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Carta de un
Profesor
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Sergio Fernández | ||||||||||||||
Sr. Rector José Sarukhán Sr. Rector: En la última visita que usted hizo a la Facultad de Filosofía yLetras —a propósito del Primer informe de la Dra. Juliana González— nos dio la buena nueva de un aumento de siete salarios, lo cual fue aplaudido por todos nosotros. Después, por la Gaceta supimos que está condicionado al Programa de Estímulos a la Productividad y al Rendimiento del Personal Académico, lo que significa algo absolutamente distinto. En vista de la inmediata y consiguiente inconformidad —notable en varios de nuestros planteles— paso a comunicarle mis impresiones, justificadas, si cabe, por 36 años de servicios ininterrumpidos a la UNAM, misma que me concedió hace seis, ser Profesor Emérito. Estas impresiones se suman a la inconformidad antes mencionada. Me permito, primeramente, agradecerle su buena intención al poner en marcha el Programa, pero al mismo tiempo decirle que si resulta válido para el ala de Ciencias, es inoperante para la de Humanidades. Porque ningún humanista (profesor, investigador, creador) se reconcilia con cifra ninguna pues no ignoramos que lo que importa es la calidad y no una cantidad ceñida, además, a un determinado monto económico. Por eso existe un unánime mal entendido entre dictaminados y dictaminadores; la batalla para obtener una puntuación más eficaz, lo cual no se consigue o se obtiene ganando las envidias ajenas; la separación de vínculos que otrora fueron sólidos. Y el desconcierto general ante el ¿qué va a pasar con nuestra, a pesar de todo, sobreviviente Universidad? Estos problemas no son posiblemente, señor Rector, desconocidos por usted. Publicaciones recientes en periódicos o cartas a la DGAPA, declaran el asombro y la extrañeza de procedimientos, que en el caso del Programa, son tan contrarios a la idiosincrasia universitaria, lejano a presiones que agobian sin enriquecer lo académico. Pero antes de seguir adelante explicaré por qué, siendo Profesor Emérito, y contando, por ello mismo, con una retribución extra, concedida por las autoridades, me sumo a la inconformidad ambiental. La razón es sencilla: porque ni los Profesores Eméritos ni ningunos otros, en Humanidades, logramos vivir con decoro. Debemos, hoy en día, recurrir a becas (como la del SNI); a trabajos fuera de cátedra, algunos de los cuales no “contemplan” retribución económica alguna: la Radio, la televisión cultural y, créase o no, aun a colaboraciones escritas. Porque el profesor universitario, por el hecho de serlo, debe tener una imagen óptima de vida, extendida e infundada noción que agrava aún más el problema. Y ahora, contando con opiniones en contrario, me permitiré hablar del Cuerpo de Profesores Eméritos, que al verse instados a apelar al Programa, se remiten por eso a ser re-examinados como si la larga cadena de requisitos para lograr el Emeritazgo no hubiera sido suficiente. O como si las Comisiones que en su momento lo juzgaron fueran, ya, descalificadas por el Programa mismo. Dicho de otro modo, lo que ocurre es que una autoridad académica anterior es, ahora, nulificada por su sucesora, arbitrario acto justificado por un virtual medro académico. No bastaron 30 años de servicios y un curriculum vitae conveniente para, al menos, 70 de los 130 miembros del Consejo Universitario, sin contar con cuatro comisiones más, que hoy ahorro para no fatigar. Porque el Programa, actualizando a Sísifo, requiere que los Eméritos sean de nuevo juzgados por tres instancias más: la comisión dictaminadora de propio plantel (formada las más veces por ex alumnos del Emérito), de nuevo el Consejo Técnico (que lo avaló años antes) y una comisión más, la de personas de reconocido prestigio universitario amén de otras, venidas de fuera, pues la UNAM no parece confiar en los miembros elegidos por su comunidad. Pero los Eméritos no están aislados. Se hallan ligados a toda la comunidad universitaria, deseosa, llegado el caso, de poder alcanzar la misma meta. Pero como los primeros de hecho deben legar el paradigma que la propia UNAM a su vez les legó, es obvio que se encuentran en un trance difícil pues la figura del gran humanista se desintegra hoy en día rápidamente entre nosotros. En virtud de lo cual aquellos por quienes nosotros pudimos haber viajado de cualquier latitud para asistir a sus cátedras quedan, o desplazados o expuestos a examinarse nuevamente ¿puede la UNAM —me pregunto— negar “estímulos” a un profesor de 94 años que, en el caso de Wenceslao Roces, nos enseñó a leer cultura pues sin sus traducciones estaríamos retrasados varios lustros? ¿Puede o el desfalco es aterrador? ¿Puede cuando La Jornada nos anuncia que “La decisión presidencial de invertir en nuevos recursos en la ciencia y la tecnología” es por un monto de 285 mil millones de pesos, o sean 100 millones de dólares? Si a ello agregamos la humillación que se nos ha hecho a toda la comunidad académica de firmar de común acuerdo el regresar los estímulos a la tesorería de la UNAM en caso de no merecer otra renovación, el asunto se vuelve asfixiante. Si el gesto del Presidente es plausible por lo que a la ciencia se refiere, no creo que las humanidades deban descalificarse hasta tocar el extremo contrario. El asunto es maniqueo pero la doble vuelta de tuerca no se hace esperar. Nos convierte de golpe y porrazo en algo así como asalariados sujetos a renovación de contrato, toda vez que la nómina es casi simbólica. Por otra parte el profesor enfermo, de estarlo, no puede investigar. ¿No es esto un trabajo a destajo? Pero evaluar es conducente y timbre de orgullo personal para quienes cumplen ya que los otros (que en todos partes están y no sólo entre los académicos) jamás darán resultado de excelencia con o sin estímulos; evaluar, es conducente, digo, en otras condiciones. Estoy seguro que los resultados serían óptimos. De otro modo, la “fuga de cerebros” no se hace esperar, y todavía hablamos la lengua de Cervantes. Por último agrego que si he escrito estas líneas no lo hago por el cuerpo mismo de Eméritos sino porque, como cualquier otro universitario, estoy en la obligación de ejercer una opinión y de expresarla en lo que creo que favorecerá a una gran parte de la población de universitarios, mínima si se compara con el monto total. Señor Rector: esta carta está llena de años de experiencia y amor por la UNAM. Espero que además se considere como lo que es: estrictamente académica. Le envío a usted mi admiración por el esfuerzo de sacar adelante a una institución que, como la nuestra, lastimosamente parece estar siempre en crisis. Por mi raza hablará el espíritu.
Nota Texto tomado La Jornada, de México, D.F. 5 de junio de 1991. |
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Sergio Fernández
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Fernández, Sergio. 1991. Carta de un profesor emérito. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 68-70. [En línea]
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Elsa Malvido y Miguel Ángel Cuenya | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
“Mi intención ha sido recordar para prevenir”1 |
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El cólera morbus, también conocido como amarillo o asiático,
es una antigua enfermedad de la que, según Max Sussman,2 ya se habla en el Antiguo Testamento y los ingleses la detectaron como un mal endémico en la India, saldrá de su foco natural (la boca del Ganges) en 1817 y encuentra nichos favorables para su propagación en todo el mundo conocido.
Inicia su largo recorrido de 20 años, al oriente por China hasta Filipinas, al oeste por Arabia, subiendo a Rusia y llega a Inglaterra en 1830, de donde embarcará para ir a Canadá en 1832. Desde allí comienza su avance hacia el sur del continente americano.
La importancia del cólera en México, y en especial de la pandemia de 1833, radica en el carácter de ésta. No fue una pandemia con la cual la población mexicana estaba “acostumbrada” a convivir desde el siglo XVI. Era algo nuevo que no respetó grupos, clases sociales ni condición económica y estableció un verdadero corte en la historia de la patología. Es más, podríamos decir que marcó la independencia nacional. A partir de 1833, toda la patología cambia y modifica el viejo patrón colonial (Veracruz, Acapulco y Salina Cruz para difundirse a través de los caminos reales), para reemplazarlo por uno nuevo: la frontera con Estados Unidos. Era la primera vez que una pandemia alteraba su tradicional ruta de viaje, entrando al país a pie por la frontera norte y por puertos secundarios como Tampico y Campeche, desde donde se irradió por todo el territorio nacional.
El cólera morbus significó un cambio en la patología mundial y nacional: las antiguas patologías biológicas3 fueron reemplazadas por una nueva: la patología biosocial, primera pandemia que mostró mundialmente el problema de la insanidad y la miseria a la que estaba condenada gran parte de la población y que obligó a los gobiernos, sin importar su ideología política, a tomar medidas sanitarias.
Este mal exigió una toma de conciencia por parte de las autoridades y la elaboración de las primeras medidas sanitarias aplicadas a nivel nacional. Este hecho es muy significativo, en la medida en que la espera fue angustiosa. No llegó abrupta o sorpresivamente, se la esperaba desde tres años antes, periodo durante el cual se fueron reuniendo, agrupando o desechando, los conocimientos y las experiencias médicas de Europa o América.
Analizar el impacto de una pandemia como la del cólera morbus de 1833, implica conocer el espacio urbano sobre el que se desencadenó. No es posible realizar un análisis en abstracto y atemporalmente; es necesario ubicar nuestro objeto de estudio en su propia especificidad y realidad histórica. De allí que hayamos seleccionado un importante centro urbano como Puebla para espacio de análisis.
Puebla había ingresado al siglo XIX sorteando serios problemas de orden político, económico y demográfico, a pesar de esto, seguía manteniendo un lugar privilegiado en la estructura urbana, ahora nacional, aunque había perdido gran parte de su antiguo brillo colonial.
El estancamiento y empobrecimiento de la ciudad era el resultado de diversos cambios y transformaciones que se habían producido desde el siglo XVIII. “El surgimiento de nuevos polos económicos, el desplazamiento del centro de gravedad hacia el Bajío y la transformación del antiguo orden colonial a partir de las reformas borbónicas, afectaron, sin duda, a diversas actividades que habían sido el sostén de la antigua prosperidad de Puebla”.4
Las guerras de independencia obligaron al empobrecido ayuntamiento angelopolitano, a erogar fuertes sumas con la finalidad de erigir un sistema defensivo contra los insurgentes (murallas, fosos y parapetos), con lo que se ocasionaron graves daños a gran parte de la periferia urbana. Durante años, debido a la constante inestabilidad social, política y militar, continuaron realizándose este tipo de construcciones, con lo que se aumentaban permanentemente los gastos municipales, se desviaron fondos de otras áreas y, se descuidaba el mantenimiento de la ciudad.5
La proliferación de zanjas, terraplenes, fosos, murallas, parapetos y fuertes agudizaron, al decir de Carlos Contreras Cruz, el caos y la destrucción de distintas zonas de la ciudad.
El espacio urbano se encontraba dividido en grandes jurisdicciones, correspondiéndole al ámbito eclesiástico las jurisdicciones parroquiales del Sagrario Metropolitano, San José, San Marcos, San Sebastián, Santo Ángel Custodio y Santa Cruz, las que habían sido la base del control durante todo el periodo colonial. En lo político-administrativo, el intendente Manuel de Flon dividió la ciudad en cuatro cuarteles mayores, los que a su vez se subdividían, cada uno, en cuatro cuarteles menores. Esta organización territorial de la ciudad perduró durante todo el siglo XIX.
El padrón de 1830 registra para Puebla una población cercana a los 40,000 habitantes,6 distribuidos de manera desigual entre los cuatro cuarteles mayores, ya que, por ejemplo, más del 60% de los habitantes habitaba en el poniente de la ciudad.7 Este patrón de asentamientos reflejaba la concentración de las principales actividades económicas en esa zona. (Figura 1).
Al igual que el resto de los centros urbanos del país, y como parte de su herencia cultural, la ciudad se caracterizaba por la suciedad y la falta de higiene. Las calles eran focos de infección porque en ellas se estancaban las aguas negras, los desechos fecales y las aguas de lluvias, transformando algunos lugares, como señalan los documentos de la época, en “verdaderos muladares y lodazales hediondos”. No se respetaban los bandos y las ordenanzas de policía que trataban de regular el orden e higiene en la ciudad. Dentro de la traza urbana se encontraban rastros, carnicerías, tocinerías, tenerías curtiembres sin resumideros, etc., que arrojaban todos sus desperdicios a las calles (huesos, grasas, pieles, ácidos, lejías, sangre, vísceras, cuerdas y pelambres), además del que los fosos eran usados como depósitos de basura y aguas negras,8 lo que aumentaba todavía más el estado de suciedad imperante.
En épocas de lluvias las inundaciones eran frecuentemente ocasionadas por el desbordamiento del río San Francisco, agudizándose así las condiciones de insalubridad existentes. El abastecimiento de agua a la ciudad durante la primera mitad del siglo XIX, continuó manteniendo el mismo sistema heredado de la época colonial. Su distribución se realizaba siguiendo, también los viejos patrones: por medio de fuentes públicas ubicadas en lugares estratégicos, y a través de los aguadores transportaban en burros los cántaros en los que llegaba el valioso líquido a la mayoría de las casas. También la contaminación del agua era muy frecuente debido a que las cañerías eran de barro, lo que ocasionaba —por las frecuentes roturas— que se filtraran aguas contaminadas. Esta situación constituía una permanente amenaza para la salud pública de los poblanos.
Por otro lado, la gran mayoría de los habitantes de la ciudad, vivían hacinados en un solo cuarto, al igual que en todas las grandes ciudades del mundo; además, la densidad demográfica —especialmente en la zona céntrica— era muy elevada. Estos cuartos habilitados como vivienda, carecían de baños o letrinas, por lo que todas las noches los desechos fisiológicos se tiraban a la vía pública; los pasillos y las escaleras de los edificios se convertían en grandes tiraderos y las paredes impregnadas de orines despedían en las noches olores nauseabundos y un clima patológico de por sí. El ayuntamiento de la ciudad debía recolectar los excrementos diariamente, a través de un sistema de carretones,9 pero los permanentes problemas financieros del municipio impidieron que este servicio se cumpliera con normalidad. Así, los habitantes de Puebla, convivían en un ambiente insalubre y propicio para el desarrollo de gérmenes patógenos que ocasionaban o alimentaban enfermedades recurrentes.
La pobreza de gran parte de los habitantes era algo que impactaba a cronistas y viajeros. J. R. Poinset, que visita la ciudad en 1822, describe azotado la gran cantidad de “indios miserables y semidesnudos que nos miraban boquiabiertos (…) fue donde vimos el mayor número de seres escuálidos y miserables”.10 Por su parte, Henry George Ward, que se encuentra de paso por la ciudad en 1827, hace comentarios muy similares, afirmando que “la Puebla tenía, en aquel entonces, una población de lazaroni casi tan numerosa como la de la capital”.11 Sin embargo, para estas fechas se habían olvidado de las grandes epidemias (las últimas habían sido el sarampión de 1770 y el tifo de 1813), por lo cual la llegada del cólera cambiaría la mentalidad de gran parte de la población.
