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Julio Glockner Rossainz | |||||||
A la memoria de don Rejo,
cantor del temporal,
y de doña Presi,
quien continúa soñando
con los Espíritus Temporaleños.
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Existen dos regiones en el altiplano central mexicano
en donde la población campesina de origen nahua ha realizado, desde la época prehispánica, rituales para controlar el clima con la finalidad de obtener una buena cosecha anual de maíz y frijol. Me refiero a La Malinche o Matlalcueye, volcán extinto cuya altura es de 4 461 metros sobre el nivel del mar, y a la Sierra Nevada, formada por dos volcanes, la Iztaccíhuatl (5 230 metros) y el Popocatépetl (5 465 metros), el primero extinto y el segundo en actividad desde diciembre de 1994. Los pisos ecológicos que los caracterizan, partiendo de fértiles valles ubicados a 2 200 metros de altitud, han permitido la utilización múltiple de sus recursos, combinando la milpa, el huerto y el bosque para obtener productos destinados al autoconsumo, el trueque o el intercambio monetario en los mercados regionales.
Tradicionalmente se han concebido estos volcanes como proveedores de lluvia; así lo consignan los descubrimientos arqueológicos, algunos códices y varios cronistas del siglo xvi. Y es que este hecho se hace evidente al sentido común de los agricultores, quienes año con año presencian la formación de grandes conglomerados de nubes en sus cimas, sobre todo a partir del mes de mayo y hasta el mes de octubre. Por esta razón se han establecido lugares sagrados a alturas superiores a cuatro mil metros, a donde acuden los campesinos anualmente a entregar sus ofrendas en medio de oraciones y alabanzas propias del rito católico.
Ambas regiones se encuentran actualmente rodeadas de grandes ciudades como el Distrito Federal, Puebla, Tlaxcala y Cuautla, entre muchas otras, lo que ha propiciado un proceso cada vez más intenso de aculturación, que incluye también la migración a ciudades estadounidenses, como Los Ángeles, Chicago y Nueva York. Por ello no deja de ser sorprendente que continúe la práctica de ceremonias de tipo mágico-religioso, que en buena medida provienen de antiguos rituales mesoamericanos.
Las caminatas rituales hacia estos volcanes con el fin de ofrendarlos están actualmente encabezadas por especialistas en el manejo mágico del clima. Estas personas reciben diversos nombres según la zona en la que trabajan: en Puebla se les llama tiemperos, quiaclazques, cuitlamas, quiamperos, conjuradores y conocedores del tiempo; en el estado de México, graniceros, trabajadores temporaleños, ahuaques, aureros, ahuizotes; en Morelos, quiapequis, misioneros del temporal, rayados, claclazques; en Tlaxcala, quiatlaz, tezitlazquez e hijos del rayo, sin que esta división excluya la coexistencia de términos en los distintos estados.
Una característica común a todos ellos es el desempeño del papel de intermediarios entre los hombres y los seres sobrenaturales que habitan y gobiernan los fenómenos naturales, función que sólo pueden realizar por haber sido “endonados desde arriba”, es decir, por el padre eterno o dios padre. Esta distinción, que modificará sustancialmente sus vidas desde el momento en que decidan asumir el destino para el que han sido “exigidos”, sólo es posible gracias al reconocimiento de la comunidad, si no de toda, al menos de aquella parte que, preservando la tradición, reconoce en ciertos signos y circunstancias la existencia de este don enviado desde el cielo.
Los que saben del tiempo
En la región de La Malinche, la tradición (entendida como un vínculo con el pasado que preserva una relación ritual con la naturaleza concebida como una totalidad sagrada) establece varias formas para que una persona pueda iniciarse como trabajador del temporal, oficio exclusivamente masculino. En primer lugar están aquellos que nacen con poderes inmanentes y tienen revelaciones oníricas al llegar a la madurez. Cuando a alguien le ocurre esto, según la información que obtuvo Hugo Nutini, La Malinche se le aparece en sueños y le explica en detalle la naturaleza del conocimiento que va a adquirir y cómo practicarlo. La Malinche conduce al iniciado a su morada, una enorme cueva en el corazón de la montaña, para instruirlo en su oficio.
