revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Poemas R031B04   
 
 
 
Rafael Vargas  
                     
Obrero en huelga, asesinado
 
tendido en la calle
al sol del crimen recién cometido
el joven obrero es inmenso
como el silencio de dios
 
los ojos
aún abiertos
advierten la lenta sucesión de nubes
bamboleándose en los azules confines de la viudez
 
son inaudibles ya
las carreras y los pasos
el llanto y los gritos a su alrededor
 
su sangre se bifurca en negros hilos
caminas en los que se extingue
la memoria del planeta
 
 
Periplaneta americana
 
la luz se encendió
y la cucaracha
surgida de la indolencia y los detritos
quedó paralizada en su rincón del universo
sola contra la muerte y su invisible escoba
 
—también ella medra en sitios húmedos y oscuros
malolientes
 
por última vez corrió
agitó sus antenas
luego se apagó
con su signo secreto
para ser una mancha más en el gastado mosaico
un recordatorio imborrable
 
—ah
no importa cuánto limpies—
 
del terror que causan estos seres nocturnos
a los que el mundo está destinado.
 
articulos
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Rafael Vargas
     
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cómo citar este artículo
 
Vargas, Rafael. 1993. Poemas. Ciencias, núm. 31, julio-septiembre, pp. 64. [En línea].
     

 

 

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La molécula del amor R031B04A   
 
 
 
Alejandro Aguilar  
                     
Mira, Pedro, tendría que contarte todo lo que pasó
para que entendieras, aunque la necesidad primaria de entendimiento es mía, no sé qué me pasó. Supongo que ya sabes que Antonio y yo trabajamos colaborando en varias investigaciones desde hace ya algunos años, él en cosas del sistema nervioso y yo en las aspectos mentales del mismo campo, con un equipo de biólogos, psicólogos y psiquiatras, sin importarnos las corrientes filosóficas de moda.
 
Lo inicial dentro de las complicaciones que me trajeron acá fue esa tendencia, que tenía todo el equipo de investigación, a la que voy a llamar punk. Aunque en realidad creo que no debería de interpretarla como una tendencia, sino como la esencia de una especie de mezcla de curiosidad con irreverencia, lo que nos convirtió en iconoclastas, en el más amplio sentido de la palabra. También creo que eso fue lo que nos llenó de iconoclastas punkburgueses megalómanos a las unidades de investigación que nos asignaron.
 
Otra cosa que ya debes conocer, es que en el Hospital Universitario montamos una unidad para estudiar problemas fisiológicos de trastornos mentales. Todo iba muy bien, estudiábamos trastornos del sueño y otras variables fisiológicas en los sujetos con depresión; aparte, en el laboratorio, probábamos en modelos en animales una serie de hipótesis para encontrar explicaciones sobre la depresión y su tratamiento.
 
Aquí es donde entra en juego un paradigma experimental que se ha vuelto clásico en la biología: cuando se obtiene un fluido de un organismo vivo y se le administra a otro de la misma especie, si hubiese alguna molécula o mensajero químico en el fluido del primer ser vivo “que va a ser el donador” y esta molécula provocase alguna respuesta fisiológica o una conducta, ésta se deberá manifestar en el ser vivo que reciba al fluido. Hay varios ejemplos de este paradigma; por comentar los más conocidos, está por ejemplo, el experimento de Otto Löewi, que estimulando eléctricamente el nervio vago de una rana, produjo un cambio en la frecuencia de los latidos de su corazón. Cuando realizó la estimulación del nervio bañando el tórax de la rana con solución fisiológica, e inmediatamente después de la estimulación pasó la solución al tórax de otra rana, a esta le provocó el mismo cambio en la frecuencia cardiaca igual que si le hubiese estimulado el nervio vago. Con esto, Löewi propuso que la estimulación del nervio liberaba alguna sustancia que era la responsable de la respuesta fisiológica. Ahora sabemos que esta sustancia es la acetilcolina.
 
