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La piel habitada:
el arte del tatuaje
129B12  
 
 
 
César Carrillo Trueba  
                     
El tatuaje constituye
una fuente única de
poderosas metáforas políticas.

Alfred Gell
     

Epidermis, capa exterior del cuerpo, la que lo delimita

del entorno y constituye el medio de relación y reacción, que ante el frío y el miedo se eriza, se dilata con el calor, se ruboriza por la pena y el placer, se contrae a causa del dolor, manifestación de nuestro más profundo sentir. La piel y sus múltiples metáforas. Poco explorada quizá por lo primordial que resulta en la cultura occidental el cubrirla, el vestirla con ostentación, pudorosa o impúdicamente, al igual que en culturas como la china, japonesa, del norte de India, los polos y otras regiones. O tal vez por los prejuicios en torno a la desnudez, asociada generalmente con lo salvaje, lo primitivo, que es como han sido juzgadas otras formas de “vestir” la piel como la pintura, las escarificaciones y el tatuaje —propias del continente americano, África, Oceanía y algunas partes de Asia.
 
Entre estas últimas, el tatuaje ha sido la más vilipendiada en Occidente por su peculiar asimilación en Europa de la mano de las primeras imágenes de los pueblos polinesios que llegaron a Europa, en las cuales se destacaba el hábito de tatuarse el cuerpo entero y que suscitaron innumerables juicios, disquisiciones, admiración y condena. La adopción de tal costumbre por los marineros y presidiarios terminó por inclinar la balanza hacia lo negativo —se omitía que los nobles también lo hacían—, dando origen incluso, en el siglo xix, a las teorías de Lombroso sobre el “hombre criminal”, esto es, la existencia de una naturaleza delictiva en ciertas personas y pueblos en quienes resurgían comportamientos atávicos, de épocas pasadas, primitivos. La antropología victoriana poco ayudó a la comprensión de esta manifestación cultural.
 
El tatuaje, al igual que la escarificación, se diferencia de otras técnicas del cuerpo por su carácter indeleble; son imágenes que acompañarán a una persona a lo largo de su vida, forman parte de su piel, de su exterioridad, expresiones de su interioridad, improntas de ciertos momentos de su existir —como el inicio de la edad madura— plasmadas en el cuerpo en contextos rituales. Pero a la vez que parte del “cuerpo social”, de compartir tales momentos con otros miembros de la comunidad, una trama de relaciones que la persona establece con su entorno social y el de otros pueblos o comunidades.
 
Se sabe que esta técnica se emplea desde hace largo tiempo en las sociedades humanas. Hay momias en Europa que datan de hace seis mil años con tatuajes en forma de cruz hechos con plantas y carbón, al parecer de tipo curativo por los sitios del cuerpo que presenta signos de artritis; en Egipto se han encontrado tanto hombres como mujeres de cinco mil años de antigüedad con tatuajes que denotan estatus y poderes especiales asociados a la magia, algunos en forma de animales con cornamenta; en Mesoamérica fue una expresión también muy difundida y la más conocida es una momia denominada tolteca por el arqueólogo Leopoldo Batres —aunque resultó ser de la Mixteca— y que fue llevada a París, en donde actualmente forma parte de la colección del Museo del Quai Branly.
 
Tal difusión del tatuaje en tan variados contextos sociales y distintas maneras de ver el mundo se corresponde con una diversidad de matices técnicos, de significados y funciones. Alfred Gell, perspicaz antropólogo británico, al analizar su despliegue en el universo polinésico elabora un recuento detallado de las funciones desempeñadas por el tatuaje, que incluye culturas de otras latitudes: es una segunda piel, eminentemente social, que define a la persona en relación con los demás, la delimita y delinea, la protege —hay incluso tatuajes que prevén o curan enfermedades—, le confiere fuerza, suerte, poderes, a la vez que lo dota de una dimensión estética irrecusable, sensual y erótica, aunque, en ocasiones, también autodestructiva, ya que implica dolor y sufrimiento, puede tener consecuencias nocivas para la salud y, sobre todo, en la vida social de la persona pues, al ser imborrable, se torna en fatalidad por el sentido que se le asocia, como sucede a los presidiarios que intentan cambiar de vida y las imágenes en su rostro les cierran toda puerta a la reintegración —el caso de los mara de Centroamérica es bien conocido.
 
Así, los tatuajes constituyen una suerte de memoria, un mapa de la trayectoria de la persona, de su vida, inquietudes y manifestaciones, son expresiones de un sentir en un momento determinado, en contextos específicos, que la acompañarán toda la existencia. La piel se torna topografía; existe una relación entre el fragmento tatuado y el significado de la imagen que se porta, el texto que narra, el cual se despliega ante los demás, frente al poder o situaciones que se busca impugnar. Es grito de protesta.
 
Tal es la dimensión que poseen los tatuajes que ilustran este número de Ciencias, y su lectura involucra a quien los mira, los descifra, los lee. Un mapamundi o una ballena en el pecho denotan un sentir profundo, una preocupación por dicha especie o el planeta, el cuello y los brazos lo tornan visible y en la espalda se porta cual fardo. Es el sentimiento exteriorizado, es la complicidad o la contraposición a otras miradas, el descontento ante la destrucción ambiental que vivimos actualmente en todo el planeta.
 
Más allá de una intención estética y de una moda pasajera, envolver el cuerpo en imágenes que abordan de distintas maneras este serio problema para la humanidad y las demás especies, poblar nuestra piel, convertirla en hábitat de una multiplicidad de seres, en vida, es retomar del arte de tatuar su sentido más profundo, el de identificación, el de establecer una identidad entre nuestra piel, nuestro ser, y nuestro sitio de vida, el único que tenemos y del que —de quien, finalmente también un ente— dependemos tanto como ella de nosotros: la Tierra.
 
     
Referencias bibliográficas

Gell, Alfred. 1993. Wrapping In Images: Tattooing in Polynesia. Clarendon Press, Oxford.

Ottino-Garanger, Marie-Noëlle. 2006. “Tatouage et conception du corps aux Marquises, Polynésie française”, en Journal français de psychiatrie, núm. 24, pp. 13-16.
     

     
César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     

     
 
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