revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Los maíces transgénicos y sus riesgos
 
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Carlos H. Ávila Bello
   
               
               
El maíz es el primer tótem mesoameri­ca­no,
anterior al águila, al jaguar, a la ser­piente, al
pez. Es, al mismo tiempo, ori­gen y creación del
hombre. Es la hostia con la que comulgamos
los mexicanos en un acto de antropofagia.
¿Qué otros discursos se cifran en torno a esta
semilla, que parece germinar en el latido de
nuestro corazón?
 
 
Andrés Henestrosa
 
La biotecnología comprende procesos técnicos aplicados a fenómenos bioló­gicos para obtener productos útiles al ser humano; estos métodos se basan en el cruzamiento de especies vegeta­les o animales diferentes pero con una relación familiar al menos cercana, por ejemplo maíz con maíz. El descu­brimiento de la infección natural cau­sada por la bacteria Agrobacterium tumefaciens en algunas plantas dio ini­cio a experimentos con los que se lo­gró substituir genes de una planta por los de una bacteria, con lo que se sen­taron las bases de la ingeniería gené­ti­ca (figura 1)
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FIG1      
Sin embargo, el uso de se­­millas transgénicas, es decir, aquellas a las que se le han modificado se­cuen­cias específicas de adn y son susti­tui­das por secuencias génicas de otra es­­pecie, ha generado fuertes con­tro­ver­sias relacionadas con la salud hu­ma­na, la diversidad biológica, la cien­cia y la seguridad ali­men­ta­ria. Esta controversia es especial­mente aguda en México en el caso del maíz; se argumenta que tenemos un atraso importante en este ti­po de tecnologías y que el debate se debe más a la ignorancia e intereses par­­ticulares que a razones de fondo, con lo cual los políticos y quienes to­man decisiones pretenden soslayar que el maíz es una planta fundamen­tal en Mé­xico, que se considera de ori­gen di­vino, y como se consume diaria­mente en la alimentación de millones de mexicanos, se ha experimentado con ella durante largo tiempo, por lo que cada parte tiene usos específicos, tanto en aspectos culinarios como ar­tísticos. Se trata de una planta tan im­portante culturalmente, que su ausen­cia sería intolerable para los humanos que dependemos de ella.
 
Es por ello que la siembra de maíces transgénicos constituye un grave riesgo, ya que la contaminación es muy posible de­bido a que el maíz, los teocintles y los maíces transgénicos son plantas de polinización libre, es decir, que su polen puede viajar mu­chos kilómetros por medio del viento o adherido al cuerpo de ani­males o el ser huma­no —ade­más de que todas estas especies poseen el mis­mo número cromo­sómico (n=20). En 2002, Quist y Cha­pela encontraron maí­ces nativos contaminados en Oa­xa­ca, mientras que Jørgensen y sus colaboradores ob­servaron cruzamiento de especies cul­tivadas y silvestres de la colza o vaina para pájaros (Bras­si­ca napus y B. ra­pa), y las últimas desarrollaron resistencia a herbicidas co­mo el Round­up de Monsanto. Por su parte, Robin­son menciona que lo mismo puede su­ceder con plantas en cuyo código gené­tico se ha insertado información de alguna bacteria. Todo esto es preo­­­cupante ya que las 49 o más razas de maíz que existen en México, junto con los teocintles, constituyen una fuen­te de variabilidad genética muy útil en el caso de que los maíces “mejora­dos”, con su alta uniformidad gené­tica, sean susceptibles a diferentes pla­gas o en­fermedades; su pérdida contri­bui­ría por tanto a erosionar la variabilidad ge­nética de los maíces.

La FAO ha documentado la im­por­tancia de la variabilidad genética; en 1970, cuando la roya del maíz provocó que los granjeros de Estados Unidos per­die­ran hasta la mitad de su co­se­cha, la fuente de resis­ten­cia se en­con­tró en un maíz de­sa­rrollado local­­men­te en África. Así su­cedió con la pa­pa en 1840 en Ir­lan­da, donde un hongo, el tizón tardío (Phy­tophtora infestans) atacó durante cinco años este cultivo, debido a lo cual murieron cerca de dos millones de personas y casi el mismo número emi­graron a los Estados Unidos. Fue­ron entonces las es­pe­cies silvestres y sus parientes localizados en Perú la fuen­te de di­versidad genética para en­contrar resistencia a este hongo.
 
