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Los jardines botánicos coloniales y la construcción de lo tropical
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El movimiento de plantas, impulsado a través de los jardines botánicos creados a finales del siglo xix en la mayoría de las colonias europeas, cambiaría radicalmente el mapa agrícola y botánico del espacio intertropical.
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Christophe Bonneuil
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“El comercio en la costa occidental, tal y como ha sido practicado hasta ahora, no constituye, a mi parecer, la única forma de explotación posible y remuneradora en África. Los productos naturales que los indígenas únicamente colectan y transportan a la costa y que, hasta ahora, han sido la principal fuente del comercio con África, se irán acabando progresivamente. Si no se aseguran nuevas fuentes de productos por medio de la creación de cultivos, para los cuales el suelo africano es tan apto, el comercio estará en riesgo de extinguirse”, afirmaba el ministro de las Colonias Delcassé en 1894. Con este fin en mente, a mediados de 1895, los ministerios de agricultura y de las colonias comisionaron al agrónomo Jean Dybowski para que viajara a África Occidental, estudiara qué cultivos podían establecerse y elaborara el proyecto de un jardín de ensaye en Guinea. Dybowski era partidario de los jardines de ensaye pues concordaba con Delcassé en que por medio de la agricultura se podrían remplazar los productos naturales que se estaban acabando. Esta concepción no era únicamente un capricho de un ministro, o el sueño de un agrónomo que estaba en la región de paso, sino una opinión generalizada.
Un reporte oficial de 1899, que trata sobre la colonización agrícola de la Guinea francesa, nos ilustra acerca de la concepción que se tenía a finales del siglo acerca de los recursos agrícolas. En él se puede leer que Guinea podría proveer a la metrópoli de productos tropicales como “café y cacao, provenientes de América, algodón, producido en la India y en América, y el índigo de la India”. En esos años en los que Guinea y Senegal son los países más prósperos de la costa africana, Guinea parece ser un lugar rico en posibilidades. En las regiones sudanesas abundan las lianas de caucho, y pronto se planea introducir el algodón que piden los industriales metropolitanos. Las regiones altas, menos calientes y menos húmedas que la región baja de la costa, parecen propicias para el cultivo de frutales (incluyendo los cítricos), café, cacao, cola y algodón, así como para el ganado. En la visión de los colonizadores, la riqueza y la fecundidad del país son sólo igualadas por la pereza de los indígenas y su incapacidad de aprovechar los recursos. El reporte indica que el papel de los jardines de ensayos es el de proporcionar a los colonos las instrucciones necesarias para el cultivo racional de las plantas introducidas y el de servir de vivero para distribuir semillas y plantas.
Esas son las convicciones acerca del futuro agrícola del país en el momento en el que Paul Tessonier, un especialista egresado de la Escuela Nacional de Horticultura de Versailles, llega a Conakry cargado de unas cajas y bolsas con semillas y de unas cajas Ward con plantas vivas, provenientes del jardín botánico de París o Jardin des Plantes. Venía secundado por dos franceses expertos en cultivos y un vigilante y una veintena de obreros africanos. Apenas unas semanas más tarde ya había encontrado un terreno adecuado cerca del pueblo de Camayenne donde establecer el jardín de ensaye. Empieza a desmontar el terreno a finales de mayo y para la estación de lluvias del siguiente año ya se encuentran plantadas, en unas siete hectáreas, ciento veintinueve especies, la mayoría de ellas introducidas.
El contexto colonial
Este jardín no es un caso único. A finales del siglo xix el expansionismo europeo llega a su apogeo y se colonizan vastas regiones de África y Asia. En la mayoría de los territorios colonizados se implantan muy pronto jardines botánicos. Entre 1880 y 1900 se crean alrededor de una decena de este tipo de establecimientos en las posesiones británicas, alemanas y holandesas. Hacia 1900, cada territorio del imperio francés cuenta con un jardín de ensayos, conformando una red cuyo centro es el Jardin des Plantes de París.
