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| Lorena Paola Herrera | |||||||||||
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A lo largo de la historia de la humanidad,
la expansión de actividades extractivas que aseguran la supervivencia del ser humano, como la agricultura industrial, la minería y las urbanizaciones, ha generado fuertes desequilibrios en el funcionamiento de los ecosistemas naturales. A raíz de esto, a nivel mundial se han impulsado numerosos programas de conservación de la naturaleza, así como planes de gestión y planificación de los territorios con fines de sostenibilidad. Sin embargo, muchos de estos esfuerzos no han tenido el final esperado, y para numerosas regiones no sólo la situación ambiental es complicada e irreversible, sino que la pérdida de biodiversidad sigue en aumento. Ante este panorama, surge preguntarnos: ¿dónde se encuentra el fallo en generar soluciones integrales y efectivas a los problemas ambientales? Tal interrogante me ha llevado a proponer el término “metaecología”. Ir más allá de la ecología tradicional supone un nuevo modelo que, desde una mirada global e integral, se proponga comprender nuestra relación con el entorno y las acciones que sobre él realizamos. De esta forma, para abordar los problemas ambientales, desde la metaecología propongo incluir no sólo los aspectos biológicos, sociales, económicos políticos, y culturales de una región o territorio, sino también los emocionales, cognitivos y espirituales, tanto a nivel del individuo como de la sociedad. Gran parte de la dificultad para lograr soluciones efectivas a los problemas ambientales tiene su raíz en la profunda desconexión que existe entre los seres humanos y la naturaleza, que ha llevado al individualismo y a la falta de pensamiento colectivo. Así, una de las maneras de tomar conciencia de la inmensidad de nuestros actos debería ser a través de una mirada profunda hacia nuestro interior ¿Qué nos estamos haciendo a nosotros mismos? ¿Nos valoramos como individuos y como sociedad? ¿Cuál es la relación entre nuestro individualismo y la pérdida de conexión con la biodiversidad de la cual formamos parte? ¿Cuándo y por qué nos desconectamos de la naturaleza? ¿Nos amamos verdaderamente? Claro está que tales preguntas no son independientes del mundo globalizado en el que vivimos, un mundo que ha evolucionado en muy corto tiempo y en forma vertiginosa hacia el consumismo y el materialismo. Hemos perdido la capacidad de vernos como parte de la naturaleza, negando que somos dependientes de ella. Hemos perdido sensibilidad hacia esa fuerza de orden superior que es capaz de autoorganizarse y de regalarnos vida. Esa mayor o menor sensibilidad es consecuencia de nuestra propia historia de vida, del lugar donde nacimos, de los legados ancestrales y del inconsciente colectivo de la humanidad. Un paquete de programas, creencias y costumbres que traemos como información y que nos aleja de nuestra propia esencia, y desde donde tomamos decisiones y llevamos a cabo gran parte de nuestras acciones. En un intento de comprender la relación entre los problemas de sostenibilidad con la desconexión humanidad-naturaleza, algunos académicos han propuesto diferentes ideas y conceptos. Es el caso del ecólogo Robert Pyle que en los setentas propuso el concepto de Extinction of Experience, que hace referencia a la extinción de las experiencias en la naturaleza que sufrimos los seres humanos. Dos son los factores principales asociados a este fenómeno: por un lado, el aumento de las urbanizaciones y la pérdida de la biodiversidad; por otro lado, el cambio en las normas sociales, es decir, el aumento de formas alternativas de pasar el tiempo. Así, parecería que hemos entrado en un ciclo de pérdida y desafección; mientras más experiencia de extinción tengamos, menos sensibles nos volvemos, y menos involucrados estamos con los problemas ambientales en general y con la pérdida de biodiversidad en particular. Naturaleza y conexión El vocablo naturaleza proviene del latín natura que significa natural, esto hace referencia a todo lo que está creado de manera natural en el planeta (en referencia no sólo a los seres vivos sino también al clima, el suelo, las formas de la tierra, etcétera). La palabra natura a su vez deriva del verbo nasci en latín, que significa nacer. Entonces, la naturaleza no sólo refiere a los elementos naturales que vemos a nuestro alrededor sino también a los procesos que le dieron origen. Por ejemplo, una planta en un borde de vía férrea no está allí por mera casualidad. Cuando todo su potencial se