Otro experimento con el mismo paradigma fue realizado por el grupo de René Drucker en relación al sueño; si se pone a un gato sobre la superficie de una lata de sardinas y se rodea esta de agua con hielo, lo único que el gato no hará es dormirse porque de hacerlo caería en el agua fría y lo que aparentemente desagrada a los gatos tanto, que evitan el caer en ella al grado de que pueden permanecer 2 o 3 días sin dormir con tal de evitar caer. Al quitarlo del lugar del insomnio y situarlo en una superficie segura, sólida y seca, el gato caerá dormido inmediatamente. Aquí entra el paradigma: si obtienes líquido cefalorraquídeo de este gato y lo inyectas en la cavidad ventricular de otro gato, el gato receptor caerá dormido, lo que sugiere que en el líquido cefalorraquídeo existe algo que induce el sueño.
 
Pues bien, un día sucedió que alguien de nuestro equipo descubrió que habían llegado una serie de pacientes en los que la depresión parecía tener como causa una decepción amorosa y todos ellos habían tenido algún intento de suicidio. Estos pacientes tenían interesantes diferencias fisiológicas con respecto al resto de los pacientes con depresión, así que decidimos estudiar si también mostrarían alguna diferencia en el líquido cefalorraquídeo.
 
En esto estábamos cuando los experimentos bioquímicos dieron fruto: en las cromatografías de los líquidos de los pacientes con depresión amorosa encontramos diferencias en varias moléculas. Lo siguiente fue estudiar el efecto biológico que tuvieran esas moléculas. Los experimentos con animales dieron resultados sugestivos con una sustancia en particular, la feniletilamina, la que al ser inyectada en mamíferos adultos de cualquier especie, sin importar el sexo, hacía que los animales mostraran conductas de socialización que fueron calificadas como “aproximaciones eróticas”.
 
Éste y otros resultados similares en los animales orientaron mis ideas en una cierta dirección: ¡Pensé que habíamos encontrado la molécula del amor! ¡Qué triunfo para la psicofisiología y qué rudo golpe para la poesía! Se estaba volviendo todo muy interesante, teníamos una veta que nos permitiría hurgar a fondo en lo más tórrido de las pasiones humanas.
 
Después de los experimentos con animales, debíamos estudiar lo que ocurre con esta sustancia en los seres humanos y aquí fue donde surgieron los problemas. Yo quería probar la sustancia en la Caperucita, que es una niña que estuvo motivando varios de los poemas que has leído, se metió a jugar temerariamente con mis ideas, con mis deseos, moviéndose aparentemente con una cierta fascinación que aparentaba ser una atracción por mí; se adueñó de mi memoria y con esto logró invadir mis pensamientos. Quizá por esto yo me moría de ganas de ver cuál sería su conducta si tal fascinación tuviese un fondo real.
 
¿Cómo? Pues administrándole feniletilamina.
 
Sin embargo, un conflicto de orden ético me lo impidió: ¿cuál era mi derecho a usurpar la función de un tal Cupido, especialmente si lo hacía en mi favor? No te alteres; ya sé que no existe, que es un invento mitológico inscrito dentro del deseo humano, sin embargo, aunque me muriera de ganas de jugar al cupido, me horrorizaba intentar semejante cosa. Decidí entonces probar la sustancia conmigo.
 
Y ya ves, Pedro, no se si el efecto de esta molécula en los humanos dependa del estado del sistema, o tal vez el manejo de lo que llamamos amor sea diferente debido a nuestra complicada manera de aprender su significado, o de alguna otra cosa que pudiera no estar dentro de lo molecular, sino en eso que le llaman la mente. En fin, en mi caso el efecto no fue el de un enamoramiento, tal vez por existir en mí algo por el estilo en el momento de recibir la sustancia, sino que me produjo una conducta suicida similar a la de los pacientes.
 