La pandemia
Cuando México aún luchaba por su independencia, se empezó a saber sobre el avance: del llamado terrible mal, la “peste de El Ochocientos”, que se desarrolló durante 16 años antes de azotar a México. Gracias a ello, los conocimientos que obtuvieron otras naciones y reinos que la padecían, nos fueron llegando, junto con los métodos preventivos y curativos. Todo ello se traducía a diversos idiomas y se publicaban, pero el gobierno los distribuía a una población analfabeta.
En esos momentos la danza política entre Valentín Gómez Farías y Santa Anna dificulta conocer quién ordenó qué cosa, pero lo que sí queda claro es que en México el dicho colonial “hágase pero no se cumpla” continuaba vigente, pues muchos bandos de policía repetían las órdenes que ninguno obedecía, ni el castigo establecido se cumplía.
Había 6 puntos que preocupaban al gobernador del Estado de Puebla: 1) La construcción del cementerio que llevaba pospuesto seis años por presiones económicas y religiosas; 2) La necesidad de que las aguas negras tuvieran resumideros y se limpiaran, así como que dejaran de tirarse a las calles; 3) Que los carretones salieran a recoger la inmundicia; 4) Editar recetas y cartillas sobre el cólera para informar a la población; 5) Que el obispo nombrara eclesiásticos para atender a los próximos enfermos o muertos, y 6) Que el Consejo de Sanidad del Ayuntamiento organizara a los médicos y boticarios de la ciudad para atender a los enfermos. Medidas preventivas que mostraban una nueva actitud oficial ante un evento de esa naturaleza.
Por primera vez las autoridades civiles se responsabilizan de la salud de sus ciudadanos, mientras que la Iglesia quedó en segundo plano, al considerar que el cólera era un castigo porque “el pecado es el origen de todas las calamidades que azotan la tierra”, pero ya no serían las herejías pasadas por los horrendos sacrificios humanos a sus dioses, el discurso era otro, se debía al “odio hacia las sagradas instituciones, el desprecio por las más santas solemnidades, la burla de las más augustas ceremonias y los misterios del santuario, las leyes canónicas por las cuales la Iglesia ha sido gobernada… [que] se ven ahora pisoteadas y despreciadas”.12
En cuanto a la primera de las preocupaciones del gobernador, por la construcción del cementerio, se debía a que a comienzos de 1833 no había podido hacerse realidad todavía la ley del 27 de septiembre de 1827, por la que se determinaba que en todas “las poblaciones del Estado, los ayuntamientos respectivos, construirán a la mayor brevedad posible cementerios fuera del poblado, y en lugar opuestos a los vientos que dominen las poblaciones”13 Para finales de 1832, no había comenzado a construirse el camposanto en la ciudad de Puebla, debido a que los problemas políticos y económicos habían ido postergando la propuesta. Tuvo que surgir un factor externo de gran consideración, el cólera morbus, para que las autoridades sacaran del olvido la ley del 1827.
El terreno seleccionado se ubicaba en el sur-poniente del centro urbano y abarcaba “cuatro huertas pertenecientes al Colegio del Estado, situadas, una al costado de la iglesia de este último barrio [San Sebastián] caminando del occidente al oriente, con otras dos que están contiguas, y la que ocupa el frente de la repetida iglesia que en otro tiempo sirvió de cementerio”.14
El presupuesto para la nueva obra fue de $18,856.4r,15 cantidad muy elevada para las finanzas municipales, por lo que se estableció que el dinero para su construcción se obtuviera “del fondo de licores extranjeros”. Con grandes problemas financieros que motivaron varias interrupciones, el cementerio de San Javier se inaugura de hecho el 26 de agosto, al inicio de la epidemia, aunque no se bendice hasta octubre. El cólera se había adelantado a la finalización de las obras.
Por su parte, la Junta de Sanidad del Ayuntamiento y la Dirección de Sanidad del Estado, trataban de conseguir, por todos los medios disponibles, aquellos medicamentos o recetas que en otros lugares de la República habían realizado “milagrosas curaciones”; así el 21 de mayo, se solicita al Gobierno del Estado de Oaxaca palo de huaco, elemento muy importante en la elaboración de una nueva receta.
La elaboración de cartillas o recetarios preventivos había surgido por primera vez a finales del siglo XVIII (1796), para informar a la población de la Nueva España sobre la vacuna contra la viruela. Desde esa fecha, estos documentos tendrán una circulación masiva que traspasa todo tipo de fronteras.16 Su enfoque es preventivo y deben verse como el principio de medicina preventiva en México. En ella se acumulan conocimientos de una medicina empírica de otras partes del mundo y la sintetizan con lo mas acertado hasta el momento. Son editadas por los distintos gobiernos, con el fin de proteger a sus gobernados, pues ahora el cuidado de sus cuerpos ya no depende de la Iglesia: la voluntad de Dios tiene que responder por la enfermedad de otra manera.
Significan una conciencia clara del contagio pandémico o universal y una necesidad de mantener sana a la población. También deben considerarse como manuales de salud pública y privada, lo que los convierte en algo extremadamente moderno. Responsabilizan de su cumplimiento al gobierno como sistema de salud pública y a los individuos en cuanto a la salud privada. Es decir, son obras de la Ilustración médica, la que había obtenido su independencia ideológica a su separación de la Iglesia, por lo cual la ciencia debe explicar de otra manera la vida y la muerte.
En términos de salud pública, las cartillas exigen mejores condiciones de higiene en las ciudades y en los espacios públicos.
El discurso que se maneja en estos textos, descubre un cuerpo diferente, laico y vivo: se refieren en primer lugar al cuidado e higiene del cuerpo sano en sociedad y, en segundo lugar, al cuerpo sano dentro de su casa; se recomienda a un cuerpo que se ve, se oye y se huele, come y descome, que debe bañarse, asearse él, su ropa, sus muebles, su casa para mantenerse sano, reconociéndose que este cuerpo sano puede enfermar por el contacto con animales domésticos o por el descuido que se tenga con la higiene personal, aceptando que el cuerpo es frágil y la enfermedad acerca al dolor y a la muerte, los que deben evitarse.
Paralelamente a estas recomendaciones precautorias, las cartillas hablan ya de los síntomas del mismo cuerpo enfermo y de la manera de tratarlo, acompañando un recetario con medidas sencillas de atención. Es curioso ver que este cuerpo enfermo nunca parece estar solo, siempre está rodeado de una familia y de las atenciones del médico. No se concibe al hombre “solo”.
En Puebla se publicaron las cartillas que venían de Rusia, Francia vía España, de la Habana, Santo Domingo vía Veracruz, de Nuevo León, de Guadalajara, y la de Monterrey que es realmente genial, moderna y simple: agua de cal hervida con peyote y gotas de láudano, contra el dolor, la diarrea y la deshidratación.
Al mismo tiempo, la Iglesia trató de enfrentar el flagelo con las consabidas procesiones y santos protectores de las pestes coloniales. La Virgen del Rosario, San Roque, Jesús Nazareno, San Sebastián de Aparicio y el Santísimo Sacramento recorrieron las calles de Puebla buscando su intercesión y protección.
La angustiosa espera pasó de lo abstracto a lo concreto a partir del 23 de agosto, fecha en que muere el primer afectado por el mortífero bacilo. Llegó por donde menos se lo esperaba, por el camino de Oaxaca y, su portador fue nada menos que el arriero Ventura López quien conducía desde la ciudad de Oaxaca a Puebla un “milagroso” remedio: el palo de huaco.17
Durante cinco meses la enfermedad cobró vidas en la ciudad. Alcanzó su punto más álgido en los primeros días de octubre, y culminó hacia finales de diciembre (véase cuadro). El sector más afectado fue el femenino con el 52.4% del total. La pandemia no respetó clases sociales, diferencias económicas ni grupos de edades. Nadie se encontró a salvo. Las medidas preventivas no surtieron ningún efecto; tal es así, que entre las primeras víctimas se encontraron al gobernador del Estado y su hermano. Si bien es cierto que los efectos del cólera no fueron tan graves en proporción a las pandemias coloniales, pues solamente murió el 10% de la población, la larga espera había creado condiciones psicológicas favorables, aumentadas por las constantes amenazas de la Iglesia sobre el carácter de “castigo divino” que tenía la pandemia.
Es muy importante destacar los cambios propuestos en la organización médica,18 que tuvo dos vertientes: la tradicional de cuarteles, y la otra que era funcional pero muy avanzada, pues proponía la creación de cuatro lazaretos en los cuatro puntos cardinales, donde se concentrarían a los enfermos para ser atendidos, facilitando a los médicos la atención de los afectados. Entre las dos vertientes, ganó la primera, que ni en la epidemia de 1813 había sido efectiva. En Puebla solamente había 26 médicos19 para una población de 40,000 habitantes y muchos cuarteles abarcaban hasta 20 manzanas. Se pretendía dar atención médica tres veces por día a cada enfermo en su casa, lo que fue realmente imposible, por lo que muchos de ellos murieron antes de que llegara el médico a la primera visita.
Al cementerio de San Javier llegaban diariamente los carretones que recorrían la ciudad recogiendo los cadáveres, los cuales eran amarrados y enterrados en grandes fosas comunes, siguiéndose los criterios de 1827, en los que se indicaba que debían ser cubiertos de cal. El espectáculo era dantesco. Las únicas excepciones fueron el gobernador Furlong, su familia, el Dean de la Catedral y, el Obispo de Chiapas, que fueron sepultados en la iglesia de San Javier; y los monjes de las órdenes religiosas que permanecían en sus conventos.20 En todos los casos, se debía contar con la autorización municipal y del cura párroco, para pagar los derechos correspondientes.
Consideraciones finales
1. El cólera demostró que los habitantes de todo el mundo vivían en condiciones de miseria y falta de higiene, a los que el colonialismo y el incipiente capitalismo habían llevado.
2. La geografía patológica mundial también había variado; España e Italia, lugares de origen de la patología colonial serán afectados por el cólera más tarde que América.
3. Puebla es un claro ejemplo de que estos cambios en la geografía fueron reales, pues su camino ahora fue por Oaxaca y no por Veracruz.
4. A partir de esta pandemia, los médicos y la salud enfermedad serían burocratizados.
5. El cuerpo humano y su humanidad caen en poder de la ciencia médica y salen del poder de la Iglesia, descubriéndose la salud pública y la salud privada.
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Referencias Bibliográficas
1 Ojeda Falcón, Ramón, 1955, “Apuntes sobre el último brote de Fiebre amarilla ocurrido en el Puerto de Veracruz (1920-21)”, en Boletín epidemiológico, Tomo XIX. No 10. Abril-Junio, p 77.
2 Max, Sussman, 1967, “Disease on the Bible and Tulmud” in Diseases in Antiquity, Springfield, Illinois, USA, p. 213. 3 Malvido, Elsa, 1990, Las epidemias: una nueva patología, en Historia General de la Medicina en México, Vol. II, México, Academia Nal. de Medicina, UNAM. 4 Contreras Cruz, Carlos y Juan Carlos, Grosso, 1983 “La estructura ocupacional y productiva de la ciudad de Puebla en la primera mitad del siglo XIX”, en Carmen Aguirre, Alberto Carabarín, et al. Puebla en el siglo XIX. Contribución al estudio de su historia. Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, Centro de Investigaciones Históricas y Sociales, Instituto de Ciencias, pp. 117/118: cfr. También la obra de Reinhnrd Liehr, Ayuntamiento y oligarquía en Puebla, 1787-1810, México, SepSetentas, 1971, Tomo I, pp. 23/28, quien analiza la decadencia de los principales sectores productivos urbanos, como tocinerías, tenerías, cerámica, vidrio, obrajes y sombreros, los que —conjuntamente con el sector textil— constituyeron durante gran parte del periodo colonial las áreas más dinámicas y pujantes de la economía poblana. 5 Contreras Cruz, Carlos, 1986, La ciudad de Puebla. Estancamiento y modernidad de un perfil urbano en el siglo XIX. Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, Centro de Investigaciones Históricas y Sociales, Cuadernos de la Casa Fresno # 6, p 16. 6 El padrón de 1830 ha sido analizado por los investigadores Juan Carlos Grosso y Carlos Contreras. Falta información para algunos cuarteles menores (tercero y sexto), imposibilitando conocer con exactitud la población total de la ciudad. Cf. el trabajo de Carlos Contreras Cruz y Juan Carlos Grosso “La estructura ocupacional y productiva…” Op. cit. 7 Contreras Cruz, Carlos y Juan Carlos, Grosso, Op. cit., pp. 128/129. 8 A. A. P., Documentos Correspondientes a los Cabildos del Año de 1833, Bando de 2 de Marzo 9 A. A. P. Documentos correspondientes a los Cabildos del año de 1833, libro # 101. Aparte de los desechos fisiológicos depositados en la vía pública, se tiraban también a la calle gran cantidad de desperdicios; las jabonerías derramaban los residuos de lejías: las tocinerías la grasa corrompida; las carnicerías la sangre de animales sacrificados, etc. 10 Poinset, J. R., 1973, Notas sobre México (1822), México, Editorial JUS, pp. 83/84. 11 Ward Henry, G., 1981, México en 1827, México, F.C.E., p. 468. 12 Alegato del Dean de la Catedral de México, citado por C. A. Hutchinson, “El cólera de 1833: el día del juicio en México”, en: Revista PAGINAS de los trabajadores del Estado # 3, marzo de 1984, México, ISSSTE, p. 17. 13 A. A. P. Expedientes sobre Panteones 1828/1845, Vol. 82, f. 5r/10vto. 14 A. A. P. Libro de Cabildos de los años 1832 y 1833, vol. 101, s/f. 15 A. A. P. Libros de Cabildos, Documentos correspondientes a los Cabildos del año 1833, vol. 101, f63r. 16 En el A. A. P. hemos encontrado nueve cartillas o recetarios contra el cólera morbus. La gran mayoría de ellas tenían su origen en Francia, España o Estados Unidos, aunque también se encontraron cartillas elaboradas en Monterrey y la ciudad de Puebla. Cf. Documentos correspondientes a los cabildos del año 1833, libro # 101, Op. cit. 17 Archivo Parroquial del Sagrario, Libro de defunciones 1827/1833; cf. también A. A. P., Libro de Cabildo de los años 1832 y 1833, s/f. 18 La Junta de Sanidad del Ayuntamiento de Puebla, discutió ampliamente diversas propuestas para enfrentar exitosamente la pandemia, teniendo que sortear, la mayoría de las veces, graves problemas económicos para implementar algunas medidas. Fue la falta de dinero del Ayuntamiento poblano y del gobierno del Estado, lo que hizo que se adoptara la propuesta tradicional. Cf. A. A. P., Expedientes sobre Sanidad, vol. # 80 1814/1833. 19 Cf. A. A. P. Libro de documentos de los Cabildos de 1833, Op. cit., y, Expedientes sobre Sanidad, vol. 88, 1814/1833, Op. cit. 20 A. A. P. Libro de Cabildo de los años 1832 y 1833, Op. cit. |
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Elsa Malvido
Instituto Nacional de Antropología e Historia. Miguel Ángel Cuenya
Universidad Autónoma de Puebla.
