revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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El gato de las siete lunas
R045B05   
 
 
 
Ernesto Vicente Vega Peña  
                     
A Elleli
 
Estuvo presente durante la gestación y el nacimiento
de la conciencia humana, al igual que en sus primeros intentos por aprehender la realidad. Su sola presencia ahí, observando, seguramente influyó en el desarrollo de las primeras obsesiones y fantasías universales. En esa época surgió este vínculo fascinante, en el que ha mantenido la distancia justa con los hombres, lejos de sus temores y cerca de sus sueños. 
 
Una de sus diversiones favoritas consiste en dejarse inventar y describir por filósofos, naturalistas y otros artesanos de la palabra y el conocimiento. Espera, inmóvil, hasta que sus cazadores crean que lo han definido de modo preciso e inequívoco. Repentinamente, con un sutil movimiento de cola, se transforma en algo diferente, librándose de su cárcel de palabras. Los derrotados captores —que suman legiones— han concretado sus amargas experiencias en el siguiente axioma: “Si puedes describirlo, es porque no lo has hecho”. 
 
Tal vez no haya mayor tentación que delimitar y nombrar aquello que siempre cambia. Por eso, en algún momento de su existencia, todos los miembros de nuestra especie han ido tras él. La mayoría logra olvidarlo una vez que se reconoce impotente para atraparlo. Para otros esta ambición se convierte en un destino infausto. Hay quienes, negando lo inútil de su empresa, se refugian en la locura; aquellos de ánimo trágico, prefieren el suicidio; algunos —yo entre ellos— buscan las prisiones vacías que se le han fabricado, dispersas en todo el mundo. Los carceleros —así nos llaman— van de una biblioteca a otra, acumulando definiciones. De este modo se han reconstruido fabulosas metamorfosis, algunas infinitesimalmente sutiles, otras abruptas y caprichosas. Durante un instante, cada una de ellas reflejó por lo menos una de sus propiedades. En su conjunto, sin embargo, son falsas. Hay veces, cuando uno de nosotros halla una serie de descripciones especialmente bellas y armoniosas, en que nos invade una añeja tristeza. Es difícil aceptar que lo verdadero y lo hermoso no coexistan de manera obligada e indisoluble.
 
Un día nuestros descendientes reunirán todas esas efímeras representaciones. Queremos creer que el pasado condiciona de alguna manera al presente. Así surgirá, quizás, una definición mejor, que alivie siquiera un poco la incapacidad de conocerlo. Lo único cierto es que escapará, pero renunciar es un poco negarse a sí mismo.
 
Son pocos los que admiten que en esta búsqueda existe un malicioso juego de poder. A nadie le gusta reconocerse en la presa cuando se creía cazador. Con justa razón le debemos parecer infantilmente divertidos, pues la definición que posiblemente surja no será para él, será para nosotros.
 
  articulos
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Ernesto Vicente Vega Peña
     
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cómo citar este artículo
 
Vega Peña, Ernesto Vicente. 1997. El gato de las siete lunas. Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 79. [En línea].
     

 

 

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Celebración a la vida.
Testimonios de un compromiso
R045B04   
 
 
 
Patricio Robles Gil
CEMEX/Agrupación Sierra Madre,
1996.
 
                     
El arte al servicio de la naturaleza
 
La naturaleza está de moda. El famoso regreso a lo
natural ha permeado buena parte de la aldea global. Las imágenes de animales, plantas y paisajes inundan nuestra vida cotidiana. Los famosos documentales del Discovery Chanel o, a falta de “cable”, del 11 o el 22, las imágenes que llenan las páginas de revistas como National Geographic, Audubon y Natural History, o de calendarios y pósters, han acercado el llamado “mundo natural” a las ciudades y han tendido puentes entre las zonas rurales de distintas latitudes, colocando a elefantes y jirafas en el imaginario campesino e indígena de América junto al tepescuintle y el mono aullador.
 