Por cierto, Pedro, ¿Desde cuándo estás cuidando esta puerta? ¿Qué cosa es lo que hay que cuidar?… ¿Siempre la estás vigilando o el master te deja hacer otros cosas?… ¿Por qué no vamos a ver en dónde y cómo se termina este universo?… ¿O qué, acaso después de este universo hay otros universos?…
 
 
articulos
 
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Alejandro Aguilar      
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cómo citar este artículo
 
Aguilar, Alejandro. 1993. La molécula del amor. Ciencias, núm. 31, julio-septiembre, pp. 62-63. [En línea].
     

 

 

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Aspirina R031B02  
 
 
 
Isaac Skromne  
                     
De todos los medicamentos existentes en el mercado,
no hay uno tan universal como la aspirina, que se usa tanto como preventivo de ataques al corazón y trombosis cerebral, como para remediar males más comunes como por ejemplo la reducción de la fiebre, del dolor o de la inflamación.
 
Por moderno que pudiera parecer este medicamento, su uso se remonta hasta el siglo XVIII en Inglaterra, donde un cura describe que la corteza de cierto árbol inglés, es altamente astringente y efectiva para reducir la fiebre y aliviar la comezón. El árbol inglés al que el cura hacía referencia, era el sauce (Salix alba), cuya corteza contiene altos niveles de salicina, la forma glicosilada del acido salicílico.
 
Medio siglo después, la rivalidad existente entre los franceses y alemanes, llevó a los farmacólogos de ambos países a competir por encontrar el principio activo de la corteza del sauce. Aunque fueron los alemanes los primeros en aislar el principio activo, fueron los franceses los que le dieron su nombre: Ácido Salicílico.
 
La rivalidad continuó, pero enfocada ahora hacia la síntesis química, donde nuevamente los alemanes ganaron, no solo sintetizando el acido salicílico a partir de compuestos más sencillos como el fenol, dióxido de carbono y sodio, sino que además crearon distintos derivados menos agresivos al estómago como el ácido acetilsalicílico (creado por Bayer con el nombre de aspirina). Otros compuestos con efectos similares, pero derivados de las anilinas, también ganaron gran aceptación; tal es el caso del N-acetil-p-aminofen, conocido con el nombre de Acetaminofen.
 
Son obvios los efectos por los que se emprendió la búsqueda del acido salicílico y sus derivados, pero hay que señalar que estos compuestos también provocan que el riñón pierda acido úrico; inhiben la coagulación de la sangre; producen úlceras pépticas; promueven que el riñón retenga fluidos; interfieren con la activación de los glóbulos blancos y en algunas personas, producen pólipos nasales conocidos como hipersensibilidad a la aspirina.
 
El rango enorme de efectos que los derivados del acido salicílico pueden producir, hicieron muy difícil encontrar el mecanismo bioquímico mediante el cual actuaban.
 
Fue sólo hasta 1971 cuando el Doctor John R. Vane (Premio Nobel 1982) propuso el primer mecanismo que explicaba satisfactoriamente la acción de la aspirina. Su propuesta se basaba en el hecho de que muchas formas de daño tisular, concluían en la liberación local de un grupo de hormonas, llamadas postaglandinas, producidas por la oxidación enzimática del acido araquidónico, un ácido graso que se encuentra en la membrana celular. A diferencia de otras hormonas, las postaglandinas no se almacenan dentro de la célula, sino que se sintetizan en el momento en que se daña a la célula.
 
Finalmente parecía haberse encontrado la respuesta a los efectos del salicilato y sus derivados. Estos compuestos inhiben la enzima prostaglandina H sintasa, que transforma el ácido araquidónico en postaglandinas estables, tales como los de la serie E, I y F, a través de intermediarios poco estables como las prostaglandinas G2 y H2. Las postaglandinas E, I y F causan vasodilatación e hinchazón cuando los vasos sanguíneos se han hecho permeables a causa de la histamina, inducen fiebre cuando actúan en el cerebro, y sensibilizan a los receptores del dolor en la piel.
 
