de la filosofía | ||||
De Schopenhauer a Damasio |
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Antonio R. Cabral
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En su obra capital el doctor Arthur Schopenhauer divide el mundo en dos vertientes, representación y voluntad. Antes que él, Kant propuso que el mundo existe a priori —independientemente de la experiencia— en nuestro cerebro, gracias a la forma que tenemos de percibirlo y que el filósofo de Königsberg identificó con el espacio y el tiempo. Según Schopenhauer, esto no es más que una manera difícil de decir que el mundo es una función cerebral cuyo resultado es la conciencia de una imagen y que si nuestro cerebro es capaz de crear esas imágenes —o representaciones—, esto es, puede conocer, es porque percibe lo externo como si en efecto estuviera situado fuera de nosotros —el espacio— y lo une a nuestro sentido interno —el tiempo. De acuerdo con esto, Schopenhauer, puntilloso intérprete y crítico de la filosofía kantiana, propuso cuatro clases de representaciones, intuitivas —el mundo real—, conceptos abstractos, tiempo y espacio, y el sujeto volente, la más peculiar —¿y metafísica?— pues es al mismo tiempo objeto y sujeto. Todas están vinculadas individualmente por el principio de razón suficiente, al que Schopenhauer reduce a esto: siempre, y en todas partes, cada cosa sólo puede ser en virtud de otra.
El médico neurólogo portugués Antonio R. Damasio tiene como principal línea de investigación el estudio de la conciencia. Él llegó a la conclusión de que emociones y conciencia están estrechamente vinculadas. Uno de los casos estudiados por Damasio y colaboradores puede ilustrar algunos de sus puntos.
Se trata de David, quien tiene la memoria más fugaz registrada en los anales de la neurología, si alguien lo saluda y lo deja 20 segundos, él lo reconoce de inmediato, pero si el reencuentro ocurre 45 segundos después, es como si nunca hubiera pasado. David vive así desde hace más de tres décadas, después de la encefalitis herpética que padeció a los 46 años de edad. La infección destruyó sus dos lóbulos temporales, incluida la región conocida como hipocampo y las amígdalas cerebrales; por ello, no tiene memoria de hechos pasados, reconoce bien conceptos como persona, niño, perro, clima, árboles, pero falla cuando se le pide que identifique a sus hijos, esposa e incluso sus propias fotografías. A pesar de esto, David tiene acercamiento preferencial y amistoso con las personas que lo tratan bien, es indiferente con los indiferentes y sistemáticamente evita a las personas bruscas y antagónicas. Si ve fotografías de las personas que evita o de las que se acerca, no conoce sus nombres y a pregunta explícita dice nunca haberlas visto.
¿Por qué se acerca a las personas buenas y evita a las malas? Estas son las respuestas de Damasio y su colega Daniel Tranel. David está despierto y alerta; sus ritmos circadianos son normales; su conciencia central —core consciousness— está intacta, Damasio define a este tipo de conciencia como “el proceso que logra un patrón neuronal y mental que junta, casi en el mismo instante, el patrón del objeto, el del organismo y el que relaciona a ambos”; David es capaz de mantener una atención sostenida, por ejemplo, puede jugar a las damas y reconocer los colores de las fichas, durante el juego reacciona guiado por sus emociones, las cuales no requieren la memoria de trabajo —la que usamos para recordar un teléfono, un poema, una calle— ni del reconocimiento consciente del estímulo que las causa; dentro de su muy limitada ventana de memoria, no más de 45 segundos, David forma imágenes visuales, auditivas y táctiles de acuerdo a la perspectiva de su organismo, pero no les agrega contenido alguno.
¿Qué le pasa? Sus órganos de los sentidos proporcionan correctamente los datos, su cerebro los percibe, constantemente los actualiza y los siente, pero no los procesa ni los retiene. En consecuencia, David permanece en lo general, su desmemoria impide reconocer la particularidad de los datos que su cerebro recibe. Esta carencia compromete su habilidad para relacionar la particularidad de los objetos con su propia persona. No puede preguntarse ¿por qué yo?, ¿por qué me pasa esto a mí? Su ser —sense of self—, el aquí y el ahora están intactos, pero no puede meditar su pasado ni planear su futuro, vive permanentemente en el presente, según Damasio, quien afirma que “la conciencia extendida —extended consciousness— de David está gravemente dañada”. Esta función cerebral fue la que Cervantes usó cuando escribió El Quijote, es la que nos permite unir conceptos, la inventora del lenguaje, la generadora de hipótesis, por ella podemos lamentarnos de nuestra muerte y planear, o no, nuestro futuro.
