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De moluscos, discontinuidades
y politopías
 
Armando Bartra
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Las compulsivas diásporas rurales, intensificadas en el último cuarto de siglo, no disolvieron la comunidad agraria mexicana pero modificaron dramáticamente su perfil. La congregación cerrada, introspectiva y circunscrita a estrechos ámbitos sociales y geográficos, si alguna vez existió, ya no existe más. Hoy los asentamientos arcaicos son origen y destino de intensas traslaciones poblacionales. Movimientos migratorios estables y prolongados o estacionales en vaivén, que les quitan a los grupos sociales cohesivos y culturalmente diferenciados su proverbial naturaleza endémica, y a través de una suerte de gitanización generalizada les confieren una condición peregrina y transterritorial. De esta manera la comunidad rebasa su índole puramente agraria y rural y los comuneros trascienden su perfil estrechamente campesino, pues con frecuencia los migrantes se asientan en ciudades empleándose en actividades no primarias. A su vez, los poblados natales y sus inmediaciones dejan de ser hábitat único para convertirse en punto de referencia y matriz cultural; en aztlanes mitificados pero revisitables que otorgan retaguardia y consistencia espiritual a la comunidad desperdigada. Porque para los pueblos peregrinos e históricamente cuchileados, conservar o reinventar la identidad es cuestión de vida o muerte.
 
Escribiendo sobre estos temas en un ensayo reciente, titulado “La patria peregrina”, califiqué de topológicas a las comunidades territorialmente distendidas y chiclosas, pues pese a la distorsión que sufre su espacio social conservan una serie de invariantes. Entre otras las de delimitar un adentro y un afuera, mantener la cohesión, elevar la autoestima y conferir sentido de pertenencia e identidad. Además, los dilatados colectivos de la diáspora siguen definiendo su propio espacio y su propio tiempo internos. Hacia adentro las reglas y los relojes que emplean los miembros de una comunidad desperdigada para medir sitios y distancias sociales, procesos de cambio y ciclos históricos, son herencia mudante pero directa del sentido del espacio y del tiempo propios de la comunidad originaria. Y esto es así, por mucho que sus miembros peregrinos o migrados se muevan ahora en otros contextos sociales asumiendo también
y con prestancia sus novedosas coordenadas. Por todo ello me parece que una buena representación de estas plásticas pero consistentes entidades colectivas son los moluscos de Einstein.
 
“Por eso se utilizan cuerpos de referencia no rígidos, que no solamente se mueven en su conjunto de cualquier modo, sino que también sufren durante su movimiento toda clase de cambios de forma… Este cuerpo de referencia no rígido, se podría designar, con cierta razón, como molusco de referencia…”, escribió el célebre físico en un libro de divulgación sobre la teoría de la relatividad. Pero al aplicar metafóricamente estos conceptos a la comunidad peregrina no es mi pretensión identificar la relatividad espacio-temporal de la física con el relativismo cultural de la antropología, traduciendo reglas y relojes por valores, normas, usos y costumbres. Sí me parece útil, en cambio, pensar a la comunidad como un sistema complejo de múltiples dimensiones y desarrollo no lineal, de modo que por lo general el efecto de los éxodos y diásporas no será la disolución, que pronostica la sociología clásica, sino la rearticulación y el fortalecimiento de las diferencias que otorgan identidad.
 
Siguiendo con las analogías, podríamos pensar que de la misma manera como se incrementa la asincronía de los relojes y la desproporción de las reglas, cuanto mayor es la velocidad relativa de un sistema de referencia con respecto a otro, así también una comunidad que se desplaza y transforma aceleradamente tiende a intensificar la especificidad de sus valores y el diferencial de sus usos y costumbres.
 