reducía a una simple (o compleja) semilla, encontró un espacio físico y las condiciones ambientales (temperatura, humedad, luz…) necesarias para su germinación. Con el tiempo sus raíces fueron creciendo y ocupando espacios, sus tallos y hojas fueron elongando y expandiéndose hacia la luz. Muy probablemente, durante este tránsito la planta interactuó con otras de la misma o de distinta especie, con algunas compitiendo por los recursos (agua, nutrientes, luz…), con otras colaborando en el intercambio de los mismos. En definitiva, la planta, la semilla, la luz, la humedad, la temperatura, las raíces, el tallo, la hoja, la especie, los recursos, el conjunto de plantas y todos los procesos intervinientes para el crecimiento y desarrollo como la fotosíntesis, el intercambio de iones a nivel celular, el intercambio de nutrimentos a nivel radicular, el ciclo de nutrimentos en el suelo, etcétera; todo ello es naturaleza. ¿Por qué conectados? El humano ha evolucionado en espacios abiertos. Durante los dos millones de años que acompañaron su evolución permaneció como criatura débil y marginal en el ecosistema reinante, a pesar de gozar de importantes ventajas como un cerebro grande, el uso de utensilios y estructuras sociales complejas. En este escenario vivía con temor a los depredadores, subsistiendo principalmente de la recolección de plantas, la captura de insectos y la caza de pequeños animales. Para sobrevivir, necesitaba conocer su territorio, la dinámica de crecimiento de las plantas, las costumbres de cada animal, cuáles alimentos eran nutritivos, cómo usarlos para la cura, cómo eran los ciclos y el progreso de las estaciones, etcétera. Todo este conocimiento y experiencia diaria llevó a los humanos a estar muy conectados con su entorno natural del cual dependían para su subsistencia. Sin embargo, su rápida evolución ha conducido al ser humano en muy poco tiempo a estar en la cima de la cadena alimentaria y a creerse superior. Esto lo ha llevado a realizar un camino diferente de conexión con el entorno, de la mano de la agricultura y la domesticación animal. Este “manejo” de la vida silvestre ha tomado distintos caminos a lo largo de la historia de la humanidad. Algunos de éstos continuaron por la vía del respeto y del cuidado de formas de producir alimentos, escuchando los ciclos de la naturaleza, las estaciones y venerando las formas de la tierra con todos sus integrantes. Otros caminos condujeron a lo que hoy conocemos como producción industrial, muy lejos de regirse por las leyes universales de la naturaleza y el respeto por todo ser vivo (incluido el humano). Esta última línea puede estar reflejando la desconexión profunda de seres humanos con la naturaleza, que se traduce hoy día en innumerables problemas ambientales que acechan al planeta. El biólogo Edward Wilson, en su libro Biophilia, nos cuenta que nuestra conexión con la naturaleza está en nuestro adn, impronta que nos conecta con nuestro instinto de supervivencia. A esto hace referencia el concepto de biofilia, es decir, la afiliación —o amor— por la vida y la naturaleza. Así, los humanos gozamos de una afiliación innata respecto de otros organismos vivos, tratándose de un hilo común a todas las culturas. Estos conceptos acercan la idea de que el contacto con la naturaleza es esencial para nuestro desarrollo en su totalidad. Suponen que durante los millones de años en los cuales el ser humano se relacionó con su entorno, lo hizo de manera muy estrecha, y eso generó una necesidad emocional profunda y congénita de estar en conexión cercana con el resto de los seres vivos. Así, existe una tendencia innata de todos los seres humanos de sentirse identificados y en plenitud con y en la naturaleza dada por nuestra evolución en los espacios naturales. En esta línea, la doctora Evan Selhub y el doctor Alan Logan en su libro El poder curativo de la naturaleza, proponen que nuestro alejamiento de la naturaleza se asocia a una menor empatía y atracción hacia el entorno natural, dado que la sostenibilidad del planeta no depende sólo de reciclar y ser buen ciudadano sino de nuestra íntima relación con la madre tierra. Componentes de la conexión ¿Qué supone realmente estar conectado con la naturaleza? Según investigadores de la Universidad de Stellenbosch, en Sudáfrica, la conexión con la naturaleza representa un estado estable de consciencia que comprende rasgos simbióticos cognitivos (relacionado al conocimiento y la información), afectivos y experienciales. Estos últimos reflejan, en actitudes y comportamientos consistentes, una conciencia sostenida de la