En segundo término están aquellos que desean aprender el oficio de tiempero, y al no haber tenido sueños con La Malinche buscan un tezi-tlazque poderoso que les enseñe a conjurar el mal tiempo. Es el caso de don Luz Sánchez, un viejo tiempero de San Tadeo Huiloapan, fallecido a la edad de 85 años, quien relató la siguiente historia a Felipe Cornelio Hernández: “Yo aprendí a conjurar de mi papá. El tenía mucha práctica y gracia para conjurar las nubes. Lo hacía con oraciones lindas y magníficas; venían en unos libros cristianos, ya viejecitos; los recibió de un tío que era cantor. Mi padre, aunque no sabía leer, conocía de memoria las oraciones. Siendo yo chamaco me decía: ‘Enséñate a conjurar las nubes, estudia las oraciones, no seas burro, para que mañana te defiendas y tengas el derecho de ser un hombre de estima’. Cuando ayudaba a mi papá a conjurar, me tocaba prender el carbón en el bracero, encender la cera, poner el incienso en el sahumador y sahumar los campos, para que con el aroma del incienso las tempestades se fueran a otro lado. Con el paso del tiempo, mi papá me empezó a decir: ‘Anda hijo, conjúrate aquella nube; conjúrate esa otra. Yo agarraba el sahumador y echaba humo de incienso y agua bendita en forma de cruz en las milpas y por las veredas. Así empecé a tomar el camino para conjurar’ ”.
Finalmente están aquellos que han sido “exigidos” desde Arriba y un rayo cae en su propio cuerpo o suficientemente cerca como para que no quepa duda alguna de que estaba dirigido a ellos. El ser tocado por el rayo dota de poderes a la persona elegida desde el cielo y posteriormente tendrá revelaciones oníricas. Quienes mueren en esta experiencia se transforman en ayudantes de La Malinche bajo el aspecto de serpientes con rostro humano; los que sobreviven habrán de asumir su destino como trabajadores del temporal.
En la región de los volcanes Popocatépetl-Iztaccíhuatl se dan también estas tres variantes; pero quienes desempeñan el cargo por voluntad propia, mediante un aprendizaje, invariablemente ocupan un lugar secundario, pues se considera que no han sido endonados y no mantienen el contacto indispensable con los seres sobrenaturales mediante el sueño. Pueden ser buenos acompañantes y hasta ayudantes en la ejecución del ritual, su buena voluntad y su fe son apreciadas, pero se les considera completamente incapaces de propiciar la lluvia y manejar mágicamente los elementos atmosféricos. Otra diferencia respecto a La Malinche es que, en algunos pueblos, también las mujeres desempeñan el cargo de trabajadoras del tiempo.
El sueño, los mundos
La relación que los tiemperos establecen con la naturaleza transcurre en un doble sentido: por una parte, es una relación técnico-laboral, instrumentada por ciertas condiciones técnicas y conocimientos de tipo pragmático, de la cual obtienen lo necesario para su mantenimiento; pero simultáneamente es una relación de tipo místico-ritual en la cual devuelven ceremonialmente a la naturaleza algunos de los bienes que han obtenido de ella. Este acto de gratitud y correspondencia es al mismo tiempo un acto propiciatorio del buen temporal para poder continuar obteniendo de ella lo indispensable para vivir. En este segundo momento de la relación, la naturaleza se revela como “adueñada”, como habitada por una “sobrenaturaleza” imperceptible a los sentidos pero susceptible de manifestarse en ciertas circunstancias extraordinarias, como son los sueños, la caída de un rayo, la disciplina ascética, el consumo de hongos y de plantas enteogénicas.
Esta segunda forma no está fundamentada en una simple creencia, sino en una excepcional y privilegiada percepción; no la caracteriza la ambigüedad ni el titubeo de la duda especulativa, sino la certidumbre de lo que ha sido experimentado en carne propia, quiero decir, la relación con el llamado mundo sobrenatural es también una relación sensorial, aunque en otro estado de conciencia. En esa otredad de la conciencia, el sueño desempeña una notable función por su accesibilidad, frecuencia e intensidad experimentada. Es necesario aclarar, sin embargo, que no todos los sueños son considerados como significativos por los trabajadores del temporal.
