![]() ![]() La tafonomía una ciencia nueva que estudia el pasado geológico
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Catalina Gómez Espinosa y Raúl Gío Argaez
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Aunque el término tafonomía (taphos, enterramiento, y nomos,
ley) data de 1940 —cuando el investigador ruso Isaac Efremov realizó estudios en vertebrados—, este campo de estudio tiene una historia de por lo menos 500 años, ya que se considera que las investigaciones tafonómicas se iniciaron con Leonardo da Vinci cuando en el Monferrato, Italia, observó que un depósito de bivalvos era in situ por la buena preservación y articulación de los ejemplares, y concluyó que ese monte en el pasado había estado cubierto por el mar. Los primeros trabajos sobre tafonomía fueron publicados entre 1912 y 1935, pero como se hicieron en alemán permanecieron ignoradas, por lo que la tafonomía se reconoció como disciplina fuera de Europa al concluir la segunda Guerra Mundial.
Efremov definió la tafonomía como “el estudio de la transición de los restos animales de la biósfera a la litósfera”, y aunque entonces era vista como una subdisciplina de la paleoecología, actualmente se le considera una rama del conocimiento paleontológico con identidad propia. Su definición más adecuada es la elaborada por Behrensmeyer y Kidwell en 1985, esto es, “el estudio de los procesos de preservación y cómo éstos afectan la información del registro fósil”.
Durante las décadas de 1950 y 1960 las investigaciones tafonómicas estaban enfocadas casi exclusivamente a la obtención de información paleoecológica, y aunque reconocían la importancia de los estudios sobre la preservación, no se aludía a ellos como tales. Fue hasta la década de 1980 cuando la investigación tafonómica empezó a tener auge y a recibir la debida importancia en la interpretación del registro fósil; desde entonces, esta disciplina se desarrolló de manera independiente entre las diversas ramas de la paleontología y más recientemente en la arqueología, aunque también existen estudios sobre actuotafonomía y tafonomía forense.
Uno de los principios paleontológicos es el del actualismo biológico, el cual toma como premisa que el presente es la clave del pasado y por tanto una gran cantidad de información tafonómica que se aplica al registro fósil proviene de experimentos con material subfósil o reciente. Es el campo de estudio de la actuotafonomía, cuyo objetivo es aplicar en la comprensión de los yacimientos fósiles los resultados observados directamente con el fin de realizar interpretaciones más precisas sobre los acontecimientos que permitieron la preservación de los restos orgánicos e inferir cuáles fueron las condiciones sedimentológicas y ecológicas que conllevaron a la formación de un yacimiento fósil en particular.
Así, se puede decir que la tafonomía estudia el efecto de los procesos posmortem, esto es, el enterramiento y la preservación de los conjuntos fósiles y, en términos generales, se subdivide en dos subdisciplinas: la biostratinomia (de bios, vida, stratum, capa y nomos, ley) se encarga de estudiar los procesos que ocurren entre la muerte del organismo y su enterramiento o incorporación a la litósfera; mientras la fosildiagénesis (del griego fodere, excavar, día, a través, y génesis, formación) estudia los procesos de fosilización que ocurren después del enterramiento.
Procesos biostratinómicos En condiciones normales la descomposición de un organismo inicia desde el momento en que muere y continúa hasta que se consume totalmente. Es en esta etapa, llamada de la biostratinomía, cuando ocurre la mayor pérdida de información en el registro fósil, ya que los organismos están compuestos entre 50 y 60% de materia blanda que se descompone muy fácilmente y sólo se conserva en condiciones ambientales y sedimentológicas excepcionales, ya sea pormineralización o reemplazamiento por sedimentos. Al morir, un organismo es integrado a la red trófica y por tanto se convierte en alimento para carroñeros que contribuyen a la pérdida de tejido blando, y su consunción final es efectuada por hongos o bacterias, durante lo cual la disponibilidad de oxígeno, la temperatura y el ph ambiental son factores determinantes en la descomposición o preservación de partes blandas.
Así, desde el momento en que un organismo muere hasta que queda enterrado por el sedimento, sus partes duras quedan expuestas a varios factores que son estudiados por la tafonomía con base en los cuatro principales procesos biostratinómicos que ésta considera: la reorientación, la desarticulación, la fragmentación y la corrasión. La reorientación tiene que ver con el transporte, que está determinado por la hidrodinámica, la energía a la que estuvieron sometidos los restos, y por características intrínsecas de los organismos como son la forma y la densidad. Por tanto, un enterramiento rápido evita el transporte y la reorientación de los restos, mientras que su permanencia prolongada en la interfase agua-sedimento lo favorece. La orientación unidireccional de los restos indica la dirección de la corriente a la que estuvieron sometidos, ya sea por quedar orientados en esa dirección o por la superposición de los organismos. Cuando la corriente es muy fuerte pero sin turbulencia o sin olas, entonces los restos adoptan una posición estable. Si los restos no tienen una orientación preferencial se debe recurrir a estudios sedimentológicos para inferir si hubo turbulencia, ausencia de corriente o frecuentes exhumaciones de los restos. La reorientación no sólo es producto de transporte y energía, también puede ser provocada por organismos excavadores.
