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Mercedes de la Garza
     
               
               

En el mundo mesoamericano en general, las maneras de vivenciar, comprender y expresar la realidad, se inscriben en el campo de la religión, pues el origen y la existencia toda del cosmos se adjudica a la acción de seres o energías sobrenaturales.              

Los dioses, el mundo y el hombre son los tres grandes reinos temporales (y por ello polivalentes), que conforman el cosmos maya. Ellos no son concebidos como órdenes separados e independientes, pero tampoco se confunden en un todo indiferenciado; más bien son aspectos distintos de una misma realidad, cada uno con cualidades y funciones bien definidas, que, en constante interrelación dinámica, constituyen un universo armónico y equilibrado.   

Una de las características esenciales de la cosmovisión maya es el sitio principal que ocupa en ella la temporalidad, entendida como el dinamismo del espacio: dioses, mundo y hombre no son realidades estáticas, sino en un constante movimiento que les da cualidades cambiantes. Pero ese movimiento tiene un orden, una racionalidad, que permite la permanencia y la estabilidad. El Sol, por ejemplo, es una deidad que, de acuerdo con su trayectoria diaria y con su ciclo, es benéfica y maléfica, celeste e infraterrestre, fuente de vida y energía de muerte; pero su trayectoria y su ciclo siempre se repiten, repitiéndose así sus cualidades y la influencia que ejerce a su alrededor. De esta manera la temporalidad del cosmos es cíclica.      

El universo en el que el hombre habita es concebido por los mayas como una compleja estructura de planos horizontales superpuestos, poblados por fuerzas sagradas, que en múltiples combinaciones, de acuerdo con la temporalidad, determinan los cauces de todo acontecer. Esas energías divinas van, desde los grandes dioses cuyas epifanías son los astros, la lluvia, el relámpago, las montañas, el viento o la Tierra, hasta los protectores de los animales, las plantas sagradas (como el maíz y las psicoactivas), los patronos de las actividades humanas y las deidades maléficas.     

Hay tres grandes ámbitos del cosmos, que son el cielo, dividido en trece estratos, tal vez con forma de pirámide escalonada; la tierra, concebida como una plancha cuadrangular, y el inframundo, dividido en nueve estratos quizá como una pirámide invertida. Estos tres espacios cósmicos, se dividen a su vez horizontalmente en cuatro partes o "rumbos" (asociadas con colores y signos del calendario ritual), que más o menos coinciden con los puntos cardinales.     

En cada rumbo terrestre, y participando del color asociado, hay un árbol sagrado (ceiba) y un pájaro también divino, que parecen sostener la pirámide celeste, al lado de cuatro dioses antropozoomórficos, los Bacabes. Y en el centro de la tierra, fungiendo como axis mundi, se yergue la "ceiba madre", de color verde, cuyas raíces comunican el plano terrestre con el inframundo y cuyas ramas penetran en el nivel celeste.         

Entre las múltiples imágenes simbólicas que creó la mentalidad religiosa de los mayas para representar los niveles cósmicos, hay también formas animales, sobre todo grandes reptiles. De esta manera la tierra era un cocodrilo o lagarto fantástico, al que los mayas yucatecos llamaron Itzam Cab Ain, "Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo" o Chac Mumul Ain, "Gran cocodrilo lodoso". Este ser flotaba en el agua, y sobre su espalda crecía la vegetación.   

Del nivel terrestre proceden dos de los animales sagrados por excelencia, que fueron concebidos como epifanías de fuerzas divinas de los tres ámbitos del cosmos: la serpiente, que encarna al agua, al cielo y a la tierra, como la fuerza fecundante y engendradora de la vida, y el jaguar, que simboliza las fuerzas irracionales, la destrucción, la naturaleza salvaje, el cielo nocturno y el Sol en su viaje por el inframundo.    

Dentro de esta misma concepción, bajo el nivel terrestre está el inframundo, de nueve estratos, el más profundo de los cuales (Mitnal o Xibalba), es la morada de los dioses de la muerte, encabezados por Ah Puch ("El descarnado"). Estos dioses se representan en los códices como esqueletos humanos o como cuerpos en estado de corrupción. En el simbolismo animal, el inframundo es el vientre de la deidad terrestre, la cual, en su asociación con la muerte, se representa en las artes plásticas como un gran mascarón descarnado. Pero en tanto que vientre, el inframundo es al mismo tiempo origen de vida nueva, por eso contiene agua y semillas. Así, la vida se toma muerte y la muerte, vida, en una alternancia cíclica de contrarios.  

Y sobre el plano terrestre se encuentran los cielos: trece estratos donde moran distintos dioses, por lo general astrales, el que está regido por Oxlahuntiku; "Trece Deidad", dios uno y trece al mismo tiempo. El estrato más alto es el sitio de la deidad suprema: Hunab Ku, "Dios Uno", para los mayas yucatecos, identificado con Itzamna.

