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Hugo H. Mejía Madrid |
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Los nemátodos son los metazoarios más abundantes que existen
en nuestro planeta. Alguna vez J.B.S. Haldane dijo que el creador tiene cierta pasión por las estrellas y los escarabajos, los animales más diversos conocidos hasta ese momento en comparación con las aves y los mamíferos, que por entonces en su mayoría habían sido descubiertos. Pero no se conocía a fondo los nemátodos, de los cuales hasta la fecha se han descrito cerca de veinticuatro mil especies, de ellas doce mil son parásitos de animales y es entendible que hoy día éstos reciban mucha mayor atención y prensa que los de vida libre debido a que afectan directamente al ser humano y lo que come, mientras los otros son muy pequeños y sus efectos en los ecosistemas son aparentemente menos notables; sin embargo, su abundancia los hace resaltar.
Según Gregor Yeates, uno de los investigadores que han revolucionado recientemente el estudio de los nemátodos, en un metro cuadrado de suelo se han encontrado alrededor de 200 especies distintas con densidades de más de tres millones de individuos en algunos sitios. Esto ha llevado a estimar que existen, según un cálculo conservador, alrededor de un millón de especies de nemátodos, mientras otros han llegado a la audaz conclusión de diez millones de especies viviendo sobre y bajo tierra.
Debido a su ubicuidad, se encuentran en todos los hábitats imaginables: pueden ser marinos, de agua dulce y terrestre; los hay parásitos de plantas, de animales, de hongos; viven en ambientes extremos: se les ha encontrado congelados (anhidrobiosis) en el suelo de la Antártida y a profundidades de cerca de 4 000 metros en el fondo marino. Pero eso no es todo, se conocen al menos cuatro especies de nemátodos que habitan a un kilómetro de profundidad por debajo del suelo… ¡en la mina de oro Beatrix Au Mine en Sudáfrica! Se había tan sólo descubierto bacterias en esas zonas, pero los únicos organismos que las acompañan en tales sitios son los nemátodos que se alimentan de ellas. Además, se ha descubierto que pueden metabolizar aeróbicamente en ambientes hipóxicos en donde la presión parcial de oxígeno es de 0.4 kPa en experimentos con C. elegans. Es por eso que no ha faltado algún investigador que los clasifique al interior de los organismos “extremófilos”. Los nemátodos son buenos bioindicadores de la “salud” de los ecosistemas en donde habitan, dada su abundancia, su ubicuidad y su contacto íntimo con el medio, como veremos más adelante.
Una forma de vida muy diversa
La forma del cuerpo de los nemátodos es sencilla al parecer, son como cilindros largos aguzados en ambos extremos, con uno más chato (cabeza) que otro (cola); pero si se les observa con detenimiento encontraremos una enorme diversidad de formas, sobre todo en las estructuras bucales que, al ser estudiadas desde el punto de vista ecológico, nos ofrecen indicios sobre su papel en las redes tróficas del suelo y de las aguas, tanto marinas como continentales. Y aún más, nos pueden aportar información invaluable sobre los efectos de nuestras actividades en los servicios ecosistémicos gracias a los cuales hemos sobrevivido en este planeta desde el origen de nuestra especie.
En efecto, en las últimas dos décadas se ha descubierto que los nemátodos de vida libre son muy importantes en los ecosistemas: junto con otros metazoarios del suelo son responsables en su mayoría del recambio de materia orgánica que ocurre en los suelos que nos dan de comer. Esto no se debe a su tamaño, sino a su enorme abundancia. Por si fuera poco, los nemátodos comen de todo: hay desde los que son bacteriófagos hasta los que son carnívoros y practican el canibalismo; comen hongos, es decir, son fungívoros o bien son herbívoros fitoparásitos e incluso omnívoros. No existe un solo phylum de animales que vivan en el suelo que haya evolucionado en formas de alimentación tan diversas.
Los nemátodos y la salud del suelo
Los organismos del suelo probablemente representan tanto como 25% de las 1.5 millones de especies vivientes descritas a nivel mundial, esto es cinco veces más que su diversidad conocida en el dosel de los bosques. La pregunta obligada es: si los organismos del suelo son tan diversos, ¿por qué no pensar que pueden ser los mejores bioindicadores de la salud de los ecosistemas?
Se ha considerado que los bioindicadores son organismos sensibles a los cambios ambientales, por lo tanto, su estudio podría indicarnos sobre cambios de distintos tipos, por ejemplo, los causados por perturbación. Los organismos que habitan el suelo son sensibles a los cambios que allí ocurren y son mucho más fáciles de estudiar que las plantas mismas. Tan sólo la medición de ciertos parámetros en las plantas lleva a conclusiones de gran escala. En cambio, los organismos del suelo se pueden estudiar puntualmente porque son pequeños y auxilian a detectar el estado de conservación o perturbación del suelo debido a la erosión inducida por pastoreo o tala de bosques (templados o tropicales, húmedos y secos, como los que tenemos en México), la presencia de fertilizantes químicos, el exceso de introducción de nitrógeno para aumentar la fertilidad de los suelos, la presencia de contaminantes de productos de fábricas que se pueden introducir al suelo por arrastre (lixiviación), la presencia de aceites, de petróleo, etcétera.
Por varias décadas los ecólogos pensaron que con sólo medir la distribución y abundancia de los organismos en una localidad se podría detectar perturbaciones ambientales, por ejemplo, detectando dominancia vs. equidad en las comunidades de organismos. Sin embargo, los nematólogos, como el holandés Tom Bongers, se dieron cuenta de que en distintos ambientes edafícolas los índices tradicionales de diversidad no detectaban ninguna diferencia entre un ambiente conservado y uno perturbado.
Pero eso no es todo. Los organismos del suelo que presenten las características de un buen bioindicador deben, además de ser altamente sensibles a la presencia de alteraciones de todo tipo en el suelo, tener un contacto íntimo con el mismo, ser fácilmente colectables (que su recolección no provoque destrucción o disminución considerable de sus poblaciones), que tengan poca movilidad y, principalmente, que representen a todos los segmentos (nodos) de una trama alimentaria, llamados grupos tróficos: bacteriófagos, fungívoros, herbívoros, carnívoros y omnívoros en un solo phylum. Únicamente los nemátodos, como hemos visto, cumplen con tales requisitos a cabalidad; por no ser buenos dispersores, representan el “sello” de un tipo de suelo o vegetación.
Aunado a esto, la teoría acerca de los biondicadores se encuentra más desarrollada en los nemátodos que en cualquier otro grupo de metazoarios del suelo. A diferencia de los monitoreos por bacterias, las cuales presentan muchas adaptaciones a los cambios ambientales, los nemátodos son más conservadores y fácilmente contables con un microscopio e identificables morfológicamente (físicamente), mientras las bacterias sólo se pueden identificar con técnicas de taxonomía molecular.
¿Qué dice la teoría sobre los nemátodos como bioindicadores? Sostiene que éstos representan a todos y cada uno de los niveles tróficos de la trama alimentaria. Primero, debemos entender que un organismo cualquiera debe cumplir con todas las funciones de la vida: alimentarse, crecer, reproducirse y finalmente fenecer. Una medida utilizada en el monitoreo de la presencia de distintos grupos (familias generalmente o inclusive géneros) de nemá Brouillon todos es su abundancia por cada grupo trófico. Esto llevó al nematólogo agrícola holandés Tom Bongers en los noventas a crear una medida ecológica que estimara no sólo la diversidad (como los índices de Simpson, Shannon, Brouillon ,entre otros), sino la abundancia ponderada (en este caso que se multiplicaran aritméticamente) con un valor de 1, 2, 3, 4 y 5 a fin de medir la perturbación ambiental basándose en la composición diferencial de los grupos tróficos de nemátodos. Los valores numéricos mencionados corresponden al espectro de estrategias de reproducción y ciclos de vida (longevidad) de los organismos, llamadas estrategias r y K, muy conocidas entre los ecólogos. Así, hay nemátodos que son estrategas r extremos, esto es, tienen longevidad corta, huevos pequeños, altas tasas de reproducción y pueden tener etapas de resistencia conocidas como larvas dauer (dauer, duración en alemán).
Bongers dio a estos gremios los valores 1 y 2, los primeros con larvas dauer y sin ellas los segundos. Ambos son bacteriófagos, se les considera colonizadores y, por lo tanto, pioneros en la sucesión ecológica de los suelos. Los 1 son oportunistas enriquecedores, mientras que los 2 son también oportunistas pero generalistas. A los nemátodos fungívoros también se les incluye en este número. Los 3, 4 y 5 tienen longevidades mayores, huevos grandes, tasa de reproducción más baja y son generalmente carnívoros y omnívoros (5 y 4, respectivamente). A los herbívoros, por sus características tróficas, se les asigna el numeral 2. Esto quiere decir que los estrategas K extremos son los carnívoros, con el número 5.
Este índice se conoce como índice de madurez (mi por sus siglas en inglés) y puede tomar valores que van de 1, es decir, un suelo enriquecido (rico en bacterias, por lo tanto, materia orgánica como en el caso de una parcela recién abonada), hasta 5, un suelo estable, en el cual se encuentran todos los niveles tróficos de los nemátodos, del 1 al 5. Por lo tanto, un suelo perturbado, por ejemplo, con metales pesados, tendrá valores de 1 a 2 aproximadamente, lo cual indica que es imposible sostener poblaciones de nemátodos que requieren ambientes estables y poco o nada impactados.
Ahora bien, identificar los nemátodos podría parecer una tarea infranqueable. Sin embargo, en el caso de los estudios de ecología de nemátodos del suelo esta labor es factible una vez entendido que la interacción de taxonomía (morfológica y molecular) y ecología tienen lugar en el campo de la identificación de los grupos tróficos de nemátodos. Es aquí donde encontramos una de las más importantes interacciones de ambas disciplinas biológicas, algo que era inclusive epistemiológicamente imposible hace apenas cincuenta años.
El aporte del cálculo del índice de madurez para la determinación del estado de perturbación de los suelos ha sido de suma importancia. Se han realizado estudios de contaminación donde la determinación de los índices de madurez ha sido concluyente.
Howard Ferris, de la Universidad de California en Davis, llevó a otro nivel el cálculo de los índices de madurez en de los noventas. En una serie de fórmulas y álgebra matricial logró conjuntar el aporte de los nemátodos al suelo en términos de respiración y biomasa, la huella metabólica (función) y la estructura (forma) de la comunidad de los nemátodos traducida a la estructura del ecosistema, lo cual toma en cuenta todas los niveles tróficos del mismo.
La huella metabólica del suelo es una medida indirecta que toma en cuenta dos componentes: la producción medida por la biomasa de éstos, que se obtiene de las miles de descripciones que hay de nemátodos; su largo y ancho, esto es igual a Pt=Nt•Mt/(cpt) en el cual Nt•Mt es la medida de la biomasa del taxón y cpt representa el ciclo de vida (cp escala colonizadorpersistente y t tiempo del ciclo de vida), ya que existe una relación entre la biomasa y el ciclo de vida. La taxonomía de los nemátodos de vida libre ha sido, por lo anteriormente expresado, instrumento para el cálculo de la biomasa de estos organismos mediante los niveles linneanos de géneros y familias.
El otro componente es el de la respiración, que se mide por la contribución de bióxido de carbono al sistema, expresada como, Rt=Nt•Mt0.75, que es la fórmula de la tasa metabólica de los animales, lo cual indica que hay una relación directa entre biomasa y respiración. De esta forma se calcula la evolución de la tasa de respiración esperada y total de CO2 para todos los nemátodos del sistema, los indicadores de enriquecimiento (basal, cp1, enriquecimiento, cp2), que son indicadores de la estructura de la trama trófica y conectividad y los taxones que participan en varios canales de flujo de energía. Esto equivale a expresar matemáticamente la huella metabólica como la sumatoria de toda la respiración de los nemátodos más la producción de biomasa, a saber: (Rt + Pt).
