre del afecto que uno tiene por su pareja y la pareja tiene por uno, a los acuerdos de fidelidad y exclusividad, al conocimiento de la personalidad del otro. La confianza, así como la fidelidad, el amor, la relación misma, está construida a partir de la reflexión individual en estrecha relación con la capacidad de realizar y analizar la biografía o la crónica particular. Por el contrario, para las parejas tradicionales la confianza no es algo cuestionado y la relación dura porque están unidos, casados y tienen hijos.
Elección y decisión individual
Giddens señala que para explicar cabalmente el amor en la modernidad es necesario tomar en cuenta la posibilidad de elección de los sujetos entre múltiples posibilidades. Para él, cada persona no sólo puede elegir el estilo de vida que le convenga, sino que debe hacerlo. En la modernidad la elección se hace sin la ayuda de los caminos impuestos por la tradición, lo que significa que el individuo está situado frente a una amplia gama de opciones, pero no cuenta con gran ayuda en cuanto a qué opción se habrá de escoger. El individuo está solo y las consecuencias de sus acciones y elecciones serán sólo responsabilidad suya.
Al respecto, podemos decir que las parejas entrevistadas que se apegan más cercanamente a esta propuesta son las que corresponden al nuevo tipo de pareja. Para las parejas que se encuentran en el proceso de transición entre la pareja tradicional y el nuevo tipo de pareja, algunas formas ritualizadas por la tradición resultan valiosas (como el matrimonio religioso), mientras que en otros aspectos de sus vidas prefieren hacer uso de su capacidad de elección e ir por otros caminos. Las parejas tradicionales se mostraron muy respetuosas hacia las formas establecidas y aun en las ocasiones en las que hubieran podido elegir otras opciones, no consideraron que fueran tales. Por ejemplo, Lidia y Mayra (cuadro 1) contrajeron matrimonio cuando supieron que estaban embarazadas; Lidia aceptó casarse inmediatamente e hizo todo lo que pudo para ocultar su embarazo antes de la boda; Mayra decía que no quería casarse pero sus familiares terminaron por convencerla. Ninguna de las dos consideró como una verdadera opción continuar estudiando, abortar, vivir en unión libre o ser madre soltera. Tampoco es probable que sus familias las hubiesen apoyado en estas decisiones. La mayoría de las parejas entrevistadas siguen considerando como los más viables, seguros o posibles, los caminos tradicionales de hacer las cosas en cuanto a las relaciones de pareja se refiere.
Según lo encontrado durante la investigación, las parejas que tienen más posibilidades de elegir son aquellas que cuentan con los medios económicos para sustentar dichas decisiones, así como con cierto nivel de escolaridad. Mariana y Claudia, por ejemplo, pueden decidir vivir en unión libre, declaran poder dejar a sus parejas en caso de que la relación no les resultase satisfactoria, y pueden elegir tener un alto grado de intimidad debido a que pueden pagar una casa que no comparten con otros parientes. Mientras que Yolanda, Elena, Ana, Lidia y Mayra no pueden elegir dejar a su pareja aunque las cosas vayan mal, mudarse de la casa familiar u otras cuestiones porque no cuentan con los medios para mantenerse. Todas ellas consideran, además, que el matrimonio por lo civil y por la Iglesia les brinda seguridad y estabilidad y las compensa de una situación precaria.
Todas estas discusiones tienen una cara institucional y otra personal. Una pareja puede decidir, por ejemplo, cuándo y cuántos hijos tener, pero la problemática institucional se revela en cuanto a la falta de guarderías, horarios flexibles de trabajo o la poca seguridad social con que cuenta la pareja, especialmente la mujer, para atender a sus hijos y su carrera profesional.
Nos enfrentamos a un panorama complejo; por un lado, se supone que la pareja está en condiciones de tomar sus propias decisiones, de construir su futuro, de vivir plenamente según sus motivaciones individuales. Pero cuando cada uno tiene la posibilidad y el deseo de tomar sus propias decisiones, de construir una pareja que no esté fundamentada en la visión tradicional de relación, en la que cada uno pueda desarrollar sus intereses y cumplir sus expectativas, ¿cuál es la posibilidad de que dicha pareja perdure?, ¿de qué depende que dicha pareja marche bien?