Más aún, esta hipótesis podía explicar los indeseables efectos secundarios que se podían presentar al ingerir estos medicamentos: hipersensibilidad a la aspirina y úlceras pépticas. La irritación estomacal se causa porque la droga bloquea la síntesis de las postaglandinas, que el estómago requiere para regular la sobreproducción de ácido clorhídrico para la digestión, y la secreción de moco que previene la autodigestión. La hipersensibilidad a la aspirina se explica en pacientes genéticamente susceptibles, ya que al bloquearles la enzima encargada de producir las postaglandinas, otra enzima, la lipooxigenasa, transforma el ácido araquidónico en unas sustancias llamadas leucotrienos, (principalmente el B4–, C4 y D4), y que potencian el efecto de las postaglandinas, por mínima que sea su dosis.
 
El hecho que la aspirina interfiera con la coagulación de la sangre también se explica con esta hipótesis. Las plaquetas utilizan las postaglandinas G2 y H2 para transformarlas en Tromboxano B2, un potente vasoconstrictor y agregador plaquetario. Este descubrimiento es la base del uso de la aspirina para prevenir trombosis cerebrales e infartos.
 
No obstante que la hipótesis formulada por el Dr. Vane cubre muchos aspectos relacionados con los efectos de los salicilatos, aún quedan muchos cabos sueltos, principalmente el hecho de que no todos sus efectos son mediados por la ruta de las postaglandinas.
 
Recientemente se ha demostrado que la aspirina interfiere con la adhesión celular en los neutrófilos, un tipo de glóbulos blancos que participan activamente en los procesos de inflamación. Este efecto se debe a que la aspirina inhibe las proteínas G, las que son un mediador importante en la transducción de señales. Por otro lado, el descubrimiento de que altas dosis de postaglandinas inhiben los procesos inflamatorios en animales, contradice fuertemente esta hipótesis.
 
Aun cuando las rutas de acción de la aspirina han sido parcialmente esclarecidas, casi un siglo de uso continuo ha demostrado empíricamente el empleo benéfico de ésta. Este hecho se refleja en las cifras de consumo de analgésicos, ya que tan solo en Estados Unidos, anualmente se consumen 16000 toneladas de aspirina, el equivalente a 80 millones de tabletas, aproximadamente 220 mil tabletas diarias.
 
articulos
 
       
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Isaac Skromne
Estudiante del Instituto de Investigaciones Biomédicas
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo
 
Skromne, Isaac. 1993. Aspirina. Ciencias, núm. 31, julio-septiembre, pp. 51-52. [En línea]. 
     

 

 

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Un gigante de la botánica:
Arthur Cronquist (1919-1992)
R031B03  
 
 
 
José Luis Villaseñor  
                     
El 22 de marzo de 1992 falleció el Dr. Arthur Cronquist,
botánico emérito del Jardín Botánico de Nueva York, Estados Unidos. El Dr. Cronquist fue un incansable estudioso de las plantas, y murió como buen soldado: en el campo de batalla. Revisando ejemplares de herbario en una Universidad de Utah, para un estudio florístico de una región de los Estados Unidos, sufrió un ataque al corazón.
 
El nombre de Arthur Cronquist es conocido por nosotros los biólogos casi desde el principio de nuestra carrera. Su libro Introducción a la Botánica (Cronquist, 1969a) es de consulta obligada en cualquier curso de botánica. Para los que elegimos la orientación botánica, su nombre se vuelve más familiar por las numerosas trabajos que realizó sobre taxonomía, florística y fitogeografía de las plantas con flores (Angiospermas o, como él las llama, Magnoliophyta).
 
Buena parte del profundo conocimiento que tenía acerca de las plantas muy seguramente lo adquirió a través de su activa participación en diferentes proyectos florísticos, en varios de los cuales fungió como coordinador o editor. Entre los estudios florísticos en que participó podemos citar la Flora Intermontana (Cronquist, et al., 1972-1977), Flora del Noroeste de los Estados Unidos y territorios vecinos del Canadá (Gleason y Cronquist, 1963, Hitchcock, et al. 1955-1969), Flora del Sureste de los Estados Unidos (Cronquist, 1980), North American Flora (Cronquist, et al., 1978), etcétera.
 