Al sueño, dice Ángel Cappelletti, se le puede considerar como un modo de ser porque implica una relación con el tiempo y el espacio, con la causalidad y la sustancia; muy distinta, y hasta opuesta, a la de la vigilia, vista como un modo de actuar porque supone una ruptura o una discontinuidad con las normas éticas y jurídicas, y como un singular modo de conocer, pues los modos de ser y actuar que le son propios le otorgan, en algunas culturas, facultades de adivinación o profecía.
La relación onírica con el mundo es determinante en la labor de los pedidores de lluvia, pues es en los sueños donde reciben la evidencia de la dualidad aparencial del mundo, dualidad propia de toda hierofanía y realidad sacra. A sus ojos un volcán es un volcán, pero simultáneamente es un anciano o una mujer, es Gregorio Popocatépetl o Rosita Iztaccíhuatl; a sus ojos un cerro es un cerro, pero también un depósito de nubes, lluvias y granos de maíz. La imagen onírica de carácter sagrado revela el verdadero ser del mundo, la realidad primordial escondida, por así decirlo, en la apariencia material que el mundo tiene a los ojos de cualquier persona cotidianamente. Pero el sueño es fundamental también porque al socializarse, al transmitirse de boca en boca, proporciona al imaginario colectivo las imágenes, los escenarios y las tramas indispensables para conservar y recrear los mitos.
Historias del tiempo
Hace cien años, el etnólogo Frederick Starr escuchó entre la gente que habita en las faldas de La Malinche, testimonios de la belleza de la mujer-volcán: era una bella mujer que habitaba en una cueva de la montaña, tenía el cabello muy largo y suelto y enviaba la lluvia, el rocío, el granizo y la nieve. Los habitantes de la zona le ofrendaban diversos objetos, como peines y listones para adornar su pelo. Subían a depositarlos en las partes más altas de la montaña, la cual, creían, estaba atravesada por enormes galerías donde se conservaban centenares de ollas en las que La Malinche preparaba el granizo y la lluvia.
Cien años después se sigue hablando de una mujer corpulenta, “con harto cabello”, que ocasionalmente conduce a las personas que encuentra en las laderas hacia el interior de la montaña, donde los visitantes pueden ver, hundidos en el asombro, a los hombres-víbora que la ayudan y, a veces, a ella misma convertida en serpiente. El simbolismo de la serpiente —como advierte Mircea Eliade— es de una polivalencia turbadora, pero todos los símbolos convergen hacia una misma idea central: es inmortal y se regenera; por lo tanto, dice Eliade, es una “fuerza” de la Luna y, como tal, distribuye la fecundidad… El complejo mujer-serpiente-montaña-que-hace-llover no puede ser más elocuente al evocar los potenciales beneficios que contiene y que entregará a los hombres que sepan desencadenarlos.
“Un tiempero —decía don Luz Sánchez— es una persona que trabaja con el tiempo; conjura los granizos para evitar que dañen los campos. Para ser tiempero se requiere, primero, tener buena fe, después aprender las oraciones; asimismo se necesita valor, resignación y coraje contra la nube. Por eso yo creo que no cualquier gente puede ser tiempero, uno es designado por dios”. El trabajador del tiempo debe saber combatir los vientos perjudiciales, las heladas, las trombas, conocidas como mangas o culebras de agua, los periodos prolongados de sequía y las tormentas. También debe pedir las lluvias y saber reconocer los signos que anuncian su llegada oportuna o retrasada, su intensidad y sus posibles efectos.
Todo este acontecer meteorológico está profundamente impregnado de una carga ético-religiosa. El combate de los tiemperos contra el mal temporal es concebido como una lucha perpetua contra las fuerzas del Mal y, desde luego, contra sus emisarios aquí en la tierra. Un buen conjurador se considera a sí mismo como alguien señalado por dios para trabajar con el bien y procurar el bienestar a sus semejantes, que son, según el imaginario geográfico del tiempero, la gente de su propia comunidad, de su región o “del mundo entero”. Esta última idea ha sido inducida recientemente por los noticieros de televisión, donde aparecen imágenes de desastres naturales, lo mismo en el continente americano que en Europa o Asia, sin que los viejos tiemperos tengan noción alguna de las distancias o la ubicación geográfica de los lugares devastados por huracanes, tormentas, temblores o sequías.