Sin embargo, ante esta creciente invasión de imágenes de otro mundo, muy desiguales en su factura y propósito, y reconociendo que no hay quien no se haya conmovido ante la imagen de un oso polar jugando, un tigre de Bengala al acecho o una manada de elefantes moviendo sus pesados cuerpos en medio del calor de la sabana, valdría la pena preguntarse, ¡qué tanto efecto ha tenido este bombardeo de imágenes en la conservación de la naturaleza?, ¿ha contribuido a provocar cambios de actitud en la población que repercutan en un mejor uso de la naturaleza? Y más precisamente, ¿qué servicios ha prestado este tipo de fotografía a la preservación de la diversidad biológica del planeta?
 
Es posible que estas preguntas hayan sido formuladas por muy pocos de quienes coleccionan este tipo de imágenes o se dedican incluso a la conservación o a la fotografía de naturaleza. No obstante, por estar directamente involucrados, algunos fotógrafos dedicados a estos temas han tratado de responder a varias de estas interrogantes, como es el caso de Rodney Jackson, famoso por sus imágenes del leopardo de las nieves que vive en Nepal, publicadas en National Geographic, quien en un ensayo intitulado Cómo la fotografía ayuda a la conservación, cuenta respecto a ellas: “esta foto en particular y el artículo que la acompañaba en la revista National Geographic [con 11 millones de suscriptores en todo el mundo cuando se publicaron] han sido decisivos para despertar el interés en la conservación de este leopardo…”.
 
Este testimonio es muestra del interés que poseen muchos de los fotógrafos de la naturaleza por la destrucción de que ésta es presa en la actualidad, al punto de ser verdaderos activistas a favor de su conservación. “Aunque no podemos jactarnos de haber salvado un bosque o una charca, o creado un refugio para la vida silvestre sin la ayuda de otras personas —comentan Tom y Pat Leeson, una pareja de fotógrafos que ha recorrido buena parte del planeta—, durante 20 años hemos sido parte de los incansables soldados del movimiento conservacionista. Nuestras fotos han ayudado a muchas organizaciones que luchan en la línea de fuego…”. Por su parte, W. Perry Conway afirma de manera más enfática, “mediante la fotografía podemos viajar a lo largo y ancho de la Tierra e informar al mundo entero del frágil equilibrio de la vida silvestre. Mis 30 años de ser un conservacionista armado con una cámara me da derecho a hablar claro y fuerte en pro de la vida silvestre y de lo que de ella queda, ya que ese mundo tiene poca o ninguna voz”.  
 
Es cierto que no todos los fotógrafos dedicados a esta temática comparten dicha preocupación y que quienes se inclinan por ella no siempre pensaron así, como lo muestra el testimonio de John Shaw. “He sido fotógrafo de tiempo completo de temas de la naturaleza desde hace más de 25 años. A lo largo de esos años de trabajo, una de las cosas que me fueron preocupando cada vez más no fue solamente registrar lo que veía, sino mostrar a otros lo que debe conservarse para el futuro. […] Mediante mis fotografías espero que la gente tome conciencia de lo que nos rodea de modo que despierte en ellos una ética conservacionista para proteger y salvar ese mundo natural”.
 
Quizá es la cercanía con los animales, plantas y demás organismos, la convivencia con pueblos que viven unidos a la naturaleza y la respetan, y la observación acuciosa de sus mecanismos y fenómenos, entre otras cosas, lo que hace del fotógrafo de la naturaleza no sólo un activista y un admirador de ésta, sino también un estudioso de ella. “Nuestro oficio nos hace detenernos a estudiar el comportamiento de los animales, advertir los diseños de la naturaleza y contemplar la magnificencia del siempre cambiante paisaje”, dice el fotógrafo George D. Lepp.
 