La creación de estos establecimientos es el resultado de grandes intereses económicos. Desde los siglos xvii y xviii hasta la época del mercantilismo, conseguir semillas en el territorio de un país rival, transportarlas y aclimatarlas en un jardín botánico con el fin de cultivarlas en una colonia, es frecuentemente un asunto de Estado. La introducción del café en Martinique en 1720 y posteriormente las especias por Pierre Poivre en el Jardin des Pamplemouses en la isla Mauricio, son sólo algunos de los episodios de la partida de ajedrez botánica que se juega a escala planetaria y en la que participan las grandes potencias del momento. Durante la segunda mitad del siglo xix el creciente consumo de productos tropicales, la marina de vapor, la caja Ward y el crecimiento colonial, impulsan considerablemente la red y la actividad de los jardines botánicos. Inventada en 1830, la caja Ward permite la conservación de las plantas vivas durante los viajes. Gracias a esta innovación, el jardín botánico de Kew, cerca de Londres, puede enviar en el periodo comprendido entre 1832 y 1847, seis veces más plantas que las que había expedido en los cien años anteriores. En las cajas Ward se transportó el té proveniente de China, que se introdujo en la India y que dio lugar al florecimiento de las plantaciones y al five o’ clock tea. Ese es también el caso del Hevea, llevado en 1876, vía Kew, de Sudamérica a Asia, y que tres décadas más tarde remplazaría la producción de caucho de la selva brasileña con el de las plantaciones del Sureste asiático, así como del café y el cacao, que llegaron de ese mismo modo a África occidental. Este movimiento de plantas, impulsado a través de la red de jardines botánicos, cambió radicalmente el mapa agrícola y botánico del espacio intertropical.
A finales del siglo xix, centenares de botánicos formados en la metrópoli trabajan en los imperios europeos, en los jardines botánicos y en los, más modestos, jardines de ensayos. Algunos de estos establecimientos cuentan con laboratorios, bibliotecas y herbarios. En África tropical, la creación de estos centros de investigación marca el inicio de la implantación de la ciencia occidental moderna. En contraste, las décadas anteriores de conquista colonial se caracterizaron por una actividad científica basada principalmente en la exploración geográfica y naturalista, llevada a cabo por medio de misiones de corta duración.
La botánica también juega un papel importante en la expansión colonial francesa. Los naturalistas ocupan un lugar esencial en el proyecto de colonización de Argelia a partir de 1830, así como en la política agrícola implementada posteriormente. En las primeras dos décadas de conquista se establecen por lo menos veinte jardines de ensaye. Lo mismo sucede durante la expansión colonial en África negra, Madagascar e Indochina, donde se crean más de treinta jardines de ensaye, entre los cuales se puede mencionar los de Saigon en 1865, Hanoi en 1886, Libreville en 1887, Túnez en 1891, Tananarive y Conakry en 1897,formando una red de establecimientos coordinados desde el Jardin des Plantes en París. De igual manera, hacia 1900, el jardín botánico de Kew es el centro de alrededor de casi ochenta jardines botánicos coloniales establecidos en los territorios del imperio británico.
En el caso de Alemania, el jardín botánico de Berlín juega un papel similar al de Kew y el Jardin des Plantes. En las Indias holandesas, que para entonces cuentan con un largo pasado de colonización agrícola, las estaciones de investigación especializadas en los principales cultivos coloniales son coordinadas por el jardín botánico de Buitenzorg que, a fines del siglo xix, es un importante centro de botánica y ecología tropical. De este modo, el siglo xx inicia con cerca de doscientos jardines y varios centenares de botánicos que trabajan en la periferia de los imperios europeos, dedicados a la tarea de inventariar, estudiar, circular y mejorar las principales riquezas vegetales del planeta.