interrelación entre uno mismo y el resto de los seres vivos y el entorno. Si conectamos con estos rasgos podremos aumentar nuestra empatía y realizar acciones en pos de la conservación hacia un bien común. Desde la metaecología, se entiende que integrar lo cognitivo, el sentir y la acción es una forma coherente de sentirnos parte y reconocedores de nuestra ecodependencia del entorno natural. (Figura 1) Informarnos acerca de la naturaleza nos ayuda a estar actualizados, a integrar conceptos, a satisfacer nuestra curiosidad y a aumentar nuestro conocimiento y, en consecuencia, nuestra empatía y amor hacia nuestro entorno. La experiencia en la naturaleza nos lleva a cultivar nuestros sentimientos, a sentir nuestras emociones, a conectarnos con nosotras y nosotros mismos, a conocernos mejor desde un lugar más instintivo, y a fortalecer la empatía y el amor hacia todo lo que nos rodea. Si estamos informados y al mismo tiempo vivenciamos ese saber, fortalecemos aún más nuestra capacidad de empatía, de cuidado y de amor hacia la vida en su totalidad. Estos aspectos nos llevan directamente a modificar nuestro comportamiento y a actuar en lo cotidiano con honradez y respeto. De esta manera, el llamado es a reconectarse buscando superar la percepción general de las personas como algo separado de la naturaleza y típicamente fuera y por encima de ella. Los beneficios de “estar conectados” Como mencionamos anteriormente, el ser humano ha evolucionado en la naturaleza: en el bosque, en el prado, en el pastizal, en el monte. Nuestras funciones fisiológicas y psicológicas son el resultado de un largo proceso de adaptación a las condiciones naturales. Citando a James McBride (1902): “el hombre es lo que es como consecuencia de siglos y siglos de contacto directo con la naturaleza”. Y muy probablemente por este motivo al estar en espacios naturales abiertos “nos sentimos conectados”, no sólo al entorno sino a nosotros mismos, a esa fuente inagotable de sabiduría interna que lo tiene todo. Con la vida ajetreada que llevamos hoy en día basta con un breve paseo por un parque para sentir bienestar. En sus distintos planos (corporal, mental, emocional y espiritual), este bienestar ha sido y es estudiado por numerosos científicos en todo el mundo. El fortalecimiento del sistema inmunológico, la disminución del estrés, la capacidad de restauración cognitiva, el aumento y el mantenimiento de la vitamina D en la sangre, la disminución de la fatiga mental y la conexión con nuestra intuición, son algunos ejemplos. Integrar para trascender Entonces, si los beneficios que se nos presentan al estar conectados e integrados a la naturaleza son tan altos, ¿por qué no acudimos a ella?, ¿cómo logramos trascendernos para generar más armonía con la naturaleza de la cual somos parte?, ¿cómo volvemos a la fuente de sabiduría interna? Preguntas tan amplias que van más allá de cualquier disciplina. Citando a Rolando Toro creador del Sistema Biodanza: “el concepto de trascendencia se refiere a la superación de la fuerza del propio Yo y a la posibilidad de andar más allá de la autopercepción, para identificarse con la unidad de la naturaleza y la esencia de las personas”. En otras palabras, trascender nuestro ego. Metaecología propone mirarnos con y desde el amor, asumir que si bien somos una misma esencia, detrás de cada ser humano hay una identidad, una historia de vida particular, una genética y, en especial, una determinada relación con la vida, que detrás de esta relación están nuestros actos. No hay buenos ni malos actos, hay desconocimiento general y particular, hay desconexión y, sobre todo, hay miedo. Miedo a la pérdida de lo que ya es nuestro por evolución, miedo a quedarnos fuera de un sistema que en definitiva nos hace infelices y nos paraliza. ¿Qué pasaría si nuestra vida estuviera en sintonía con los ciclos de la vida? ¿Qué pasaría si respetáramos nuestros estados de ánimo y nuestras emociones según las etapas del día, según las estaciones climáticas, según la dinámica planetaria? ¿Qué pasaría si nos alimentáramos según lo que nos ofrece la tierra del lugar donde vivimos? ¿Qué pasaría si viviéramos desde el amor y no desde miedo? Pasarían muchas cosas, por ejemplo, que seríamos seres más felices y conectados, seres más integrados y vibrando en coherencia, seres en sintonía con nuestros potenciales, seres realizando lo que nos apasiona. Metaecología propone aumentar nuestra sensibilidad, emocionalidad hacia la vida y empatía hacia todo ser vivo. Propone la integración del saber científico con el saber espiritual, porque no somos entidades