La publicación de Celebración a la vida une la voz de un fotógrafo mexicano a este concierto mundial. Junto con Fulvio Eccardi, Pablo Cervantes y Claudio Contreras, Patricio Robles Gil es de los pocos fotógrafos profesionales de la naturaleza en México. Este libro, que contiene su testimonio personal, es una compilación muy personal de varias de las mejores fotos de naturaleza del mundo tomadas en las últimas décadas, de la labor de muchos de los fotógrafos más connotados de esta rama; es una selección de imágenes capaces de conmover al más indiferente de los humanos. Chitas que se desdibujan por la velocidad a la que corren, ballenas que brincan fuera del agua llenas de gozo, aves que luchan por una pequeña porción de territorio, tigres, jaguares, búfalos, elefantes, cebras y jirafas que sobreviven con entereza, osos polares reunidos en actitudes muy parecidas a las humanas, leonas en plena caza, en fin, una verdadera galería de retratos de fauna que da cuenta de la inmensa diversidad biológica que aún puebla el planeta y que, acompañados de testimonios y reflexiones de fotógrafos de distintas naciones —de donde han sido tomados los textos aquí citados— conforman una idea de gran interés acerca de la percepción de quienes, detrás de la lente, buscan registrar un mundo fuertemente amenazado en la actualidad.
 
Lamentablemente para muchos fotógrafos de éstos, toda imagen es susceptible de diversas lecturas e interpretaciones, por lo que no se puede esperar que exista una relación lineal entre la observación de la fotografía y una toma de conciencia. Como bien lo dice el biólogo George B. Schaller, dedicado a la lucha por la protección de las especies, “temo que con demasiada frecuencia el público considera las imágenes como si fueran la realidad, y que éstas se convierten en sustitutos aceptables de los animales y de la naturaleza”. Y no sólo eso, ya que durante mucho tiempo, y aun hoy día, las imágenes de animales grandes y llamativos sesgan los programas de conservación, poniendo el énfasis en la protección de unas cuantas especies consideradas importantes, dejando de lado la preservación del hábitat o de animales y plantas poco vistosas pero de considerable importancia ecológica y la búsqueda de formas de uso adecuado o sustentable para la sobrevivencia de los pueblos que habitan las áreas protegidas o sus alrededores.
 
Afortunadamente estas preocupaciones cada vez se extienden más en el ámbito de la conservación y entre los mismos fotógrafos de naturaleza, como se puede apreciar en las lúcidas reflexiones de Gary Braasch —quien publica sus imágenes en Life, Audubon y Natural History, entre otras revistas—, acerca de su trabajo. “Cuando desempeño esa labor [documentar la biodiversidad de los hábitats silvestres y las amenazas que sobre ellos se ciernen], que considero la más importante dentro del campo de la fotografía de la naturaleza —que yo llamo fotografía de la biodiversidad— lo que hago es documentar exhaustivamente un ecosistema. Este trabajo contrasta con el estilo habitual de tomar fotos atravesando rápidamente un parque nacional para tomar cualquier cosa que parezca atractiva, o bien, agachado en un escondite para fotografiar un pájaro u otro animal en particular. En el mundo actual de las publicaciones dedicadas a la naturaleza, la tendencia dominante es fotografiar amplios paisajes y animales grandes, olvidando generalmente a los insectos, los menudos detalles de las plantas y las pequeñas interacciones que en muchas ocasiones resultan ser de suma importancia para la vida de un lugar…”.   
 
Una idea de conservación estrecha al igual que una idea editorial estrecha no pueden ayudar mucho a la preservación de la diversidad biológica del planeta. El propósito de protección ambiental en sí es tan insuficiente como la imagen conmovedora de un animal. En ambos casos los fotógrafos tienen tareas importante que cumplir, como lo señala el mismo Gary Braasch: “Las fotos de desmontes y de la destrucción de los bosques también se han utilizado y vuelto a utilizar en los artículos y la publicidad conservacionistas. A pesar de la publicación de éstas y otras fotos de la naturaleza, lo que suele faltar es una información específica de lo que los lectores pueden hacer para ayudar a frenar esta destrucción. El fotógrafo de la naturaleza debe insistir en la publicación de los pies de foto correspondientes que proporcionen una información real, verdadera y completa que constituya la semilla que germine en acción entre aquellos que quieren trabajar en pro de éste, nuestro mundo en peligro”.
 