La medida directa del estado de salud de los suelos es la misma que la de la estructura del ecosistema, es decir, de las tramas tróficas, la cual es directa en este caso debido a que existe una correlación entre la complejidad de las tramas tróficas en las que participan los nemátodos y la salud del ambiente. Mientras más completas estén tales tramas (presencia de bacterívoros, fungívoros, fitófagos, carnívoros y omnívoros), mejores niveles de nitrógeno (C:N moderado) habrá en suelos maduros y en suelos en maduración habrá mayor enriquecimiento de N (C:N bajo), de lo que se deduce que es una medida de la sucesión en el suelo, visto desde el punto de vista, muy completo, de los nemátodos. Esto ha servido para recomendar el uso menos intensivo de la labranza en los campos de cultivo, pues se ha visto que aumenta el enriquecimiento, lo cual se traduce en un aumento comparativo de nemátodos bacteriófagos.
Dado lo anterior, la medición de la abundancia de nemátodos en cualquier ecosistema, sea terrestre o marino, ofrecerá información que en el mediano y largo plazo pueda influir en establecer los estándares de los servicios ecosistémicos, acerca de los cuales todavía falta por conocer y sistematizar una gran cantidad de información.
Los estudios de nemátodos en México
El primer estudio realizado en México para medir la biodiversidad de los nemátodos del suelo se realizó en Los Tuxtlas, Veracruz, con relación al uso intensivo del suelo, y se hicieron comparaciones de la diversidad de nemátodos en suelos de selva primaria, selva secundaria, pastizales y tierra cultivada con maíz. Allí se encontró una correlación positiva entre los nemátodos enriquecedores (bacteriófagos) en tierras de cultivo, donde la descomposición bacteriana es mayor, y los nemátodos ectoparásitos que se alimentan de la corteza de las raíces en selvas primarias y secundarias, donde la densidad de raíces con cortezas duras es más abundante por volumen de suelo.
Un segundo estudio realizado en el Valle de Tehuacán se efectuó sólo en época de lluvias e involucró nemátodos edafícolas en la vegetación más abundante de esta parte del Valle de TehuacánCuicatlán con el fin de conocer su relación con la profundidad y abundancia, lo cual indica que no existen estudios comparativos de las costras de las plantas de forma estacional ni un buen conocimiento de la sistemática de los nemátodos de vida libre. En sus conclusiones, los autores aseguran que en la época de lluvias los nemátodos más abundantes son los fitoparásitos; sin embargo, hay estudios preliminares que indican que los nemátodos más abundantes son los omnívoros, obtenidos en las costras de las mismas especies de plantas (datos no publicados) y hay un cambio en la abundancia de los distintos grupos tróficos al pasar de la época de lluvias a la de secas.
Debido a que se requieren estudios comparativos entre distintos usos del suelo y suelos conservados, es necesario contar con un marco de referencia con respecto de los suelos poco perturbados que estén en proceso de recuperación o que no han sido cultivados durante largas temporadas (del orden de años) y su relación con el fenómeno de desertificación. Es en este contexto que se requiere contar con información de la diversidad de nemátodos que se encuentran en una de las coberturas vegetales más extensas de México, esto es, en los matorrales xerófilos y la selva baja caducifolia.
Los nemátodos y el cambio climático
No podrían faltar los estudios sobre el efecto del cambio climático en los suelos del mundo. De nuevo, debido a que dichos organismos presentan los grupos tróficos más importantes, esto los hace un modelo único para estudiar dicho fenómeno en suelos. Uno de los estudios pioneros al respecto indica que existe una diferencia marcada entre las comunidades de nemátodos de suelos sujetos a altas temperaturas y las de suelos normales, es decir, que están a temperaturas como las actuales; dicha diferencia consiste en la diversidad diferencial que hay entre suelos con mayor diversidad y aquellos suelos con monocultivos. Es decir, la mayor diversidad se encontró en suelos poblados con una cierta diversidad vegetal mientras que en monocultivos la diversidad es baja. Aun así, dada la alta temperatura en ambos, la diversidad de los nemátodos en suelos con plantas diversas está limitada a especies cercanamente emparentadas, lo cual podría representar un caso de vulnerabilidad ante cualquier cambio en el suelo que redundaría en impactos en otros niveles tróficos y en los phyla de animales y plantas.
El futuro del estudio de los nemátodos
Los nemátodos son los mejores indicadores de salud del suelo, no solamente por sus características biológicas, sino porque su empleo se traduce en programas de muestreo más baratos, menos impactantes para los ecosistemas y más eficientes. Donde interviene el músculo de los biólogos es en la determinación de los ejemplares, lo cual requiere cierta experiencia en laboratorio. Sin embargo, la publicación de claves locales, con profusión de dibujos y fotografías haría esta tarea mucho más fácil.
La diversidad de nemátodos de vida libre que existe en nuestro planeta es todavía insospechada; sin embargo, sus estrategias de sobrevivencia parecen apuntar hacia una diversidad mucho mayor a la que se conoce hoy en día. Crípticos, anhidrobióticos, capaces de formar etapas de resistencia y que tan sólo requieren una delgada capa de agua para poder sobrevivir, sensibles a los cambios en el suelo, el clima y por contaminantes, los nemátodos poseen una marcada adaptabilidad a ambientes extremos. son los candidatos ideales para heredar la Tierra una vez que nuestra especie se haya extinguido.
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Referencias Bibliográficas
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Hugo H. Mejía Madrid Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Biólogo por la Facultad de Ciencias, UNAM. Ha publicado cerca de 20 artículos relacionados con ecología y filogenia de nematodos en general y un libro sobre parasitología molecular. Actualmente es profesor titular de tiempo completo de la Facultad de Ciencias, UNAM. |
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Suria Gisela Vásquez Morales, Lázaro R. Sánchez Velásquez y María del Rosario Pineda López |
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La familia Magnoliaceae se divide en dos subfamilias,
Magnolioideae y Liriodendroidae cada una con un género, Liriodendron y Magnolia, y un total de 304 especies de árboles y arbustos deciduos y perennes, distribuidos en regiones templadas y tropicales, principalmente en ecosistemas tropicales y subtropicales y, en menor proporción, en ecosistemas templados de Asia, Oceanía y América. A la familia Magnoliaceae se le define como fósil viviente debido a que existe desde hace 120 millones de años con cambios evolutivos mínimos en sus estructuras morfológicas; es una de las familias vivas más antiguas con presencia de flores.
En México, algunas especies del género Magnolia prosperan favorablemente en el bosque mesófilo de montaña y son un caso representativo e indicativo de conservación de este ecosistema debido a que son especies de estados sucesionales avanzados. El bosque mesófilo de montaña es un ecosistema ampliamente rico en flores, con 6 790 especies de plantas, de las cuales más de 60% están en categoría de riesgo. Este ecosistema presenta una distribución de tipo archipiélago con interacción de flora holártica y neotropical, desde 600 a 3 200 metros de altitud, lo cual lo hace ampliamente diverso y único. Se estima que en México estos bosques nubosos ocupan de 0.5 a 1% del territorio y se reducen alarmantemente debido a la deforestación, además de que se espera que sea de los ecosistemas mayormente impactados por los efectos del cambio climático global.
Los estudios ecológicos muestran que las especies de Magnolia necesitan a los escarabajos como vector para su polinización. Esta planta le ofrece a dicho insecto alimento por medio de sus anteras, polen, pétalos y sépalos, además de un refugio caliente (termogénesis floral) para sus procesos reproductivos y sobrevivencia. Se ha demostrado la interacción de M. ovata con Cyclocephala literata, de M. schiedeana con C. jalapensis Casey y Stenagria sp, de M. sprengeri con Epuraeae spp y de M. tamaulipana con C. caelestis y Myrmecocephalus sp.
Está comprobado que las semillas de Magnolia presentan dormancia de tipo exógena y endógena debido a los aceites e inhibidores de la sarcotesta y testa lignificada, con efectos negativos es su germinación in situ, por ello se ha determinado una serie de tratamientos pregerminativos que permiten mejorar su propagación, como es la escarificación mecánica, la imbibición en agua y fitohormonas, y la estratificación a bajas temperaturas.
Además se ha observado una amplia remoción de semillas por medio de aves y ardillas en la copa de los árboles, hormigas y roedores en el suelo del bosque, así como la presencia de un banco de semillas persistentes de M. schiedeana, M. stellata y M. vovidesii. Por lo anterior, las magnolias presentan bajos porcentajes de germinación y establecimiento in situ, además por ser especies de estados sucesionales avanzados necesitan un dosel arbóreo para su establecimiento, ya que presenta tolerancia a la sombra.
A nivel mundial, la familia Magnoliaceae se compone de 207 especies con algún riesgo de extinción, como consta en la Lista Roja de Magnoliaceae; específicamente, para el género Magnolia se han catalogado 37 especies en peligro de extinción crítico, 84 en peligro de extinción, 26 como vulnerables, 12 casi amenazadas y 46 en menor preocupación.
Sin embargo la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (iucn por sus siglas en inglés) enlista únicamente 153 especies de Magnolia amenazadas, de las cuales 22 se categorizan en peligro de extinción crítico, 55 en peligro de extinción, 22 como vulnerables, 11 como casi amenazadas y 43 en menor preocupación. En ambos listados las principales amenazas son la tala y extracción de su madera, cambio de uso de suelo para agricultura, pastoreo y asentamientos humanos, extracción in situ para venta como ornamental, así como los efectos negativos del cambio climático en sus poblaciones.
En México se encuentran distribuidas 30 especies de Magnolia, de las cuales 29 son endémicas. En la lista roja de Magnoliaceae se incluyen seis especies de Magnolia en peligro crítico de extinción, 13 en peligro de extinción, cuatro como vulnerables, seis con datos deficientes y una casi amenazada.
La nom059semarnat de 2010 consideró sólo una especie en peligro de extinción (M. dealbata) y tres amenazadas (M. iltisiana, M. mexicana y M. schiedeana), y la destrucción de su hábitat como la causa principal.
Magnolia schiedeana se distribuye exclusivamente en los bosques mesófilos de montaña de la porción central de la vertiente del Golfo de México, en los relictos cercanos a las zonas urbanas. Su densidad poblacional no sobrepasa 15 individuos por ha1 debido a que tales bosques sufren de disturbios como la tala selectiva y la mortalidad de árboles, el crecimiento de las poblaciones urbanas, la lotificación de predios, la contaminación con desechos inorgánicos, la extracción de agua por empresas purificadoras y de suelo para venta en mercados locales, la fragmentación por caminos y pastizales con ganado vacuno y la invasión de especies exóticas como el helecho Pteridium aquilinum, entre otros.
La lista roja de Magnoliaceae y la iucn la categorizan como vulnerable con alto riesgo de extinción, y se prevé que los efectos del cambio climático global disminuirán en 2% su distribución potencial así como su rango de altitud. Tales efectos negativos podrían exacerbarse debido a la deforestación, la disminución de la precipitación y la captación de bancos de nubes en el bosque mesófilo de montaña del centro del estado de Veracruz.
Es necesario, por lo tanto, plantear una propuesta de conservación enfocada a las necesidades ecológicas de M. schiedeana, teniendo como objetivo la supervivencia de la especie en remanentes del bosque mesófilo de montaña en dicho estado.
Una propuesta de conservación
Con base en sus requerimientos ecológicos, la conservación de M. schiedeana implica seis fases: 1) cosecha de germoplasma, ya que en la actualidad la población más grande de M. schiedeana se encuentra en La Martinica, Banderilla, Veracruz, donde hay más de 350 individuos, de los cuales 44 producen semillas. Un estudio demográfico realizado de 2010 a 2013 muestra que la cosecha de semillas se debe realizar únicamente en individuos adultos (70 en esa zona). Considerando que las semillas contribuyen en un 15% a la tasa de crecimiento poblacional (aumento o disminución del número de individuos de una población) y ésta es en promedio de 1.497 ± 0.4305, se sugiere cosechar, de manera conservadora, 50% de la semilla producida cada año, lo que significa una tasa de crecimiento poblacional promedio de 1.38.