Cronquist pasó prácticamente toda su vida académica asociado a una de las mejores colecciones botánicas del mundo: el Herbario del Jardín Botánico de Nueva York. Allí adquirió un interés particular por los sistemas naturales de clasificación. Gracias a las excelentes facilidades proporcionadas por las colecciones y la biblioteca, Cronquist desarrolló uno de los sistemas de clasificación más aceptados en la actualidad por el mundo occidental (Cronquist, 1957, 1960, 1965, 1969b, Cronquist, et al., 1966). En 1968 hace la presentación formal de su nuevo sistema de clasificación, en donde intenta reflejar “la mayoría de las semejanzas y diferencias existentes entre los organismos” (Cronquist, 1978). En su exposición encontramos los principios y conceptos filosóficos que sustentan su propuesto sistema de clasificación, los rearreglos taxonómicos que propone, la circunscripción de los órdenes que reconoce y las posibles tendencias evolutivas en cada grupo. Un aspecto notable de este trabajo es el resumen de las características diagnósticas de las subclases, órdenes y familias a manera de claves sinópticas, de gran ayuda conceptual, como él así lo indica. Adoptando un enfoque ecléctico, en 1981 Cronquist presentó una síntesis más completa de clasificación de las Angiospermas.
 
Otra área de gran interés para el Dr. Cronquist fue la taxonomía de Compositae (o Asteraceae), una de las familias más diversas de todas las Angiospermas. Fue debido a este interés que tuve la oportunidad de conocerlo y establecer una breve, aunque fructífera amistad. Sus enseñanzas, apoyo y recomendaciones, facilitaron grandemente mi proceso de aprendizaje de esta familia.
 
México es uno de los principales centros de diversificación de la familia Compositae. Por tal motivo, nuestro país fue siempre un polo de atracción para el Dr. Cronquist. En una de sus múltiples visitas al país, siendo yo un aprendiz de botánico en el Herbario Nacional, colaboré con él como asistente de herbario y de campo. Durante todo ese tiempo, nuestras actividades se centraron en identificar y colectar ejemplares de Compositae de la flora de México. Durante las largas horas de viaje, y las horas de vigilia en que cuidábamos la secadora de gas, conversamos sobre aspectos taxonómicos de la familia, lo que representó para mí un curso personal intensivo de taxonomía de Compositae.
 
Arthur Cronquist fue un excelente crítico y realizó una gran labor de síntesis en su campo. Así lo testifican, por ejemplo, sus ensayos sobre la importancia taxonómica de los estudios fitoquímicos (Cronquist, 1976, 1977), sus contribuciones al conocimiento evolutivo de la familia Compositae (Cronquist, 1955, 1977b, 1985), y sus impresiones o críticas a conceptos evolutivos y filogenéticos (Cronquist, 1963, 1987).
 
Me siento afligido por la pérdida de tan extraordinaria persona pero también orgulloso de haberlo conocido personalmente y de haber aprendido mucho de su profundo conocimiento botánico. Afortunadamente toda su experiencia nos la deja como herencia académica en sus numerosas publicaciones y en sus estudiantes. Herencia que tiene una de las mejores genealogías botánicas, si consideramos que Cronquist recibió enseñanzas de dos grandes escuelas, la Linneana y la Engleriana; Cronquist fue alumno de C. Rosendhal, quien a su vez había sido alumno de A. Engler. Por su parte, Engler fue estudiante de R. Goeppert, alumno de J. Beckmann, este último, uno de los 180 estudiantes que tuvo C. Linnaeus.
 