Ojalá que este libro —cuya impresión y factura son excepcionales— cumpla con el cometido que el mismo autor plantea, a saber, la conservación de la diversidad biológica de México y del mundo, que la lectura de las imágenes no se quede en una simple admiración de estampitas, y que el lector sea capaz de imaginar la complejidad de los ecosistemas en que estos animales viven así como la difícil y cada vez más insostenible relación con los seres humanos que sufren casi todos ellos. Esperemos que la emoción que estas fotos arranquen al lector lo lleven a intentar entender un poco acerca de la problemática ambiental tan grave que padece el planeta. Sólo así estas imágenes podrán cumplir el propósito con que muchas de ellas fueron captadas. Sólo así el arte podrá servir a la naturaleza, a la que tanto debe.
 
  articulos
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo 
 
Carrillo Trueba, César. 1997. Celebración a la vida. Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 76-78. [En línea].
     

 

 

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Huellas y sortilegios
R045B02  
 
 
 
César Carrillo Trueba  
                     
Por su origen mediterráneo, las sirenas siempre han
estado asociadas al agua. La profundidad de los océanos encierra su canto, mientras sus largas cabelleras se funden con los meandros de los ríos y su tez pasa desapercibida en la quietud de los lagos. No hay historia acerca de estos seres que no dé cuenta de este hecho. Hasta las más urbanas como Melusina o la famosa sirena de Edam regresaban de vez en vez a su elemento, en donde retomaban su forma.
 
Mas el mundo en su rápido y desordenado andar parece no prestar atención a la naturaleza ni a los elementos, desdeñando desde el vital líquido de dos hidrógenos y un oxígeno hasta el impredecible uranio, y marginando el universo maravilloso en que se desenvolvían seres antiguamente muy requeridos, como dragones, elfos, gnomos, huspalines y sirenas. Así, la destrucción de un bosque ha dejado sin razón de ser a más de un gnomo y sin hogar a lobos, mapaches y venados, mientras los derrames de los buques petroleros en el Mar del Norte han exterminado cientos de peces y gaviotas, al tiempo que acababan con el último de los dragones que ahí vivía. Los trópicos del planeta, abundantes en flora y fauna maravillosas, han sido severamente castigados en las últimas décadas, afectando el hábitat de muchos de estos organismos. Se sabe de amazonas sacrificadas en las selvas del Brasil cuando éstas fueron transformadas en potreros, y de tigres devorados por humanos deseosos de recuperar el vigor perdido, aunque… no siempre resulta fácil el exterminio de estos seres. Es por demás conocida la resistencia velada que han opuesto los jaguares de las selvas chinantecas de Oaxaca, al salir como hormigas de una cueva contra la que toparon los bulldozers que abrían camino para una carretera, haciendo huir a los conductores, presas de un terror incontrolable. 
 
Algunos de estos seres, ante el avance inexorable de la llamada civilización, han desplazado su morada a sitios menos inhóspitos, como aquella sirena que por siglos vivió en un manantial de Xochimilco, hasta que en la primera década de este siglo, por una orden del entonces presidente Porfirio Díaz, se construyó un acueducto para llevar sus aguas hasta la capital, dejando sin hogar a la bella ondina. Inconsolable, una noche de tormenta aprovechó la cercanía de una enorme nube negra para subir a ella y mudarse cerca del Ajusco, sin saber que no mucho tiempo después la mancha urbana la alcanzaría obligándola a dejar nuevamente su refugio.
 
Sin embargo, hay otros que han optado por no perder su arraigo, decididos a vivir ocultos en el corazón de las urbes, sólo perceptibles por sus huellas, poblando las calles de una fauna que es asombrosa por las hibridaciones a que ha dado lugar. Topos que parecen niños, ratas que son como perros, murciélagos con brazos humanos y otras mezclas aún más inverosímiles han hecho de la ciudad su hábitat. Pocos seres maravillosos han mantenido su esencia, como los chaneques y las sirenas —ambos, curiosamente, acostumbrados a perder a quien se llega a encontrar con ellos, las primeras con su melodioso canto y los segundos por sus pies al revés, lo que hace que quienes intenten seguir sus pisadas por el bosque o la selva, se alejen de su destino, internándose quizá para siempre en las entrañas de las montañas.
 