El criterio de desarticulación sólo puede aplicarse a organismos que tienen un esqueleto conformado por varios elementos, como los bivalvos, braquiópodos, artrópodos, algunos equinodermos y vertebrados, y ésta dependerá del tipo de articulación de los organismos. Si la articulación está dada por partes blandas (como ligamentos o músculos) un mayor grado de desarticulación va a indicar la descomposición de los restos antes de su incorporación a la litósfera debido a un enterramiento lento, y las condiciones anaeróbicas van a retardar la desarticulación por los músculos o ligamentos al hacer más lenta la descomposición debido a la inhibición de la acción bacteriana.
Por el contrario, si la articulación del organismo es de tipo mecánico, entonces la desarticulación será indicio de que el esqueleto estuvo sometido a fuertes corrientes y a transporte. Al establecer esta característica hay que tomar en cuenta la naturaleza de los organismos, ya que, por ejemplo, cuando los crinoideos permanecen sobre el fondo oceánico empiezan a desarticularse en un periodo de 3 a 5 días, en tanto que los braquiópodos resisten altas energías y transporte, y aun cuando estos procesos hayan tenido lugar, las valvas pueden permanecer articuladas o unidas.
La fragmentación es la rotura de piezas individuales en otras más pequeñas. La fractura de los ejemplares será mayor en aquellos que poseen un esqueleto más frágil, y menor en los que tienen un esqueleto más resistente. Los ejemplares frágiles intactos son indicadores de la ausencia de disturbio de tipo físico y un enterramiento rápido, mientras que su fractura indica perturbación física, aunque sea muy ligera.
La fractura de esqueletos más resistentes indica fuerte disturbio y alta energía hidráulica, ya sea por un prolongado transporte o por un frecuente retrabajo de los restos in situ debido a frecuentes exhumaciones. Al analizar la fragmentación de los restos se debe tener cuidado de interpretar si ésta fue antes de que el organismo muriera o no —ya que esto sólo puede saberse si en la fractura se observan muestras de infección o regeneración del esqueleto—, o si fue ocasionada por depredadores que hayan dejado marca de sus dientes, o bien si la fractura fue pos-mortem debido al impacto contra objetos sólidos por haber sido transportada o sometida a fuertes corrientes.
El último de los procesos bioestratinómicos a considerar es la corrasión, que abarca los efectos ocasionados por la abrasión física, la erosión biológica y la disolución química, ya que en la práctica resulta difícil identificar cuál de estos tres fenómenos fue el causante del daño a los ejemplares —es por ello que de manera general se habla de grado de corrasión. Este proceso tiene lugar en la interfase agua-sedimento, antes que los restos sean enterrados; es un mecanismo destructivo que daña los ejemplares y origina la pérdida de información. Un alto grado de corrasión indica un largo tiempo de permanencia de los restos sobre el sustrato, para lo cual también es un buen indicador la presencia de epibiontes que pudieron haber utilizado los restos de esqueletos de otros organismos como sustrato duro para colonizar; no obstante, al interpretar la presencia de epibiontes también hay que considerar la posibilidad de que la colonización haya podido ocurrir en vida, lo que indicaría relaciones paleoecológicas —la diferencia entre uno y otro caso puede discernirse por la posición del epibionte sobre el hospedero.
Procesos fosildiagenéticos Una vez que los restos orgánicos están enterrados se ven afectados por procesos diagenéticos, muchos de los cuales pueden ser también destructivos. La fosildiagénesis, que comprende la diagénesis primaria, permite la preservación de los organismos hasta llegar al registro fósil. Sus procesos están limitados a una temperatura máxima de 200 ºC, ya que las mayores a ésta son mecanismos destructivos porque metamorfizan la roca, y comprenden la disolución, la permineralización y la compactación cuando los restos aún no están completamente litificados.
La diagénesis primaria es aquella que ocurre antes de la compactación del sedimento en los primeros metros de sedimento sin consolidar. Para el proceso fosildiagenético la determinante principal es la composición mineralógica del esqueleto. Los minerales formadores de esqueletos más comunes son: la calcita alta o baja en magnesio, la aragonita, el sílice, el fosfato y la apatita.
Dependerá de la estabilidad del mineral la dirección que el cambio va a seguir, es decir la disolución o preservación del esqueleto, al permitir o facilitar que los restos orgánicos puedan conservarse como evidencia directa o indirecta.