Principales obras de Arthur Cronquist

Cronquist, A., 1955, Phylogeny and taxonomy of the Compositae, Amer. Mild. Naturalist, 53:478-511.
Cronquist, A., 1957, Outline of a new system of families and orders of dicotyledons, Bull. Jard. Bot. Bruxelles, 27: 13-40.
Cronquist, A., 1960, The divisions and classes of plants, Bot. Rev., 26: 425-482.
Cronquist, A., 1963, The taxonomic significance of evolutionary parallelism, Sida, 1: 109-116.
Cronquist, A., 1965, The status of the general system of classification of flowering plants, Ann. Missouri Bot. Gard., 52: 281-303.
Cronquist, A., 1969a, Introducción a la Botánica, CECSA, México, D. F.
Cronquist, A., 1969b, Board features of the system of Angiosperms, Taxon, 18: 188-193.
Cronquist, A., 1976, The taxonomic significance of the structure of plants proteins: A classical taxonomist’s view, Brittonia, 28: 1-27.
Cronquist, A., 1977a, On the taxonomic significance of secondary metabolites in angiosperms, in: Kubitzki, K. (ed.), Flowering plants: evolution and classification of higher categories, Springer-Verlag, Berlin, pp. 179-189.
Cronquist, A., 1977b, The Compositae revisited, Brittonia, 29: 137-153.
Cronquist, A., 1978, The evolution and classification of flowering plants, Riverside Studies in Biology, Allen Press, New York.
Cronquist, A., 1980, Vascular Flora of the Southeastern United States, Vol. 1, Asteraceae, Univ. of North California Press, Chapel Hill.
Cronquist, A., 1981, An integrated system of classification of flowering plants, Columbia Univ. Press, New York.
Cronquist, A., 1985, History of generic concepts in the Compositae, Taxon, 34: 6-10.
Cronquist, A., 1987, A botanical critique of cladism, Bot. Rev., 53: 1-52.
Cronquist, A., T. M. Barkley, G. Morton, R. I. Ediger, R. W. Pippen & J. L. Strother, 1978, Senecioneae, in: North America Flora. Series II, Part 10, The New York Botanical Garden.
Cronquist, A., A. H. Holmgren, N. A. Holmgren, J. L. Reveal & P. K. Holmgren, 1972-1977, Intermountain Flora, Univ. Press, Columbia, New York, 6 vols.
Cronquist, A., A. Takhatajan & W. Zimmermann, 1966, On the higher taxa of Embryobionta, Taxon, 15: 129-134.
Gleason, H. A., A. Cronquist, 1964, Manual of vascular plants of Northeastern United Stares and adjacent Canada, D. van Nostrand Co., Inc., Princeton, New Jersey.
Hitchcock, C. L., A. Cronquist, M. Ownbey, J. W. Thompson, 1955-1969, Vascular plants of the Pacific Northwest, Univ. of Washington Press, Seattle, 5 vols.

 
  articulos
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José Luis Villaseñor
Herbario Nacional,
Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo
 
Villaseñor, José Luis. 1993. Un gigante de la botánica: Arthur Cronquist (1919-1992). Ciencias, núm. 31, julio-septiembre, pp. 56-57. [En línea].
     

 

 

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Parque Cretácico R031B01   
 
 
 
Héctor Gómez
de Silva Garza
 
                     
Al parecer, una de las películas mas taquilleras de este
año será Jurassic Park, dirigida ni más ni menos que por Steven Spielberg. Está basada en la novela reciente, del mismo nombre, escrita por Michael Crichton, en la que un empresario multimillonario (en un futuro no muy lejano) puebla una isla de dinosaurios clonados a partir del ADN de éstos, que logra extraer del tubo digestivo de insectos hematófagos fosilizados en ámbar. La isla pretende ser un paraje turístico donde se puede ir a conocer dinosaurios vivos; en el preestreno del parque sucede una catástrofe de magnitud dinosauriana (¿o sería más preciso describirla como “de magnitud humana”?)
 
Tanto la novela como la película están muy actualizadas científicamente. Se trata de ciencia ficción en la cual, por una vez (casi), la biología tiene un lugar especial, y es más importante la ciencia que la fantasía.
 
Actualmente los científicos están investigando cuál es la antigüedad máxima en la que se puede preservar ADN en ámbar y otros fósiles. Poco a poco se ha logrado con fósiles cada vez más antiguos, aunque todavía no se logrado con ADN de la Edad de los Dinosaurios. El último logro ha sido el de extraer ADN de ámbar de 30 millones de años. Sin embargo la probabilidad de extraer ADN de mayor antigüedad es alta.
 
