de la escuela |
|
|||||||||||||
Historias con sentido ciencia y conocimiento tradicional en el aula
|
||||||||||||||
Rogelio Colorado
|
||||||||||||||
Cuando se habló de “ciencia en la escuela”, me dije:
suena interesante. Más tarde me casé con la propuesta. Sus proposiciones siempre me convencieron por tener una amplia base teórica. Cuando comencé a proceder conforme a la propuesta, mil ideas me brotaron y muchos ingenios puse a prueba con mis alumnos. Unas de esas ocurrencias me fascinaron y otras no tanto.
Después nos propusieron: partan de historias, sí, de historias con sentido... de preferencia científico; porque está muy estudiado, sobre todo por Jerome Bruner, quien sostiene que la mente humana, para dar sentido a los acontecimientos de la vida, siempre procede narrando, pues el ser humano es un narrador por naturaleza. Y efectivamente, muchas veces comprobé que si le pones un poco de entusiasmo y vivacidad al contar los relatos, verás cómo los chavos se empeñan en escucharte, no es un choro, compruébalo. Y yo, como maestro de español, me puse a inventar, recopilar y a reconstruir historias que nacieron de mí y de mis compañeros del colectivo.
Francamente, muchas historias me gustaron; no sé si porque más de uno haya comentado, ¡qué bonito!, ¡está muy bien!, o porque nacieron exactamente en la tierra colorada como los hongos amarillos que sólo brotan bajo los encinos; por este apapacho, y por las ganas de contarlo todo, las ordené en estas páginas.
He aquí la experiencia y las narraciones que no quiero dejar en el olvido; generaron reflexiones y emanaron contenidos para elaborar proyectos didácticos de investigación. Sí, son breves y sencillos porque siempre fueron pensados para los alumnos, para que no arrugaran la cara y al primer contacto se desprendieran del texto.
Milagros de ingenua planta
—¡Mira qué mancha, qué granos!—, el dermatólogo dice que es acné; pero a mí no me interesa saber cómo se llama, sino cómo me curo. Así lamenta una joven su mal.
—Tu mal no es para quejarse tanto hija!—, contesta la abuela a su nieta. —Escucha bien—, continúa: —pon a hervir unos dos litros de agua con unas seis hojas de árnica, déjalo enfriar toda la noche y mañana por la mañana te lavas la cara con abundante agua de árnica y un pedazo de jabón Zote, de preferencia que sea nuevo, así te lavas todos los días durante unas tres semanas y verás qué resultados.
—¿Y cuál es el árnica abuelita?
—Esa plantita de hojas anchas que brota por todos lados.
Y es que el árnica es una planta que abunda en la zona húmeda del Istmo de Tehuantepec, sobre todo en la época de lluvias. Sus tallos son largos y pueden llegar a crecer hasta dos o tres metros de alto; da unas redondas flores amarillas parecidas a las de girasol. Las hojas son anchas y no son nada ofensivas, pues no tienen ahuates, ni irritan la piel cuando la cortas; son ésas precisamente las que sirven de medicamento.
—Parece que tienes razón abuelita, siento más limpia mi cara—, asegura la muchacha después de aplicarse el lavado durante dos semanas.
Inquieta, le impulsa una curiosidad por investigar qué propiedades curativas tiene el árnica. La abuela por experiencia sabe que la gente del pueblo siempre cura sus heridas, salpullidos y granos con el árnica, pero no puede decirle qué principio activo posee la tan usada planta.
La nieta, después de consultar varias fuentes, se explica que el árnica tiene propiedades antisépticas por eso combate las infecciones. Así, las historias enlazan ciencia y conocimiento tradicional en el aula.
|
||||||||||||||
_______________________________________________ | ||||||||||||||
Rogelio Colorado
Escuela Secundaria Técnica 183,
San Juan Guichicovi, Oaxaca.
|
||||||||||||||
_________________________________________________ | ||||||||||||||
cómo citar este artículo →
Colorado, Rogelio. 2016. Historias con sentido, ciencia y conocimiento tradicional en el aula. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 68-69. [En línea].
|