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El vistazo de Ledoux
 
 
 
Federico Fernández Christlieb
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Desde que Tomás Moro sintetizó en un libro las aspiraciones de Occidente por ordenar la sociedad de un modo perfecto, surgieron los artistas plásticos que quisieron, como si fuera posible, darle un lugar geográfico a esa Utopía. En los siglos xvi y xvii hubo diversos intentos (no sólo en Europa sino también en el Nuevo Mundo) por acomodar los espacios de modo que la sociedad que los habitara pudiera ser feliz. La Ilustración enriqueció los contenidos de tal anhelo y también le impuso mayores exigencias: la más determinante consistió en dejar por sentado que en el lugar ideal gobernaría plenamente la razón.
 
Así, para contrarrestar la sinrazón de las ciudades medievales (indefinidas y de calles estrechas y sinuosas) los proyectos de ciudades utópicas tuvieron formas geométricas regulares; los artistas dibujaban circunferencias, estrellas o figuras cuadradas, algunas de ellas inspiradas en la antigüedad clásica. En especial, la perfección del círculo fue admirada e imitada; pero cuando en 1774 Claude Nicolas Ledoux proyectó su ciudad ideal, lo hizo de forma elíptica, pensando en la trayectoria que describen los astros alrededor del Sol. Así, con Kepler en la mente, el arquitecto Ledoux trazó con naturalidad la ciudad de Chaux sobre las salinas de Arc-et-Senans, cerca de Besançon, en el noreste de Francia.
 
Chaux sería una pequeña ciudad de trabajadores de la sal en la que la sola geometría de su trazo y la de sus edificios regularía el comportamiento de la población. Y como la razón no sólo adjudicaba formas geométricas a las obras arquitectónicas, sino también funciones específicas, Ledoux diseñó un inmueble para la satisfacción de cada necesidad social: una escuela para transmitir los saberes científicos producidos por la Ilustración, un mercado para dar lugar a las actividades de la naciente burguesía, un panaretheon para enseñar la nueva moral, un edificio pacificador donde se dirimieran los conflictos a la luz de las leyes, una oikema o casa de placeres, un templo religioso y una fragua entre otros edificios públicos. El trabajo, la industria y la seguridad serían la base de la felicidad colectiva.
 
Pero felicidad con jerarquías, por supuesto, tal y como se presentaba el orden en las cosas de la naturaleza: para vigilar a sus obreros, el director de las salinas se serviría de un principio que poco después el filósofo inglés Jeremy Bentham bautizaría como panóptico. El director “tiene que ver todo y oír todo [decía Ledoux]; haremos que el obrero no pueda sustraerse a la vigilancia escondiéndose detrás de un pilar”. Para ello construyó una casa en el centro del elipse desde la que el paso de todos pudiera ser visto. La transparencia para Ledoux, como para la mayoría de los utopistas del siglo de las luces, es uno de los fundamentos de su obra. Su pintura bautizada Vistazo al teatro de Besançon es un ejercicio de claridad y, desde luego, una evocación del arte clásico, en el que presumía fundamentar su trabajo.
 
En 1789 la revolución estalla en Francia y Ledoux, protegido del rey, ve suspendida su obra. No obstante, la demolición de la Bastilla a manos de un pueblo absolutamente harto, le permite ratificar su sentimiento: los habitantes de la ciudad ideal deben vivir felices y en plenitud. Si algo puede devolverles la felicidad que les es connatural, es la razón. Ella rige la ciencia; ella debe entonces regir la geometría urbana, la arquitectura y la sociedad.
 
En 1804, convencido de la viabilidad de su proyecto, Ledoux escribirá: “¿Acaso el arquitecto no tiene un poder colosal? Dentro de la naturaleza a la que imita, él puede formar otra naturaleza [...]. El puede atar el mundo entero al deseo innovador que provoca el azar sublime de la imaginación”. El poder colosal del que habla, es el que inviste a los déspotas ilustrados, a los soberanos iluminados quienes, secularización de por medio, han destronado a Dios para ejecutar en su nombre las tareas de la planeación urbana y arquitectónica.
 
Pero la celeridad de la industrialización se encargaría de probar que el mundo ideal que Ledoux ofrece a los obreros mediante su ciudad modelo, es en verdad un mundo demasiado restringido, es una gran fábrica, una prisión donde se puede trabajar con eficacia y ...nada más. Con la sumisión obrera a la nueva industria brotará el lado siniestro de la razón. La ciudad de Chaux, construida sólo parcialmente, decaerá y será abandonada en 1890. Al fin, la ruina geométrica que hoy vemos encarna literalmente el mensaje de Tomás Moro: Chaux constituye, en efecto, una utopía, un no-lugar. Chivi52
 
Federico Fernández Christlieb
Instituto de Geografía,
Universidad Nacional Autónoma de México.

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como citar este artículo
Fernández Christlieb, Federico. (1998). El vistazo de Ledoux. Ciencias 52, octubre-diciembre, 38-39. [En línea]
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