La Facultad de Ciencias.
Fragmentos de una historia
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Francisco Javier Cepeda Flores
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La de la Facultad de Ciencias es una historia compleja y llena de
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Comencemos pues en las década de los veintes, cuando tiene lugar un auge en la creación de las instituciones modernas de investigación. La convulsión de la revolución mexicana provocó que para entonces la educación se encontrara desarticulada en todos sus niveles; sin embargo, fue precisamente la revolución la que planteó la posibilidad de reestructurarla. Hay evidencias claras de la existencia de un clima académico-político en algunas instituciones de educación superior, el cual explica la participación de estudiantes y egresados en dicho movimiento, pues aunque a diferencia de las guerras de independencia y reforma, la vanguardia de la revolución mexicana no se recluta en las instituciones de educación superior, sus egresados jugaron un papel crucial como caudillos culturales, promotores, asesores y responsables de muchos de los proyectos del Estado revolucionario. El país se reinventa. Los proyectos nuevos son la constante de cada día. En los treintas la educación popular fue un proceso no sólo cultural sino, de manera importante, también un instrumento ideológico y político complementario al reparto de tierras y la organización campesina. Si esto último representaba la embestida contra la propiedad latifundista, la educación laica y materialista completaba la tarea, preparando ideológicamente a la población y atacando los valores oscurantistas y de dominio del cacique y el clero. En este marco se presenta una de las etapas más fructíferas de la ciencia en México. Hay una actividad intensa por medio de la creación de sociedades, organización de eventos, reestructuración de organismos e instituciones tanto científicas como técnicas y educativas. |
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Las tensiones existentes entre la resistencia al cambio que presentaban los grupos dominantes en la Universidad y la realidad social en constante movilización forman dos bandos: de un lado los intelectuales, que veía la revolución como la barbarie y consideraban la Universidad como refugio ante la violencia; y del otro, aquellos que querían transformarla poniendo las armas de la ciencia y la técnica al servicio de la lucha social. | ||||||
Había un grupo de profesores, representante de la fuerza del nuevo Estado, que pretendía controlar la Universidad para ligarla a los proyectos de transformación; seguramente también participaron profesores y alumnos poco politizados o inmersos en el estudio y la actividad académica que desempeñaban un papel de masa silenciosa, convencida en ocasiones por un bando o por el otro. Todas estas fuerzas convertían la Universidad en un foco de agitación y lucha política.A principios de 1929 hubo un incidente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y Ciencias Sociales: la oposición contra el nuevo reglamento de exámenes ordenado por la Rectoría que incluía exámenes trimestrales y exigía un mínimo de 75% de asistencia a clases para tener derecho a ellos. Los hechos se presentaron en cascada: los estudiantes se organizan aun antes de inaugurarse los cursos, mientras Rectoría y la sep consideran el asunto “definitivamente resuelto” y amenazan con clausurar la Facultad “hasta el día en que serenamente los estudiantes vuelvan a sus labores ordinarias”, provocando que durante los meses de mayo y junio se desate un movimiento que empieza con la huelga en la Facultad de Derecho y se extiende a toda la Universidad.
La revuelta llega hasta el despacho presidencial de Portes Gil, que ya de por sí enfrentaba una situación difícil como interino tras el asesinato de Obregón.Fueron sesenta y ocho días de huelga que lograron una autonomía precaria, pero no la solución de la transformación de la Universidad, comenzando así un largo proceso de lucha por superar las contradicciones, ya que la autonomía, aunque fue un gran cambio, más que resolver problemas, los planteó. En el comunicado del presidente de la república al secretario del comité de huelga, donde se les comunica en “tono de serena cordialidad” la iniciativa de “Ley mediante la cuál quedará resuelto el establecimiento de la Universidad Nacional Autónoma”, se sientan las siguientes bases: libertad para organizarse en lo administrativo y lo académico; participación en el gobierno universitario de maestros, alumnos y exalumnos; nombramiento de los funcionarios por el presidente de la república a partir de una terna del Consejo Universitario; incorporación a la nueva Universidad Autónoma de todas las facultades y dependencias hasta el momento integradas a la Universidad; la obligación del Estado de proporcionar un subsidio global anual, a definirse posteriormente.
Aunque el tono es cordial y razonado no deja de advertirse, en el clásico estilo de la política oficial mexicana, el deseo de resolver el conflicto pero no de soltar el poder. Así, se recalca el hecho, con tono paternalista, de enseñar a los estudiantes lo que realmente buscan: “aunque no explícitamente formulado, el deseo de ustedes es el de ver su Universidad libre de acuerdos, de sistemas y procedimientos […] y para evitar ese mal sólo hay un camino eficaz: el de establecer y mantener la Autonomía Universitaria”. Quizá por la sorpresa de la iniciativa, por lo poco o nada que la dirigencia estudiantil había discutido y estudiado esta posibilidad, o quizá porque representaba una salida históricamente victoriosa, era preferible tomarla con júbilo y no con el análisis crítico necesario. Y así se hizo.