Magnolia schiedeana presenta enormes fluctuaciones anuales en su producción de polifolículos, lo que significa que tiene años semilleros y años con baja productividad. En La Martinica la producción promedio anual es de 126 polifolículos, por lo que se recomienda cosechar entre junio y agosto aquellos que ya están maduros, esto directamente del árbol con un cortador de mango telescópico.
2) Germinación de semillas. El proceso de germinación en Magnolia se desarrolla como en toda planta dicotiledónea; comienza con la emergencia de la radícula en dirección hacia la profundidad del suelo, después se alarga el hipocótilo levantando los cotiledones, llevándose consigo las carcasas de la testa, y la plúmula. M. schiedeana tiene una germinación epígea, es decir, en la superficie.
Debido a que las semillas de M. schiedeana presentan dormancia, lo cual retrasa la germinación y el crecimiento de la plántula, es necesario aplicar tratamientos pregerminativos para obtener un mayor número de plántulas; los más eficientes son la escarificación mecánica de la semilla sin dejar restos de sarcotesta, enseguida se colocan en una capa de arena de río húmeda, se incuban a una temperatura de 4 a 10 ºC durante trece días y posteriormente se empapan con agua durante 48 horas; o bien las semillas se escarifican mecánicamente y se estratifican en agua a 30 ºC hasta enfriarse y se remojan en agua durante 48 horas.
3) Cuidados en vivero. En los proyectos de restauración y conservación el papel del vivero es muy importante para una buena producción de plantas; en especies leñosas es recomendable un riego constante y un sustrato adecuado para evitar la pérdida de humedad. Las semillas de M. schiedeana se siembran en tierra de bosque en charolas de germinación o bandejas de plástico con un riego constante o tres veces por semana. Cuando las plántulas alcanzan más de 10 cm de altura se deben trasplantar a bolsas negras de vivero con tierra de bosque y con la misma frecuencia de riego; los cuidados en vivero deben ser de seis a nueve meses aproximadamente, es decir, hasta que éstas logren 30 cm de altura, que es cuando son adecuadas para su trasplante al bosque. Es necesario eliminar la maleza para que no haya competencia por nutrimentos y se recomienda trasplantar las plántulas durante la época de lluvias para aumentar su supervivencia.
4) Sitios de reintroducción. Con el fin de conservar y recuperar la biodiversidad del estado, el gobierno de Veracruz ha designado diversas áreas naturales protegidas tales como parques ecológicos, áreas verdes reservadas para la recreación y educación ecológica, zonas de protección ecológica, áreas de conservación ecológica, reserva ecológica, área natural protegida y zona sujeta a conservación ecológica y de valor escénico, cuya la función principal es mantener y conservar los ecosistemas que los constituyen. Existen áreas naturales protegidas, tanto federales como estatales, donde M. schiedeana puede establecerse y sobrevivir, y se amortiguan los efectos del cambio climático global. En esta propuesta nos enfocamos a la zona capital del estado de Veracruz, donde seleccionamos seis áreas: Cerro de la Galaxia, Cerro de Macuiltépetl, El Tejar Garnica, Francisco Javier Clavijero, Cerro de las Culebras y La Martinica (tabla 1).
5) Reforestación. Las especies de estados sucesionales avanzados, como M. schiedeana, necesitan para su establecimiento un bosque maduro o un dosel de especies arbóreas debido a su tolerancia a la sombra y por sus requerimientos altos de humedad; con las 2 000 plántulas esperadas por cada 100 polifolículos, se recomienda reforestar utilizando un mínimo de 300 plántulas en aproximadamente 1 000 m2.
En cada área se propone seleccionar tres sitios de 330 m2 donde se reforestará con 100 plántulas cada uno, las cuales deben sembrarse a una distancia de 2 m2 entre sí, siguiendo un sistema triangular o tres bolillo para evitar la competencia entre ellas al inicio de su crecimiento. Asimismo, es necesario llevar un seguimiento de su desarrollo y mantener las plantaciones con un cuidado permanente. En Cerro de la Galaxia, Cerro de Macuiltépetl y Cerro de las Culebras se delimitarán zonas estratégicas con las siguientes especificaciones: zonas bajo el dosel lejos de la actividad humana y caminos, y áreas sin malezas o con un aclareo recurrente. En El Tejar Garnica, Francisco Javier Clavijero y La Martinca se recomienda enfocar la reforestación en las laderas de los arroyos y manantiales presentes debido a que M. schiedeana tiene un mayor crecimiento y productividad reproductiva en dichas zonas.
6) Bioprospección. Está demostrado que los proyectos de bioprospección pueden enfocarse al manejo sustentable de los recursos naturales y la conservación de las especies. Diversas especies de Magnolia presentan infinidad de compuestos químicos o metabolitos secundarios, de los cuales los más apreciados son los alcaloides, los flavonoides, los terpenoides, los lignanos y neolignanos por su uso en las industrias farmacéutica, biotecnológica, alimentaria, de biorremediación y agronómica, entre otras. Se ha demostrado que M. schiedeana tiene potencial para producir un mosquicida y bactericida de fitopatógenos; por ello es conveniente aislar sus compuestos químicos y seguir con estudios sobre su aplicación en insectos plaga y bacterias. Las estructuras morfológicas con el mayor potencial son sus semillas y su flor como bactericida.
En las áreas propuestas para reintroducir M. schiedeana recomendamos destinar una zona exclusiva de extracción de estructuras vegetativas para estudios químicos sin afectar la dinámica de sus poblaciones. La única área que tiene presencia de M. schiedeana e individuos adultos es La Martinica, por lo tanto para esta etapa se propone seleccionar cinco individuos adultos, vigorosos y de alta productividad de polifoliculos con el fin de extraer material biológico. En aquellas donde M. schiedeana no tiene presencia y la reintroducción se efectuará desde plántulas es necesario esperar aproximadamente de 5 a 8 años para obtener floración y fructificación.
Una especie bandera
Aquellas especies que se distinguen por su valor biológico, ecológico, cultural o antrópico, y que despiertan el interés de la opinión pública por el papel que desempeñan en los ecosistemas, se les denomina bandera o flagship, y resultan apropiadas para dar a conocer los problemas de conservación mediante campañas de concientización. Dichas especies se utilizan para definir distintos atributos espaciales y de composición que deben estar presentes en el ecosistema, así como sus requerimientos adecuados de manejo.
Se propone por tanto que M. schiedeana sea considerada como una especie bandera del bosque mesófilo de montaña de la región central de Veracruz, ya que cumple con suficientes atributos: 1) es una especie endémica del bosque mesófilo de montaña de la porción central de la vertiente del Golfo de México; 2) está categorizada en el libro rojo de la familia Magnoliaceae como vulnerable con alto riesgo de extinción; 3) es una especie indicadora del estatus de conservación del bosque mesófilo de montaña debido a que es de estados sucesionales avanzados; 4) presenta polinización especializada con el escarabajo endémico del bosque mesófilo de montaña Cyclocephala jalapensis (Coleoptera, Scarabaeidae); 5) es una especie con potencial mosquicida, fungicida, bactericida, antiviral, entre otros, y con un potencial farmacológico inexplorado; y 6) es un árbol perenne con posibilidades de uso ornamental en parques y jardines, con flores de olor agradable, delicadas y hermosas.
Conclusiones
Para asegurar la conservación de M. schiedeana se recomienda lo siguiente: 1) una cosecha de semillas controladas de acuerdo con los estudios demográficos; 2) la aplicación de tratamientos pregerminativos; 3) la propagación en vivero; 4) reintroducirlas en áreas naturales protegidas; 5) reforestación; y 6) continuar con estudios de bioprospección. Finalmente, se propone como especie bandera de los remanentes del bosque mesófilo de montaña en el estado de Veracruz.
Las magnolias de México están en grave riesgo de extinguirse, tanto por los efectos del cambio climático como por la pérdida del hábitat en el que se desarrollan. Buscar la conservación de esta especie en peligro de desaparecer del planeta debe de ser una preocupación y ocupación para todos aquellos que tienen en sus manos la oportunidad de salvarla.
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Agradecimientos
A conacyt por proporcionar al primer autor una beca para estudios de doctorado con No. 229667. Así como al Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada (inbioteca) de la Universidad Veracruzana por su apoyo en la realización de varios estudios enfocados en magnolias. |
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Referencias Bibliográficas
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Suria Gisela Vásquez Morales Departamento de Conservación de la Biodiversidad, El Colegio de la Frontera Sur. Investigadora-posdoctoral en El Colegio de la Frontera Sur. Obtuvo su doctorado en la Universidad Veracruzana. Se ha enfocado en estudios ecológicos de poblaciones de plantas, dinámica poblacional, ecología de semillas, cambio climático y bioprospección. Esta interesada en la búsqueda de alternativas para la conservación y manejo de especies en peligro de extinción. Lázaro Rafael Sánchez Velásquez Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada, Universidad Veracruzana. Investigador fundador del Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada de la Universidad Veracruzana. Obtuvo su doctorado en la UNAM. Se ha enfocado en estudios de ecología en restauración y manejo de ecosistemas forestales, así como la conservación de la biodiversidad. Le interesa el manejo sustentable de bosques y generar modelos aplicados en el manejo y la restauración forestal y plantaciones comerciales. María del Rosario Pineda López Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada, Universidad Veracruzana. Investigadora del Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada de la Universidad Veracruzana. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela, España. Se ha enfocado en estudios de ecología y manejo de recursos forestales, cambio climático y estimación de almacenes de carbono. Se ha destacando por su trabajo en promover la conservación de bosques a través de la formación del Comité de mujeres unidas para la conservación de sus bosques del Ejido El Conejo del PNCP. |
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Oscar Gustavo Retana Guiascón |
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El nombre de murciélago evoca una antigua creencia popular
de que a los ratones viejos les salen alas y son ciegos, ya que la palabra deriva del latín mus o muris (ratón), caecus (ciego) y alatus (alado) esto es: muris-caecus-alatus o ratón-ciego-alado. Etimológicamente el nombre correcto en castellano es “murciégalo”, pero por transposición silábica se convirtió en “murciélago”. Estos mamíferos alados han sido reconocidos en diversas culturas del mundo; en Grecia se les denomina atelabus o nicteridda, en Portugal morcego, en Rusia notchiitsa, en Alemania fledermaus, en Turquía yarasa, en Italia pipistrello, en Croacia slepi misi y en hebreo ataleph que significa ave de noche. En el México prehispánico, los nahuas los llamaron tzinacatl y quimichpapalotl (ratónmariposa), los mayas los conocían como zotz y los zapotecos piqueziña.
Los murciélagos son los únicos mamíferos capaces de volar. Se clasifican en el orden Chiroptera, del griego Keir, que significa mano, y pteron, cuya traducción es ala, es decir, manos aladas. Reciben este nombre porque las falanges alargadas de los dedos conforman la estructura principal de soporte de la membrana alar, la cual se extiende por el antebrazo hasta las extremidades posteriores.
Existen aproximadamente 1 150 especies de quirópteros distribuidas por todo el mundo, ya que pueden habitar desde el nivel del mar hasta altitudes mayores a dos mil metros. Los murciélagos se refugian en grutas, cuevas, fisuras de acantilados, corteza y huecos de los árboles e inclusive en los edificios, catedrales, puentes y drenajes.
Los quirópteros se dividen en dos grandes ramas: los subórdenes Microchiroptera (murciélagos pequeños) y Megachiroptera (murciélagos grandes); este último tiene una sola familia llamada Pteropodidae, que incluye cerca de 167 especies conocidas comúnmente como zorros voladores y se encuentran únicamente en los bosques tropicales de India, África, Asia y Australia; son de cuerpo y ojos grandes, más activos en el día y se alimentan principalmente de frutos. Entre éstos se destaca el gran zorro volador o paniki (Pteropus vampyrus), cuyo cuerpo tiene una longitud de más de 30 centímetros, un peso promedio de 1.5 kilos y sus alas llegan a alcanzar casi dos metros completamente abiertas; puede vivir más de treinta años y habita en el sureste de Tailandia, Indochina, Malasia, Borneo, Filipinas, Java e islas adyacentes.