Sus raros encuentros son dignos de mención. Por un extraño sortilegio, el chaneque ha logrado imitar el canto de Orfeo, quien se dice mejoró aquél que había hecho la fama de las sirenas, haciendo que éstas se precipitaran al mar convertidas en piedra.
 
Al oír su voz, la pez mujer experimenta la misma atracción por éste que sus antepasadas por el mar, viéndose obligada a seguir sus huellas, mas tan sólo perdiéndose por él. Este ritual parece renovar la antigua alianza que mantenían estos dos seres en las ya casi inexistentes selvas, en donde ambos protegían peces y animales de la codicia humana, preservando estos sitios de gran encanto que encerraban entonces infinitas maravillas, de las que hoy sólo quedan algunas huellas y uno que otro sortilegio. 
 
  articulos

Fotografías, Roxana Acevedo Madrid de la serie Huellas y Sortilegios, 1996

 

Textos de César Carrillo Trueba

     
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo 
 
Carrillo Trueba, César. 1997. Huellas y sortilegios . Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 44-47. [En línea].
     

 

 

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Díptico Zoológico
R045B03   
 
 
 
Héctor T. Arita  
                     
El gamo gigante        
 
Los trazos son tan simples y la perspectiva tan escasa
que uno se sorprende de poder observar tantos detalles. Casi puede uno imaginarse al animal en su ambiente natural y deducir sorprendentes pormenores sobre su forma de vida. Se trata de una ilustración del Megaloceros, el llamado gamo gigante o alce irlandés dibujada al estilo de las pinturas rupestres.1
 
En primer lugar llaman la atención las enormes astas de este animal. Siguiendo el estilo de los artistas del periodo magdaleniano de la cultura paleolítica de Europa (aproximadamente hace 11000 a 17000 años), el ilustrador ha captado las astas del animal en una posición anatómica imposible: alineadas con el resto del cuerpo. Se trata de la perspectiva “torcida” usada por los pintores cro-magnones para resaltar ciertas características de los animales a pesar del inexorable carácter plano del medio de expresión (pinturas sobre las paredes y techos de las cuevas). Valiéndose de la misma técnica, los artistas de Altamira y Lascaux lograron retratar el poderío de los bisontes europeos (Bison banasus) o de los aurochs (Bos primigenius, el ancestro del ganado vacuno) al dibujar los cuerpos de los animales de perfil y los cuernos en perspectiva frontal.
 
Las astas parecen exageradamente grandes. Sin embargo, la escala no es incorrecta y el dibujante ha logrado plasmar la enormidad de los apéndices del gamo gigante. Se ha calculado que Megaloceros rivalizaba en tamaño con el alce (Alces alces) pero que sus astas eran considerablemente más grandes, de hasta 4 metros de punta a punta y con un peso de hasta 45 kilogramos (¡ansiada pieza para los modernos cazadores de trofeos cinegéticos!). En algún tiempo se sostuvo la teoría de que las enormes astas del alce irlandés eran un ejemplo de superespecialización, producto de una evolución sin sentido causada por la selección sexual. La teoría argumentaba que los machos de la especie desarrollaron (en un tiempo evolutivo) astas cada vez más grandes para ser más atractivos a las hembras. Al seguir su curso esta evolución sin rumbo, las astas se convirtieron en tal desventaja que la especie se extinguió.
 
El moderno análisis alométrico ha permitido refutar esta teoría y demostrar que el alce irlandés tenía las astas del tamaño que se podría esperar para un gamo de su tamaño. La alometría permite calcular el tamaño relativo de diferentes partes del cuerpo de un animal a diferentes escalas. De esta manera, es posible afirmar que un gamo gigante (del tamaño de un alce) tendría las astas tan grandes como un Megaloceros. Las astas del alce irlandés, por lo tanto, no son desproporcionadamente grandes y no es necesario invocar la selección sexual para explicar su enormidad.
 