Por otro lado, México es el cen­tro de origen del maíz y del teo­cin­tle, y am­bas plantas se pueden en­con­trar a lo largo y ancho del territorio na­cio­nal; son maíces que presentan ex­­ce­len­te adaptación ecológica y los cam­pe­si­nos tienen un profundo co­noci­­mien­to de su manejo como para alcanzar una alta producción y productividad en cada región del país. Es funda­men­tal entonces contar con recursos eco­nómicos suficientes para desarrollar trabajos de investiga­ción arqueológi­ca, botánica, etno­botánica y gené­tica que permitan am­pliar el cono­ci­mien­to relacionado con estas dos plantas, especialmente en el norte del país.

En este sentido, el artículo 8 del ca­pítulo tercero del reglamento de la Ley de Bioseguridad es imposible de cum­plir, pues ¿cómo lograrán la sa­gar­pa y la semarnat prevenir el flujo génico en plantas de polinización libre que se en­cuentran a cielo abierto?

La salud humana

Debido a que los maíces transgénicos están destinados al consumo humano directo son necesarias pruebas de la­boratorio sofisticadas que garanticen su inocuidad. Bourges y Lehrer co­men­tan que en las interacciones de gen a gen la regulación de la expresión de mu­­chos de ellos es poco conocida, por lo que entonces la inserción de nue­vas secuencias de adn en el ge­no­ma del maíz puede alterar la función de los genes, produciendo nuevos me­ta­bolitos o alterando los nive­les de aque­llos que ya existen; algunas de es­tas con­secuencias pueden inferirse, pe­ro otras no. Asimismo, los genes in­serta­dos pueden codificar enzimas que pos­­teriormente se expresen en altos ni­­ve­les de actividad, lo que provocaría la alteración del flujo metabólico y au­­men­to o disminución de metabolitos importantes para el funcionamien­to del organismo; un riesgo es la eli­mi­na­ción de algunos antioxidantes fun­da­men­tales para el funcionamiento humano.
 
En 2005, el criigen cuestionó, des­de el punto de vista estadístico, las prue­bas llevadas a cabo por Monsanto en varios de sus maíces transgénicos, como el mon 810 y el mon 863; en el pri­mer caso se tienen fuertes dudas acer­ca de su inocuidad, ya que al pa­re­cer la secuencia génica que contiene a la bacteria que ataca al gusano co­go­llero (maíz Bt) puede substituir la fun­ción de algunas enzimas llamadas ligasas, particularmente importantes en la síntesis y reparación de muchas mo­léculas del organismo, incluyendo el adn; en el segundo, el departamen­to estadístico de esa misma compañía lle­vó a cabo pruebas que pasan por ­alto mu­chas de las posibles correlaciones e interacciones de secuencias gé­ni­cas con los órganos de ratas de labora­to­rio, en las que sin embargo se pudo com­pro­bar que al menos 33% de las ali­­men­tadas con mon 863 presentaron riñones con menor peso, así como in­­flamación y regeneración anormal de ese mismo órgano.

En este sentido, no se está cum­plien­do una de las normas de la Comi­sión del Codex Alimentarius de la fao, llamada equivalencia substancial, que consiste en establecer si el alimento trans­génico es tan inocuo como su ho­mólogo tradicional, para lo cual se de­ben considerar los siguientes aspectos: a) la identidad, el origen y la composi­ción del alimento; b) los efectos de la elaboración y la cocción; c) el proceso de transformación del adn y productos de la expresión de la proteína del adn introducido; d) los efectos sobre la función o funciones del organismo; e) la posible toxicidad, alergenicidad y efectos secundarios; f) la posible in­ges­tión y consecuencias alimentarias de la introducción del alimento trans­gé­nico.