Por su parte, el suborden Microchiroptera está representado por cerca de mil especies cuya mayor actividad se realiza durante la noche, generalmente de tamaño pequeño y emplean el sistema de ecolocalización para volar y alimentarse; se encuentran en todo el mundo y se alimentan mayormente de insectos y frutos. Uno de los animales más pequeños del mundo es el murciélago abejorro (Craseonycteris thonglongyai), cuyo cuerpo puede medir de 29 a 33 milímetros, lo mismo que mide un abejorro; fue descubierto en 1974 y habita únicamente en un conjunto de cuevas localizadas en el Parque Nacional Sai Yok de la provincia de Kanchanaburi, Tailandia.
Cabe destacar que, de las más de mil especies de quirópteros que existen en el mundo, sólo tres se califican como verdaderos murciélagos vampiros, es decir, que subsisten alimentándose exclusivamente de la sangre de otros animales: el vampiro común (Desmodus rotundus), el de patas peludas (Diphylla ecaudata) y el de alas blancas (Diaemus youngii). Estos hematófagos habitan ú nicamente en el continente americano, principalmente en las regiones templadas y cálidas de México, Centro y Sudamérica. D. youngi y D. ecaudata se alimentan principalmente de la sangre de aves silvestres y a veces de las de corral, mientras que D. rotundus suele alimentarse de la sangre de otros mamíferos, en especial de vacas, puercos, caballos, etcétera.
El mito del vampirismo
Debido a su enigmática figura, su capacidad de volar y una vida noctambula, los murciélagos han ocupado un sitio importante en las manifestaciones culturales en distintas sociedades humanas. En Europa, durante la hegemonía religiosa de la llamada Edad Media (siglos v al xv), distintos animales formaron parte de historias fantásticas como alegorías de juicios morales o de arquetipos del mal. Tal fue el caso del murciélago, que se asoció con las brujas y devino un estigma de las acciones maléficas.
No obstante, lo que realmente asentó el carácter maligno de los murciélagos en las creencias populares fue su asociación con el vampirismo. La palabra vampiro proviene del serbio vampir, que significa espectro o cadáver, utilizada para referirse a personas que habían muerto pero que se creía que estaban condenadas a salir en las noches de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los vivos y así poder continuar su existencia en el mundo terrenal. Según los expertos en el tema, la idea del vampirismo ha existido desde tiempos de Aristóteles y fue llevada a Europa a través de la ruta comercial de la seda, tomando mayor fuerza entre los siglos xiv y xviii en Rumania y Hungría.
Tras las grandes exploraciones de América en los siglos xvi y xvii, el vampirismo encarnó en murciélago al encontrar su espécimen animal: los murciélagos hematófagos. Esto potenció en Europa el nexo entre vampiro y murciélago, motivando a filósofos como Rousseau y Voltaire a escribir artículos dedicados a los vampiros, aunque con un tinte de crítica hacia la hegemonía monárquica y religiosa de su época. A principios del siglo xix, el mito del vampirismo y la imagen del murciélago cobró auge en Europa al tener un papel recurrente en distintas obras literarias, tales como la de John Polidori El Vampiro, de 1819, Varney el vampiro de James Malcom Rymer, de 1847 y Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu, de 1871.
Sin embargo, el mayor impacto del vampirismo en el mundo y la inseparable figura del murciélago se produjo en 1897 con la publicación de la obra Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker. Según distintos autores, Stoker se basó en los mitos folklóricos rumanos y en un personaje que gobernó Valaquia en el siglo v, llamado Vlad Drakul (Drakul en honor a que su padre perteneció a la Orden del Dragón), a quien también se le conoce como Vlad Tepes III El Empalador, debido a que utilizaba el método de tortura conocido como “empalamiento”; una muerte muy lenta y sangrienta. Tal fue su fama de sanguinario que al morir se creó la leyenda de que en las noches despertaba para asesinar y obtener la sangre de nuevas víctimas. En 1922, el cineasta alemán Friedrich Wilhelm Murnau realizó la primera adaptación cinematográfica de la novela Drácula; el resultado fue la película silente Nosferatu (antigua palabra checoslovaca para vampiro), cuyo personaje principal es el Conde Orlok, vampiro de aspecto siniestro con colmillos pronunciados, grandes uñas en sus manos, orejas puntiagudas y una piel pálida que le da un aspecto cadavérico.
Vale la pena aclarar que dichos rasgos físicos de vampiro corresponden a los estragos producidos por una enfermedad genética conocida como porfiria. Se conocen ocho tipos de porfiria, los cuales se caracterizan por la hipoactividad de alguna de las enzimas que participan en el metabolismo de las porfirinas, que son pigmentos intermediarios en la vía biosintética del grupo hem de la hemoglobina. Esta deficiencia enzimática ocasiona que se acumulen grandes cantidades de porfirinas en el organismo, produciendo anemia hemolítica, que a su vez provoca palidez en la piel e intolerancia a algunos alimentos. También se presenta crecimiento anormal de las uñas y del vello en zonas no habituales, como las palmas de las manos, mejillas y nariz, así como enrojecimiento de los ojos y retracción de las encías, lo que hace que destaquen los colmillos y la dentadura tenga un aspecto sanguinolento.
Los daños más graves sufridos por las personas que tienen esta enfermedad se producen cuando padecen la porfiria fotosensitiva, es decir hipersensibilidad a la luz solar. La exposición a los rayos solares puede ocasionar severas ampollas, destrucción de la piel, arrugamiento y contracción de los labios; en caso severos puede haber pérdida de una parte de los dedos, nariz u orejas. Estos síntomas se deben a que las porfirinas acumuladas en la piel absorben luz de cualquier longitud de onda y transfieren su energía al oxígeno de la sangre, el cual se transforma en oxígeno atómico, que es altamente destructivo de los tejidos cuando se expone a los rayos solares, generando en ocasiones una verdadera combustión con flamas y humo, lo cual seguramente se ha visto en alguna de las películas de El enmascarado de plata contra los vampiros.
Regresando a la Edad Media, los enfermos de porfiría que llegaron a ser sorprendidos en la noche alimentándose de la sangre de algún animal o persona debido a la llamada ansiedad por la sangre (obligados por la anemia ferropénica que padecía) con su tenebroso aspecto por la destrucción de tejidos, fue quizá la base para crear el mito del vampirismo. Su asociación con el murciélago se pudo haber dado porque es posible que estos vampiros porfídicos, al tratar de huir y esconderse tras ser sorprendidos, buscaran refugiarse en lugares de los que posteriormente salieran murciélagos en busca de un sitio más seguro, suceso que seguramente se interpretó como uno de los poderes sobrenaturales de los vampiros de transformarse en este animal volador para huir velozmente y con sigilo.
No hay que olvidar los crucifijos y en especial los racimos de ajos que se colocaban en las puertas y ventanas, ya que se ha comprobado que el ajo contiene dialkilsulfito, sustancia que aumenta la severidad de los daños si un vampiro (enfermo de porfiria) lo consume y se expone a la luz solar. Sin dudad esa reacción al ajo dio la idea de que era un arma efectiva contra vampiros.
Su papel en otras culturas
En el México precolombino, el mito de una especie de vampiro nativo ya existía, (éste era conocido entre los nahuas como tlacique, que se describe como un tipo de chamán que vive con su familia humana pero que durante la noche se transforma en una bola de fuego o en un ave semejante al guajolote o zopilote para pasar desapercibido y poder alimentarse de la sangre de los infantes. Entre los pueblos indígenas tlaxcaltecas se ha recopilado una versión similar, la Tlahuelpuchi, una mujer con la capacidad de convertirse en distintos animales y echar un vaho adormecedor para alimentarse de la sangre humana, principalmente de los niños, a quienes dejaba una marca en la mollera o nuca. Con base en esta leyenda se acuño la frase coloquial “te va a chupar la bruja”. En el sureste, en particular en la región de los Altos de Chiapas, algunos investigadores han registrado las historias que ahí se narran acerca de un ser mitad hombre y mitad murciélago cuyo nombre en Zotzil es J’ik’al (el que corta las gargantas), también conocido en español como el “negro cimarrón”; se dice que rapta a las mujeres y se las lleva a las cuevas en donde habita para devorarlas.
En la cultura prehispánica, el murciélago trascendió más allá de ser un símbolo del mal, pues se asoció a Tlacatzinacantli, dios de la noche y el inframundo. En los códices Vaticano, Borgia y Féjérváry-Mayer se encuentran representaciones de este dios murciélago; un ejemplo es la lámina 24 del Códice Vaticano (imagen de la derecha).
En el área mixteca-zapoteca de Oaxaca, el murciélago se relacionó también con PitaoCozobi, deidad del maíz y la milpa, por lo que está ampliamente representado con rasgos antropomorfos por medio de máscaras, vasos, silbatos, braseros y urnas. En la cultura maya también se asoció a Zotz o Camazotz, deidad del inframundo cuyo nombre, según varios autores, se puede traducir como “murciélago del rayo de la muerte”.
La percepción social de los murciélagos es diversa y se aprecia un gran valor cultural en muchas partes del mundo; en China, por ejemplo, se respeta y venera a estos mamíferos ya que la palabra empleada para decir murciélago (fu ) suena idéntica a buena fortuna (fu ). Es muy notorio el pictograma de los cinco murciélagos dispuestos de manera circular, que es el símbolo de las cinco fortunas (wufu ): longevidad (), abundancia (), salud (), virtud y sabiduría () y una muerte en paz ( ). Se trata de un símbolo que forma parte de la vida cotidiana de las familias chinas y se encuentra en llaveros, platos, jarrones (en esta página) pinturas y adornos de madera o papel en las casas.
La literatura y las artes
En la literatura griega, los quirópteros fueron incluidos en las fabulas de Esopo (siglo vi a.C.), como en “El ruiseñor y el murciélago”, “El murciélago y las comadrejas” y “El murciélago, la zarza y la gaviota”, tradición que se mantuvo largo tiempo, como se observa en el libro Esopo de Madrid de Jose Pi y Montes, publicado en 1831, en el cual se encuentra “El murciélago”:
“El Murciélago
Cuando las Aves tuvieron
Con los cuadrúpedos guerra,
La victoria se mantuvo
Por algún tiempo suspensa
El murciélago entre tanto
De entre los suyos deserta,
A los cuadrúpedos pasa,
Y con ellos plaza sienta
Vencieron por fin las aves,
A que el águila gobierna
Y entre varios prisioneros
Nuestro desertor se encuentra
De tan infame delito
En bien merecida pena
A que en su vida volase
El águila le condena
Por esta causa de día
El murciélago no vuela,
Y ha quedado reducido
Solo á salir en tinieblas.
El que abandona á los suyos
Cuando es la fortuna adversa,
En la prospera merece,
Le traten como de fuera”.
Estos animalitos también fueron inspiración para grandes filósofos como Platón, quien se refirió al murciélago en una especie de acertijo como parte de los ejercicios lógicos que ponía a sus alumnos: “un hombre que no es hombre, viendo a un pájaro que no era pájaro posado en un palo que no era palo, le tiró y no le tiró una piedra que no era piedra”. La respuesta correcta debió ser la siguiente: es un eunuco viendo un murciélago sobre una caña al que le avienta una piedra pómez.
Al igual que para Aristóteles, quien emuló los hábitos nocturnos de este animal en sus tesis metafísicas al sugerir que la dificultad de la filosofía no se encuentra en las cosas mismas sino está en nosotros, enunciando la siguiente frase: “lo mismo que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia”.