Es usual en los pueblos de Tlaxcala, al pie de la Malinche, que los particulares contraten los servicios de un tiempero para que proteja sus terrenos. Cuando don Luz era joven, pero ya adiestrado por su padre en el oficio de conjurar, fue contratado por dos personas para que cuidara sus terrenos un par de años en un pueblo vecino donde debía enfrentar a los que él llama “tiemperos malos”. Estas son sus palabras: “Conjuraba en el mero centro de la población, los de San Simón me ayudaban echando cohetones y haciendo rogaciones […] La primera vez me pusieron a prueba con unos tiemperos malos, ¡ya me andaban ganando!, me metieron un granizal. Empezó con una nube chiquita, ¡pero cómo tronaba! Entonces que agarro mi machete, con él le pegaba a la nube del lado del huracán. Recé el Padre Nuestro y otras oraciones lindas, así corretié la tempestad; fue a caer por San Pablo”.
“Otra vez allí mismo en San Simón, los tiemperos diabólicos me echaron como catorce víboras de agua, una de ellas empezó como una nube chica […] pero creció nomás de arriba, parecía huevo de toro, iba y venía el remolino, sonaba como una carreta, se paró sobre el pueblo, pero no cayó porque la conjuré. Las personas que vieron, me dijeron: ‘¡Te la sacaste, muchacho!’. También dijeron: ‘Ya no te vayas, cásate aquí y te quedas de dueño’, pero como era yo chamaco de dieciséis años no hice caso […] Los tiemperos malos son hermanos del Rayo y compañeros del Granizo. Citan a los siervos del mal y les piden tempestades para que vengan a molestar los campos”.
El caso más sobresaliente que he encontrado en el conflicto entre las fuerzas del bien y el mal fue en el estado de Morelos, en las faldas meridionales del Popocatépetl, en una congregación de tiemperos denominada Misioneros del Temporal. La disputa con otras congregaciones de la misma zona se debe a las diferencias que existen en la interpretación simbólica de diversos elementos que intervienen en el ritual, como el uso de flores amarillas y rojas para adornar las cruces de los lugares sagrados, que según los misioneros propician las enfermedades y la sequía, o el empleo de listones de colores que representan el arcoiris y que, según los Misioneros, ahuyenta las lluvias.
Esta congregación, formada por una docena de personas iniciadas a través del sueño o el rayo, ha establecido un auténtico combate onírico y ritual con los miembros de otras tres congregaciones que visitan los mismos lugares sagrados pero que, afirman los Misioneros, lo hacen por intereses puramente personales, pues cobran fuertes cantidades de dinero por poner sus conocimientos al servicio de los acaparadores de maíz, que pagan para que las tierras de temporal no produzcan lo suficiente y puedan ellos enriquecerse vendiendo el grano almacenado. Los enemigos de los misioneros son vistos en sueños bajo la forma de animales como toros, serpientes, leones o también con su fisonomía humana. También en sueños tienen “avisos”, por parte de sus mensajeros, de cuáles son los lugares sagrados que han sido objeto de maleficios. Estos últimos consisten en amarrar las cruces con alambres, o tirarlas “boca abajo”, o ensuciar el agua que ellos depositan al pie de la cruz principal, enterrada y cubierta por lajas de piedra, y que debe permanecer limpia, pues de ella beben los espíritus que trabajan con el temporal…
El vínculo fundamental de los misioneros con los seres celestiales, como ocurre en otras zonas del volcán, se produce a través de los sueños. A diferencia de lo que ocurre en Puebla, donde los sueños tienen un carácter estrictamente individual, en el sentido de que son interpretados exclusivamente por la persona que soñó, en Morelos los sueños tienen un carácter colectivo, es decir, son comentados a los demás miembros de la congregación para ser analizados e interpretados conjuntamente a fin de precisar su significado y actuar en consecuencia. Esto sucede sobre todo con los sueños que revelan la existencia de algún maleficio hecho por miembros de otras congregaciones en los calvarios. “El sueño —dice don Epifanio—, Dios lo manda con sus mensajeros pa’ que a uno le anuncien. Por ejemplo, el señor san Miguel Arcángel tiene sus mensajeros, que son ángeles, no son como nosotros, bueno, nosotros aquí somos mensajeros pero de la Madre Tierra, o sea, para hacer los pedimentos hacia dios, por eso somos mensajeros”.