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cómo citar este artículo →
Malvido, Elsa y Cuenya, Miguel Ángel. 1991. El cólera en Puebla en el siglo XIX. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 51-56. [En línea]
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Jorge Fernández de Castro | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
El estudio de las epidemias constituye un campo muy interesante aunque complejo. Si bien se conocen los agentes causales de este tipo de enfermedades, las variaciones que éstos sufren así como las consecuencias de ello, siguen en estudio. La expansión de la enfermedad, es decir, el patrón que presenta la epidemia, está determinada por multitud de variables, lo cual hace que su predicción sea poco factible en muchos casos.
El cólera llegó a romper el encanto del “milagro económico” al poner otra vez en escena las pésimas condiciones en que viven aún muchos mexicanos, mostrando la incidencia de ellas en la extensión de una epidemia cuyo medio de cultivo es la pobreza. Falta de drenaje, de agua potable, de centros de salud, incomunicación de muchas zonas del país, desnutrición, miseria y desinformación, figuran entre muchas otras. Todas ellas entretejen un territorio fértil para el cólera.
Si a ello añadimos el desconocimiento que se tiene en muchos lugares de México de las causas de muerte por males gastrointestinales o deshidratación, la interrogante sobre la persistencia del cólera en nuestro país no resulta fuera de lugar.
En este dossier intentamos proporcionar una visión general del cólera. Agradecemos la amable colaboración de Elsa Malvido, Carlos Viesca, Bernardo Martínez y la Biblioteca del Museo de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. |
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El cólera es un padecimiento conocido desde la más remota antigüedad tanto en su expresión clínica como en sus características epidemiológicas. Fue atribuida a muy diversas causas, de acuerdo con las teorías prevalecientes en cada época acerca de la vida, el funcionamiento del cuerpo humano, la salud y la enfermedad. El contagio de un individuo sano por otro enfermo —fenómeno que era muy evidente— se atribuía a mecanismos extrañamente complicados. Para Schönlein, eminente médico alemán de mitad del siglo XIX, el contagio se originaba en “agentes deletéreos del cuerpo que excitaban la enfermedad y que, si pasaban a otro organismo, estimularían el desarrollo de la misma enfermedad. Hasta aquí podemos decir que Schönlein razonaba con acierto. Pero luego añadía: el contagio surge de enfermedades espontáneas, sea en un sujeto o en varios, y tiene su fuente en los humores ácridos (o acrimonia) que son desarreglos de las propiedades químicas del cuerpo. Distinguía dos aspectos del contagio (otra vez acertadamente): 1. Las bases o materia del contagio; 2. El principio etéreo o activo. Aunque aceptaba que la naturaleza de este principio activo era desconocida, en su opinión se hallaba “indudablemente ligada a electricidad libre”. Las materias del contagio “ocurría en forma de gotitas, vapores o gases”. Esto se enseñaba en las universidades europeas hacia 1840, y es digno de mencionar que, para esa época ya el inglés John Snow —tras estudiar casos de varias poblaciones inglesas— había concluido que el “veneno” del cólera pasaba de una persona a otra a través del aparato digestivo, o lo que desde aquel entonces dio en llamarse “la ruta oral-fecal”. No eran pues gotitas, ni vapores o gases, sino materia fecal la que contenía aquel principio activo que era la causa directa del cólera. Este insigne médico británico era el partero de la reina Victoria y, entre sus muchas aportaciones a la medicina, se encuentra la de la analgesianestesia del parto, pues queriendo, por una parte, atenuar el sufrimiento de la soberana durante sus numerosos alumbramientos y, por la otra, evitar los riesgos de la anestesia profunda, ideó la administración intermitente y en dosis bajas de éter goteando sobre la mascarilla, creando así el procedimiento que desde entonces se conoció como “anestesia a la reina”. Pues bien, Snow, preocupado por las devastadores epidemias de cólera que azotaban Inglaterra a mediados del siglo pasado, hizo un estudio minucioso de lo que ocurría en un barrio de Londres donde unas familias eran atacadas mucho más que sus vecinas, aparentemente en idénticas condiciones generales de vida. ¿Cuál era la diferencia? ¿Qué factor influía en unas y otras? Si podía encontrarlo, quizá también se posibilitaría el control de la enfermedad. La única diferencia que encontró Snow era que unos domicilios recibían agua entubada de una compañía, mientras que otros eran surtidos por una segunda empresa concesionaria del abasto.
Con una gran minuciosidad estudió la mortalidad por cada diez mil casas, hallando una diferencia casi nueve veces mayor en los hogares en que el agua era surtida por la compañía A, que tenia su abasto en una zona del Támesis sumamente contaminada por desechos cloacales, en relación con las servidas por la empresa B cuyo aprovisionamiento se hacía en un sitio alejado y limpio del mismo río. Después descubrió que una bomba pública, en Broad Street, era la responsable de multitud de casos: ahí estaba, pues aquel veneno que recorría a las familias en rachas de enfermedad y muerte: la sustancia colérica se servía públicamente y a domicilio en el agua “potable”. ¿Qué mejor vehículo de difusión epidémica que el agua, además de los alimentos, las manos sucias, las ropas de los enfermos? Ahora bien, si esto era válido para una ciudad como Londres, ¿qué podría inferirse para aquellas áreas del mundo donde la población se abastecía de agua directamente de los ríos y estanques que al mismo tiempo servían de letrinas?
El agente del cólera, Vibrio cholerae o V. comma, así llamado por su forma encorvada, fue descubierto por Robert Koch en 1883, cuando al frente de la expedición de médicos alemanes le ganó la partida a sus colegas franceses, al aislar el germen en cadáveres de personas muertas por cólera en Egipto y la India. El éxito de Koch, según sus contemporáneos se debió al uso de microscopios perfeccionados y al cultivo en placas de las heces fecales, en tanto que los bacteriólogos franceses buscaban al microorganismo inoculando las muestras en animales vivos, siguiendo la escuela pasteuriana.
Entre los más de mil agentes microbianos productores de diarrea en el ser humano, V. cholerae se distingue por la severidad del cuadro clínico que causa. Existen otras bacterias de gran virulencia como Shigella dysenteriae tipo A, o Shigella shiga, Campylobacter foetus, Yersinia enterocolítica, nuestra muy familiar Escherichia coli en sus dos variedades patógenas (enteropatogénica y enterotoxigénica) y algunas otras más.
La patogenicidad del vibrión radica en la producción de una exotoxina cuya acción consiste en estimular la enzima adenilato-ciclosa, lo que a su vez produce concentraciones muy altas de AMPC (Adenosín monofosfato cíclico) en el epitelio intestinal, con gran secreción de agua y electrolitos hacia la luz del intestino. Esta acción se traduce clínicamente en el cuadro típico del cólera: evacuaciones que desde el principio son acuosas y contienen inicialmente alguna materia fecal que se agota hacia la segunda o tercera. Entonces comienza la fase de “derrame de agua de arroz”, ven que el paciente llega a perder varios litros de un fluido acuoso, sin mal olor, con pequeños hilos que son “debris” de la mucosa y que no se acompañan de dolor. Si el cuadro se prolonga, sobreviene la fase de colapso en la que el sujeto presenta los consabidos signos de la deshidratación, el desequilibrio electrolítico y la acidosis, que no describiré aquí. No hay alteración de la conciencia y el paciente puede fallecer a menos de 24 horas de haberse iniciado la enfermedad, lo que rara vez se encuentra en diarreas de otra etiología.
Vibrio cholerae es, además, temible por su velocidad de propagación y por producir pandemias, es decir epidemias globales. La epidemiología del cólera no está cabalmente comprendida, pero sí sabemos que su “tasa reproductiva intrínseca”, esto es, el número de sujetos a los que un individuo que excreta bacilos puede infectar, es mayor que la de cualquier otra infección intestinal. Otra característica que complica y agrava el cuadro epidemiológico del cólera, es la existencia de aportadores “sanos” (especialmente con V. cholerae var. El Tor que es el causante de la presente pandemia), que diseminan el microorganismo en forma silenciosa y eficiente. Otra, la existencia del agente fuera del reservorio humano, que da lugar a casos y brotes “espontáneos”, es decir no generados por una fuente de infección humana. volveremos a este punto más adelante.
Endemias, epidemias y pandemias
Cuando una enfermedad produce casos en forma constante y brotes a intervalos regulares o irregulares, se dice que es endemo-epidémica para la región de que se trate. Pero la historia del cólera es única, pues de su lecho ancestral en el delta del Ganges, de repente se difundió explosivamente a todo el mundo, en una ola gigantesca que abarcó los cinco continentes; esto sucedió en varias ocasiones durante el siglo XIX. Se habla de seis pandemias, la de 1816-1823, la de 1826-1837, la de 1842-1862, la de 1865-1875, la del 1881 a 1896 y la última, de 1889 a 1922. Su violencia fue tal que, medida en término de vidas humanas, podemos afirmar que causó más estragos que todas las guerras juntas en la historia de la humanidad, obligando a que las naciones se organizaran por primera vez para el combate de una plaga, para lo que se creó, a principios de siglo, la Agencia Internacional de Lucha contra el Cólera. La enfermedad llegaba a países, islas y continentes siguiendo las rutas comerciales, turísticas o religiosas; en este último caso estaban las grandes epidemias que llevaban y traían los peregrinos a La Meca. Pero si el Vibrio cholerae caía en un lugar propicio para su sobrevivencia, había enfermedad para largo tiempo. El continente americano fue atacado por las tres últimas pandemias mencionadas; en 1849 la enfermedad llegó a Nueva Orleans, procedente de Marsella. De aquel puerto norteamericano pasó a Veracruz y se extendió por todo México produciendo terribles “andancias” como las de Coahuila y Campeche en 1849, para luego llegar, por vía marítima, a Panamá y recorrer varios países sudamericanos. Durante la cuarta pandemia, el cólera arribó a nuestro país a través de Centroamérica, afectando el sureste de la República. A fines del siglo XIX y principios del XX, los conocimientos sobre causa y la trasmisión del cólera, redundaron en medidas drásticas en puertos y fronteras y en la vigilancia del agua en las ciudades, lo que trajo como resultado que la enfermedad se abatiera mundialmente y cesara su difusión explosiva. De hecho la quinta pandemia causó mucho menos estragos que las anteriores, y la sexta fue muy limitada geográficamente. El último caso en el continente americano se registró en 1911, en tanto que en Europa, esa efeméride correspondió a 1923. La enfermedad quedó confinada a su nicho indostánico y algunos focos persistentes en Birmania, Tailandia, Camboya, China, Oriente Medio y algunos archipiélagos del Pacífico Sur. Para mediados de los años cuarenta el cólera parecía totalmente dominado y ningún país, fuera del continente asiático, notificaba casos a la Organización Mundial de la Salud. A los estudiantes de medicina de aquellos años, en la clase de bacteriología, se nos enseñaba que el cólera era un capítulo de la historia de la medicina, una reliquia en el escaparate de la civilización y, aunque los mismos profesores no dejaban pasar la ocasión para describir aquel cuadro clínico notable y aunque de todos modos había que aprenderse al pie de la letra las características morfológicas, de crecimiento, estructura antigénica, etcétera, del microorganismo “por si lo preguntaban en el examen”, nadie pensaba que aquellos conocimientos iban a servirnos para nada cuando llegara la época soñada de ejercer la profesión.
Pero, como anotábamos arriba, el cólera presenta características epidemiológicas únicas. Si en el siglo XIX su dispersión pandémica se correlacionó de alguna manera con la Revolución industrial, el crecimiento de la población mundial, la apertura de rutas comerciales y los viajes, hacia mediados del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, se dieron nuevamente las condiciones para que el vibrión del cólera saliera de sus focos endémicos y empezara otra vez a recorrer el mundo. Cuando nadie lo esperaba, a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta se inició nada menos que la ¡séptima pandemia! Una nueva onda mundial con no pocas peculiaridades: en primer lugar ha marchado de un continente a otro con menor rapidez que las anteriores; aquellas daban la vuelta al planeta en siete o diez años, aunque dos de ellas, la cuarta y la sexta, hicieron su periplo en veinte años; la séptima pandemia no parece tener prisa y apenas en 1991, treinta años después de que comenzó, está tocando tierras americanas. Otra diferencia está en el vibrión mismo, que es una variante del V. cholerae clásico, a la que se denomina V. chalerae var. El Tor o simplemente Vibrio. El Tor, no conocido antes de 1905, cuando se aisló, en Egipto en cadáveres de peregrinos procedentes de La Meca. Este microorganismo tiene pequeñas diferencias con el germen clásico; produce una hemolisina como los vibrios parahemolíticos y es capaz de mantenerse fuera del huésped humano en peces y moluscos, lo que le da una ubicuidad incontrolable. De hecho, como antes decíamos, no se requiere que el humano lo traslade en su intestino de una parte a otra del mundo. En España (1979), en Estados Unidos (Texas, 1973, 1983; Florida, 1980; Luisiana, 1986); ¡México! (1982) y ahora en Perú, Vibrio El Tor provino directamente de mariscos no contaminados por fuentes humanas locales. Por si fuera poco el vibrión hemolítico también sobrevive en el organismo humano por largos periodos. De hecho, entre quienes se infectan, hay una gran proporción que no padece una enfermedad clínicamente reconocible como cólera y que, sin embargo, va a excretar en sus heces el temible bacilo durante meses, quizá años.
Estas “pequeñas” diferencias del Vibrio El Tor con el Vibrio cholerae clásico, son suficientes para explicar la génesis y alcances de esta séptima pandemia, que se inició en Célebres (Indonesia) donde sabemos de cierto que Vibrio El Tor se había refugiado produciendo casos continuos y brotes limitados durante varias décadas. Y como en este tiempo no lo había en ninguna otra parte del mundo, fue posible seguirlo después en su diseminación paulatina hacia otras regiones y aún predecir, a juzgar por su implacable avance, que acabaría por llegar a todas partes.