Otro detalle que resalta en la ilustración es la joroba que presenta el animal. Si cubrimos la cabeza, el cuerpo podría parecer el de un cebú. Conocemos de la existencia de la joroba en el gamo gigante sólo por las pinturas rupestres: el tejido de este tipo de estructuras no se fosiliza. Sin embargo, un estudio anatómico-funcional del animal podría haber predicho la existencia de la joroba en el gamo gigante. En efecto, muchas especies animales con cabezas de gran peso desarrollan poderosos músculos y ligamentos que corren desde el cuello hasta las proyecciones óseas que aparecen en las vértebras. Estas “espinas” producen una protuberancia cerca del cuello que en varias especies es realzada con tejido adiposo: una joroba.       
 
El animal está dibujado sobre un plano inclinado inexistente. Los trazos simples de la cabeza y la disposición de las patas dan la impresión de que el gamo camina tranquilamente subiendo una cuesta. Al inclinar ligeramente la ilustración nos damos cuenta de que en realidad se trata de un efecto para darle equilibrio al dibujo ante las enormes dimensiones de las astas. Si la ilustración estuviera perfectamente horizontal, la cabeza del gamo parecería caer hacia adelante, vencido el animal por los 45 kilos de astas que lleva a cuestas.        
 
Una interpretación más idealista sería que el autor intentó representar la lenta marcha del gamo gigante hacia la extinción. Megaloceros es parte de la abundante fauna mayor que parece haber existido en la Europa de hace poco más de 11000 años. Al parecer el clima frío que prevalecía en esa época (la cuarta era glaciar) terminó y con él se fueron las grandes manadas de animales. Algunos historiadores han querido ver en las pinturas rupestres del final del periodo magdaleniano un grito desesperado, una especie de llamado a las grandes manadas para regresar a la abundancia de años pasados. Especulaciones aparte, el hecho es que el gamo gigante se extinguió y que podemos apreciar la belleza de su forma y la magnificencia de sus astas sólo por medio de los ojos mágicos de los anónimos artistas cro-magnones.
 
El pez mulier
 
“El pez mulier tenía la figura de una mujer de medio cuerpo arriba; y de pescado común, de medio cuerpo abajo”. Estas palabras, atribuidas por el jesuita Miguel del Barco en su Historia natural y crónica de la antigua California a un misionero, describen lo que el propio Del Barco describe como “el pez más raro, que en esta misma costa se ha visto”. La ilustración que acompaña al texto de Del Barco llama a la risa tanto por el curioso nombre que se le aplica como por los evidentes errores anatómicos.
 
El dibujo está basado en la descripción que un misionero del siglo XVIII hace de un cuerpo que fue hallado, “seco y aplastado, como un bacalao”, en la bahía de Santa María, en lo que ahora es el estado de Baja California. En el dibujo se exagera el carácter dual de la bestia: los enormes pechos con erectos pezones contrastan vivamente con la aleta dorsal, las escamas y la cola de pez. La cara redondeada, los ojos enormes y la velada sonrisa del animal le dan un carácter aún más jocoso (¿se trata acaso de una Mona Lisa del mar?).
 
La ilustración en realidad muestra una fuerte dosis de imaginación por parte del dibujante, dado que la descripción original del misionero es poco precisa y recalca, por ejemplo, que el propio misionero no recordaba si había visto los pezones de la misteriosa nereida. Todos los avistamientos de sirenas han sido atribuidos a la imaginación desbordada de los marineros al observar manatíes (Trichechus) o dugongos (Ougong), mamíferos clasificados apropiadamente en el orden Sirenia.       
 
Existen en la ilustración de Del Barco numerosas inconsistencias con la anatomía real de los sirenios. Por ejemplo, estos animales carecen de escamas y de aleta dorsal, además de que su cola se mueve de arriba a abajo y no de lado a lado, como se podría inferir del dibujo. Por supuesto, los sirenios no poseen pechos tan desarrollados ni un rostro tan curioso como el presentado por Del Barco.
 