En la literatura se destaca la obra latina Las metamorfosis de Publio Ovidio Naso, terminada en el año 8 d.C., en cuyo libro iv se narra la leyenda de las Miniades o Mineidas, Alcítoe, Arsipe y Leucipe, que eran las tres hijas del rey Minas, quienes fueron transformadas en murciélago en castigo por preferir quedarse en su casa hilando y contando historias en lugar de salir a celebrar y participar en los rituales en honor de Baco; aunque en otras obras se menciona que una de las hermanas fue transformada en murciélago, otra en búho y la tercera en lechuza. Un fragmento del libro de Ovidio hace mención a su transformación en murciélagos: “y ya hace tiempo se esconden por las humeantes estancias las hermanas y por diversos lugares los fuegos y las luces evitan, y mientras buscan las tinieblas, una membrana por sus pequeñas articulaciones se extiende e incluye sus brazos en una tenue ala; y, de qué en razón hayan perdido su vieja figura, saber no permiten las tinieblas. No a ellas pluma las elevaba, a sí se sostenían, aun así, con perlúcidas alas, y al intentar hablar, mínima y según su cuerpo una voz emiten, y realizan sus leves lamentos con un estridor, y los techos, no las espesuras frecuentan, y la luz odiando, de noche vuelan y de la avanzada tarde tienen el nombre”.
El murciélago también aparece en la Edad Media. Una leyenda sobre la conquista de Valencia por el rey de Aragón Jaime I compilada en el Libre dels feits, que en castellano se traduce como el Libro de los hechos del rey Jaime, cuenta que ésta era una ciudad estratégica y próspera, por lo que fue ocupada por los sarracenos (árabes) desde el año 711. En 1238, el rey Jaime I inició la reconquista del territorio valenciano, montando su campamento cuando sitiaba la ciudad. Una noche un murciélago se posó en la parte alta de la tienda del rey, quien lo tomó como un presagio y ordenó a sus hombres que no asustasen al animal, sino que le complacieran para que estuviese a gusto en el campamento. Después, mientras todos en el campamento dormían, Jaime I se despertó al escuchar extraños golpes contra un tambor y se sorprendió al ver que el murciélago era quien estaba golpeando con su cuerpo el tambor para alertarlo de que los sarracenos estaban cerca del campamento, por lo que el rey llamó a sus capitanes para que diesen la alarma a los soldados y rápidamente se prepararan para la batalla. Después de ganarla, en honor al murciélago, el rey ordenó representar su figura en la parte más alta del escudo real y en el de la ciudad de Valencia.
La poesía lo incluye también. En el siglo xviii, por ejemplo, Fray Diego Tadeo González escribió en su Memorial literario un poema titulado “El murciélago alevoso”, que en aquella época fue uno de los más conocidos entre los dedicados a una mujer:
“La lluvia repetida,
que viene de lo alto arrebatada,
tan solo reservada a las noches,
se oponga a tu salida;
o el relámpago pronto reluciente
te ciegue y amedrente;
o soplando del Norte recio el viento
no permita un mosquito a tu
alimento.”
En la iconografía abundan las representaciones de este mamífero: el demonio es presentado con alas de murciélago hasta los siglos xviii y xix, como se constata en algunos de los grabados de Francisco de Goya de la serie titulada Los Caprichos, de 1799, como “El sueño de la razón produce monstruos” (en la página anterior).
Otro ejemplo es el grabado titulado La caída de Lucifer de Gustave Doré (en esta página), en el que sobresalen las alas de murciélago y con el cual Doré ilustró una obra clásica de la literatura inglesa, El paraíso perdido de John Milton, en su edición de 1866. Hasta Vincent Van Gogh pintó en 1886 el cuadro Stuffed Kalong, conocido en español como El zorro volador, un quiróptero frugívoro originario de Indonesia.
En la música los murciélagos han sido asimismo motivo de inspiración. Johann Strauss II presentó, en 1874 en el teatro nacional de Viena, la opereta cómica considerada como su obra maestra Die Fledermaus cuya traducción es “el ratón volador”, es decir El Murciélago.
Las artes y las técnicas del Renacimiento también presentan influencia de estos seres alados. Entre 1488 y 1505, Leonardo da Vinci realizó distintos bocetos de máquinas voladoras basándose en la estructura y morfología alar de los quirópteros. No obstante, fue hasta 1890 que el científico francés Clement Ader logró construir la primera máquina voladora a la que nombro Éole, obra magna de ingeniería cuyo diseño se basó en la reproducción de la estructura del cuerpo y las alas de un murciélago, y consiguió despegar del suelo, cuarenta centímetros, y desplazarse más de cincuenta metros; una gran hazaña para la época (en la página siguiente).
Su importancia ecológica
Los murciélagos forman parte de las manifestaciones socioculturales desde hace aproximadamente 20 o 25 mil años —en Australia se encontró una pintura rupestre de un grupo de murciélagos, de los llamados zorros voladores, que corresponde posiblemente a una especie actualmente extinta. Sin embargo, hay prejuicios que actúan en su contra; es por tanto necesario generar una correcta apreciación sobre este fascinante grupo animal a fin de que se tome conciencia de la importancia de protegerlos, ya que desempeñan un papel trascendental en el control de insectos que son perjudiciales para la agricultura y la salud humana, pues la mayoría de los murciélagos se alimenta de insectos y frutos y no de sangre.
Asimismo, los quirópteros polinizan y dispersan más de cuatrocientos tipos de plantas de importancia comercial, entre las que se encuentran el plátano, el higo, el durazno, el mango, la guayaba, la guanábana y el chicozapote. En ciertos casos, son el único agente polinizador de cierta “planta”, como las especies de maguey empleadas para producir mezcal y tequila.
Distintos estudios han demostrado que los murciélagos frugívoros intervienen en la dispersión de semillas de más de quinientos tipos de plantas, por lo que son un factor muy importante para la recuperación de selvas y bosques. Recientemente, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (iucn por sus siglas en inglés), ha señalado que 25% de todas las especies vivientes que integran el orden Chiroptera ostentan alguna categoría de riesgo debido a la pérdida y fragmentación de su hábitat, así como por el uso indiscriminado de plaguicidas agrícolas.
En este sentido, la participación y compromiso de todos los sectores sociales y la difusión y divulgación de información correcta son esenciales para asegurar la conservación de los murciélagos y los múltiples servicios ecológicos y culturales que han brindado desde que se originaron, hace más de cincuenta millones de años. Pero esa es otra historia.
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Referencias Bibliográficas
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Oscar Gustavo Retana Guiascón Centro de Estudios de Desarrollo Sustentable y Aprovechamiento de la Vida Silvestre, Universidad Autónoma de Campeche. Biólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la unam, con doctorado en Gestión de Recursos y Medio Ambiente. Su campo de investigación comprende la conservación de la Vida Silvestre. Ha participado en diversos proyectos y publicaciones en materia de manejo y uso comunitario de la Fauna Silvestre, Colecciones Biológicas y Biodiversidad. Actualmente es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Campeche. |
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Ozono estratosférico vs. Ozono fotoquímico o ambiental |
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Carlos Iván Falcón Rodríguez | ||||||||||||||
En la Ciudad de México, el ozono troposférico hace
su aparición durante dos temporadas climáticas del año. La primera de ellas es la temporada seca y fría, que comienza en noviembre y termina en febrero; la segunda es la seca y caliente, que se sitúa en marzo, abril y mayo. Durante la primera persisten los altos niveles de ozono debido a las inversiones térmicas, que son un fenómeno natural, el cual provoca poca o nula movilidad del aire de manera vertical y horizontal debido a las diferencias notables de temperatura entre las capas de aire que la forman; este evento ocurre principalmente en las primeras horas de la mañana y persiste en esta región, ya que vivimos en una cuenca que afecta aún más la dispersión de gases en la atmósfera.
En la segunda, los niveles de ozono también son altos debido a la cantidad de rayos uv que son capaces de llegar hasta la tropósfera y cuya potencia máxima es de 42 watts por m2 en la mayoría de los días. Durante el día, el momento con mayor incidencia de estos rayos se encuentra entre las 10:00 y l6:00 horas, es cuando podemos encontrar altos niveles de ozono troposférico.
Estas concentraciones son un problema que comenzó a mediados de 1980 y sigue siendo motivo de estudio debido a que, si bien éstas han disminuido notablemente desde 1990, el ozono troposférico persiste como uno de los mayores irritantes y generadores de daño en el aparato respiratorio de los seres vivos.
En contraste, en los últimos años hemos escuchado que se ha perdido gran parte de la capa de ozono y cuyos efectos están relacionados con el calentamiento global. La pregunta surge entonces: ¿es bueno o malo que exista ozono en nuestro planeta?
Comenzaré por aclarar que el ozono (O3) es un gas complejo y benéfico, ya que se utiliza como desinfectante en lugar del cloro debido a la formación de compuestos tóxicos como los organoclorados que se generan durante el proceso de cloración del agua. Este proceso, llamado ozonización en España y ozonación en Latinoamérica, ha cobrado mayor interés porque, además de limpiar, elimina virus.
El ozono se forma en nuestro planeta por la aglomeración de la masa de moléculas de oxígeno sometida a grandes cantidades de energía; es una molécula de color azul, cuyo olor característico es picante. En la atmósfera, principalmente en la capa llamada estratosfera (por encima de 50 kilómetros sobre el nivel del mar), se denomina ozono estratosférico e impide la llegada en exceso de rayos ultravioleta que provienen del Sol, los cuales envejecen nuestras células de la piel, producen arrugas y quemaduras, y puede dañar el adn de las células, por lo que es el principal cancerígeno físico ubicuo que predomina en nuestro ambiente. En las plantas también produce efectos genotóxicos y la radiación excesiva es capaz de afectar las macromoléculas, impidiendo el desarrollo morfológico y fisiológico.
Es decir, el ozono estratosférico nos protege principalmente del desarrollo de enfermedades causadas por la radiación uv, pero debido a que en los últimos años ha disminuido su concentración en dicha capa por el uso de compuestos formados por cloro-fluoro-carbonos que impiden la formación de moléculas de O3, existe una pérdida de moléculas de ozono en este nivel atmosférico. La destrucción de esta capa permite el paso de la radiación uv, produciendo un incremento en la temperatura de la Tierra, que forma parte del calentamiento global, además de daños a los seres vivos en general.
Por debajo de la estratosfera, aproximadamente a 12 kilómetros sobre el nivel del mar, encontramos una capa llamada tropósfera, donde todos los seres vivos habitamos e interaccionamos y se llevan a cabo los procesos industriales, mineros y el transporte marítimo, terrestre y aéreo. Aquí el ozono se denomina troposférico, ambiental o fotoquímico. Es igual al tratado anteriormente, pero en este caso es incoloro, y es considerado como un contaminante secundario debido a que se genera durante las reacciones fotoquímicas de los rayos uv que actúan rompiendo los compuestos contaminantes primarios como el dióxido de nitrógeno (NO2) y los compuestos orgánicos volátiles (cov). Es perjudicial para la salud de los citadinos de cualquier parte del mundo).
Efectos en la salud
El ozono troposférico, ambiental o fotoquímico es malo debido a que su origen no es natural, se forma en donde habitamos y puede producir síntomas en las personas que lo respiran o están en contacto con él, tales como irritación de ojos, dolor de cabeza, náuseas, tos, congestión nasal, dificultad para respirar. También puede incrementar el número de células en la circulación sistémica como los macrófagos, neutrófilos o activar y aumentar algunos mediadores que desencadenan inflamación, los cuales están relacionado con el desarrollo de enfisema pulmonar.
En personas con alguna enfermedad pulmonar como el asma, enfisema pulmonar o epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), bronquitis, etcétera, la presencia de ozono agrava los síntomas, además de disminuir los niveles de antioxidantes protectores del cuerpo humano.
Una de las acciones tomadas por parte del gobierno en materia de salud ambiental fue la modificación de la Norma Oficial Mexicana que tuvo vigencia por 21 años y estipulaba un límite de exposición de 0.110 ppm durante máximo una hora, la cual no debía de ser rebasada (nom020ssa11993), la cual fue actualizada en 2014, estableciendo como límite de concentración 0.095 ppm en una hora (nom020ssa1 2014). Sin embargo, la organización Mundial de la Salud reconoce que aun por debajo de una concentración de 0.050 ppm durante un tiempo de exposición de ocho horas es posible manifestar efectos por la inhalación de ozono.
