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El hombre y la tortuga "Esperanza" |
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Érase una vez un hombre que navegaba por las aguas del mar, en eso vio pasar una tortuga y la persiguió hasta la orilla del mar, la tortuga corría pero como era muy lenta la logró alcanzar. Y dijo —la tortuga—, no me mates, sufrimos igual que ti, cuando nos comes, matas y robas nuestros huevecillos para venderlos y así obtener dinero para poder mantener tu familia; cuando necesitas dinero nos matas y vendes nuestra carne. Date cuenta que somos seres vivos y no un juguete —terminó diciendo la tortuga—. El hombre entendió y la dejó ir. Esa misma tarde el barco en que viajaba el hombre se hundió, por lo que un feroz tiburón atacó e intentó comerse al hombre; la tortuga que pasaba en esos momentos por ese rumbo, vio lo que estaba sucediendo e inmediatamente se dirigió a ayudar al hombre que un día le había salvado la vida y montándolo en su gran caparazón nadó con mucha prisa, y el tiburón no la pudo alcanzar. Y de este modo pudo salvarlo de una muerte segura. Este hombre al ver lo que la tortuga había hecho por él dedicó el resto de su vida a defender a las tortugas y a tratar de que los hombres no las maten y extingan su especie, pues ellas tienen el mismo derecho de vivir y reproducirse como el hombre, los pájaros y las plantas. Fue tan grande el amor de este hombre hacia las tortugas marinas, puesto que había comprobado que son los seres más inofensivos que han existido. A medida que pasaba el tiempo, se daba cuenta de la maldad de los hombres a tal grado que todos los hombres se burlaban, por lo que prefería pasar todo el tiempo en las playas haciendo campañas para el bienestar de las tortugas marinas. Hasta que se hizo anciano y a punto de morir solo y abandonado por los hombres. Las tortugas al ver esto agitaron las aguas del mar y salieron a la tierra llevándose al anciano a su reino submarino lleno de felicidad y nunca se volvió a saber de ese hombre, pero existen pescadores que afirman que cuando tratan de cazar tortugas marinas en las playas, escuchan la voz del hombre que se los impide y cuando vuelven la cara para ver quién les habla, bajo las aguas del mar observan el rostro triste del anciano. |
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Nombre: Nancy Mayelín Rivera Rivera, Santiago Cuale, Tlaxcala. |
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