Existe una inconsistencia aún mayor. La idea de que el pez mulier de Del Barco haya sido un sirenio tiene poco sustento en lo que se sabe de la distribución de estos animales. Las dos especies de manatí en el Nuevo Mundo se distribuyen exclusivamente en las aguas del Atlántico, y una tercera es propia del África occidental. Los dugongos se distribuyen únicamente en el Viejo Mundo. ¿Fue un sirenio el animal que inspiró la descripción del pez mulier?
 
Existe una posibilidad remota. El único sirenio que en tiempos históricos ha habitado las costas del Pacífico en América del Norte es la vaca marina de Steller (Hydrodamalis gigas). Hasta donde se tiene conocimiento, esta especie habitó únicamente los helados mares del estrecho de Bering y fue llevada a la extinción a finales del siglo XVIII por la cacería desmedida. ¿Será posible que la vaca marina de Steller haya habitado las costas de Baja California? Otra posibilidad sería que el misterioso pez mulier haya sido una vaquita marina (Phocoena sinus) varada accidentalmente en la playa. Sin embargo, la bahía de Santa María se encuentra en la costa del Pacífico de Baja California, mientras que la vaquita se conoce únicamente del mar de Cortés.
 
Es posible que nunca conozcamos la identidad real del pez mulier. El animal seguirá siendo observado en la ilustración del libro de Del Barco, sonriéndose burlonamente de nuestra ignorancia acerca de los misterios de la naturaleza.   
 
  articulos
Notas
1. El nombre en inglés de Megaloceros es Irish elk, que se ha traducido al español como el “ciervo irlandés” ya que la palabra elk en Estados Unidos se aplica, incorrectamente, al ciervo rojo o wapiti (Cervus elaphus). Sin embargo, en Europa el nombre elk se aplica al animal que en Estados Unidos se conoce como moose y que en español es el alce (Alces alces). La traducción más adecuada de Irish elk es, por tanto, “alce irlandés” y no “ciervo irlandés”. El otro nombre en inglés que se ha aplicado a este animal es giant deer, que se ha traducido como venado gigante. Dado que Megaloceros en realidad es un pariente del gamo (Dama dama, que en inglés se conoce como fallow deer), una traducción más apropiada sería “gamo gigante”.
     
Referencias Bibliográficas
Carrillo Trueba, C., 1993, Algunas consideraciones sobre la evolución de la sirenas, Ciencias 32:35-47. Información sobre la historia natural y filogenética de las sirenas, incluyendo el pez mulier.
Gould, S. J., 1996, Creating the creators, Discover, Octubre de 1996:43-54. En este artículo aparece la ilustración del gamo gigante por N. Jakesevic.
Trabulse, E., 1985, Historia de la ciencia en México. Siglo XVIII, Conacyt/Fondo de Cultura Económica, México. Se presentan extractos de textos científicos del siglo XVIII, incluyendo el del pez mulier.
     
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Héctor T. Arita
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo 
 
Arita, Héctor T.. 1997. Díptico zoológico. Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 54-56. [En línea].

 

 

de lo soluble y lo insoluble         menu2
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Oliver Sacks y la
ciencia romántica
R045B01   
 
 
 
Antonio R. Cabral
 
                     
El médico utiliza la historia clínica para conocer a sus
pacientes, entender sus quejas y escudriñar sus adentros. Esta antiquísima práctica hipocrática es, entonces, el medio básico por el que los galenos reconocen y tratan las enfermedades; lo demás —radiografías, exámenes de laboratorio, electrocardiogramas, etcétera— gira en torno a ella. Para los médicos cada paciente es una biografía; es oportunidad única para observar el espíritu humano en lucha por conservar su identidad en condiciones adversas. No obstante, la historia clínica, desde su inicio hasta su desenlace, aunque ha cumplido adecuadamente con los cometidos anotados, es más bien impersonal. La oración: “Se trata de paciente masculino de 44 años de edad quien paulatinamente presentó debilidad muscular, disfonía y pérdida de peso…” es esencial para echar a volar la imaginación de los médicos, pero no habla de la esencia individual del enfermo, de su experiencia ante la enfermedad ni de esa cosa “que hay en nosotros —dice José Saramago— que no tiene nombre, [pero] que es lo que somos”.
 
