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Juan Manuel Lozano. Memoria

Ma. de la P. Ramos

   
   
     
                     
                     
Juan Manuel Lozano Mejía fue mi profesor de mecánica clásica
en el primer año de estudiante de la carrera de física en la Facultad de Ciencias de la unam. No está bien de­cir­lo, pero así como él decía de don Manuel Sandoval Vallarta “estaba viejo desde que lo conocí”; lo mismo me pareció él a mí. Su imagen que­dó estática en mi memoria, pues en adelante siempre lo ví idén­tico. En aquel entonces daba su clase sin llevar no­tas y, de manera equivocada, ­pensé que se sabía el curso de memoria de tanto que lo había impartido. No tenía idea de que era su campo de especialización.

Recuerdo que una tercera parte del curso versaba sobre mecánica, otra sobre his­to­ria de la física, y la última la de­­di­ca­ba a mencionar anécdotas relacionadas con el desarrollo de la física en México. Sotero Prieto, Ricardo Monges López, Manuel Sandoval Vallarta y Carlos Graef Fer­nán­dez fueron nombres que quedaron en mi mente, como gran­des figuras del desarrollo de la física en nuestro país, pero como hechos del pasado que no tenían ninguna relación con mi presente. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba.
 
Desafortunadamente en esos años yo no tenía ningún interés por la historia de física mexicana, mis inquietudes ­es­ta­ban en la física básica de fron­tera, pues eso era lo re­le­van­te para mí. Para cuando me interesé en este campo, du­ran­te mis estudios de maes­tría en física en la misma facultad, Graef había muerto, pe­ro vivía en la asombrosa me­mo­ria de Lozano, quien fungió como sinodal de la tesis que desarrollé para obtener el grado. De esta manera continuó mi víncu­lo, pero ahora con un tema nuevo, por for­tuna, de gran pasión para él. Años después participó nue­va­mente como sinodal de mi tesis doctoral. En estas dos te­sis había explorado, tan sólo un poco, el desarrollo de la física en México durante los siglos xviii y xix. Aún me faltaba recorrer un largo camino para acercarme a la época dorada de la que tanto nos hablara en el curso de mecánica.

Si algo admiré de la per­so­nalidad del doctor Lozano, ade­más de su memoria prodigiosa, fue su claridad y capacidad de decisión sobre el papel que debía ejercer como científico, como profesor, como funcio­na­rio y miembro de la unam, como ciudadano mexicano (en su entorno familiar y social) y como ser humano. Fue una persona consciente de su pre­sen­te y del momento histórico en el que estaba inmerso. Pen­sa­ría que esto lo adquirió a tra­vés de su pasión por la cultura, que le permitía deleitarse con cual­quier tipo de lectura que llega­ra a sus manos, especial­mente de historia, cuyo espec­tro abar­caba no sólo temas de cien­­cia y tecnología sino también de economía, política y arte.
 
Por años disfruté de su buen humor, sus innumerables anécdotas, sus pláticas tan lar­gas como amenas, sus clases, su paciencia para atender dudas de alumnos o de cualquier persona, sus valiosos consejos, su prudencia para atender problemas delicados, su sencillez, e indudablemente de su amistad. Me deleitaba ver la chispa que se reflejaba en su mirada cuando alguien le enseñaba algo que él desconocía, pues, esto sí que le generaba un placer indescriptible. Se decía un ignorante y afir­ma­ba que tan sólo sabía una pequeñísima parte del conocimiento universal, aunque se ufanaba de saber más que la mayoría de las personas que él conocía.

Tenía su concepto “de lo bueno”; se deleitaba con una buena taza de café que no le podía faltar diariamente, especialmente el del Instituto de Física de la unam, del cual afirmaba ¡es el mejor! Pero tam­bién le complacía una bue­na comida, o una buena bebida, un buen concierto, una bue­na obra literaria, una buena charla, o un buen chiste, in­clusive, ver a una “buena chamacona”, como solía decir. Su concepto de lo bueno y lo mejor, solía tenerlo a la ­ma­no para hacer de cada día ¡el mejor! pues, cuando dis­fru­taba algo, solía exclamar ­¡esto está a toda madre!
 
