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Gerardo Zúñiga Bermúdez y Óscar J. Polaco | |||||||||||
Las reformas a los artículos constitucionales 3, 5, 24, 27 y 130,
aprobadas recientemente en lo general por las Cámaras de Diputados y Senadores, no fueron un festejo más de los que se realizaron durante el año pasado para celebrar el V Centenario del Descubrimiento de América. Éstos son cambios estructurales en la Constitución mexicana, que redefinen la relación Estado-Iglesia y que, sin lugar a dudas, tendrán efectos importantes para la sociedad mexicana.
La discusión de las consecuencias provocadas por las enmiendas a estos artículos, deberá ser detallada e ir más allá de las buenas intenciones de nuestros legisladores de adecuar a la modernidad la relación Estado-Iglesia, al reconocer jurídicamente sus actividades; y de las opiniones de algunos líderes religiosos, quienes establecen que la nueva relación Estado-Iglesia, no es más que un reconocimiento de la practica pública realizada comúnmente por las asociaciones religiosas desde siempre.
La herencia material y la riqueza cultural de la Iglesia, provienen de la Edad Media. En el siglo XIV surgen las primeras organizaciones de maestros y alumnos en gremios y cofradías, y se empieza a utilizar el término universidad para designar a esas agrupaciones, cuya característica era tener una sede definitiva en algún lugar y cierto orden en los temas y materias de estudio.
Las universidades tienen su origen formal en esa época, asociadas al cristianismo y como parte de las abadías, monasterios e iglesias (Bernal, 1979). El propósito de esas instituciones era, en estricto sentido, sostener el sistema ideológico como una forma de mantener el poder político a través de la censura, el manejo y la monopolización del conocimiento. Con esta finalidad se construyen y promueven universidades como la de Salamanca, Complutense, París, Bolonia y Oxford.
Durante el siglo XVI en el Nuevo Mundo, y una vez superado el impacto de la conquista, se da paso a la integración de los pueblos indios con la religión cristiana. La labor de evangelizar y educar cristianamente a los naturales fue encomendada a aquellas órdenes reconocidas por la monarquía española (Ricard, 1986). De esta forma, franciscanos, agustinos, dominicos, predicadores y jesuitas, habrían de realizar esta tarea por espacio de tres siglos.
La influencia de estas órdenes en la educación de los nativos del nuevo mundo fue fundamental, ya que, además de realizar esta labor, promovieron ante la Corona el surgimiento de colegios de estudios superiores y de universidades reales y pontificias en América, como los Colegios de Estudios Superiores en Santo Domingo y Lima, en 1551 y la Real y Pontificia Universidad de México, en el mismo año, entre otros (Gonzalbo-Aizpuro, 1990).
Las condiciones político-económico-sociales de la monarquía española en el siglo XVII y principios del XVIII, marcan los acontecimientos futuros en los pueblos del Nuevo Mundo, principalmente los de la Nueva España. En esos años el poder y la prosperidad de la Corona entran en decadencia como resultado de las guerras europeas, la recesión económica y el nuevo orden mundial puesto en marcha en aquellos años. Por el contrario, en las colonias se percibía un ambiente de satisfacción y optimismo por el futuro, que coincidía con el desarrollo económico de sus pueblos y con el nacimiento de un nacionalismo propio (Tanck de Estrada, 1985).
La poca atención de la Corona hacia las colonias ocasionó indefinición en el ejercicio del poder, de tal forma, que el gobierno local tuvo que compartirlo con diferentes grupos, entre los que se encontraban las organizaciones eclesiásticas. En estas condiciones, la Iglesia en México, de mediados y finales del siglo pasado, se caracterizó por el monopolio de la educación que ejerció a través de sus ministros, por medio de la administración que hacían éstos de los bienes, tanto materiales, como espirituales y por su poder político.
Resulta contradictorio pensar en un conflicto entre la Iglesia y el Estado en esos años, ya que el monarca español era, de hecho, el jefe de la Iglesia en sus dominios del Nuevo Mundo y tenía en sus manos tanto el poder civil como el espiritual. No obstante, en aquellos tiempos, ocurrieron varias disputas neurológicas entre la Iglesia y el Estado, debido a la injerencia y los abusos de ésta en política y educación. Así, los cambios legislativos establecidos en la Constitución de 1857 y en la de 1917, que prohibieron la participación de la Iglesia en política y educación, fueron los resultados de un conflicto que se inició por esos motivos durante la época colonial. A pesar de ello, las asociaciones religiosas nunca acataron estas disposiciones y continuaron participando en política y educación.
Las opiniones por parte de los profesionales de la biología sobre las reformas a la Carta Magna, no pertenecen al campo jurídico o al político, sino que corresponden al análisis de las consecuencias que tendrá la participación de sacerdotes, reverendos, rabinos, o personas con alguna ideología religiosa, sobre la enseñanza, la investigación en las ciencias biológicas y la formación de una comunidad académica profesional y productiva.
Las reformas permiten, en el área de la educación, el derecho de las escuelas particulares de impartir enseñanza religiosa como una actividad adicional y distinta a la académica general. Posibilitan la intervención de los ministros de culto en todos los niveles educativos, a través de su participación como catedráticos, directores o dueños de escuelas o universidades. Y legalizan la propiedad material restringida de las asociaciones religiosas que, independientemente de la época, siempre han tenido, y entre las que destacan los centros de enseñanza y las universidades.
A pesar de que las declaraciones oficiales han resaltado que la educación oficial se mantendrá laica, nada garantiza que ante las exigencias de la “modernidad y pluralidad” o del neoliberalismo, la situación cambie, de tal forma, que la investigación y la enseñanza —actividades inseparables en esta área del conocimiento— puedan verse seriamente afectadas, ya que hoy en día el marco conceptual en el que se desarrollan las ciencias biológicas descansa sobre la esencia de la Teoría de la Evolución.
La teoría evolutiva a través de los años ha encontrado severas objeciones en muchos sectores de la sociedad, excepto en el académico, donde ha sido ampliamente aceptada, por su contenido filosófico que contradice la tradición religiosa occidental y deja fuera de toda participación a los actos divinos en la explicación del origen de la diversidad biológica. Esta situación de hecho, ha promovido a lo largo de la historia encuentros difíciles con las iglesias, quienes, en general, siempre han visto afectado su mensaje espiritual y su concepción del mundo.
Las reacciones de la sociedad en contra de la Teoría de la Evolución han sido diversas y, en muchos casos, promovidas por las asociaciones religiosas. Algunos acontecimientos bien documentados, son indicativos de la situación que puede presentarse en un futuro en México. El efecto de estas reacciones en la enseñanza e investigación de las ciencias biológicas, ha estado en función de las circunstancias de la época, del grado de influencia y participación política de la Iglesia, de la actitud crítica de los estudiantes y del grado de madurez de la comunidad académica. Así, por ejemplo, en los años setenta del siglo pasado, la Sociedad Católica de México, por medio de su diario La voz de México y el periódico progresista La Libertad, protagonizaron una discusión, por demás interesante, alrededor de la Teoría de la Evolución de Darwin (Moreno, 1974; 1986).
En aquella época, México no era considerado, comparado con Inglaterra, Francia y Alemania, un país avanzado en la investigación y la enseñanza de las ciencias biológicas; por el contrario, el desarrollo formal de la ciencia se iniciaba en esos años siguiendo el modelo francés de investigación (Trabulse, 1985). En ese contexto, la polémica iniciada por la Sociedad Católica de México sobre la Teoría de la Evolución, no tuvo impacto en la sociedad civil mexicana, a pesar de que en algunos círculos académicos de la época era ampliamente debatida. Varias fueron las causas que no permitieron que la controversia creciera y entre ellas destacan:
a. El ambiente político que prevalecía en el país. En aquellos años, la corriente liberal gobernaba la política nacional, y la Constitución de 1857 había tratado de regular la participación material y espiritual de la Iglesia en la sociedad, de tal forma que su injerencia y presencia política eran criticadas y observadas cuidadosamente. Asimismo, la situación económica y los problemas sociales del México independiente y prerrevolucionario, eran más importantes que la denuncia de la Iglesia en contra de la Teoría de Darwin.
b. La influencia cultural francesa en la comunidad académica de México propició que el darwinismo se introdujera paulatinamente. La escuela francesa había sido una de las más importantes del mundo, su tradición y su estilo muy particular en aspectos biológicos plantearon un problema serio para el darwinismo. Las ideas de Buffon, Lamarck y Cuvier permanecieron inmaculadas, y fieles a éstas, muchos de los miembros de la sociedad cultural de México. No obstante, que en algunos libros de Biología de la época, como por ejemplo los Elementos de Zoología de Alfredo Dugès (Dugès, 1884), se hace mención de la Teoría de la Evolución de Darwin; no fue sino hasta que la teoría darwiniana fue considerada en los círculos científicos franceses y que a su vez éstos fueron superados por otras naciones en muchos campos de la ciencia, entre los que se incluye la biología, es que México recibió y tuvo otro punto de vista.
c. La formación pluralista de los políticos, quienes combinaban su actuación social con actividades científicas y literarias, permitió que la teoría de Darwin fuera debatida en las diferentes sociedades académicas. De hecho, en sentido estricto, muchos de ellos podrían ser considerados los científicos de la época, por ejemplo: Melchor Ocampo, Justo y Santiago Sierra y Vicente Riva Palacio, entre otros (Moreno, 1986; Ruiz, 1987).
d. Por último, dos aspectos fundamentales fueron: la labor de los positivistas, quienes, a pesar de su posición antidarwinista, trataron de darle a la enseñanza e investigación en general un carácter riguroso y formal dentro de la sociedad y, la apertura de la Escuela Nacional Preparatoria, que permitió que la sociedad cultural de México no quedara al margen de la revolución científica operada en el mundo (Ruiz, op. cit.).
Otro estudio de caso es el ocurrido en los Estados Unidos durante el presente siglo. La participación de las asociaciones religiosas, principalmente la fundamentalista, en la enseñanza de las escuelas públicas, dio origen a uno de los movimientos más importantes en contra de la teoría darwiniana (Montagu, 1982).
El movimiento tiene su origen en los años veinte, cuando William Jennings Bryan (1860-1925), lego presbiteriano, tres veces candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos y Secretario de Estado durante el mandato de Woodrow Wilson, encabezó una cruzada en Kentucky para prohibir la Teoría de la Evolución en la enseñanza e investigación de las ciencias biológicas (Numbers, 1982). El caso más renombrado de aquella cruzada ocurrió en 1925, cuando John Thomas Scopes fue procesado legalmente por enseñar evolución en el nivel medio superior (high school), en Dayton, Tennessee. Scopes fue hallado culpable por violar las leyes de ese Estado que prohibían la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas (Grabiner y Miller, 1974). Los resultados inmediatos del movimiento, a finales de esa década, fueron: el establecimiento de legislaciones restrictivas, en por lo menos cinco estados —Oklahoma, Florida, Tennessee, Mississippi y Arkansas— y la incorporación tardía del darwinismo en esta área del conocimiento.
La influencia de esta primera acción en contra del darwinismo se diluyó al paso de los años, a pesar de que en las escuelas de nivel medio superior la enseñanza de la biología declinó, debido a las condiciones socio-económicas que prevalecieron en los Estados Unidos durante la época de recesión, a la inestabilidad política predominante antes de la Segunda Guerra Mundial y a que durante el periodo de 1920 a 1950, se consolidó la Teoría de la Evolución, a través de la integración del mendelismo y el darwinismo (Mayr y Provine, 1980).
A partir de esos años, en los Estados Unidos se generó la revolución conceptual y experimental más importante de los últimos tiempos en las ciencias fácticas, como resultado del programa espacial soviético, con el lanzamiento del primer Sputnik en 1957 y posteriormente, la puesta en órbita de otro cohete con la perrita rusa de nombre Laika. Estos acontecimientos impactaron a tal grado a la sociedad americana y quizá a la de todo el mundo, que el Estado norteamericano ordenó la revisión a fondo de los programas de estudio de las ciencias a todos los niveles. Las ciencias biológicas no quedaron fuera y la incorporación del pensamiento evolutivo en la explicación de los fenómenos fue un hecho.
La estrategia de los fundamentalistas en contra del darwinismo cambió, el caso era ya no prohibir la enseñanza de la Teoría Evolutiva en las escuelas públicas, sino la de compartir espacios iguales dentro de la enseñanza. De esta manera en los años setenta se reaviva el movimiento en contra del pensamiento evolucionista y culmina en la década de los ochenta en los tribunales.
La constitución de los Estados Unidos, por lo menos hasta ahora, separa cuidadosamente las actividades de la Iglesia y las del Estado. En términos legales —en un país donde los juicios han llegado a extremos ridículos— esto significa que no se puede enseñar religión en ninguna escuela del Estado. Sin embargo, el 19 de marzo de 1981, el gobernador en turno del estado de Arkansas, firmó la aprobación del decreto de Ley 590, codificado como Ark. Stat. Ann 80-1663, et seq., (1981 Supp.), titulado La Ley del tratamiento balanceado de la ciencia de la creación y de la ciencia de la evolución; el cual establecía que las escuelas públicas, dentro de ese estado, deberían dar un tratamiento equilibrado a la ciencia de la creación y a la ciencia de la evolución.
Los demandados eran el Consejo de Educación de Arkansas, como organismo y sus miembros; el Director del Departamento de Educación así como los libros estatales y los materiales didácticos seleccionados por el consejo, para su utilización en la enseñanza de la biología. Entre los demandantes se encontraban una gran diversidad de asociaciones religiosas y personalidades, entre las que destacaban: los obispos residentes de Arkansas de la Unidad Metodista, la Iglesia Católica Romana, el Clero Bautista y Presbiteriano del sureste, la Iglesia Episcopal de los Metodistas Africanos, el Oficial Principal de la Iglesia, la Asociación Educativa de Arkansas, el Comité Judío Americano, la Asociación Nacional de Profesores de Biología y la Coalición Nacional para la Educación Pública y Libertad Religiosa, entre otros.
La Unión Americana de Libertades Civiles (The American Civil Liberties Union), se opuso a esta ley. Para ello, hizo un llamado nacional en contra del movimiento creacionista y convocó a un buen número de personalidades y expertos en el tema que incluía a biólogos, filósofos, historiadores y teólogos. Asimismo, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, formó un comité de científicos que participaran en el análisis sobre ciencia y creacionismo. El objeto era, probar legalmente que el creacionismo no es una ciencia genuina, sino una doctrina religiosa, fundamentalista y dogmática.
Las evidencias y los argumentos que presentaron los demandados ante la corte durante el juicio, tuvieron la suficiente fuerza académica para convencer al jurado de que la Teoría Evolutiva no era una religión, como aquella practicada por muchos de los estudiantes de las escuelas del Estado y, por tal razón, no era necesario un tratamiento equilibrado de las doctrinas religiosas en las escuelas. De esta manera, en enero de 1982 el juez de la Corte del Distrito, William R. Overton, rechazó y prohibió permanentemente la Ley del tratamiento equilibrado, arguyendo, que el creacionismo no era una ciencia con un método experimental definido, sino una doctrina religiosa, diseñada para enseñar valores morales y espirituales (Overton, 1982). La corte cerró su participación con un pensamiento-sentencia del juez Frankfurter, que decía:
Hemos renovado nuestra convicción, acerca de que mucha de la existencia de nuestra ciudad se ha dado sobre la confianza, de que la separación completa del Estado y de la religión, es mejor para el Estado y mejor para la religión. Además, en alguna parte de la relación entre Iglesia y Estado, los buenos modales harán buenos vecinos.
Las condiciones socioeconómicas de México son diferentes a las de finales del siglo pasado y nuestra religiosidad se ha reafirmado a tal grado, que somos uno de los pueblos más devotos. Los cambios estructurales en la Constitución mexicana permitirán, por un lado, una participación mucho más evidente y directa de las asociaciones religiosas en la enseñanza y, por otro lado, favorecerán la presencia en las escuelas de personas con puntos de vista conciliadores y dogmáticos.
La actividad científica (investigación, enseñanza y difusión) se ejerce respetando y siguiendo ciertas normas establecidas, donde el pensamiento crítico e independiente son parte fundamental. Las doctrinas religiosas no han cumplido, ni lo harán, con estas reglas; sin embargo, si han podido desatar polémicas que, en mucho, han sido solapadas por gente ignorante de los principios que regulan la actividad científica.
El regresar a discusiones no académicas y bizantinas con partidarios de las doctrinas religiosas (véase el Foro de Excélsior y la Tribuna Nacional de Novedades, durante los primeros cinco meses de 1989), resultaría un desgaste poco favorable para una comunidad académica joven, con poca tradición en el trabajo evolutivo y donde las decisiones han estado fuera del alcance de sus miembros.
No sería raro —si no se sigue con estricto apego la vigilancia de los planes de estudio y se mantiene una actitud crítica por los practicantes de la investigación— que algunos profesionales del área, que ignoran o no consideran importante la Teoría de la Evolución, pensarán que la investigación y la enseñanza de las ciencias biológicas puede realizarse sin separar doctrinas religiosas y conocimiento científico. En caso de que así fuera, apelaríamos a las palabras de la mujer del obispo anglicano de Worcester —al enterarse de que el hombre derivaba de una forma inferior de vida y que resultaba emparentado con los simios—. Esperemos que no sea así y que si lo fuere, que no se vuelva del dominio público.
La razón, por la que debemos hacer una reflexión profunda de estas reformas constitucionales, es que la enseñanza y la investigación en las ciencias biológicas, han gozado en estos años de una libertad importante de pensamiento, debido, en mucho, a su carácter experimental y a la riqueza de la información científica que se ha generado en el presente siglo. La teoría darwiniana ha sido el eje fundamental, el paradigma de las ciencias biológicas y el instrumento básico para entender la evolución y diversidad de los seres vivos.
La Iglesia debe aceptar que las religiones son un instrumento del hombre, son parte de su historia, cambian y deben continuar cambiando, y que el tener una concepción evolutiva de los fenómenos biológicos y de la vida misma, no destruye la moral y la ética de las personas y mucho menos a las religiones.
La práctica de la ciencia, su difusión y enseñanza, demanda que sus practicantes se apeguen a las reglas establecidas, de tal forma, que dar lugar a posiciones dogmáticas en esta área del conocimiento represente un atraso en el tiempo; la época conciliadora en donde se sostenía que la religión y la evolución eran complementarias, ya pasó; ahora sólo queda la evidencia escrita que da fe de aquella situación histórica (v.g. Guralnick, 1972; Turner, 1978). De hecho, actualmente, la investigación y la enseñanza de las ciencias biológicas puede dividirse en antes y después de la Teoría de la Evolución de Darwin. La primera fase se caracterizó por la ausencia de explicaciones evolutivas coherentes y bien estructuradas de los diversos fenómenos biológicos y la segunda, inició con la aparición formal del origen de las especies y continúa hasta nuestros días, con la interpretación, discusión e incorporación del pensamiento evolutivo a los fenómenos biológicos.
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Referencias Bibliográficas Gonzalbo-Aizpuro, P., 1990, Historia de la Educación en la época colonial: la educación de los criollos y la vida urbana, El Colegio de México, México, p. 395. |
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Gerardo Zúñiga Bermúdez y Óscar J. Polaco
Departamento de Zoología,
Escuela Nacional de Ciencias Biológicas,
Instituto Politécnico Nacional.
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cómo citar este artículo →
Zúñiga Bermúdez, Gerardo y Polaco, Óscar J. 1993. La nueva relación Estado-Iglesia y las ciencias biológicas. Ciencias, núm. 32, octubre-diciembre, pp. 71-75. [En línea].
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Michel Lemire | |||||||||||
El conocimiento del cuerpo humano, la percepción
y la representación de esa envoltura de carne de contenido “improbable”, ha atraído desde siempre tanto a los científicos como a los artistas. Los métodos de unos fueron utilizados por los otros y sus saberes se fueron complementando. A lo largo de la historia de Occidente, el arte y la ciencia siempre se han entrelazado, y la exploración del cuerpo ha sido una de las más largas y apasionadas uniones. De Miguel Ángel y el Veronés, pasando por David hasta llegar a Géricault y Delacroix, muchos de los grandes artistas estuvieron fascinados por la anatomía. Todos ellos realizaron estudios de iconografía anatómica, codeándose con los grandes maestros de la disección, y algunos de ellos incluso asistían con ardor a las salas de autopsia. Leonardo da Vinci, precursor en este ámbito, al igual que en muchos otros, es el perfecto ejemplo de esta pasión por el cuerpo humano, que Da Vinci llevó a un extremo tal que por momentos parecía que se olvidaba prácticamente hasta de su pintura. La anatomía artística y la anatomía médica se inspiraron mutuamente y estuvieron ligadas por cerca de cuatro siglos en Europa, desde el Renacimiento hasta el Romanticismo.