Algunas de las recomendaciones que debemos de seguir cuando las concentraciones son altas para evitar todos estos síntomas generados por el ozono troposférico son: no hacer ejercicio al aire libre, no caminar sobre avenidas principales en hora pico, tomar mucha agua y comer frutas y verduras ricas en antioxidantes con el fin de evitar daños a nuestro organismo.
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Referencias bibliográficas
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Carlos Iván Falcón Rodríguez Departamento de Biología Celular y Tisular, Facultad de Medicina y Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo
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Carlos Martínez Zepeda, Tamara Guadalupe Osorno Sánchez y Roberto Cisneros Lindig |
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La primera revolución industrial, originada en Gran Bretaña
en siglo xviii, marcó un parteaguas en las formas de producción que generaron una serie de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales jamás ocurridas en la historia hasta ese entonces y cuyos efectos persisten en nuestros días. Tales cambios se centraron fundamentalmente en un aumento en la producción de bienes en menor tiempo, proceso que requirió grandes cantidades de recursos naturales a la par que se generaban otras tantas de desechos que eran vertidos al ambiente. Esto ocasionó que, en muchas regiones industrializadas, grandes extensiones de tierra degradada dominaran el territorio provocando la desaparición de paisajes enteros con distintas historias de manejo. Como consecuencia, comenzaron a vislumbrarse problemas de degradación ambiental que afectan a la provisión de bienes y servicios ecosistémicos y a la biodiversidad, de los cuales las sociedades humanas dependen. En un intento de resolver los cada vez más agudos problemas de degradación ambiental y paralelamente mejorar la calidad de vida, se han propuesto varias alternativas, entre las que se destaca la restauración de ecosistemas.
A grandes rasgos, la restauración busca mejorar las condiciones ecológicas de un sitio o territorio en función de múltiples objetivos. Sin embargo, desde su origen en los años treintas y su consolidación como ciencia en los ochentas, la restauración ha venido sufriendo distintos cambios conceptuales como consecuencia de nuevas aportaciones en la ecología y ciencias afines, lo que ha resultado en una constante búsqueda de nuevas metas y aproximaciones.
La restauración del paisaje es un concepto nuevo que considera la heterogeneidad de formas de uso de suelo y trata de incluir a todos los actores afectados por los usos perjudiciales de los ecosistemas. Este concepto puede complementarse con el enfoque integrado de cuencas para establecer procesos de gestión combinada.
¿Qué es la restauración ecológica?
La ecología de restauración, ciencia aún en desarrollo, es una disciplina que aporta conocimientos para llevar a cabo el proceso de restauración ecológica que, en términos generales, busca solucionar problemas de degradación ambiental ocasionados por la actividad humana sobre los ecosistemas. Sin embargo, desde su origen este ha sufrido una serie de trasformaciones ocasionando cambios de paradigmas. Las primeras aproximaciones en torno a la restauración ecológica buscaban alcanzar objetivos puntuales tales como la recuperación de la productividad, la generación de entornos de conservación y la modificación de la composición florística, entre otros. Dichas metas se desarrollaron en torno a un enfoque de inmutabilidad y equilibrio ecológico de la naturaleza, por lo que las intervenciones eran puntuales y en muchos casos no se consideraba el involucramiento de la sociedad.
Bajo este paradigma se crearon proyectos de restauración que buscaban regresar el ecosistema alterado a un estado previo al disturbio o a un estado prístino, para lo cual empleaban un ecosistema de referencia como modelo a replicar. Sin embargo, ante el avance de las investigaciones de la autoecología y la sinecología, y los cambios cada vez más evidentes en la biósfera como el calentamiento global, la degradación de los ecosistemas y la reducción de la biodiversidad, entre otros, se hizo evidente que existía una dinámica difícilmente predecible así como umbrales en los ecosistemas que, al ser modificados, producían cambios drásticos en éstos; además, comenzó a reconocerse el papel que desempeñan la sociedad y la economía en su manejo y restauración.
Ante este panorama, el paradigma de inmutabilidad y equilibrio ecológico perdió vigencia y comenzó a transformarse paulatinamente, incorporando nuevos conceptos ecológicos tales como los umbrales y estados alternativos, las dinámicas de sucesión de la vegetación, la invasión de especies, la dinámica de disturbios, las consideraciones genéticas para restaurar, los efectos de prioridad y la resistencia de la diversidad en el ensamble de las comunidades.
Ante esta transformación, la restauración comenzó a perseguir otra clase de metas, como la recuperación de la estructura y función del ecosistema para asegurar o mejorar el aprovisionamiento de los servicios ecosistémicos y superar umbrales ecológicos indeseados, pero ya bajo una visión de cambio continuo en el ecosistema a escala de paisaje, considerando a la sociedad como eje para efectuar la restauración.
Esta nueva aproximación es sintetizada en la definición que propone la Society for Ecological Restoration International (seri) en 2004: “el proceso de ayudar el restablecimiento de un ecosistema que se ha degradado, dañado o destruido, y para hacerlo se busca retornarlo a su trayectoria histórica al iniciar o facilitar la reanudación de procesos (y funciones) ecológicos”. Dicho acercamiento es utilizado por diversos autores en la materia.
En términos generales, cualquier proyecto de restauración se desarrolla en un contexto de incertidumbre, ya que al ser un proceso de asistencia no es posible controlar todos los fenómenos que operan en el ecosistema, por tanto es importante tomar en cuenta la posibilidad de no lograr los objetivos planteados inicialmente, lo que implica reconocer la existencia de estados alternativos a los cuales los ecosistemas puedan virar.
En el futuro se espera que la restauración permita objetivos múltiples que van desde la conservación de la biodiversidad hasta la recuperación de funciones ecosistémicas, enfatizando la dimensión social e incluyendo sus motivaciones y metas, todo ello en un entorno de entendimiento ecológico más profundo y de mayor capacidad tecnológica, y esperando que las intervenciones de restauración se apliquen a gran escala, es decir, que la ésta se ejecute a la escala de paisaje.
¿Qué es la restauración del paisaje?
Como se mencionó anteriormente, en la mayoría de los casos la restauración se lleva a cabo centrándose en las características del sitio a intervenir; sin embargo, este acercamiento se ha transformado gradualmente hasta adoptar una perspectiva de paisaje, la cual considera procesos ecológicos y antrópicos en el contexto de todo el paisaje e incluso a escala regional.
Actualmente, la restauración ecológica no solamente busca enfocarse en el restablecimiento o recuperación de un sitio en particular en el ecosistema, sino que también se intenta integrar los sistemas restaurados en la matriz del paisaje, la cual puede estar compuesta por distintos parches de vegetación y corredores, cuyos procesos ecológicos son susceptibles de variar según las condiciones a las que estén expuestos.
Un paisaje puede entenderse como un espacio geográfico definido por el observador, quien de manera subjetiva estratifica, codifica y selecciona componentes particulares de lo observado, poniendo límites y filtrando objetos de manera arbitraria en una extensión de espacio y tiempo establecida por sí mismo. Es decir, un paisaje puede ser clasificado con base en distintos atributos: estructurales (tipo de vegetación), hábitat de especies, características funcionales o bien geográficas, una perspectiva en donde es posible incluir las cuencas hidrográficas.
Diversos autores han propuesto dos formas de implementar acciones para la restauración del paisaje: la primera se refiere a la “naturalización”, que abarca la recuperación escénica del ecosistema; la segunda es el “refuncionamiento”, que corresponde a la recuperación de los procesos inherentes al ecosistema más allá de la mera percepción estética, lo cual puede lograrse por medio de la conectividad ecológica o funcional, entendida como “la capacidad del territorio para permitir los desplazamientos de los organismos entre los parches con recursos”.
Se ha propuesto también una aproximación a los procesos que afectan el ecosistema a escala de paisaje, causando que éste pierda funcionalidad. Un ecosistema original puede tener estados alternos con distintos grados de degradación y niveles de complejidad estructural y biológica que puede ir transitando hacia estados menos deseables. Si tenemos un paisaje natural, con poca intervención humana, que conserva buena cobertura, presta servicios y es resiliente, y bajo un esquema de uso e intervención moderada puede transformarse en un paisaje funcional con menor cobertura y conectividad, pero que aún presta servicios, si esta tendencia de uso continúa acentuándose, el panorama cambiará a un paisaje degradado con escasa cobertura, alta fragmentación y poca conectividad, situación en donde existe el riesgo de que el ecosistema cruce un umbral bajo el cual deja de proveer servicios. Si este paisaje quiere ser recuperado deben de efectuarse acciones de restauración e inversión de recursos económicos y políticos para recuperar su funcionalidad.
En términos generales, la restauración del paisaje da la oportunidad de satisfacer diversos objetivos, ya que reconoce su multifuncionalidad. Esto implica reconocer la coexistencia de múltiples usos de suelo, tales como actividades productivas, zonas de conservación y de aporte de servicios ecosistémicos, a la par que se restaura; una situación que no sería posible si sólo se trabajara con parches aislados. Actualmente, la estrategia que se emplea con mayor frecuencia es la recuperación de paisajes forestales, cuyas acciones tienen por objeto restituir la funcionalidad ecológica en zonas degradadas, a la par que se mejora el bienestar humano.
Algunos especialistas proponen una serie de puntos para la restauración de este tipo de paisajes: a) restaurar paisajes enteros y no sitios individuales; b) recuperar la funcionalidad a escala de paisaje con el objeto de mejorarlo y convertirlo en un hábitat rico, resistente y resiliente; c) considerar beneficios múltiples, lo que implica generar bienes y servicios ecosistémicos; d) considerar una amplia gama de estrategias técnicas para la restauración del paisaje; e) incluir a los actores locales en el diseño y ejecución de la restauración; f) adaptarse a condiciones sociales, económicas y ecológicas locales; g) emplear un enfoque de gestión adaptativa; y h) evitar la reducción forestal preexistente.
La búsqueda de la conectividad es un aspecto importante en la restauración de paisajes, ya que es clave para la conservación y restauración de ecosistemas. Una estrategia para lograr conectividad es la implementación de corredores biológicos, ya que permite a las especies desplazarse a través de una matriz de ambientes cambiantes, se mejora el flujo genético de sus poblaciones y se reduce el efecto de la fragmentación y el aislamiento de hábitats; es el caso, por ejemplo, de paisajes agrícolas conformados por tierras de cultivo, vegetación espontánea y vegetación de límites (linderos y riberas), en donde la conectividad ecológica es brindada principalmente por el adecuado manejo de la vegetación limítrofe, repercutiendo positivamente en especies silvestres de fauna, ya que en ella encuentran alimento, refugio, zonas de reproducción y corredores de desplazamiento.
Muchas veces, el paisaje a restaurar presenta múltiples usos de suelo, como zonas forestales sanas, sitios degradados, tierras agrícolas, de pastoreo, etcétera; en tales casos la meta de la restauración es mejorar el funcionamiento del paisaje al complementar los usos de la tierra ya existentes con la finalidad de obtener un paisaje heterogéneo y sin comprometer la sostenibilidad del componente social ahí persistente.
Esto significa que mejorar el funcionamiento del paisaje no solamente implica generar conectividad ecológica ni complementar distintos usos de suelo existentes, sino también reestablecer procesos intrínsecos del ecosistema, buscando recuperar bienes y servicios ecosistémicos, biodiversidad y resiliencia a largo plazo.
Los principios anteriores constituyen, en conjunto, un enfoque emprendedor y dinámico que se adapta a medida que la sociedad cambia o surgen nuevas metas en la restauración. Sin embargo, planificar y ejecutar las acciones de restauración del paisaje no siempre es tarea fácil, ya sea por dificultades sociales, económicas, y territoriales, entre otras. Es en este punto donde el manejo integrado de cuencas surge como un enfoque que permite articular los objetivos de la restauración e integrarlos con el aprovechamiento y la conservación de los recursos en un territorio dado con visión a largo plazo. Sin embargo, conjugar la restauración del paisaje y el manejo de cuencas hidrográficas supone todo un reto.