Si me preguntaran qué fue aquello que en nuestras reu­nio­nes percibí que le produ­jera asombro y admiración, contes­taría que, además de la física y las matemáticas —como cam­pos del conocimiento que dan la posibilidad de entender y explicar los fenómenos natu­rales y sentir placer al hacerlo—, era la inteligencia humana misma. Cuando se encontraba con un “tipo inteligente” —como solía denominarlo— dirigía su atención hacia la persona —casi como un felino a su pre­sa— observaba su actitud y no se perdía una palabra del diálogo; al final de la charla o conferencia, con cara de asombro afirmaba “este tipo es muy brillante”. Por supuesto que también me tocó escuchar la contraparte usando el calificativo “pendejo”, una palabra muy usual en su vocabu­lario, al igual que “carajo”.

El consejo que reiteradamente recibí de su parte fue: “no tomes con tanta seriedad la vida pues tan sólo venimos a disfrutarla, y ¡así no se puede! Lo importante es el buen humor y tener tiempo para el ocio”. Creo haber entendido que es ahí donde la creatividad tiene su máxima expresión.
Si alguien sintió orgullo de tener varios amores, ese fue Juan Manuel Lozano Mejía. El amor por su esposa Alicia, su familia y la Universidad tuvieron un lugar preponde­ran­te en su vida; así como también la física, las matemáticas, la historia, la cultura, los alumnos, los profesores de nivel me­dio superior, la literatura, la música, la comida, el café, el vino y el tequila, por men­cio­nar sólo algunos.
 
Su deslumbrante memoria, aunada a su conversación ame­na, sabrosa y jocosa, y sus asesorías, consejos y compañía son tan sólo algunas de las cosas que extraño con fre­cuencia. Sólo espero que así como él guardaba en su me­mo­ria tantos hechos de la física mexicana, nosotros recor­de­mos que al inicio de su carrera como científico publicó en las principales revistas especializadas de su época, que decidió virar hacia la docencia, la difusión, y la historia de la física mexicana, donde dejó una huella indeleble.

Espero también que ten­ga­mos presente que Juan Ma­nuel Lozano fue el noveno fí­si­co en graduarse como físico teórico y el tercero en obtener su posgrado en este campo; fue así de los primeros físicos que desde la primera casa de la física en México, el Palacio de Minería, empezó a formarse como alumno, investigador, profesor y divulgador de la física.

Hablar de la historia de la pro­fesionalización y la insti­tucio­nalización de la investiga­ción en física en México es por tanto hablar de Juan Manuel Lozano, pues ¡él estuvo ahí!, como solía afirmar. También es­tuvo en el segundo hogar de la física, la Torre de Ciencias (en la recién creada Ciudad Universitaria), y estuvo en otra más, la que ahora se encuentra en el circuito exterior del campo universitario. Al igual que los primeros físicos mexicanos impartió clases a nivel superior y medio superior. Como era común en su época, tra­bajó un tiempo en el Obser­vatorio Astronómico Nacional (oan) y en el Instituto Nacional de la Investigación Científica (inic).
 
Participó con gran entu­sias­mo en los inicios de la des­centralización de la física en Mé­xico, en la conformación de la Sociedad Mexicana de Física, y fue de los primeros en publicar en su revista (la cual sobresale como la primera revista mexicana de física de circulación internacional) así como en participar en sus reuniones y congresos. Fue fundador de la Academia de la Investigación Científica, y colaboró en el inic, que años más tarde se transformó en lo que hoy es el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (conacyt). Por congresos y reuniones latinoamericanas estuvo al tanto del desarrollo de la física en esos países.