separadas y es momento de unir, recordar quienes somos y empoderarnos en nuestros potenciales. El camino para esto es la reconexión con nosotras y nosotros mismos, con la humanidad y con la vida en su totalidad. Diferencias entre ecología y metaecología Amar la naturaleza. Desde la metaecología hablamos principalmente de amar la naturaleza y no tanto de defenderla. Amar supone integración, cohesión, valoración y coherencia, es decir, ser parte. Amar es amarnos a nosotras y nosotros mismos y con ello a nuestro entorno; si amamos no hace falta la defensa, porque todo está en sintonía y en armonía con las leyes del universo. Si percibimos así la relación entre los seres humanos y la naturaleza, es decir, de forma integral y sociativa, se facilita toda iniciativa de conservación. Cuando hablamos de respeto hacia la naturaleza, hablamos del respecto hacia nosotras y nosotros mismos, hacia las demás personas, hacia otros seres vivos, hacia el entorno y el cosmos, ya que todo está integrado y conectado. No existe separación sino una retroalimentación, un fortalecimiento y una conjunción. En línea con esto podríamos decir que los problemas ambientales que ocurren en el mundo serían un reflejo del respeto que tenemos hacia nosotras mismas. Ecocentrismo. En la metaecología no existe la disociación entre seres humanos y la naturaleza (aunque, por supuesto, si “diferenciación”). No se ve la relación ser humanonaturaleza desde un punto de vista utilitario, sino desde un punto de vista más biocéntrico (o ecocéntrico), o más completo ya que se ofrecen diferentes relaciones de simbiosis, de beneficio mutuo, etcétera. De esta forma nos saltamos el modelo antropocéntrico que considera que la naturaleza está al servicio del ser humano. No hablamos de términos como “servicios ecosistémicos”, aunque entendemos su utilidad, sobre todo en el ámbito político-institucional, ya que “ayuda a ver” los beneficios de la naturaleza para las personas y la importancia de conservarla. Desde este concepto, apostamos a generar alternativas creativas para potenciar las diferentes relaciones de beneficio mutuo, ya que se trata de cooperar hacia un bien común. Ecofilia. Proponemos que en educación se enfoque la enseñanza en ecología desde el amor hacia la naturaleza y al entorno (ecofilia) y no desde una visión catastrófica del planeta. De acuerdo con el educador David Sobel, el elevado grado de abstracción de los conocimientos ambientales y el pesimismo ecológico podrían estar produciendo en niños y niñas la llamada ecofobia, es decir, el miedo o rechazo al ambiente, incluso a estar al aire libre; por eso él propone: “si queremos que los niños se desarrollen saludablemente debemos darles tiempo para conectar con la naturaleza y amar la tierra, antes de pedirles que la salven”. Ante un conflicto ambiental, la metaecología propone tener en cuenta a todas las partes intervinientes desde la escucha, la conciliación y el ponerse en el lugar del otro adoptando una forma empática y compasiva y no un lugar contrario, de defensa y enfrentamiento. Esto supone no criticar las acciones que toman las otras partes y no centrarse en la oposición entre las personas, sino que todas las partes ganen, es decir, generar alternativas en las que se vean beneficiadas la producción (por ejemplo) y la naturaleza. La metaecología propone que como individuos reconectemos con la naturaleza desde lo cotidiano y la valoración del entorno natural. Y que la creciente suma de las situaciones cotidianas en relación con la naturaleza genere más amor, más interés, más cuidado y más empatía. Cambio de percepción. Se entiende que en todo proceso debe haber un pensamiento global y una actuación local, y desde ahí todo es importante, sobre todo las pequeñas acciones locales. Sin embargo, también hay que mirar y hacer acciones en cuanto al pensamiento global, es decir: ¿qué es lo que motiva a las grandes corporaciones (grandes movimientos internacionales) a colaborar en actividades de destrucción del ambiente?, ¿qué valores culturales motivan para que se dé eso? Por otro lado, es importante que los movimientos ecologistas estén integrados con los demás movimientos humanistas, como el feminismo y el pacifismo, de manera que estén aportando al cuidado del ambiente tanto la persona que está meditando como el científico que trabaja con su ordenador. Para eso se propone una mirada que vaya de lo micro a lo macro, que integre; ya que, como afirma el escritor y psicólogo Edward de Bono, las personas no suelen equivocarse en su razonamiento lógico, sino en su percepción de la realidad. Incluso