Un laboratorio para la civilización
¿Cómo se ve Conakry? En 1890 Conakry no es más que un pueblo con algunas centenas de habitantes, de los cuales cinco o seis son europeos instalados en la isla de Tumbo. Tres años más tarde es decretada capital de la Guinea francesa, que en ese momento también comprende a Costa de Marfil y Benin. Su gobernador, el doctor Noël Ballay quiere convertir a Conakry en la capital comercial de las riveras del sur y remplazar algunos enclaves comerciales anteriores. A partir de entonces, se inicia la planeación y el desarrollo de la ciudad que deberá albergar a comerciantes, funcionarios y hacendados. Sin embargo, cuando Tessonier desembarca en 1896, Conakry es todavía una aldea de tres mil seiscientos habitantes (con cincuenta y siete europeos en estación de lluvias, y trescientos, de los cuales cuarenta son mujeres, en la temporada seca), con dos iglesias, dos escuelas, una cuartel, algunas tiendas, el correo y un único caféhotel. ¿Qué significa el jardín para esa pequeña comunidad de blancos?
En 1906, el jardín cultiva entre doscientos cincuenta y trescientas especies de plantas en unas quince hectáreas, de las cuales apenas una quinta parte son del lugar. Su función no es la de cultivar la flora de Guinea o constituir un museo viviente de las especies locales (es decir, un conservatorio). El jardín de ensaye es, más bien, el primer sitio de llegada a tierra africana de las especies provenientes de todo el mundo. En él se cultiva una gran variedad de plantas, tanto desde el punto de vista de sus orígenes, de sus exigencias climáticas como de sus usos. Junto a las plantas productoras de hule, plátanos y cacao, se encuentra una multitud de plantas ornamentales y odorantes, árboles para avenidas y plantas para crear sombra. El listado de las especies que ahí se cultivan obedece a las diversas necesidades de la comunidad blanca y a su voluntad de transformar el paisaje de las colonias.
El orden en el jardín es muy revelador. ¿Es necesario recordar que la naturaleza que ahí se exhibe se encuentra inscrita en un registro completamente distinto al de la maraña vegetal de las selvas vecinas? Si todo jardín, espacio cerrado por definición, habla del control de la naturaleza, el jardín de ensaye debe dramatizar la capacidad del hombre blanco tanto de dominar y ordenar la naturaleza africana, como de civilizar la maleza. La selecta riqueza florística compuesta por las plantas provenientes de los más diversos puntos del globo y el refinamiento hortícola están ahí para celebrar la superioridad técnica del colonizador.
La naturaleza salvaje y exuberante es disciplinada y sigue un orden construido según un plan funcional. Las plantas que tienen un mismo uso se encuentran agrupadas en bloques cuadrados: plantas productoras de hule, árboles frutales, plantas textiles, plantas medicinales, etcétera. A diferencia de un ordenamiento por familias o biotopos, este plan refleja la función utilitaria del jardín de ensaye y presenta la naturaleza tropical como un reservorio de riquezas útiles para la industria y el comercio. A pesar de lo artificial de estos lugares atrincherados, es ahí donde se producen importantes conocimientos acerca del medio ambiente tropical.
El jardín es un espacio en el que se crea una relación particular con la naturaleza y que permite la reproducción de muchas especies pero, ¿qué sucede con las plantas cuando salen de su recinto? ¿Las verdades, los gestos y las prácticas empleadas dentro del jardín, siguen siendo válidos y operacionales en espacios más amplios y menos controlados? En 1900, tomando los datos de algunos árboles de plátano y por medio de una simple regla de tres, Tessonier calcula que un hectárea puede producir ciento veinte toneladas. Estos datos sugieren que se puede obtener una producción cinco veces mayor a la que se cosecha en las plantaciones de las islas Canarias. Sin embargo, en la experiencia, mientras más amplía la superficie cultivada, Tessonier se ve obligado a corregir sus cálculos, pues los datos arrojan cifras mucho menores (cincuenta toneladas). Sin embargo, esta cantidad aún es alta comparada con el rendimiento real que se obtiene posteriormente en las plantaciones y que no rebasan las quince toneladas.