No obstante, sus primeros trabajos de investigación los realizó en el campo de la física teórica nuclear; estuvo cerca de uno de los primeros y mag­nos proyectos experimentales que darían a México una gran confianza y seguridad en la física experimental como para emprender otros de mayor en­vergadura, tanto en la capital como en provincia: la puesta en marcha del primer acelerador de partículas, con lo cual se inició en nuestro país el cam­po de la física nuclear experimental. Lozano colaboró impartiendo cursos para ca­pacitar a médicos en física nu­clear, pues se iniciaban investigaciones en medicina nu­clear. Finalmente, y por falta de amor —como afirmó en algunas ocasiones—, se alejó de la actividad experimental y se dedicó a la teórica, al principio en física nuclear y posteriormente en mecánica.
 
En la década de los sesen­tas, Lozano dedicó más tiempo a proyectos de docencia debido a los cargos que ocupó en la facultad, inclusive el de di­rec­tor. Al final de esa década y principios de la siguiente, su atención se dirigió hacia la educación media superior, gra­cias a la colaboración que mantuvo con Pablo González Casanova en el proyecto de crea­ción de los Colegios de Ciencias y Humanidades.

A partir de aquí, Lozano ini­ció una estrecha y afectuosa relación con profesores ­­de nivel medio superior, situación que lo llevó a participar, años más tarde, en una maestría dirigida a fomentar la superación académica del personal académico de este nivel. También emprendió un gran pro­yec­to editorial, la publicación de la obra El mundo de la física que, por su diversidad te­má­tica, quedó conformada en diez volúmenes. Su pasión por la divulgación lo llevó a publicar en 1995 el libro Cómo acercarse a la física.
 
Su amor y compromiso con la unam lo motivó a par­tici­par en un gran número de co­mi­sio­nes académicas; asimismo, intervenía en aquellos encuen­tros donde se decidían cambios profundos de ésta insti­tu­ción, como fue el caso de la cecu, para la cual estuvo trabajando hasta sus últimos días. Su lealtad a la máxima casa de estudios, que le impidió aceptar los programas de estímulos salariales, le fue correspondida al recibir un bo­no de antigüedad que superaba su exiguo salario. Asimismo su generosa colaboración con la comunidad universitaria y su talento fueron retribuidos con algunos reconocimientos, entre los cuales estaba su pre­dilecto: la medalla y diploma Juan Manuel Lozano Mejía, que otorga el ifunam a sus me­jores estudiantes.

Afortunadamente, alcanzó a ver uno de sus grandes sueños. Presenciar el inicio de una colección de libros que permitiría la reproducción, en facsímil, de dos de sus libros favoritos; el primer libro científico publicado en América, el Sumario Compendioso de Juan Díez Freyle (1556), que acaba de salir a la venta; y el primer libro de física publicado también en el Nuevo Mundo, ­Physica Speculatio de Fray Alonso de la Veracruz (1557) que se encuentra en edición, y que será dedicado a la memoria de su gran admi­rador y promotor, Juan Manuel Lozano.

En sus últimos días estaba revisando tesis y escribiendo su ponencia para el con­­greso de física, una po­nen­cia muy especial, pues se iban a conmemorar cin­cuenta años de los congresos nacionales de física, y él había estado en todos (creo), así que su ponencia creaba gran expectativa en la comunidad académica, así como su presencia. Lamen­tablemente ya no pudo estar en el congreso, aunque su tra­bajo, gracias a Marili Marquina y otros de sus compañeros, se presentó y formó parte de un merecido homenaje.
 
No me resta más que expresar mi deseo por ver materializar sus últimos deseos, la creación de un fondo docu­men­tal para conservar la memoria de la historia de la ciencia mexicana y la creación del Museo de la historia de la cien­cia mexicana, que difun­da am­pliamente esta temática y con­tribuya a fomentar una tra­dición científica en la pobla­ción mexicana.
 
  articulos  
Con cariño para mi
maestro, colega y amigo,
Juan Manuel Lozano.
 
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como citar este artículo

Ramos Lara, María de la Paz. (2009). Juan Manuel Lozano (1929-2007), profesor, colega y amigo. Ciencias 94, abril-junio, 42-45. [En línea]
     

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