El proceso de mineralización implica la migración de fluidos y la difusión de sustancias, lo cual provoca un cambio en la composición mineralógica original del esqueleto, ya sea por adición de nuevos minerales o reemplazo de minerales preexistentes. Lo más común es que el calcio y sílice presentes en el medio se precipiten y conserven los restos enterrados, aunque dependiendo de las condiciones ambientales puede haber formación de pirita, fosfato o pedernal.
La mineralización puede ocurrir por medio de varios procesos, como la cementación, la permineralización, la concresión, el neomorfismo, la recristalización y el reemplazamiento. La cementación tiene lugar por la adición de nuevos minerales e implica un relleno de las cavidades del esqueleto por un cementante, lo cual lleva a la formación de moldes que son una reproducción exacta del ejemplar original.
El proceso de permineralización ocurre por medio del relleno de las cavidades celulares de los restos enterrados bajo minerales cristalinos o amorfos, y sus formas típicas son la silicificación (relleno por sílice en forma de ópalo o calcedonia), fosfatización (por fosfatos, muy común en dientes) y piritización (por pirita y se presenta en ambientes ligeramente ácidos y reductores).
La conservación de restos orgánicos en concreciones consiste en la precipitación de minerales en los intersticios existentes entre las partículas que rellenan el esqueleto preservado, formando un nódulo a su alrededor, que es resistente a compresiones fosildiagenéticas posteriores. Los nódulos, de acuerdo con el mineral que los forme, pueden ser de tipo calcáreo, silíceo, fosfático o ferruginoso.
El neomorfismo consiste en la sustitución de minerales que tienen la misma composición química, como por ejemplo la sustitución de la aragonita por la calcita, y ambos minerales están formados por carbonato de calcio, pero la calcita es la forma más estable.
La recristalización implica un cambio de textura, ya sea en forma, tamaño u orientación de los componentes minerales de los restos conservados; si hay un crecimiento de los cristales, los restos son obliterados, destruidos o deformados; en cambio si los cristales minerales reducen su tamaño a formas microcristalinas, los restos se preservan.
El proceso de reemplazo es la sustitución del mineral original por otro de composición química diferente; uno de los casos mas frecuentes es el reemplazo del sílice por calcita o cuarzo microcristalino.
La disolución de los restos, o su preservación, depende de su composición química y del medio en donde queden enterrados. Con respecto de la composición, la apatita es más resistente a la disolución y la calcita es la menos resistente, y esta última, al igual que la aragonita, se disuelve en medios ácidos, en tanto que el ópalo es poco soluble en agua y ambientes alcalinos. La disolución también puede suceder por presión, es decir como consecuencia de fenómenos mecánicos.
La compactación por presión puede ocasionar también una distorsión de los restos orgánicos, ya sea un cambio en su forma, tamaño o textura, y puede ser homogénea cuando los restos sufren por completo modificaciones de manera proporcional, y heterogénea cuando las líneas se curvan durante la distorsión.
Algunas aplicaciones y usos Generalmente, en paleontología se resalta el hecho de la pérdida de información al comparar las comunidades actuales con las comunidades fósiles; sin embargo, el hecho de que el registro fósil sea incompleto no implica que sea inadecuado, por tanto, al efectuar estudios de tipo tafonómico, las aparentes pérdidas pueden convertirse en ganancias, ya que el estado de preservación del fósil permite la reconstrucción de la velocidad de descomposición de los restos y la velocidad de enterramiento de los mismos, lo cual ayuda a comprender los procesos de sedimentación que tuvieron lugar.
Los estudios tafonómicos permiten reconstruir la composición faunística, paleoambiental y los procesos de sucesión de comunidades, además de ayudar a entender los datos y procesos que presenta el registro fósil para poder aplicarlos a cuestiones paleobiológicas y paleoecológicas, ya que uno de los principales puntos que se consideran es el tiempo promedio de acumulación de los restos que forman un yacimiento y la fidelidad del registro fósil.
Para los paleoecólogos los análisis tafonómicos se enfocan principalmente a la fidelidad del registro fósil, es decir, qué proporción de la comunidad viva está representada en un conjunto fósil, relación que se ha denominado como taphonomic feedback o retroalimentación tafonómica, y que es el espectro de interacción de lo vivo y lo muerto; sin embargo, esto es muy difícil de demostrar y resulta ambiguo en el registro fósil.
En los estudios tafonómicos no pueden hacerse generalizaciones, ya que debe de tomarse en cuenta el grupo de organismos, la biota que es objeto de estudio, para ver cómo las mismas condiciones paleoambientales pueden afectar de manera diferente a distintos grupos de especies o taxa debido a sus propiedades intrínsecas, y cómo diferentes condiciones ambientales pueden dar resultados tafonómicos semejantes en distintos taxa; se debe ser muy cuidadoso en las interpretaciones de los procesos tafonómicos y siempre tomar en cuenta la naturaleza de los fósiles estudiados.