Para esa organización mundial es de fundamental importancia el análisis de riesgos, el cual consta de tres eta­pas: su evaluación, la gestión de los mis­mos y la comunicación de los ries­gos, esta última en especial no está in­cluida en la Ley de Bioseguridad de Mé­xico.
 
Es muy posible que los maíces y teo­cin­tles mexicanos se contaminen con la presencia de maíces transgéni­cos, incluso a nivel experimental. Las consecuencias ambientales y en la sa­lud humana son impredecibles; esto debe ser especialmente valorado, ya que los sesenta pueblos originarios de México, es decir, más de 10 millones de personas, dependen directamente pa­ra su alimentación de este cultivo, y la gran mayoría de los mexicanos de­pen­demos de su consumo en dife­ren­tes formas —tortillas, elotes, esquites, tamales y toda una serie de productos que derivan de esta planta ancestral.

Dependencia científica y alimentaria

En un país como México, el papel de la ciencia y el avance tecnológico propios siempre han sido soslayados. Parte del problema radica en la visión parcial y fragmentaria de la ciencia, más evi­den­te en las áreas relacionadas con el estudio de los recursos naturales y la agricultura. A lo que se agrega una se­rie de fenómenos como el dominio ac­tual de la biología y genética molecu­la­res y la perversión de los sistemas de evaluación del trabajo científico, que ha­cen que muchos de los dedicados a esta actividad olviden que el todo da ra­zón de ser a las partes, y que una par­te del universo puede afectar, si las perturbaciones persisten, a los de­más componentes —el calentamiento global es uno de los mejores ejemplos actuales.

La ciencia es un componente fun­da­mental para el avance de cualquier país, no puede plantearse el progreso co­mo una meta sin el apoyo decidido del Estado a los diferentes campos de la ciencia. Quintana y Urbano mencio­nan que en México se invirtió en 2007 tan sólo 0.40% del pib en esta actividad, es decir, lo mismo que en 1970, y actualmente se está cerca de 0.39%; ade­más de que de cada 100 mexicanos sólo 0.4% termina un doctorado. Ce­rei­jido sostiene que lo que disparó el avance de Europa y Estados Unidos fue la inversión en ciencia y tecnología, y su aplicación en los diferentes sec­tores de la sociedad.

En la agricultura y el manejo sustentable de los recursos naturales, la ciencia juega un papel primordial, ya que la explicación de los fenómenos se basa en leyes que pueden ser so­me­tidas a comprobación. Se prueban, ade­más, alternativas de manejo y mejoramiento basadas en ex­perimentación y en pro­gra­mas matemáticos que per­miten acercarnos con mayor preci­sión a un entendimiento profundo y exacto de los fenó­me­nos y, por lo tanto, a so­lu­cio­nes más acordes con las condicio­nes de cada región.
 
Del mismo modo, los avances en las ciencias sociales, especialmente en el campo de la vinculación con los campe­sinos y pueblos originarios, nos han permitido una mayor sen­si­bi­li­dad, co­­nocimiento, respeto, y ca­pa­ci­dad de acer­camiento a ellos. Sin em­bar­go, el des­mantelamiento que ha su­frido el país en su apa­ra­to científico, especial­men­te en el área agropecuaria y fores­tal, es impresio­nan­te; baste mencionar que el Insti­tu­to Nacional de Investiga­cio­nes Fo­res­ta­les Agrícolas y Pecuarias (inifap), en cuyo seno deberían encon­trarse los expertos encargados de apli­car los capítulos tercero y cuarto del regla­men­to de la Ley de Bioseguridad, cuenta actualmente con sólo 700 in­vestigadores a nivel nacional para atender las nece­sidades de investigación agrícola, pecuaria y fo­res­tal del país, cuando en 1986 tenía 3 000. Esto ha re­percutido en el abandono de programas de investigación, en la importación de conocimiento y tecnología, con la consecuente dependencia econó­mi­ca, alimentaria, y la pérdida de agro­biodiversidad, obligando a los inves­tigadores a buscar financiamien­to en empresas como Monsanto, Pioneer, DNA Plant Technology, Asgrow Mexicana, Aventis o Syngenta, entre otras.
 
