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Notas sueltas. Reflexiones sobre ciencia
 
 
Tomás Segovia
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El hombre moderno sigue haciendo la mímica de la participación en el mundo, ahora ya sin contenido. La técnica, con sus impresionantes logros, ha proporcionado el modelo de esa vida, y es la mímica del trabajo, produce los mismos efectos, aumentadísismos, sin tener su contenido. La fascinación de esa eficacia era inevitable. Todo el mundo piensa en la “magia” ante los logros de la técnica; pero ¿qué magia es ésa? Porque todo el mundo sabe al mismo tiempo que no hay nada mágico detrás de los aparatos. “Ce n’est pas sorcier”, como dicen los franceses. De la magia sólo nos ha quedado el aspecto negativo: la impenetrabilidad, el escape a nuestro control. El que aprieta el botón de un aparato de radio, ignorando en absoluto cómo funciona eso (cosa que por lo demás la propia ciencia ignora) y sin poder creer al mismo tiempo que un “espíritu” lo produce, está viviendo una mímica sin contenido.
 
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El romanticismo es una toma de conciencia radical del misterio del significar y por tanto del misterio de la verdad. Este misterio se puede expresar incluso en los términos más chatos de la lógica formal-pragmática. En esos términos la verdad tiene dos naturalezas, puesto que hay dos modos de verificar: por un lado un juicio se verifica cotejándolo con las reglas sintácticas de la lógica misma (las “tablas de verificación”); por otro se verifica cotejándolo con un “estado de cosas” exterior. Pero resulta que las reglas sintácticas son ellas mismas inverificables (sería un círculo vicioso), y lo mismo sucede con el “estado de hecho”, incluso más aún que con las reglas sintácticas, porque esa verificación implica que sepamos ya, de alguna otra manera que no sea lógica y por lo tanto inverificable, o sea que sepamos fuera de la verdad cuál es el estado de cosas; e implica también unas reglas de cotejo que serán tan inverificables sin círculo vicioso como las reglas sintácticas.
 
La Verdad es pues triplemente misteriosa para la lógica formal: porque es misterioso el origen de las reglas sintácticas que “verifican” la verdad: porque es misterioso el origen del cotejo que “verifica” el juicio verdadero, y porque es misteriosa esa “verdad” fuera de la Verdad que es el conocimiento del “estado de cosas” (o más bien, saliéndonos de ese formalismo, su sentido).
 
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Me parece claro que una actitud (y no una filosofía o una teoría o una ideología) verdaderamente relativista e indeterminista, una mentalidad que dejara de estar obsesionada por el sueño de conocerlo todo, explicarlo todo, explorarlo todo, dominarlo y controlarlo todo, sería una novedad histórica radical, una “revolución” en el sentido en que lo fueron la Revolución Industrial, la Revolución Neolítica, o todavía mejor la Revolución Romántica. Una civilización que viviera de veras lo que he llamado el principio de incertidumbre del sentido, no como teoría, sino como estilo histórico y actitud espontánea, como respeto y amor a la oscuridad de todo origen, respetaría y amaría también las zonas oscuras del conocimiento del mundo y de la historia. Y el verdadero respeto de lo oscuro, que no consiste en blandirlo para demoler la claridad del contrario o la claridad en general, sino en saber dónde está el límite de la certidumbre, empezando por la propia, y respetar ese límite (o sea la regla universal que tanto he repetido y que prescribe: “No inventarás”); ese verdadero respeto es el summum de la tolerancia, una tolerancia llevada tan lejos que sin duda habría que darle otro nombre.Chivi66
Tomás Segovia
Poeta y escritor. Premio Octavio Paz de Poesía 2001.
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como citar este artículo

Segovia, Tomás. (2002). Notas sueltas. Reflexiones sobre ciencia. Ciencias 66, abril-junio, 99. [En línea]

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