Otros enfoques
Una vez que se comprendió la importancia de los estudios tafonómicos, su campo se ha extendió no sólo al interior de la paleontología, sino también más allá, a la arqueología, la prehistoria, la paleopatología, e incluso a la antropología forense. En lo que respecta a esta última, la tafonomía abarca el estudio de restos humanos desde la muerte, su descomposición o conservación, transformación, desgaste y transporte, hasta su hallazgo, pero dentro de un contexto judicial o forense. De este campo se encarga el antropólogo forense, quien trata de obtener la mayor información posible de los restos humanos —sexo, edad, estatura, probable causa y fecha de muerte y algunos otros rasgos que ayuden a la identificación en el caso de cadáveres actuales o a reconstruir su historia de vida si se trata de restos antropológicos. En el caso de los restos óseos, el principal agente destructivo es la humedad que propicia la proliferación de hongos y algas, y altera el color y el aspecto de los huesos.
También hay que tomar en cuenta que los diferentes huesos de un mismo organismo pueden reaccionar de manera diferente y que hay algunos que se degradan o que se desarticulan con mayor rapidez, por lo cual la dirección de cambio siempre va a ser diferente, dependiendo del ambiente al cual se encontraron sometidos. Para estos casos se emplea el termino de “tiempo tafonómico”, que es el lapso transcurrido desde el momento de la muerte hasta el descubrimiento de los restos humanos.
A lo largo de este recorrido por los procesos que afectan el registro fósil se ha mostrado la importancia que tienen las investigaciones tafonómicas en las interpretaciones paleontológicas, las cuales pueden cambiar nuestra concepción sobre los eventos biológicos, la reconstrucción de una manera más fidedigna de la diversidad de la biota en el tiempo y un mejor entendimiento de los patrones biológicos actuales.
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Referencias bibliográficas
Allison, P. A. y D. E. G. Briggs. 1991. Plenum Press, New York.
Behrensmeyer, A. K. y S. M. Kidwell. 1985. “Taphonomy’s contributions to paleobiology”, en Paleobiology; vol. 11; núm. 1; pp. 105-119.
Behrensmeyer, A. K. 1984. “Taphonomy and the fossil record”, en American Anthropologist, núm. 72, pp. 558-565.
Brett, C. E. y G. C. Baird. 1986. “Comparative taphonomy: a key to paloenvironmental interpretation based on fossil preservation”, en Palaios; 1986; vol. 1; núm. 3; pp. 207-227.
Efremov, A. 1940. “Taphonomy; a new branch of Paleontology”, en Pan American Geology, vol. 74, núm. 2, pp. 81-93.
Fernández-López, S. R. 2000. Universidad Complutense, Madrid.
Kidwell, S. M. y A. K. Behrensmeyer. 1993. “Short courses” en Paleontology, núm. 6. Paleontologycal Society.
Martin, R. E. 1999. Cambridge Paleobiology Series 4. Cambridge University Press, Cambridge.
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Raúl Gío Argaez
Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, Universidad Nacional Autónoma de México.
Doctor en Ciencias (2000). Decano de los profesores de Paleontología en la Facultad de Ciencias, UNAM. Responsable del laboratorio de micropaleontología ambiental en el icml, fue nombrado socio honorario de la Real Sociedad Española de Historia Natural (2007).
Catalina Gómez Espinosa
Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, Universidad Nacional Autónoma de México.
Candidata al doctorado en Ciencias Biológicas por la unam, con especialidad en tafonomía de invertebrados bentónicos. Imparte clases de paleontología en la Facultad de Ciencias, UNAM.
como citar este artículo →
Gómez Espinosa, Catalina y Gío Argaez, Raúl. (2009). La tafonomía, una ciencia nueva que estudia el pasado geológico. Ciencias 96, octubre-diciembre, 16-23. [En línea]
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Una vieja historia
de la mierda
Eduardo Matos Moctezuma
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Una vieja historia de la mierda
Alfredo López Austin y Francisco Toledo
Editorial: CEMCA, México, 2009.
La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del
tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
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Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
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Museo del Templo Mayor, Instituto Nacional de Antropología e Historia.