Ningún país puede aspirar a ser in­dependiente y soberano cuando la in­versión en as­pec­tos vitales como la alimentación, la conservación de los recursos naturales y la energía pro­viene de capitales mayoritariamente extranjeros; esto impide la plena rea­li­za­ción de metas relacionadas con sa­lud, educación, empleo, deporte, la con­tem­plación, la ciencia y la gene­ra­ción de tecnología propia. La solución es dar­le un nuevo impulso a la inves­ti­ga­ción agropecuaria y forestal en el país bajo un enfoque filosófico que per­mi­ta valorar el conocimiento cam­pe­sino tradicional e incorporarlo al pro­ceso de investigación y educación en las ins­tituciones de investigación y edu­cación superior del país.

Ética, ciencia, visión del mundo

Uno de los argumentos usados fre­­cuen­temente para la introducción de maíz transgénico es que existe un ­bajo rendimiento en este cultivo, lo que nos deja fuera del mercado glo­bal y oca­siona que los recur­sos fo­restales se sigan deterio­ran­do por la apertura de nue­vas tierras para la agri­cultura; es fun­damental por tan­to aumentar la pro­ductividad para disminuir pobreza y degradación am­biental. Sin embargo, en este ar­gu­men­to se ha olvidado que el problema prin­cipal de la pobre­za y el hambre no es la producción de alimentos, sino la inequidad que exis­te en el mundo y en el país respecto de la distribución y consumo de los recursos.

Los países industrializados cons­ti­tuyen 25% de la población mundial y consumen cerca de 85% de todo lo que se produce en el mundo, es decir, de 10 a 25 veces más que los países en de­sarrollo, lo cual se refleja en la pre­­sión tan fuerte que ejercen sobre los re­cursos naturales, especialmente aque­llos de los países subdesarrollados. Resulta ilustrativo lo que Goetzel menciona sobre el inventario forestal de los Estados Unidos, el cual ha aumen­tado 30% en los últimos años, es decir, que se tienen más bosques; sin em­bar­go, su consumo de productos fo­res­ta­les, sobre todo papel y maderas sua­ves, va a aumentar 40% en los siguientes 50 años, ¿a quién le pasarán la factura ambiental?, a los países sub­desarrollados.
 
En este sentido, de acuerdo con da­tos del Departamento de Agricul­tu­ra de los Estados Unidos, la producción de maíz en ese país no ha aumentado substancialmente con el uso de maíces transgénicos (figura 2).
     
FIG2      
El asunto de los maíces transgé­ni­cos en México obliga a plantear algunas preguntas relacionadas con la ética: ¿es aceptable liberar al am­bien­te organismos cuyo funcionamiento no conocemos cabalmente?, ¿debemos arriesgar la alimentación de la población humana, especialmente la cam­pesina e indígena, que dependen di­rectamente del cultivo de las diferentes razas de maíz mexicanas?, ¿debemos permitir que se imponga la visión del mercado a poblaciones cuyo objetivo inicial es lograr la seguridad alimentaria de la familia y de sus comunidades? ¿Debemos permitir la pérdida de parte de la diversidad biológica que de­ben heredar las generaciones futuras? Y tal vez las más importantes, ¿qué haremos en el futuro cercano?, ¿cómo participaremos para que el rum­bo del país sea diferente?      
Referencias bibliográficas

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Jørgensen, R. B.; T. Hauser; T. R. Mikkelsen y H. Øs­tergård. 1996. “Transfer of engineered genes from crop to wild plants”, en Trends in plant science, vol. 1, núm. 10, pp. 356-358.
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Quist, D. y H. Chapela. 2001. “Transgenic dna introgressed into traditional maize landraces in Oaxaca, Me­xico”, en Nature, vol. 414, núm. 29, pp. 541-543.
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Skog, K. E. y P. J. Ince. 2000. “Industrial ecology and sustainable forestry”, en Journal of Forestry, vol. 98, num. 10, pp. 20-21.
 
     
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como citar este artículo
Ávila Bello, Carlos H. (2009). Los maíces transgénicos y sus riesgos. Ciencias 92, octubre-marzo, 74-79. [En línea]
     

 

 
 

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