Itzamna fue simbolizado, en toda el área maya, por un dragón serpiente emplumada bicéfala o animal fantástico con cuerpo de serpiente, plumas, patas de lagarto o pezuñas de venado, que encarna la energía sagrada fecundante del cosmos. Sus dos cabezas representan la dualidad de contrarios cósmicos, cuya armonía hace posible la vida. Esta deidad es a la vez uno y cuatro, ya que hay un Itzamna en cada "rumbo", que comparte el color de este. En los códices, Itzamna se representa como un dragón, pero también en forma humana: como un anciano con rasgos serpentinos en el rostro; a su lado aparece su parte femenina, señora del tejido y la pintura con la que se coloreó el mundo. En su aspecto antropomorfo, Itzamna fue dios creador y héroe cultural, pues se dice que inventó la agricultura, la escritura, el calendario y la medicina.  

Además de este dios supremo y creador, fueron principales las deidades directamente asociadas con la fertilidad de la tierra: el Sol y el agua, llamados por los mayas yucatecos respectivamente Kinich Ahau y Chaac.     

La estrecha liga entre dioses, mundo y hombre dentro del pensamiento indígena, se manifiesta ante todo en las cosmogonías. El proceso de creación cósmica se produce según las leyes de la temporalidad cíclica y tiene como eje la creación y destrucción alternativas de los hombres, dinámica de la que deriva la existencia de los otros seres; el complejo universo maya fue creado, según los mitos cosmogónicos, para que ahí viviera el ser que tendría por misión venerar y sustentar a los dioses: el hombre.

En los mitos quichés, los dioses creadores, en sucesivas edades del universo, modelan varios tipos de hombres, usando distintos materiales, hasta que encuentran la sustancia sagrada, el maíz, que dará por resultado al hombre requerido: el que es consciente de los dioses y de la finalidad de su existencia. Los hombres de maíz de la última edad, son formados, además, con sangre de la serpiente y el tapir, animales sagrados por representar, la primera, el principio vital del cosmos y el segundo, la diosa madre. Este hombre es cualitativamente distinto de los anteriores, porque es el resultado de una fusión de sustancias vegetales y animales sagradas; todo esto pone de manifiesto que para los mayas la materia es la que condiciona el espíritu y no éste el que da vida a la materia, como ocurre en otras cosmogonías.     

Esa edad de los hombres de maíz es la época actual, en la que siguiendo la inexorable ley cíclica, un nuevo diluvio destruirá algún día a los seres humanos. En esta concepción cíclica del devenir cósmico no encontramos ni la idea de un inicio absoluto, ni la de un fin, por lo que es evidente que, para ellos, el universo temporal es infinito.

Y la idea de los dioses que se desprende de esta cosmogonía es la de unos seres sobrehumanos, capaces de crear, pero imperfectos, ya que requieren ser venerados y alimentados; tal concepción de lo sagrado fue la base del complejo ritual de los mayas, que tuvo como centro el sacrificio sangriento, porque la sangre fue considerada como el principio vital por excelencia en el que reside el espíritu y, por ello, como el alimento fundamental de los dioses.    

Además de la finalidad común de la existencia humana, cada hombre tiene un destino individual determinado por las influencias de los dioses regentes del día de su nacimiento; este destino se conocía elaborando un horóscopo que revelaba la carga de influencias, y era esencial en la vida del hombre, pues constituía la anticipación de su futuro y por ello, debía ser la guía de su vida. Si el destino era bueno, el individuo hacía todo lo posible por cumplirlo, pero si era malo, podía alterarlo con ritos diversos. Esto expresa que para los mayas las determinaciones no implican un fatalismo, ya que en ellas interviene la voluntad humana, la acción libre del hombre.

Por otra parte, el hombre es, en su propia naturaleza, un ser dual compuesto, de cuerpo visible y espíritu; éste, a su vez (aunque hay variantes entre los distintos grupos mayances), parece estar dividido en una parte inmortal, consciente y racional, que está ligada al cuerpo humano y que lo abandona en el momento de la muerte, y una parte impulsiva, irracional y mortal que desde que el hombre nace encarna en un animal salvaje, relacionado con el día del nacimiento. Ese animal se convierte en un alter ego que comparte el destino y el carácter del hombre, e incluso su posición social (mientras más alta sea ésta, el animal es más fuerte y poderoso). Todo lo que le ocurra al animal, incluso la muerte, le acontece también al hombre y viceversa.    

Las ideas mayas acerca de los dioses, el mundo y el hombre, destacadas aquí muy breve y generalmente, constituyen una cosmovisión original, en la que sólo extrínsecamente caben las clasificaciones lógicas occidentales. El mundo de los valores es distinto también, así como el sitio del hombre en el cosmos, empezando por la idea de que el ser humano forma un todo unitario, incluso consubstancial, con su mundo y, aunque tiene la responsabilidad de la existencia toda, no se asume como el dueño que pueda dominar y explotar a la naturaleza para su propio beneficio.

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Nota: Este breve trabajo resume algunas ideas desarrolladas en mis libros “El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya” (unam, 1978) y “El universo sagrado de la serpiente entre los mayas (unam, 1984), así como en el artículo “El universo temporal de los mayas y los nahuas”, 42p., Relativismo cultural y filosofía, perspectivas norteamericana y latinoamericana, Ed. León Olivé.

     
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Mercedes de la Garza
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

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