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Las bondades de la milpa
 
Marco Buenrostro
   
   
     
                     
                     
 
Por su nombre en náhuatl (mi­lli, cultivo y pan, locativo) la
mil­pa es el lugar de cultivo; como el maíz es su eje, por extensión se llama milpa a un campo sem­brado con maíz, al que acompañan muy diversas plan­tas, unas sembradas y otras in­ducidas. Se imita así la di­ver­sidad que encontramos en la naturaleza. Ésta es una dife­ren­cia cualitativa entre mo­no­cul­ti­vo y policultivo, práctica agrícola que desde mi punto de vista constituye un mo­men­to cumbre de la humanidad. Al difundirse el cultivo del maíz en­tre las altas culturas que po­blaron estas tierras, se generaron diferentes tipos de milpa acordes con los más variados ecosistemas, cada uno con ca­racterísticas propias, pues el conjunto de plantas se adap­ta a las condiciones culturales y del medio donde se cultiva.

En ese espacio se obtienen hierbas comestibles como los quelites y condi­men­tos como el chile o el epa­zo­te. Ade­más se recolectan hongos e insectos y pueden cazarse ar­madillos y tuzas entre otros ani­males. Hay investigadores que documentan hasta se­sen­ta diferentes insumos útiles en las milpas. La mayor parte se uti­li­zan en la cocina, aunque tam­bién hay plantas medicina­les; otras sirven como rastrojo, algunas como abono; las hay que son de ornato y varias más son ma­teria prima para elaborar artesanías.

Los campesinos conocen a detalle las épocas o estadios en los que cada planta rinde un producto; también identi­fi­can el tiempo en que se pueden recolectar quelites y otros vegetales. Desde su inicio la mil­pa generó la necesidad de contar con utensilios y tecnología para su cultivo; las coas, los uictlis, los pizcadores, cestas y ayates fueron gene­ra­dos progresivamente para facilitar la producción; re­gio­nal­mente los utensilios son de formas y ma­te­ria­les diferentes.

Esta concepción del mundo y la naturaleza, con­dujo a nues­tros antepasados a considerar como recursos lo que en otras culturas son plagas. En la milpa se localizan al­gu­nas de estas especies; bas­te mencionar a los chapulines, al gusano elotero y al cuitlaco­che, que en México se apro­ve­chan en la cocina.

Aprovechamiento integral


Otro concepto que generaron nuestros antepasados es el apro­ve­chamiento integral del maíz, de la calabaza y del frijol, entre otras plantas; se apro­ve­cha la gran mayoría de sus par­tes. Así, de la calabaza nos comemos sus brotes tiernos y sus guías, las flores masculinas se cortan para pre­parar de­li­cio­sos platillos, las calabacitas tier­nas se apro­vechan en variadas formas, las calabazas maduras también forman parte de diversos platillos, y las pe­pitas se reservan para dis­po­ner de ellas en la elaboración de deli­cados guisos. El aprovechamiento no destructivo de partes de las plantas es uno de los muchos saberes de los campesinos milperos.

Muchas de las plantas que se cultivan en la milpa tie­nen re­­la­ciones sinérgicas; así por ejem­plo el frijol genera en su raíz nitrógeno que el maíz extrae del suelo y éste a su vez proporciona soporte al frijol en­redador; las grandes hojas de la calabaza impiden que otras yerbas no útiles prosperen y dan sombra al suelo limi­tando la evaporación.

La milpa, como espacio, pro­porciona insumos para la co­cina, prácticamente desde que se limpia el terreno para el cultivo, durante el tiempo que dura su cultivo y aún después de la cosecha. Las es­tra­tegias para la siembra de dife­rentes plantas están relacionadas con las necesidades del campesino y su familia para cada ciclo agrícola; al seleccionar diferen­tes conjuntos de plantas, el cam­pesino milpero también rota sus cultivos.


