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Bernardo Martínez Ortega
     
               
               
En nuestros días, el estudio de las enfermedades transmisibles
ha permitido a la medicina encontrar la cura para tales epidemias o controlarlas en la población. Sin embargo, algunas de éstas han perdurado hasta nuestra época. Uno de estos casos es la enfermedad conocida como cólera que se ha presentado en nuestros días como brote epidémico en los países de Sudamérica, y que ha causado ya varias muertes. Hasta hace un siglo la enfermedad había cobrado miles de víctimas, por el desconocimiento que se tenía de la higiene, la que era el principal factor de transmisión de las enfermedades en el siglo XIX. El cólera es una enfermedad muy antigua. En la medicina hipocrática la palabra cólera servía para designar a la bilis.1

Para el médico Galeno el cólera era: “una enfermedad muy aguda y grave, la cual, rápidamente vacía al paciente en vómitos violentos, diarrea y abundante secreción. Los eólicos sobrevienen y poco después la fiebre, semejante a la fiebre de la disentería, con cambios peligrosos en las vísceras”.2

Los navegantes árabes y europeos sabían de la existencia de esta enfermedad en los grandes deltas del Asia meridional y la designaban con la palabra griega choléra, es decir flujo de bilis. El cólera asiático se trasladó a Europa, y más tarde hacia América, debido a la rapidez y a la intensificación de los intercambios comerciales que dieron inicio durante el siglo XIX, comenzando su largo viaje desde Calcuta, en 1817.          

En 1820, se presentó en Java y Borneo. Llegó a China en 1821, luego se expandió hacia el oeste de Ceylán y más tarde arribó a Persia, Arabia, Siria y Cochinchina en ese mismo año.3 Los vastos territorios iraníes del Imperio ruso fueron contaminados por el ejército enfermo y decenas de miles de hombres fallecieron. En 1823 emigró la enfermedad de Asia hacia Europa, encontrándose en las costas occidentales del Mar Caspio y en las orillas del Volga. En 1826, el cólera nuevamente estuvo presente en China y Rusia. En 1830, otra epidemia tuvo lugar en Moscú y de ahí se propagó a Polonia y Alemania, llegando incluso a Hamburgo.          

En 1832 penetró a territorio inglés y en el primer tercio de ese año, el 25 de marzo, llegó a París; la miseria y la podredumbre de las calles hicieron posible la presencia del fantasma del cólera morbus, así lo señala la Gazette Médicale del 26 de marzo.4 Para 1833, la enfermedad había alcanzado a Suiza, Holanda y Portugal. Entonces ya estaban dadas las condiciones para emigrar a América.  

Durante la primavera de 1832 el cólera infectó a grupos de irlandeses que vivían cerca de los puertos, muchos de ellos, llenos del espíritu aventurero, deseosos de fama y fortuna, se embarcaron con sus fantasías y se dirigieron hacia América inducidos, especialmente, por las ofertas para emigrar hechas por el Gobierno de Canadá.       

La gente fue puesta en embarcaciones que llevaban de 100 a 200 pasajeros y cruzaban el Atlántico en pésimas condiciones. El cólera empezó a cobrar víctimas en las primeras cuatro naves, y de los 700 pasajeros que conducían, sólo quedó un ciento. Se produjo una cuarentena en Quebec para evitar el contagio, pero la llegada de miles de emigrantes hacia esa zona rompió el cordón sanitario establecido; la Constantia arribó a Gross Isle —cerca de Quebec— el 28 de abril con 170 pasajeros a bordo, e informó que habían ocurrido 29 decesos durante el viaje, producidos por el cólera. Otras tres naves habían llegado en condiciones similares La Robert, Elizabeth y Carricks;5 América se veía sometida a la primera invasión de la enfermedad. El mal se extendió hasta la ciudad de Nueva York. Las rutas de navegación contribuyeron al desarrollo de los contagios; de Nagodoches pasó a Brazos y de ahí a Tampico. De España la enfermedad había sido llevada a La Habana, más tarde a Campeche y poco después a Yucatán; hacia el norte y sur de la República, el mal se propagaba.          

De Tampico llegó posteriormente a San Luis Potosí y luego alcanzó Guanajuato. En el mes de julio de 1833, Querétaro había sido infestado a causa de la llegada de algunos sobrevivientes de la Hacienda del Jaral. En la ciudad de México, el 6 de agosto de 1833, había sucumbido una mujer a causa del cólera. A la semana siguiente tuvieron lugar las fiestas de Santa María La Redonda, donde la comida, la bebida y la falta de higiene, fueron el principal foco de contaminación. Dos días después se sepultaron en 24 horas 1200 cadáveres. Al mismo tiempo Guadalajara y Monterrey estaban bajo la influencia del cólera.”6      

Guillermo Prieto describe la situación amarga por la que pasaba el México de aquellos tiempos: “Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu, fue la terrible invasión del cólera en aquel año. las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos y derramando lágrimas… A gran distancia el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres… todo eso se reproduce hoy en mi memoria con colores vivísimos y me hace estremecer.”            