como citar este artículo →
Matos Moctezuma, Eduardo. (2009). Una vieja historia de la mierda. Ciencias 96, octubre-diciembre, 70-75. [En línea]
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Y retiemble en sus centros… la imagen del globo terráqueo en la Edad Media
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Rubén Páez Kano
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Podía haber seguido por Cinco de Mayo pero caminó por Filomeno Mata, por el costado del Palacio de Minería para irse por Tacuba al centro, al centro del centro, pues de ir al centro se trataba, aunque el centro se escondiera en las entrañas de la tierra y se multiplicara en un plural inconcebible, consignado ni más ni menos que en el himno nacional: y retiemble en sus centros la tierra. Como si la tierra tuviera varios centros, como si el centro no fuera, por definición, un solo punto equidistante de todos los demás puntos que configuran la circunferencia y que otorgan al centro precisamente su condición de centro. No era una figura retórica, como la que pluraliza la esencia de la patria o el destino de la nación para hacerlos más sonoros, más enfáticos: los destinos de la nación, las esencias de la patria. No. Lo de los centros era otra cosa. En su versión original […] parece que el himno no dice centros sino antros. González Bocanegra escribió, con caligrafía demasiado laxa, una a digamos muy abierta, la cual fue interpretada como si se tratara de dos letras, ce, y como tales pasaron a la oficialidad y se hicieron del dominio público: y retiemble en sus centros la tierra en vez de y retiemble en sus antros la tierra. No en sus bajos fondos, en sus lugares de mala muerte, como te hubiera gustado, sino en sus entrañas, porque entonces la palabra antros, explicas, no tenía el significado de tugurio que tiene ahora, sino sólo el de entraña: caverna, cueva, gruta. Y retiemble en sus antros la tierra, que retiemble en sus cavernas, en sus grutas, en sus cuevas.
Gonzalo Celorio
I. Durante los años escolares todos aprendimos que Cristóbal
Colón —desatendiendo las recomendaciones de los eruditos de la Universidad de Salamanca— afirmaba que la Tierra era redonda, que era posible llegar a las costas de Asia cruzando el océano Atlántico y que los marineros que lo acompañaban estaban convencidos de que el Almirante los conducía a una muerte segura. Tanto los maestros de educación elemental como de enseñanza media nos enseñaron que la Edad Media fue una época “oscura” pues se había olvidado el conocimiento de la esfericidad postulado en la Antigüedad —ambas afirmaciones forman parte de los conocimientos de cultura general en nuestros días.
Sin embargo, una aproximación minuciosa a la Edad Media nos muestra que nunca se perdió el conocimiento de la esfericidad de la Tierra, lo cual se aprecia, por ejemplo, en los esquemas del globo elaborados a principios del siglo V por el filósofo latino Macrobio, en donde la Tierra está dividida en cinco zonas: “Frigida septentrionalis inhabitabilis, Temperata habitabilis (o nostra), Perusta inhabitabilis, Temperata habitabilis (o anteorum o antipoda) y Frigida australis”. Los mapas de Macrobio se encuentran en una copia del siglo XII de In Somnium Scipionis Expositio y de la publicada en 1843 respectivamente.
Es necesario indicar que las representaciones del globo terrestre eran relativamente comunes en aquella época. La historia de la cartografía registra que hubo enormes mapamundis como el que mandó hacer Julio César en el año 44, o los solicitados por el papa Zacarías en el siglo XVIII y por el abad Teodulfo en el IX. La esfera del mundo se puede ver en infinidad de representaciones, como en el conocido esquema didáctico que muestra las partes correspondientes a Europa, Asia y África, incluido en la obra de Isidoro de Sevilla que data del siglo VII, la cual conocemos por copias de amanuenses de los siglos IX a XIII. Es necesario indicar que en estas representaciones esquemáticas se presenta la vista superior de la isla de tierra emergida de una esfera de agua. Tampoco puede dejar de mencionarse la representación debida a Beato de Liébana en el año 775, de la que existe una gran cantidad de copias. En este mapamundi el autor incluye un océano circundante de forma oval, con el fin de reservar la fracción derecha a la isla de tierras desconocidas del hemisferio Sur. Debe recordarse también que la esfera era usada como símbolo de realeza, y se colocaba en la mano del Pantocrátor, de Cristo o de los emisarios divinos, como se puede apreciar en una tablilla de marfil con representación de San Miguel del siglo VI, un mural del siglo x en la Basílica de Sant’Angelo en Campania, y la representación de la Huída a Egipto del siglo xii en la Catedral de San Lázaro, en Autun.
Al explorar la historia de las matemáticas y de la astronomía, uno se encuentra con John de Holywood, mejor recordado por su nombre latinizado de Sacrobosco, un monje británico que influyó de manera fundamental en la divulgación de los conocimientos astronómicos de la época. Se sabe que Sacrobosco “en 1230 era maestro en París. Por la fama que gozaron y la influencia que ejercieron más que por su valor intrínseco cabe recordar su De Sphaera Mundi […] que sirvió de texto en toda Europa hasta después de Copérnico”; este libro es un tratado elemental de astronomía esférica “muy popular hasta mediados del siglo XVII y tuvo un gran número de traducciones y ediciones”; De Sphaera fue “utilizada como manual hasta finales del siglo XVII, y publicada todavía en 1656; sólo del XV conocemos veinticuatro ediciones”. Es más, hay noticias de que aún a principios del siglo XIX se utilizaba en la enseñanza universitaria. II
En la Nueva España, a mediados del siglo XVI se emitió la primera cédula fundacional de la Universidad de México, por decreto de Felipe II, que le otorgaba “los privilegios y franquezas y libertades y exenciones que tiene y goza el Estudio y la Universidad de Salamanca”, la cual fue confirmada por el papa Clemente II en 1595, por lo que desde entonces y hasta su clausura en 1833 fue la Real y Pontificia Universidad de México. En ella, como en todas las universidades, junto al conocimiento de Aristóteles, Alberto Magno y Santo Tomás —quienes también sostenían la esfericidad del mundo—, se estudiaba el tratado astronómico de Sacrobosco. En efecto, además de la traducción al castellano preparada y comentada por Luys de Miranda, publicada en 1629, y de diversas adiciones al trabajo de Sacrobosco, en la Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar de De Sphaera en edición de principios del siglo XVI.