Es necesario que establezcan un tipo de comunicación que les permita discutir y argumentar sus sueños, necesidades e intereses, que tengan el apoyo de su pareja para lograrlos, que estén dispuestos a ceder algunos puntos, que puedan dejar de lado cosas o actividades por el bien de la relación y que tengan los medios económicos para realizar todo esto. Las parejas analizadas que se encuentran en posibilidades de tomar dichos acuerdos son las que he llamado el nuevo tipo de pareja. Para dichas parejas es muy significativo que ambos puedan contar con tiempo dedicado a la pareja y tengan un espacio para desarrollar sus actividades profesionales, y que sientan que la relación es equitativa y recíproca. Para que esto sea posible es necesario que puedan pagar a una persona que haga el aseo de la casa y la comida, clases de arte, actividades deportivas o una nana para los hijos, y por lo tanto no les tienen que dedicar tanto tiempo en casa; o que desarrollen actividades profesionales de prestigio en las cuales se recalca el papel equitativo del hombre y la mujer en el hogar, y que éste sea valorado y bien remunerado.
Satisfacción emocional e intimidad
Como se mencionó anteriormente, la relación de pareja tiende a volverse una relación que se mantiene en tanto que brinda satisfacción emocional. Las parejas catalogadas como no tradicionales opinan que la relación amorosa debe de ser equilibrada y recíproca, que la unión puede romperse en la medida que alguna de las partes no se sienta satisfecha; reflexionan sobre los vínculos que mantienen unida a la pareja y su fortaleza, suponen que la relación está fundamentada en un acuerdo y que se deben recompensar los esfuerzos realizados por la pareja, y que existe cierta disposición a mantener la relación por decisión más que por “inercia”. Todas estas características son señaladas por Giddens como fundamentales para una relación pura.
La satisfacción emocional se relaciona con la intimidad, la privacía y el desarrollo personal; las parejas no tradicionales señalaron que, independientemente de la vida de pareja, es importante que cada uno conserve un espacio privado para el desarrollo personal, que si bien es deseable que se comente al respecto con la pareja, éste constituye un espacio de satisfacción propia, y que forma parte de la satisfacción emocional asociada a la pareja. Por ejemplo, Claudia señaló que espera que su pareja sea “independiente emocionalmente, que yo no sea su mamá sino que realmente seamos lo más parejos posible”; mientras que su pareja dijo que el amor es “el enorme respeto hacia la persona ¿no? Es ante todo el respeto de la persona en términos de su expresión intelectual, física, profesional, sentimental, etcétera […] una pareja ideal sería esencialmente cómplice, compartiendo visiones, intereses, emociones, pero que fuera absolutamente independiente […] es reconocer en la otra persona su capacidad de ser, su derecho de ser y que en ese sentido te involucre y seas capaz de respetarla; que siendo ella como sea la respetas y además te retroalimenta emocionalmente”.
El amor de la pareja existe mientras cada uno tenga la voluntad de permanecer en compañía del otro, para lo cual es importante cultivar el afecto, respetar a la persona, compartir inquietudes e intereses y construir una relación recíproca. El amor es en este sentido asociado con la intimidad, la privacía y el desarrollo de la vida personal.
Sin embargo, no todas las parejas encuentran deseable este alto grado de intimidad y de privacía. Para Inés y Mayra, por ejemplo, la familia extensa es parte activa de la relación de pareja. Inés y Diego han compartido la mayoría de sus años de pareja con la madre de ella, que se mudó a su casa al fallecer su esposo. Ambos dijeron sentirse cómodos en casa; además, la suegra participa de las tareas del hogar, ayudó a la crianza de los hijos y acompañaba a Inés cuando Diego tenía que pasar muchas horas en el trabajo. La familia estaba conformada, hasta hace pocos años, cuando los hijos mayores se casaron, por Inés y Diego, tres hijos y la madre de Inés, todos acomodados en dos recámaras.
Aunque la pareja siempre ha tenido su propia recámara, es fácil imaginar que el nivel de intimidad y de privacía en una casa habitada por tantas personas no es muy alto; sobre todo en los años en que alguno de los hijos era pequeño y dormía con ellos o cuando la madre de Inés enfermó y le dejaron una recámara para ella sola.