De hecho hubo una señal de alarma: en septiembre 18 de 1947, se dieron 3 casos de enfermedad diarreica, diagnosticados como “intoxicación alimentaria” en El Korein, una población egipcia de 15 mil habitantes, situada en la ribera oeste del Canal de Suez. Esta comunidad produce dátiles y a la sazón se encontraba en plena temporada de cosecha, lo que explicó que entre la gran concentración de trabajadores surgieran rápidamente otros enfermos. No se supo cual fue la fuente de infección de los primeros casos (esta vez, a diferencia de otras muchas anteriores, la enfermedad no provenía de las peregrinaciones a La Meca), ni tampoco se aclaró la forma de diseminación del microorganismo, aunque se supuso que tenía que ver con la estampida de los trabajadores datileros cuando se hizo pública la primera defunción por cólera en El Korein. Lo cierto es que esta epidemia viajó a velocidades fantásticas. Veamos las fechas en que aparecieron casos secundarios en diferentes puntos del país: septiembre 22, El Cairo; septiembre 27, Ismaelia; septiembre 29, provincia de Dakahliya; septiembre 29, Suez; octubre 10, Gharbiya; octubre 12, Minufiya; octubre 13, Beheira; octubre 17, Beni Suef; octubre 29, Fayud. Si uno ve el mapa de Egipto, puede darse cuenta de que en poco más de un mes la enfermedad había atacado a toda la parte baja del país. Hubo centenares de miles de enfermos y las muertes ascendieron a más de 20,000. En aquel lugar y circunstancias, hubo quien atribuyera a los dátiles (no prensados, pues en ellos el azúcar no permite que el germen sobreviva, sino maduros) la dispersión meteórica del bacilo del cólera. Había razones para ello, como en el caso de una dama en Demouh que recibió de su hija que vivía en El Korein un presente de dátiles que comió de inmediato y le causaron un cólera mortal. Pero en ese tiempo se ignoraba el papel tan importante que juegan los portadores, aparentemente sanos, de vibriones. Y éstos seguramente tuvieron que ver con la epidemia mucho más que los dátiles.
Este brote de gran severidad tuvo un gran parecido con la actual epidemia peruana. Sin embargo, aquél fue originado por V. cholerae clásico, en tanto que ésta tiene como agente causal a V. El Tor de mucha mayor peligrosidad. La distinción entre uno y otro de estos gemelos casi idénticos, tiene importancia epidemiológica y, de hecho, éste es el dato clave que nos permite trazar el origen y el derrotero de la séptima pandemia, puesto que, como ya se dijo, está causada por Vibrio El Tor (Nota: Hay quien piensa que el brote de Egipto, más algunos casos y brotes ocurridos en Rusia durante la Primera Guerra Mundial, constituyeron la séptima pandemia, y que la actual sería la octava; nosotros negamos tal opinión pues aplicamos el término “pandemia” a las epidemias globales que atacan extensamente a continentes enteros).
La séptima pandemia
Nunca se aclaró a ciencia cierta el modo como inició esta nueva onda epidémica mundial. Los focos tradicionales de Sulawesi y áreas contiguas de Indonesia, de pronto se encendieron y empezaron a producir casos en cadena y a extenderse a otros archipiélagos del Pacífico occidental. En el mismo año de 1961, fecha en que se hizo notable esta exacerbación del cólera, la enfermedad viajó hacia el Asia Sudoriental y para 1962, cuando se celebró la 15a. Asamblea de la Organización Mundial de la Salud, ya era muy claro que se trataba de una pandemia; como novedad tenía la de ser causada por Vibrio El Tor. La Asamblea decidió que, puesto que clínicamente la enfermedad era indistinguible de la causada por el vibrión clásico, debería combatirse de la misma manera. En 1965 ya la plaga se había propagado a veintitrés países, incluyendo Irán y la parte asiática de la URSS. A la Organización Mundial de la Salud se notificaron ese año, más de 50,000 casos y cerca de 14 mil defunciones, muchos de los cuales correspondieron al subcontinente Indio, que en ese solo año de 1965 sufrió un severo ataque abarcando casi el total del país; los primeros casos se dieron en los meses de enero a mayo, y comprendieron numerosas poblaciones al sur de la Península. Luego, a favor de los monzones (de junio a septiembre y de octubre a diciembre) la enfermedad se dispersa por el norte, dejando apenas un corredor limpio en la faja comprendida entre dos líneas que prolongaron los ríos Ganges y Narbada hacia uno y otro litoral. En 1970, el cólera ya se había apropiado de las costas africanas y llamaba a las puertas de Europa. En 1973 hubo un brote en Italia y en 1974 otro en España, a partir de las cuales se produjeron casos secundarios en varios países europeos. Para entonces ya estaba prácticamente invadido todo el Continente Negro. En los últimos veinte años antes de 1991 se dieron casos y brotes esporádicas en todos los continentes, pero no epidemias mayores en Europa ni mucho menos en América. (Figura 1.)
Port Lavaca, Texas, 1973: ¿contacto en…?
Un caso aislado que mantuvo intrigados por muchos años a los epidemiólogos norteamericanos fue el ocurrido en Port Lavaca, Texas, en 1973, pues en ese tiempo poco se sabía de la sobrevivencia del V. El Tor en la fauna marina, y se daba como dogma que todo caso humano debía provenir de otro caso humano cercano en el tiempo y el espacio, no sin tomar en cuenta que la cercanía del contacto, por avión, podría tener otro significado al usual. Pero por más que se buscó no pudo hallarse una fuente humana que explicara el caso de Port Lavaca, pequeña población situada a la orilla del Golfo de México.
Hubo posteriormente otros casos parecidos en el llamado “Círculo costero del petróleo”, que abarca la parte pegada al Golfo de México de los estados de Florida, Texas y Luisiana. En 1978, se encontró Vibrio El Tor en ocho personas de Luisiana, sin síntomas, que habían comido mariscos. Posteriormente, este mismo germen se aisló de enfermos, personas no enfermas y del drenaje de poblaciones dentro del círculo del petróleo. La revista inglesa Lancet, publicó en 1982 el hallazgo de Vibrio el Tor en el “norte de México idéntico a los vibriones encontrados en los Estados Unidos”.
Se tuvo entonces la certeza de que este microorganismo subsistía fuera del hombre por periodos prolongados, al menos cinco años, que era el lapso entre el caso de Port Lavaca (1973) y los ocho casos de Luisiana (1978).
Un brote importante, revelador del papel del pescado y los mariscos como fuente de infección, fue el ocurrido en España entre julio 16 y noviembre 7 de 1979, cuando se notificaron 267 casos de ocho provincias españolas, de las cuales 141 eran de Málaga. El estudio en este lugar reveló que la mayor cantidad de estos casos tenía el antecedente de haber comido pescado, que este se consumía crudo o semi-cocido, y que el agua de la costa malagueña estaba densamente contaminada de materia fecal.
La epidemia peruana
Como casi todos las ministerios de salud (o sus equivalentes) en el mundo, el de Perú tiene una oficina de epidemiología a la que los centros de salud, clínicas y hospitales notifican sus casos de ciertas enfermedades, particularmente las infecciosas. Cualquier aumento fuera de lo habitual estará indicando la ocurrencia de una epidemia y la alarma será mucho mayor si los casos son de padecimientos no existentes en el país. La eficiencia del sistema se puede medir por la oportunidad con la que se hace la notificación, ya que cualquier demora, por una u otra causa, puede redundar en una mayor dificultad o hasta la imposibilidad de cortar de tajo el brote del que se trate. Tal vez esto fue lo que ocurrió en Perú, cuya Oficina General de Epidemiología recibió, el 29 de enero de 1991, la notificación de un incremento de casos de diarrea en el distrito de Chancay, una población costera, distante 130 km de Lima. El brote aparentemente se había iniciado seis días antes, es decir el 23 de enero. Los enfermos presentaban diarrea acuosa en gran volumen, vómito y eólicos. De sus heces se aisló Vibrio cholerae biotipo El Tor. Entre enero 24 y febrero 9, requirieron hospitalización 1859 casos y murieron 66 enfermos. Al mismo tiempo, empezaron a recibir notificaciones de casos similares, de Chimbote, Piura, Trujillo y Chiclayo, todas poblaciones a lo largo de la costa norte del país. Hacia finales de la primera semana de marzo, la epidemia se había propagado a otras muchas ciudades, incluyendo Lima y el Callao, y actualmente ya se introdujo a Ecuador, Colombia, Brasil y Chile. Al mismo tiempo se han presentado casos aislados en Estados Unidos y México.
¿De dónde provino el vibrión colérico que está atacando la casta pacífica de Sudamérica? La investigación realizada por las autoridades peruanas no apunta a que se haya introducido debido a un humano infectado, sino —a semejanza del brote de 1979 en España— la fuente de infección para la población de Chancay, parece haber sido el pescado, los crustáceos, los mariscos bivalvos. ¿Y de dónde adquirieron éstos el germen? ¿Viaja desde el norte del Golfo de México por la vía larga, es decir a través de toda la costa atlántica, doblando el Cabo de Hornos, para luego ascender por el Pacífico, o lo hizo por la vía corta cruzando el Canal de Panamá? Esto parece difícil, porque no se dieron casos y brotes a su paso. ¿Vino del Pacífico sur atravesando por agua los mas de 12,000 kilómetros que separan en línea recta Perú de Nueva Guinea, que fue una región atacada por esta séptima pandemia desde 1962? Hay otras posibilidades, quizá aún mayores; por ejemplo, barcos o aviones que descargan en el mar sus desechos incluyendo los de sus letrinas. Pero todo va a quedar por el momento, si no es que para siempre, en el terreno de la especulación.
Medidas de control
La circunstancia de que la bacteria causante de estas epidemias puede vivir años en la fauna marina, hace difícil evitar que los humanos se infecten, y el hecho de que éstas puedan infectarse de manera asintomática (es decir, sin tener síntomas) y portar el germen durante meses y quizá años, son factores que hacen muy difícil —si no imposible— evitar el ingreso del cólera a un país. Sin embargo, una cosa es que ingrese y produzca casos, como ocurrió en Texas, Luisiana y Florida, y otra muy distinta es que provoque grandes epidemias. En España e Italia, por ejemplo, como dijimos antes, la enfermedad se introdujo silenciosamente y dio lugar a brotes, pero no a situaciones catastróficas e incontrolables. Lo que está sucediendo en Perú se asemeja a las epidemias de cólera en Medio Oriente, en Asia y en el Pacífico Sur, y tiene que ver con las condiciones de higiene en grandes núcleos urbanos a suburbanos y con el bajo nivel socioeconómico de la población; más específicamente, con los hábitos que favorecen la diseminación de éste y otros microorganismos causantes de infecciones intestinales. Multitud de núcleos humanos en América Latina, sobre todo los grandes cinturones de miseria de las ciudades mayores, ofrecen un nido ideal para el ingreso, establecimiento y propagación del cólera. (Figura 2) Ante una epidemia de esta terrible plaga debe procederse como si se tratara de una guerra bacteriológica, con una red de espionaje que debe ser también bacteriológica. La búsqueda del vibrión puede hacerse en “contactos” de casos, en población expuesta, en playas contaminadas, en productos pesqueros y en los drenajes. Afortunadamente se dispone de armas poderosas, como son los hisopos de Moore, que se colocan como sondas en los caños con el fin antes señalado.
Una vez que hay casos y brotes en un determinado lugar, aparte de la lucha para evitar que la enfermedad se extienda a otros sitios, es importante atender oportunamente los casos que se den para reducir así al máximo la letalidad que provoca la pérdida cuantiosa de líquidos. Para ello se dispone de un medio maravilloso: la rehidratación oral que se usa en nuestro país para el control de cualquier enfermedad diarreica. En los casos graves, están indicadas las soluciones endovenosas. Otras acciones incluyen: el tratamiento de los enfermos y de los portadores sanos, por medio de antibióticos, siempre y cuando el germen que se aísle no ofrezca el problema de la resistencia múltiple a los antimicrobianos, como se encontró en Bangladesh en 1980; la protección de los no infectados, con medidas higiénicas y, de ameritarse, también con la administración preventiva de antibióticos; pero sobre todo debe hacerse énfasis en la educación para la salud, para que la población tenga los conocimientos y adopten aquellas actitudes y hábitos que limiten al máximo el contagio.
En las sociedades actuales difícilmente podrían aplicarse las antiguas medidas de aislamiento (de los enfermos) y cuarentena (de los contactos); sin embargo, las autoridades deben esforzarse al máximo para evitar, en la medida de lo posible, el movimiento de la población de y hacia las áreas infectadas.
La vacuna de que se dispone, por desgracia sólo ofrece una protección parcial y no tiene aplicación como recurso antiepidémico.
Un importante avance de la investigación biomédica consiste en el hallazgo de un Vibrio cholerae que produce una parte de la toxina responsable de la diarrea, pero no la molécula completa. Si se usa como vacuna oral esta mutante, se inducirían anticuerpos en contra de esa porción de la toxina que es la que primero se adhiere al intestino, y se bloquearía así la fijación de la segunda parte, con la que la infección con el vibrión virulento no produciría daño alguno en la persona infectada. Por desgracia, esta vacuna aún no está disponible.
La mejor defensa contra el cólera fue, es y seguirá siendo la higiene. Por desgracia, la falta de agua potable y sistemas de disposición de excretas, los malos hábitos higiénicos de la población, la contaminación de agua y alimentos, son la regla en el subcontinente latinoamericano. Creemos que esta vez el cólera llegó para quedarse.
Modelo de la dinámica de trasmisión del cólera
Los modelos matemáticos usados por los epidemiólogos para simular en la computadora lo que ocurre o puede ocurrir en el curso de una situación endemo-epidémica en determinado grupo humano, dividen a los individuos en tres categorías básicas: a) Los susceptibles que pueden infectarse al ponerse en contacto con un caso; b) Los enfermos, que diseminan las bacilos entre los sanos y generan nuevos casos, y c) Los que, habiéndose infectado, quedan inmunes. Un cuadro sencillo que representara esta clasificación dinámica, sería el de la figura 3.
Como verá el lector, hemos dibujado una línea punteada que va de las categorías “b” y “c”, a la “a”, lo que significa que algunos enfermos no quedan inmunes, sino regresan al estado de susceptibles, y también que algunos inmunes pierden esta condición y vuelven asimismo a la clase “a”.