Transformarse o perecer Hasta mediados de los cuarentas prevaleció la necesidad de cambios en la Universidad para sacarla de su estancamiento, la ejecución de reformas que los universitarios y la sociedad demandaban. Los proyectos que se concretaron en la Universidad en los años treintas, entre otras cosas, tenían como principal objetivo el de impulsar las áreas científicas de química, biología, física y matemáticas. Por lo pronto, la refriega continuaba. El gobierno de la república, en declaraciones del presidente Rodríguez, se lamenta por “los graves trastornos acontecidos en la Universidad Autónoma”, ante los cuales “se ha limitado hasta hoy a presenciar, lleno de dolorosa preocupación, cómo se desvía de sus nobles fines culturales el Instituto que debiera ser orgullo de la Nación entera”. Trastornos que “obligan al Gobierno a enfrentarse de lleno con la actual situación”. La respuesta fue la iniciativa de reforma de la Ley Orgánica de la Universidad en 1933. En ella, en lugar de restringir la autonomía como el sentido común podría esperar, se amplía hasta niveles que la convierten en autonomía absoluta, con lo que se convirtió en una trampa que pocos vieron en ese momento. El Estado renuncia a cualquier intervención al entregar a los universitarios la responsabilidad exclusiva de gobernarse y cumplir con los fines de la institución, y se señala una cantidad a entregarse como patrimonio fijo. Por única vez se entregaron diez millones de pesos en lugar del subsidio mensual acostumbrado.
Las aguas estaban muy agitadas, y el 26 de noviembre de 1934, el Dr. Fernando Ocaranza Carmona asume la rectoría. Ocaranza habría de enfrentar uno de los años más difíciles de la universidad. Los diez millones de pesos otorgados por la ley de 1933 se agotaron pronto y la “autonomía absoluta” reflejó su verdadero carácter de mecanismo de aislamiento y asfixia por la vía económica.
A veces se ha pretendido que después de 1933, al expulsar a destacados universitarios de izquierda, la Universidad como un todo se volvió conservadora y antigobiernista. La realidad es que el socialismo, la educación con orientación social, y el propio Lázaro Cárdenas, tenían muchos universitarios adeptos y activos.
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En el ámbito de la ciencia las cosas también se movían, las conferencias en la Academia Antonio Alzate dictadas por Dirk J. Struick, profesor visitante del Massachussets Institute of Technology —organizadas por Andrés Sotero Prieto y Alfonso Nápoles Gándara, con ayuda de la Secretaría de Educación—, tuvieron mucho éxito y crearon un ambiente propicio para las acciones en favor de la ciencia, un punto en que coincidían las políticas cardenistas y los proyectos que se impulsaban desde la Rectoría: “la ciencia tiene buen cartel, aunque pocos la conozcan”. |
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El ambiente de las conferencias sirvió en particular de catalizador para concebir la Facultad de Ciencias Físicas Matemáticas. Las buenas relaciones de Sotero Prieto con la rectoría le permitieron encargarse de gran parte del diseño de la nueva escuela, integrada alrededor de la Escuela de Ingenieros, el cual entregó en manos del Rector Gómez Morín.
Así, en 1934 se fueron conformando las cuatro corporaciones de la nueva estructura universitaria. Sotero Prieto debía ser, lógicamente, el responsable del Departamento de Física y Matemáticas; sin embargo su personalidad era incómoda para los ingenieros porque, entre otras cosas, éstos no compartían su perspectiva de las matemáticas. El testimonio en 1964 de Ricardo Monges López señala que Sotero Prieto “no quiso transigir y su departamento no se desarrolló”. Por supuesto que la cohesión y habilidad política de los ingenieros era mucho mayor que la del naciente grupo de matemáticos, pues ellos impusieron el nivel de departamento al área de ciencias físico-matemáticas, en lugar del de escuela, como era de esperarse de acuerdo con la nueva concepción organizativa de la Universidad. También arrebataron a los matemáticos la jefatura del Departamento de Ciencias que se creaba, particularmente al maestro Sotero Prieto.
El 21 de enero de 1935 el Consejo Universitario aprueba una nueva estructura general, cuya parte medular era agrupar las escuelas por áreas del conocimiento. Se crean cuatro “corporaciones” fundamentales que eran una especie de superfacultades porque estaban integradas por varias de las ya existentes, a las que se denominaba “unidades de trabajo docente”. La Facultad de Filosofía y Bellas Artes, integrada por cuatro escuelas; la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales formada por tres escuelas de esta área; la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas, compuesta por seis departamentos de investigación y preparación para la enseñanza, y por tres escuelas como unidades de trabajo docente; la cuarta corporación era la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, constituida por un departamento de investigación y preparación para la enseñanza y dos escuelas de trabajo docente.
Esta Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas constituye uno más de los eslabones en la creación de la actual Facultad de Ciencias. Se forma con lo que ya existía alrededor de la Facultad de Ingeniería, reafirmando la tesis de que el desarrollo de la ingeniería en México, a la par de las obras de infraestructura que se construían, fueron requiriendo cada vez mayor especialización en las áreas de física y matemáticas. Tiene un carácter de centro de investigación y de posgrado, pero sólo se le asigna el nivel administrativo de departamento, en lugar de escuela. Los estudios que ofrece este departamento conducen a los grados de maestro y doctor en ciencias por una parte, y por otra existen series de estudios para profesores del área en escuelas preparatorias, secundarias y normales.
