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La computación
al alcance de la
mano
R030B02   
 
   
   
Ramón Vera    
                     
Amanda entró al cubículo y los encargados le
asignaron un sitio entre las otras cincuenta personas que esperaban instrucciones.
 
PANTRONICS Y ASOCIADOS, iniciaba hoy la última etapa de prueba de su nueva línea de mini micro computadoras personales. Nada descabellado después del avance de los “cristales líquidos” y las nuevas micropartes que permitían computadores sin diskette y del tamaño de un reloj pulsera. Sin diskette porque un comando, sensible a las pulsaciones de la muñeca, provenientes del sistema nervioso, permitirían enlazar la micromax (ese era su nombre) a gigantescas memorias ubicadas en un complejo enorme de computación, en el que a su vez, se conectaría vía satélite con los bancos de información y memoria más grandes del mundo. Esto implicaba un vínculo general del individuo en la calle con la sabiduría y los datos de cualquier fuente. Era la expresión más acabada de la modernización educativa y periodística que el nuevo gobierno central estaba propugnando. Por supuesto, las funciones de la micromax no permitirían el acceso a las verdaderas fuentes de información, y la seguridad de transacciones, datos clasificados confidenciales y táctica militar, estaría controlada. Pero la micromax ofrecía una serie de servicios que no dejarían nada que desear al consumidor ávido de sensaciones, emociones e información. La micromax se convertiría en una verdadera amiga, una lámpara de Aladino, una revolución mayor que el Ford modelo T.
 
El menú era estupendo: operaciones bancarias de todo tipo; información sobre espectáculos; reporte del clima, de las mareas y del tráfico en la ciudad; pedidos de comida; servicios de mantenimiento; información noticiosa actualizada, minuto a minuto; captura de textos con sólo hablar en voz alta, como dictado, y, por supuesto, información bibliográfica y de investigación, a partir de los bancos de memoria centrales. Todo está con sólo “mentalizar” el asunto a nivel consciente pues la micromax “leía” el impulso específico y lo codificaba.
 
No paraba esto aquí. Todo el sistema micromax implicaría la posibilidad de llamar por teléfono a cualquier parte del mundo, viendo a la persona indicada; tener recetas de cocina; saber las posiciones de los planetas en el momento; las efemérides astrales desde 1622; pedir la lectura del tarot y del I Ching; solicitar cita con el peluquero, el médico, el abogado o el terapeuta; hacer trámites legales y, en general, obtener imágenes de lugares, calle por calle o metro por metro; conocer el estado del propio organismo; los biorritmos o incluso algo tan específico como el nivel de glucosa o de glóbulos rojos. Un programa especial indicaría el remedio homeopático requerido, de acuerdo a las circunstancias especiales por las que atravesara el usuario y, en fin, todo lo que la gente pudiera soñar. Sí, un comando especial a la hora del sueño permitiría capturar y simular imágenes del sueño y verlas al otro día en la micropantalla o en cualquier receptor de video.
 
Los experimentos serían muy sencillos. Después de una serie de instrucciones simples se les entregó a los sujetos una micromax pavonada con extensible del plástico negro, un manual de operación y un menú completo de posibilidades. No era necesario que estuvieran en un sitio especial ya que otros sistemas de diagnóstico por computadora revisarían periódicamente los resultados individuales.
 
Amanda recibió su micromax y salió a la calle. Sintió un escalofrío al ver pasar un auto a todo velocidad muy cerca de la banqueta. Su asombro creció y se tornó terror al ver que la pantalla de su micromax asumía un color rojo sangre y aparecían imágenes de su infancia, más bien, imágenes muy similares a ciertos episodios de su infancia.
 
Ya en su casa volvió a sorprenderse, cuando al pensar en su novio, apareció en la micropantalla alguien que parecía su novio, aunque no era exactamente su novio. Su extrañeza convocó una proyección estructural de las características morfológicas de su amigo, datos bioquímicos del mismo y un reporte de sus actividades más conocidas. Queriendo alejar esa sensación trató de pensar en otra cosa y así comenzó un desfile de fragmentos de árboles, perros, casas, convertidos rápidamente a factores e índices matemáticos o a proyecciones estructurales de los mismos.
 
Presenció aterrada hundimientos de barcos, asesinatos, terremotos en regiones alejadas del globo. Todos pasando a velocidad de computación. Intentó calmarse y la computadora le indicó su pulso cardiaco, el estado de su respiración, el remedio químico apropiado a su condición y hasta sugerencias de ejercicios paralelos. Gritó queriendo parar todo eso y la micromax le contestó con un análisis espectroscópico con un grito, dándole la tonalidad musical en que se encontraba, el rango de volúmenes que había manejado, el nivel de adrenalina en su torrente sanguíneo y nuevas recomendaciones para tranquilizarse.
 
No pudo más. Aventó su micromax al suelo y se desplomó en una silla observando la micropantalla que durante horas y horas desplegó cambiante todo lo imaginado y por imaginar. Aprehensiones, sentimientos de culpa, recuerdos lejanos, imágenes de lugares, fragmentos de película, deseos, por más contradictorios y empalmados que estuvieran, desfilaron y fueron acompañados instantáneamente por análisis psicológicos, matemáticos, biomédicos y hasta sociales.
 
Cada minuto, la micromax desplegó un aviso atestiguando el hecho, no contemplado, de que el impulso proveniente de Amanda operaba aún a distancia. Ya no era necesario el contacto físico para que la micromax sintonizara. Lo había registrado tan bien que funcionaba a algunos metros. Después de todo Amanda había sido siempre un ser sensible, una mujer perceptiva y tierna, susceptible a todo lo que le rodeaba.
 
Con ojos azorados quedó en medio de la habitación extendiendo los brazos y absolutamente ausente. Llegaron por ella empleados de PANTRONICS y fue internada dos horas más tarde. Los experimentos tuvieron que ser suspendidos.
 
articulos
 
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Ramón Vera
     
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cómo citar este artículo 
 
Vera, Ramón. 1993. La computación al alcance de la mano. Ciencias, núm. 30, abril-junio, pp. 67-68. [En línea].
     

 

 

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