Los libros del doctor Oliver Sacks, especialmente The Man who Mistook his Wife for a Hat (1970), Awakenings (1973) y An Anthropologist on Mars (1995) al colocar en el centro de la atención al ser humano enfermo que sufre, lucha y se aflige, llenan exitosamente ese faltante. En los tres libros, Sacks lleva a sus lectores a las “tierras inimaginables” de sus pacientes con enfermedades neurológicas a la manera de la decimonónica “ciencia romántica”, que el doctor A. R. Luria había revivido y bautizado algunos años antes. Es decir, Sacks describe las biografías de sus enfermos tal y como los pacientes se las han contado siempre a sus doctores. A pesar de ello, los libros del neurólogo de marras no son cuentos de ficción ni los casos clínicos son excusa oportunista para que el autor exhiba sus conocimientos médicos; leer a Sacks es entrar en el interesantísimo mundo de la (“ciencia”) neurología científica y es visitar el hoy tantas veces descuidado lado humano (“romántico”) de las enfermedades.
 
Así lo narra en la historia que da título a uno de esos libros, en la que el cantante y músico, doctor P., quien tiene un tumor en la corteza cerebral, quiere ponerse a su esposa de sombrero. El caso, que parece salido del mismísimo realismo mágico, cautiva más cuando el lector se entera de que el doctor P. nunca estuvo consciente de su agnosia visual ni le preocupaba. Este personaje, sin embargo, era perfectamente capaz de reconocer objetos y personas por el ruido que hacían, por sus voces o por sus movimientos. De igual forma, la música dominaba la vigilia de P. de tal manera que ésta se convirtió en el motor de los pequeños detalles que conformaban su mundo: afeitarse, comer, conversar y ¡componer música! Dicho de otro modo, todo en la vida del doctor P. estaba musicalizado.
 
Aunque la medicina romántica, también conocida como humanista, es el tema que permea todos los libros de nuestro autor, el acercamiento más claro está en A Leg to Stand on. En este libro publicado en 1984, Sacks, víctima de un accidente en un bosque noruego, es ahora autor y protagonista. Tal accidente pareciera ser una jugarreta del destino para que Sacks escribiera otra “neurografía”, en este caso, fundamentada en hechos neurofisiológicos (“ciencia”) y en su experiencia personal (“romántica”). Con su habitual sarcasmo, el célebre neurólogo de la película Despertares, narra sus tribulaciones y temores ante su daño neurológico, su propia mortalidad, ante la dualidad de ser médico y paciente al mismo tiempo, ante la incertidumbre de su futuro y de su independencia como ente biológico; pero más que nada ante la “asfixia y angustia” que le causaron el mutismo y sordera de sus médicos. Precisamente, Sacks escribió y publicó A Leg to Stand on para contrarrestar esos sentimientos, para que otros conozcan su experiencia y para “abrir el camino hacia una medicina más profunda y humana”.
 
La queja más frecuente de parte de los usuarios de los servicios de salud (públicos y privados) que recibe la recién creada Comisión Nacional de Arbitraje Médico, es precisamente que los doctores no conversan con sus pacientes. Por ejemplo, no hablan de los posibles efectos colaterales del tratamiento o de los resultados de sus exámenes; no platican del pronóstico de la enfermedad en cuestión o tal vez de la vida. Quizá las mejores armas terapéuticas de los médicos de antaño fueron las prescripciones de altas dosis —nunca adictivas— de cordialidad, candidez y oído. La obra aquí comentada es ejemplo idóneo de que la práctica de la medicina moderna puede fusionar exitosamente la ciencia con el humanismo. Al mismo tiempo, muestra que, al menos en Sacks, el binomio ciencia-arte, distanciado según C. P. Snow, goza de buena salud.        
 
  articulos
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Antonio R. Cabral
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, "Salvador Zubirán".
     
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cómo citar este artículo
 
Cabral R., Antonio. 1997. Oliver Sacks y la ciencia romántica. Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 22-23. [En línea].
     

 

 

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