El texto es muy accesible, pues contiene puntuales explicaciones acerca de la definición euclidiana de esfera, muestra “la máquina del mundo”, en donde se aprecia la Tierra cercada por las nueve esferas celestes, describe su movimiento y explica que es una esfera, lo cual demuestra por los eclipses de Luna y la salida y puesta de las estrellas; menciona asimismo la simetría de los polos y la esfericidad de la superficie del mar. Las representaciones del universo o “máquinas del mundo” eran comunes en la Edad Media. Además de la de Sacrobosco estaba la del Códice Aratus —resguardada en la biblioteca Municipal de Leiden—, que data de 1006 y se atribuye a SaintBertin, y se conoce una miniatura del Códice Latino de Santa Hildegarda —conservado en la Biblioteca Estatal de Lucca, Italia—, una imagen miniada del siglo XII que muestra “Las estaciones del año” y los trabajos agrícolas que se realizan en cada una de ellas, en donde la artista dividió la esfera terrestre en cuatro partes, colocó imágenes de pie en todas partes de la esfera y una mano divina que proporciona movimiento a los cielos. Es importante señalar que entre los ejemplos incluidos por Sacrobosco para demostrar la redondez de la Tierra, se encuentra la prueba utilizada por Tolomeo: un vigía, situado en la gavia de una embarcación, percibe la tierra que no pueden ver los marineros parados en el puente de la misma nave. En este mismo tratado, Sacrobosco expresa su postura en la discusión acerca de la posibilidad de existencia de antípodas, así como del orden que toman la tierra, el agua, el aire y el fuego en la región de los elementos: “gracias a su pesantez, la tierra toma la figura de una esfera concéntrica al Mundo [al universo], en virtud de su tendencia natural a redondearse, la superficie del agua es una superficie excéntrica al Mundo [al universo]. Por ello una parte de la tierra permanece descubierta”.
Es así que el mundo esférico que habitamos tiene, por lo menos, dos centros: uno, de la masa de tierra, y otro que corresponde a la masa de agua, es esta última esfera la que imposibilita la existencia de tierras antípodas, como puede observarse en el dibujo incluido en el texto del comentarista Cristoph Clavius, impreso en Lyon en 1593, intitulado In Sphaeram Ioannis de Sacrobosco commentarius, y del que la Biblioteca Nacional guarda una edición de 1607 que perteneció al Colegio de Santa Ana de Carmelitas Descalzos de la Ciudad de México.
El historiador Pierre Duhem señala que De Sphaera es un texto escrito en 1244, que servía para iniciar a los novicios en las verdades fundamentales de la cosmografía y de la astronomía. El texto “fue reproducido sin descanso por los copistas, y se difundió profusamente en todas las escuelas; hay abundancia de manuscritos en las bibliotecas; este fue el primer tratado de astronomía reproducido por la naciente imprenta, que multiplicó las ediciones”. El libro de Sacrobosco se imprimió mecánicamente por primera vez en 1472, pues la gran cantidad de copias manuscritas hizo innecesaria su publicación antes de esa fecha, pero a partir de entonces tuvo aún mayor difusión y se le pudieron adicionar sencillos esquemas didácticos.
En 1537 apareció en Venecia, bajo el título Sphera volgare, la traducción italiana del texto de Sacrobosco con una xilografía que muestra al autor entre sus globos e instrumentos. “En la Edad Media y en el Renacimiento los más grandes tratados de astronomía recurren a comentar De Sphaera; uno puede hallar tales comentarios hasta finales del siglo XVI. En pleno siglo XVII, De Sphaera de John de Holywood sirvió como manual de astronomía en algunas escuelas de Alemania y de los Países Bajos”. Y no es ocioso mencionar que, en México, la Real Universidad de Guadalajara, entre 1792 y 1826, tuvo a De Sphaera como base para la enseñanza de la astronomía. Como se ve, son sorprendentes los alcances del tratado de Sacrobosco, pues seis siglos después de haberse escrito se utilizaba aún como libro de texto.
