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Aforismos

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

GEORGE CHRISTOPH LICHTENBERG

Selección, traducción, prólogo y notas de Juan Villoro.
Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1989, 303 pp.

ELOFIO DE LA DISPERSION

“Para él, el mundo era una muchacha, 150 libras y una perspectiva de una milla alemana de diámetro”.

Los científicos del pasado sabían menos que nosotros y creían estar muy cerca de la meta: nosotros hemos dado muchos pasos más para finalmente descubrir que aún estamos muy lejos. Los sabios se convencen más de su ignorancia a medida que aumentan sus conocimientos.
F-458.   

Físico y matemático, apasionado por la astronomía, donde el intelecto humano aparece en toda su grandeza, donde mejor se ha aprendido cuán pequeña es. Obsesionado por rostros y cuerpos, pues cada cuerpo es la historia de sus transformaciones escrita con signos naturales. Atento a los sueños, ya que si los hombres contaran sus sueños con sinceridad, estos revelarían más de su carácter que su rostro. Atraído por la poesía y la literatura. Fascinado por pararrayos y balnearios. Fanático del lenguaje —siempre prefirieron al hombre que escribe cómo se puede poner de moda, al que escribe cómo está de moda—. Preocupado por la educación —¿no es extraño que quienes dominan al género humano ocupen un rango tan superior al de quienes lo educan?—: así era George C. Lichtenberg, nacido el primero de julio de 1742, en Obert Ramstad, en la región de Hesse, Alemania.  

Disperso y escéptico, o por disperso, escéptico, Lichtenberg se interesaba en las más pequeñas y variadas cuestiones. En la naturaleza no hay palabras, solamente iniciales. Al releer las nuevas “palabras”, descubrimos que no son sino iniciales de otras.
J-1346.  

La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas, solía decir. Pero igual era su interés por los problemas trascendentales de la época, ya fueses éstos políticos —ya veremos lo que será la República francés cuando las leyes recuperen las energías— o filosóficos —con demasiada frecuencia la “noble sencillez” en las obras de la naturaleza tiene su origen en la noble ignorancia de quien lasa contempla—. Capaz de dictar tres cartas al mismo tiempo y de apuntar su telescopio recién adquirido a dos diferentes puntos: el firmamento y la hermosa recamarera que se desnudaba a la luz de una vela.  

La duda no debe ser otra cosa que vigilancia, de lo contrario, puede ser peligrosa.
F-433

Un hombre que vivió dividido entre la razón y el sentimiento: temo que en mí todo se convierta en pensamiento y se pierda la pasión. Escindido en mente y cuerpo: así estoy suspendido en el mundo, entre la filosofía y la astucia de las sirvientas, entre las reflexiones más intelectuales y las sensaciones más sensuales, oscilo de unas a otras y luego de una breve lucha alcanzo el reposo de mi yo duplicado. Me divido cabalmente: de un lado prevarico, del otro exhalo pureza. Nosotros dos, mi cuerpo y yo, nunca hemos sido tan dos como ahora. En ocasiones ni quiera nos reconocemos, o nos reunimos tan de repente que ambos ignoramos dónde estamos.

Poseedor de un humor incisivo —si es cierto eso que leí en alguna parte de que nadie muere antes de hacer al menos algo inteligente, entonces M… ha engendrado a un inmortal—, aunque justo para que la reflexión no se perdiese, ya que como todas las cosas corrosivas, el chiste y el humor deben emplearse con cuidado. Blasfemo: El Dios que nos creó de una manera que nos reprodujéramos con el máximo placer sensual, ha llegado a nosotros a través de oraciones que sólo reducen nuestra felicidad terrenal ¿y no se puede llamar a esto engaño? Nos parece que sí—, Lichtenberg es un cielo relampagueante —no se debería decir “yo pienso”: uno piensa como el cielo relampaguea. Ajeno al academicismo: no cesaba de buscar citas: todo lo que leía pasaba de un libro a otro sin detenerse en su cabeza, comenta acerca de x. Sus reflexiones, disgresiones, ideas y pensamientos sueltos se encuentran impregnados de una gran curiosidad, de una capacidad de observación extremadamente aguda,  aunada a su afán por la asociación, indispensable en todo ser disperso. ¡Ah, si pudiera abrir canales en mi cabeza para fomentar el comercio entre mis provisiones de pensamiento!

Nada obstruye tanto el avance de la ciencia como creer que se sabe lo que aún no se sabe. Éste es el error en el que incurren los entusiastas inventores. de hipótesis.
J-1259

Lichtenberg es todo ojos, es el hombre de la ventana, nervios y tripas fuerza centrífuga: la observación y el conocimiento del mundo son la base de todo, hay que haber observado mucho para poder usar las observaciones ajenas como si fueran propias, de otro modo, sólo se leen y quedan en la memoria sin mezclarse con la sangre. O en sus múltiples incursiones, ajenas a todo tipo de fronteras, se entrega en cada capo a manera de los diletantes, quienes sin ninguna pretensión llevan las cosas más lejos que la mayoría de los profesionales; logrando una extraña mezcla que lo hace inmenso e inasequible, polifacético y voluble. Solía hablar con gran libertad y en cambio predicaba la virtud donde nadie más la predicaba, escribía de si mismo.     

Llamo “grande” a un hombre que ha pensado, leído y experimentado mucho y que en cada cosa que emprende (es decir, también en cada libro que escribe) sabe fundir con el mayor provecho todo lo que ha pensado, leído y experimentado y presentarlo de tal modo que cualquiera pueda ver lo que él ha visto por sí mismo. Grande fue Lichtenberg, cuya vida, difusa y dispersa, puede ser ilustrada con la imagen borgiana de un sendero que se bifurca constantemente.   

El primer libro que habría que prohibir en el mundo sería un catálogo de libros prohibidos.
G.H. II/69,3   

Gracias a un excelente trabajo de traducción y selección de Juan Villoro, así como una amena y concisa introducción de él mismo, nos llega esta fascinante obra que celebran, entre otros, Wittgestein, Canetti y Bretón. ¡Aplaudid, vivid, bebed, seguidores celebérrimos de la Dispersión!

En 1784 dos profesores de la Universidad de Pavia llegaron a Gotinga a preguntar por Lichtenberg: el físico Alessandro Volta y el anatomista Antonio Scarpa. Lichtenberg abrió su caja de trucos y entretuvo a los italianos con vejigas lanzadas al aire y las estrellas del electróforo. Volta trató de corresponder con un experimento medianamente complejo, pero fracasó y masculló eruditos insultos en latín, francés e italiano. Al día siguiente, en la cena, Lichtenberg los sometió a otro experimento.

—¿Conocen la manera más sencilla de eliminar el aire de una copa sin usar bomba de aire?
—No —respondió Volta.
Lichtenberg llenó la copa de vino. El experimento se repitió hasta la madrugada.

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César Carrillo Trueba                                                                                              Facultad de Ciencias, UNAM.
 
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