Pero aún en un modelo teórico (no se diga en la realidad), hay otras complicaciones, como la de los portadores, i.e., los individuos que, sin estar enfermos, excretan bacilos y son por tanto capaces de infectar a los susceptibles y generar nuevos casos. Un portador aparentemente sano puede serlo por tratarse de un caso en periodo de incubación, o por haber ya enfermado y encontrarse en convalecencia, o porque, sin pasar por el estado de enfermo, se convirtió en portador temporal o crónico. Los portadores, con los enfermos, constituyen la fuerza de infección que va a actuar sobre la masa de susceptibles dando lugar a la circulación del agente infeccioso en la comunidad. Las categorías o “estados” que deben tomarse en cuenta, son:
1. Susceptible
2. Sano, resistente 3. Portador crónico 4. En incubación infeccioso 5. En incubación no infeccioso 6. Portador contacto 7. Enfermo infeccioso 8. Portador convaleciente 9. Vacunado (inmune) 10. Muerto por cólera 11. Muerto por otras causas Cada uno de estos estados tiene una existencia y connotación claramente distinta de los demás y forman una casilla por separado. Sin embargo, todas estas casillas se intercomunican y son a la vez principio y destino de otras casillas, excepto las de los muertos que tienen obviamente entrada pero no salida. Veamos en la figura 4 el intenso tráfico de unas a otras casillas.
Este tráfico está autorregulado por un mecanismo de relojería movido por dos engranes (tipos de parámetros) de giro preciso: a) La duración promedio de cada individuo en cada casilla; y b) El coeficiente de transferencia de una casilla hacia la siguiente o siguientes. Sin embargo, de la casilla de “susceptibles” a “estado X1”, los individuos se mueven hacia las casillas de infectados al compás que marque la fuerza de infección, según la fórmula:
Aquí la fuerza de infección está representada por B, que es un factor resultante del valor promedio de varios parámetros: nivel de saneamiento, frecuencia del contacto infectante, dosis de reto efectivo, grado de susceptibilidad, densidad de población y hacinamiento, sobrevivencia de vibriones en el ambiente. Esta B varía de una comunidad a otra y de una estación del año a otra, del mismo modo que los componentes del factor mencionado varían. Como vemos, las X del numerador son las de los individuos infectantes, en tanto que el denominador representa el conjunto de las X , esto es, a la población total de la comunidad en estudio. En otras palabras, el número de casos nuevos, por unidad de tiempo, estará dado por la fracción de individuos que son infecciosos en ese lapso (por lo regular se computa por día), multiplicado por B, que es el decimal que expresa la fracción del conjunto de susceptibles que se infectará según las condiciones de vida antes anotadas.
Los valores fijos o coeficientes de transferencias de una casilla a la siguiente o siguientes, se disponen en forma de matriz (ver cuadro 1).
Con estos elementos se constituye el modelo matemático propiamente dicho que no es sino la formulación del movimiento de cada casilla en la unidad de tiempo, i.e., el balance del número de individuos que entran, menos el número de individuos que salen.
Como un ejemplo del manejo de esta matriz tomemos la casilla de “portador convaleciente” X8 y observemos que tiene tres salidas: a. Hacia la casilla X1, ira el 9% de los individuos; b. 90% pasa a la de “resistente sano” o X2, y c. A la de “portador crónico”, X3, se desplaza el resto, o sea el 1%. Tales proporciones no se derivan de mediciones precisas hechas en situaciones reales, sino de estimados aceptables para los expertos, que podrían modificarse si la experiencia así lo indicara, por lo que los parámetros se expresan en términos de probabilidad.
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Jorge Fernández de Castro
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cómo citar este artículo →
Fernández de Castro, Jorge. 1991. El cólera, un problema no resuelto. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 32-41. [En línea]
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Jorge Olarte | |||||||||||||||
Los primeros tiempos 1883-1959
El germen fue visto por primera vez al microscopio
en evacuaciones de enfermos de cólera, por Pacini en 1854, en Italia,1 sin que se pudiera probar su relación con el padecimiento. Se trata de una bacteria en forma de bastoncillo ligeramente curvo, dotado de un flagelo polar que le confiere gran movilidad. En 1883 Robert Koch se trasladó a Egipto en una expedición que tuvo por objeto el estudio de una epidemia de cólera que afectaba aquel país, habiendo logrado el cultivo del microorganismo ahora conocido como Vibrio cholerae 01 (antes Vibrio comma).2 Ante la ausencia de animales de laboratorio susceptibles a esta infección, que permitieran demostrar en forma inequívoca que se trataba en realidad del germen causante del padecimiento, dos prestigiados investigadores, Metchnikoff y Pettenkoffer,3 decidieron autoinocularse a fin de aclarar su patogenicidad. Metchnikoff y uno de sus ayudantes en el laboratorio ingirieron el cultivo sin que desarrollaran ningún padecimiento; un segundo ayudante desarrolló la enfermedad grave. Por entonces quedó la incógnita de qué determinaba esa variación en la virulencia de la bacteria, lo que llevó a Metchnikoff a pensar que era debida a cambios en la composición de la flora bacteriana del intestino. Ahora sabemos que una defensa fundamental del hombre contra esta infección es la acidez gástrica; si esta se neutraliza o disminuye por cualquier medio, como ocurre en la desnutrición, es más fácil que prenda en él la infección y desarrolle el padecimiento. La acidez normal deja de ser una protección cuando el inóculo o número de microorganismos que se ingiere es muy elevado. La dosis infecciosa mínima del cólera, determinada experimentalmente en el hombre, es muy alta (del orden de 108-9 microorganismos);4 en contraste, la dosis mínima de otras infecciones también intestinales puede ser muy baja como sucede en las diarreas causadas por Shigella,5 la fiebre tifoidea y otras salmonelosis.6,7 Esto explica la preferencia del cólera por poblaciones con ínfimas condiciones sanitarias e higiénicas, así como socioculturales, mal alimentadas, que estén expuestas a la ingestión de agua, alimentos y otras bebidas contaminados con las deyecciones de enfermos de cólera, aguas negras o portadores sanos del germen.
También en el cólera, al igual que en muchas otras infecciones, se observan fenómenos de defensa específica o protección inmunológica derivada de infecciones previas.8 Sin que se conozca el fundamento científico, las personas con grupo sanguíneo O están predispuestas a adquirir el padecimiento.9
El periodo de incubación de la enfermedad es corto pudiendo ser de unas pocas horas hasta un máximo de cinco días, al igual que su duración. La excreción del germen puede prolongarse por varios días o semanas.4 (Figura 1).
Nueva era del cólera (1959-1961)
Durante los primeros 75 años siguientes al descubrimiento del vibrio bien poco se avanzó en el conocimiento de la patogénesis y tratamiento del cólera. Por el contrario, a partir de 1959 se suceden una tras otra una serie de acontecimientos trascendentales que transforman en corto tiempo los conceptos fundamentales del padecimiento.
Alteraciones anatómicas. En 1959 Gangarosa y su grupo demuestran, mediante biopsias tomadas in vivo del intestino de enfermos de cólera por medio de la cápsula de Crosby, que en este padecimiento no hay lesiones histológicas tal y como se había descrito antes; la mucosa se mantiene intacta.8, 10 Se trataba sólo de alteraciones que ocurren espontáneamente poco tiempo después de la muerte, o aún en la agonía; entre otras, autolisis del tejido intestinal. En ocasiones se observan ciertas alteraciones tisulares debidas a factores secundarios como la deshidratación o el choque hipovolémico, pero no a la acción directa del germen. El vibrio se multiplica en la luz del intestino pero no invade la mucosa.11
Descubrimiento de la toxina. En forma simultánea e independiente, entre 1959 y 1960, Dutta, De y otros investigadores identifican una enterotoxina como la responsable fundamental de la patogénesis del padecimiento.12 Se trata de una proteína termolábil que el microorganismo elabora, constituyendo el mecanismo básico de su virulencia. Es un activador de la adenilciclasa del epitelio intestinal, dando origen a alteraciones sólo funcionales. Se entorpece la absorción del sodio y agua, al mismo tiempo que estimula la pérdida en gran escala de agua y electrolitos (es en sí la diarrea). No se altera la absorción de la glucosa. Estos hallazgos abren caminos espectaculares como el desarrollo de la rehidratación oral que ha permitido bajar la mortalidad por cólera del 50% o mas en los casos graves al 1% o menos en los enfermos tratados precozmente13 (igual éxito se ha tenido con este tratamiento en otras diarreas graves, en particular del niño); el descubrimiento de ciertas variedades de colibacilos también toxigénicos (Escherichia coli) que originan diarrea;14, 15 la posibilidad del desarrollo de nuevas vacunas basadas en principios mas racionales.16
Es interesante recordar que Koch, desde el descubrimiento del vibrio, sospechó que en su patogenia intervenía una toxina.8 John Snow, el eminente epidemiólogo inglés, quien dilucidara el origen del brote de cólera conocido históricamente como “Bread Street Pump-1884”, ocurrido en Londres, escribió en 1885 “el veneno del cólera irrita la superficie del estómago e intestino, y probablemente extrae el líquido de la sangre que circula en los capilares”.
La infección presenta dos fases, la colonización del intestino delgado mediante la adherencia del germen a la mucosa, seguida de la producción de la enterotoxina.11 Ambas fases requieren la presencia de receptores específicos en el epitelio intestinal.11 Se han descrito otras toxinas que parecen tener un papel secundario en el padecimiento.
Séptima pandemia y vibrio El Tor 1961. En el transcurso del siglo XIX y principios del XX, se presentaron seis pandemias de cólera de grandes proporciones, ampliamente descritas.8, 17 Algunas se propagaron en forma extensa a países de Asia y el Medio Oriente, llegando hasta Europa y América.
En enero de 1961 se inició un brote de cólera en Sulawesi en las Islas Célebes (Indonesia), que parece ser el preludio de la séptima pandemia que se prolonga hasta nuestros días.8 Esta pandemia se distingue radicalmente de las anteriores por ser causada por una variedad de vibrio considerado hasta entonces como no colérico conocido como El Tor. Esta variedad de vibrio había sido identificada desde 1905 por Gotschlich,18 quien lo aisló de gentes que a su regreso de su peregrinación por la Meca hacían una escala en el lanzareto o puesto de cuarentena de El Tor en el Sinaí (Egipto).19 A diferencia del Vibrio clásico, se encontró en personas sanas y con cierta facilidad en las aguas del medio ambiente; hasta 1961 se pensaba que El Tor no producía cólera verdadero, sino un síndrome denominado “paracólera”.8
Las investigaciones realizadas desde entonces han demostrado que El Tor no sólo es capaz de originar un cuadro clínico idéntico al cólera clásico, aunque mostrando grandes variaciones en su intensidad, sino que elabora la misma toxina. Se estima que por cada cuatro o cinco personas que se infectan con el vibrio clásico, una desarrolla la enfermedad grave (cólera gravis), en tanto que en el caso de el vibrio El Tor sólo una de cuarenta personas infectadas la sufren; el resto se muestra asintomático o desarrolla una diarrea leve.20 Por otro lado, El Tor sobrevive mejor que el germen clásico en el medio ambiente (agua y alimentos), lo que propicia su persistencia y facilita su propagación.8
Clasificación de Vibrio cholerae
Como se indica en el esquema, en la actualidad se reconoce la existencia de dos variedades o biotipos de Vibrio cholerae como responsables del cólera, el clásico y El Tor, así como tres serotipos de los cuales los más comunes son Inaba y Ogawa. Pertenecen al grupo serológico 1 y son toxigénicos. Se dispone de un sistema de bacteriófagos específicos.21, 22, 23
Además de estos dos biotipos de Vibrio cholerae no 01 tenemos otras variedades que no pertenecen al grupo serológico 01 ni producen la toxina colérica, denominados Vibrio cholerae 01; junto con algunas especies como Vibrio parahaemolyticus, mimicus, vulnificus, etcéreta, participan en la etiología general de las enfermedades diarreicas sin que causen cólera verdadero; en ocasiones dan origen a infecciones extraintestinales.19, 25 Otras especies de Vibrio, por cierto numerosas y saprofitas, no causan infección alguna en el hombre, siendo habitantes comunes del medio acuático.19 (Figura 2)
Reservorios y fuentes de infección
Reservorios. El único huésped natural de Vibrio cholerae 01 es el intestino del hombre. No ataca a ninguna especie del género animal. Durante la fase aguda del cólera se encuentran numerosos vibrios en las evacuaciones de los enfermos (en el orden de 108 vibrios por mililitro), disminuyendo durante la convalecencia.24 Hay portadores de corta duración que por lo general eliminan pocos vibrios. Los portadores crónicos o de larga duración son raros; en estos la eliminación del vibrio es escasa e intermitente; además decrece su virulencia.8
En años recientes se ha descrito en los Estados Unidos lo que parece ser la existencia de ciertos reservorios acuáticos en los que el vibrio se reproduce en el plancton de estas aguas. Se trata de esteros, pantanos y lagunas de agua salada localizados en las costas del Golfo de México, frecuentemente contaminados con aguas negras.25 Hallazgos semejantes se han hecho en Australia. La transmisión al hombre se realiza gracias al consumo de moluscos y crustáceos infectados, provenientes de tales reservorios. Curiosamente, estos reservorio acuáticos en los que el vibrio aparentemente se reproduce en forma libre, no se han logrado detectar en países asiáticos en los que el cólera ha persistido por largo tiempo.
Fuentes de infección. Como ya se mencionó, la principal fuente de infección en el cólera son las evacuaciones de los enfermos, y en segundo término el vómito y fómites, así como las aguas negras infectadas, que contaminan el agua de uso humano y los alimentos. El vibrio puede sobrevivir en agua dulce o salada, y en las mismas aguas negras, por varios días. Igual cosa ocurre en los alimentos. Los principales alimentos incriminados en su transmisión varían de acuerdo con las costumbres y hábitos alimentarios de las distintas poblaciones, pudiendo ser los mariscos y pescados, carnes de cualquier naturaleza, leche y productos lácteos frescos, verduras y frutas frescas, innumerables alimentos regionales o de consumo popular, etcétera. Diversos factores pueden influir en su supervivencia como son el grado de acidez o alcalinidad de los alimentos, la temperatura y duración de su conservación antes de ser ingeridos, etc. No cabe duda que la refrigeración es uno de los mejores medios para evitar la multiplicación de las bacterias en los alimentos. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, la refrigeración de los alimentos o bebidas, contaminados previamente, prolonga la supervivencia del vibrio. En el hielo el vibrio se conserva bien. Igual ocurre con los alimentos congelados. Es importante evitar que los alimentos y el agua que hayan sido sometidos a cocción o ebullición, una vez que enfríen, se vuelvan a contaminar.8
Las moscas, cucarachas y otros transmisores mecánicos tienen poca importancia en la propagación del cólera. Los moluscos y crustáceos son los únicos transmisores naturales conocidos. Por lo general los alimentos y bebidas se infectan a través de las manos del hombre contaminadas con las deyecciones de los enfermos, o bien, de las aguas negras que contengan el vibrio.
Destrucción del vibrio. Desinfección
El germen del cólera es muy susceptible a diversos agentes físicos y químicos. Cualquiera que sea el elemento que se elija para su eliminación, es necesario tener presente que su efecto dependerá de la concentración o intensidad del mismo, así como del tiempo en que su acción se prolongue. Estos dos factores varían con los distintos agentes.