Sólo tres de las nueve parejas entrevistadas tienen una vida cotidiana totalmente independiente de su familia política, entendiendo esto como que no viven cerca de ellos o en la misma casa, no les piden su opinión al tomar decisiones importantes para la pareja, no pasan mucho tiempo en compañía de ellos y no dependen económicamente de ellos en ningún grado.
Esto va en el sentido de lo que señala Norbert Elias, a saber que el proceso de civilización en Occidente implicó necesariamente la creciente individuación de los sujetos, la separación de espacios dentro de la casa y el distanciamiento entre las personas entre otros factores; así como de la afirmación de Giddens y Beck, quienes señalan como parte del proceso de la modernidad tardía la creciente individualización y reflexividad, la toma de decisiones de manera individual y la creación de un espacio de intimidad, tanto personal como de la pareja.
La centralidad de la satisfacción sexual
Una de las características más notorias del nuevo tipo de pareja observado es el papel central que juega la sexualidad en la relación amorosa. El placer sexual recíproco y el desarrollo de las habilidades sexuales se considera indispensable para mantener una relación saludable, armónica y plena. De manera contraria, para las parejas de edad alta la sexualidad no forma parte de las cuestiones esenciales de una buena relación, mientras que para las parejas de edad media y baja, en diferentes grados según su nivel de escolaridad, resulta muy importante.
Según los datos obtenidos, las parejas tradicionales tenderían más a tener cuerpos altamente estructurados, con poca posibilidad de reflexionar y elegir los regímenes corporales, incluida la sexualidad, mientras que las parejas en transición o catalogadas como nuevo tipo de pareja tenderían hacia la alta reflexividad en el diseño y concepción del propio cuerpo, así como de la sexualidad de pareja. Esta distinción es útil para explicar, por ejemplo, el que unas parejas se casen y tengan hijos porque la reproducción es el fin del matrimonio y de la vida en general, y que otras decidan qué tipo de unión desean, si tiene hijos o no, cuándo y cuántos, y qué prácticas sexuales las satisfacen más, entre otras cosas.
La sexualidad se configura en el nuevo tipo de pareja como un espacio de intimidad en donde se construye la confianza, la intimidad, el conocimiento del otro, y parte fundamental de los temas negociados por las parejas. Por otro lado, las parejas de edad alta consideran que las relaciones sexuales son importantes en la pareja en tanto sirven para la procreación de los hijos, pero no mencionaron que la satisfacción de la pareja fuera esencial para la perdurabilidad de la pareja. Las relaciones sexuales son parte de los deberes de la pareja y su regularidad depende en gran medida de lo que el hombre desee.
La redefinición de los roles
Uno de los cambios más notables en la concepción del amor y las relaciones de pareja en la segunda modernidad tiene que ver con que los roles y la toma de decisiones de cada uno sean lo más equitativos posible. El cambio generacional se refleja en la redefinición de los roles femeninos y masculinos, de manera que las tareas que estaban fuertemente identificadas con un género (barrer, trapear, lavar la ropa o trabajar fuera del hogar, ser el proveedor) se vuelven menos identificadas con éste.
Se observa que para las parejas de edad alta las tareas del hogar y el cuidado de los hijos son responsabilidad de la mujer y la toma de decisiones es una facultad del hombre. En ciertas parejas de edad media y edad baja se observa un cambio significativo en esta repartición: las parejas tienden a compartir las actividades del hogar y la toma de decisiones. En algunas entrevistas esto se manifestó como una atención del hombre hacia la mujer: “mi marido me ayuda mucho en casa, sí colabora con barrer, recoger su ropa, lavar los platos”. Mientras que en otras se expresó como una responsabilidad de ambos: “no es ni siquiera que él me ayude, porque eso implicaría decir que la obligación es mía. Más bien es que es de los dos, el hijo es de los dos, la casa es de los dos, entonces ambos hacemos”.
Es importante señalar que aun en las parejas de edad alta y en aquellas en que las tareas del hogar son responsabilidad de la mujer y la toma de decisiones del hombre, los gastos para la manutención de la casa y de los miembros de la familia son compartidos. En las parejas tradicionales, el aporte de la mujer a la economía doméstica no le da el derecho a tomar decisiones, mientras que en las otras parejas, sí. Podemos concluir de esto que la incorporación de la mujer al trabajo asalariado no le da, por sí misma, la oportunidad de establecer una relación más equitativa o más negociada, sino que esto depende, además, de los otros factores señalados, como la edad, cierto grado de escolaridad, de capital económico y cultural.