Para conducir la facultad se asigna un director a cada una de las escuelas mencionadas. La presencia dominante de los ingenieros vuelve a expresarse con el nombramiento como autoridad de esta corporación al también director de la Escuela Nacional de Ingenieros, el Ing. Ignacio Avilés. En él recaían los nombramientos de jefe del Departamento de Ciencias, de director de la Escuela Nacional de Ingenieros y además era el decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Ateniéndonos a los nombramientos, él era una verdadera autoridad superior. Las relaciones entre Sotero Prieto, Avilés y Monges no eran buenas, aunque sí respetuosas. Avilés frecuentemente opinaba ante los regocijados alumnos de ingeniería que había tres tipos de matemáticas: “las útiles, las inútiles y las perjudiciales”, una muestra de su animadversión hacia Sotero. Éste, por su parte, criticaba a los ingenieros ante los alumnos. La pugna, aunque caballerosa, era clara. Pocos meses después, el 22 de mayo de 1935, el maestro Sotero Prieto se suicida.
Las contradicciones de la aplicación de la educación socialista, sobre todo alrededor de la escuela secundaria, el conflicto de posesión por la Casa del Lago y los actos de rebeldía contra el Estado por parte del rector Ocaranza, quien apoyaba abiertamente a grupos antigobiernistas, condujeron a que en septiembre de 1935 se renovara el enfrentamiento entre universitarios socialistas y los “católicos activos” que controlaban la rectoría. En el choque salieron a relucir otra vez las renuncias por todos lados. La más grave fue la manifestada en el acuerdo del Consejo Universitario del 10 de septiembre, donde se decidió la suspensión de todas las actividades por falta de recursos. Ante el vacío de las autoridades, otras fuerzas universitarias y de izquierda no desperdiciaron el campo abandonado. Varios grupos de estudiantes y maestros formaron el Frente Único Pro Universidad Libre, constituyéndose en Comité responsable de la Universidad, como lo comunican al propio presidente Cárdenas. El presidente anuncia que, ante la indiferencia, aislamiento y rebeldía de las autoridades universitarias, se reformará nuevamente la Ley Orgánica de la Universidad. El rector Ocaranza renuncia el 17 de septiembre, reiterando la necesidad de que la universidad se reorganice a fondo ante el bajo nivel moral e intelectual prevaleciente. Diversos grupos de estudiantes y maestros desconocen a las autoridades y se hacen responsables de la Universidad, convocando a una “asamblea universitaria” de donde sale el “Comité Reorganizador de la Universidad ” para elegir el nuevo Consejo Universitario que, una vez integrado, nombra por unanimidad, el 24 de septiembre de 1935, a Luis Chico Goerne como rector.
Ese mismo año, Cárdenas crea el primer organismo de promoción y coordinación de la ciencia en México, llamado Consejo Nacional de la Educación Superior y la Investigación Científica, y todo un nuevo sistema al fundar el Instituto Politécnico Nacional y otras escuelas de ciencias; asimismo, patrocina congresos como el vii Congreso Científico Americano, apoya eventos científicos importantes, y otras medidas de promoción de la ciencia y la técnica en el país. Una muestra de que es clara la concepción del gobierno mexicano sobre la necesidad de impulsar la ciencia y tecnología desarrollada en México para ponerla al servicio de las necesidades del propio país. Como política de desarrollo socioeconómico se adelanta a las iniciativas tomadas por los organismos internacionales en la segunda mitad del siglo, como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la aplicación de la ciencia y tecnología en beneficio de las regiones menos desarrolladas, realizada en 1963, donde se recomienda el impulso de la investigación científica en los países subdesarrollados. La política de fomento a la ciencia y tecnología del presidente Cárdenas representó el impulso a estas áreas, transformando las condiciones objetivas en que se desenvolvían los individuos y las instituciones. En la Universidad, las buenas relaciones personales del rector con el presidente Cárdenas contribuyeron a superar los enfrentamientos. El trabajo universitario tuvo una orientación social pragmática, sin caer en la imposición autoritaria, respetando la libertad de cátedra ligada a los planes y programas de estudio elaborados por las academias respectivas.
A propósito de la desaparición de las jefaturas de grupos académicos en 1936, y sin la presencia del maestro Sotero, el director de Ingeniería Avilés deja el nombramiento que recibiera por única vez, para que Monges López sea nombrado jefe del Departamento de Ciencias Físico Matemáticas. En el marco del cambio y las buenas relaciones de la Universidad con el Estado, Monges López inicia inmediatamente las gestiones para la transformación del Departamento en Escuela de Ciencias Físico Matemáticas, la cual inició sus labores como tal en marzo de 1936. En el año de 1937, el director de la nueva escuela, junto con otros académicos, lograron la creación del Instituto de Ciencias Físicas y Matemáticas con dos secciones de investigación para cada una de estas áreas, como de transformaciones más amplias que la Universidad llevaba a cabo en un ambiente de tranquilidad por las buenas relaciones que tenía el rector con el gobierno de Cárdenas. Y no sólo era él, sino muchos los universitarios que participaban en los proyectos del Estado. Resulta particularmente revelador que el exrector Medellín y su secretario general de la Cueva, al renunciar a dichos puestos como parte del conflicto de 1933, se hayan incorporado al equipo de trabajo que organizaba el Instituto Politécnico Nacional. El propio Monges López, en esos años y posteriormente, forma parte de varias acciones gubernamentales de impulso a la ciencia y la técnica.