El calor, tal como se emplea en la preparación de alimentos, ya sea la ebullición o la cocción, destruye fácilmente no sólo el germen del cólera, sino cualquier microorganismo ya sea saprofito o patógeno. El tiempo es importante, pero en general se puede considerar que diez minutos son suficientes. La radiación solar y la desecación son agentes naturales destructores del vibrio.
Numerosas substancias conocidas como bactericidas, se usan en la práctica con gran eficacia. Entre otras, se pueden mencionar el cloro y sus derivados como el hipoclorito, incluyendo los blanqueadores de ropa; el yodo y derivados como la tintura; las sales cuaternarias de amonio, el permanganato de potasio, los jabones y detergentes, etc. Desde luego los desinfectantes comunes como la creosota, otros fenoles, formol, alcohol, etcétera.
Como se dijo antes, el vibrio es sensible a la acidez o pH bajo como ocurre en el jugo gástrico, pero también en el jugo de frutas y limones, vinagre, bebidas embotelladas con gas, leches acidificadas como el yogurt, jocoque, etc.
En la esterilización masiva de alimentos, además del calor, se utiliza con gran eficacia la irradiación y las microondas.
Por lo general, Vibrio cholerae es susceptible a tetraciclinas, cloranfenicol, bactrin, eritromicina, furazolidona y otros antibióticos, aunque se han encontrado cepas resistentes.13
El lavado de manos con agua y jabón, después de manejar las deyecciones y fómites provenientes de los enfermos, de ir al baño, antes de manipular o preparar los alimentos, y antes de comer, constituye sin duda la medida más elemental y una de las más eficaces en el control del cólera. Desde luego aunada a la eliminación higiénica de los excrementos (excusados, alcantarillado, letrinas, etcétera) y abastecimiento de agua potable.
Debemos tener conciencia de que todo lo anterior es fácil de proclamar, pero poco real en la práctica cuando se trata de aplicar en poblaciones carentes de recursos e ignorantes.
Vacunas
Diversos tipos de vacunas se encuentran en fase experimental, sin que por el momento ninguna de ellas se recomiende en el control o prevención del padecimiento.13, 16
Desde los tiempos de Koch se intentó el uso de vacunas muertas contra el cólera, siendo Jaime Ferrán, investigador español, uno de los pioneros en este campo. Sin embargo, la protección que estas vacunas confieren es defectuosa y de corta duración.9
Diagnóstico bacteriológico
El diagnóstico inequívoco del cólera se basa en el aislamiento e identificación correcta del germen. En el cuadro 2, un tanto simplificado, se indican los pasos elementales de laboratorio a seguir en el caso de la infección humana. La confirmación de la identidad del vibrio sólo está al alcance de laboratorios especializados o de referencia.13, 23 En México se cuenta con el Instituto Nacional de Diagnóstico y Referencia Epidemiológica (INDRE) de la SSA.
La obtención de muestras para cultivo de las fuentes potenciales del vibrio como agua de consumo humano, aguas negras, alimentos, fómites, moscas, etcétera, al igual que su traslado al laboratorio y las técnicas bacteriológicas mismas, requiere de una metodología más compleja.21, 22, 23
Se dispone de técnicas serológicas que permiten detectar el desarrollo de anticuerpos contra el vibrio en personas infectadas. Sin embargo, dada la corta duración del padecimiento sólo tienen utilidad en estudios epidemiológicos o el diagnóstico retrospectivo.4 La observación directa de la movilidad del vibrio en las evacuaciones al microscopio al campo obscuro o en contraste de fase, y su inmovilización por anticuerpos específicos, permite hacer un diagnóstico presuntivo rápido que deberá ser confirmado con el cultivo e identificación del germen.25
Retorno del cólera a América y México
En forma un tanto enigmática, ya que se desconocía en gran parte la dinámica de su epidemiología y sin que se modificaran los elementos socioculturales que favorecen su propagación, el cólera desapareció del continente americano hacia finales del siglo pasado y principios del presente, luego de haber padecido los estragos de tres o cuatro pandemias.25 La última epidemia ocurrida en México de que se tiene noticia tuvo lugar en 1882 y abarcó los estados de Chiapas, Tabasco y Oaxaca, según relatos del Dr. Miguel E. Bustamante.27 Al menos en apariencia, el continente se mantuvo libre de la infección de 1911 a 1973.
Sorpresivamente, en este último año se descubrió un caso de cólera ocurrido en Port Lavaca, Texas, que fue seguido por otros casos aislados y pequeños brotes observados en varios estados costeros del sureste de Estados Unidos.25, 28. El germen aislado de estos enfermos, así como de las fuentes de infección resultó ser V. cholerae 01 biotipo El Tor, serotipo Inaba, prácticamente idéntico al germen responsable de la séptima pandemia. Sin embargo, el estudio genético del cromosoma demostró que se trata de una cepa diferente, sin relación aparente con la pandemia.29 Se ha comprobado que el vibrio en este caso proviene de mariscos procedentes de agua infectas de los litorales del golfo de México.25
En 1983 un turista norteamericano contrajo el cólera durante su estancia en Cancún, México; el germen aislado resultó idéntico a las cepas norteamericanas.30 Estos hallazgos indican la existencia del cólera por un periodo cercano a dos décadas en esta región del continente, sin que llegara a propagarse en una forma epidémica importante.
La situación cambia dramáticamente en enero del presente año cuando se anuncia la aparición de una epidemia de cólera que avanza con rapidez en el Perú, y en unos cuantos meses se extiende a varios países de América del Sur. El 13 de junio se informa de su presencia en México, a gran distancia del foco peruano, en un poblado relativamente aislado del Estado de México (San Miguel Totolmaloya, Municipio de Sultepec). Al poco tiempo se reconocen por lo menos cinco focos más del padecimiento dispersos en varios estados del país, incluyendo Chiapas en la frontera con Guatemala. Tanto en la prensa diaria como en publicaciones formales se le ha dado amplia publicidad al desarrollo de la epidemia (a partir del 16 de mayo, la Secretaría de Salud publica un Boletín Quincenal titulado “Cólera/diarreas infecciosas”).17
Las características del germen aislado en América del sur y en México sugieren que se trata de una extensión de la séptima pandemia. Surge una intrigante pregunta relacionada con la reaparición del cólera en México. ¿Cómo pudo venir de una región tan distante como el Perú a una pequeña aldea relativamente aislada del Estado de México? Se ha lanzado la hipótesis de que pudo “haber llegado a través de un portador (narcotraficante) que ingresó a la zona clandestinamente por vía aérea” (Boletín quincenal, Cólera/Diarreas infecciosas, SS, 1991; año 1 No. 5, p. 1); curiosamente la misma hipótesis fue expuesta por las autoridades sanitarias de Irán, quienes en 1966 sostuvieron que el cólera había sido introducido a ese país por “traficantes de opio” provenientes de Afganistán.8 Especulando un poco más, otra hipótesis pudiera ser la posibilidad de que el cólera hubiese permanecido acallado por largo tiempo sin ser detectado, ya que sus formas clínicas más comunes se confunden con el enorme grupo de infecciones conocidas como enfermedades diarreicas causadas por otros microorganismos. En los países asiáticos, en particular en el subcontinente hindú, entre epidemia y epidemia se han observado largos periodos de latencia. Sólo cuando se presentan casos verdaderamente graves se piensa en el cólera, o bien, cuando en países cercanos se detecta alguna epidemia. En contra de esta hipótesis se muestra en una de las figuras, la distribución de las edades que los enfermos presentan en México: predominan los adultos jóvenes, en tanto que es baja la proporción de niños afectados, lo que indicaría ausencia de inmunidad en la población adulta por falta de contacto con el microorganismo. Quizás la respuesta a estas interrogantes se tenga en el análisis genético del germen (epidemiología molecular) encontrado en los distintos países y localidades, que seguramente están en marcha, o bien, en el estudio seroepidemiológico utilizando los bancos de sueros sanguíneos recolectados años atrás, con que se cuenta, en los que es fácil detectar la presencia de anticuerpos específicos contra el vibrio que indicarían infecciones viejas o anteriores a la epidemia actual. A propósito, vale la pena recordar que en 1966 y 1967 realizamos una investigación en la que se buscó el vibrio en 343 niños y 40 adultos con diarrea, así como anticuerpos en el suero sanguíneo de 730 personas, con resultados negativos; es decir, no se encontró por entonces rastro alguno de cólera por lo menos en el área metropolitana en la ciudad de México.31
En conclusión, el cólera se encuentra en México. A pesar de los adelantos de la epidemiología moderna, la expansión y mejoramiento continuos de los servicios de salud y saneamiento ambiental, y los esfuerzos que realizan estos sectores en el control de la epidemia, sería aventurado prever la erradicación de esta infección en corto tiempo, en particular en aquellos núcleos de población que todavía sobreviven en condiciones culturales, sanitarias e higiénicas primitivas.
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Referencias Bibliográficas
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Nota
Parte de este material fue presentado en la Sesión Extraordinaria de la Academia Nacional de Medicina, el 26 de febrero de 1991 (Simposium sobre cólera).
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Jorge Olarte
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cómo citar este artículo →
Olarte, Jorge. 1991. El germen del cólera. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 42-50. [En línea]
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Susana Valencia Ávalos |
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Los organismos del mundo se clasifican en especies.
El hombre visualiza éstas de diferente forma, según sus conocimientos, el grupo de organismos con que trabaje y el aspecto o punto de vista desde el cual los enfoca.
Las especies son importantes porque representan un nivel de integración básico en la naturaleza viviente (Mayr, 1957), porque proveen las bases para describir la diversidad natural y los procesos postulados que operan en la naturaleza (por ejemplo, especiación y competencia), (Rosenberg, 1985), y porque son la unidad básica de las clasificaciones taxonómicas y en sí mismas, un instrumento o herramienta para caracterizar la diversidad orgánica (Levin, 1979). Sin embargo, debido a que los criterios para definir lo que es una especie son diversos, han surgido polémicas que constituyen lo que se conoce como el problema de la especie.
La literatura donde se ha tratado de resolver tal problema es abundante, incluye desde discutir si las especies son entidades reales o no; pasando por numerosos conceptos de especie creados sobre diferentes bases (taxonomía, biología, ecología y evolución, en diferentes grupos de organismos: hongos, pteridofitas, líquenes, vertebrados, bacterias, etcétera), análisis de los conceptos de especie con mayor difusión, “clasificándolos” según se refieran a la especie como un patrón o como un proceso.
Este problema aunque en su contenido fundamental corresponde al campo de la biología, ha trascendido desde su origen al campo filosófico.
La mayoría de los autores de la literatura revisada coinciden en considerar a la especie como la unidad fundamental de trabajo, y en que ningún concepto de especie es universalmente aplicable a todos los organismos (Cracraft, 1987).
El propósito de este artículo es dar un panorama general de los principales conceptos de especie que han surgido en biología, los respectivos campos en los que se han pretendido aplicar y las ventajas y desventajas que presentan.
Para conocer el problema desde su origen, se ofrece una historia breve del surgimiento del mismo; y posteriormente se abordan los conceptos de especie más difundidos y se discute cada uno en su parte correspondiente.
Historia del problema
Definir lo que es una especie es un problema antiguo y controvertido, que quizá nació con el significado original de la palabra.
La historia registra que eidos (especie) fue utilizada por primera vez por el filósofo griego Platón, para referirse a cosas o ideas, así como a clasificaciones politómicas de objetos en las que se involucran ideas políticas y solistas. Al pasar este vocablo al latín llevó dos connotaciones: especie e idea. Consecuentemente la palabra especie es de origen latino, su significado es mirar, contemplar o tipo (Zirkle, 1957).
Aristóteles retoma el concepto de especie en un contexto biológico, y siguiendo a Platón, construye lo que se consideró en esa época un “sistema de clasificación natural politómico”, que diferiría de las clasificaciones dicotómicas de mayor antigüedad, consideradas artificiales (Hopwood, 1957).
Según Aristóteles, cada especie tiene una esencia, una naturaleza intrínseca, cada individuo que constituye la especie tiene tal naturaleza o esencia, que esta puede conocerse por intuición con simples observaciones de muchos individuos (Slobodchikloff, 1976).
Los pensamientos de Aristóteles dominaron el mundo de la Antigüedad por aproximadamente dos siglos y así, durante el florecimiento de las culturas antiguas y de hecho hasta la época medieval se utilizó la palabra “especie” para referirse, en un principio, a la apariencia de los objetos y después, por extensión, a la de los seres vivos. Por su significado la palabra especie también llegó a ser sinónimo de fantasma, ilusión, espectro o aparición (Zirkle, 1957).
Teniendo en cuenta el significado original de especie (contemplar, mirar), se deduce que las apariencias pueden variar, dependiendo del individuo que se observe así como del observador (subjetivismo). Así, se creía que lo único que realmente permanecía constante era la esencia del objeto o individuo observado y esto era lo que se buscaba “la verdadera esencia” de cada especie.
Durante la Edad Media (siglos V-XV) se utilizó la palabra especie, principalmente en tres sentidos: 1) los cuerpos que portaban a las almas de los seres vivos; 2) el pan y vino (especies), cuya verdadera esencia era el cuerpo y sangre de Cristo, respectivamente, y 3) las especies del “hombre lobo”, de quien se tenía la rotunda certeza de su existencia, así, una especie era la del hombre, en el día, y otra, la del lobo durante la noche, la especie cambiaba, pero la esencia verdadera, la de un “alma humana pecaminosa” se retenía (Zirkle, 1957).
Durante el medievo y principios del Renacimiento (siglos XVI y XVII), las especies son consideradas como entidades efímeras y evasivas, lo cual se manifiesta en los numerosos trabajos que presentan listas de plantas y animales en las que los autores encontraron mutaciones que llamaron degeneraciones (Zirkle, 1959).
Las ideas de John Ray a finales del siglo XVII eran un tanto contrarias a las anteriores, pues él consideraba que la amplia variedad de las especies se mantenía dentro de ciertos límites y el número de ellas permanecía desde su creación por poder divino (Madrid, 1990).
Durante el siglo XVIII fue tomando forma el concepto de especie dentro del contexto biológico que se le asigna actualmente, aunque las creencias dominantes concebían las especies como formas efímeras. Posteriormente, las observaciones y acumulación de conocimientos sobre los organismos condujeron a la idea de que las especies eran estables, al menos en la escala temporal en la que están disponibles para los seres humanos, y se distinguió entre especies y variedades. Buffon es el primero que concibe las especies como entidades reales, correspondientes a lo que ahora llamamos géneros o familias (Mayr, 1957).
La idea “fijista” sobre las especies fue ampliamente aceptada, principalmente por los teólogos, pues les permitía explicar que las especies habían sido creadas por Dios durante los seis días que se establecen en la Biblia.
