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Huellas y sortilegios
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César Carrillo Trueba | ||||||||||||||
Por su origen mediterráneo, las sirenas siempre han
estado asociadas al agua. La profundidad de los océanos encierra su canto, mientras sus largas cabelleras se funden con los meandros de los ríos y su tez pasa desapercibida en la quietud de los lagos. No hay historia acerca de estos seres que no dé cuenta de este hecho. Hasta las más urbanas como Melusina o la famosa sirena de Edam regresaban de vez en vez a su elemento, en donde retomaban su forma.
Mas el mundo en su rápido y desordenado andar parece no prestar atención a la naturaleza ni a los elementos, desdeñando desde el vital líquido de dos hidrógenos y un oxígeno hasta el impredecible uranio, y marginando el universo maravilloso en que se desenvolvían seres antiguamente muy requeridos, como dragones, elfos, gnomos, huspalines y sirenas. Así, la destrucción de un bosque ha dejado sin razón de ser a más de un gnomo y sin hogar a lobos, mapaches y venados, mientras los derrames de los buques petroleros en el Mar del Norte han exterminado cientos de peces y gaviotas, al tiempo que acababan con el último de los dragones que ahí vivía. Los trópicos del planeta, abundantes en flora y fauna maravillosas, han sido severamente castigados en las últimas décadas, afectando el hábitat de muchos de estos organismos. Se sabe de amazonas sacrificadas en las selvas del Brasil cuando éstas fueron transformadas en potreros, y de tigres devorados por humanos deseosos de recuperar el vigor perdido, aunque… no siempre resulta fácil el exterminio de estos seres. Es por demás conocida la resistencia velada que han opuesto los jaguares de las selvas chinantecas de Oaxaca, al salir como hormigas de una cueva contra la que toparon los bulldozers que abrían camino para una carretera, haciendo huir a los conductores, presas de un terror incontrolable.
Algunos de estos seres, ante el avance inexorable de la llamada civilización, han desplazado su morada a sitios menos inhóspitos, como aquella sirena que por siglos vivió en un manantial de Xochimilco, hasta que en la primera década de este siglo, por una orden del entonces presidente Porfirio Díaz, se construyó un acueducto para llevar sus aguas hasta la capital, dejando sin hogar a la bella ondina. Inconsolable, una noche de tormenta aprovechó la cercanía de una enorme nube negra para subir a ella y mudarse cerca del Ajusco, sin saber que no mucho tiempo después la mancha urbana la alcanzaría obligándola a dejar nuevamente su refugio.
Sin embargo, hay otros que han optado por no perder su arraigo, decididos a vivir ocultos en el corazón de las urbes, sólo perceptibles por sus huellas, poblando las calles de una fauna que es asombrosa por las hibridaciones a que ha dado lugar. Topos que parecen niños, ratas que son como perros, murciélagos con brazos humanos y otras mezclas aún más inverosímiles han hecho de la ciudad su hábitat. Pocos seres maravillosos han mantenido su esencia, como los chaneques y las sirenas —ambos, curiosamente, acostumbrados a perder a quien se llega a encontrar con ellos, las primeras con su melodioso canto y los segundos por sus pies al revés, lo que hace que quienes intenten seguir sus pisadas por el bosque o la selva, se alejen de su destino, internándose quizá para siempre en las entrañas de las montañas.
Sus raros encuentros son dignos de mención. Por un extraño sortilegio, el chaneque ha logrado imitar el canto de Orfeo, quien se dice mejoró aquél que había hecho la fama de las sirenas, haciendo que éstas se precipitaran al mar convertidas en piedra.
Al oír su voz, la pez mujer experimenta la misma atracción por éste que sus antepasadas por el mar, viéndose obligada a seguir sus huellas, mas tan sólo perdiéndose por él. Este ritual parece renovar la antigua alianza que mantenían estos dos seres en las ya casi inexistentes selvas, en donde ambos protegían peces y animales de la codicia humana, preservando estos sitios de gran encanto que encerraban entonces infinitas maravillas, de las que hoy sólo quedan algunas huellas y uno que otro sortilegio.
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Fotografías, Roxana Acevedo Madrid de la serie Huellas y Sortilegios, 1996
Textos de César Carrillo Trueba |
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1997. Huellas y sortilegios . Ciencias, núm. 45, enero-marzo, pp. 44-47. [En línea].
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