“¡De cuantas escenas desgarradoras fui testigo! Aún recuerdo haber penetrado en una casa, por el entonces barrio de la Lagunilla, que tendría como treinta cuartos, todos vacíos, con las puertas que cerraba y abría el viento, abandonados muebles y trastos… espantosa soledad y silencio como si hubiese encomendado su custodia al terror de la muerte.”7

Las medidas que tomaron las autoridades sanitarias fueron acertadas en ese momento, pero la atención del Gobierno se dirigía más a los asuntos políticos. Así nos lo señala Guillermo Prieto en sus memorias: “oía los nombres de Santa Anna y de Farías que ocupaban alternativamente el poder como dos empresarios de compañías teatrales, el uno con su comitiva de soldados balandrones e ignorantes, tahúres y agiotistas desaliñados, y el otro con algunos eminentes liberales, pero con su cauda de masones, de patrioteros anárquicos y de gente de acción que era un hormiguero de los demonios.”8

Muchos confiaban en que la desaparición del mal Gobierno sería el remedio de todos los males de aquella sociedad. Tuvieron lugar varios movimientos militares y los trastornos políticos se convirtieron en inquietudes sociales que fraguaron en la figura del momento: Antonio López de Santa Anna.          

El año del cólera fue como se denominó a 1833, año en que ocurrió la espantosa pandemia; vino acompañada de una serie de avisos, como por ejemplo: “tal la aurora boreal que en 1833 enrojeció el cielo e hizo a los ingenuos temer el castigo de Dios por las reformas de Don Valentín Gómez Farías, como parecía confirmarlo la epidemia de cólera que las acompañó.”9

El Estado no respondió a las necesidades de las clases pobres. Los enfermos se multiplicaban y ello dio lugar a que el gobierno imprimiese instrucciones para evitar y controlar la epidemia, se establecieron juntas de vigilancia y socorros, al mismo tiempo que la medicina tradicional se difundía con remedios caseros que trataban de evitar la muerte. El terror hizo emigrar a numerosas familias y la enfermedad se propagó hacia todo el país. El cólera produjo numerosas bajas entre el ejército del general Santa Anna, quien, al dirigirse a Querétaro, sólo contribuyó a la extensión de la enfermedad. También ocurrió que “el gobernador Romero, fiel partidario del federalismo y amigo de Gómez Farías, recibía una carta del vicepresidente, pidiéndole que enviara a Querétaro, donde estaba Santa Anna esperando refuerzos, un contingente de mil hombres de las milicias cívicas. La ayuda probablemente no llegó ni tampoco una remesa de 1200 rifles que Romero debería recibir de Tampico, pues todos los arrieros que deberían conducir la remesa, habían muerto de cólera”.10

En su parte oficial Santa Anna refiere que murieron, a causa del cólera, dos mil de sus hombres en tan sólo unos días. La epidemia fue desapareciendo hacia finales de octubre y para noviembre de 1833 no se registró caso alguno. El mal dejó un saldo de cerca de catorce mil muertos. Pero el cólera no desapareció del todo puesto que otros brotes se repitieron en México durante los años de 1850, 1854, 1866 y 1883.          

Aunque no existen estudios concisos al respecto, se ha encontrado en los últimos meses en el Archivo Histórico de Medicina un manuscrito inédito sobre el tema. El contenido muestra un interesante relato médico, al parecer realizado por el Dr. Felipe Castillo acerca de la epidemia de 1850.11 Sin duda es una de las muestras más palpables de la historia de las epidemias en espera de un análisis histórico médico.           

A fines del año de 1853 se inició una nueva epidemia que continuó hasta 1854, con un saldo de cuatro mil muertes; en esta ocasión, el origen fueron las exhumaciones de cadáveres que se hicieron en el panteón de San Dieguito.

En 1865 la enfermedad apareció de nueva cuenta, ahora en Suez, Alejandría, Constantinopla, Marsella, Francia, España, La Habana, Estados Unidos y una vez más entró a México por el norte del país, a Tampico. En 1882 y 1883 el cólera produjo grandes estragos en Egipto y se presentó otra vez en Europa. En México, durante ese año, sólo hubo unos pocos casos de enfermos en los estados de Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Entre los años de 1884 a 1887 volvió a aparecer en Europa, especialmente en Francia, Italia y España.12

En 1851, en uno de sus escritos, el Dr. I. Olvera, manifestaba lo siguiente: “En México, en cuantas epidemias ha habido cólera siempre han reinado primero las bronquitis, las peritonitis puerperales y los reumatismos. En cambio, algunos días antes de presentarse, desaparecían las enfermedades agudas, al grado de que los médicos llegaban a no tener ningún enfermo.”           

El cólera en México, comenzaba siempre de manera esporádica, lo que hacía dudar por muchos días a los facultativos de que la ciudad pudiera ser invadida. En algunos casos aparecía en la forma intermitente; así el Dr. Olvera cita el caso de un paciente que sucumbió después de dos meses y medio de estar enfermo, tiempo durante el cual tuvo más de diez accesos de cólera esporádicos.   