Anatomía de un encuentro entre el arte y la ciencia
La anatomía pertenece al ámbito de la mirada: mirada que se posa sobre el cuerpo, mirada que el cuerpo nos invita a posar, mirada que se aprende a afinar. Es esencialmente una técnica para la investigación del cuerpo, pero es también una forma de iniciación, con sus rituales de exploración y su método académico de exposición, que ponen al descubierto las estructuras ocultas.
La anatomía descriptiva, es decir, el estudio de la organización del cuerpo humano, es ante todo una ciencia de observación y un sistema de enseñanza, que al igual que la investigación, está basada en la práctica. En las disecciones se revelan las estructuras internas del cuerpo. El descubrimiento de lo oculto, la violación del cuerpo humano y la manipulación de la carne muerta, llevó a los anatomistas a romper los límites y a transgredir las prohibiciones metafísicas, religiosas o filosóficas, impuestas por la Iglesia durante toda la Edad Media. Esta actitud causó muchos problemas, que fueron variando según la sensibilidad de las épocas, pero que siempre estuvieron presentes.
La prohibición de la disección humana, la dificultad de preservar los cadáveres y el advenimiento del desarrollo de las primeras técnicas de inyección vascular, condujeron a la búsqueda de sustitutos. Se utilizaron sucesivamente diversos materiales: cera, madera, papel maché y yeso, por citar sólo los esenciales. Pero con la cera coloreada, teñida directamente en la masa, se lograron las creaciones más elaboradas, de gran realismo científico y artístico. Aun hoy con las resinas sintéticas no se han podido igualar los resultados.
Los modelos artificiales de cera tuvieron así, en el siglo XVIII y a principios del siglo XIX, junto con las preparaciones desecadas, un gran auge en Europa, coronando la edad de oro de la anatomía que tuvo lugar durante el Renacimiento y el siglo de las Luces. En Francia ocuparon un papel particular en la historia de la anatomía y de la medicina, ya porque, durante la Revolución se incluyeron como parte importante de los grandes planes de renovación del “arte de curar” que fueran promovidos por la Convención Nacional en 1794, volviéndose así objeto de intereses científicos, artísticos y políticos.
La mayoría de los modelos anatómicos del siglo XVII tenían un lado sensual y surrealista, pues iban más allá de la precisión científica y de la ilusión buscada. Nacidos de una estrecha relación entre anatomistas y artistas —incluyendo algunos de los más renombrados de cada campo—, y por lo mismo, situados en la intersección del arte y la ciencia, estos modelos de cera ponían al descubierto el cuerpo humano, desacralizando la imagen corporal y reduciéndola a una construcción material. Esto fue un reto para el “hombre honesto” de la Ilustración, quien se vio violentamente confrontado con su realidad orgánica, frágil y fugaz, como aún hoy en día le ocurre al visitante del museo de anatomía.
El resurgimiento de la anatomía
El surgimiento de la ceroplástica durante el siglo de las Luces, no fue más que el resultado final de los espléndidos tratados que caracterizaron la anatomía del Renacimiento del siglo XVI y termina de alguna manera con doce siglos de prohibiciones y prejuicios impuestos por la Iglesia. Su nacimiento se ubica en el momento de la publicación del famoso tratado De humani corporis fabrica de Vesalio, impreso en Basilea en 1543. La evolución de estos tratados se vio beneficiada con el perfeccionamiento de las técnicas de impresión: grabado en madera y cobre, agua fuerte, aquatinta, impresiones de tamaño natural, a colores, litografía, etcétera. Este progreso dio lugar a una serie de extraordinarias láminas, donde los artistas servían de perpetuadores gráficos del trabajo de los anatomistas.
Al final de la Edad Media el cuerpo material y físico era inseparable de la parte inmaterial del hombre, el alma. La cubierta física había quedado prácticamente inviolada, y debajo de ella quedaba aún el misterio del hombre zodiacal, reproduciendo en miniatura el mundo de los planetas. El microcosmos del cuerpo no era más que el reflejo del macrocosmos del universo.
El renacimiento del arte clásico fue el que reinventó la carne del cuerpo, al volver a descubrir el desnudo de la antigüedad, convirtiéndolo en algo popular dentro de los estudios. Los artistas retomaron los cánones de la Grecia clásica y así, la realidad del cuerpo humano, su perspectiva y su movimiento empujaron a los pintores y a los escultores a buscar nuevos criterios estéticos. Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Durero y Rubens, los buscaron en la verdad anatómica, disecando cadáveres ellos mismos, la Academia de Arte y de Diseño de Florencia fue la primera en institucionalizar la enseñanza obligatoria de la anatomía y Donatello, Verrochio, Signorelli, Rafael, Tiziano, diseñaron ahí, cada uno a su tiempo, esqueletos y cadáveres. En esta época aparecen también los primeros desollados, como el célebre Cigoli de Florencia, que se volvieron figuras comunes en los talleres de los artistas, antes de inspirar a los médicos… para un fin completamente diferente.
En el Renacimiento se hicieron las primeras disecciones humanas con propósitos puramente médicos. Primero en Italia, en Bolonia y en Padua, y más tarde en Francia, en Montpellier y después en París. Pero esas primeras demostraciones oficiales, públicas, llevadas a cabo bajo los ojos desconfiados de los eclesiásticos, fueron excepcionales, pues sólo se llevaron a cabo una o dos veces al año. El resto del tiempo, los anatomistas practicaban las disecciones a escondidas, a pesar de la prohibición de la Iglesia. Este fue el periodo heroico de la anatomía, cuando los anatomistas —de los cuales Vesalio fue uno— iban por las noches a desenterrar cadáveres al Cementerio de los Inocentes (en el corazón de París, ahora Les Halles), o incluso a robar a los ahorcados en el Cadalso de Montfaucon (cuyo pie estaba en las faldas de Buttes-Chaumont), lo que dio lugar a numerosas anécdotas pintorescas y provocó un comercio floreciente.
Cincuenta años después de que Cristóbal Colón descubriera el Nuevo Mundo, se publica el tratado de Vesalio, justo el mismo año en que aparece De revolutionibus orbium caclestium de Copérnico. Los tabúes del microcosmos y del macrocosmos cayeron al mismo tiempo, marcando el renacimiento de la anatomía, la cual pasó, de ser un problema filosófico, a uno científico. Después de Vesalio, el cuerpo humano deja de ser objeto de estudio privativo de la Iglesia. La máquina humana rompió las cadenas que lo ataban al cielo, se deshizo de los símbolos mágicos y fue cayendo progresivamente en las manos de la ciencia.
La Fábrica es la exposición metódica de la organización del cuerpo, capa por capa, un verdadero deshojamiento, representado en 300 láminas por Stephan von Calcar, un alumno de Tiziano. Este texto transformó la anatomía en una ciencia puramente observacional. Las planchas de estas láminas serán copiadas y recopiladas durante tres siglos, con diversas sensibilidades de acuerdo a cada artista; así tenemos: el desollado según el mártir de San Bartolomeo del español Valverde (1560); los jóvenes Apolos del italiano Julius Casserius (1627), los cuerpos atados y torturados de Gerard de Lairesse, en la anatomía del holandés Godfried Bidloo (1685); personajes despellejados en postura orgullosa y noble, o bien posando frente a los objetos de moda como el rinoceronte de Durero, dibujados por el anatomista alemán Albinus (1747); otros despellejados más, a colores, verdaderos cuadros, del pintor e inventor de la superposición de cuatro tirajes (en amarillo, azul, rojo y negro), Jacques Gautier d’Agoty (1746); y, finalmente, la anatomía moralizadora y religiosa del francés Jacques Gamelin (1779), por no citar más que a unos cuantos.
El gran éxito que conoció Vesalio proviene, sobre todo, de las correcciones que hizo a los tratados de los antiguos, que se enseñaban en todas las facultades de medicina como verdades absolutas; especialmente las teorías del médico griego Galeno que, aunque fue un experimentador, sólo tuvo a su disposición cadáveres de perros, cerdos y changos, que obviamente no son idénticos a los humanos. Pero fue también un éxito por la calidad de las ilustraciones de las disecciones con perspectiva, otro nuevo descubrimiento de los pintores de la época.
La asociación del artista con el médico quedó establecida así, desde el principio. Pero el artista no miraba el cuerpo humano de la misma forma que lo hacia el médico. El primero buscaba la estética, y el segundo, la precisión y el rigor. Del diálogo entre la anatomía artística y la anatomía médica, surgirán los magníficos tratados descriptivos del cuerpo humano. Los siglos XVI al XVIII comprenden la edad de oro de la anatomía, en la cual las ceras anatómicas constituyen su apogeo a finales del siglo XVIII y a principios del XIX.
La edad de oro de la anatomía
Dos grandes eventos determinaron en el siglo XVII, el avance de la anatomía: el primero es la aportación filosófico-anatómica que hace Descartes en su Discurso del Método (1637), y sobre todo en su tratado Del Hombre (1648); el segundo es la aportación anatómico-funcional que hizo el inglés William Harvey (1628) con el descubrimiento de la circulación sanguínea.
Fue el comienzo del reinado del hombre-máquina: juegos de resortes, poleas, palancas y bombas. Esta idea será retomada en el libro La Metrie, que por cierto fue quemado por la Iglesia, y que se prolongará durante el siglo XVIII con la escuela de los Iatromecanistas.
Asimismo, es la época de las discusiones entre los partidarios y detractores de Harvey, entre circulacionistas y anticirculacionistas, los cuales provocaron fuertes peleas en toda Europa. La facultad de París se convirtió en el principal lugar de resistencia, encabezada por Jean Riolan, uno de sus médicos más célebres, y Guy Patin, su decano; ambos tradicionalistas obstinados que se oponían a Harvey.
La lucha en Francia se recrudeció porque Jean Pecquet, médico de Montpellier —la facultad rival de París— acababa de demostrar que el chyle intestinal, vector del espíritu natural, no terminaba en el hígado, órgano supremo según “La Escuela”, sino en un pequeño depósito (la cisterna de Pecquet) abierto hacia las venas subclaviculares, es decir, en la sangre; con lo que el hígado de Galeno ¡quedaba definitivamente desplazado!
Otro elemento que influyó en que la lucha se hiciera tan encarnizada, fue el que la casa real tomó partido. Así, Luis XIV, encantado de poder confrontar y oponerse a La Sorbona, le encargó al cirujano Pierre Dionis que enseñara anatomía del hombre, bajo el criterio de “la circulación de la sangre según los últimos descubrimientos”; y el lugar que se designó para impartir tales cursos, a puertas abiertas, fue nada menos que el jardín del rey, lo que posteriormente se convirtió en el Museo de Historia Natural. Para ello, el rey Sol fue personalmente al Parlamento, en 1673, para publicar el edicto mediante el cual se ponía a disposición del jardín del rey, y en especial a los médicos de la facultad de medicina que tenían a su cargo el infantazgo, los cadáveres de los condenados. Con ello, la postura de la facultad de medicina que se oponía al avance científico sufrió un fuerte revés, al toparse con la actitud de competencia de las autoridades reales, lo que hizo que los puestos más codiciados no les fueran asegurados a los miembros de la facultad.
Por otro lado, existía una fuerte lucha entre las dos corporaciones rivales: la de los médicos y la de los cirujanos. El médico era un letrado, hablaba latín y ocupaba un lugar eminente en la sociedad. Los estudios de medicina, muy largos, quedaban ligados a la filosofía y las tesis que sostenían, eran frecuentemente disertaciones ociosas y largas oratorias. Mientras que el cirujano, era el trabajador manual y estaba clasificado bajo el oficio de barbero, con sólo un poco más de prestigio que el carnicero. La diferencia entre ambos era tal, que durante las escasas demostraciones anatómicas de la facultad, el profesor que siempre era un médico, pronunciaba desde lo alto de su silla algún bello discurso en latín sin tocar jamás el cadáver, dejando al cirujano la tarea de la demostración, lo cual era considerado como un mal necesario. Un ejemplo de esta pugna lo personificaban, por un lado, Pierre Cresse, médico supervisor de los cursos del jardín real, quien había participado en la creación del sistema de manufactura de ojos duplicados, para facilitar que uno se pudiera sacar fácilmente, y por otro lado su suplente Pierre Dionis, cirujano del rey, cuyos cursos eran tan novedosos que atraían una gran cantidad de estudiantes, e hicieron que este último fuera vivamente recordado en el Curso de Operaciones Quirúrgicas presentadas en el jardín real (1707).
Los médicos deseaban mantener la supremacía sobre los cirujanos, y a su vez los cirujanos deseaban fervientemente emanciparse de los médicos; de ahí las incesantes discusiones, incluso las peleas, alrededor de la mesa de demostración, que, a veces terminaban en verdaderas batallas. Asimismo, se peleaban por los anfiteatros, tan necesarios para la enseñanza, pero tal vez por lo que más peleaban era por apuntalar el prestigio de cada corporación. Las victorias fluctuaban en función de las luchas de influencia, y finalmente los cirujanos, anatomistas del progreso, fueron los que salieron victoriosos, y construyeron un magnífico anfiteatro con 1200 lugares en lo que actualmente conocemos como la Facultad de Medicina de París.
Si el siglo XVIII fue el siglo de las Luces, el del movimiento enciclopedista con Diderot y d’Alambert (L'Encyclopédie, 1751-1772), fue el de la moda de los salones de historia natural, iniciada por Buffon y Daubenton (L'histoire naturelle, 1749-1789), también fue el de la anatomía triunfante, el de la moda de la anatomía lanzada, entre otros, por el medico Joseph-Guichard Duvernry, sucesor de Dionis, quien después del anfiteatro del jardín real pasó a las reuniones parisinas, donde las mujeres de mundo llegaron a ponerse fragmentos disecados, preparados por el famoso anatomista. No solamente los estudiantes, médicos cirujanos, franceses o extranjeros, sino también la sociedad más elegante de la corte y de la ciudad, ¡asistía en grandes masas al Jardin des Plantes! Distribuían boletos para entrar y se rechazaba gente. Las discusiones anatómicas tenían lugar en reuniones sociales y las piezas anatómicas aparecían en las colecciones de curiosidades de los particulares. ¡La anatomía fascinaba a toda Europa!
En esta era, al final del antiguo régimen, tuvieron mucho éxito los salones de cera donde se exponía todo lo que entonces se conocía de las maravillas del cuerpo humano.
La cera anatómica: entre el arte y la ciencia
Estos salones pertenecían a una élite ilustrada, según las aspiraciones de los filósofos y la influencia de los enciclopedistas; una clase pudiente donde se valoraba por igual, tanto el prestigio como la curiosidad científica. Inicialmente contenían especímenes raros, que iban desde objetos curiosos hasta aquellos que tenían algún interés científico; con el progreso de la historia natural y de la anatomía, la ciencia fue ganándole terreno al exotismo. Así, en anatomía se contaba con dos tipos de especímenes, los modelos desecados y los de cera. Sólo estos últimos adquirirán renombre en toda Europa, gracias a los talleres italianos.
Pero, ¿por qué esta locura por los modelos de cera? A los ojos de los anatomistas del siglo XVIII, los dibujos de los tratados, aunque precisos, tenían una gran deficiencia: el volumen. Como es lógico, el material impreso está limitado a dos dimensiones, en cambio, los modelos de cera proporcionaban ejemplares en tres dimensiones, que resistían además, las numerosas demostraciones, con lo que se resolvía la enorme dificultad que representaba —y que siguió representando por mucho tiempo— la obtención de la materia prima necesaria para la enseñanza de la medicina.
Por otro lado, los modelos en cera eran además muy precisos y permitían ilustrar el resultado de varias disecciones, o reproducir estructuras muy complejas, como por ejemplo el plexus o los vasos linfáticos, difíciles de representar en un solo dibujo.
Por su naturaleza moldeable y su delicadeza, la cera no solo es exacta, sino que también se puede teñir añadiéndole colorantes desde la masa, con lo que se logran imitaciones perfectas. Además, gracias a su transparencia, se puede reproducir la opalescencia y la delicadeza de la piel humana, añadiendo también una cualidad táctil al espécimen anatómico, una ilusión de verdad que se acrecentaba cuando con gran paciencia le implantaban, uno a uno, el pelo y las pestañas.
La ilusión se acentuaba más aún gracias a las poses artísticas que los ceroplásticos le daban a los sujetos; tal es el caso de aquel magnífico desollado de tamaño natural, que dejaba ver a los visitantes del museo de la Specola, en Florencia, todo su sistema vascular y linfático, de la cabeza a los pies, en una pose copiada de las obras de Miguel Ángel. O bien, aquella mujer que se podía ver en la colección del duque de Orleans, cuyo rostro mostraba una lágrima, mientras ella lanzaba la mirada hacia el cielo en muda súplica, con una tristeza que provenía de la pérdida… de la mitad de su cabeza; o también aquella mujer sentada enseñando sus vísceras con un gesto de negación y de pudor, o aquella otra, versión más sonriente que revelaba irónicamente… su cerebro con sus múltiples elementos, a través de una cuidadosa apertura en su tocado.
Los modelos de cera del siglo de las Luces no son sino la traducción, en volumen, de los magníficos tratados de anatomía, y aunque los anatomistas verificasen escrupulosamente el trabajo de los artistas, esas figuras de cera son los testigos de cómo la estética influyó en el proceso científico y de cómo la ciencia se vio rebasada por el arte, en una especie de bien organizada puesta en escena del cuerpo atomizado. Tal vez se trataba, entonces, tanto para el científico como para el artista, de confeccionar un modelo eternamente transmisible del cuerpo humano, un modelo completo que demostrara toda la maravillosa construcción del cuerpo para el científico, pero también como modelo ideal que garantizara la belleza y la perfección para el artista, según la doctrina neoclásica que dominaba en aquella época. Esta doctrina fue traída de Roma a París por artistas franceses, como Houdon, con su célebre desollado, o bien David, con sus desnudos heroicos, donde el aspecto exterior era construido a partir de un esqueleto por planos sucesivos. Todavía se puede contemplar este arte en cera en su estado original, en su cuna florentina, en el museo de la Specola.
De los ex-votos de las Iglesias, a la cera médica
Como en otras áreas del dominio artístico, Italia fue un país precursor. Desde la Calabria hasta la Toscana, la cera tenía una larga tradición, representada por los ex-votos de las iglesias. En Florencia, a finales del Renacimiento, la estatua milagrosa de la Virgen de la Anunciación estaba rodeada de miles de cabezas, pies y de otros pedazos anatómicos “escogidos”. En el siglo XVI, los devotos florentinos figuraban incluso enteros, vestidos, y a veces a caballo, al lado de la Virgen. Portadora desde siempre de la esperanza de curación y de los ritos funerarios, la industria de la cera era ya entonces un comercio floreciente, pero esperaba aún a su genio, el misterioso Gaetano Zumbo, quien pondría sus dones artísticos al servicio de la anatomía.
Este abad siciliano es uno de los artistas más singulares de la época de los últimos Medici. Empezó explorando una temática alucinante, la de la representación minuciosa de la descomposición de los cadáveres, y más tarde confeccionó pequeños teatros de cera con títulos alusivos como La peste, El triunfo del tiempo, La corrupción de los cuerpos, La sífilis, los que le valieron el prestigio en la corte de Cósimo III. Después se asoció en Génova con el cirujano francés Guillermo Desnoues (1650-1735), que daba demostraciones anatómicas en el gran hospital. De esta colaboración nacieron las primeras cabezas anatómicas en cera, moldeadas directamente sobre el cadáver. Pero esta alianza duraría poco tiempo debido a las diferentes prioridades de investigación que cada uno tenía, pero sobre todo, por problemas creados por intereses personales.
