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Paola Vázquez Delfín y Mariana Vallejo Ramos      
               
               
Los agroecosistemas se conciben como sistemas
productivos integrados que poseen la capacidad de cubrir necesidades de subsistencia de las comunidades locales, a la par de mantener en equilibrio los ecosistemas. No obstante, el manejo de recursos naturales consiste en procesos socioambientales complejos de cambio y adaptación, que permiten a los grupos humanos integrar sus prácticas productivas de subsistencia a los ecosistemas. En los debates sobre manejo conducido por comunidades rurales se discuten las posibilidades de que las adaptaciones permitan la subsistencia al mismo tiempo que la conservación de recursos y ecosistemas.

Un botón de muestra del manejo de recursos para la conservación de la biodiversidad conducido por comunidades se encuentra en los agroecosistemas del territorio de la comunidad de Zapotitlán Salinas, en el Valle de Tehuacán, Puebla. Localizado en el centro de México y emblemático por su riqueza biológica y cultural, dicho territorio está rodeado de bosques de cactáceas columnares, en donde coexisten sistemas agroforestales tradicionales de larga tradición que resguardan importantes niveles de biodiversidad. No obstante, Zapotitlán atraviesa por cambios sociales y económicos en su territorio que muestran dinámicas de disputa histórica en el acceso a recursos, que amenazan con la degradación de los recursos y conllevan presiones sobre los agroecosistemas.

Desde el periodo prehispánico, en los ecosistemas semiáridos del Valle de Zapotitlán la supervivencia fue posible gracias a la apropiación de la vasta diversidad de recursos por parte de pequeños grupos humanos para afianzar su subsistencia. El uso y manejo de los recursos vegetales, animales, minerales y forestales a disposición, permitieron a recolectores y cazadores su permanencia en el territorio. Asentados en el cerro Cutha y sus alrededores, dichos grupos basaron su subsistencia en el aprovechamiento de recursos vegetales y animales, así como en la explotación de eflorescencias de veneros explotables de agua salada. El desarrollo de la actividad agrícola en complementariedad con tales actividades fue clave para el asentamiento humano en la región al permitir que las poblaciones locales afianzaran sus medios de vida.

La heterogeneidad de paisajes físicogeográficos en Zapotitlán es resultado de la disponibilidad de recursos y la diversidad geoecológica del territorio, así como de la actividad humana que ha moldeado unidades de paisaje por medio de formas de manejo diferenciado que corresponden a las variadas actividades productivas. La integración de éstas a los ecosistemas permitió la coexistencia de formas de aprovechamiento de recursos para la subsistencia local, propiciando a la vez la conservación de los ecosistemas.

Las actividades productivas desarrolladas en la zona, incluida la agrícola, dan cuenta de procesos de cambio y adaptación en las formas de aprovechamiento de los recursos. Las transiciones productivas en el territorio se evidencian en el acomodo de paisajes moldeados por la actividad humana, como son los paisajes salineros, ganaderos y agrícolas. El manejo territorial de los recursos revela que las adaptaciones de los grupos humanos para la apropiación de recursos han conllevado disputas por el control de recursos estratégicos como la tierra y el agua, indispensables para actividades productivas como la ganadera y la agrícola. 

En el Valle de Tehuacán, la relevancia histórica que ha tenido el manejo de agua para usos productivos se muestra en la construcción de grandes obras para el manejo hídrico. La disposición de agua en el territorio moldea dos tipos de paisajes: el primero, proveniente de afluentes de agua dulce de manantiales y escorrentías de los cerros que resultan de las escasas precipitaciones; y el segundo, proveniente de veneros emergentes de agua salada subterránea. En torno al manejo hídrico, determinante para el desarrollo agrícola y las diversas actividades productivas, los grupos humanos desarrollaron numerosas adaptaciones para el aprovechamiento, conducción, almacenamiento y riego, indispensables para hacer frente al extremoso clima y la variabilidad climática.