Pero es posible que aun así alguien quisiera poner en duda la influencia de este libro. Por ello, no está de más recordar que “en una de las condiciones que establecía la universidad para conseguir el título de licenciado en París en 1366, se indicaba la obligación de asistir a una serie de clases magistrales sobre De Sphaera […] En Viena, en 1389, De Sphaera constituía uno de los requisitos para ser bachiller en artes, como lo era en Oxford en 1409 y en Erfurt, Alemania, en 1422. Al menos dos universidades más, importantes en aquella época, Praga y Bolonia, incluían De Sphaera entre las lecturas exigidas en sus programas”. A fines del siglo XIX, la Bibliografía general de la astronomía, impresa en Bruselas, enumera 140 ediciones del texto latino De Sphaera de Sacrobosco y presenta una lista de las traducciones al francés, al alemán, al italiano, al español y al inglés y al hebreo. Así, es un hecho que la concepción medieval del mundo implicaba el centro de una esfera de tierra, el centro de una esfera de agua y el centro de la unión de ambas, es decir, tres centros del globo.
III
Al igual que Sacrobosco, en el puente entre los siglos XII y XIII, Roberto Grosseteste valoró los métodos matemáticos para el estudio de los fenómenos naturales y realizó trabajos de ciencia experimental (astronomía, meteorología, cosmogonía, óptica y física) que eran comunes entre los naturalistas de su tiempo, además de escribir comentarios a diversos textos de Aristóteles y preparar la traducción del De Caelo —en donde se ocupó del estudio de la máquina del mundo o del movimiento de los astros—, este monje franciscano fue el primer estudioso medieval que analizó los problemas de la inducción y la verificación.
También en el siglo XIII, tanto Tomás de Aquino en su Summa Theologica como Roger Bacon en su Speculum Astronomiae aseveraban, con base en Aristóteles y sus comentadores árabes, que la tierra era esférica. Por ejemplo, Santo Tomás, al preguntarse “si los objetos causan la distinción de los hábitos”, señala que “la diversidad de ciencias exige diversidad de hábitos. Pero una misma verdad puede ser objeto de diversas ciencias, como el naturalista y el astrólogo [astrónomo] demuestran que la tierra es redonda. Luego la distinción de los objetos no engendra la diversidad específica de hábitos [por lo cual] el naturalista y el astrólogo [astrónomo] demuestran que la tierra es redonda por medios distintos: el astrólogo usa del medio matemático, como las figuras de las eclipses, etc.; el naturalista lo demuestra por medios naturales, como la ley de la gravedad, etc. […]”. En este párrafo es particularmente notorio que, en la época en que Tomás de Aquino escribió sus disertaciones, la noción de la Tierra como astro esférico era conocimiento común entre los clérigos.
Por su parte, Roger Bacon —quien sostenía ya en el siglo XIII que sólo los métodos experimentales daban certidumbre a la ciencia, lo cual permite entrever que hemos heredado también otras ideas acerca del llamado oscurantismo medieval—, entre muchas otras cosas se aplicó “a describir minuciosamente las comarcas del mundo conocido entonces, hizo un cálculo de su tamaño y sostuvo la teoría de la esfericidad”. De igual manera, Bacon y Alberto Magno, “el primero en su Opus Majus (1264) y el segundo en su De natura locorum (ca. 1250), afirmaban que la zona tórrida no era infranqueable y que el hemisferio austral no solamente era habitable sino que estaba habitado”. Debe destacarse que entre los puntos de discusión escolástica se encontraba el del sitio que ocupaban los elementos —a los que Aristóteles otorgara innegable condición esférica— a partir de la bíblica congregación de las aguas: si la esfera de agua ocupaba un volumen mayor que la del elemento terrestre, ¿cómo es que existe tierra firme?, ¿y dónde estaba el centro del mundo, aquél que coincidía con el centro del universo? Un planteamiento representativo de la escuela física parisiense de principios del siglo XIV es el de Jean Buridan, quien al comentar los textos aristotélicos De Caelo et Mundo sostenía que “el lugar natural del elemento terrestre es, en parte, la superficie interna del agua y, en parte, la superficie interna del aire”. Jean Buridan —a quien se le recuerda más por la paradoja del asno indeciso—, consideró que la esfera de tierra sobresalía de la masa de agua, permitiendo la existencia de tierra firme; su argumento para explicar este fenómeno es el siguiente: “la tierra, en la parte que no está cubierta por las aguas, está alterada por el aire y el calor del sol, y allí se mezcla una gran cantidad de aire, y es por lo que esta tierra se vuelve menos densa y más ligera, y tiene un gran número de poros llenos de aire o de cuerpos sutiles. Pero la parte de la tierra cubierta por el agua no está alterada por el aire y el sol, y es por lo que permanece más densa y más pesada. Y por eso, si se dividiera la tierra por su centro de magnitud, una parte sería mucho más pesada que la otra. Por el contrario, la parte en que la tierra se encuentra al descubierto sería la más ligera. Así parece que una cosa es el centro de magnitud, y otra, su centro de gravedad, pues éste se encuentra donde hay igual peso de un lado como de otro, y no en medio de su magnitud, como se dijo. Además, porque la tierra, debido a su peso, tiende hacia la mitad del mundo, y es el centro de gravedad de la tierra y no el centro de su magnitud, que es el centro del mundo. Además la tierra se eleva por un lado sobre el agua, y por otro está completamente bajo el agua”. En la representación gráfica de las ideas de Buridan, que difunde Gregor Reisch en el siglo xvi, la diferencia de densidades determina que “el centro de gravedad no coincida con su centro de magnitud, pero el centro de gravedad del agregado de la tierra y el agua coincide con el centro del mundo [es decir, del universo]” el cual es también el centro de magnitud de la esfera del agua. Como puede verse, en la física medieval lo que aún no se superaba era la discusión acerca de la existencia de antípodas y, en caso de haberlas, de que estuvieran pobladas.