Durante tres años se reformó la Universidad bajo estos lineamientos, que no a todos gustaban, y menos cuando el rector apoyaba al gobierno de Cárdenas, como ocurrió cuando los mexicanos se unieron en apoyo a la expropiación petrolera, en marzo de 1938, y éste encabezó una entusiasta y masiva manifestación de apoyo. No obstante, en junio de ese mismo año se vio obligado a renunciar a la Rectoría ante el empuje de una protesta de estudiantes y profesores organizada por las fuerzas conservadoras.
Una nueva Facultad El doctor Gustavo Baz es entonces nombrado rector y lleva una administración conservadora. A pesar de ello, como ya decíamos, el impulso a la ciencia y tecnología era una bandera que compartían prácticamente todos los grupos y tendencias. Según el testimonio del Ing. Monges López, desde mediados de 1938 él, como director de la Escuela Nacional de Física y Matemáticas, y Alfredo Baños como director del Instituto de Ciencias Físico Matemáticas, empezaron a hacer gestiones para la creación de la Facultad de Ciencias ante las autoridades universitarias y algunos directores involucrados en el proyecto.
Es por tanto sólo meses después de que Baz asume la rectoría que se completa el largo proceso de su creación como entidad independiente. “Ha llegado el momento inaplazable de dar a nuestra casa de estudios su organización definitiva; esto es, elevarla al rango que le corresponde en la cultura mundial, y para ello, es indispensable crear la Facultad de Ciencias, para formar con ella, con la Facultad de Filosofía y con los Institutos de Investigación, el exponente más alto de nuestra cultura”. Lo que se propuso no fue sólo el nacimiento de una nueva facultad, sino una reestructuración unificadora que resolviera los tres importantísimos problemas de la Universidad, a saber: “la investigación, la docencia y el servicio social de la ciencia”. A las carreras de física y matemáticas se incorporaron los estudios de biología, geología y geografía. Estas últimas, con una gran tradición, formaban parte de la Facultad de Filosofía, y fue su director, Antonio Caso, quien aceptó que se incorporaran a la nueva facultad. La Facultad de Ciencias logra así su autonomía respecto de la de ingenieros, que fue su casa matriz. Sin embargo esto no se cumple del todo, ya que además de continuar sus labores en salones prestados del Palacio de Minería, se nombra como primer director al ingeniero Ricardo Monges López. De cualquier forma, el paso estaba dado: la formación de científicos en el país contaba ya con la institución especializada para ello. A su alrededor, la investigación de la ciencia ensancharía sus espacios. Monges fue uno de los principales iniciadores de la institucionalización de la Facultad, por lo que se continúa su construcción durante su periodo, primero en lo académico organizativo y después en cuanto la infraestructura, particularmente en lo que se refiere a las instalaciones. De hecho, pensándose primero en un edificio propio para las Facultades de Ciencias y de Química, surge la posibilidad de la construcción de Ciudad Universitaria, donde las nuevas instalaciones permitirán otras posibilidades de desarrollo. La estrechez que se tenía en el Palacio de Minería y el natural deseo de edificio propio empieza a emerger muy pronto. En la sesión del 27 de octubre de 1941, donde se reforman los planes de estudio, se discute la necesidad de gestionar un préstamo para la construcción del edificio de la Facultad de Ciencias. Después de exponer la necesidad de nuevas instalaciones, se presentan discrepancias sobre su ubicación en el centro de la ciudad, donde se contemplaba construir el inmueble. El rector Mario de la Cueva es autorizado “para concertar el préstamo solicitado por noventa mil pesos, con el Crédito Inmobiliario, S.A. de C.V., con garantía del edificio número 32 de la calle de la Academia, y la designación de una Comisión para vigilar la construcción y aplicación de dicho préstamo en el edificio”. Sin embargo, la iniciativa no prosperó y todavía tendrían que pasar varios años para que se contara con un nuevo edificio.
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Cuando la facultad cumple una década de existencia institucional, en la sesión del 3 de marzo de 1949 el Consejo Universitario discute el presupuesto de Ciudad Universitaria. Con las aportaciones del gobierno federal, el Departamento del Distrito Federal y Petróleos Mexicanos se contaba inicialmente con alrededor de seis millones de pesos, distribuidos en partidas que fueron discutidas y aprobadas una a una. La discusión más larga se centró en la necesidad de obtener recursos adicionales con la venta de algunas propiedades destinadas a construcción de inmuebles para diferentes escuelas, que ya con la ciudad universitaria no serían necesarios.
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El maestro Nápoles Gándara insistió en la necesidad de que el Instituto tuviera presupuesto y edificio propios, autónomo de la Facultad de Ciencias, y en que se tomaran en cuenta a todos los institutos en la elaboración de los programas.
Se gestaba así Ciudad Universitaria, abriendo una nueva etapa de desarrollo. “Estamos aquí, en suma, haciendo Universidad en el más amplio sentido, integrando el pensamiento, el anhelo y la labor de todos a través de la cultura. No estamos poniendo una primera piedra en el primer edificio de la Ciudad Universitaria, estamos poniendo una piedra más en la fervorosa construcción de nuestro México”, expresó el arquitecto Carlos Lazo en la ceremonia de inicio de la construcción de los nuevos edificios para todas las dependencias universitarias. Eso fue en el corazón del campus, en el área asignada a la Facultad de Ciencias, a la torre de ciencias, el 5 de junio de 1950.