Cuando comenzaban a aparecer las enfermedades que de ordinario proceden de una “constitución atmosférica”, era signo seguro de que empezaba a disminuir el cólera y de que se iba a acabar la epidemia. El Dr. Olvera decía que “…recibimos placer la vez primera que observamos un tifo, porque lo tuvimos como un agüero seguro de la desaparición del cólera, en lo cual no nos equivocamos”.13

Durante el siglo XIX, a la velocidad con que se crearon los conocimientos, muchos científicos no se detuvieron a reflexionar ni dudar acerca de la ciencia, porque su propósito fundamental era ir en busca de la verdad. Así surgió una teoría interesante, muestra de la ciencia astronómica médica del momento, que indicaba que la periodicidad de la epidemia estaba relacionada con la ocurrencia de los ciclos de máxima y mínima actividad solar, siguiendo la hipótesis de Jenkins, muy difundida por el astrónomo mexicano, el ing. Francisco Díaz Covarrubias, quien la publicó en los Anales de la Sociedad Humboldt en 1874.14 Allí se señala lo siguiente: las manchas solares están sujetas a dos periodos, uno de máxima y otro de mínima intensidad, que comprenden 11.11 años de mínimum, otro de 4.77 después del mínimum, que corresponde al máximum. Jenkins hizo notar que la máxima y la mínima corresponden a las máximas y las mínimas del cólera.15

Covarrubias realizó con esta idea la predicción de una epidemia que ocurriría diez años después de la publicación de su escrito, me refiero a la que dio inicio en 1883 y finalizó en 1884. La relación encontrada señalaba los años de 1800, 1816, 1833, 1849, 1866, 1883 y 1900, coincidiendo en 1816 con la terrible epidemia de la India, con la pandemia de 1833, la epidemia de 1850,16 las ocurridas en 1866 y la de 1883. En México tuvo lugar en 1854 otra epidemia que aparentemente está fuera del patrón estadístico, pero si tenemos en cuenta que el periodo de mínimum es de 4,77, al sumarlo a la cifra de 1849.99, obtenemos 1854.76 y precisamente en ese año aconteció. Lo que llevó a conjeturar a Covarrubias que podría presentarse esta epidemia extraordinaria cada siglo.

Para el siglo XX las predicciones fueron para los años de 1916, 1933, 1950, 1966, 1983 y 2000. Sin olvidar que en 1955 tendría lugar una epidemia extraordinaria.17 Tratar de buscar las relaciones de causalidad en nuestros días es difícil, pero es interesante señalar que en pleno siglo pasado estas teorías eran la solución a las enfermedades de la época. Actualmente la única forma de remediarlo es mediante la higiene y salubridad de las ciudades, de sus habitantes y de los pueblos. El gran legado de las generaciones anteriores ha sido el conocimiento de las enfermedades, así como la búsqueda de la cura y su tratamiento. Tarea que cada día necesita de los estudios de las enfermedades en el pasado y de la necesidad de una historia de las epidemias, que cada vez es más completa en el mundo contemporáneo.

Nota

El presente trabajo ha sido el fruto de las reflexiones que sobre el tema se han realizado en 1991. Espero que no sea un ensayo más en la vasta bibliografía que existe, sino una puerta abierta hacia nuevas investigaciones.

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Referencias Bibliográficas

1. Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina 1979, Antología de escritos histórico médicos del Dr. Francisco Fernández del Castilla, Facultad de Medicina, UNAM, México, p. 562.
2. Ibídem: 562.
3. Flores, F. A., 1982, Historia de la medicina en México desde la época de los indios hasta el presente, tomo III, México, IMSS, Edición facsimilar de la publicación hecha en 1888 por la Secretaría de Fomento, p. 289.
4. Ruf?e, J. y J. C. Soumia, 1984, Les épidémies dans l’historie de l’homme, Essai d’anthropologie, Flammarion, Paris, p. 134.
5. Chambers, J. S., Cfr., 1938, The conquest of cholera America’s greatest scourge, The Macmillan Company, New York, p. 24-29.
6. Vid, Facultad de Medicina, op. cit, p. 563.
7. Ibídem, p. 563-564.
8. Ibídem, p. 571.
9. El Colegio de México, 1981, Historia general de México, tomo 2, México, El Colegio de México, México, p. 799.
10. Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, op. cit., p. 575.
11. Rodríguez de Romo, A. C., 1991, La epidemia de cólera de 1850, México, Mecanografiado, p. 17, También Vid. Archivo Histórico de Medicina. Legajo 121, Expediente 1, Fojas 35-52.
12. Flores, F. A., op. cit., p. 276.
13. Ibídem, p. 277-278.
14. Ibídem, p. 280. Vid supra, la cita.
15. Ibídem, p. 280.
16. Para fines prácticos he omitido las fracciones. El año calculado fue el de 1849, 99, pero redondeándolo se puede señalar la cifra de 1850.
17. Ibídem, pp. 280-284.

     
____________________________________________________________      
Bernardo Martínez Ortega
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
____________________________________________________________      

cómo citar este artículo
 
Martínez Ortega, Bernardo. 1992. El cólera en México durante el siglo XIX. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 37-40. [En línea].
     

 

 

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