Con Linneo, las especies se empiezan a manejar en el contexto actual; se le atribuye a él la creación de dos características que forman parte de la controversia del concepto de especie: 1) la constitución de la especie y, 2) la delimitación de su forma. Linneo consideraba a las especies también como unidades fijas, sin cambios (Mayr, 1957).
Las ideas de Darwin son antitéticas respecto a las de Linneo, ya que el primero consideró a las especies como unidades cambiantes, que evolucionan, lo que trajo como consecuencia la imposibilidad de delimitarlas, y definirlas porque eran algo cambiante. Darwin consideró a las especies como algo puramente arbitrario y subjetivo.
Los seguidores de Darwin desconocieron a la especie como una entidad real y consideraron a los individuos como la unidad evolutiva, afirmaron que las especies son creadas por los taxónomos para referirse a un gran número de individuos colectivamente. Estas ideas fueron abundantes y trascendieron hasta el presente siglo, así los trabajos de Bessey en 1908, y el de Haldane (1956) son ejemplos en donde explícitamente se dice que las especies no existen.
Los conceptos de especie
De la reseña histórica anterior, se desprenden dos ideas opuestas sobre la entidad de las especies. Por un lado, se considera a las especies como unidades reales, estáticas en el espacio de tiempo disponible para el observador, y objetivamente delimitables; de esa idea, Linneo fue el exponente original y sus bases se encuentran en el concepto tipológico de especie. Los seguidores de esta corriente encontraron de gran utilidad dicho concepto, ya que estableció las bases para un estudio experimental y de observación de especies en fauna y flora locales. La otra idea considera a la especie como una entidad cambiante, imposible de delimitar y por consiguiente inexistente como unidad real en la naturaleza; su exponente original fue Darwin. Los seguidores de esta corriente, consecuentemente, no se interesaron por estudiar las especies como unidades en la naturaleza, su unidad era el individuo. Mayr (1963) se refiere a esta posición llamándola: concepto de especie nominalista.
Posteriormente, y debido a la imposibilidad de aplicar alguno de estos conceptos de especie al grupo de trabajo en el que se investigaba, se han creado otros conceptos numerosos y diferentes. Cada uno varía dependiendo del campo en que se utiliza; así, en evolución, ecología, genética, paleontología, microbiología, y aun en taxonomía, surgen conceptos de especie según el grupo en el que se trabaja, ejemplo de esto último son los trabajos de Muller (1942), quien discute el concepto de especie aplicado al género Quercus; el de Mattson y Lumbsch (1989) para líquenes y el de Clemenqon (1977) aplicado en hongos.
Estos conceptos de especie, de acuerdo con Liden y Oxelman (1989), pueden ser divididos en dos grupos según se considere la especie como un proceso o como un patrón.
Grant (1989), por su parte, tratando de resolver el problema, considera que deben existir cinco conceptos básicos de especie para satisfacer a los diferentes grupos que se trabajan en diferentes contextos, éstos son: especie taxonómica, especie biológica, microespecie, especie sucesional y especie biosistemática.
Mayr (1957) afirma, tras realizar una revisión de los conceptos de especie, que todos ellos se fundamentan en tres principales: especie tipológica, especie adimensional y especie dimensional, y que la comprensión de estos tres ayuda a entender mejor los restantes.
A continuación se expone en que consisten los conceptos de especie con mayor difusión en biología, agrupándolos según el concepto en el que se fundamentan.
Criterios morfológicos
Concepto de especie tipológica
Es el más antiguo y simple que se conoce, nació de las ideas de Platón y Aristóteles. Originalmente se utilizó para referirse a objetos, tratando de buscar o encontrar la verdadera esencia de las cosas, por ello, también es conocido como concepto esencialista.
Según Mayr (1963), este concepto establece que los individuos no presentan ninguna relación especial uno con otro, sólo son expresiones del mismo tipo. La diversidad del universo refleja la existencia de un número limitado de tipos y la variación es el resultado de manifestaciones imperfectas en cada especie. La presencia de la misma esencia o tipo, se infiere de la similitud morfológica, criterio con que se establece este concepto considerado también como de especie morfológica y que, según Eldredge y Cracraft (1980), fue el utilizado por Linneo para delimitar las especies.
El concepto de especie tipológica considera que las especies son agregados azarosos de individuos que tienen las “propiedades esenciales” o de los “tipos” de las especies acorde con las diagnosis (Mayr, 1957).
De acuerdo con Hull (1965) son tres los dogmas de los tipologistas: 1) la aseveración ontológica de que las formas existen; 2) la aseveración metodológica de que la tarea de la taxonomía como ciencia es discernir la esencia de las especies, y 3) la aseveración lógica de que las esencias y especies deben ser definidas.
El criterio principal para establecer especies fue detectar las diferencias de los organismos, lo cual condujo a dificultades y fue abandonado por la mayoría de sus adeptos, pues, por ejemplo, el considerar las diferencias sexuales conducía a establecer dos especies diferentes: una, la del macho y, otra, la de la hembra (Mayr, 1963).
Otra objeción que Mayr (1957) hace a este concepto es que considera a las especies como grupos de objetos, ignorando que se trata de poblaciones naturales con organización y estructura interna compleja. Las especies son comunidades reproductivas con variación, con juegos de genes o genoma básico y unidades ecológicas que interactúan; este concepto, por ignorar todas estas características de las especies, es inadecuado en Biología. Es útil, sin embargo para sentar las bases del concepto de especie taxonómica que se expone en seguida.
Concepto de especie taxonómica
También conocido como de especie fenética: “Es la unidad básica de la clasificación taxonómica” (Grant, 1989), sobre la que descansa la clasificación biológica, una unidad fenética discreta, separada de otras por su discontinuidad en variación (Stace, 1978) y es también considerada la categoría más importante por Levin (1979). Este concepto se basa en distinguir unidades bajo el criterio morfológico, y se considera un aspecto práctico. La especie taxonómica es una categoría artificial, que en la mayoría de los casos no coincide con las unidades reales de la naturaleza.
Su principal desventaja es la subjetividad, pues no determina objetivamente el grado de diferencias que debe tener la categoría de especie. Es lícito establecer los límites de las unidades arbitrariamente, y muchas veces estos límites no coinciden al contraponerlas con lo que se conoce como especie biológica, lo que conduce a definir a una especie taxonómica. Según algunos autores (Stace, 1978) considera a esto como una posición cínica frente al problema), como “un grupo de individuos lo suficientemente distintos de otros grupos para ser considerado por los taxónomos merecedor de la categoría de especie”. Estas objeciones repercuten en el sistema taxonómico.
De acuerdo con Anderson (1990), el concepto de especie fenética o taxonómica es puramente operacional y se basa en hechos demostrables empíricamente, porque hace hipótesis de la naturaleza biológica o verdadera de las especies.
Dentro de este concepto, queda contemplada la morfoespecie paleontológica, a la que se refiere Thomas (1953) como unidad estática invariable, motivo por el que este tipo de especie podría quedar también como sinónimo de especie tipológica. Dependiendo del material fósil de que se disponga se estará aplicando uno o el otro concepto de especie.
Criterios de continuidad genética
Los dos conceptos que se exponen a continuación, sirvieron de base para establecer el concepto de especie biológica, que, a su vez es la base para la proposición de conceptos que se expondrá finalmente.
Concepto de especie adimensional o no dimensional
Las ideas de este concepto son similares a las de la especie simpátrica; este concepto es utilizado para referirse a las especies que coexisten en poblaciones naturales en un sistema no dimensional, es decir, una sola localidad en el mismo tiempo. La distinción de las especies se basa en características definidas por las especies involucradas y consistente en el aislamiento reproductivo.
Las relaciones de dos especies diferentes pueden definirse aquí como aislamiento reproductivo y es la base de este concepto. Jordan en 1905 fue el primero que lo utilizó y es al que generalmente se recurre cuando hay problemas de delimitación de especie (Mayr, 1957).
Concepto de especie multidimensional
Mayr (1957) se refiere a este concepto como de tipo colectivo al considerar a las especies como grupos de poblaciones que se entrecruzan mutuamente.
Este concepto es sintetizado por Benson (1962) cuando define a una especie natural viviente como “una población reproductiva o sistema de poblaciones de individuos estrechamente relacionados genéticamente”. Benson hace la misma objeción que Mayr a este concepto: “el que tan precisamente esté relacionada no se puede responder, y entonces esta definición”, como también lo hace notar Mayr (1957) “puede asignarse de igual forma a rangos infra o supraespecíficos, para lo cual solamente se eliminaría la palabra estrechamente”.
Otra objeción es la dificultad de delimitar claramente ante otros grupos similares. Levin (1979) señala que las especies de plantas definidas por poblaciones que se entrecruzan, son difíciles de justificar por el poco conocimiento que se tiene de flujo de genes.
Concepto de especie biológica
Este concepto, también llamado por Simpson (1961) de especie genética, es, junto con el de taxonomía y el de evolución, de los más utilizados en biología. Fue “presagiado" por los naturalistas del siglo XIX y principios del XX, pero no tomó forma hasta después de 1930.
De acuerdo con Mayr (1963), este concepto se basa en que las especies están formadas de poblaciones con una realidad y cohesión genética, lo cual conduce a establecer que los miembros de una especie poseen las características para conformar una unidad reproductiva, ecológica y genética, estableciendo entonces, que “las especies son grupos de poblaciones naturales de entrecruza que se reproducen aisladamente de otros grupos”.
Dos premisas están implícitas en este concepto: 1) el aislamiento reproductivo que mantiene la especie como unidad discreta y, 2) el intercambio genético dentro de la unidad, confiriéndole características morfológicas que pueden ser utilizadas de una manera práctica en clasificación. Este concepto ha sido más aplicado en zoología que en botánica.
Algunas de las objeciones que se le han hecho se refieren a que es poco operacional y práctico (Sokal y Crovello, 1970; Grant, 1989), ya que, como mencionan Burger (1975) y Levis (1979), los límites de intercambio genético son muy oscuros para la adopción del concepto biológico.
Según Burger, si el concepto de especie biológica fuera aplicado en todos los grupos, cambiaría con seguridad el sistema de clasificación, pues para muchos organismos éste no corresponde con el concepto de especie taxonómica, y lo que se conoce como géneros o subgéneros tendría el nivel de especie y los grupos que se manejan como especies corresponderían a lo que Van Valen (1976) definió como multiespecies: “un juego de especies simpátricas que intercambian genes en la naturaleza” y, a su vez, este grupo sería equivalente a singameon, ampliamente tratado por Grant (1989), para encinos blancos. Éste último menciona que un singameon, puede comportarse como una especie biológica pero con una estructura interna mas compleja, cuyos componentes son tratados “correctamente” (según el concepto taxonómico) como especies.
Con todas sus implicaciones, este concepto es aplicable solamente a organismos que se reproducen sexualmente, y pierde validez cuando se hace extensivo a individuos que se reproducen asexualmente (apogamia, agamospermia, mitosis en bacterias y afines).
Como se puede apreciar, el concepto de especie biológica reúne los dos conceptos previamente propuestos por Mayr (1957), los de especies adimensional y multidimensional. En el primero en el que queda de manifiesto el aislamiento reproductivo de las especies (especies simpátricas que mantienen su aislamiento); y en el segundo se establece que las poblaciones mantienen su identidad como especie debido al intercambio genético.
De acuerdo con Cracraft (1987), este concepto en su contexto adimensional es el único sobre el que puede desarrollarse la teoría evolutiva; asimismo hace la observación de que este concepto deja de lado la dimensión temporal.
Concepto de especie evolutiva
Simpson (1961) propone el concepto de especie evolutiva para resolver el problema de especie biológica que no se podía aplicar a organismos con reproducción asexual. Así, define que “una especie evolutiva es un linaje (una secuencia ancestro-descendiente de poblaciones) que evoluciona separadamente de otras y con sus propias tendencias y su propio papel evolutivo unitario”.
Posteriormente Wiley (1978) hace un análisis para el concepto de especie evolutiva modificándolo ligeramente, se refiere a él como “el único linaje de poblaciones ancestro-descendientes que mantienen su identidad ajena a otros linajes y tiene sus propias tendencias evolutivas y destino histórico”.
Con base en observaciones realizadas por Wiley (1978, 1981), Llorente (1986), se refiere a linaje como uno o una serie de demos que comparten una historia común de descendencia no compartida por otros demos; identidad es definida como la cualidad que una entidad posee como producto de su origen y su capacidad para permanecer distinta de otras entidades.
Este concepto no descarta la idea de polifilia, pues al definir linaje como “demos que comparten una historia común de descendencia no compartida por otros demos”, pueden incluirse aquellas especies que se originan por hibridación, lo que es factible sobre en todo en vegetales, y carácter que hace a este concepto diferente del concepto de especie filogenética, donde la monofilia es uno de los caracteres más fuertes para definir especies.
De acuerdo con Wiley (1978), el concepto de especie evolutiva presenta varias implicaciones:
1) Todos los organismos, pasados y presentes pertenecen a alguna especie evolutiva.
2) Las especies deben estar aisladas reproductivamente unas de otras tanto como se requiera para mantener separadas sus identidades, tendencias y destinos.
3) La especie evolutiva puede o no exhibir diferencias fenotípicas reconocibles, entonces cualquier investigador puede sobre o subestimar el número de linajes independientes en un estudio.
4) Ningún linaje evolutivo puede ser subdividido dentro de una serie de especies ancestrales y descendientes.
Este concepto, aunque aplicable a todos los grupos de organismos, implica problemas filosóficos debido a que abarca tanto procesos como patrones para determinar lo que es una especie considerada en este contexto como atemporal (Lidén y Oxelman, 1989). Por otro lado es inoperante porque el criterio decisivo de afiliación de linaje no puede ser demostrado. Anderson (1990) afirma que los defensores del concepto de especie evolutiva sostienen la determinación del linaje con base en la expresión fenotípica, lo cual conduciría, en sentido amplio, a utilizar el concepto de especie taxonómica.
En este último puede quedar incluido el segundo concepto utilizado en paleontología para ser aplicado a fósiles, al cual se le da el nombre de Cronoespecie (especies sucesionales), y que es definido por Thomas (1953) como “el grupo de fósiles que aparecen en estratos sucesivos litológicamente incambiables con variaciones graduales en sucesivas series evolutivas, la cronoespecie estaría formada por varias morfoespecies politípicas sucesionales”.
Concepto de especie ecológica
Es propuesto por Van Valen (1976) con base en el concepto de especie evolutiva. Define a la especie como “un linaje (o juego de linajes estrechamente relacionados) que ocupa una zona adaptativa mínimamente diferente de algún otro linaje en su rango y la cual evoluciona separadamente de todos los linajes fuera de su rango”.