Entre el cielo y la tierra
Es por medio de los sueños como se ha establecido una relación analógica entre el cielo y la tierra. A los ojos de don Epifanio, el mayor de la congregación, el volcán Popocatépetl es el lugar sagrado por excelencia, un centro del mundo donde se genera el buen y el mal temporal, un lugar al que se acude para propiciar ritualmente el bienestar o la desventura de los pueblos, enviando buenas lluvias o desatando malos temporales que perjudiquen los cultivos. Estas son sus palabras: “Los avisos vienen de los que están arriba, de los ángeles, de las nubes que mueven los ángeles. Nooo, si se diera usté cuenta de lo que está en el cielo, ¡Diosito lindo!, lo que trabaja en el cielo, mmmhh. ¡Dios mío! Todas las maravillas que Dios nos muestra en los sueños. Hay veces en los sueños ve uno cosas, que de veras no quisiera uno despertar. Ve uno cosas maravillosas, lo que es en la tierra no es nada, nooo, ahí se ven cosas muy sagradas, ¡muy sagradas de veras! Ahí se ven todos los rayistas cómo trabajan, los relampaguistas, todos los ángeles de dios. Nomás el volcán no está pero ni una parte descubierto, ‘ta todo alrededor lleno de ángeles, todo, todo, todo. Si usté ahorita lo ve así, como una cosa cualquiera, pero está, mire, una tras otro, uno tras otro de ángeles. Nooo, de veras que es una cosa que uno no lo cree. Y lo que más le da a uno la fe, es cuando dios le demuestra a uno. Va uno a pedir y Dios le concede a uno. ¡Híjole, dios mío, por qué es uno tan pecador, y tantas cosas que dios nos demuestra!”.
De acuerdo con la experiencia de don Epifanio los sueños son una puerta de acceso a lo que el mundo tiene de misterio y maravilla: “También en sueños se trabaja. Es que el primer lugar es el volcán: ese es como el palacio de gobierno federal. No es cualquiera, es lo federal, son oficinas que están ahí, pero en grande. Ahí son lo más sagrado, pues porque de ahí dependen nuestros alimentos, así es. Por eso, si está mal allá, si descomponen y no entra tan fácil l’agua. No entra, no entra porque el cielo también tiene sus direcciones y si en algún lugar sagrado está perturbado, no entra, no trabajan los espíritus de arriba. Porque todas las nubes están por un espíritu, todas las nubes son espíritus de arriba. Esos no son los que vinieron a la tierra, como nosotros. Pero, psss, también dios nos pone a trabajar allá, pero los que andamos de veras en el temporal […] sólo quien dedica toda su vida tiene oportunidad de trabajar allá arriba”.
A los ojos de un tiempero la lluvia y el viento no están desprovistos de intencionalidad. Una nube, quieta o en movimiento, es la expresión de una voluntad susceptible de ser inducida mediante la ejecución de un ritual. Pero es el sueño el que hace evidente esta doble naturaleza del mundo. El sueño no sólo se caracteriza, como bien indica Cappeletti, por su modo de ser, de actuar y de conocer, el sueño es también una puerta de acceso a lo sagrado, un puente que permite constatar mediante la propia experiencia la existencia de una dimensión espiritual que, lejos de ser ajena al mundo material, es parte constitutiva de él, pues no sólo lo complementa sino que le otorga un sentido adicional y trascendente.