Algunas conclusiones de los estudios de Damasio señalan que la consciencia no es un monolito, tiene por lo menos dos componentes, central y extendida. Sus sustratos neurológicos son diferentes, pero están conectados. La primera es la fundacional, es efímera pero autorrenovable, es pulsátil como el corazón, la tienen todos los animales con cerebro, de ella brota la extendida. Si se pierde ésta se mantiene el estado de alerta y las emociones, como David; pero si se pierde la central se pierden ambas. Las emociones y la consciencia central están claramente asociadas, incluso es posible que compartan las mismas estructuras cerebrales o al menos conexiones muy estrechas.
Según lo dicho, ahora de acuerdo con Schopenhauer, el cerebro de David es plenamente capaz de crear representaciones, esto es, puede conocer, porque percibe lo situado fuera de él y simultáneamente lo separa de su sentido interno; es decir, sus intuiciones a priori del espacio y tiempo y la función cerebral encargada de ello, el entendimiento, son normales; pero falla su razón y discernimiento. También su intuición de la causalidad es normal puesto que los datos que le proporcionan sus sentidos son percibidos —efecto— y su cerebro los relaciona perfectamente con los objetos que los causan. Sobre esto, Damasio escribe “la habilidad para percibir objetos y eventos, externos o internos al organismo, requiere imágenes. Cuerpo, cerebro y mente son manifestaciones de un mismo organismo”. El cuerpo de David es el punto de partida de sus representaciones intuitivas cuando siente que sus cambios corporales son producidos por objetos que actúan en él. La percepción de esos cambios es posible gracias a la integridad de su conciencia central o entendimiento, la cara subjetiva de la cadena causal. Todo esto es inconsciente e involuntario y, desde luego, no requiere la memoria de trabajo. David siente lo que sucede, diría Damasio. Hay pues dos condiciones que posibilitan el mundo intuitivo de David, su entendimiento que ejecuta la transición de causa a efecto y viceversa, y los cuerpos que actúan sobre él. Su conocimiento se materializa cuando confronta un objeto. Para toda esta operación David tiene recuerdos, no aquéllos por los que Proust dejó de sentirse mediocre, contingente y mortal después de probar la magdalena empapada de té, sino los que están en las partes del cerebro de David que respetó la encefalitis y que se iluminan con los objetos que afectan específicamente sus órganos de los sentidos. David, diría Schopenhauer, carece de “la conciencia enteramente nueva a la que muy atinadamente y con irreprochable exactitud se le llama reflexión. Pues de hecho es un reflejo derivado del conocimiento intuitivo”. Si atendemos a la definición de sentimiento del admirado escritor alemán como “lo que no es un concepto o conocimiento abstracto de la razón”, David es sentimiento e intuición puros y con ello “tiene sosiego y satisfacción con el presente”; es sensibilidad pura, diría Kant.
La vertiente metafísica de la filosofía de Schopenhauer que él pensó como realidad física y cuya manifestación es querer o no querer, designada voluntad, también está intacta en David. La antítesis de la voluntad de vivir, la negación de la vida, no existe en el paciente de Damasio puesto que el querer se convierte en no querer necesariamente con ayuda de la memoria, ingrediente necesario para la reflexión. David, pues, no piensa en el suicidio, tampoco tiene conciencia de su propia muerte porque ambos son conceptos exclusivos de quienes gozan de la capacidad discursiva de la razón.
Damasio ha llevado al laboratorio la filosofía de Schopenhauer aunque él reconozca en Baruch Spinoza, otro de los maestros del filósofo de Danzig, su antecedente más próximo. El neurocientífico ha fundido el lenguaje filosófico con el científico y sin darse cuenta ha verificado experimentalmente lo que el filósofo coligió con ayuda de sus observadores ojos, sus veraces conciencias central y extendida y su finísima pluma. Si Schopenhauer hubiera conocido a David, tal vez habría usado su caso, como el del enfermo gracias al cual dedujo la falta de entendimiento o estupidez, esto es, torpeza para aplicar la ley de la causalidad, para fundamentar más su asombrosa obra a la que se dedicó amorosamente a complementar, que no corregir, durante casi medio siglo.
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Antonio R. Cabral
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán
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Referencias bibliográficas:
Schopenhauer A. 2003. El mundo como voluntad y representación. Círculo de lectores, Fondo de Cultura Económica. Barcelona.
Schopenhauer A. 1998. De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente. Gredos, Madrid.
Damasio A. 1999. The feeling of what happens. Body and emotion in the making of consciousness. Harvest Book.
Damasio A. 2003. Looking for Spinoza. Joy, sorrow and the feeling brain. Harcourt, Inc, Orlando, Florida.
Kant, I. 1998. Crítica a la razón pura. Clásicos Alfaguara.
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como citar este artículo → Cabral R., Antonio. (2005). La filosofía en el laboratorio de Schopenhauer a Damasio. Ciencias 78, abril-junio, 26-28. [En línea]
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