Hay comunitarismo fuerte y comunitarismo tenue, y paradójicamente las comunidades más movidas con frecuencia son también las más cohesionadas. En contextos sociales abiertos y competitivos se afila el individualismo y la colectividad se debilita. En cambio, en los grupos ancestralmente lacerados la cohesión deviene estrategia de sobrevivencia. Pero cohesión no significa enconchamiento inmovilizador sino apertura y transformación. Una comunidad fuerte no es dura, rígida, cerrada, resistente al cambio (como la concha), sino flexible dinámica, oportunista, mudable (como el molusco). Y muchas de estas mudanzas van en el sentido de aglutinar, actualizando y fortaleciendo la identidad.
 
Un ejemplo paradigmático, el deterioro de la base de sustentación económica de las comunidades tzotzil-tzeltales de Los Altos de Chiapas derivó en una generalizada migración a Las Cañadas y La Selva. Pero la diáspora de los viejos parajes y el entreveramiento étnico resultante en las zonas de colonización no diluyeron la identidad, al contrario, crearon las premisas para renovar los elementos aglutinadores. Surgieron así inéditas convergencias en torno a las lenguas —que enlazan por encima de la diversidad de parajes originarios—, en torno a la común pero arcaica raíz maya, en torno a la compartida condición indígena y, finalmente, en torno al zapatismo contemporáneo; es decir, un indigenismo puesto al día que al cuestionar la marginación de las etnias convoca a todos los excluidos y propone una neototémica identidad planetaria. Posmodernidad de los globalifóbicos pero mundializados rebeldes chiapanecos, que no le impide al molusco de Las Cañadas seguir desquiciando a sus interlocutores más rígidos y hostiles al remitirlos a los usos y costumbres ancestrales y a las cadencias del tiempo indio.
 
Otro ejemplo de un sistema complejo que al acelerar su movimiento acendra su individualidad, es el proceso migratorio cuyo saldo fue la reciente invención de la identidad oaxaqueña. El inesperado fenómeno resultó del atrabancado éxodo finisecular hacia el norte, traslación poblacional que permitió construir en los campos agrícolas del noroeste mexicano y en la proverbial Oaxacalifornia del gabacho una inédita cohesión oaxaqueña transfronteriza. Convergencia inconcebible en la natal Antequera, que empezó aglutinando a trasterrados mixtecos y zapotecos de distintas localidades en torno a su lengua, su dignidad y sus reivindicaciones laborales, y terminó agrupando también a chatinos, triquis, mixes y otros grupos, en una organización que desde 1994 se llama Frente Indígena Oaxaqueño Binacional. No es éste un curioso y exótico muégano multiétnico, sino un protagonista social de tercera generación que, como los agrupamientos oaxaqueños primarios, tiene bases en la entidad de origen: en los valles centrales, la sierra Norte y la Mixteca; aunque igualmente las tiene en Tijuana y San Quintín, del estado norteño de Baja California, donde surgieron desde hace décadas núcleos trasterrados pero nacionales; y también cuenta con asociados en Los Ángeles, San Diego, Fresno y Valle de San Joaquín, en California. Y fue ahí, en Estados Unidos, donde los organismos locales oaxaqueños de autodefensa integrados recientemente recuperaron sus raíces transformándose en agrupamientos de nuevo tipo, en convergencias binacionales de tercer nivel.
 
Pero con los oaxaqueños la metáfora einsteiniana se retuerce en limón, pues el multiterritorial Frente Indígena Oaxaqueño Binacional no puede pensarse como un molusco; más aún no puede pensarse con ninguna variante de la geometría topológica, pues ésta se ocupa de propiedades invariantes a todo tipo de distorsiones menos la ruptura.
 
Comunidades salteadas
 
La plasticidad espacial de la comunidad, que primero nos llevó a representarla como un continuo no euclideano, es decir como un molusco de Einstein, no se circunscribe al estiramiento. En el caso de los oaxaqueños y otros migrantes remotos, el espacio comunal no sólo se extiende, también se desgarra en fragmentos geográficamente separados, que pese a la distancia conservan su unicidad y propiedades básicas. Si insistimos en buscar analogías en las ciencias llamadas duras, nos encontraremos con que la estructura salteada del espacio comunitario reclama modelos sustentados en una geometría no sólo chiclosa sino también discreta. Un marco conceptual que dé razón de las soluciones de continuidad de un sistema social complejo que conserva su unidad pese a estar formado por trozos no colindantes. Pero, como veremos, para encontrar en la física algo parecido a esto necesitamos transitar de la relativística a la cuántica.
 