La milpa vs el monocultivo
 
En un balance real de producción de beneficios de la milpa en su conjunto, los rendimientos son muy superiores a los que se obtienen sólo contabili­zando el maíz al final de la co­secha. La milpa se cultiva con estrategias diferentes a la pro­ducción de ex­ce­den­tes para el mercado; con la milpa los cam­pesinos privilegian pro­cu­rar satisfac­to­res para el bie­nes­tar. Los pequeños agri­cul­to­res milperos inician im­por­tantes cadenas económicas, y generan su pro­pio empleo en lugar de ser ma­no de obra barata en las gran­des explotaciones. Por ello, un pre­cio justo para los productos del campo limitaría la migración.
 
Tradicionalmente en la mil­pa se privilegió un tipo de cul­tivo que hoy llamaríamos orgá­nico, pues el rastrojo se usa como abono natural y algunas plantas como el cempasúchil se utiliza para el control de pla­gas. En épocas más re­cien­tes, sobre todo a partir de la lla­ma­da revolución verde, la publicidad y los ingenieros y técnicos especialistas en agro­nomía se inclinaron por los fer­tilizan­tes químicos.

Un monocultivo, por razón ló­gica, tiende a agotar los nu­trimentos del suelo, y aunque es claro que los monoculti­vado­res han generado tec­no­lo­gías como la rotación de cultivos y el uso de fer­ti­li­zan­tes, está demostrado que los monocultivos son más pro­pensos a las plagas. Asimismo, para aumentar los rendimientos eco­nómicos, los téc­nicos han den­sificado las pobla­cio­nes en los monocultivos, aumen­tando el uso de agro­quí­micos y la ex­tracción de nu­trimentos del sue­lo, lo que re­dun­da en su deterioro. En los terrenos de riego, esta den­­­si­ficación requiere mayor con­sumo de agua y por tan­to mayor cantidad de agua en­tra en contacto con los agro­­quí­micos que la ­conta­minan.

La destrucción y agota­mien­to de los suelos, la ­acu­mu­lación de diferentes quí­mi­cos en los comestibles, la conta­mi­nación del agua que es patrimonio de toda la hu­ma­nidad, la destrucción de bosques y sel­vas por la gana­de­ría y la agri­cultura extensiva han sido ocasionados por bus­car como único fin el rendimiento y la con­cen­tra­ción eco­nómica, no el bie­nes­tar de la humanidad.

Los productores de agro­quí­micos, además de tratar de maximizar su ganancia, al idear y vender paquetes tecnológicos en los que se incluyen se­millas, fertilizantes y agroquí­mi­cos reciben la paga al entregar su paquete; el cam­pe­sino ten­drá que utilizar esos productos en determinada etapa del cultivo, financiando así a los vendedores. Por otro lado, una vez pagado el paque­te, el cam­pe­sino afronta los riesgos de no obtener cosecha —sobre to­do los agricultores tempora­leros. De esta manera aumen­ta el riesgo de pérdida, aunque se difunda lo contrario.

Esto sin considerar que ta­les sustancias desgastan los suelos hasta dejarlos casi inservibles, ya que la utilización de agroquímicos —agrotóxicos deberían llamarse— ha conducido a la destrucción del suelo orgánico, pues cambian las condiciones del suelo, haciendo que desapa­rez­can los microorganismos. Es por ello que hay ya numerosas organizaciones y comunidades que están volviendo a los abo­nos orgánicos y el control de plagas a partir de sustancias naturales.

Si como vemos, el siste­ma llamado milpa es más acor­de con la naturaleza y más pro­­duc­tivo, ¿por qué no se pro­mue­ve? Considero que es por­que el campesino que siem­bra su milpa a la manera tra­dicional es en gran medida autosufi­cien­te. Produce la mayor parte de los insumos que requiere para su alimentación y no depende del comercio para adquirir semillas y ferti­lizantes. Eso significa que no propicia la explotación del hom­bre y de la tierra, y por lo tanto no contribuye a concen­trar el dinero. La milpa es un concepto cultu­ral; el monocul­tivo suele tener un enfoque mercantil.
 
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como citar este artículo
Buenrostro, Marco. (2009). Las bondades de la milpa. Ciencias 92, octubre-marzo, 30-32. [En línea]
     
 
 
     

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