Casa propia y crecimiento La construcción de Ciudad Universitaria fue un gran proyecto que inyectó bríos y abrió espacios para la educación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Ante las circunstancias, los centros de investigación y la propia Facultad de Ciencias dedicaron su esfuerzo a preparar cada vez más cuadros científicos para la docencia y la investigación, y a relacionarse con el exterior vía los temas y problemas que se estudiaban en los centros e instituciones internacionales.
“Si aspiramos a construir a México, la tarea más inmediata y urgente es construir al mexicano”, afirma el propio arquitecto Lazo, cabeza del proyecto en marcha. Para 1950 la inversión se calculaba en 150 millones y se esperaba concluir en no más de cinco años, según lo expuesto por Lazo en el Anfiteatro Bolívar en agosto de ese año, aunque al final se invirtieron más de 300 millones. “El primer edificio con que se iniciaron las obras fue éste que vemos en la gráfica: el de Ciencias. Lo primero que se construye es la torre central, que será la estructura de concreto más alta de México”, continúa Lazo ante una audiencia numerosa, encabezada por el presidente de la república y el rector. Presumiendo eficacia, Lazo explica que los quince pisos, con una altura de 45 metros, se construirán en 120 días, estableciendo un récord de seis días por piso. ¡Cada día de retraso costaría al contratista dos mil pesos! Y además de construir edificios, se está comprando equipo, “en el caso de la Facultad de Ciencias, se firmó ya el contrato para la primera parte con una compañía americana por $1 300 000 para la compra del primer aparato desintegrador de átomos, el de Van der Graaff. México, será el primer país latino en adquirirlo”. |
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El testimonio de Barajas, director de la facultad y asesor del proyecto para la Facultad de Ciencias y los institutos, señala a Francisco José Álvarez como el primero que, años antes, propuso al rector Brito Foucher el Pedregal de San Ángel como lugar para la Ciudad Universitaria, ofreciéndose para convencer a los ejidatarios de la expropiación respectiva.
El proyecto salió de las reuniones de Barajas, Graeff, y los arquitectos ya mencionados, que siguieron trabajando sin importar las discusiones sobre la viabilidad del proyecto. Por eso cuando nombran a Lazo y se reanima la actividad, los únicos planos que estaban listos eran los de Ciencias.
La ceremonia de inauguración, denominada de la “dedicación de la Ciudad Universitaria”, se llevó a cabo el 20 de noviembre de 1952, previo al desfile tradicional de la revolución y diez días antes de que Miguel Alemán entregara la banda presidencial a Ruiz Cortines.
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De acuerdo con el testimonio de Lozano, la facultad y los institutos se cambiaron a cu, pero al edificio de Filosofía porque la torre de Ciencias era centro de operaciones de ingenieros y arquitectos. Fue hasta 1954 cuando “nos pasamos los institutos a la torre y la facultad a su edificio en el centro de la cu; fue la primera Facultad que se cambió completa”.
Haciendo conciencia: reformas y revueltas A partir de 1955 se nota entre la comunidad universitaria una toma de conciencia y mayor participación. La revolución cubana, con fuertes repercusiones en la guerra fría y que habría de influir en toda Latinoamérica, es un marco propicio para que vuelvan las planillas de izquierda entre 1960 y 1961. Las elecciones estudiantiles para la Sociedad de Alumnos, se convierten en el terreno de lucha de las fuerzas políticas, lo cual va rompiendo el ambiente conservador imperante en la institución. A tal grado llegaba esta imposición de ideas, que los temas sobre evolución o sobre el origen de la vida, sobre Darwin y Oparin, no eran admitidos en los cursos porque “lastimaban la religiosidad de los alumnos”. Por otro lado un puñado de estudiantes, que pertenecían a las juventudes del Partido Comunista, actuaba en un ambiente de represión. Las banderas de “cristianismo sí y comunismo no” repercutieron en las raquíticas votaciones por las planillas de oposición, que perdieron todas hasta 1965.
No obstante, esa década de trabajo convirtió a la Facultad de Ciencias en una de las más politizadas y activas de la Universidad.