Después de haber presentado una de sus famosas cabezas de cera en la Academia de Ciencias de París (1701), Zumbo se ganó el elogio de los sabios franceses y los privilegios reales, éxito mundano del que desafortunadamente gozó poco tiempo, porque en ese año murió. Su rival, Desnoues, aprovechó el terreno abonado para unos años más tarde (1711), abrir con el apoyo de la corte del rey, el primer museo de cera anatómica parisino; diez años después un intento semejante fracasó en Londres. Mientras tanto, el museo de Desnoues se enriqueció con una de sus piezas célebres, la de Luis de Bourguignon, alias Cartuche, uno de los ladrones más famosos de la regencia. ¿Era esta exhibición una simple curiosidad anatómica o la mera exposición de un criminal notorio? Quién sabe; lo que sí es un hecho es que aquí está el antecedente de la fórmula que durante la revolución llevó a la gloria a Curtios y después a su sobrina Mme. Tussaud, dando paso con ello a la ceroplástica popular.
La escuela italiana de modelaje de cera
El modelaje de cera médico-anatómico se desarrolló en estrecha relación con los dos santuarios italianos de la anatomía; por un lado Bolognia y por el otro el de mayor renombre en Europa: Florencia.
En efecto, la moda europea de la anatomía artística surgió gracias al prestigio que adquirió el Museo de la Specola —inicialmente Museo Real de Física e Historia Natural— donde se instaló la primera colección importante de ceras anatómicas. Ésta pertenecía al gran duque toscano Pierre Leopold de Hasburgo y Lorraine, hermano del Rey de Austria y de María Antonieta, y fue montada en 1775 por el naturalista Felice Fontana (1730-1805).
Fontana tomó como estandarte la anatomía humana, para darle con ello prestigio, tanto a la ciencia como a su soberano señor y mecenas. En una nueva museografía para la época, imaginó una colección completa de ceras anatómicas, que mostraba todos los conocimientos que se tenían sobre el cuerpo humano; la que a su vez sería utilizable didácticamente sin necesidad de una guía o de un maestro. Pensaba lograr esto gracias a los diseños y nombres que acompañaban a los modelos de tamaño natural. Para ello, construyó al lado del museo, un taller de ceroplástica, con lo que asociaba estrechamente a los artistas y anatomistas. Durante veinte años, ese equipo produjo miles de modelos de cera conjuntando las habilidades de los más celebres modeladores del momento como Clemente Susini (1754-1814), y Francisco Calenzuoli (1796-1829), con las de los más grandes anatomistas, entre quienes destacaba Paolo Mascagni (1752-1815).
La colección de Florencia suscitó muchas envidias, pero también atrajo ilustres visitantes, lo que a su vez provocó una gran demanda de copias. El más célebre de ellos fue José II quien encargó en 1780 una copia de cada una de las piezas florentinas, para su Academia Militar de Cirugía, en Viena. Así, durante cinco años, se realizaron cerca de 1200 piezas que posteriormente fueron transportadas a lomo por cientos de mulas, a través de los Alpes por el Brenner, para embarcarlas después rumbo a Viena. Aquella academia se transformó en el Instituto de Historia de la Medicina de Viena.
El gobierno francés hizo un encargo similar durante el último periodo de Luis XVI, entonces Rey Constitucional, encargo que fue ratificado por Bonaparte durante su breve estancia en Florencia en junio de 1796, cuando realizaba su primera campaña en Italia. Fontana confeccionó los duplicados, los cuales no llegaron a Francia sino hasta 1804, después de sufrir muchas vicisitudes político-militares en Italia, quedando finalmente “atoradas” en Montpellier —donde todavía están— debido a la intromisión de Chaptal, el entonces ministro.
La escuela francesa de ceroplástica
A pesar de que Desnoues y Zumbo pasaron por París como meteoros, suscitaron muchas rivalidades. La colección más célebre de ceras anatómicas que había entonces en Francia, era la del duque de Orleans, primo de Luis XVI, y estaba en el Palacio Real, que ya era famoso por su colección de pinturas desde la época Regencia. Los sucesores del sobrino de Luis XIV la hicieron crecer aún más al adjuntarle una colección de historia natural y un famoso medallón. El último heredero de estos tesoros fue el que posteriormente se conocería como Felipe Igualitario, a quien se debe el actual aspecto del palacio. Este príncipe dadivoso, para pagar sus deudas majestuosas, había ideado un vasto programa de galerías, que hicieran del Palacio Real uno de los lugares más animados de París. En la reorganización del Palacio, el duque de Orleans había instalado, siguiendo la moda de la época, otras colecciones prestigiadas: un salón de física, uno de maquetas de talleres de diferentes corporaciones de artesanos, y finalmente uno de ceras anatómicas.
El constructor de esta última, fue el cirujano André-Pierre Pinson (1746-1828), un médico prácticamente desconocido y que sin embargo produjo una obra colosal. Por su historia particular durante la Revolución francesa y por la de su obra, situado entre dos siglos marcados por grandes acontecimientos políticos, merece una mayor atención.
Antes de la revolución, Pinson era el cirujano de “Los cien suizos”, como se conocía a la guardia del rey Luis XVI, en las Tullerías, pero esencialmente era conocido por tener un gran talento artístico con marcada tendencia por la anatomía. En varias ocasiones expuso modelos de cera en los salones del Louvre y en los del Correspondance. Solicitó un puesto en la Academia Real de Pintura y Escultura, sin éxito, debido a la oposición que mostró Pierre, el director de la academia. Sin embargo, Pinson contaba con un poderoso protector, un francmasón como él, el duque de Orleans, para quien construyó cientos de modelos anatómicos, destinados al Palacio Real. La intención de esta colección era más que nada para fomentar el prestigio del duque, quien la quería para mostrarla orgullosamente a sus invitados ilustres; en realidad, para el duque, la anatomía no representaba mayor interés preocupado como estaba por la agitación revolucionaria dirigida contra su primo Luis XVI.
Así, bajo el mecenato de los grandes del reino, la anatomía fue ganando terreno y el cuerpo humano se fue liberando más y más de la Iglesia hasta quedar en las manos de la ciencia. La tempestad republicana llegará después…
La colección de cera del Palacio Real fue confiscada, con todos los otros bienes del príncipe, y trasladada al Museo Nacional de Historia Natural, hasta que finalmente pasó a las galerías de anatomía arregladas por Georges Cuvier, suplente del viejo Mertrud, profesor de anatomía animal. En cuanto a Pinson, después de servir en los hospitales militares durante algún tiempo —no faltaba trabajo para un cirujano durante las guerras revolucionarias— pasó a ser modelador de cera en la Escuela de la Salud en París.
La anatomía y la medicina clínica en la resurrección de la enseñanza médica
Aunque la intención de las asociaciones revolucionarias no era la de suprimir los institutos médicos del antiguo régimen, barrieron con el pasado en nombre de la libertad y de la igualdad.
A finales del siglo XVIII, se había creado una separación real entre las ciencias naturales (de ahí el auge de la anatomía quirúrgica, con Desault, Antoine Louis, Corvisart y Dupuytren, como algunos de los brillantes ejemplos), y la rígida enseñanza oficial, simbolizada por la Facultad de Medicina de París. Este anacronismo, en medio de la era de la Ilustración, provocó un fuerte clima crítico a pesar de los intentos de mejora que realizó el poder real. Los múltiples planes de reforma y proyectos educativos que nacieron en los inicios de la Revolución, así como las Reflexiones sobre los abusos en la enseñanza y práctica de la medicina de Vicq d'Azyr (1790), lograron que se reconstruyera completamente el sistema de enseñanza médica, al margen de la instrucción pública. La Asamblea Legislativa abolió la enseñanza de las academias, y la Convención las reemplazó en 1794, por las Escuelas de la Salud (París, Montpellier y Estrasburgo), que integraba a la cirugía y a la medicina en una sola carrera. “Menos lectura y más observación” había dicho el químico Fourcroy, presidente del proyecto de reforma ante la Convención Nacional. Los practicantes del nuevo arte de curar debían adquirir la experiencia que los revolucionarios deseaban principalmente práctica y clínica: disección y autopsias por un lado, y observación por el otro, se volvieron los pilares del saber.
En este contexto no resulta sorprendente que las colecciones anatómicas fueran consideradas como base esencial de la instrucción, y que la Convención anexara a cada una de las tres escuelas una colección de cera en la que: “las piezas de cera, las más útiles de todas” fuesen el orgullo, y que a los modeladores de cera se les motivara a “continuar y completar ese departamento lo mejor posible”.
De objetos de contemplación a herramientas científicas
En el siglo XVIII, los modelos anatómicos de cera eran principalmente objetos de contemplación por lo que se encontraban básicamente en las colecciones de curiosidades, nacidas del deslumbramiento que por la historia natural sufrió toda una próspera clase social. Estas colecciones estaban reservadas a una élite ilustrada, la que halagaba así su buen gusto y acrecentaba su prestigio personal. La Revolución convirtió los modelos anatómicos en valioso recurso didáctico para la enseñanza del arte de curar. Y así las colecciones de cera pasaron a ser herramientas indispensables para el conocimiento, agentes esenciales para el entendimiento y aprendizaje de la medicina.
En las “Escuelas de la Salud” se crearon los puestos de responsable de los estudios anatómicos (encomendado al anatomista Honore Fragonard, famoso por su especímenes desecados); de modelador en cera ocupado por Pinson, (el fundador de la colección de modelos en cera del duque de Orleans) y de conservador de las colecciones (a cargo de Thillaye). También obtuvo un contrato el cirujano de Rouen, Jean Baptiste Laumonier, para la preparación de los modelos en cera del sistema linfático, que lo convirtieron en el maestro de la inyección, supliendo a los maestros florentinos.
El crecimiento de estas colecciones anatómicas se volvió el eje central de la dinámica de la docencia y la investigación médica. Este será el comienzo de las grandes colecciones didácticas de modelos anatómicos en cera del siglo XIX, que se preocuparon no sólo por la anatomía humana sino también por la animal.
Cuvier en el Museum, encargó varios modelos de anatomía comparada del desarrollo animal, a Pinson, quien revivió la antigua idea que había presentado a la Convención, de hacer una colección completa de hongos en cera —más de 250 modelos— y que también fueron guardados en el Museum. Todos estos modelos sirvieron para perpetuar las observaciones y descubrimientos hechos sobre el material científico vivo tan efímero.
Asimismo, los modelos anatómicos se volvieron los mediadores operacionales entre la realidad física del cuerpo y los procedimientos curativos de los futuros cirujanos, adquiriendo un gran valor en la comprensión y dominio de los procesos vitales, a costa de la pérdida de su atractivo al verse relegados en cierto sentido a su copia estricta. El artista pasó a ser sólo un subordinado, un trabajador bajo la dirección de los científicos. Ya no se trataba de anatomía artística, y menos cuando la anatomía descriptiva pasó, en manos de Dupuytren y otros, al campo de la patología, relacionado con tumores, cánceres y aneurismas, manifestaciones patológicas de la belleza plástica a los ojos de un profano.
La efímera escuela de escultura de cera de Rouen
Gracias a esta moda, en 1806 y por decreto imperial se creó una escuela de escultura en cera en la ciudad de Rouen, aunque desgraciadamente sólo duró muy poco tiempo. Ligada a las actividades de Laumonier hasta 1814, esta escuela, desafortunadamente, no contaba con un establecimiento adecuado y no tenía prejuicios en cuanto a los alumnos que de ella salieran, como Mme. Laumonier (esposa del cirujano), Aquiles Cleofás Flaubert (padre del escritor), los hermanos Jules e Hyppolite Cloquet, Vassuer y Delmas, cuyas piezas aún adornan varios museos de anatomía.
Después de la desaparición Laumonier y su escuela, se siguieron haciendo los modelos anatómicos en cera. Establecimientos especializados bajo la dirección de Talrich, padre e hijo, y después de Tramond y Azoux, buscaron la comercialización de los modelos de cera, realizándolos posteriormente también con papel maché o yeso, a un costo más modesto. Talrich (1826-1904) en algún momento trató de crear un museo anatómico dedicado a la educación del público en general y quizás el último intento en este sentido, será el gran Fairground Museum del Doctor Spitzner (1833-1896).
Las colecciones de los institutos médicos encontraron su desarrollo final en la colección reunida en el Hospital Saint Louis, gracias al trabajo del modelador Julio Baretta (1834-1923), quien realizó la impresionante serie de dermatología venérea, asociada al nuevo desarrollo de esa ciencia.
La anatomía “natural” del “otro Fragonard”
Al igual que las reproducciones en cera, los especímenes “naturales” desecados tenían un importante lugar en las colecciones anatómicas, y Honoré Fragonard (1732-1799), primo hermano del pintor, se distinguió notablemente en este campo. Fue el primer director de la escuela de veterinaria en Alfort —aunque lo despidió el despótico Bourgelat—, pero lo más importante es que produjo una colección anatómica muy prestigiada, con más de 300 especímenes, que finalmente fueron inventariados cuando el propio Fragonard las trasladó a las “Escuelas de la Salud”, promovido como experto científico en la comisión de arte. Esta promoción que obtuvo después de haber realizado un gran proyecto para la Asamblea Legislativa, en el cual proponía que la colección nacional de anatomía, fuera instalada en la Iglesia de la Asunción, convirtiéndola para la ocasión en un “Templo de Anatomía”.
Modelos anatómicos de cera, pasado y presente
Al pertenecer a las más antiguas representaciones de la vida y de la muerte, los modelos de cera del siglo XVIII estuvieron en el corazón de los problemas suscitados por la ciencia anatómica y contribuyeron a que esta derivara en anatomía científica, sustituyendo la observación por la lectura de los textos…
Los artistas que prolongaron así esta transitoria visión de la disección fueron sus principales vectores, al igual que los científicos que son a quienes se les reconoce el mérito.
Pero la gloria de los modelos anatómicos fue transitoria. Abandonada en el siglo XIX por nuevos métodos de investigación, la multiplicidad de lecciones de patología se vio pronto borrada por la nueva unidad descubierta por los biólogos, la célula. Al mismo tiempo, el desarrollo técnico del siglo XIX dio origen a la expansión de una nueva forma de imagen: la fotografía. En cuanto al organismo humano en sí, las preguntas seguían siendo las mismas: el cómo y el por qué de los desórdenes. Para responder a la primera era lógico buscar la respuesta en los datos de la fisiología, en la cual Claude Bernard se haría famoso. Para la segunda, estaba el trabajo de Luis Pasteur. Así la causa rebasaría al efecto, acelerando el progreso científico. Ahora la causa estaba en el campo de lo invisible, de lo oculto, lo indemostrable; un campo donde el dibujo y el modelaje en cera tienen poca utilidad. Fue por ello que la anatomía tradicional perdió importancia dejando una gran contribución: el establecimiento del método de investigación.
El siglo XX va a generar una revolución de la imagen médica: radiografías, angiografías, endoscopías, ecografías, sonografías, escanografías y ahora resonancia magnética nuclear; tantos soportes para la nueva anatomía, aquella que se ocupa de lo viviente, que ahora es mucho más variada, pero que ha desertado de las salas de disección tradicionales. Bien parados sobre nuestras dos piernas, en calidad de pacientes que somos, constituimos todos una maravillosa colección de anatomía.
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Nota
Artículo escrito especialmente para la revista Ciencias.
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Michel Lemire
Museo de Historia Natural, París.
Traducción de Nina Hinke.
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cómo citar este artículo →
Lemire, Michel. (Traducción Hinke, Nina). 1993. La representación del cuerpo humano: modelos anatómicos de cera. Ciencias, núm. 32, octubre-diciembre, pp. 58-69. [En línea].
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César Carrillo Trueba |
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para Nina,
Mítica o científica, la representación del mundo que construye el hombre se debe siempre en gran medida a su imaginación. François Jacob |
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Quizás uno de los más grandes enigmas no resuelto por
la ciencia ni por la mitología, es el de la evolución de las sirenas. Evidencias de este hecho no faltan, pero, como ocurre con frecuencia en estos casos, la explicación y la relación de los hechos no es tarea sencilla. Afortunadamente las hipótesis son numerosas. Parece ser un misterio que no ha sucumbido al abandono a pesar del decreciente interés por los problemas teóricos. La imaginación escasea en estos tiempos.
Aunque… ¿cómo dar cuenta de la génesis de las sirenas?, ¿de qué manera explicar el paso de estos híbridos del reino de los plumíferos al de las especies marinas?, ¿y qué decir de su posterior transformación en mamíferos?
Según los estudiosos del tema, aun cuando, en su célebre Odisea, Homero no proporciona una descripción de estos seres mitológicos, existía cierto consenso entre los antiguos en cuanto a su aspecto y cualidades. “Para Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de mujer; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son mujeres y, abajo, aves marinas”, escribe en su Manual de Zoología Fantástica, Jorge Luis Borges, uno de los más renombrados especialistas en seres imaginarios.
Otro conocedor en la materia, Alfonso Reyes, nos dice que “la tradición greco-oriental, según los monumentos y textos conocidos de Grecia y Roma, presenta a las sirenas como seres híbridos, la cabeza de mujer, el cuerpo revestido de plumas y patas de pájaro”.
Aparentemente el debate más fuerte giraba en torno al aspecto cuantitativo. ¿Qué tanto mujeres, qué tanto aves? Para algunos sólo la cara, para otros, medio cuerpo era mujer. Hubo quienes, buscando acompañamiento a su afamado canto, las dotaron de manos que servían para tocar la cítara. Las representaciones varían, aunque en su mayoría se inclinan por la equidad.
Si tomamos en consideración sus cualidades, la discusión se vuelve delicada. “Suerte de aves infernales”, decía Higinio. La naturaleza femenina se presentaba bajo una faceta distinta para infundir miedo y respeto a los hombres. Una ilustración de ello la proporciona el mismo Homero en el conocido pasaje de la Odisea, en el que Ulises, para no ceder al canto de las sirenas, tapa con cera los oídos de la tripulación del barco y se hace atar al mástil. Seguro más mujeres que aves.
El Physiologus, texto del siglo II, originalmente escrito en griego, las presenta con “forma humana hasta el ombligo y, más abajo, forma volátil. Su canto adormece a los navegantes, a quienes luego las sirenas destrozan”. La Biblia menciona únicamente su canto y, como veremos más adelante, el cristianismo se va a apoderar del episodio homérico para hacer de él un ejemplo de resistencia a la tentación. Mas, como dijera Kafka, es probable que las sirenas nunca cantaran y Odiseo, “quien sólo pensaba en ceras y cadenas”, creyó haberlas vencido.
De cómo se generaron al azar, a partir del caos originario
Seres casi eternos, las sirenas estuvieron ahí desde la génesis de todas las cosas, al lado de faunos, cíclopes, nereidas y amazonas. Al igual que el de todos estos seres, su origen se encuentra, según Anaximandro, en aquellos embriones que se formaron sobre la tierra al separarse ésta del mar, después del caos que reinaba en los inicios del universo. Debido al calor tan intenso, la tierra se fermentó y sobre ella aparecieron multitud de “tumores cubiertos por una membrana”. La “neblina que caía del aire” los alimentaba durante la noche y el sol se encargaba de solidificar estos avances. Una vez que se completó el desarrollo, las membranas se abrieron y “se produjeron todas las formas de vida animal”. Dice Anaximandro que aquellos que surgieron de lo más caliente se dirigieron a las zonas altas y adquirieron alas, mientras que “los que retuvieron una consistencia terrestre” ahí se quedaron. Es casi seguro que las sirenas de la antigüedad se generaron en una región de transición, de ahí su naturaleza híbrida.
Más explícita es la teoría de Empédocles, ferviente seguidor de los cuatro elementos, quien divide en tres etapas la génesis de estos organismos. En un principio, directamente del suelo, brotaron sin ton ni son, ojos sin cabeza, cabezas sin cuernos, brazos sin tronco, troncos sin piernas, caudas sin cuerpo, alas implumes. Una inmensidad de partes de los actuales cuerpos de los seres vivos, deambulaban por la tierra en busca de otras para unirse. El azar va a acercarlas durante la segunda etapa, en la cual se van a formar todo tipo de animales: hombres con cabeza de toro, seres bicéfalos, algunos con numerosas extremidades, otros con un solo ojo, sin olvidar aquél con cuerpo de ave, cabeza de león y cola de serpiente. Con seguridad se trata de la época en que, en toda su historia, la tierra ha conocido la mayor diversidad animal. Lamentablemente a la tercera era, solamente sobrevivirán aquellos que por un afortunado azar alcanzaron una constitución viable. Las sirenas y el minotauro se encuentran entre éstos.