¡Otra cosa es encontrar un fósil de un insecto que haya chupado la sangre a un dinosaurio y encontrar en él el ADN del dinosaurio! Aún no se sabe si los dinosaurios eran víctimas de insectos hematófagos, pero la posibilidad existe. Hoy en día la mosca tsetsé (Glossina) posee un aparato picador que puede atravesar el cuero del rinoceronte. No es demasiado descabellado pensar que la selección natural es capaz de crear insectos hematófagos gigantes, habiendo reservorios de sangre tan gigantes como los dinosaurios. De cualquier manera, también había dinosaurios más pequeños que los de Jurassic Park, y es probable que los juveniles de los dinosaurios grandes hayan tenido pieles menos duras que las de los adultos, lo que no hace totalmente imposible el revivir un dinosaurio.
 
No se ha podido extraer el genoma entero de fósiles de un organismo, en parte porque las técnicas que se usan para la extracción, basadas en la “reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por su siglas en inglés), precisan conocer una porción de la secuencia del gen a extraer. Sólo se pueden sacar fragmentos. ¿Será posible en el futuro extraer fragmentos, poco a poco, hasta tener el genoma entero? En la novela, se soluciona de otra manera este problema: los auténticos genes de dinosaurio que se extraen, se complementan con los genes de otros animales, basándose en que “la mayor parte del genoma de los eucariontes, o no tiene efectos fenotípicos, o es idéntica entre las diferentes clases de vertebrados.” Esto es lo más inverosímil de estas dos obras: de ninguna manera se podrá reconstruir un dinosaurio auténtico, utilizando un porcentaje elevado de genes de anfibio (como lo plantea la novela). Sin embargo, este detalle es central en el argumento de la obra.
 
Otro adelanto tecnológico que plantea la película es que se pueda hacer crecer un organismo a partir de una célula, y hacerlo más rápido que la propia Naturaleza, utilizando tratamientos hormonales. En realidad, todavía estamos lejos de conocer tan bien los requerimientos hormonales de los dinosaurios (y hasta de los animales actuales).
 
Lo más verosímil del argumento, desde luego, son las intrigas entre rivales económicos, que terminan por provocar el fracaso del proyecto. Hay que concluir, sin embargo, que la ciencia que aquí se nos muestra no es tan ficción como en otras obras de ciencia ficción. La novela y la película ayudarán a educar sobre algunos aspectos de biología, además de inspirar interés por los dinosaurios y la ingeniería genética.
 
Para fines cinematográficos, Spielberg reconstruye un Velociraptor más grande de lo que hasta entonces se conocía, pero mientras se filmaba la película, se descubrió en Utah un pariente de Velociraptor del tamaño de los de Spielberg. Ésta es la primera predicción de la película que se ha vuelto realidad.
 
El único detalle que vale la pena aclarar es que pocos de los dinosaurios que aparecen en Jurassic Park son del periodo Jurásico. Apatosaurus y Camptosaurus (que aparecen en una sola escena) y Dilophosaurus son del Jurásico; Brachiosaurus es tanto de principios del Cretácico como del final del Jurásico. Pero los protagonistas principales, Tyrannosaurus, Velociraptor, Triceratops y Corythosaurus son del Cretácico. Y los pequeños dinosaurios que terminan por matar al empresario que ideó y financió el proyecto también son del Cretácico.
 
 
articulos
 
Referencias Bibliográficas
 
Browne, M. W., 1992, “Super-slasher’ dinosaur: he was mean!”, International Herald Tribune, julio 22, 1992.
Gerster, G., 1986, “Tsetse-fly of the deadly sleep”, National Geographic, diciembre 1986: 814-833.
Norman, D., 1985, The Illustrated Encyclopedia of Dinosaurs, Crescent Books.
     
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Héctor Gómez de Silva Garza
     
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cómo citar este artículo
 
Gómez de Silva Garza, Héctor. 1993. Parque cretácico. Ciencias, núm. 31, julio-septiembre, pp. 17-18. [En línea].
     

 

 

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