Uno de los aprovechamientos hídricos más relevantes en la región son las aguas salinas, provenientes de eflorescencias de veneros de agua salitrosa que ha sido usada con fines alimentarios y comerciales. Pese a que dichos reservorios no pueden ser utilizados para actividades como la agrícola, los vastos veneros de agua salada en zonas adyacentes al río principal, el Salado, han sido históricamente zonas altamente codiciadas. Desde el periodo prehispánico la sal fue consumida para fines alimentarios y comercializada en circuitos mercantiles hacia el centro de México. La extracción de sal, junto con la caza y recolección de animales y vegetales, y la actividad agrícola de temporal con base en el manejo de afluentes de agua del río principal y los manantiales, fueron la base de la economía de subsistencia local hasta el periodo colonial (figura 1).

Durante el periodo colonial, la dinámica productiva se vio modificada por intereses de los grupos dominantes que controlaron los territorios y dieron nueva orientación al mercado de la sal, cuya producción y comercio se vinculó estrechamente a la expansión ganadera. Las salinas fueron altamente codiciadas y disputadas por élites hacendadas y grupos de poder local, pues la sal era usada para el secado de la carne. Hacia 1530, la introducción de ganado caprino dio un viraje a la vocación productiva del territorio zapotiteca; las tierras de alta montaña fueron invadidas por la trashumancia de hatos ganaderos que pertenecían a las llamadas “haciendas volantes”. Los rebaños de chivos y borregos circulaban por rutas montañosas desde la cuenca del Balsas y el Pacífico hacia el Valle de Tehuacán, en donde su carne era altamente valorada en el mercado local. La zona ganadera llegó a albergar hasta 5 000 cabezas, y la necesidad de agua dulce para los mataderos, tres sitios de matanzas de animales donde se llevaba a cabo el sacrificio de los animales y lavado de la carne, conllevó el acaparamiento de tierras, especialmente en zonas aledañas a orillas del río Salado.

La ganadería no sólo modificó el destino del uso de suelo, subordinándolo a los intereses de las élites de terratenientes locales, también impactó severamente los ecosistemas. Durante los trayectos de pastoreo, los animales se alimentaban de la vegetación de montaña, hierbas silvestres, matorrales y algunas cactáceas jugosas, ocasionando la alteración de la cobertura vegetal y la erosión de los suelos. En forma simultánea, la ganadería impactó otras actividades productivas, como la extracción salinera, pues reorientó el mercado de la sal hacia la alimentación del ganado y el salado de la carne que requerían las haciendas ganaderas, afectando además la distribución de espacios productivos como los agrícolas, debido al acaparamiento de tierras por las élites locales.

A lo largo del siglo xix la ganadería se asentó como actividad clave para las haciendas locales y la economía hacendaria dio paso al acaparamiento de tierras y principales afluentes de agua por parte de algunas familias adineradas, provocando una distribución desigual e inequitativa de tierras y aguas entre los pobladores locales. Las familias de gran poder económico fueron las más beneficiadas, pues no sólo recibían altos ingresos del negocio de la carne, sino que se apropiaron de amplias porciones de las mejores tierras, especialmente aquellas ubicadas en cercanía al río, a manantiales y corrientes de agua dulce, donde establecieron amplias zonas agrícolas de mayor rendimiento productivo; la más relevante de éstas es la conocida como El Tablón.

El enriquecimiento de élites locales ligadas a la economía ganadera, no sólo les dio poder para decidir el destino del uso de suelo, acaparando las tierras de mejor calidad y sitios de agua, sino que les permitió apropiarse de otros recursos del territorio, como las salinas. En torno a la economía hacendaria se configuró un manejo del territorio que dio paso a relaciones desiguales y de acceso diferencial a tierra y recursos, sentando condiciones de marginación y desigualdad social entre los miembros de la Villa de Zapotitlán Salinas.