una persona que dirige una empresa que está impactando negativamente al ambiente puede encontrar coherencia en lo que hace porque dentro de su “burbuja lógica” considera, por ejemplo, que lo importante es el crecimiento económico. Desde esa percepción de la realidad, lo que está haciendo es coherente y correcto, el problema está en que sólo ve una parte del contexto y no todo. Desde la metaecología proponemos promover el cambio de percepción hacia una más amplia y sistémica en vez de quedarnos en la crítica y en la queja de los actos. La enseñanza de la ecología. En distintos ámbitos educativos (primaria, media y superior), la metaecología propone integrar el conocimiento con la vivencia, es decir, integrar ciencia con amor, ciencia con emoción. Esto permitirá la incorporación de conceptos desde el sentir, una forma diferente de aprender y de construir la teoría ecológica; y facilitará la comprensión en forma integral de los procesos y las funciones de los ecosistemas, así como también las decisiones que toman muchos actores sociales (por ejemplo, productores rurales) sobre el destino de la naturaleza. Como profesionales de las ciencias, integrar conocimientos por medio de la vivencia fortalece nuestra mirada global y nuestro ser empático, además facilita el encuentro de soluciones integrales y efectivas a los problemas ambientales. La ciencia en su burbuja lógica por lo general no se anima a investigar temas que entran en el plano de lo sutil, de lo invisible, lo llamado esotérico. Sin embargo, desde la metaecología se busca viabilidad para dar validez científica a conceptos, ideas e intuiciones propias de la humanidad y que de momento se consideran pertinentes en otro plano a falta de investigación científica que los valide. La metaecología pretende asimismo que las investigaciones científicas tengan un acercamiento a la realidad. Muchas veces esas investigaciones se quedan en el saber teórico que es sólo utilizado para alimentar otras investigaciones científicas. La metaecología se plantea el acercar los saberes científicos a la sociedad para que sean realmente útiles y beneficiosos. Resaltar potenciales. La metaecología propone, finalmente, centrarse en las potencialidades más que en las dificultades. El discurso ecologista muchas veces es dramático y más que alarmarnos nos insensibiliza (“no será para tanto”). Si nos centramos en las capacidades de la naturaleza y del ser humano se pueden gestionar los problemas ambientales de una forma más eficiente e integrada. En definitiva, la metaecología propone integrar ciencia y amor para trascender e ir más allá de lo conocido. Explorar lo significativamente evidente para ser y estar más conscientes en un mundo que nos está pidiendo una forma diferente de ver y sentir las cosas. Y desde ese sentir, actuar para el bien común, el de nuestra casa-Tierra, con todos sus integrantes, incluidos nosotros, los seres humanos. |
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| Agradecimientos La autora agradece a David Díez Sánchez, director de la Escuela de Biodanza de Madrid Centro (España) y co-director de la Fundación Neuronilla para la Creatividad y la Innovación, por sus valiosos aportes a la Metaecología. |
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Referencias Bibliográficas
BXR de Bono, 1994. El pensamiento creativo: El poder del pensamiento lateral para la creación de nuevas ideas. Paidos Iberica.Harari, Y. 2014. Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Debate.
Pyle, R. 1993. The Thunder Tree: Lessons from an Urban Wildland. Houghton Mifflin Harcourt, Boston.Selhub, E. y A. Logan. 2012. El poder curativo de la naturaleza. RBA Libros/Integral, Barcelona.Sobel, D. 1996. Beyond Ecophobia: Reclaiming the Heart in Nature Education. Orion Society.Wilson, E. 1984. Biophilia. The human bond with other species. Harvard University Press.Zylstra, M., A. Knight, K. Esler y L. Le Grange. 2014. “Connectedness as a core conservation concern: an interdisciplinarity review of theory and a call for practice”, en Springer Science Reviews, vol. 2, pp. 119-143. |
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| Lorena Paola Herrera Grupo de Estudio de Agroecosistemas y Paisajes Rurales, Facultad de Ciencias Agrarias, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Es bióloga egresada de la Universidad Nacional del Mar del Plata (Argentina). Obtuvo el Doctorado en Ciencias en la misma Universidad. Actualmente se desempeña como Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) de Argentina. |
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