La misma concepción se encuentra en el grabado que muestra “las esferas del agua y de la tierra, antes y después de la congregatio aquae, el tercer día de la Creación”, en las Adiciones hechas por Pablo de Burgos hacia finales del siglo XIV a las Postillae Nicolai de Lyra super totam bibliam cum additionibus, obra que se imprimió en 1481 en Nuremberg. Por su parte hacia 1377, en su tratado Del espacio y en el Libro del cielo y del mundo, Nicolás Oresme imaginó que si partiendo de un mismo lugar para darle la vuelta al mundo, Platón se dirigía al poniente mientras que Sócrates iba por el oriente, “Platón viviría un día menos que quien no se hubiera movido del punto de partida, y Sócrates un día más”. Como siempre, la imaginación le llevaba la delantera a la realidad, pues Oresme ya preveía la necesidad de fijar una línea de demarcación en alguna parte con el fin de establecer correctamente las fechas. De Nicolás Oresme se cuenta con una ilustración del siglo XIII, que lo muestra escribiendo frente a una esfera armillar en la cual se puede apreciar la esfera terrestre como centro del universo.
Por otra parte, en el grabado de 1596 debido a Theodore de Bry —y en cuyo pie Tzvetan Todorov indica que es Cristóbal Colón aunque en realidad se trate de Francisco Pizarro—, es posible constatar cómo el artista concilió la teoría medieval de la diversidad de centros del mundo con el descubrimiento del nuevo continente. Y no debe olvidarse que, además del mecanismo de la máquina del mundo, los hombres de ciencia medievales estudiaron, entre muchas otras cosas, las mareas, los movimientos telúricos, la conformación de la tierra, el movimiento de los astros, la precesión de los equinoccios, los eclipses, los cambios climáticos y los fenómenos meteorológicos. IV
¿Cómo es que los historiadores nos han enseñado que los hombres del medievo pensaban que la Tierra era un disco plano situado en el centro del universo y que los eruditos usaban ese argumento para refutar las ideas de Cristóbal Colón? Aquí solamente señalaré que la respuesta nos lleva a la tercera década del siglo XIX, cuando Washington Irvin escribió la novela Life and Voyages of Christofer Colombus, en donde aparece por vez primera lo plano como argumento puesto en boca de los teólogos de Salamanca. Diez años después, el prestigiado científico e historiador británico William Whewell otorgó validez a esas aseveraciones en su libro History of inductive sciences. Y así, hacia la segunda mitad del siglo XIX, el mito de la tierra plana medieval comenzó a ser considerado por los historiadores, citando las afirmaciones de Whewell, como verdad histórica indiscutible.
En cuanto al problema de si la esfera de la tierra permanece fija y el cielo gira, o si es la tierra la que gira de poniente a levante dando lugar al movimiento aparente de los astros, sólo se señalará aquí que en 1444 Nicolás de Cusa sostenía la validez del sistema de Aristarco de Samos —mismo que defendió Nicolás de Oresme y que, un siglo después, adoptó Nicolás Copérnico—, y que este problema también fue abordado durante la segunda mitad del siglo XVI por Oresme, Buridán y Pedro de Aliaco —de este último autor se conserva un esquema de la esfera del mundo con la indicación de las zonas climáticas. En lo que se refiere a la discusión sobre de los centros de la Tierra, luego del descubrimiento de América, Nicolás Copérnico la dio por terminada al afirmar “que es claro que la tierra y el agua se presionan en un único centro de gravedad, que no hay otro centro de magnitud para la tierra, que ésta, por ser más pesada, hace que sus huecos estén llenos de agua, y por consiguiente, hay poco agua en comparación a lo que hay de tierra, a pesar de que parezca haber más agua en su superficie”.
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Rubén Páez Kano
Maestría en Comunicación, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente.
como citar este artículo →
Paez Kano, Rubén. (2009). Y retiemble en sus centros… la imagen del globo terráqueo en la Edad Media. Ciencias 96, octubre-diciembre, 4-10. [En línea]
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