Los pobladores más desfavorecidos se beneficiaron de la ganadería mediante el pastoreo, en el cual hallaron un complemento a su sustento, y mantuvieron pequeñas parcelas agrícolas en las zonas de temporal ubicadas a las faldas de los cerros. El manejo agroforestal que desarrollaron es muestra de las adaptaciones frente a las severas condiciones de aridez y variabilidad climática del valle, así como a condiciones de acceso diferencial a recursos como la tierra y el agua. Las prácticas agroforestales son muestra de una forma de manejo que ha permitido resguardar la vegetación para mantener la humedad de los cultivos por medio del resguardo de vegetación nativa en las parcelas, coadyuvando a preservar la biodiversidad.

Asimismo, esto ha permitido un complemento indispensable para la subsistencia local mediante la preservación del cultivo tradicional de maíz bajo el complejo de la milpa y el aprovechamiento de especies vegetales y animales.

En Zapotitlán, la ganadería rigió la economía local hasta entrado el siglo xx, y junto con la extracción de sal y la agricultura constituyeron la base de la subsistencia local. Tras la revolución de 1910, la desaparición de las haciendas llevó a la ganadería a perder auge; no obstante, persistió en pequeña escala, con familias que mantuvieron pequeños hatos de ganado de alrededor de quinientas cabezas entre los medianos productores, y de cincuenta a cien los pequeños que, hasta hoy día, continúan el pastoreo de rebaños en zonas de alta montaña.

De manera paralela a la desaceleración de la actividad ganadera, y ya entrado el siglo xx, comenzó un proceso de exploración y extracción de minerales de alto valor comercial, como el ónix y la barita que, junto con la cal y la sal, cobraron un auge acelerado que permitió el repunte de la economía local. La llamada “fiebre del ónix” permitió cierta bonanza económica a la comunidad de Zapotitlán con la formación de talleres locales de producción y venta de artesanía, que constituyeron parte importante del sustento de las familias y llevaron al reajuste en los medios de vida de los pobladores locales.

Hacia mediados de los ochentas, la crisis del ónix causada por el agotamiento del recurso mineral llevó a la debacle de la economía local; la pérdida de ingresos obligó a decenas de familias al cierre de talleres artesanales y orilló a miles de zapotitecas a migrar hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores oportunidades de vida. La migración reflejó la fragilidad en los medios de vida de la comunidad, y a partir de los noventas las remesas constituyeron la base del sustento en la economía familiar, permitiendo la disposición de recursos económicos para la inversión en el resto de actividades productivas que se desarrollan en Zapotitlán, incluida la agrícola.

Al inicio de este siglo, el retorno de migrantes debido al endurecimiento de las políticas migratorias condujo a la búsqueda de alternativas laborales locales y regionales; la reinserción se llevó a cabo en los circuitos de empleo regionales. Especialmente en la ciudad de Tehuacán, en el sector manufacturero para la maquiladora de exportación (textil, refresquera y avícola, de producción de huevo, pollo y porcícola). Asimismo, el auge del turismo local vinculado al decreto del Valle de TehuacánCuicatlán como Área Natural Protegida, bajo la forma de Reserva de la Biósfera, ha permitido el desarrollo del sector servicios; la actividad turística ha sido relevante como una alternativa que promueve otra forma de ingresos económicos relacionados con proyectos de conservación.

De manera que la subsistencia de los núcleos familiares se ha complementado con actividades agrícolas, la ganadería caprina, la producción de artesanías, actividades extractivas como las salinas y el ónix, las remesas y el turismo. No obstante, las condiciones de vulnerabilidad de los medios de subsistencia local redundan en altos niveles de migración que, como el resto de economías de las comunidades rurales de la región de Tehuacán, se sustentan en opciones productivas primarias de subsistencia o manufactureras que dependen de las fluctuaciones del mercado nacional e internacional.

En Zapotitlán se observa que el manejo integrado de los espacios productivos en el territorio responde a la complementariedad de actividades productivas y el aprovechamiento de la diversidad y riqueza de recursos, en la cual se sustentan los medios de vida local. No obstante, históricamente, ciertas actividades productivas como la ganadería y la minería han funcionado en relación con procesos de acaparamiento de recursos, propiciando un acceso desigual a los recursos y un manejo que compromete la conservación de los agroecosistemas.