La explicación de Demócrito sólo difiere por los elementos constitutivos: los átomos. Según este autor, sería la unión fortuita de los átomos en el vacío lo que habría dado origen a los seres vivos, que también se generaron en el limo.
De cómo ya existían en la idea y luego fueron creadas en el mundo
No todos los pensadores de la antigüedad estaban de acuerdo con estos principios. Anaxágoras, quien no creía que la naturaleza jugara a los dados, discrepa de las teorías anteriores. Este filósofo jónico pensaba que detrás de tanta armonía, de tanta diversidad en la naturaleza, debe existir una especie de inteligencia, algún espíritu que haya ordenado la materia con tanta destreza. Los seres híbridos no son producto del azar, sino de una voluntad. Las sirenas fueron creadas bajo este designio.
En esta misma corriente se encuentra Platón, quien, elaborando un sistema más completo, cree que el Gran Demiurgo, personificación de la Idea del Bien, creó todos los seres posibles, perfectos e imperfectos. El principio de plenitud entra en escena, con lo cual, sirenas, centauros, pigmeos y lamias, ocupan un lugar dentro de la creación original, cumpliendo con una finalidad preexistente en la mente del Creador.
También Aristóteles se ocupó de asunto tan complejo, y su opinión al respecto es tajante: el azar es estéril y una causa eficiente subyace a la génesis de todas las cosas. La naturaleza no es discontinua como lo piensan los atomistas, sino que en todas sus manifestaciones constituye un continuo. Los mismos seres vivos fueron creados siguiendo una cadena continua que va de lo más simple a lo más complejo, sin que haya vacío alguno. Los seres híbridos son una prueba de tal continuidad, que se manifiesta en múltiples y diversos niveles, como puede ser el hábitat. Así, existen seres mitad acuáticos mitad terrestres, como las focas. A pesar de sus observaciones directas sobre el desarrollo embrionario de numerosos animales, las cuales le hacen dudar de la existencia de algunos híbridos —un ser mitad hombre y mitad toro no es posible, decía, ya que los periodos de gestación son diferentes, y el fruto de dicha unión tendría la parte humana aún inmadura—, Aristóteles piensa que la continuidad tiene que cumplirse en todos los ámbitos, y que si no fueron creados así los seres, el medio es capaz de influir —“la diversidad de lugares genera diferencia de caracteres”—, lo cual lleva al Estagirita a ser eco de los relatos de viajeros que cuentan de la existencia de numerosos monstruos en tierras lejanas. Las ideas cambian, las sirenas permanecen.
De cómo dejaron los aires para resurgir del agua
Si sobre su generación encontramos algunas luces, no ocurre lo mismo con la etapa de transición, lo cual es muy frecuente en la literatura filogenética. ¿En qué momento abandonaron los aires para habitar los mares? ¿Cómo mutaron sus plumas en escamas? ¿Cuándo se les dejó de temer… tanto? En realidad nadie sabe a ciencia cierta cuándo y cómo ocurrió esta metamorfosis. Hay quienes incluso creen que las antiguas sirenas se extinguieron y que las ondinas son otra especie que llegó a ocupar su nicho mitológico.
Esta última hipótesis se basa en el hecho, muy conocido en la antigüedad, de que si algún mortal no cedía a sus encantos, las sirenas morirían. Se dice que fue Orfeo el único que, no solamente pudo resistir a su melodiosa voz, sino que, desde la nave de los Argonautas, elevó un canto de tal belleza y dulzura, que las sirenas enloquecidas se precipitaron al mar, quedando transformadas en rocas. Su completa extinción es dudosa, ya que resulta demasiada coincidencia que hayan sucumbido en el mismo lugar de donde van a resurgir posteriormente. Es más probable que las ninfas acuáticas, hijas de Nereo, hayan acogido a algunas en su seno y que, por algún desconocido proceso de adaptación, éstas hayan mutado gradualmente. Una evidencia de dicha transición se encuentra en un tratado de alquimia de siglos posteriores (figura 1). Se sabe además que las nereidas también atraían con sus encantos a los humanos para llevarlos a su reino, lo cual denota una afinidad más entre sirenas y ninfas acuáticas.
El mismo Alfonso Reyes, quien ubica entre los siglos VII y VIII la aparición del nuevo tipo de sirena con “cabeza y busto de mujer y, del ombligo abajo, cola de pez que desaparece en las aguas”, incluye esta última entre sus hipótesis. Don Alfonso se basa en el Liber monstrorum, obra escrita entre estos dos siglos y que se le atribuye a Audelinus, quizás abate de Malmesbury y luego obispo de Sherbone. A partir de sus investigaciones, nos propone cuatro hipótesis. “La nueva figura de la sirena puede provenir:
a) De una contaminación hecha por Audelinus entre la sirena clásica y la monstruosa Escila, que Virgilio describe como una mujer que hunde su cola de delfín en el agua;
b) De la confusión en que incurrió Audelinus tomando por sirena a alguna ninfa marítima o hembra de tritón, vista en algún viejo mosaico o cuadro como el que dice haber admirado ¿en Italia?, y relativo a las tradiciones de Escila y Circe;
c) O bien puede esta sirena-pez ser una invención de su propia Minerva, más o menos provocada por algunas figuraciones encontradas en lecturas o documentos artísticos;
d) Posible es también que de algún modo hayan llegado hasta el Liber especies folklóricas de mitologías bárbaras y septentrionales, en las que abundan las mujeres-peces y que es muy extraño que no lo haya pensado Faral”.
Erwin Panofsky, el más grande especialista en este tipo de transmutaciones evolutivas, a las que el llama “pseudomorfosis”, se inclina por la última hipótesis. Para este autor, la cuna de la renovación mitológica de la Europa medieval se encuentra en el mar del Norte, en Irlanda. En esas latitudes, como bien lo dice Don Alfonso Reyes, ríos y océanos estaban poblados por mujeres marinas de dorados cabellos, delicada piel y poco más dóciles que las sirenas de Homero. El proceso subyacente a esta transformación es la recuperación del imaginario de la antigüedad, perpetrada de manera meticulosa por el cristianismo. En esta conquista espiritual, las antiguas divinidades se tornan demonios, como lo expone Margaret Murray, y toda la mitología griega y romana se convierte en lecciones moralizantes dirigidas a los paganos, que, por cierto, no fueron pocos a lo largo de toda la Edad Media.
Los cambios ocurridos en las diferentes versiones del Physiologus, constituyen la mejor evidencia de este proceso. Las primeras versiones latinas, dice Jacques Le Goff, dan cuenta de “las maravillas sin conferir significados ni explicaciones simbólicas”. Posteriormente, “las explicaciones simbólicas y moralizantes comen, por así decirlo, la sustancia del Physiologus, quitándole la vida”.
Poco a poco los motivos de la antigüedad son vaciados de su sustancia, o bien, a esta última se le adjudica otra representación. Este proceso que Panofsky describe magistralmente al analizar la evolución de Cupido: abrió la puerta a figuras procedentes de las mitologías nórdicas.
El autor del Manual de Zoología Fantástica, siguiendo la distinción existente en su amada lengua inglesa entre sirens —las sirenas clásicas— y mermaids —con cola de pez—, apoya la teoría de Panofsky. En la misma dirección, José Durand, quien ha escrito uno de los libros más poéticos sobre la cuestión, hace remontar a la tradición escandinava sus orígenes, vía por la que habrían llegado al imaginario británico. Y es él mismo quien, de un tajo y siguiendo el principio de parsimonia, aporta la explicación más sencilla y contundente a esta transición: “sin que sepamos por qué, inquieta ver o sentir mujeres por los aires. Otra cosa son ángeles. Aquel revoloteo excedió la paciencia. En cambio, al surgir la ondina hecha sirena, su gracia resultó natural. Más su belleza: por algo salió Venus de las aguas. La sirena quedó en los mares y jamás volvió a remontar el vuelo”.
De cómo ya en el mar, resultaron ser malignas criaturas del Señor
La expansión del cristianismo no solo expulsó a las sirenas de los aires, sino que modificó su lugar en el cosmos, trastocando algunas de sus características. Su naturaleza tendrá que encajar en la maniqueísta división entre el bien y el mal, terminando del lado de Satanás. Así, estas hermosas mujeres, mitad del cuerpo para arriba, y pez abajo, habitan ríos, manantiales, mares y litorales oceánicos que con dificultad surcaban los mortales. Y aunque su naturaleza demoniaca es indiscutible, su origen es atribuido al Creador. Esto resultaba de difícil comprensión para muchos, ya que no se entendía cómo un Dios bueno puede crear también el mal. Santo Tomás de Aquino argumenta ante tales incredulidades que “no corresponde a la providencia excluir [el mal] por completo de las cosas que gobierna”, razonamiento que encierra la idea de que vivimos lo mejor que se puede en el mejor de los mundos posibles.
Así, sirenas, elfos, gnomos, dragones, unicornios y demás seres de este eón, son concebidos como parte de la creación divina, resultando tan necesarios como ángeles y querubines. “La perfección del universo requiere, por tanto, no solo una multitud de individuos, sino también la diversidad de clases y, por tanto, los distintos grados de las cosas”, pensaba el mismo Aquino, quien estaba convencido de tal necesidad, ya que si no existieran buenos ni malos, decía, “no estarían completos todos los posibles grados del bien ni ninguna criatura se parecería a Dios en cuanto a tener preeminencia sobre otra”. En pocas palabras, la Gran Cadena del Ser peligraría, y con ella la dominación del hombre sobre todas las cosas.
Al margen de cualquier discusión docta, al hombre medieval le costaba trabajo vivir bajo el constante acecho del mal. Sobre todo porque, como lo señala Le Goff, para estos hombres “la realidad no es que el mundo celeste sea tan real como el terrestre, sino que ambos forman uno solo, una indisoluble mezcla que hunde a los hombres en las redes de una sobrenaturalidad viviente”. La naturaleza se encuentra dominada por el demonio, el cual se aparece a los humanos en bosques, mares, montañas y desiertos, bajo la forma de diferentes seres. “El mundo animal —dice este gran conocedor de lo maravilloso—, es sobre todo el universo del mal”. Animales como el chivo, símbolo de la lujuria, o el escorpión, símbolo de la falsedad, son francamente diabólicos. Otros, como el perro, que oscila entre la impureza y la fidelidad, poseen una naturaleza ambigua. Sin embargo, los animales fantásticos son todos demoniacos, verdaderas imágenes del Diablo. La aparición de un basilisco, de un dragón o de un grifón, hace caer en el más profundo de los terrores a cualquier mortal.
Y si el Diablo al perseguir a los humanos adopta apariencias horripilantes, más peligroso es cuando, con el fin de seducirlos, se presenta ante ellos en forma semihumana o humana. Una hermosa mujer de rizados cabellos que aparece súbitamente en el bosque ante un inocente viajero, puede significarle la muerte, si cede a sus encantos. Las sirenas son consideradas seres satánicos que, bajo una forma distinta a la antigua, conservan su esencia seductora que lleva a la perdición a quien es débil de voluntad y cae en el pecado. Sólo aquellos que, como San Antonio, logran resistir la tentación de tan deliciosas criaturas, pueden alcanzar el cielo. Las historias de íncubos y súcubos que atraen con sus hechizos a mujeres y hombres pecadores, se vuelven lugar común durante esta época, y a fuerza de ser repetidas una y otra vez, se convierten en historias verdaderas, en perfectas lecciones de moral.
Así, la naturaleza se va cargando de innumerables simbolismos que a su vez encierran una moral. Todos los seres son percibidos a través de la Creación Divina y de lo que dicen las Sagradas Escrituras. Cada cosa y cada ser vivo ocupa un lugar en esta gran trama. “El conjunto de todos los animales de la Tierra, ‘todos los peces del mar, todas las aves del aire’, etcétera, constituye el libro de la Naturaleza que, si se sabe leer correctamente, confirma y complementa las Escrituras”, escribió Giarda ya empezado el siglo XVII, dando una idea muy clara de lo que puede llamarse, de acuerdo con Gombrich, la doctrina de la revelación múltiple: “Dios se nos revela en todas las cosas si aprendemos a leer sus signos”.
De cómo se confundieron ninfas, melusinas y sirenas
Tanto simbolismo terminó por crear una fuerte confusión en torno a la morfología de las sirenas. Frecuentemente se confunde este género con el de las ninfas, bellas mujeres de forma completamente humana que habitan ríos, y mares también, y que, al igual que a las sirenas, son llamadas ondinas. Asimismo, a Melusina se le designa en ocasiones con el nombre de sirena, o se dice que cada sábado retomaba su forma de sirena, cuando casi todos los relatos concuerdan en su apariencia: una mujer con cola de serpiente marina. Es probable que la confusión provenga del hecho de que todos estos seres pertenecen a la antigua familia Ondinae, orden Sucuba, comparten los mismos hábitats, tienen la capacidad de poder vivir tanto fuera como dentro del agua, y carecen de alma.
Es necesario remitirse a las historias del sabio Merlín para encontrar la descripción exacta de una sirena. Cuenta Álvaro Cunqueiro, hombre versado en la vida de este gran mago, cómo Merlín tiñó de negro la cola de la sirena Teodora, que siendo griega, viajó desde Portugal hasta la selva de Esmelle, para solicitar los servicios de tan prestigiado maestro. Felipe, su criado, la describe “de dorado y largo cabello, dos gotas de verde rocío por ojos, pechos blancos y tan felices, con un alegre botoncito rosa y venillas azules que los surcaban; una voz que ni las alondras, y una cola brillante, cuya punta era una media luna rosa”. Su marido muerto, esta espléndida sirena quería enlutar sus escamas para poder recluirse en un convento. Y a pesar de que Merlín sabe “que no es fácil que éstas pierdan el puteo, aunque figuren de conversas”, de buena gana accedió a la petición de tan noble dama.
De cómo se transformaron en monstruos y prodigios
La falta de descripciones precisas en esta era no es fortuita. El hombre medieval estaba más preocupado por el simbolismo que por las representaciones. Sin embargo, no todos los clérigos seguían las enseñanzas de Santo Tomás. Había quienes, como Abelardo de Bath y Bernardo de Chartres, ya en el siglo XII piensan que la Creación Divina no es mero capricho de Dios, y que la existencia del bien y del mal, de tal diversidad de cosas, obedece a una razón. Para ellos sólo Dios es perfecto y su creación no puede igualarse a Él; el mundo encierra un orden y éste es comprensible para la razón humana, por lo que el deber de todo buen cristiano es el entendimiento del mundo, es decir, de la naturaleza. Esta concepción constituye lo que Le Goff llama “la recuperación científica de lo maravilloso”.
Dentro de esta perspectiva, los seres fantásticos, como el grifón, el unicornio y las sirenas, son “casos límite, excepcionales, mas no fuera del orden natural, y son admitidos como verdaderos aun cuando no tengan la sanción de La Biblia”. Las Sagradas Escrituras dejan de ser el prisma a través del cual todo debe pasar y adquirir significado. Los textos de los antiguos son rescatados y se estudian como obras científicas el Timeo y la Eneida.
Erwin Panofsky es quizá más explícito para dar cuenta de este cambio que va a culminar en el Renacimiento. “El artista medieval, que trabajaba inspirándose en el exemplum más que en la propia vida, debía conciliarse en primer lugar con la tradición, y sólo secundariamente con la realidad. Entre la realidad y el mismo se interponía un velo, sobre el cual las generaciones precedentes habían trazado las formas de los hombres y de los animales, las de los edificios y las plantas: un velo que podía levantarse de vez en cuando, pero que nunca podía abolirse. Resultaba que en la Edad Media la observación directa de la realidad se limitaba generalmente a los pormenores, complementando, más bien que sustituyendo, el empleo de los esquemas tradicionales. El Renacimiento, en cambio, proclamó que la ‘experiencia’, la bona sperienza, constituía el fundamento del arte: cada artista debía afrontar la realidad ‘sin prejuicios’ y debía domeñarla (de modo nuevo en cada obra) según sus propios patrones”.
El Libro de las Ninfas, los Silfos, los Pigmeos, las Salamandras y los demás espíritus, de Paracelso, es una de las obras que mejor sintetiza esta nueva aproximación a la naturaleza. Elaborado a manera de un tratado, este texto intenta desentrañar las razones por las cuales Dios creó tales criaturas, y explica cómo el hombre, al comprender estas razones, entiende a Dios y se acerca a Él a través del conocimiento.
En cierta forma, el objetivo de esta obra es, apegándose al principio de plenitud, ubicar a estas maravillosas criaturas dentro del orden y la Creación Divina. Sin embargo, Paracelso tiene que aceptar que hay casos límite, que la regularidad de este orden no siempre se mantiene. Los seres más normales pueden engendrar monstruos, entes prodigiosos, colosales y grandiosos, alteraciones del orden natural. Y así como los humanos al unirse pueden procrear monstruos, dice Paracelso, de igual manera los habitantes del agua se pueden cruzar entre sí, o con algún hombre, y tener engendros: las sirenas. “Doncellas, algo deformes, en contra de la naturaleza humana” (figura 2). Aunque también pueden engendrar otro tipo de monstruos, como los llamados monjes. En el naciente orden renacentista, la categoría de lo monstruoso va a ser el saco en donde entrara cuanto ser imaginario, y no tanto, existe en el orbe; todas aquellas criaturas que los ojos de la época ven como anormalidades y que la incipiente ciencia de la embriología intentará explicar, más preocupada en dar cuenta de su generación, que de su realidad. Esta perspectiva originará una división entre los monstruos creados por el Señor y aquellos que son resultado de alteraciones del Orden Divino. Las sirenas pueden tener, entonces, dos orígenes distintos.
De cómo en una época el mundo entero estuvo poblado de sirenas y muchos otros seres prodigiosos
Este nuevo orden del mundo será consignado en leyes, lo cual transformará a Dios, de un ser omnipotente y omnipresente, en el Gran Legislador, el Gran Arquitecto, el Gran Relojero. La ciencia contemporánea emerge bajo esta concepción, por lo que el primer empujón, la Causa Primera, la cuerda que remontó el mecanismo, no ha dejado de ser, hasta la fecha, obsesión de una infinidad de mentes. El principio de plenitud y la Gran Cadena del Ser, como lo explica Lovejoy, no abandonará el pensamiento renacentista, alcanzando su clímax en el siglo de las Luces. La tan buscada regularidad de los fenómenos naturales se acomodará a estas premisas, al igual que sus alteraciones: los monstruos. Giordano Bruno da una muestra de este tour de force, al afirmar que no es “permisible censurar el inmenso edificio del poderoso Arquitecto en nombre de que en la naturaleza hay cosas que no son las mejores ni porque se encuentren monstruos en más de una especie”. No puede haber ningún “grado del ser que, dentro de su lugar en la serie, no sea bueno en relación con todo el conjunto”. “Todo está bien en el mejor de los mundos posibles”, dirá unos siglos después el Dr. Pangloss, a coro con Jacques le Fataliste, quien bien sabía que “todo está escrito allá arriba”.
Esta idea subyace al tratado más completo que sobre monstruos haya sido escrito, y cuyo autor es Ambroise Paré, consejero y primer cirujano del rey de Francia. Para este célebre médico, existen trece causas distintas para explicar la megadiversidad de seres prodigiosos, las cuales van de la gracia y la ira de Dios, a la acción del Demonio, pasando por la mezcla de semen, su abundancia o carencia, los golpes durante el embarazo, la estrechez de la matriz, la imaginación de la madre y su indecencia, sin dejar de lado las enfermedades hereditarias ni la corrupción del semen. En esta heteróclita gama de posibilidades, se puede apreciar la distinción entre los monstruos creados desde el principio de todas las cosas por Dios, como la ballena, el avestruz, el unicornio marino, el tucán, la hoga, el huspalín, el ave del paraíso, sirenas y tritones, y aquellos que constituyen una alteración del orden divino, como los gemelos que nacen pegados, los borregos de tres cabezas, y el famoso huevo que contenía una pequeñísima cabeza humana, cuya barba y cabello eran numerosas serpientes.