Si bien las necesidades de hombres y de mujeres, los desacuerdos en la pareja en cuanto a las expectativas de cada uno, las relaciones insatisfactorias e inequitativas, por ejemplo, no son nada nuevo, la novedad está en su gestión, en este nivel de negociación que se ha logrado. Esto es, presenciamos la construcción de un nuevo tipo de pareja que depende en gran medida de la posibilidad de sus miembros de construir una relación basada en el afecto mutuo, la equidad, la negociación y la libertad de elección. Es necesario que tanto hombres como mujeres estén dispuestos a mantener la relación y negociar sus puntos de vista a fin de establecer un equilibrio entre liberación y vinculación, el cual es responsabilidad únicamente de la pareja.
Sin embargo, es importante matizar las aseveraciones sobre las ventajas de la modernidad y el triunfo de las relaciones equitativas. En contextos culturales como el nuestro encontramos aún una brecha entre el discurso y las acciones de los sujetos. Según lo encontrado durante la investigación, existe una mayor apertura en lo que se dice que en lo que se hace. Hay hombres, por ejemplo, que no consideran que deben formar parte activa del trabajo doméstico pero dicen defender la igualdad de la mujer; otros que consideran muy importante que los hombres dediquen un tiempo regular a colaborar en las labores del hogar y que esto forma parte de la equidad en la pareja, sin embargo sus parejas dicen que no realizan ninguna tarea en el hogar o que es muy difícil lograr que lo hagan.
¿Cuál es el resultado de la igualdad, al menos en el plano discursivo, entre hombres y mujeres con relación a la conformación de relaciones amorosas en la ciudad de México en la actualidad? Es bastante positivo, por primera vez en la historia existe la posibilidad de establecer una relación amorosa que no se fundamente en la necesidad de asegurar la supervivencia, ni en el modelo que funciona siempre y cuando el hombre se dedique al trabajo y la mujer a la casa. Ésta es una verdadera oportunidad de establecer una relación basada en el afecto y que sea equitativa en muchos sentidos.
Cuando la relación depende mayormente de la voluntad de los interesados en mantenerse juntos, se vuelve en cierto sentido más frágil. Además, influye la creciente aceptación del divorcio, las opciones de unión alternativas al matrimonio religioso o civil (como la unión libre) y la posibilidad de un mayor número de personas para solventar sus gastos por cuenta propia. Todos estos factores contribuyen a que sea relativamente sencillo disolver una unión; sin embargo, es cierto también que una vez que las parejas se establecen, se consolidan y logran un nivel de negociación que les permite realizar sus expectativas, la unión se ve fortalecida y la pareja se vuelve estable.
Notas finales
Como se expuso anteriormente, Giddens apuesta por la distinción entre primera y segunda modernidad, y propone como tema central la reflexividad en las relaciones interpersonales y la democratización de las mismas. Si tomáramos el modelo en forma literal, este fenómeno (la construcción de relaciones de pareja que incorporan la satisfacción sexual, la negociación de las tareas y las responsabilidades, y la toma de acuerdos en todos los rubros de la relación) se presentaría en todas las parejas que pertenecen a las generaciones más jóvenes que se suponen insertas en la segunda modernidad y pertenecerían a lo que he llamado el nuevo tipo de pareja.
Uno de los hallazgos más importantes de la presente investigación consiste en constatar que la edad de las parejas no es factor suficiente para la llamada democratización de la pareja, sino que ésta depende además de factores estructurales como el grado de escolaridad o el nivel socioeconómico. En este sentido, pertenecer a la generación de la segunda modernidad es el factor inicial para la construcción del nuevo tipo de pareja; sin embargo, las ventajas y gratificaciones de la construcción de una pareja más equitativa no es una opción para todos.
En lo concerniente al uso de la modernidad y segunda modernidad como categorías para el análisis, existe un debate inconcluso acerca de si es posible aplicar dichos modelos a las realidades latinoamericanas e incluso si pueden aplicarse a las sociedades europeas. La presente investigación permite aseverar que si éstos se toman como modelos, como guías heurísticas de investigación, es posible caracterizar momentos históricos y explicar cambios o transiciones sociales. Sin embargo, deben considerarse sólo modelos, tipos ideales para caracterizar un antes y un después en la historia de las sociedades, pues si se toman literalmente son demasiado rígidos y no permiten explicar ni caracterizar fenómenos que suceden en nuestras latitudes.