“No se trata únicamente de lograr que crezcan las cosas —como se hace en nuestros jardines de ensaye—, es necesario lograrlo a un precio que pueda competir con el de productos similares en el mercado”, exclaman algunos hacendados. Los agrónomos a cargo del diseño de las políticas agrícolas de las colonias se suman a las críticas y proponen, a partir de principios de siglo, la creación de campos y estaciones agrícolas de mayor amplitud, lejos de las ciudades y más cerca de las regiones agrícolas, especializados en un pequeño número de cultivos. En 1900, el jefe del servicio agrícola de Senegal se declara partidario “de la experimentación directa, en condiciones locales, empleando los recursos del país, en cultivos de varias hectáreas, para salir de los límites de los jardines”.
Un enclave europeo
Y aunque los botánicos del jardín de ensaye se enfrentaron con serias dificultades para aclimatar en gran escala las plantas y para encontrar cultivos que fuesen rentables, sí lograron transformar el universo vegetal de la ciudad de Conakry. El jardín de ensaye jugó un papel fundamental en la transformación de la ciudad en un lugar habitable, según la concepción que tenía la microsociedad blanca de lo que constituye la urbanidad, la civilización y lo tropical.
En la ciudad, al igual que en el jardín de ensaye, la naturaleza salvaje no tiene cabida en el plano catastral en cuadrícula. Durante los trabajos de urbanización, sólo algunos mangos y árboles del capok se salvan del hacha. El urbanismo sigue los patrones haussmanianos de París: un esqueleto de grandes avenidas bordeadas por dos hileras de árboles, completado por arterias más estrechas plantadas con una sola hilera. Lo vegetal debe plegarse a los imperativos de la geometría, la higiene, el orden y la seguridad: así se construye una separación entre “maleza” y “ciudad”, entre “primitivo” y “salvaje”. Después de los trabajos de ordenamiento urbano, Conakry se convierte en el modelo de la ciudad colonial.
En la ciudad, además de la imagen de lo que es lo moderno y lo civilizado, se construye un tipo de tropicalidad, sofisticada y cosmopolita. Ésta, inventada inicialmente al interior de los jardines, cerrados pero insertos en una red mundial de intercambio de plantas, imprimirá su huella tanto en las ciudades coloniales como en nuestro imaginario de lo “tropical”.
A partir de 1897, el jardín de ensaye surte al Servicio de Trabajos Públicos, además de los árboles de mangos (provenientes de Asia pero naturalizados), con nuevas especies para plantar en las avenidas. El fino y elegante filao, originario de Australia (Casuarina equisetifolia), el palo negro, de las Antillas (Albizzia lebbeck), el cailcedrat de Senegal (Khaya senegalensis) de hojas perenes, ideales durante la temporada de secas cuando se necesita de sombra, así como el coco y el flamboyán, empiezan a poblar la ciudad. Tropicales pero exógenos, éstos árboles crean un exotismo cosmopolita. El caso del coco (cocos nucifera) es ilustrativo. Originario de Polinesia o del Sureste asiático, ocupa un lugar importante en los relatos de los viajeros que participan en las grandes expediciones navales del siglo xviii, quienes describen los lugares paradisiacos de las islas del Pacífico y de Tahití. Aunque había algunos ejemplares naturalizados en Conakry, Tessonier se dedica a la importación y a la producción “industrial” de estos árboles para las calles desde 1900 y puebla masivamente las playas locales de este accesorio indispensable a todo paraíso tropical.
La ciudad tropical debe de ser un lugar familiar al europeo. El funcionario que cambia de puesto, el comerciante que viaja por sus negocios, el experto en viaje enviado a una misión debe volver a encontrar sus referentes: la traza en cuadrícula, una oficina de correos, una estación de tren, laureles, flamboyanes y palmeras en la playa. Se trata de elementos que homogeneizan a las ciudades del mundo tropical y que a la vez hacen que éstas formen parte de una misma cultura global.
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Christophe Bonneuil
Centro A. Koyré de Historia de las ciencias y de las técnicas,
cnrs, París.
Traducción
Nina Hinke.
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como citar este artículo → Bonneuil, Christophe y (Traducción Hinke, Nina). (2002). Los jardines botánicos coloniales y la construcción de lo tropical. Ciencias 68, octubre-diciembre, 46-51. [En línea]
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