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Para ser torero…
 
 
Susana Biro
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Dicen que para ser torero, lo primero es parecerlo. Y por lo visto, eso es lo que piensan los miembros del Discovery Institute (www.discovery.org) que se encuentra en Seattle. Se trata de una de las más recientes organizacio­nes creacionistas en un país donde de por sí ya abundan. Pero ésta, a diferencia de sus antecesoras, pretende ganar terreno en las mentes de los estadounidenses aparentando ser científica. Utilizando un discurso que emula el de los científicos y una terminología del tercer milenio, proponen la teoría del diseño inteligente, la cual, en resumidas cuentas, repite lo dicho por William Paley al principio del siglo die­cinueve en su libro Teología Na­tural: que los seres vivos de nuestro planeta son tan complejos y perfectos que de­bieron ser diseñados por alguien. Como parte de su estrategia, los defensores de esta teoría tienen mucho cuidado de no mencionar nunca al creador, solamente se refie­ren a la información preexisten­te con la cual fuimos diseñados. Sin embargo, en ningún momento proponen un buen mecanismo para que surgiera este diseño.
 
Con la consigna de que hay que enseñar la controversia, este movimiento religioso disfrazado de grupo de investigación ha propuesto que se enseñe su doctrina a la par de la teoría de la evolución. Y, a pesar de la resistencia de muchos padres de familia y profesores, en varios estados de ese conservador país lograron que por lo menos acep­taran que se discutiera la teoría de la evolución y se re­visaran las alternativas —léase, la suya. Sin embargo, en los últimos años muchos de estos casos se han retomado, elimi­nando dicha recomendación.

Actualmente, Kansas es prácticamente el único estado donde algunas partes de la propuesta de los impulsores del diseño inteligente se han colado en las recomendaciones para la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas. En 2005, Bobby Henderson, “un ciudadano preo­cupado”, envió una carta al con­sejo de educación de ese estado solicitando que, si se iba a enseñar esa teoría co­mo una alternativa a la evolución, también se incluyera la suya. En ella plantea que el Monstruo Volador de Espague­ti es el creador de todo y men­ciona algunas de las pruebas de ello (www.venganza.org). Este físico de vein­ticinco años utiliza gráficas de correlaciones absurdas —el aumento en la temperatura global depende de la disminu­ción de piratas en el mundo— y argumentos enredados con los que satiriza los recursos retóricos de los defensores del diseño inteligente. Lo que Henderson parece preguntar es ¿para ser científico, basta con parecerlo? Y lo que los lectores de su carta, y de su página en la red, concluimos entre risas es que claramente no.

En su mayoría, los miembros de la comunidad científica han evitado debatir direc­ta­mente con los representantes del diseño inteligente, pues consideran que al hacerlo es­tarían validando como opo­nen­te digno de reconocimien­to a alguien que no lo es. La fresca alternativa del joven físico consiste en hacer una pa­rodia del disfraz de científico que nos intentan vender los miem­bros de esa teoría, y de este modo desenmascarar su táctica.

La respuesta a la propues­ta de Henderson ha sido multitudinaria y muy variada. Millones de personas consultan su página en la red para leer la carta inicial y todas las respuestas —a favor y en contra— que se acumulan. Además, se han abierto foros de discusión y varios importantes medios han retomado el tema para di­fundirlo por otras vías. A partir de marzo de 2006 está a la venta su libro, The Gospel of the Flying Spaghetti Monster, en el que explica con más de­talle su teoría.

Como en tantos otros casos en nuestra historia, esta es una disputa acerca de lo que es ciencia y lo que no lo es. Con un tema como la evolución es natural que los miembros de la sociedad exijan participar en la discusión. Pero en cualquier discusión que pretenda llegar a buen tér­mino, hace falta poner ciertas reglas. En este caso, claramen­te vemos que una de las reglas que los miembros de la teoría del diseño inteligente que­rían incluir —que bata blan­ca y retórica valen por argu­men­tos y pruebas— no se vale.
Susana Biro
Dirección General de Divulgación de la Ciencia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo

Biro, Susana. (2006). Para ser torero. Ciencias 83, julio-septiembre, 28-29. [En línea]
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