Por medio de la distinción entre primera y segunda modernidad fue posible confirmar un cambio social en las generaciones más jóvenes, aunque éste no se da de manera generalizada para todos los grupos sociales. La reflexión va en el sentido de que es necesario “adaptar” los modelos o las propuestas teóricas en dos ejes: en cuanto a las particularidades nacionales y en cuanto a las especificidades de cada grupo social.
En esta misma lógica es necesario hacer otra precisión. Algunas de las grandes teorías sociológicas, como la de Anthony Giddens, son propuestas que no hacen una distinción explícita entre grupos sociales o características particulares. En el caso de esta investigación fue muy importante la realización del trabajo empírico ya que permitió dar cuenta de fenómenos específicos para cada grupo social. Si se tomara la propuesta de Giddens sobre la construcción de relaciones puras tal cual está formulada se podría suponer que todos los grupos sociales estarían en condiciones de establecer dicho tipo de relaciones; por medio del trabajo de campo podemos observar cómo ésta es una posibilidad real sólo para el grupo de las parejas de las dos últimas generaciones estudiadas siempre y cuando tengan cierto nivel educativo, cierto capital cultural y un determinado capital económico.
Nota
En este texto se retoman algunas de las principales conclusiones de una investigación mucho más amplia titulada “La perdurabilidad de las relaciones amorosas en la ciudad de México del siglo XXI”, México, 2009.
En México se han hecho ya estudios acerca de este tema, sin embargo, mucho de lo escrito sobre el amor se dedica a la mera descripción de situaciones sin una conexión explícita con alguna hipótesis o marco teórico. Entre las excepciones destacan por su claridad y pertinencia algunos estudios nacionales, como son el de Adriana García y Priscila Cedillo, "Tras los rastros del amor: un recuento desde las ciencias sociales"; Elsa Guevara, "Cuando el amor se instala en la modernidad"; "El pago de la novia de María Eugenia D’Aubeterre"; "Un siglo de matrimonio en México" de Julieta Quilodrán; las varias reflexiones de Pilar Gonzalbo Aizpuru sobre la vida cotidiana y las publicaciones sobre las emociones que se realizan en la Universidad de Guadalajara.
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Referencias bibliográficas
Beck Gernsheim, 2001, El normal caos del amor. Las nuevas formas de relación amorosa. Paidós, Barcelona.
Bourdieu, Pierre, 2007, Capital cultural, escuela y espacio social, Siglo XXI, México.
Giddens, Anthony, 1995, Modernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la época contemporánea. Península / Ideas, Barcelona.
Giddens, Anthony, 2006, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Cátedra, Teorema, Madrid.
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Natalia Tenorio Tovar
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.
Es socióloga por la fcpys de la unam y Maestra en sociología por la UAM. Actualmente es tutora de la especialidad en línea “Educación Centrada en el Aprendizaje” de la Universidad Pedagógica Nacional.
como citar este artículo →
Tenorio Tovar, Natalia. (2010). ¿Qué tan modernos somos? El amor y la relación de pareja en el México conteporáneo. Ciencias 99, julio-septiembre, 38-49. [En línea]
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En este texto se retoman algunas de las principales conclusiones de una investigación mucho más amplia titulada “La perdurabilidad de las relaciones amorosas en la ciudad de México del siglo xxi”, México, 2009.
En México se han hecho ya estudios acerca de este tema, sin embargo, mucho de lo escrito sobre el amor se dedica a la mera descripción de situaciones sin una conexión explícita con alguna hipótesis o marco teórico. Entre las excepciones destacan por su claridad y pertinencia algunos estudios nacionales, como son el de Adriana García y Priscila Cedillo, Tras los rastros del amor: un recuento desde las ciencias sociales; Elsa Guevara, Cuando el amor se instala en la modernidad; El pago de la novia de María Eugenia D’Aubeterre; Un siglo de matrimonio en México de Julieta Quilodrán; las varias reflexiones de Pilar Gonzalbo Aizpuru sobre la vida cotidiana y las publicaciones sobre las emociones que se realizan en la Universidad de Guadalajara.