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Al llegar Prieto a la dirección se presenta una primera separación entre la facultad y los institutos. Lo que era una sólida unidad académica sufre su primera escisión. Los jefes de departamento de matemáticas y física fungían como directores de los respectivos institutos, pero Prieto solicita a los directores del Instituto de Física, Fernando de Alba y de matemáticas, Alfonso Nápoles Gándara, que renunciaran a las jefaturas correspondientes de la facultad. Otro elemento de transformación de la facultad fue la creación de los ayudantes para los cursos, establecida a partir de 1966 como política formal, con todo y partida presupuestal. | ||||||
El torbellino de los sesentas alcanza el país, las movilizaciones populares vuelven ante las políticas de los gobiernos posrevolucionarios que no cumplían las promesas de justicia social. Tanto las fricciones con el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz como los problemas internos crearon un ambiente propicio para la protesta. Hay indicios de que los grupos políticos de la Facultad de Derecho fueron utilizados como ariete para derrocar al rector tomando como pretexto los problemas internos. |
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La reacción en la facultad ante la forzada renuncia del rector Chávez fue convocar a una reunión de profesores, organizada por la dirección de Prieto por medio del secretario Juan Manuel Lozano. Además del rechazo a las renuncias y el acto antiuniversitario, se discutió la necesidad de organizarse como gremio: nace así en abril de 1966 el Colegio de Profesores. Los estatutos son encargados a una comisión, (Juan Manuel Lozano, Méndez Palma, Juan Luis Cifuentes, Arcadio Poveda). En el análisis de la situación, que se hace público en un desplegado periodístico, se reconoce que había motivos para el conflicto, tanto de orden académico universitario, como de intransigencia por ambos lados. La primera renuncia no se consideró válida por haber sido arrancada en condiciones de violencia, pero sí la que presentó el rector Chávez al día siguiente de los acontecimientos, quien deja su puesto el 27 de abril de ese año. El Colegio de Profesores apoya entonces a Javier Barros Sierra para el cargo de rector. Barros Sierra inicia su rectoría pidiendo a todos los directores ejecutar el proceso de revisión general de los planes de estudio, con miras a una reforma integral. Ésta se lleva a cabo en toda la Universidad durante 1966, y se aplica a partir del ciclo escolar de 1967. En la Facultad de Ciencias la reforma de los planes de estudio ya era una aspiración desde el inicio de la década, por lo que los trabajos se llevan a cabo con toda seriedad, asignando una comisión de tiempo completo en cada carrera. Desde su toma de protesta en 1965, Fernando Prieto consideraba urgente la modificación de los planes de estudio, y lo incluye en su programa de trabajo. Lozano recuerda el proceso como muy intenso y con la participación de todo el que lo deseó: “dentro de la Facultad fue un trabajo bastante pesado, lo tomamos en serio, el Consejo Técnico integró comisiones por departamento, pidiéndoles la elaboración de un proyecto en breve tiempo y que presentaran informes periódicos”. Por otro lado, a pesar de que el maestro Cifuentes afirma que “para mí, el objetivo al enseñar biología es que los muchachos entiendan la teoría evolutiva, el interés no es que sepan hacer análisis coproparasitoscópicos”, no se logra que en el plan de estudios sea clara esta concepción. |
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Después del movimiento de 1966, la Facultad ya es otra, tanto académica como políticamente. En su informe como director, en febrero de 1968, Prieto señala que “la nota sobresaliente en la vida de la Facultad durante 1967 fue sin duda alguna la implantación simultánea, en todos los años y todas las carreras de los nuevos planes de estudio, se nota ya un nuevo ritmo de trabajo en la Facultad, la actividad en los laboratorios se multiplica y es precisamente en esa actividad febril en los laboratorios en donde podemos poner nuestras esperanzas de lograr, en el futuro, esa vinculación con la industria por la que claman muchos de nuestros estudiantes”. En ese mismo informe, Prieto señala la aprobación de los nuevos planes de estudios para las maestrías y doctorados de la facultad. |
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El conflicto del 66 y todos estos cambios fueron el preludio del movimiento de 1968. México se preparaba para recibir las olimpiadas. El 23 de julio, para controlar una pelea entre estudiantes de la preparatoria Issac Ochoterena, la vocacional 5 y una pandilla a la que llamaban “Ciudadelos”, intervienen los granaderos golpeando violentamente a los estudiantes. Como protesta se organiza una manifestación el 26 de julio. Al reprimir dicha manifestación, los granaderos entran al recinto de la Preparatoria 1, en donde había un acto de entrega de diplomas, y golpean a los asistentes, ajenos a la manifestación. Los estudiantes se organizan, toman camiones y forman una barricada en el centro de la ciudad, en lo que se llamó el Barrio Universitario.
Hay que recordar que el “mayo de 68” de Francia era reciente, y llegaban a México las noticias de medio millón de estudiantes cuestionando al Estado gaullista; acababa de morir el “Che” Guevara; un grupo de estudiantes había puesto una bomba en la embajada de Bolivia y Antonio Gershenson, Luis del Toro y Quico Condés Lara estaban en la cárcel desde octubre de 1967 con penas mayores a su edad. Se instalan entonces barricadas en el Barrio Universitario que impiden a los granaderos controlar el movimiento, y el 29 de julio el ejército interviene, golpeando fuertemente a los estudiantes que se refugian en la Preparatoria 1. El ejército tira la puerta con un bazucaso, volándola junto con los jóvenes que estaban deteniéndola. “En ese momento yo estaba con Eduardo Valle ‘El Búho’ —recuerda Salvador Martínez Della Rocca, quien hablaba a la Preparatoria 3 cuando sonó el bazucaso—, empezó a llorar y me dijo ‘los acaban de matar’”. Y continúa, “Gilberto Belis Estarda y yo redactamos un documento que repartimos en la Facultad el 29. Inicialmente la gente del Partido Comunista no estaba de acuerdo con la huelga. En la mañana no pudimos ganar la huelga, pero en la tarde sí”. La Facultad se pone en huelga el lunes 29. Se nombró un comité de lucha en el que se integran Marcelino Perelló, Gilberto Guevara, Juan Estrada, Miguel Yacamán, Renán Cárdenas, Salvador Martínez y una serie de comisionados. La participación de la Facultad de Ciencias en este movimiento fue destacada, ubicada geográfica y políticamente, se encontró en el centro del huracán, con el mejor y más grande comedor, una gran cantidad de brigadas que actuaban todos los días de acuerdo con la programación general, y la estación de Radio Venceremos, instalada en la torre de Ciencias.