Un mixteco puede pasar de San Juan Suchitepec, en Oaxaca, a San Quintín, en Baja California, y de ahí al Valle de San Joaquín, en California, sin dejar de estar en su comunidad. Más aún, puede hacerlo sin salir de ella, pues el que transita entre un nivel comunitario y otro no es en rigor un comunero, sino un simple viajante (tan es así que de extraviarse en el camino y no encontrar una masa crítica de mixtecos a la cual integrarse, no podría recuperar su condición comunitaria). La colectividad multiterritorial se nos presenta, entonces, como un espacio salteado formado por lugares sociales continuos separados por extensiones discretas; los comuneros transitan habitualmente de uno a otro nivel comunitario, pero como tales nunca se encuentran a medio camino. Descripción mañosa, con la que intencionalmente busco subrayar las analogías con la naturaleza cuántica del modelo atómico propuesto por Niels Bohr.
 
En este paralelismo quizá forzado, el comunero multiespacial, que en adelante llamaré polibio (término empleado por el sociólogo estadounidense Michael Kearney que remite a la capacidad de los anfibios para transitar de un medio a otro cambiando de forma pero no de condición), se nos presenta como un sujeto individual, es decir elemental, definido por su pertenencia a un campo social comunitario, ámbito donde puede ocupar diferentes niveles, o segmentos, así como transitar de uno a otro a través de territorios no comunitarios en los que pierde provisionalmente su condición de polibio.
 
La comunidad y el comunero, como el campo y la partícula en la física atómica, son dos aspectos de la realidad social, contradictorios pero inseparables. El polibio se define tanto por su individualidad como por su pertenencia; pero mientras que la individualidad remite a su condición discreta o corpuscular, la pertenencia refiere a la continuidad, que se antoja ondulatoria, del campo comunitario. Así como las ondas y las partículas, los comuneros y las comunidades son manifestaciones contrapuestas pero complementarias de una misma realidad compleja.
 
Siguiendo la analogía y parafraseando a Werner Heisenberg, podríamos decir que individualidad y pertenencia son aspectos imposibles de fijar con precisión al mismo tiempo, pues si atendemos a lo comunitario se diluyen los atributos personales, mientras que si nos enfocamos sobre lo individual se difuminan los comunitarios. Pero se trata de una incertidumbre virtuosa, pues llama la atención sobre una tensión objetiva e insoslayable, obligándonos a abordar en su integridad y articulación tanto el contexto colectivo como las particularidades individuales de los fenómenos comunitarios. En este doble abordaje, el aspecto comunitario remite principalmente a los elementos de continuidad y homogeneidad, mientras que al individual corresponde en mayor medida la discontinuidad y la diferencia.
 
Otras analogías sociológicas del Principio de incertidumbre son más obvias y manoseadas: tanto en la microfísica como en la antropología es sabido que la acción de indagar altera lo investigado, sea esto la trayectoria de un fotón o la autoestima de una familia campesina.
 
La ubicuidad de los polibios
 
Cuando la analogía parecía exhausta, una frase de Heisenberg y un poema de Porfirio García me remiten de nuevo a la transdisciplinaria posibilidad de socializar el Principio de incertidumbre. Escribe el físico: “En el nivel atómico debemos renunciar a la idea de que la trayectoria de un objeto es una línea matemática…” Dice el poeta: “Mi madre era joven cuando bajó a este páramo / Tenía los ojos cansados de caminar promesas / Tenía el defecto de estar en todas partes”.
 