El origen de las sirenas, mujeres de la cintura para arriba y el resto del cuerpo cubierto de escamas, no puede ser explicado por la mezcla de semen, dice Ambroise Paré, y al no haber razón alguna para dar cuenta de éste, “hay que decir que la Naturaleza se regocija en todas sus obras”. Los testimonios de su existencia en diversas regiones del mundo no faltan, aunque poco se habla de sus cualidades —la nueva mentalidad se interesa más en lo visible—. Llama la atención que en esta era el mundo marino se encuentre tan poblado, y que se tenga un buen conocimiento de su fauna. Las descripciones de estos seres incluyen una especie de obispo marino, originario, curiosamente, de Polonia, así como un animal con cara de oso, brazos de simio y cuerpo de pez, del Mediterráneo, un león con escamas, un diablo con cola de pez visto en Amberes, una especie de buey marino, el orobón, el cocodrilo, en fin, una fauna muy diversa, insospechada para el hombre medieval que no frecuentaba el mare tenebrosum.
El auge de los viajes marinos, en particular los trasatlánticos, aumenta considerablemente el conocimiento de la fauna marina. La conquista de la recién “descubierta” América, así como los viajes por las costas africanas y el Índico, proporcionará una infinidad de material a Ambroise Paré, Aldovani, Liceti, y demás “monstruólogos”, aunque ciertamente, en aquel entonces Europa no se encontraba a la zaga en seres fantásticos y prodigiosos. De hecho, uno de los casos más importantes para el tema que aquí nos interesa, es la aparición en las costas de Italia, de un ser idéntico a las sirenas de la antigüedad (figura 3), reportada por Pare, atavismo que confirma la tesis de que las sirenas marinas proceden de las sirenas aladas.
Y así como las ciencias naturales van enriqueciéndose con los ejemplares llevados a Europa, el imaginario del Viejo Mundo se va acrecentando con cada relato acerca de los increíbles y maravillosos seres que pueblan el ya redondo planeta. Sin embargo, el espíritu mercantil, la obsesión por lo cuantificable, por lo medible, ira minando poco a poco, lentamente, este mundo fantástico, reduciéndolo a “resabio medieval”, sometiéndolo al único Dios que reconocía el nuevo poder: el oro.
De cómo fueron perdiendo su encanto transformándose en seres extraños
El Nuevo Mundo parecía deparar varias sorpresas a los europeos. Un proceso perturbador, de causas desconocidas, estaba teniendo lugar ante los ojos de viajeros y conquistadores que llegaban a América. Noticias de este fenómeno son consignadas ya por quien se ha dicho fue el primer hombre en pisar tierra americana: Cristóbal Colón. En el diario de su primer viaje, el Almirante relata su encuentro con “tres sirenas que salieron bien alto del mar”, las cuales “no eran tan hermosas como las pintan”. Colón no se asombra tanto, ya las ha visto en el Golfo de Guinea, lo que llama su atención es que “más parezca su cara de hombre”. Y no es que el Almirante fuera incrédulo, pues se extiende hablando de amazonas, sátiros, y tantas otras maravillas que encuentra a su paso.
¿Qué está sucediendo en el Nuevo Mundo? El tan buscado reino de las amazonas, famoso por sus riquezas, no aparece por ningún lado. El Dorado se escurre entre las ambiciones de los conquistadores. Cipango, Cathay y Cíbola, se evaporan en medio de tanta expedición. ¿Será que al darse cuenta los europeos de que no están en las Indias, perdían toda referencia fantástica?, ¿o que la búsqueda del tan preciado metal los tornaba insensibles a antiguos temores?, ¿o habrá sido la obsesión por lo cuantificable, la que hizo que al final ya no repararan en las cualidades sino tan solo en la cantidad? Tres sirenas, escribió Colón… Odiseo jamás las contó.
Lo que ocurrió nunca lo sabremos con certeza, pero lo que sí es innegable, es la transformación que en unas cuantas décadas sufrieron las sirenas marinas —que no las dulceacuícolas, refugiadas tierra adentro. Su rostro se va haciendo tosco y dejan de cantar. Su atracción será meramente corporal, “tienen dos pechos que en posición, tamaño, peso, figura y sustancia no difieren en nada de los de la mujer negra”, dirá Alexander Olivier Exquemelin, haciendo gala de sus observaciones y de sus prejuicios raciales. Al mismo tiempo, algo ocurre con sus brazos gráciles, que López de Gómara describe “redondos y con cada cuatro uñas, como elefante”, aunque hay quien las dibuja sin brazos, otorgándoles el nombre de pez mujer (figura 4), acarreando consigo la pérdida del plural con el que siempre habían sido designadas, quedando sumergidas en el singular, condenadas a ser un número más.
Este ser en transición, también conocido como pexemuller, debido a su gran abundancia en el Brasil, parece mantener aún trazos humanos, así como una fuerte feminidad. Y a pesar de que su canto y demás encantos parecen haberse esfumado para siempre, es muy probable que, después de una larga travesía por el Atlántico, a la vista desde un barco, se le deseara más como mujer que como pez.
El proceso de deshumanización de este ser, mitad pez mitad mujer, parece avanzar a la par de la sociedad, inmersa en sus revoluciones industriales, la proletarización forzada de artesanos y campesinos, y el sojuzgamiento de los pueblos conquistados. Montada en este maremágnum, la ciencia avanza permitiendo que la mirada del zoólogo se imponga sobre la naturaleza. Así, el tamaño de este maravilloso ser híbrido va aumentando hasta el de un buey, como lo describe la mayoría de la gente, su cabeza es comparada con la de un buey, y sus tentadores labios se convierten en hocico de buey —analogía que muestra la gran diversidad animal de Europa y el empobrecimiento de la imaginación de los conquistadores. Incluso hay quienes, en otras longitudes en donde ocurría el mismo fenómeno, llevando esta analogía a sus extremos, le van a atribuir cuatro patas (figura 5) aunque casi todos los escritos, entre los que figuran los de Francisco Hernández, le conceden sólo dos (figura 6).
Su naturaleza femenina también se ve afectada, reduciéndose cada vez más a lo maternal. “Los grandes pechos sirven para amamantar a sus hijuelos”, dirán a coro los zoólogos, desexualizando su figura, y poniendo en lugar de cítaras, hijos en sus brazos. En este proceso de desfemenización, el golpe mortal será asestado por la lengua, con la desaparición de su género y de los innumerables apelativos que habían recibido estos seres durante su esplendor. Desde entonces se le conoce con el nombre de manatí.
Para el siglo XVII, el aspecto que presentan es ya completamente animal y su parte humana se habrá esfumado para siempre, quedando solamente un pequeño resabio: “su inteligencia es asombrosa”, dirá Pedro Mártir de Anglería.
De cómo, según otros, las sirenas dieron origen a seres aún más extraños
No todos los autores concuerdan con el proceso arriba descrito. Por razones ignoradas, hay quienes creen que las sirenas no merecen semejante final o quizá, reconociendo ciertas cualidades en seres actuales, buscan una filiación con otros ancestros similares. Misteriosamente, la filogenia siempre se liga al subconsciente. De cualquier manera, varios autores del siglo de las luces proponen una teoría distinta, tal vez influidos por los profundos cambios políticos y sociales que estaban teniendo lugar, y que van a repercutir en las ciencias naturales. La idea de una creación fija y definitiva sufre un revés y, como lo señala Francis Jacob, el tiempo surge como un concepto básico, fundamental, convirtiéndose en un elemento que, a su paso, hace cambiar planetas, océanos y montañas. Las transformaciones en el medio repercuten en los organismos, y para prueba están los fósiles. La supuesta existencia de una especie de “prototipo” o “molde interno” que une a todos los seres vivos, permite apreciar estas transmutaciones sin cuestionar la Creación. Dios hizo todas las cosas e instituyó las leyes que las rigen y toca a los hombres descubrirlas. Así, al igual que Newton lo hizo en el campo de la Física, los naturalistas tienen que acceder a las leyes que rigen los fenómenos del mundo vivo, por supuesto, respetando las universales leyes del gran maestro. Y de la misma manera que cuerpos, partículas y ondas se encuentran determinados por fuerzas externas, los organismos sufren cambios por la acción del medio. Estas transformaciones van generando una cadena continua de seres, en la cual es difícil definir entidades bien delimitadas, ya que siempre hay seres intermedios entre una y otra forma, entre un hábitat y otro.
Bajo esta perspectiva, Buffon escribe una historia de la Tierra, Des Époques de la Nature, Maupertuis se interesa por las variaciones de los seres humanos, Charles Bonnet vive obsesionado por la continuidad de los organismos, J. B. Robinet recensa los ensayos de la naturaleza, mientras que Benoît de Maillet busca el origen de los habitantes terrestres en los mares. Este último autor, cónsul de Francia en Egipto, discrepa completamente de la teoría que plantea que las sirenas se convirtieron en manatíes. Para él, existe un continuo entre los seres que pueblan los océanos y aquellos que viven en hábitat seco. Cada organismo de la tierra tiene su correspondiente en el mar, de donde proviene toda vida.
En su obra más conocida, Telliamed, de Maillet expone cómo, al igual que en la tierra, en el agua hay “viñas de uvas blancas y negras, ciruelos, duraznos, perales, manzanos y todo tipo de flores”, como se puede apreciar en el contenido de las redes que día a día sacan del mar los pescadores de Marsella. Asimismo, existen simios de mar, como Simia danica, elefantes, leones, caballos, lobos y camellos marinos. El caso de un oso que atraparon unos pescadores en Copenhague y que enviaron al rey de Dinamarca, es uno de tantos ejemplos.
La presencia de todos estos seres y de muchos otros intermedios entre cada transición, las evidencias anatómicas que muestran la capacidad de todos los seres para adaptarse a uno u otro medio, así como el hecho de que el sexo sea más placentero y fructífero en el agua que en la tierra, sirven de confirmación a las tesis de Telliamed. Es cierto que hay lugares y épocas en que es más fácil la salida del mar. Los polos parecen ser más adecuados debido a la gran humedad que hay en el aire.
Dentro de su sistema, De Maillet deparó otro destino a las sirenas: el de ancestros de las actuales mujeres. Y no por perversas, ya que la misma suerte corrieron los llamados tritones, que en esta historia, resultan insignificantes —lo que tal vez explica por qué, una vez en la tierra, no han dejado de vengarse un solo momento del esplendor de las ondinas. Pruebas de que los humanos provienen de los mares son las innumerables sirenas que han abandonado el agua, como la famosísima sirena de Edam, que “aprendió a vestirse sola, a coser y a persignarse, aunque nunca pudo pronunciar palabra alguna”, los náufragos que se han adaptado a la vida del mar y que muchos marinos han visto en sus travesías, así como la existencia de seres intermedios, eslabones que dan cuenta de este tipo de transiciones, como los hombres salvajes, que el mismo autor de Telliamed ha visto en los bosques de Francia. Finalmente, si se observa la piel de un ser humano con la ayuda de una lente de gran aumento, afirma De Maillet, es posible apreciar sus minúsculas escamas, reminiscencias de la antigua vida marina.
Para este naturalista, es claro que las sirenas son los ancestros de la mitad de la humanidad, y que el paso de éstas a la tierra es aún posible, ya que las sirenas no se han extinguido por completo, como lo demuestran las numerosas evidencias que presenta y los múltiples relatos que cita, muchos de ellos contemporáneos a la escritura de su obra.
Sin embargo, no todos los llamados transformistas están de acuerdo con De Maillet. J. B. Robinet piensa que las sirenas son resultado de los tantos intentos de la naturaleza para crear a la especie humana (figura 7). Para este naturalista, el conjunto de los seres vivos constituye un continuo que va de lo más simple a lo más complejo, que asciende del “prototipo original”, hasta llegar al hombre, una cadena de seres en la cual el Creador no dejó un solo hueco, por lo que en el universo no falta ningún ser posible. En esta idea coincide con Locke, quien, casi un siglo antes, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, incluye lo que “confidencialmente se cuenta de las doncellas y hombres marinos”, para ilustrar la infinita variedad y continuidad de los seres vivos.
Por su parte, Buffon, el más reconocido de los transformistas, no concede en su sistema lugar alguno a las sirenas, ocupado, como lo describe Durand, en encontrar la posición exacta del manatí, al cual coloca junto “con focas y morsas, entre los cuadrúpedos, pero ya muy cerca de los cetáceos”, donde será clasificado posteriormente. La forma de este animal no deja de preocupar al Conde, quien termina por atribuirle un sitio más cercano a lo que el mismo Durand llama “la misteriosa condición del manatí en el universo mundo”: “En el reino animal —escribe Buffon— con los lamantins acaban los pueblos de la tierra y empiezan las poblaciones del mar”.
De cómo se convirtieron en personajes frágiles y enamoradizos de cuentos y leyendas
La ciencia del siglo XIX, llena de soberbia, “vanguardia del progreso” con sus propuestas de “organizar científicamente la sociedad”, como lo expresaban Augusto Comte y Ernest Renan, entre muchos otros, va a desterrar a las sirenas de la naciente biología, confinándolas, hasta nuestros días, a novelas, cuentos, poemas, leyendas, y realidades de los llamados pueblos salvajes. La objetividad, montada en el caballo de la técnica y la industria, no tolera resabios de ningún tipo. El mundo cambia sin cesar y no puede cargar con lastres. Sociedades, instituciones, conocimientos, ideas, todo es susceptible de cambio, es decir, de progreso, el cual avanza constantemente, pero de manera gradual, sin alteraciones bruscas, ni saltos repentinos.
La idea de evolución se populariza. Herbert Spencer hace de ella una filosofía, Morgan la aplica a la historia de las sociedades, y Darwin la extiende al reino de la naturaleza, Homo sapiens incluido. El resultado objetivo de estas investigaciones es que los seres más evolucionados de la naturaleza son los hombres blancos anglosajones, sus instituciones sociales, las mejores y sus ideas y conocimientos, los verdaderos.
Ante esta nueva mentalidad, sirenas, elfos, dragones, unicornios y demás seres maravillosos, se concentrarán en zonas de refugio, en donde podrán vivir tranquilamente, mientras la modernidad no los alcance. Los trolls huyen a lo más espeso de los bosques escandinavos, los elfos se esconden en Irlanda y en la Selva Negra, un dragón aprovecha las tinieblas de Loch Ness, el hombre salvaje se encumbra en los Himalaya, algunas sirenas pueblan con discreción las costas occidentales del África y el Índico, participando secretamente en ciertos ritos de los habitantes de Yemén (figura 8), mientras otras se adueñan de ríos y manantiales de diversas latitudes (figura 9). El mundo civilizado se enterará de su existencia por boca de etnólogos, antropólogos, y demás estudiosos de los llamados pueblos atrasados, o bien, visitando los circos tipo Barnum, en donde por una módica suma se podían observar sirenas traídas de lejanas tierras, humilladas al ser exhibidas junto a gemelos pegados, mujeres barbudas, niños bicéfalos y otros freaks, ya considerados del dominio de la teratología o ciencia de los monstruos.
Y no sólo eso, la literatura va a modificar completamente la imagen de estos legendarios seres, despojándolos de su encanto. Obras como Ondina, del Barón de la Motte Fouqué, o La Sirenita, de Hans Christian Andersen, presentan ninfas y sirenas incapaces de seducir a los hombres, carentes de sensualidad. Ya no son malévolas, sino románticas y enamoradizas, y su máxima aspiración en la vida es la obtención de un alma, lo cual sólo pueden lograr casándose con un mortal. Estas cualidades harán de ellas seres frágiles y fácilmente engañables, por lo que generalmente estas historias terminan mal para sus protagonistas. En suma, como lo señala Vic de Donder, las sirenas se convierten en un modelo de virtud.
De cómo progresivamente los manatíes llegaron a su forma actual sin pasar por el estado de sirenas
En medio de este incesante progreso del saber, algunos científicos seguirán atribuyendo a manatíes y dugongos una cierta relación con las sirenas marinas. Así, en las primeras décadas de este siglo, finalmente se logra clasificar a estos mamíferos marinos en un grupo aparte, lejos de focas y ballenas, el cual es elevado al rango de orden y bautizado con el nombre de Sirenia. ¿Significa esto que los científicos son partidarios de la primera hipótesis? ¿Piensan realmente que los actuales sirénidos provienen de las sirenas marinas?
La respuesta es no. La aparición de El origen de las especies va a modificar por completo las ideas acerca de la transformación de los seres vivos. En esta obra, Darwin expone cómo los organismos actuales provienen de otros anteriores que sufrieron modificaciones transmitidas de una generación a otra, conservadas por mecanismos diversos. El principal de ellos es el de la selección natural, el cual opera sobre las variaciones que se producen en los individuos de manera azarosa, confiriéndoles ventajas o desventajas en la lucha por la existencia, la cual tiene lugar entre individuos de la misma especie debido a lo limitado de los recursos ante el crecimiento de la población. Dichas variaciones se irán acumulando de manera lenta y gradual en las poblaciones de organismos —Darwin estaba convencido de que la naturaleza no da brincos—, provocando cambios en ellas en la medida en que las variaciones favorables iban predominantes, hasta conformar un grupo distinto al que pertenecían, esto es, una nueva especie. El registro fósil es imperfecto, ya que en él no aparece toda la secuencia de cambios. A pesar de que Darwin contemplaba otros mecanismos para dar cuenta del origen de nuevas especies, el neodarwinismo del siglo XX va a retomar únicamente el de la selección natural, haciendo de la adaptación una especie de panacea universal para explicar cualquier proceso evolutivo.
Así, desde esta perspectiva, Jacques Cousteau explica la evolución de los sirénidos sin pasar por las sirenas. “Hace unos 50 o 60 millones de años, por razones aún oscuras, un cierto número de mamíferos marinos primitivos, muy diferentes a las especies actuales, avanzaron hasta los límites de las aguas oceánicas. Con el paso de las generaciones se produjeron algunos cambios genéticos que modificaron su apariencia física. Estas adaptaciones se hicieron progresivamente más funcionales. Ellas les permitieron, con el tiempo, multiplicar y prolongar sus incursiones al mar, antes de lograr llevar una existencia anfibia, y después completamente acuática.” Así, “unos herbívoros, primos de los ancestros del elefante actual, emigraron hacia las aguas poco profundas de los litorales o a los esteros. Eran los lejanos abuelos de los sirénidos —manatíes y dugongos”.
¿Quiénes eran estos ancestros de los sirénidos y de dónde vienen? Sirenas no, pero sí parecen provenir del Mediterráneo. Se dice que estuvieron emparentados con los elefantes, pero hace ya casi 50 millones de años, durante el Eoceno. Se piensa que a mediados de esa época, existían varios géneros de estos animales, todos acuáticos, aunque de diversas apariencias, distribuidos en gran parte del planeta, incluyendo el hemisferio sur del Nuevo Mundo. El fósil más antiguo que se conoce data de esta época y fue hallado en Jamaica. Se trata de Prorastomus sirenoides, cuyo aspecto es ya distinto al de los dugongos del Viejo Mundo, de los que desciende, y más parecido al del manatí, aunque carece todavía del sistema de reemplazo de dientes que caracteriza a este último.
Se piensa que, así como lo explica Cousteau, las presiones que ejerce el ambiente van generando cambios que van a llevar a la aparición de Potamosiren, considerado como el ancestro más cercano a los manatíes actuales (Trichechus), pasando por Protosiren. A Potamosiren lo incluye Domning en la familia Trichechidae, a pesar de que no se diferencia mucho de sus ancestros, pues carece de dientes extras o supernumerarios. Su argumento es que el registro fósil está aún incompleto y que hay que ampliarlo.
La aparición del sistema de reemplazo de dientes en la familia Trichechidae la explica Domning como una consecuencia de los cambios ocurridos en el Mio-Plioceno, los cuales provocaron una fuerte abundancia de gramíneas en los deltas de los ríos. “Los triquéquidos se adaptaron a este nuevo y abundante recurso alimenticio, primero por la evolución del sistema de reemplazo horizontal de molares extras (en Ribodon), y posteriormente por la reducción del tamaño de los molares” y otras modificaciones más, en Trichechus. El resto de las transformaciones que van a provocar la aparición de T. inunguis, especie amazónica, y T. manatus, especie del Caribe y Florida (modificación de dientes y otros caracteres más), las explica Domning igualmente como adaptaciones a cambios en la dieta.