¿Qué es el manejo integrado de cuencas?
En esencia, una cuenca es un espacio geográfico natural delimitado por un parteaguas donde el agua fluye hacia un único punto de salida. Las cuencas albergan los recursos naturales y las sociedades mismas, es decir que las cuencas hidrográficas son socioecosistemas, como los define Duarte, en donde “los sistemas naturales se vinculan e interactúan de manera dinámica e interdependiente con uno o más sistemas sociales”; asimismo, son proveedoras de bienes y servicios ecosistémicos de los que depende la sociedad humana y los mismos ecosistemas.
Las cuencas pueden ser abordadas de dos maneras simultáneas en función de la escala geográfica o por su dinámica hidrológica: la primera consiste en un orden jerárquico donde la cuenca principal alberga otras más pequeñas —cuenca, subcuenca, microcuenca y unidad de escurrimiento; la segunda consiste en unidades espaciales diferenciadas por la dinámica del agua, territorios que se conocen como zonas funcionales —la zona alta, de captación e infiltración de agua, la zona media, de transición, transporte y almacenamiento, y la zona baja, de almacenamiento, sedimentación y tributaria de agua a otras cuencas.
El manejo integrado de cuencas busca lograr un adecuado aprovechamiento de los recursos naturales, a la par que propiciar una mejora en la calidad de vida, el desarrollo y la calidad ambiental. Por ello, el manejo de este tipo de territorios requiere abordar las cuestiones ambientales comunes, de manera que se vinculen distintas disciplinas, generando así un marco interdisciplinario que contribuya a la toma de decisiones, partiendo de un análisis integral de la estructura y el funcionamiento de la cuenca, vinculándose en todo momento con aspectos políticos, económicos y sociales que ocurren en su interior. El enfoque de cuencas hidrográficas considera así una visión integral y sistémica del territorio, una perspectiva desde la cual se puede identificar diversas problemáticas, predecir consecuencias y llevar a cabo acciones de gestión y manejo.
Las acciones de manejo pueden resumirse en tres grandes rubros: aprovechamiento, conservación y restauración. El primero se refiere al uso de los bienes y servicios ecosistémicos que suministran los ecosistemas de la cuenca; el segundo consiste en la protección y preservación de espacios y procesos que mantienen la estructura y funcionalidad de la cuenca; y el tercero aborda la recuperación de espacios y procesos que se han perdido en la cuenca por diversas causas y que afectan su adecuado funcionamiento. Es en este último punto donde el manejo integrado de cuencas puede crear sinergia con los objetivos de la restauración del paisaje, ya que el primero provee las herramientas generales para poner en marcha los objetivos del segundo, apoyándose mutuamente los tres con el fin de mantener una visión territorial integrada.
Los retos de este enfoque
La cuenca puede considerarse como la unidad básica para el análisis y la planificación, ya que es un territorio bien definido que puede emplearse para delimitar un ecosistema y en donde pueden coexistir múltiples usos de suelo. Esto permite identificar claramente cuándo y dónde ejecutar acciones de restauración, considerando aspectos socioeconómicos y biofísicos basados en la vocación natural de la cuenca y su funcionalidad hídrica.
Este enfoque permite subdividir jerárquicamente una cuenca hasta obtener un nivel adecuado de ejecución de propuestas, lo que facilita la planificación de las acciones de restauración en diferentes escalas espaciales, permitiendo la ejecución de dichas acciones en sitios puntuales que en conjunto constituyan, a mayores escalas, un proyecto de restauración a escala de paisaje.
Del mismo modo, la cuenca constituye un territorio donde puede estudiarse el funcionamiento de procesos que ocurren en ella por medio de indicadores ambientales; el más común es el agua. Debido a que el agua fluye por todos los usos de suelo, sometidos a distintos esquemas de manejo, y se concentra en las zonas bajas, muestra evidencias indirectas de las acciones de manejo efectuadas. La posibilidad de monitorear acciones de manejo y restauración se vuelve factible así a escala de paisaje, ya que éste puede subdividirse en cuencas o identificar paisajes en su interior, lo que permite evaluarlos para poder conducir las acciones de aprovechamiento, conservación y restauración hacia un rumbo deseado.
Otro aspecto que el manejo integrado de cuencas puede aportar a la restauración es el involucramiento de la sociedad en la toma de decisiones de manera organizada. Ya que el objetivo primordial del enfoque de cuencas es mejorar el bienestar humano y ambiental por medio de una adecuada planificación y ordenamiento del territorio a corto, mediano y largo plazo, la restauración del paisaje puede ser diseñada e implementada por los propios habitantes, promoviendo la cohesión social y un empoderamiento sobre el territorio.
El enfoque de cuencas favorece la restauración al brindar la posibilidad de predecir consecuencias ante los distintos escenarios de manejo por medio de la elaboración de modelos ambientales, un punto crucial para la toma de decisiones en cuanto al aprovechamiento, la conservación y la restauración; surge además la posibilidad de comparar cuencas, y por ende paisajes, en sus aspectos socioeconómicos y ambientales.
Un factor importante que se debe tomar en cuenta también es que las acciones de restauración son costosas y no siempre se cumplirán los objetivos inicialmente planteados; es por ello que este tipo de acciones son efectuadas como última opción en el contexto del manejo de recursos naturales, generalmente cuando existen problemas de degradación ambiental que afectan perceptiblemente a las sociedades; conviene entonces trabajar también bajo el enfoque de una gestión integrada
Consideraciones finales
Los aspectos antes descritos constituyen una nueva aproximación, esto es, cómo el enfoque de cuencas puede contribuir a que se logren las metas de restauración e incluso más allá, ya que éste toma en consideración procesos ecológicos y aspectos socioeconómicos. Al conjugar ambos se puede constituir un acercamiento novedoso a la planeación y el manejo de los recursos naturales de un territorio a corto mediano y largo plazo.
Es necesario continuar y profundizar la reflexión y la crítica con la intención de que surjan nuevas ideas y propuestas que ayuden a complementar y mejorar la restauración y el manejo integrado de cuencas.
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Referencias Bibliográficas
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Carlos Martínez Zepeda Facultad de Ciencias Naturales, Universidad Autónoma de Querétaro. Licenciatura en la Universidad Autónoma Metropolitana, actualmente cursa estudios de maestría en Gestión Integrada de Cuencas en la Universidad Autónoma de Querétaro enfocándose en restauración ambiental. Tamara Guadalupe Osorno Sánchez Facultad de Ciencias Naturales, Universidad Autónoma de Querétaro. Estudios de licenciatura y maestría en el Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se graduó como doctora en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas. Actualmente es profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Autónoma de Querétaro. Roberto Lindig Cisneros Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó sus estudios de licenciatura y maestría en la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor por el Instituto de Estudios Ambientales de la Universidad de Wisconsin en Madison. Actual responsable del Laboratorio de Restauración Ambiental en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad. |
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José Antonio González Oreja |
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Antes de que se diera a conocer, se escucharon rumores
sobre el posible contenido de la segunda Carta encíclica del Papa Francisco y se decía que podría estar dedicada a “la ecología”. Laudato si significa alabado seas y en realidad es la primera encíclica escrita completamente por el actual papa. El nombre proviene del Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís y el papa no quiso desarrollar su encíclica sin acudir a este modelo como ejemplo de excelencia en el cuidado de lo que es frágil en la naturaleza. Con esta guía, Francisco llama a desarrollar lo que denomina una “ecología integral”, que vaya más allá de la ciencia de las matemáticas y la biología y nos fusione con la esencia profunda de lo humano, incluyendo el asombro y la maravilla ante la belleza de la naturaleza. Laudato si recoge el recorrido que hace el papa por los principales problemas ambientales a los que se enfrenta la madre tierra desde el inicio del siglo xxi, problemas que aquejan la casa común de todos los seres vivos; para el papa, la Tierra es una hermana que clama por los impactos que las actividades humanas están generando tras asumir, erróneamente, una función de dominio y explotación de sus recursos, y se dirige a todos sus habitantes partiendo de que la crisis ambiental es una consecuencia dramática de las actividades descontroladas de toda la humanidad.
En sus observaciones sobre los problemas ambientales incluye aportes de otros papas que, a su vez, recogieron reflexiones de científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que han enriquecido el pensamiento de la Iglesia acerca de estas cuestiones, como cuando señala que los avances científicos, técnicos y económicos, si no van acompañados por un progreso social y moral, se vuelven finalmente contra el ser humano.
Para el papa, cuidar y mejorar el mundo implica realizar cambios profundos en los estilos de vida, producción y consumo de la economía mundial, así como en las estructuras de poder que rigen nuestras sociedades, garantizando el respeto al ambiente; a la vez señala la opinión del patriarca Bartolomé: si los seres humanos destruyen la diversidad biológica, degradan la integridad de la Tierra y contribuyen al cambio climático, y si desnudan la superficie terrestre de sus bosques o destruyen sus zonas húmedas están cometiendo pecado.
El resto de la encíclica presenta varios aspectos de la crisis ecológica actual, asumiendo los mejores frutos de la investigación científica disponible; y aunque está dirigida a todas las personas de buena voluntad, retoma algunas razones de la tradición judeocristiana que permiten avalar el compromiso con el medio ambiente. En una parte se centra en lo que él denomina “el paradigma tecnocrático dominante” e intenta llegar a las raíces más profundas de la problemática situación. Tras ello propone algunos elementos de una ecología profunda, en la que todo está íntimamente relacionado con todo, para delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a dejar atrás la espiral de autodestrucción en que estamos inmersos, la cual involucra tanto a los individuos como las naciones, la política internacional. Finalmente, con base en la experiencia espiritual cristiana, propone formas para lograr que el ser humano cambie y madure, reorientando el rumbo y nuestra relación con la casa común.
Una perspectiva ambiental
Con base en mi experiencia como científico, biólogo y profesor de varias materias relacionadas con temas ambientales, me interesa analizar la segunda encíclica de Francisco, en particular, detalladamente, el contenido del capítulo primero. Llama la atención que el documento reconoce que el cambio es una característica inherente a los sistemas complejos, como los seres vivos, y que la velocidad que nuestras actividades imprimen al cambio ambiental se opone al ritmo mucho más lento con el que suele discurrir la evolución biológica. Su mención a conceptos que no siempre se asimilan fácilmente, como es el caso de los sistemas complejos, amerita una definición: son conjuntos integrados de partes constituyentes íntimamente conectados, ya sea por relaciones directas o por bucles de retroalimentación positiva o negativa, en cuyo interior surgen propiedades nuevas, emergentes, que pueden acarrear consecuencias muchas veces insospechadas, que no podemos prever a simple vista, y que en ocasiones son indeseadas. El estudio de las dinámicas no lineales de los sistemas complejos lleva a concluir que, en general, es imposible predecir el estado de uno de tales sistemas más allá de cierto horizonte temporal, que es característico de cada fenómeno.
La mejor ciencia disponible hoy día nos dice que el medio ambiente global se comporta como un sistema complejo que aún resulta en gran medida desconocido; no sabemos con certeza qué elementos están conectados con qué otros, ni cómo, aunque muy probablemente sea cierto, que todo está relacionado, como dice el papa, que todo está conectado con todo. Como quiera que sea, no conocemos todas las consecuencias que van a acarrear las numerosas manipulaciones que, de modo consciente o no, los seres humanos estamos llevando a cabo en el sistema ambiental global.
Sin embargo, seguimos “jugando en los campos del Señor”, que es como el texto de la encíclica se refiere al fenómeno de la evolución biológica, el cambio que a lo largo del tiempo ha tenido lugar, y que aún tiene lugar, en los sistemas vivos, en contraposición a los rápidos cambios ambientales provocados por las actividades humanas, que pueden hacer que los sistemas biológicos no respondan a la misma velocidad, es decir, que no se adapten a las nuevas condiciones ambientales a medida que éstas cambian; es decir, el desajuste manifiesto de los seres vivos con su nuevo medio ambiente podría llevar a la desaparición de una fracción desconocida de la vida, tal y como la conocemos.