Los setentas, el inicio de una nueva época Tras la represión del movimiento del 2 de octubre de 1968, las clases tardan en reanudarse casi seis meses. No era fácil regresar a clases a estudiar las mismas cosas, de la misma manera. Lo menos que se podía hacer era cuestionar y revisar todo el quehacer universitario, incluyendo la forma y el contenido de la enseñanza, poniendo a la ciencia en la mesa de las discusiones. La conciencia había entrado en muchos profesores y alumnos, en algunos sectores universitarios quedaba la inquietud de relacionar su actividad académica con las necesidades de sectores amplios de la población. Cifuentes recuerda cómo a su regreso a la Facultad, en 1970, después de ser funcionario de la Secretaria de Pesca, encuentra “una facultad un poco cambiada, con inquietudes de todos los sectores y los estudiantes queriéndose hacer oír en el Consejo Técnico, en un ambiente de gente que le preocupaba el para qué de la facultad y de la ciencia”. De aquí que, de manera institucional se creara primero un seminario con conferencias y después varios grupos académicos para llevar a cabo análisis continuos sobre el papel de la ciencia y la facultad ante los problemas y necesidades de los grupos mayoritarios del país.
En 1973 se resuelve establecer la asamblea general como órgano de máxima autoridad en la facultad, creando los consejos departamentales, como órganos democráticos de gobierno colectivo, para administrar con la participación de maestros y alumnos cada área académica de la facultad. También se crea el Consejo interdepartamental para resolver los problemas generales, generándose una dualidad conflictiva con el Consejo Técnico tradicional y reglamentario.
Las funciones del consejo departamental son: administrar y coordinar el trabajo y la política del departamento respectivo; asignar materias, laboratorios, servicios de biblioteca, etcétera; establecer y ejecutar criterios para la promoción, contratación y evaluación del personal académico, proponiendo candidatos; tener las atribuciones del Consejo Técnico respecto al departamento; proponer candidatos a integrar las comisiones dictaminadoras y fijar los lineamientos de evaluación, voceros del departamento ante la dirección de la facultad; crear e integrar comisiones especiales para resolver problemas específicos, y todo aquello que las asambleas les asignen. Como puede verse, esta estructura choca con la oficial y aunque internamente funciona bien, cuando las decisiones salen del ámbito de la propia facultad se presentan conflictos, los cuales tienen que resolverse por la fuerza, por la negociación, o simulando que se cumple con los procedimientos, en particular pasando las decisiones por el aval del Consejo Técnico.
La primera vez que se presentó un proceso abierto para integrar la terna a director se pretendía que, más que elegir personas, se optara por programas o compromisos de trabajo. Entre los candidatos —Juan Luis Cifuentes, Vinicio Serment y Augusto Moreno—, se designa a Cifuentes el 24 de junio de 1973. En la ceremonia de toma de posesión, anuncia la reestructuración de la Facultad de Ciencias en consejos departamentales. De inmediato se integra una comisión del Colegio de profesores, coordinada por el propio director para elaborar el documento respectivo que definirá la nueva estructura —incluyendo las propuestas de maestros y alumnos. Los primeros consejeros se eligieron por seis meses para crear condiciones de evaluación en esa primera fase de funcionamiento. Sólo se hicieron evaluaciones y algunos ajustes mínimos en el primer semestre de 1994, y a partir de entonces la Facultad de Ciencias contaba con su muy especial gobierno de participación.
Respecto de la dualidad con el Consejo Técnico, ya desde antes de la creación de los consejos departamentales se acostumbraba consultar en cada departamento a los especialistas del área correspondiente. El Consejo Técnico se basaba en la propuesta de solución de dicho grupo de consulta para su aprobación formal, costumbre que ayudó a la creación de los consejos departamentales. En el momento en que estos consejos tomaban las decisiones se quería reducir el papel del Consejo Técnico a simple legalizador formal de las decisiones tomadas en los consejos departamentales o el interdepartamental. Se discutió mucho este “poder dual”, pero en la práctica las circunstancias de la estructura legal en la universidad forzaron a que el Consejo Técnico tuviera más peso, en lugar de desaparecer como algunos pretendían.
La facultad estaba inmersa en el proceso democratizador que le significaron los consejos departamentales. La actividad extracurricular era alta y llegaba a niveles de primer orden en el ámbito internacional. Un gran número de conferencias, simposios, congresos, mesas redondas, etcétera, sobre temas de ciencia, educación y sociedad se presentan cada semana. Merecen mención especial la visita de los reconocidos científicos, A. I. Oparin y Dobzhansky a mediados de los setentas. El tema de la evolución, restringido en años, se convirtió en esta ocasión en un acto masivo. Sin lugar a dudas, la facultad se había transformado.
Se seguían discutiendo, sin embargo, el tipo de educación y la investigación que debería hacerse para ser congruentes con la movilización política que se estaba dando y con las nuevas estructura democráticas que se habían creado. La neutralidad de la ciencia y la técnica era cuestionada, y se establecieron mesas de discusión sobre la función social de la ciencia y la técnica a través de la historia. Algunos grupos salieron de sus cubículos para llevar a cabo experiencias de educación y ciencia popular.