Sin embargo, también dentro del mundo de las ciencias hay discrepancias. No todos los que se dedican a la evolución comparten este tipo de explicaciones adaptacionistas que tanto pululan en la literatura científica y que constituyen la visión predominante. Existe una corriente que ha elaborado críticas profundas a lo que ha denominado como “programa adaptacionista” o “panglossiano”, conformada por figuras como Richard Lewontin, Stephen Jay Gould, Elizabeth Vrba, Steven Stanley y Niles Eldredge, entre otros. Ellos piensan que la selección natural no puede dar origen a nuevas especies, que son otros los mecanismos responsables de la especiación, que no todo carácter es producto de la adaptación, que este programa ha tenido éxito porque es muy fácil armar historias adaptativas debido a la vaguedad de sus bases y, además, si una de ellas falla, es igual de sencillo inventar otra historia similar. Un ejemplo de esto son las explicaciones de los sociobiólogos, quienes con su reduccionismo a ultranza, han llevado a sus extremos este programa, por lo que Gould se refiere a la sociobiología como “el arte de contar historias”.
Ello no significa que las sirenas retomen su lugar perdido en la Scala Naturae, pues para estos investigadores no existe una cadena de seres continua. Su idea de la evolución es puntualista o discontinua, esto es, que el ritmo de la evolución presenta largos periodos de “estasis”, durante los cuales sólo hay cambios menores —como los adaptativos—, seguidos de breves momentos, en el tiempo geológico, en los que ocurren los eventos de especiación. Y a pesar de que en sus explicaciones incorporan “monstruos esperanzados”, no incluyen a las sirenas entre ellos. Antes de completar su ocaso, las sirenas tuvieron una última incursión en la ciencia. Cuenta Durand que a mediados de este siglo, en un congreso de Paleontología, científicos japoneses presentaron unas momias que aseguraban eran de sirenas. No hubo quorum, y todos los asistentes determinaron los ejemplares como dugongos. Lamentando la preeminencia de dugongos y manatíes sobre las sirenas, el mismo Durand concluye: “los mudables humanos prefirieron el saber a la grata fantasía”.
Epílogo: de ciencia y mito
Cada sociedad genera, a lo largo de su historia, su propia visión del mundo, su marco referencial al interior del cual todas las cosas cobran sentido. Prejuicios, relaciones de poder, fantasías, la vida social y mental, en su totalidad, influye en la conformación y cambio de su cosmovisión. Por supuesto que no de manera mecánica. La forma en que los hombres han explicado la presencia a su alrededor de otros seres vivos, así como la propia, es una muestra de ello. De lo mitos griegos a la ciencia contemporánea, en el caso de la llamada cultura occidental, las ideas acerca del origen de los organismos se encuentran enmarcadas socialmente. Y sin embargo, la ciencia moderna niega este hecho al pensarse neutra y completamente objetiva, adjudicándose desde esta altura el derecho de calificar como mito todas las explicaciones anteriores, así como las procedentes de otras culturas contemporáneas. Mas, ¿qué tan lejos se encuentra la ciencia de lo que se llama mito?
Difícil responder a semejante pregunta, y no es el propósito de este texto. Baste con mostrar lo complejo que es, en ocasiones, delimitar esta frontera. La idea de la Gran Cadena del Ser se mantiene a lo largo de la historia occidental, hasta convertirse en un elemento cultural, como lo muestra Lovejoy, y esta idea va a influir en el pensamiento de Darwin, favorecida por el contexto social, como lo señalan Gould y Eldredge. “La preferencia que generalmente tenemos muchos de nosotros por el gradualismo, es una instancia metafísica inserta en la historia moderna de las culturas occidentales: no es una observación empírica de orden superior, inducida por el estudio objetivo de la naturaleza. La famosa frase atribuida a Linneo: natura non facit saltum (la naturaleza no da saltos), refleja tal vez algún conocimiento biológico, pero también representa la transposición dentro de la biología, del orden, la armonía y la continuidad que los gobernantes europeos esperaban mantener en una sociedad ya asediada por demandas de cambio social.” Es posible que la teoría de la evolución posea ciertas características que la diferencien de otras y la acerquen más al mito. François Jacob piensa que “entre las teorías científicas, la teoría de la evolución tiene un estatus particular. No solamente porque, en ciertos aspectos, sigue siendo difícil de estudiar experimentalmente y que, además, dé lugar a diversas interpretaciones, sino también porque ella explica el origen del mundo vivo, su historia y su estado actual. En ese sentido, la teoría de la evolución es frecuentemente tratada como un mito, es decir, como una historia que cuenta los orígenes y, a partir de ahí, explica el mundo vivo y el lugar que ocupa el hombre en éste”.
Aparte de estas especificidades, existen muchos elementos que acercan mito y ciencia, y que bien valdría la pena profundizar. El mismo Jacob proporciona un ejemplo: “En su esfuerzo por cumplir su función y encontrar un orden en el caos del mundo, mitos y teorías científicas operan según el mismo principio. Se trata siempre de explicar el mundo visible por medio de fuerzas invisibles, de articular lo que se observa con lo que se imagina”.
Es por eso que, como lo dice el mismo Jacob, la imaginación juega un papel fundamental en toda explicación o representación del mundo, sea mítica o científica. Así, muchos seres imaginarios han sido parte integral de una visión del mundo en diversas épocas y culturas, ocupando un lugar en la explicación del origen de los seres vivos, constituyendo un eslabón indispensable de la Gran Cadena del Ser, al igual que los seres intermedios en las actuales historias evolutivas, cuyos restos se supone algún día serán desenterrados por un paleontólogo.
Las sirenas fueron exiladas por la ciencia para, en su lugar, poner una serie de seres tan hipotéticos como ellas, aunque menos atractivos, así como las leyendas y los mitos fueron desechados para introducir historias adaptativas igual de fantasiosas y tal vez menos fascinantes por repetitivas. La imaginación desborda en ambos casos.
“Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes”, decía José Durand. Mas, paradójicamente, el fin de siglo se acerca y el manatí se encuentra en peligro de extinción mientras que las sirenas gozan de buena salud y hasta estrellas de cine son hoy día. Todo indica que estos deliciosos seres seguirán viviendo aún muchos años cambiando de aspecto y cualidades, como todo ser vivo, en un mundo en el que quedará como leyenda la existencia de un simpático animal marino, conocido en su época como manatí y alguna vez emparentado con las esplendorosas sirenas.
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Referencias Bibliográficas
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1993. Algunas consideraciones sobre la evolución de las sirenas. Ciencias, núm. 32, octubre-diciembre, pp. 35-47. [En línea].
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Ernesto Vicente Vega Peña | |||||||||||||||
El origen de los dragones es un tema que causa polémica.
Existen diversas interpretaciones que corresponden tanto a diferentes escuelas de pensamiento como a etapas particulares en el desarrollo de alguna de estas corrientes. Una somera revisión bibliográfica saca a relucir seis hipótesis generales acerca del origen de los dragones (Karovsky, 1985).
1. La teoría teológica ortodoxa concibe a los dragones como seres creados por Satanás, escapados del infierno. Son intrínsecamente malévolos, por lo que deben ser destruidos.
2. La teoría teológica revisionista propone que se trata de animales antediluvianos, uno de los primeros intentos de Dios para poblar al mundo. Por razones desconocidas tornáronse malos, consecuentemente debieron desaparecer en el diluvio, pero no lo hicieron. Criatura del señor al fin y al cabo, no son intrínsecamente malos, pero si es conveniente eliminarlos.
3. La teoría metaevolutiva indica que se trata de un dinosaurio muy especializado. La adquisición de sus capacidades es algo no aclarado aún, pues no ha ocurrido en ningún otro grupo de seres vivos.
4. La hipótesis exobiológica, como su nombre lo indica, sugiere un origen extraterreno de estos organismos.
5. La teoría paleofaunística propone que se trata de seres sobrevivientes de la fauna mítica que originalmente pobló la tierra, como unicornios, pegasos, catobleps, borametzes y fauna similar. Posiblemente hayan sido contemporáneos de los “dioses arquetípicos” descritos por el historiador Lovecraft. Por lo menos sí parece seguro que convivieron con enanos, elfos y hobbits durante la Tercera Edad (Tolkien, 1959). Tampoco se sabe si hay relación filogenética con el paladín japonés de los años cincuenta: Godzilla.
6. La concepción del universo como un equilibrio de fuerzas otorga a los dragones un lugar propio. Son los contrapesos de la bondad, representada tal vez por pegasos y unicornios. Su presencia es perturbadora, pero no por eso deben ser aniquilados.
Existen varias descripciones de estos animales, pero en general coinciden con la siguiente: “una lagartija de muy buen tamaño, de ojos rojos, uñas afiladas, con alas en el dorso, capaz de echar humo y fuego por la boca. Muy mañoso, además (Karovsky, 1985). Se desconoce su ubicación taxonómica precisa, pero se le supone emparentado con el Dracosaurus sp., por lo que se agrega su clasificación (Tabla 1).
No se tienen muchas referencias acerca de su anatomía. El esquema del esqueleto que se presenta (Figura 1) es la reinterpretación actualizada del dibujo hecho por Hoken (citado en Delval, 1902), simbolizando al “Lindwurm” destruido por Sigfrido. Salvo por las alas, que surgen de una cintura escapular “doble” (única en los vertebrados), no se encontró nada novedoso.
En general son terrestres, aunque los hay marinos, prefieren las cavernas o las montañas, cercanas a bosques lúgubres y sombríos. Tienen una muy amplia distribución: se ha reportado su presencia en Asia, Europa y Mesoamérica. Como son animales voladores no es fácil localizar su centro de diversificación.
De hábitos nocturnos y crepusculares, estos animales han sido descritos como inteligentes, mañosos y perezosos. Odian a los unicornios y cuando pueden, roban cuantiosos tesoros para después cuidarlos celosamente (aparte de terapia ocupacional, no se sabe si los emplean para otra cosa). Son solitarios, con un periodo de vida desconocido (la creencia general es que son inmortales, si no se les mata). Tampoco se sabe gran cosa sobre sus hábitos reproductivos y ciclo de vida, aunque se sospecha que son hemimetábolos (Ávila, comunicaciones personales). Se desconocen sus costumbres previas a la aparición del hombre, pero desde que éste apareció los dragones disfrutan mucho, aparentemente, al destruir villorrios y pueblos, amén de tener en gran estima a los individuos humanos de sexo femenino no iniciados en actividades sexuales (a quien llamaremos Ihsfnias de aquí en adelante). Por todo lo anterior, estos seres (los dragones) tienen importancia económica, que se discutirá más adelante.
Interacción hombre-dragón
Antecedentes
Los dragones han estado vinculados a diferentes grupos humanos desde hace mucho tiempo, tanto que se incorporaron a los acervos culturales de cada civilización involucrada. De este modo, hay varias maneras de entender el mismo fenómeno, al menos una por cada grupo humano que tuvo la fortuna de entrar en contacto con estos animales.
Algunas mitologías mesoamericanas (mayas y mexicas) hacen referencia a seres que pueden clasificarse como dragones. Arellano, H., (1992) sugirió una identificación del dragón con el cocodrilo en la mitología maya. El “dragón-cocodrilo”, corresponde a una deidad vinculada a la fertilidad, a la Tierra y también al inframundo. “Ha simbolizado y representado al cosmos, cabal y viviente”, señaló. Uno de los nombres mayas de este dios es Hun itzam na, “madre 1 lagarto” (cipactli en su equivalente mexica). Este autor comentó también acerca de algunas referencias olmecas sobre la tierra, que involucran al cocodrilo o caimán (y consecuentemente al dragón). Conviene señalar que ciertas representaciones de Quetzalcóatl hacen recordar a un dragón.
La presencia del dragón no ha pasado desapercibida en Asia, especialmente en China, donde le fueron otorgados diversos significados: acuático, terreno y celeste a la vez. El posible sentido de lo anterior es que se trata de representaciones de diferentes aspectos del principio único, K’ien, origen del cielo y productor de la lluvia. Como consecuencia representa actividad celeste (lluvia y trueno). Al unir tierra y agua se convierte en símbolo de fertilidad, de vegetación, de vida y de renovación cíclica. Su cabeza, cola y cuernos corresponden a los nódulos de la luna, lugares donde ocurren los eclipses (tal vez por eso los árabes tenían por sitio tenebroso a la cola del dragón). En el equinoccio de primavera el dragón se eleva por los cielos (simbolizándose por la estrella kio o espiga de la virgen) y desciende en el equinoccio de otoño (representado con ta-kio o arcturus).
El poder del dragón es la unión de los contrarios, la imagen del yin y del yang. Es yang porque representa al trueno, a la primavera, a la actividad de los cielos, al caballo y al león. Es yin porque domina las regiones acuáticas, y por lo tanto es la metamorfosis del pez; también por su identificación con la serpiente.
Seres inmortales, los dragones han representado al emperador, a su poder y sabiduría, la cara del dragón es la del emperador; su paso, el del dragón, la perla del dragón es la palabra y pensamiento del emperador. Brillante, perfecto e inobjetable. Se cree también que la perla, objeto precioso, es custodiada por un dragón con los ojos siempre abiertos; al morir, el emperador, sube a los cielos montado en un dragón volador.
En la India se le identifica con el principio, con agni o prajapati. El dragón produce el soma, elixir de la inmortalidad. Aquel que pueda matar al dragón (según este tipo de creencias) se hace uno con el poder divino. (Chevalier & Gheerbrandt, 1983).
En occidente, los primeros registros fueron hechos (como es costumbre en estas partes del planeta) por los griegos. Uno de los diez trabajos de Heracles consistió precisamente en matar al dragón que custodiaba el jardín de las hespérides. También es conocido lo que hicieron Cadmos y Jasón con los dientes de un dragón: los sembraron y de ellos nacieron los hombres (Garibay, 1986).
El prudente Ulises se enfrentó, exitosamente hay que reconocer, a una variante marina y bicéfala, Caribdis y Escila —conviene insistir en la falsedad de la interpretación que convierte a este dragón bicéfalo en un par de remolinos escondidos tras unas aburridas rocas, perdidas en el Egeo—. (Homero).
Pero también hubo dragones entre los hombres de la Grecia antigua. Así, cuando en Atenas gobernaban los alcmeónidas, alrededor del siglo VI a. C., por razones que no vienen al caso, Cilón (noble y jugador olímpico) organizó con campesinos y artesanos una revuelta, sitiando la acrópolis. El entonces arconte, Megacles, reprimió esta insurrección con brutalidad innecesaria; como además les cayó la peste y perdieron el control de una ciudad por una guerra en la que los derrotaron, los alcmeonidas vieron mermado su prestigio como gobernantes. Entonces fue designado otro arconte no alcmeónida, llamado Dracón. Este tuvo la ocurrencia de grabar en piedra las disposiciones jurídicas con la finalidad de impedir las arbitrariedades de los jueces, parciales en favor de los nobles, imponiendo castigos muy severos (draconianos) a los que no las cumplían. Con todo, sus esfuerzos no pacificaron a Atenas. Fue Sólon quien logró este objetivo (Nack y Wägner, 1959).
Los dragones adquirieron la fama que tienen actualmente, gracias a su interacción con un grupo humano en particular: los cristianos. En su esquema clásico del bien y del mal, los dragones se han identificado con la sierpe, el diablo. La representación de Cristo caminando sobre serpientes indica la victoria del bien sobre el mal. Un par de campeones de la cristiandad trataron con este tipo de fauna. San Jorge salvó a la hija del rey de Libia cuando un dragón estaba a punto de devorarla. Santa Martha se enfrentó con otro de estos animales, de nombre “tarasque”, que asolaba las regiones de Avignon y Arles. La estrategia de esta santa consistió en rociarle agua bendita, volviéndolo dócil. De este modo pudo amarrarlo para que después llegaran los pobladores (no se sabe de dónde) y lo mataran. Todavía se recuerda la hazaña en la Villa de Tarrascón, donde se hacen procesiones anuales, empleando figuras de dragones (Larousse Encyclopédique, 1963).
Las tradiciones alquímicas interpretan al dragón como la neutralización de las tendencias opuestas, como las de azufre y las del mercurio. Significa también la naturaleza latente, no expresada: el ouroboros, serpiente (o dragón) que se muerde la cola (esta significación puede variar, quedando como el ser que se genera a sí mismo, que surge de su propia boca).
Otros contactos de los hombres con los dragones están consignados en diversas obras históricas. Ya se hizo referencia al “Nibelungenlied”, donde Sigfrido mata al “Lindwurm”, celoso vigilante del oro del Rhin (parte de las capacidades de Sigfrido se originan por bañarse en la sangre de su víctima). El gran héroe Don Quijote también enfrentó dragones y peligros mucho mayores.
Interpretaciones contemporáneas
La interacción hombre-dragón (HD de aquí en adelante), debido a sus múltiples facetas, puede abordarse de varios modos. Consecuentemente es difícil desarrollar una teoría general y única sobre este fenómeno. No es el propósito de este trabajo hacer una revisión exhaustiva sobre los distintos enfoques y sobre la polémica existente. Sólo se comentarán brevemente dos de los enfoques más conocidos y sus posibles aplicaciones para ejercer un manejo de estos animales que sea conveniente a los intereses de la sociedad en su conjunto.
Gracias a los trabajos de Lotka-Volterra fue posible matematizar adecuadamente la interacción HD. El modelo general propuesto para estos autores es el siguiente (Begon, Harper y Townsend, 1986):
dN/dt = RN − A’CN
Ecuación de la presa
dC/dt = FA’CN − QN
Ecuación del depredador
donde
N = número de presas (ihsfnias)
R = tasa de crecimiento de las presas A’ = Eficiencia de búsqueda o tasa de ataque del depredador C = Número de depredadores F = Eficiencia del depredador en transformar su presa en descendencia del depredador Q = Tasa de mortalidad del depredador Algunos autores han propuesto presas diferentes, como por ejemplo los tesoros (Peraloca, 1983). Sin embargo, el tipo de presa representado tiene mayor interés para el grueso de la población.
Partiendo del modelo propuesto sólo restaría encontrar los valores adecuados para detectar algún tipo de óptimo en esta interacción. En términos operativos, los parámetros más adecuados para explorar la dinámica de esta interacción son R y A’ (otros como Q y F suponen un conocimiento de la biología de este ser, que aún no se tiene). Sin embargo, la naturaleza del fenómeno no permite hacer extrapolaciones tan simples. Existe un componente social de enorme peso que le otorga a la interacción HD nuevas propiedades, no contempladas en el modelo previo.
Hay otra manera de interpretar esta interacción. Su núcleo es la gran importancia de los ihsfnias en varias sociedades. La aplicación de este enfoque, por lo tanto, se restringe en gran medida a los grupos humanos “conservadores”.
La interacción HD puede ser inestable. El curso que siga esta interacción depende de diversos factores, tanto biológicos como sociales. Uno de los primeros intentos por representar todas las posibles rutas de esta interacción es el hecho por Castillo (1981), quien descubrió patrones cíclicos en los comportamientos de las poblaciones estudiadas en la región de Canocabamba. Este autor propuso un diagrama de flujo, que si bien no explica muchos otros casos, si puede dar una idea general de lo diversa y compleja que puede ser esta interacción (Figura 2).
Posteriormente se han realizado otros estudios, que han descubierto una cantidad insospechada de respuestas sociales ante la presencia del dragón. Chardin (1988) resumió varias de ellas en su libro (clásico del tema): The meaning of dracons… La tabla 2 se extrajo de dicha obra. De ella se concluye básicamente que los dragones reducen los tamaños poblacionales de las sociedades con las que interactúan, mediante mecanismos a veces insólitos. Pero no es ésta la única respuesta. Puede suceder (y de hecho así ocurre) que aumente el flujo génico entre poblaciones. Y aunque resulte antagónica, otra respuesta general es el aumento del entrecruzamiento en una misma población.
Una revisión de las respuestas de la tabla 2 pone al descubierto relaciones sucesionales entre ellas. Como ejemplo, tómense las respuestas 7, 9 y 10: una puede llevar a la otra sin mucha dificultad. Otro conjunto de respuestas estrechamente ligado es el que se forma con 8, 4, 6 y 1. De este modo surge la vieja interrogante acerca del determinismo y la predictibilidad en los procesos sociales.
La evidencia acumulada hasta el momento sugiere que los dragones otorgan a las sociedades cierto elemento, no definido aún, capaz de modificar cualitativamente su comportamiento. Esta alteración hace que la dinámica social sea predecible, asunto tratado por varios autores, entre ellos Asimov (1984).