A modo de conclusión

El acomodo y la delimitación de los espacios productivos en el territorio de Zapotitlán Salinas, esto es, las zonas productivas agrícolas, las salinas, el aprovechamiento de recursos vegetales y animales, la ganadería y la explotación minera son producto de dinámicas de competencia y disputa por la apropiación del territorio, las cuales provocan disparidades en el acceso a los recursos. Asimismo, pese a que se observa un manejo integrado del territorio, se muestra cómo en función de la intensidad de uso y aprovechamiento de los recursos, las prácticas de manejo en las diversas actividades productivas inciden en la conservación o degradación del conjunto de los ecosistemas en el territorio.

Aunque los agroecosistemas se articulan en un manejo territorial integrado, se revelan en el paisaje como unidades de manejo diferenciadas; las formas de manejo en las diversas actividades productivas en las unidades de paisaje presentan contrastes entre sí en torno a la preservación y degradación de los recursos. Mientras que la explotación salinera, la colecta de recursos vegetales y animales, y la actividad agrícola se muestran tendientes a la preservación de los ecosistemas, otras actividades, como la ganadería y minería, han propiciado la degradación de los mismos.

El acaparamiento de recursos productivos como tierra y agua se liga al desarrollo de actividades productivas en el territorio, como la ganadería de caprino y la minería, lo cual resulta significativo en la distribución de otros espacios productivos como los agrícolas. Acorde con ello, puede observarse que los espacios agrícolas, no solamente se han configurado en relación con el acceso a tierras fértiles y aguas disponibles, sino que su distribución corresponde a competencias históricas por recursos.

El caso de Zapotitlán evidencia que el manejo de recursos naturales conducido por comunidades rurales conlleva procesos de adaptación, no sólo a elementos biofísicos de los entornos, sino relativos a condiciones sociales y económicas, como es la distribución y el acceso a los recursos. Las inequidades en el acceso a recursos ponen en riesgo la conservación de los ecosistemas y comprometen los medios de subsistencia local de los pobladores más desfavorecidos que, marginados del acceso a los recursos, enfrentan mayores dificultades para adaptarse a cambios socioambientales históricos. De tal modo, adaptaciones como las del caso del manejo agroforestal son muestra de incesantes intentos de los agricultores por afrontar condiciones de marginación histórica en el acceso a recursos y de la necesidad de afianzar su subsistencia en el territorio.
     
Agradecimientos

Agradecemos a la Dra. Ingreet Cano, a la Dra. Alicia Castillo, al Dr. Alejandro Casas y al Dr. Claudio Garibay por sus valiosos comentarios y asesoría en el transcurso de esta investigación.
     

Referencias Bibliográficas
Casas A. 2014. “Manejo tradicional de biodiversidad y ecosistemas en Mesoamérica: el Valle de Tehuacán”, en Investigación ambiental, vol. 6, núm. 2, pp. 23-44.
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Paola Vázquez Delfín
Jardín Botánico, Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.

Es licenciada en Estudios Latinoamericanos y maestra en Ciencias de la Sostenibilidad por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha participado en proyectos de investigación sobre diversidad biocultural, monitoreo comunitario de recursos y ecotecnologías en medio rural. Actualmente es docente en el área de ciencias sociales de la Escuela Nacional de Estudios Superiores,Universidad Nacional Autónoma de México, campus Morelia.

Mariana Vallejo Ramos
Jardín Botánico, Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.

Es bióloga y doctora en Ciencias por la Universidad Nacional Autónoma de México, es investigadora en el Jardín Botánico, del Instituto de Biología, en Ciudad Universitaria. Sus líneas de investigación se centran en el manejo de recursos naturales y conservación de biodiversidad, en lo cual ha publicado en artículos científicos, de divulgación, así como capítulos de libro.
     

     
 
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