En 1972 se llevan acabo los “cursos debate”, formalmente denominados “Análisis crítico del papel del científico ante la realidad mexicana”, propuestos a la asamblea estudiantil por Flavio y Germinal Cocho en lo teórico, y en la operación Raúl Rechtmann y Gustavo Martínez Mekler; eran optativos y pretendían aportar conocimientos sobre problemas socioeconómicos y así poner a los estudiantes en contacto con la realidad del país, tratando de crearles conciencia critica para la acción. La experiencia termina por la huelga del stunam, pero la inquietud permite el surgimiento de proyectos como el de enseñanza de las matemáticas en comunidades populares y organizaciones en lucha, como el trabajo que profesores y alumnos hicieron en la colonia Rubén Jaramillo, al sur de Cuernavaca, en donde auxiliaron en la capacitación de los profesores del lugar con prácticas de los conceptos. |
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En esta misma tendencia se presentan experiencias docentes de biología en el ejido El Mirasol, en el estado de México. Durante 1973 y 1974, Monserrat Gispert y Jorge González, que había participado en el proyecto del cch, plantearon a los profesores de su departamento la idea de cambiar la enseñanza de la biología para centrarla en un problema concreto de la realidad, de donde se derivarían las materias por aprender. Escoger una comunidad humana y estudiarla conjuntamente con su entorno —plantas, animales, etcétera. Este proyecto sentó las bases de lo que serían las biologías de campo. Otros ejes en este proceso de revaloración social de la ciencia fueron el la de la crítica a la destrucción ecológica y el desarrollo de tecnologías blandas, así como la creación, en 1974, del Programa de Ciencia y Sociedad, con la finalidad de impulsar la transformación del quehacer académico. En ese contexto, la facultad se trasladó a las nuevas instalaciones, en el primer semestre de 1977. El cambio fue una fiesta en la que maestros, alumnos y trabajadores colaboraron. La estatua de Prometeo también fue parte del cambio y el regocijo. |
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Sin embargo, a mediados de ese mismo año, habría de vivirse otro conflicto grave con la huelga del stunam; el maestro Cifuentes recuerda: “para mí era una situación muy compleja, porque legalmente yo ya no era director, pero Guillermo Soberón me seguía dando el lugar de director hasta julio, cuando la facultad decidió, a través de su Consejo Técnico, sacar un desplegado protestando por la entrada de la policía y pidiendo que las instancias universitarias juzgaran a los que fueran responsables y otras cosas. Al otro día de que yo firmé, recibí la noticia de que había terminado mi periodo; esto fue el 13 de julio, aunque hubo el ofrecimiento de que si retiraba la firma podía seguir, pero no lo acepté”. Al mismo tiempo rectoría desconoce al Consejo Técnico, con el pretexto de que no se habían entregado la documentación respectiva, y avala el nombramiento de Vinicio Serment como decano de éste (de tomarse en cuenta al nuevo Consejo Técnico lo hubiera sido Manuel Peimbert, más identificado con el sindicalismo).
De acuerdo con la doctora Ana María Cetto “el rector quería aprovechar el cambio de dirección para reorientar la facultad, para que se encarrilara otra vez, era la oportunidad”. El caso ameritaba atención, así que la decisión no llegó antes de que se terminara el interinato, que por reglamento no puede exceder los dos meses, por lo que fue necesario nombrar, vía la Junta de gobierno, al doctor Eugenio Ley Koo como director provisional. Por parte de la facultad, de acuerdo con la nueva estructura de participación, se inició un amplio proceso de discusión interna para designar una terna de candidatos. En el colegio de profesores se hicieron listas abiertas de candidatos, cuyos proyectos se discutieron y votaron en asamblea. La terna que envía la facultad incluye a la doctora Ana María Cetto Kramis, Miguel Lara Aparicio y al propio Cifuentes. A su vez, la Rectoría modifica esta terna, sustituyendo a Cifuentes por Guillermo Aguilar, que había sido particularmente cuestionado en el Colegio de profesores.
Respecto de la entrevista con la Junta de gobierno, la doctora Cetto recuerda: “les interesaba, sobre todo, entender cuál era mi posición respecto a la asamblea general, el asambleísmo, como le llamaban, y a la democracia; les interesaba mucho menos la problemática académica.
Era obvio que la Junta de gobierno veía un problema político en la Facultad de Ciencias, y la elección, para ellos, era un asunto político”. Electa, la doctora Cetto, primera mujer en el cargo, toma posesión, en forma nada tranquila, el 31 de enero de 1978. De nuevo la Universidad y la facultad entraban en proceso de cambio.
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El panorama abordado hasta aquí da idea de la fundación de la Facultad de Ciencias, dejando para estudios posteriores las décadas subsecuentes que dieron forma a la actual estructura académica y social de la facultad. Queda claro que en el camino aún falta mucho por andar, el futuro de esta institución y de la Ciencia en México depende en mucho del rumbo que tomemos hoy. | |||||||
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como citar este artículo →
Cepeda Flores, Francisco Javier. (2009). La Facultad de Ciencias. Fragmentos de una historia. Ciencias 94, abril-junio, 60-75. [En línea]
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