Comentarios finales
La importancia de los dragones en las sociedades occidentales está relacionada directamente con los ihsfnias e indirectamente con el matrimonio, la familia y la sociedad en su conjunto. Los dragones, al chocar abiertamente con la posesión de tesoros e ihsfnias, ponen de manifiesto lo restringido y absurdo de ciertas “premisas” o supuestos “principios naturales” sobre los que se estructuran algunos edificios sociales. Consecuentemente, los grupos humanos que ven afectados sus intereses tratan de eliminarlos. Para lograr sus objetivos no vacilan en recurrir al asesinato y a la mentira histórica.
La presencia del dragón hace visible la contradicción de nuestras sociedades poniendo en evidencia su carácter distintivo, volver mercancía todo lo que entre en contacto con ellas: mujeres, hombres, costumbres y dragones. De igual modo, en la escala del individuo surgen las contradicciones cuando el dragón enfrenta las escalas de valores vigentes.
El dragón, entidad no humana, le otorga al hombre propiedades humanas cuando lo enfrenta (como la contradicción y el cambio constante). Es curioso que en el oriente se haya desarrollado una concepción tan distinta del mismo ser. En occidente, las clases poderosas le temen; en oriente, se identifican con él. Esto puede ser una prueba más de las esencias contradictorias del dragón y del hombre, junto con todas sus creaciones.
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Referencias Bibliográficas
Arellano-Hernández, 1992, Notas sobre un dragón maya, Ciencias, 28:41-45, México.
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Ernesto Vicente Vega Peña
Profesor adjunto de la Facultad de Ciencias Ocultas y Lenguas Muertas,
Universidad Nacional Autónoma de Kafkatlán, UNAK.
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cómo citar este artículo →
Vega Peña, Ernesto Vicente. 1993. Breves comentarios a la interacción del hombre y el dragón. Ciencias, núm. 32, octubre-diciembre, pp. 50-55. [En línea].
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Fernando Ortega Escalona | |||||||||||
De los tipos de vegetación, las selvas tropicales y los
acahuales —selvas desmontadas con distintos grados de recuperación—, son los ecosistemas terrestres más eficientes en la transformación de energía solar en biomasa, pero son muy complejos en todos los niveles o desde cualquier punto de vista, y por eso su manejo orientado hacia la producción de satisfactores para el hombre, hasta la fecha, todavía no se ha podido optimizar. En las zonas tropicales las plantas son capaces de producir más de 2000 gramos de materia orgánica seca por m2 al año, y en las regiones templadas entre 1000 y 1500 gramos por m2 al año (Lerch y Vázquez, 1978). Además, la abundancia de plantas en los trópicos es considerable. Una hectárea de selva amazónica tiene 93780 vegetales (hierbas, arbustos y árboles), que representan 940416 kg de materia orgánica, y una parcela de 2000 m2 comprende 502 especies de plantas (Fittkau y Klinge, 1973). Esta diversidad botánica propicia la existencia de un gran número de especies animales. Un estudio de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos para un área de cuatro millas cuadradas (10.35 km2) informa que existen 750 especies de árboles, 1500 de plantas con flores, 125 de mamíferos, 400 de aves, 100 de reptiles y 60 de anfibios (FAO, 1985).
En el plano forestal, más de 43% de los recursos maderables del mundo se encuentran en la zona delimitada por los dos trópicos, el de Cáncer y el de Capricornio (FAO, 1985). En América Latina los bosques tropicales abarcan 719735000 hectáreas (Harpole, 1991) y en ellas, hasta el momento, se conoce que hay al menos 7500 especies de árboles desarrollándose (Iltis, 1978).
En México las selvas también tienen una alta diversidad. En Uxpanapa, Veracruz, en cinco hectáreas de selva primaria se registraron 265 especies de plantas vasculares, y en otras cinco hectáreas selva secundaria (acahual), 121 especies de plantas, de las cuales 160 son árboles (Toledo, 1988), y en la región de los Tuxtlas, Veracruz, en una hectárea hay 100 especies arbóreas (Toledo, 1979).
Por otro lado, es lamentable que la deforestación que en el mundo avanza a un ritmo estimado de 18 a 20 millones de hectáreas anuales, se concentre en los ecosistemas tropicales de África, Asia y América Latina (Toledo, 1983), pues en la zona delimitada por los dos trópicos las selvas se reducen a 11.3 millones de hectáreas anualmente (FAO, 1983; Anaya, 1987) y al mismo tiempo se incrementa la demanda de productos forestales: leña, papel, tablas, triplay, paneles, etcétera. De ellos, los de mayor grado de transformación —duelas, artículos deportivos, papel, etcétera—, emplean en su producción muy pocas especies de maderas tropicales (Kribs, 1968); sin embargo, en el sureste asiático y en Centro y Sudamérica, menos de 15 especies conforman la mayor parte de la madera que se comercializa internacionalmente (Lugo, 1986). ¿Es nociva para las selvas la explotación selectiva? ¿Se pueden explotar más especies de maderas tropicales de las que actualmente se aprovechan? ¿Qué se debe hacer con las maderas tropicales no comerciales? ¿Cuáles son las principales causas de la deforestación de los ecosistemas tropicales? Las respuestas a estas preguntas son muy difíciles de formular debido a la extensión de los bosques tropicales y a la gran población que usa productos forestales de estos ecosistemas.
En este artículo no se pretende siquiera delinear las respuestas a las preguntas planteadas; su objetivo es más modesto: solo señala algunos de los elementos presentes en la problemática de las selvas tropicales, de manera que nos sirvan como puntos de referencia para darnos una idea de ciertas características de la situación en la que están inmersas las maderas de estos bosques.
Causas de la deforestación
El alto índice de deforestación de los ecosistemas tropicales implica forzosamente la desaparición de muchas especies cuyo valor potencial se desconoce. Esta desaparición es uno de los problemas ambientales más serios del planeta, no solamente por su magnitud sino por sus consecuencias. Además, menos de 1% de las especies de los bosques tropicales han sido estudiadas para su posible uso o aprovechamiento humano (FAO, 1985).
En América Latina la deforestación devasta anualmente de 4 millones (Harpole, 1991) a 4.5 millones de hectáreas de ecosistemas tropicales (FAO, 1987). En esta región la transformación de las selvas en terrenos ganaderos es el más importante de los factores que contribuyen a su deforestación. En México, por ejemplo, dichos terrenos aumentan a una tasa de 1 millón a 2 millones de hectáreas anuales (Maass y García, 1990). Su producción por hectárea es de 0.5 a 1 cabezas de ganado al año y por cada hectárea transformada en pastizal se pierden alrededor de 250 especies de plantas y unas 200 de animales (Toledo et al., 1985).
El crecimiento desmesurado de la ganadería no es lo mejor para los países en desarrollo y nutricionalmente, la crianza de ganado no es una alternativa adecuada, debido a que la conversión de productos agrícolas en alimentos animales no es costeable porque implica pérdida de energía proteica. De 30 calorías en forma de forraje se obtiene una sola caloría pecuaria, y de 6 gramos de proteína vegetal se obtiene 1 gramo de proteína animal. Si hubiera recursos suficientes para producir a la vez los productos cárnicos que demanda la población urbana con mayores ingresos y los alimentos básicos, o más consumo en la dieta de la mayoría de la población, ello no representaría problema social alguno. El conflicto se presenta porque, para obtener los cárnicos, hay que dejar de producir los básicos. Los ejemplos son bastante conocidos: el cultivo del sorgo desplaza al del maíz y el frijol. Además, la ganadería extensiva ocupa enormes extensiones en zonas tropicales y subtropicales que podrían estar sembradas de cultivos básicos (Rello, 1986). De éstos, por ejemplo, el rendimiento promedio por hectárea de maíz obtenido en 1989 fue de 1.8 toneladas (Maldonado, 1989).
En otras palabras, para obtener una cantidad adicional de carne —no accesible a las mayorías, por cierto—, hay que restarle tierras y recursos a la producción de maíz y frijol. Consecuencia de ello es que actualmente en nuestro país, según algunas estimaciones, la cifra de mexicanos mal alimentados y con niveles de desnutrición severa alcanza al 40% de la población y en 1989 el monto de las importaciones de granos estuvo entre 8.5 millones (Solís, 1991) y 9 millones de toneladas (Arias, 1990). Lo absurdo de esta situación es que mientras la ganadería crece, cada vez se ingiere menos carne de res. El consumo de ésta, en México, bajó de 15.8 kg per cápita durante el bienio 1981-1982, a 11.6 kg en los años 1985-1986, y en la zona metropolitana del Distrito Federal, la adquisición de carne de res ha descendido a casi la mitad entre 1982 y 1987 (Ladislao, 1988).
Por lo que respecta a los incendios forestales, es obvio que forman parte de los ciclos de la naturaleza, pero cuando su frecuencia, intensidad y extensión no obedecen a leyes naturales sino a descuidos humanos, se convierten en agentes nocivos para la vegetación pues, entre otras cosas, representan resequedad del suelo, producen la destrucción de algunos árboles y el debilitamiento de los demás y, por ello, favorecen el ataque de insectos. Esto agrava el problema ya que frecuentemente la mayoría de los arboles que logran sobrevivir al incendio son destruidos por los insectos, de los cuales los más comunes son descortezadores (Pérez, 1981). Por otra parte, los daños que provocan los incendios forestales representan, en lo económico, la pérdida del valor de los terrenos arbolados en por lo menos la mitad de su valor en condiciones normales (Cardeña, 1986).
En México no se cuenta con datos recientes publicados sobre incendios forestales, y los pocos que hay son muy generales y comprenden todos los tipos de vegetación, pero de éstos los más afectados ecológicamente en su mayoría son los arbolados, y se puede afirmar que buena parte de ellos están en las zonas tropicales, pues, por ejemplo, el estado de Chiapas, México, y la república de Mozambique ocupan el primer lugar de las zonas con alta incidencia de incendios (FUNDAMAT, 1988); en Chiapas, entre 1983 y 1987 se quemaron 257 375 hectáreas (Villeda, 1992), y en 1989, en el estado de Quintana Roo, 130 000 hectáreas fueron dañadas por los incendios ocurridos de marzo a principios de agosto (Feria, 1989; López, et al., 1990).
Otras cifras que ilustran el efecto de los incendios en la vegetación son las siguientes. La Dirección de Protección y Repoblación Forestal informa que en la década comprendida entre los años de 1965 y 1975 sucedieron 47018 incendios forestales que afectaron 1596582 hectáreas (Pérez, 1981). Promediando estos daños, se tienen 4701 incendios al año y 159658 hectáreas dañadas. Otra fuente señala que en 1983 se quemaron 272000 hectáreas y en 1984, 236000. Para 1985 se informa que se incendiaron 152000 hectáreas y que de éstas, 27% eran áreas arboladas y el 73% restante, zonas con pastos y vegetación arbustiva (Cardeña, 1986). Por otro lado, se menciona que las estadísticas oficiales indican que los incendios forestales afectan poco más de 200000 hectáreas anualmente (Guerrero, 1988). En cuanto al efecto de las plagas sobre los recursos maderables, los datos nacionales que hay son escasos y no muy actuales. Sin embargo, se podría considerar que, en México, al menos 200000 m3 de madera se pierden al año por la acción de plagas. En cantidad de madera dañada se estimó en 1980 que 90% de ella correspondió a la destrucción por escarabajos descortezadores y el 10% restante a insectos defoliadores, barrenadores, royas, muérdagos y hongos en general (Anónimo, 1980). La importancia de estas cifras no radica en su exactitud y actualización, sino que de alguna manera nos indican que nuestros recursos naturales están siendo afectados por los incendios y las plagas; que ambos podrían causar problemas más graves de los que han ocasionado hasta la fecha, y, por supuesto, que su contribución a la deforestación del país es importante.
Otro aspecto importante de las zonas tropicales es su población, ya que las selvas albergan a cuatro de cada diez pobladores que moran en el planeta (Bene, et al., 1979), y de él abarcan 14% de su superficie (Anónimo, 1992). En México el número de habitantes que viven en el trópico húmedo es de alrededor de 6 millones (Rodríguez, 1991). Sin embargo, sus actividades afectan seriamente a la cubierta vegetal natural. Por ejemplo, los quemadales asociados al sistema de roza-tumba-quema-siembra, en Quintana Roo, abarcaron cerca de 100000 hectáreas en los últimos años (López, et al., 1990); en la Selva Lacandona, Chiapas, por cada hectárea que se ha abierto al cultivo existe una hectárea quemada, y por cada 1.5 dedicadas a la agricultura existen más de 8 hectáreas dedicadas a la ganadería (Lobato, 1981).
Otro elemento que debe mencionarse es que dentro de las actividades rutinarias de la población de las zonas rurales y la de escasos recursos económicos de los grandes núcleos de población, está el consumo de la madera como combustible o leña. Ésta es tan importante como recurso ya que, por ejemplo, en 23 países el consumo energético depende en más de tres cuartas partes de la leña, y 16 de ellos figuran entre los 30 países del grupo de los menos adelantados (De Montalembert y Clement, 1983). Por otra parte, se ha estimado que de 50 a 60% (CATIE, 1984) de la madera cortada en el mundo aún sirve a la humanidad en su propósito original: como combustible para cocinar y para calefacción (De Montalembert y Clement, 1983).
La leña es un recurso crucial para el mundo y elemental para los países tropicales. Casi la mitad de la población mundial depende, para satisfacer sus necesidades energéticas, de un combustible: la madera (FAO, 1985); de 80 a 86% (Unasylva, 1985) de toda la madera que se consume anualmente en los países en desarrollo se emplea como combustible, y por lo menos la mitad de este porcentaje se utiliza para cocinar (CATIE, 1984).
Lo triste de la situación es que mientras más de 80% de la madera extraída en los países subdesarrollados es usada como fuente de energía, más de 80% del total de la madera industrializada se genera en los países desarrollados (FAO, 1985). Además, 20% o menos de la madera no usada como combustible en los países en desarrollo, es aprovechada para otro tipo de consumo y para exportar, pero la mitad de lo exportado es en forma de trozas que son transformadas en los países desarrollados (Unasylva, 1985).
En la región de América Latina y el Caribe, 60% de su población depende de la leña para satisfacer sus requerimientos de energía, y el consumo de ella varía de una región a otra, oscilando entre 0.55 y 1.60 m3/habitante/año. Además, los pobladores de las áreas rurales envían cantidades considerables de leña y carbón a mercados urbanos lejanos. Por ejemplo, el porcentaje de la población urbana que adquiere la leña en Guatemala, Nicaragua, Honduras y Costa Rica es de 44, 70, 30 y 34% respectivamente (FAO, 1987).
En México (1980) se han registrado 3.7 millones de viviendas que albergan a 21 millones de personas que usan como única fuente de combustible leña o carbón vegetal (FAO, 1987). Si multiplicamos 21 millones (de habitantes) por el índice de consumo de leña más bajo registrado para América Latina, que es de 0.55 m3/habitante/año, obtenemos 11550000 m3 de madera consumida al año como leña en todo el país. Otro estudio considera que en México (1985) la producción de leña más carbón vegetal es de 13136000 m3 al año, divididos en especies de coníferas (3941000 m3 y de no coníferas (9195000 m3) (FAO, 1986). Lamentablemente no se ha publicado el volumen de leña que se consume en las zonas tropicales y el que se consume en las templadas; tampoco se puede siquiera inferir qué cantidad de madera en rollo en pie se convierte en leña y cuanta es recolectada del suelo. Por otra parte, los datos disponibles son insuficientes para poder juzgar si los bosques templados y tropicales, pueden mantener una cosecha anual de 11.5 millones a 13.1 millones de m3 de madera para leña, junto con otras extracciones, como son la industrial y la doméstica con fines maderables no combustibles, además de las plagas, incendios, la ganadería, etcétera, que también los afectan.
Independientemente de lo complejo que resulte sopesar la importancia de cada elemento ecológico que interviene en la permanencia de los bosques templados y tropicales, es evidente que a medida que la población humana crece y los precios del petróleo suben, es inevitable que la recolección de leña contribuya cada vez más a la deforestación; además, el petróleo del mundo se agotará en poco más de 100 años (Anaya, 1987) y en México se cuenta con reservas del hidrocarburo sólo para 67 años más (Anónimo, 1988; Vega, 1988).
Por lo que se refiere al crecimiento de la población, se calcula que en México habrá para el año 2000 de 105 millones (García, 1988) a 110 millones de habitantes (Coplamar, 1978), y que entre 1990 y 2010 el número de mexicanos podría incrementarse en aproximadamente 35 millones más si las tendencias demográficas actuales no se modifican (Tudela, 1991). Es decir, si en 1990 éramos 81.6 millones de compatriotas (Mier y Terán, 1991), en el año de 2010 habrá 116.6 millones de personas en el territorio nacional. El problema no es que seamos muchos millones de personas, sino la forma de poblamiento que se está dando, el cual se caracteriza por presentar dos tipos de poblados: los grandes, o sea las ciudades, que contienen a la mayoría de la población, y los pequeños, dispersos entre las selvas y los bosques, formados por un reducido número de habitantes. Se estima que para el año 2000 la población rural será del orden de 33 millones y que la población que en localidades con menos de 1000 personas será de cerca de 23 millones (Coplamar, 1978). Por otro lado, las pequeñas congregaciones de personas son mucho más nómadas que las grandes y fácilmente aparecen y desaparecen.
La formación constante de pequeños poblados traerá como consecuencia que continuamente se estén abriendo tierras para ser cultivadas o pobladas, apertura que no puede ser controlada y que además no tiene metas, reglamentos ni perspectivas futuristas que contribuyan al equilibrio ecológico de las zonas pobladas. Se calcula que a causa de la explotación forestal selectiva, el pastoreo, los incendios, la roza-tumba-quema-siembra, dos terceras partes de los suelos forestales del país han sido alterados o destruidos (López et al., 1976), y anualmente la cubierta vegetal nacional se deforesta de 800 mil (Carabias, 1988) a un millón de hectáreas (Vázquez, 1989). Del total de hectáreas que se deforestan al año, de 300 mil (Ortega, 1990) a 530 mil hectáreas (Harpole, 1991) corresponden a las zonas forestales: bosque de clima templado y frío, selvas altas y medianas.
Algunos de los elementos básicos que contrarrestan la deforestación son la regeneración natural y las plantaciones. En las zonas tropicales de todo el mundo las selvas se regeneran a una tasa de 6 millones de hectáreas al año y las plantaciones aumentan 852 mil hectáreas por año (Lugo, 1986); pero también se deforestan a un ritmo de 11.3 millones de hectáreas anualmente (FAO, 1983; Anaya, 1987). Si consideramos que hay 1200 millones de hectáreas de bosques tropicales cerrados (FAO, 1983, 1985), y no tenemos en cuenta la regeneración natural de los mismos y las plantaciones silvícolas, con la tasa de deforestación de las selvas mundiales mencionadas desaparecerían en aproximadamente 106 años. Pero si se considera sólo la regeneración natural de las selvas, durarían cerca de 170 años, que no son muchos si se toma en cuenta que la vida media en 1990 es de 67 años (Partida, 1991), o sea 170/67 = 2.5 generaciones. Además, no hay que olvidar que estos 170 años de vida de las selvas mundiales fueron calculados con las tasas actuales de deforestación y regeneración, siendo lo más probable, si las condiciones no cambian, que en el futuro la primera aumente y la segunda disminuya, pues la explosión demográfica en las zonas tropicales aún está lejos de controlarse, a causa de los múltiples factores que intervienen en ello.
Entonces, seguramente las selvas tropicales desaparecerán en menos de 170 años, a pesar de que la situación no es la misma para todas las regiones ni para todos los tipos de vegetación, pues cuando no se tienen en cuenta sitios específicos sino el área en su totalidad, todo parece indicar que hay una tendencia fuerte y rápida hacia una degradación de los recursos forestales tropicales. En América Latina, por ejemplo, algunos estudios consideran que de 20 a 40% de las selvas de esta región desaparecerán entre 1980 y el año 2000 (Toledo, 1983; Matti, Meny y Salmi, 1987). En México se supone que las selvas tropicales altas y medianas, con los índices de regeneración y deforestación actuales, y si las tendencias presentes en el uso del suelo se detienen, desaparecerán totalmente en 124 años más (Ortega, 1990).