La compresencia
A esa dimensión imperceptible para los sentidos durante la vigilia y la sobriedad podemos —usando un término de Ortega y Gasset— llamarla compresencia. Las sociedades tradicionales han construido, individual y colectivamente, mediante sueños, visiones enteogénicas, relatos míticos y prácticas rituales, un complejo mundo espiritual con una geografía y seres sagrados que la habitan. Un mundo simultáneo sin el cual el mundo material en el que vivimos habitualmente sería incompleto y falto de sentido.
La existencia de esta dimensión no es un asunto que deba circunscribirse al terreno de las meras “creencias” sin correr el riesgo de banalizarlo. Al hombre religioso esta dimensión se le manifiesta como realidad perceptible, palpable, audible, capaz de provocar las más intensas emociones mediante sueños, visiones enteogénicas, revelaciones místicas provocadas por ayunos, disciplinas corporales o enfermedades. Estas experiencias, vividas intensamente, proporcionan una certidumbre que hunde sus raíces en la existencia misma y no en la invisibilidad de un imaginario fantasioso.
Ortega y Gasset creó la noción de compresencia para referirse a toda realidad que no es percibida directamente por el individuo en un momento determinado, pero que, sin embargo, cuenta con su existencia como parte integrante de la realidad total en la que vive. Sabemos que existe una infinidad de cosas, lugares y personas que, aun cuando no se presenten directamente a nuestros sentidos, son compresencias que integran nuestro mundo. Lo mismo ocurre con la dimensión espiritual que ha sido experimentada mediante un trance, un sueño o un estado extático. Una vez que se ha tenido acceso a esa realidad primordial, el hombre religioso sabe que cuenta con la compresencia sagrada de espíritus y deidades que inciden permanentemente en su vida. Los mitos que ha creado dan cuenta de la existencia de estos seres que son los destinatarios de toda actividad ritual y de los cuales existen representaciones plásticas o escenificaciones ceremoniales, como ocurre en todas las religiones. Esta compresencia mística expande la vida espiritual del hombre religioso, que crea los más diversos vínculos entre sus actividades materiales y los seres que habitan esa dimensión sacra que le ha sido revelada y que forma parte de un mismo y complejo mundo.
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Referencias bibliográficas
Cappelletti, Ángel. 1989. Las teorías del sueño en la filosofía antigua. fce, Cuadernos de la Gaceta núm. 57, México.
Elíade, Mircea. 1981. Tratado de historia de las religiones. Era, México. Glockner, Julio. 2000. Así en la tierra como en el cielo. Pedidores de lluvia del volcán. Grijalbo-uap, México. 1997. “Los sueños del tiempero”, Graniceros, cosmovisión y metereología indígena en Mesoamérica, Johanna Broda y Beatriz Albores (coords.). unam-Colegio Mexiquense, México. 1996. Los volcanes sagrados, mitos y rituales en el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl. Grijalbo, México. 1997. Entrevista con don Epifanio, Morelos, 27 de octubre, notas de campo. Hernández, Felipe Cornelio, “Entrevista con don Luz Sánchez”. Robichaux, David. 1997. “Clima y continuidad de las creencias prehispánicas en la región de La Malinche (México)”, Antropología del clima en el mundo hispanoamericano, Mariana Goloubinoff, Esther Katz y Annamaría Lammel (eds.). Colección Biblioteca Abya-Yala, Tomo II; 50. Abya-Yala, Quito. Starr, Frederick, “Notes upon the Ethnography of Southern México”, reimpreso del vol. viii del Davenport Academy of Natural Sciences (Davenport, Iowa). Putnam Memorial Publication, en David Robichaux, “Clima y continuidad de las creencias prehispánicas en la región de La Malinche (México)”, Antropología del clima en el mundo hispanoamericano. |
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Julio Glockner
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Es antropólogo egresado de la ENAH. Co-fundador del Colegio de antropología social de la BUAP. Autor de Los volcanes sagrados. Mitos y rituales en el Popocatépetl y la iztaccíhuatl; así en la tierra como en el cielo. Pedidores de lluvia del volcán; Mirando el paraíso y la realidad alterada. Drogas enteógenos y cultura. Investigador del instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP.
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como citar este artículo → Glockner Rossainz, Julio. 2008. La nube y el sueño. Ciencias número 90, abril-junio, pp. 68-76. [En línea].
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