El cambio se vuelve aún más preocupante cuando amenaza al mundo y la calidad de vida de la humanidad. Por tanto, el papa enuncia sus principales motivos de preocupación, aquellos que ocasionan la pérdida generalizada de calidad ambiental en todo el planeta: 1) la contaminación promovida por lo que él denomina la cultura del derroche, el despilfarro y el descarte; estos elementos derivan directamente de los modelos económicos imperantes, de tipo lineal o abierto, en contraposición a un modelo circular de producción que resultaría mucho más afín a los ciclos biogeoquímicos de los elementos en la naturaleza; 2) el cambio climático por el calentamiento global que resulta del aumento en la concentración de los así llamados gases de efecto invernadero, cuyo origen actual más importante son las actividades humanas, y puede acarrear gravísimas consecuencias, aún peores para las poblaciones pobres de los países en vías de desarrollo; 3) el problema del agua, esto es, la pérdida en cantidad y calidad del recurso hídrico, indispensable para la vida en general y la vida humana en particular, un ejemplo de los modelos de gestión no racional de los recursos naturales que impulsan un consumo por encima de lo realmente necesario.
4) La pérdida de biodiversidad, es decir, la desaparición de las formas vivas y de los ecosistemas en donde se encuentran, desde las selvas tropicales siempre verdes hasta las especies que en ellos habitan —que en realidad los integran—, pasando por la diversidad de genes que podrían atesorar la clave para responder a numerosos problemas ambientales. En este caso, y en consonancia con ideas propias de algunas ramas de la ética del medio ambiente, reconoce que los seres vivos son depositarios de un valor intrínseco y merecen vivir por su simple existencia, aparte de los posibles usos o beneficios que nosotros podamos obtener. También señala que, en ocasiones, pareciera que los esfuerzos de la ciencia, la técnica y la ingeniería tratan de sustituir la belleza natural de las cosas, irremplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros.
En la naturaleza, en los sistemas ecológicos, hay elementos que realmente son indispensables e insustituibles, como las especies clave; cabe preguntarse qué sentido tiene afirmar, como a veces hacen los políticos que nos gobiernan, que quien comete un delito ambiental debe reparar el daño causado. ¿Es posible recuperar una especie que se ha deslizado por el vórtice de la extinción? ¿Sabemos corregir los daños ambientales provocados a la biodiversidad de sistemas complejos (como las selvas tropicales), con un limitado horizonte de predicción, cuando nuestro conocimiento sobre la naturaleza de sus intrincadas relaciones deja mucho que desear? Me atrevo a responder que no. Como científico e investigador preocupado por la financiación de ciencia, me resulta atrevido el texto del papa cuando señala que es necesario invertir “mucho más” en investigación para generar nuevo conocimiento que nos permita entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las consecuencias que pueden desprenderse de las modificaciones y cambios ambientales.
5) La pérdida de calidad y degradación social de la vida humana en sentido amplio; el papa no puede dejar de prestar atención a los efectos que la suma combinada de la degradación ambiental, los actuales modelos económicos de consumo masivo y la cultura del descarte producen en la vida de las personas. Es el caso de la urbanización creciente de las poblaciones humanas y la desigualdad en el acceso y el consumo de fuentes de energía y otros servicios; para él, éstos son síntomas de que los avances logrados en los últimos siglos no implican un verdadero progreso y una mejora en la calidad de vida de la persona; y 6) otros factores que, sostiene, contribuyen a generar la problemática situación ambiental en la que nos encontramos: a) la desigualdad en cuanto a las consecuencias de los cambios ambientales, pues siempre serán los excluidos y los más pobres (miles de millones de personas), quienes sufran los daños más graves; b) la debilidad de las reacciones que se manifiestan frente a esta crisis sin un liderazgo político internacional que marque el camino a seguir y sometidas a los poderes económicos de un divinizado mercado global; y c) la diversidad de opiniones en torno a los problemas ecológicos y su resolución.
Termina el capítulo primero con la observación de que la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva sobre muchas de estas cuestiones y entiende que debe escuchar y promover el debate sincero entre expertos, respetando la diversidad de opiniones, pero reconoce que es necesario reorientar el rumbo de la humanidad para resolver los problemas antes señalados.
El recorrido por los principales problemas ambientales que realiza la encíclica del papa está en consonancia con el contenido de cualquier libro moderno sobre ciencias ambientales, numerosos conceptos son comunes a ellos: complejidad, contaminación, gases de invernadero, generación de residuos, cambio climático, desforestación, fragmentación del hábitat, energías renovables, pérdida de biodiversidad, urbanización, globalización, patrones de consumo, sustentabilidad, etcétera.
En este sentido, la encíclica del papa cumple con lo que propuso al inicio: asumir los mejores conocimientos disponibles de la investigación científica sobre el medio y fungir como una base sólida para trazar un itinerario ético y espiritual que permita avanzar en la dirección correcta. Y lo desarrolla en el resto de los capítulos.
Reflexiones finales
El texto de la Carta encíclica de Francisco me recuerda a otros que leí tiempo atrás. En primer lugar, me refiero a cierto escrito del difunto Carl Sagan, el reconocido astrofísico, cosmólogo y divulgador de la ciencia: Miles de millones, considerado por muchos como su testamento ideológico; en el capítulo 13, llamado apropiadamente “Religión y ciencia: una alianza”, sostiene que sólo hay una Tierra y, nos guste o no, nos hemos convertido en la especie dominante en este planeta. Somos capaces de provocar cambios devastadores en el medio global, al cual estamos exquisitamente adaptados, tal y como todos los demás seres con quienes compartimos la Tierra, aunque la dinámica metabólica de nuestras sociedades modernas es muy probablemente insostenible en el largo plazo, tal y como sugieren, por ejemplo, las medidas de su huella ecológica. Somos un peligro para nosotros mismos y para los otros; tanto es así que, en un juego de palabras de truculento significado, Sagan concluye que se necesitan seres humanos que protejan la Tierra de los seres humanos, mencionando que el propio Juan Pablo II había señalado la necesidad de alentar y alimentar los ministerios integradores en un mundo en el que tanto la ciencia como la religión pudieran florecer.
De manera similar, el biólogo evolutivo Francisco J. Ayala, en su recomendable libro Darwin y el diseño inteligente: creacionismo, cristianismo y evolución, dice que no tiene por qué haber oposición entre ciencia y religión, ya que se ocupan de distintos ámbitos de la realidad. Se trata, claro está, de los nonoverlapping magisteria del ya difunto Stephen J. Gould.
En esta línea de trabajo común de ciencia y religión, entre 1980 y 1990 tuvo lugar en cinco ocasiones el “Foro Global de Líderes Espirituales y Parlamentarios”, el cual permitió asentar la idea de una conciencia global sobre la supervivencia humana, lo que en términos de Francisco podríamos llamar “ecología integral”. No me resisto a leer las palabras del propio Carl Sagan cuando narra su experiencia en el encuentro de Moscú: “De pie bajo una enorme fotografía de la Tierra vista desde el espacio, contemplé una abigarrada y variopinta representación de la maravillosa variedad de nuestra especie: la Madre Teresa y el cardenal arzobispo de Viena, el arzobispo de Canterbury, los grandes rabinos de Rumania y Gran Bretaña, el gran Mufti de Siria, el metropolitano de Moscú, un anciano de la nación onondaga, el sumo sacerdote del Bosque Sagrado de Togo, el Dalai Lama, clérigos jainistas resplandecientes en sus blancos hábitos, sijs tocados con turbantes, swamis hindúes, monjes budistas, sacerdotes sintoístas, protestantes evangélicos, el primado de la Iglesia armenia, un Buda viviente de China, los obispos de Estocolmo y Harare, los metropolitanos de las iglesias ortodoxas y el jefe de jefes de las seis naciones de la Confederación Iroquesa; y con ellos el secretario general de Naciones Unidas, el primer ministro de Noruega, la fundadora de un movimiento feminista para la repoblación forestal de Kenya, el presidente del World Watch Institute, los dirigentes de la unicef, el Fondo para la Población y la unesco, el ministro soviético de Medio Ambiente y parlamentarios de docenas de naciones, incluyendo senadores, miembros de la Cámara de Representantes y un futuro vicepresidente de Estados Unidos”. En verdad, añado, una representación maravillosa de la diversidad de la humanidad, todos unidos por un bien común, el futuro de nuestra casa.
Más adelante, Sagan señala que “se insistió constantemente en la vinculación de todos los seres humanos”, todos estamos conectados, diría Francisco. Varios científicos de renombre dieron forma a un documento que presentaron, poco después, a los líderes religiosos de todo el mundo y obtuvieron una respuesta claramente positiva. Desde un punto de vista esperanzador, Sagan señaló que la crisis ambiental no representa necesariamente un desastre. En su interior se esconde, también, un enorme potencial para que se hagan presentes la capacidad humana de cooperación, el talento y la dedicación que no han sido explotados, quizás ni siquiera imaginados. Es posible que la ciencia y la religión difieran acerca del origen de la Tierra, dijo Sagan, pero cabe coincidir en que su protección merece nuestra profunda atención y nuestros afanes más entusiastas. Me atrevo a ubicar la Carta encíclica del papa Francisco en este marco de acción global.
Quiero terminar mencionando el otro texto con el que he relacionado dicho documento, me refiero a la llamada Carta del Jefe Indio Seattle, de mediados del siglo xix, que se convirtió en los años setentas del siglo xx en uno de los símbolos del movimiento ecologista, al cual se refiere Francisco en varias ocasiones a lo largo de su encíclica.
Noah Seattle o Sealth fue el líder de las tribus amerindias squamish y duwamish, habitantes del actual estado de Washington, en los Estados Unidos de América. No cabe duda de que fue una figura de importancia entre los suyos; gran orador, en 1854 pronunció un famoso discurso en respuesta a la pretensión de las autoridades blancas de “comprar” las tierras de los pueblos indios. De acuerdo con lo que podríamos llamar la versión “canónica” de la Carta, también el Jefe Indio Seattle dijo que todas las cosas están conectadas, afirmó que la Tierra no le pertenece al ser humano y que no somos dueños de la frescura del aire, ni del centelleo del agua y, como San Francisco, llamó a la Tierra nuestra madre, a los ríos, los venados y el águila majestuosa, nuestros hermanos, y a las flores perfumadas, nuestras hermanas.
Hoy sabemos que, aunque válido como símbolo y profundamente inspirador para muchos de aquellos que lo leyeron en algún momento de sus vidas (como es mi caso), el bellísimo texto del Jefe Indio Seattle es históricamente falso.
La encíclica de Francisco es cierta, tan cierta y verdadera como la preocupación que siente por este planeta herido. Acompañémosle y hagamos de ésta, entre todos, una mejor casa común.
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Referencias Bibliográficas
Ayala, F. J. 2007. Darwin y el diseño inteligente: creacionismo, cristianismo y evolución. Alianza, Madrid. Gould, S. J. 1997. “Nonoverlapping magisteria”, en Natural History, núm. 106. pp. 16-22. Gould, S. J. 1998. Leonardo’s mountain of clams and the Diet of Worms: essays on natural history. Harmony Books, Nueva York. Pp. 269-283. Marcó Del Pont Lalli, R. 2000. “Lo que nunca dijo el jefe Seattle”, en Gaceta Ecológica, núm. 57. pp. 61-72 (véase, también: “Jefe Seatle” en: https://es.wikipedia.org/wiki/Jefe_Seattle). Sagan, C. 1998. Miles de millones. Ediciones B, Barcelona. |
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José Antonio González Oreja Departamento de Ciencias Biológicas, Universidad Popular Autónomadel Estado de Puebla. José Antonio González Oreja: Departamento de Ciencias Biológicas. UPAEP, Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. |
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