Respecto a las plantaciones silvícolas, si aumentan 852 mil hectáreas por año, dentro de 170 habrá aproximadamente en el mundo 145 millones de hectáreas, o algo así como 12% de los bosques tropicales actuales, pero para aquel entonces el número de habitantes que existirá seguramente será mayor del actual, y esa cantidad de plantación no les va a servir de mucho para satisfacer sus necesidades de productos forestales tropicales.
En América Latina existen aproximadamente 300 mil hectáreas de plantaciones silvícolas, y de ellas 7800 son mexicanas (Harpole, 1991). En cuanto a la vegetación secundaria o acahuales de selvas, en México no hay mucha información sobre su cuantificación, pero por lo menos se sabe que del área que ocupan actualmente las selvas altas perennifolias y altas o medianas subperennifolias (6.04% del territorio nacional), 87% presenta condiciones más o menos íntegras y el 13% restante está en distintos grados de perturbación o regeneración (Flores y Geréz, 1988).
En cuanto al sector forestal dedicado a la explotación maderable propiamente dicha, sus problemas al parecer siempre son los mismos: uso y manejo inadecuado del recurso, falta de integración e ineficiencia productiva y comercial de empresas forestales, deficiente infraestructura de caminos de acceso, intermediarismo, altos volúmenes de desperdicio en las áreas de corte y aserraderos, importaciones mayores que las exportaciones, empleo de pocos trabajadores (la mayoría de los cuales realizan actividades primarias, con un sueldo muy inferior al mínimo), falta de inversiones en el bosque, legislación inadecuada, falta de organización administrativa, falta de capacidad técnica, y algo muy importante: la tenencia de la tierra, pues en muchos casos el propietario se encuentra con que hay traslape de linderos, resoluciones presidenciales no ejecutadas, dotaciones duplicadas, ampliaciones y otorgamiento sobre tierras ya otorgadas, etcétera. (SARH, 1980).
¿Es nociva para las selvas la explotación selectiva?
De la panorámica esbozada a grandes rasgos en los párrafos anteriores, surge espontáneamente la inquietud de qué va a pasar con la diversidad de las selvas, sobre todo con las numerosas especies arbóreas maderables que las constituyen. Es lamentable que sólo algunas de ellas, según los cánones y la filosofía de la explotación forestal maderable actual, tengan un valor comercial o redituable. Tal concepción puede fácilmente ilustrarse al comparar el número de especies arbóreas más comúnmente encontradas o abundantes en los bosques tropicales, con el de aquellas que poseen valor comercial y el número de especies que actualmente se comercializan en un nivel industrial o semindustrial. En Malasia estos números son 3000, 677 y 408 (Yeom, 1984), y en México 500 (Anónimo, 1987a), 196 (Anónimo, 1987b) y 43 a 67 respectivamente (Anónimo, 1987b; Luna, 1987).
En Surinam los bosques constan de cientos de especies arbóreas y comúnmente una hectárea de ellas tiene no menos de 20 a 30, sumando 200-300 m3 de madera. Pero de esas especies solamente de 2 a 5 tienen un volumen de 10 a 15 m3 de madera que las hace aceptables comercialmente (Tempelaar, 1971). La dispersión en las selvas de las especies comercializables dificulta su explotación, En la selva amazónica, por ejemplo, en una hectárea se encuentran de 15 a 28 árboles con valor comercial en las zonas más ricas, pero lo más frecuente es que solo haya una o dos y para llegar a ellas se destruye 75% de la vegetación que las rodea. Dicha destrucción, además, puede ser sumamente rápida; los madereros tienen hoy en día a su disposición una impresionante gama de máquinas que pueden reducir a virutas los gigantes de las selvas en cuestión de minutos. Puede limpiarse una hectárea de selva en unas dos horas. Algo que una tribu tardaría en realizar, sin descepar, bastante más de un mes (Rubio, 1989).
En México la explotación selectiva, aparte de causar destrozos ecológicos, desperdicia gran cantidad de madera, ya que para aprovechar un árbol de caoba, por ejemplo, se derriban a su alrededor cinco o más que por sus dimensiones aún no adquieren valor redituable, o por desconocer sus características son considerados especies no comerciales (Leyva, 1985). En las selvas también se tumban centenares de hectáreas para convertirse primero en campos agrícolas y después en potreros, y la madera derribada no es utilizada más que para el autoconsumo, el resto generalmente se quema (Carabias, 1988).
De las especies no comerciales, a pesar de que muchas son conocidas en sus propiedades por los habitantes de las zonas rurales inmersas en su área de distribución o cercanas a ella, en su mayoría no tienen un aprovechamiento de grandes volúmenes, ya que carecen de un estudio técnico-científico con información precisa que pueda enmarcarlas en un uso industrial o semindustrial y que propicie su aceptación en el ámbito comercial (Luna, 1987; Harpole, 1991). Por añadidura, en México este tipo de maderas no se han podido integrar al mercado, entre otras cosas, debido a que su tecnología tiene un atraso de 50 años (Vizcaíno, 1983), y hay pocos especialistas y egresados de las escuelas superiores capacitados suficientemente en este campo (Vizcaíno, 1983; Lugo, 1986). Esto hace que haya una brecha entre la información generada y la que se usa o aplica. Claro que la generada no es suficiente para solucionar la problemática de las maderas tropicales, pero sería conveniente que al menos se aplicara en el país lo poco que se conoce acerca de los productos forestales, para reducir los 50 años de atraso en este campo. La información generada es impresionante; basta con visitar cualquier biblioteca con un buen acervo de documentos y se comprobará que hace aproximadamente 20 años Martín Chudnoff (1969) decía que la bibliografía era rica en información acerca de las propiedades de las maderas tropicales. Estimó que entre 1948 y 1968 se publicaron aproximadamente 3000 artículos de investigación sobre la utilización de productos forestales tropicales en 1500 documentos, y que toda esta información se había generado en unas 300 instituciones que habían investigado algún aspecto de los productos forestales.
La existencia de la brecha entre la información generada y la aplicada se debe al bajo nivel académico de las instituciones encargadas del desarrollo en el sector forestal de muchos países tropicales. La FAO, por ejemplo, da prioridad a la necesidad de elevar el nivel académico y hace hincapié en la pobreza de los sistemas educativos de las escuelas forestales en América Latina, pues la utilización de la madera, verbi gratia, es un campo actualmente poco desarrollado o abandonado en muchas escuelas de la región (Lugo, 1986).
Cabe resaltar en este contexto que es aconsejable considerar seriamente, en los proyectos de investigación sobre utilización de maderas poco conocidas o no comerciales, a las especies de la vegetación secundaria de las selvas (acahuales), debido a que estas formaciones vegetales cada vez abundan más y seguirán aumentando en el futuro, dada la tasa de alteración de las selvas primarias. Además, si la percepción de los bosques secundarios como poco útiles desde el punto de vista comercial, se cambia merced a la investigación sobre su aprovechamiento, esto repercutirá positivamente en el manejo silvícola de los mismos, y su conservación, que implícitamente comprende a las selvas primarias, adquirirá un significado importante (Lugo, 1986).
¿Qué se debe hacer con las maderas tropicales no comerciales o poco conocidas?
Las respuestas a esta pregunta son muy diversas; sin embargo, se pueden dividir de manera general en los siguientes tres grupos:
1) Los conservacionistas sostienen que estas especies son responsables de la alta diversidad de los bosques tropicales y que su ecología, y en muchos casos también su taxonomía, son poco conocidas. Por lo tanto deberían protegerse si se quiere preservar la calidad del ambiente y la diversidad biótica del planeta. Este punto de vista está extendiéndose en los Estados Unidos y en otros países (Lugo, 1986).
Todavía más, en algunas regiones norteamericanas se ha prohibido el consumo de maderas tropicales (Dávalos, 1992), y en México en algunas revistas de amplia difusión popular, por ejemplo en la titulada Muy Interesante, se recomienda no comprar muebles de madera tropical (Anónimo, 1992). Esto representa un desafío para los silvicultores, que deben enfrentar el reto aumentando la presión sobre los bosques tropicales para producir más madera pero eficientemente y sin deterioro de la vegetación (Lugo, 1986).
Hay quien plantea que al trópico cálido húmedo se le podría asignar la tarea de abastecer sólo a su población, olvidando su aporte al mercado nacional mientras se genera un modelo de desarrollo adecuado. Sería como una gran reserva que se encuentra en un compás de espera, en tanto no se formulen planes y programas que tengan en cuenta el efecto ambiental (Caballero et al., 1985).
Desde luego, según este punto de vista, no deben olvidarse los estudios sobre la utilización de las maderas no comerciales o poco conocidas; es obvio que la investigación ecológica, taxonómica y silvícola es muy importante para resolver el problema de la explotación irracional de los recursos (Lugo, 1986).
2) Yeom (1984) argumenta que las especies de maderas tropicales no comerciales o poco conocidas son un recurso potencial, cuyo verdadero valor puede ser únicamente revelado mediante la investigación de su uso. El potencial de este recurso puede ilustrarse si se compara el volumen de madera en pie en los bosques tropicales con el volumen que actualmente se aprovecha. En América Latina, por ejemplo, se calcula que las extracciones maderables en los bosques tropicales naturales para usos comerciales abarcan únicamente 0.4% del total de madera en rollo en pie. Sin embargo, se estima que más de 80% de las extracciones de estas formaciones vegetales sirven para fines locales, en forma de leña y carbón vegetal, y menos de 20% para propósitos industriales (Harpole, 1991). En México las maderas tropicales poco conocidas o corrientes son recursos de gran importancia, representan 36% de los aproximadamente 3000 millones de m3 de madera en rollo en pie con los que cuenta el país, pero en 1990, por ejemplo, sólo contribuyeron con 4.5% del total de la producción maderable, que en ese año fue de 8101986 m3 (CNIF, 1991). Por otra parte, entre 86 y 95% del volumen de madera que se corta durante las extracciones comerciales no se usa, y este porcentaje corresponde a las maderas tropicales poco conocidas (incluyendo fustes con defectos e inmaduros). Muchos países están tratando de resolver el problema, pero el uso de este tipo de maderas se ha incrementado, si bien con mucha lentitud, y esta se debe principalmente a la falta de información concreta (Lugo, 1986).
Los principales problemas en el uso de las especies de maderas poco conocidas, de acuerdo con Yeom (1984), son: 1) dificultad en la identificación de las especies, 2) información inadecuada sobre propiedades físicas y mecánicas, 3) incorrecta comercialización y usos finales inapropiados, 4) irregular o insuficiente abasto, y 5) pobre clasificación.
3) En contraste con los puntos de vista anteriores, Bethel (1984) argumenta que las especies de maderas tropicales poco conocidas son malas hierbas que deben erradicarse lo más pronto posible. Sugiere una transición de explotación que vaya desde la búsqueda de los usos para los productos que el bosque natural genera, hasta un manejo enfocado a qué es deseable y qué es necesario. La situación, según menciona, es similar al problema de las malas hierbas en la agricultura, donde productos como el maíz o el trigo deben crecer a tasas óptimas. Bethel (1984) también considera que sólo investigando el empleo de las especies de maderas tropicales poco conocidas se mejorarían los resultados, pues el desarrollo de nuevos productos a base de maderas “no usadas” o subutilizadas ha sido importante lo mismo para introducir maderas al mercado y facilitar su comercialización que como tema de investigación acerca de sus propiedades.
¿Se pueden explotar más especies de maderas de las que actualmente se aprovechan?
Dada la discusión anterior, se vislumbran dos tendencias para emplear las especies de maderas tropicales poco conocidas. Una es desarrollar procesos de industrialización que aprovechen cualquier árbol en forma íntegra, y la otra es que en las propiedades de los productos elaborados no influyan en las características físicas, mecánicas o químicas de las diferentes maderas con las que se fabriquen.
Ejemplo de la conjugación de las dos tendencias señaladas es la industria de los tableros de aglomerados de fibras o partículas de madera. En todo el mundo, ambos tipos de tableros se producían, en 1960, aproximadamente en la misma cantidad: 5 millones de m3, pero en 1986, la de tableros de partículas ascendió a 47705000 m3 y los de fibras sumaron más o menos 20 millones de m3 (Silva, et al., 1992).
En el país la producción de tableros de partículas y fibras de madera aglomeradas muestra una tendencia similar a la mundial, pero en magnitudes diferentes. En 1964, de cada tipo de tablero se producían menos de 50000 m3 (Silva, et al., 1992). En cambio, en 1989 se elaboraron 435000 m3 de tableros de partículas y 48000 m3 de los de fibras (USDA, 1989). En este periodo, 1964-1989, la industria de los tableros de partículas creció 8.7 veces y de 1975 a 1989, 2.8 veces aproximadamente, superando a toda la industria forestal, que en este último periodo aumentó su producción 1.3 veces (Cárdenas, 1977; USDA, 1989; CNIF, 1991; Silva, et al., 1992).
Lo anterior indica que la industria de los tableros de partículas supera con creces en desarrollo a la de los de fibras, tal vez porque resultan más resistentes y su elaboración es más sencilla y barata. También se puede inferir que es una industria de empuje con mucho futuro, pues la demanda del tablero de partículas avanza a grandes pasos, particularmente en campos que anteriormente eran casi exclusivos de la madera aserrada, es decir, las industrias del mueble y de la construcción. Esto es lógico ya que en cuanto a muchas de las propiedades que requieren los productos de estas industrias, los tableros de partículas superan a la madera aserrada y son más económicos. Además, las partículas de madera, aparte de que pueden ser de diferentes tamaños, se mezclan con otros materiales, como cemento o plástico.
En México la producción de tableros (35 fabricas de contrachapados, 10 de aglomerados y 2 de fibras) no caracteriza a la industria forestal, pues de las 2451 plantas que hay, la mayoría no se dedican a elaborar este tipo de productos. Se dividen en fábricas de cajas (42%), aserraderos (40%), aserraderos con fábrica de cajas (6%), taller de secundarios (46%), celulosa y papel 3%), resineras (0.9%), impregnación (0.8%) y de tableros (19%). Estas últimas se hallan repartidas en contrachapados (14%), aglomerados (04%) y de fibra (0.1%). Además, todas las industrias forestales transforman conjuntamente en productos de madera 8.1 millones de m3. Éstos están repartidos en pino (84%), encino (5%), comunes tropicales (4.5%), oyamel (2.8%), latifoliadas de clima templado (2.3%), otras coníferas (0.9%) y preciosas (0.5%) (CNIF, 1991).
Estos datos muestran que la industria forestal del país prácticamente se basa en la madera de especies de clima templado, dejando subaprovechadas a las de clima cálido-húmedo, mal llamadas comunes tropicales. Se considera que el aprovechamiento desigual entre estos dos grupos de especies de maderas (templadas y tropicales) hace que México, a pesar de estar en el 11° lugar en potencial forestal, en el consumo per cápita ocupe el 26° sitio (Herrera, 1982).
Si se industrializaran más las maderas tropicales, manejando las selvas adecuadamente y con base en criterios ecológicos, se podría incrementar la producción maderera o convertir este recurso en una fuente de riqueza permanente para el país. Hay muchas especies de maderas tropicales que crecen en México y que tienen gran demanda en el mercado mundial. Desgraciadamente los madereros mexicanos, por múltiples razones, —entre ellas falta de tecnología— no han podido comercializarlas.
Desde luego, uno de los factores importantes que ha impedido la industrialización de las maderas tropicales es la alta diversidad de especies que hay en nuestras selvas y acahuales derivados de las mismas. Para aprovecharlas eficientemente, sin el problema de la variabilidad, se podrían transformar en tableros de partículas de madera aglomeradas todas aquellas especies tropicales con gravedad específica media o baja, y las de densidad alta se dedicarían a la fabricación de pilotes, morillos y durmientes, ya que para estos productos se destina actualmente cualquier madera con densidad media o alta.
En cuanto a la elaboración de tableros con maderas tropicales, aparte de que se podrían aprovechar materiales que generalmente la industria de la madera serrada no emplea (ramas, copas, fustes torcidos, arboles pequeños, etcétera), también se usarían los desechos de ésta. Los tableros se comercializarían con mayor rapidez que la madera aserrada porque la demanda de aquellos aumenta cada día y la población, de una u otra manera, los empieza a aceptar en sus costumbres culturales: los tableros se ven por todas partes.
Otra tendencia en el aprovechamiento de las maderas tropicales es no emplear una determinada especie para algún uso específico, sino establecer los requerimientos mínimos o aceptables de cada uno y, con base en ellos, agrupar todas las maderas que los cumplan, considerando entre sus características tecnológicas comunes aquellas que sean básicas para los usos seleccionados. Esto facilita su explotación y comercialización, sobre todo de las no muy conocidas (comunes) y las de distribución restringida.
Es necesario mencionar que la demanda de maderas está basada en el conocimiento que el mercado tiene de las mismas y en los estudios tecnológicos que propicien su mejor transformación y difusión. Existen muchas maderas aún desconocidas para el mercado y para la ciencia y tecnología de la madera (Gómez, 1985). Además, por potencial comercial se entiende grandes fustes, distribución amplia y abundancia de individuos. Este concepto debe cambiar, al menos en el punto de grandes fustes, pues cada vez son más escasos, y existe ya la posibilidad de transformar las trozas no atractivas para los aserraderos en productos redituables, por ejemplo, en tableros de aglomerado.
Por otra parte, uno de los elementos clave para el desarrollo forestal en México será sin duda la negociación futura para la integración de los mercados de Estados Unidos, Canadá y México, pues el Tratado Trilateral de Libre Comercio repercutirá no solamente en la comercialización de la madera —dicho sea de paso, la importada cuesta hasta 30% menos que la nacional (Benítez, 1989)—, sino que puede trascender en la apropiación y explotación de los recursos forestales, pues en general se ha aceptado el libre intercambio de productos y en forma creciente el de capitales. Asimismo, la tierra y los recursos naturales están entrando en los procesos de globalización mediante la inversión externa. Se observa, en tal sentido, una tendencia a eliminar las restricciones de acceso a la propiedad o al aprovechamiento de los recursos naturales, entre los que destacan los forestales (Jusidman, 1991).
En la explotación eficiente de las maderas tropicales poco conocidas, la industria desempeña un papel importante. Lamentablemente, la mexicana no tiene ni el equipo ni la tecnología que se requieren para su industrialización. Además, el país tiene muchas pequeñas e ineficientes industrias (principalmente aserraderos) y muy pocos complejos industriales hecho que limita el aprovechamiento del volumen total de la manera más rentable de cada madera. Por otra parte, la planta industrial establecida no tiene la capacidad necesaria para producir con calidad y precios competitivos en el mercado internacional. Su organización y tecnología no son adecuados y sus recursos humanos no tienen la capacitación ni la cultura productiva que se requiere para la alta competencia en el mercado mundial (Hernández, 1985).
En estas condiciones, ahora más que nunca, los dueños de los bosques deben ser apoyados para que la explotación forestal sea eficiente, basada en estudios tecnológicos, silvícolas y ecológicos, si se quiere que el precio de la madera mexicana sea competitivo. Si no se logra lo anterior, la industria forestal nacional, al no poder abatir sus precios, dejará de explotar nuestros bosques templados y tropicales. Éstos descansarán de esa presión, pero la población les puede dar otros usos no forestales, como la ganadería y la agricultura, o explotarlos como madera hasta agotarlos, sin tratamiento silvícola, como se ha venido haciendo.
Según el esquema planteado a lo largo de este escrito, es evidente que la situación de las zonas tropicales es muy compleja, y que la explotación comercial de las especies de maderas poco conocidas implica muchos obstáculos difíciles de librar; sin embargo, yo sigo considerando que las maderas tropicales son un recurso más que no está de más.
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Nota
* Bosque tropical cerrado es aquel en el que los estratos arbóreos y sotobosque combinados impiden que gran parte de la luz solar llegue al suelo, ocasionando que sobre él no pueda desarrollarse una cubierta vegetal continua, como el pasto (FAO, 1983, 1985).
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Fernando Ortega Escalona
Instituto de Ecología, A.C. campus Jalapa, Veracruz.
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Ortega Escalona, Fernando. 1993. Maderas tropicales: un recurso más que no está de más. Ciencias, núm. 32, octubre-diciembre, pp. 23-33. [En línea].
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