¿Qué quiere decir el oaxaqueño nacido en Ciudad Nezahualcóyotl cuando en un homenaje poético a las migrantes madres fundadoras de ese no lugar proclama que la suya tenía “el defecto de estar en todas partes”? ¿Tendrá algo que ver con la hipótesis de Heisenberg, que Stephen W. Hawking formula con palabras más cercanas a las del poeta necense: “una partícula no tiene siempre una historia única… En lugar de eso se supone que sigue todos los caminos posibles”? Dicho de otra manera: ¿el politopismo de las partículas elementales puede ponerse en relación, así sea alegórica, con las múltiples trayectorias y ubicaciones de los hombres y mujeres de la diáspora?
 
Posiblemente sí, porque sucede que en las comunidades desperdigadas una misma persona puede ser jefe de cuadrilla en los campos agrícolas del noroeste, mientras que a miles de kilómetros de distancia, en su comunidad oaxaqueña de origen, ocupa el cargo de mayordomo encargado de organizar la fiesta del santo. En las comunidades fuertes el que se va a La Villa no pierde su silla. La migración permanente o en vaivén no significa que el comunero abandone su lugar en la colectividad natal, y de la misma manera el sistemático regreso de los migrados estables a sus pueblos de origen no supone perder su sitio en la comunidad trasterrada. Y es que, por definición, el polibio ocupa simultáneamente diversos lugares sociales en el colectivo disperso, aun cuando no ejerza al mismo tiempo sus diferentes funciones.
 
Y esta multiespacialidad es una forma de sobreponerse al desgarramiento migratorio. “Resistir pues, para no desbaratarse en el éxodo, y para aprender, poco a poco, como se vive al mismo tiempo en Texcatepec y en Nueva York”. El revelador al mismo tiempo lo emplea el Fleis Zepeda al relatar los avatares de sus amigos ñuhú de Amaxac avecindados en el Bronx.
La politopía de los polibios los hace socialmente ubicuos, permitiéndoles ocupar simultáneamente lugares comunitarios geográficamente separados. Pero además, su multiespacialidad respecto del sistema colectivo transterritorial se expresa en una suerte de relativización de la lejanía o indiferencia a la distancia. En las comunidades multiterritoriales no euclidianas se desvanece en cierta medida el sentido del cerca y el lejos, y así como el cronopio y descolocado Julio Cortázar transitaba de la parisina Galerie Vivien al porteño Pasaje Güemes sin atravesar el Atlántico, un yalalteco trasterrado en Frisco celebra la Guelaguetza sin necesidad de cruzar la frontera y el ñuhú Bernardino Femando trota por las banquetas de Melrose aveniu, en Manhatan, mientras su otro yo marcha bajo los cedros blancos de la vereda del cerro del Brujo, en El Pericón.
 
Igual como en la física no hay partículas sin campo, en los sistemas societarios fuertes y cohesivos no existen individuos aislados o libres. Aun cuando los separen grandes extensiones geográficas, pertenencia mata distancia y entre los comuneros siempre priva una suerte de contigüidad moral. Colindancia que renueva y enriquece los imaginarios colectivos, pero no es sólo espiritual y se materializa en constantes flujos de personas, mensajes, imágenes, servicios y dinero. Intercambios favorecidos por el enlace expedito y en ocasiones instantáneo que permiten los nuevos medios de comunicación. La comunidad es tan cohesiva como el átomo o un muégano. Para su fortuna, o su desgracia, no existe el polibio solitario.
 
Si la simultaneidad de la riqueza digitalizada que fluye por la red caracteriza a la mundialización financiera, la contigüidad de las comunidades transterritoriales segmentadas define a la mundialización laboral. Una y otro son formas de abolir el tradicional espacio euclidiano, saltos cuánticos del nuevo capital y del nuevo trabajo, modos aristocráticos o plebeyos de la inédita globalidad.
Armando Bartra
Instituto Maya.
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como citar este artículo

Bartra, Armando. (2001). De moluscos, discontinuidades y politopías. Ciencias 63, julio-septiembre, 41-46. [En línea]
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