Según este concepto, las especies no pueden ser definidas, sólo explicadas por las zonas adaptativas que habitan. La zona adaptativa es considerada por Anderson (1990) como un concepto similar al de nicho ecológico, pero con mayor amplitud.
Ghiselin en 1987, objeta el concepto de especie ecológica por 5 razones: 1) es una verdad trillada considerar que una especie ocupa un nicho; 2) la similitud ecológica no es una relación objetiva; 3) diferentes miembros de una especie (diferentes sexos) pueden ocupar diferentes nichos; 4) las especies no evolucionarían si fueran definidas por sus nichos, y 5) los miembros de una especie pueden cambiar sus nichos con el tiempo y dejar de ocupar el nicho original con un rumbo parafilético.
Para Anderson, este concepto tiene potencialidad para explicar la especiación sobre bases comunes a todos los organismos, fundar hipótesis acerca de las leyes de diversidad en el mundo vivo y proveer criterios nuevos practicables en taxonomía.
Concepto de especie filogenética
Han surgido dos conceptos esencialmente diferentes bajo este nombre.
El primero de ellos, propuesto por Cracraft en 1978 y Ereshefsky en 1989, define a una especie filogenética como “un grupo irreducible de organismos, en los cuales hay un patrón parental de ancestría y descendencia, que es diagnosticablemente distinto del de otros grupos, así, las especies son taxa basales diferenciados”. Este concepto es muy similar al concepto de especie evolutiva, pero las ideas de “irreducible y diagnosticablemente distinto” los hacen diferentes y conducen a considerar como especies a grupos que en la actualidad reciben el nombre de poblaciones o de razas. Por ejemplo, para la especie biológica Homo sapiens, bajo el concepto de especie filogenética de Cracraft, se podrían distinguir varias especies equivalentes a las razas actuales.
El otro concepto de especie filogenética fue propuesto por Mishler y Donoghue (1982) y más tarde retomado por Mishler y Brandon (1987), quienes lo definen como “el taxón inclusivo más pequeño reconocido en clasificación, en el cual los organismos son agrupados por su evidencia de monofilia (generalmente, pero no restringidos a la presencia de sinapomorfias), que es categorizado como especie por ser el linaje importante más pequeño que se juzga digno de reconocimiento formal, donde importante se refiere a la acción de aquellos procesos que son dominantes en producir y mantener linajes en un caso particular”.
También definen a un taxón monofilético como el grupo que contiene a todos los descendientes de un ancestro común, y sólo a ellos, y que se originaron en un solo evento. La monofilia se puede reconocer por el análisis de sinapomorfias (caracteres primitivos y derivados), lo cual concuerda con la práctica taxonómica actual.
Mishler y Brandon mencionan que este concepto es aplicable a organismos con reproducción asexual y que supera el de especie evolutiva, por considerar que la monofilia es más inclusiva que la entrecruza de poblaciones utilizada en el concepto de especie evolutiva.
El criterio involucrado es el de agrupación, especifica las condiciones genealógicas bajo las que tales grupos pueden ser reconocidos como especies, y tal vez no pueda ser utilizado para reconocer entidades biológicas, ya que, por ejemplo, en un evento X que da lugar a dos taxa A y B, al aplicar estrictamente el concepto de monofilia, el taxón A no incluiría a todos los descendientes del evento B y viceversa.
El concepto de especie filogenética difiere del cladista que se expondrá a continuación por ser aplicable a cualquier nivel de la clasificación, ya que la única restricción es que sea un nivel importante y sea reconocido como un grupo monofilético inclusivo.
Concepto de especie cladista
Ridley (1989), con base en el método cladista propuesto por Hennig en 1966 para la clasificación de organismos y en los trabajos de Wiley (1978) y Cracraft (1983), trata de resolver el problema introduciendo el concepto de especie cladista.
Este retoma los conceptos biológico y ecológico de especie. Hennig lo propuso para aplicarse a organismos fósiles: “el grupo de organismos entre dos eventos de especiación” que Ridley amplía y describe como “Grupo de organismos entre dos eventos de especiación, o entre un evento de especiación y uno de extinción o de aquellos que son descendientes de un evento de especiación”.
Se atribuye objetividad a esta definición, porque las especies son definidas como ramas, sin ambigüedad. De acuerdo con Ridley, este concepto se apega a la realidad y resuelve el problema teórico de la especie, sin embargo, la dificultad práctica de reconocer las especies no se resuelve y se necesita recurrir a los conceptos de especie biológica y ecológica para reconocer a las especies en el campo y, en última instancia, recurrir a los caracteres morfológicos justificados por su reproducción que mantiene a la especie como unidad.
Según Ridley (1989), el concepto de especie biológica no puede sustituir al cladista, porque subestima al proceso de evolución (los primeros miembros de un linaje no pueden cruzarse con los últimos).
La continuidad del linaje cladista garantiza que las especies siempre serán del mismo linaje, pues adaptaciones relevantes pueden cambiar a través del tiempo.
El problema permanece
Aunque se han realizado esfuerzos para establecer un concepto de especie universal, no existe hasta la fecha uno aplicable a todos los organismos y subsisten muchos problemas de definición de especie para algunos grupos, como los que se reproducen asexualmente, y que, para plantas, Grant (1989) denomina microespecies. Las microespecies se consideran resultado de organismos originados por hibridismo, en los cuales sólo se presenta la reproducción uniparental debido a la alteración de genes por combinación interespecífica.
El caso de microorganismos que se reproducen asexualmente también es controvertido, pues su reproducción y la inaccesibilidad para observar caracteres morfológicos que los diferencien ha propiciado que algunos investigadores los lleguen a negar como especie. Las especies en estos grupos se caracterizan y se delimitan de acuerdo con las respuestas fisiológicas que presentan al ser tratados con diferentes sustancias químicas o enzimas, es decir, los factores ambientales juegan el papel principal para determinar caracteres morfo-fisiológicos.
Otro problema se presenta en paleontología, donde las restricciones son mayores que cuando se trabaja con organismos actuales, ya que en muchos casos los registros fósiles no son suficientes para conocer la variación de un grupo al que se ha dado el rango de especie; o por el contrario, como los grupos fósiles tienen su base en conocimientos de organismos actuales y los fósiles suelen ser fragmentarios, las partes que se encuentran son asignadas a diferentes especies o conducen a trabajar a nivel genérico. Más que conceptual, en paleontología el problema es metodológico, y consecuentemente repercute en lo conceptual.
Los líquenes constituyen otro grupo que ofrece dificultades para la definición de especie. Por ser simbiosis de algas y hongos son dos especies diferentes, que están formando otra “especie”. Mattson y Lumbsch (1989) los incluyen dentro del concepto de especies pares.
Los vegetales cultivados, surgidos a través de la hibridación artificial, son otro problema al que Grant (1989), ha llamado de especies biosistemáticas.
Por otro lado, y lejos de estos problemas específicos, existen otros relativos al reconocimiento de las especies aplicando algunos de los conceptos con criterios de continuidad genética, debido a la falta de información que se tiene sobre los grupos. Las objeciones a cada concepto se expresan en los respectivos apartados.
Cada concepto sigue diferente criterio para definir lo que es una especie, consecuentemente los grupos que resultan de aplicar uno u otro concepto pueden ser diferentes, es decir, no son equivalentes; esto acarrea problemas serios que pueden repercutir en las clasificaciones taxonómicas y en el lenguaje científico.
Es necesario mencionar que, en años recientes, ha surgido otra controversia en torno a la consideración de la especie como individuo o como clase. Los puntos de vista de Ghiselin (1987) y Mayr (1987), apoyan la idea de considerarla como un individuo cuando es definida como especie biológica o aplicando alguno de los conceptos con bases genéticas, ya que así, se puede localizar en el espacio y en el tiempo, ver si está bien organizada, es cohesiva en algún tiempo, continua en el mismo, además, determinar si presenta especiación, hibridación o extinción. Por su parte, considerar a la especie como una clase sería aplicable cuando ésta se define según el concepto de especie taxonómica, pues Mayr (1987) dice que, para que una clase exista, deben existir miembros que tengan alguna o algunas características consideradas como los criterios de membresía de la clase, tales características son llamadas propiedades de definición. Caplan y Bock (1988), Falk (1988), Splitter (1988) y Kluge (1990) han hecho numerosos comentarios al respecto, provocando que el problema de especie sea aún más denso.
Discusión y conclusión
Las especies son unidades que se han definido de diferentes formas, dependiendo del contexto espacio temporal en el que han sido consideradas.
Un análisis de lo expuesto en este trabajo, sugiere que los conceptos que han surgido a lo largo de la historia de este problema, tienen como base los conceptos de las especies adimensional, multidimensional (biológica) y morfológica (taxonómica), por lo que los llamaré conceptos base y al resto de ellos, conceptos derivados.
Aplicar alguno de los conceptos derivados para delimitar una especie es difícil, porque faltan evidencias que nos ayuden a hacerlo y entonces pareciera que se entra a un ciclo, donde cada nuevo concepto tiene que regresar a los conceptos básicos cuyos criterios son de entrecruza y aislamiento reproductivo para delimitar especies.
Como fue indicado por Ridley, para el concepto cladista (yo lo extrapolaría para todos los conceptos derivados), se dan soluciones teóricas que pueden acercarse a la realidad, pero no se ofrece la solución práctica para reconocer las especies en el campo; para ello es necesario regresar a los conceptos de especie taxonómica y especie biológica. El resto de los conceptos son herramientas complementarias que contribuyen a la delimitación de un grupo. Teniendo en cuenta lo anterior se puede decir que los conceptos se complementan, no son exclusivos, ni absolutos, sino interdependendientes.
No obstante las críticas hechas a los conceptos de especie taxonómica y biológica, son éstos los más ampliamente utilizados para definir especies.
Por otro lado, no se puede aceptar ni rechazar total y radicalmente un concepto determinado de especie; cada uno de ellos fue creado para ser aplicado en un campo de trabajo en particular y dentro de él adquiere sentido, aunque —como ya se indicó—, quizás habrá que utilizar otros conceptos como auxiliares, para poder definir como especie el grupo sobre el que se trabaja.
Lejos de cualquier definición o idea que se tenga, actualmente las especies son entidades reales que existen en la naturaleza (Cracraft, 1987; Llorente, 1986) independientemente de la capacidad del hombre para definirlas y de los criterios utilizados para hacerlo. Presentan características intrínsecas como: reproducirse, jugar un papel ecológico, interactuar con otros organismos, tener una base genética, presentar cambios y variaciones espacio-temporales; todas características que hacen difícil definir de manera objetiva y universal lo que es una especie y se convierten en el fundamento de tan controvertido y antiguo problema.
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Susana Valencia Ávalos
Herbario de la Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Valencia Ávalos, Susana. 1991. El problema de la especie. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 12-22. [En línea]
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poema | ![]() |
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Euclidiana |
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Renato Leduc | ||||||||||
Por el vértice unidos, con ardor incident
sobre el rombo impasible de un tapete de Persia, cuatro muslos albeantes, epilépticamente, sufren raptos de fiebre y colapsos de inercia. Cuatro senos que quieren devenir dos esferas
en el límite absurdo de un espasmo carnal; y el isócrono ritmo de las cuatro caderas engendrando los ejes de una blanda espiral… Lasitud nacarada, la penumbra estiliza
dos mujeres yacentes: coordenada y abscisa con los cuerpos formando pitagórica cruz. Y en la suma inexacta de las hembras en celo
las pupilas resultan cuatro flechas de anhelo, cuatro hipérbolas rubias saturadas de luz… |
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Renato Leduc
escritor
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cómo citar este artículo →
Leduc, Renato. (1991). Euclidiana. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, p. 71. [En línea]
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del herbario |
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Herbario Nacional
de México
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Patricia Magaña Rueda | ||||||||||||||
En todos los medios de comunicación se habla mucho actualmente de la ecología, y se utiliza el término de manera indiscriminada sin darle un sentido preciso. Sin embargo, poca es la resonancia que tienen, a nivel social, las investigaciones básicas para la evaluación de los recursos naturales. Una parte fundamental del quehacer biológico en las universidades y centros de investigación del país consiste en levantar un catálogo de los organismos con los que compartimos nuestro territorio, y esto, aunque no produce la mayoría de las veces el impacto que en otro orden tienen los trabajos biomédicos o tecnológicos, debiera representar una plataforma de la que derivara buena parte del conocimiento que requerimos para explotar, de manera planificada, lo que tenemos.
La zona neotropical de América es una de las regiones más ricas del planeta en cuanto a especies vivas se refiere. Algunas estimaciones plantean que en México existen alrededor de 500,000 especies de organismos, lo que convierte a nuestro país en uno de los más diversos, biológicamente hablando. En cuanto a plantas vasculares, Rzedowski (1991) ha calculado que existen más de 22,000 especies de fanerógamas, una buena cantidad de las cuales ni siquiera han sido descubiertas y descritas, y probablemente no lo serán al ritmo actual de destrucción de nuestros recursos naturales.
La labor de inventariar la flora mexicana, que podría parecer trabajo de hormiga, implica un esfuerzo titánico, si tomamos en cuenta la diversidad de especies vegetales que se estima tiene nuestro país, la extensión del mismo, las dificultades de comunicación y de transporte, y las contrastamos con las pocas personas dedicadas a esta labor y los cada vez menores presupuestos que se destinan a ella.
De esta forma, la publicación reciente del libro Herbario Nacional de México, por el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la autoría de Patricia D. Dávila Aranda y Ma. Teresa Germán Ramírez, representa la realización de ese esfuerzo y significa un paso importante para que tanto investigadores como profesores y estudiantes conozcan la historia de la colección de plantas mexicanas más importante del mundo.
La obra contribuye, además, a difundir el tipo de labor que en dicho centro se lleva a cabo, lo cual es importante pues, aún en el ámbito de la investigación biológica, el trabajo del taxónomo o sistemático, (encargado de elaborar de estos catálogos de especies y de estudiar su clasificación) es menospreciado desgraciadamente, pues se considera como una aburrida labor de gabinete. Esta concepción, que probablemente parte de la imagen del naturalista del siglo pasado, no tiene nada que ver con la investigación actual, que requiere no sólo conocimiento sobre las especies vegetales, sino un estudio sistemático a fondo de éstas y la evaluación de su potencial para el uso humano.
La flora de nuestro país se aprovechaba antes de la llegada de los españoles, y la región mesoamericana ha sido una de las que ha aportado mayor número de plantas domesticadas a la humanidad. Sin embargo, la formación de una colección con las plantas que los europeos llevaran a sus países en su búsqueda de especies útiles no se inició sino hasta el siglo XVIII.
El primer herbario mexicano fue resultado de la expedición botánica de la Nueva España, dirigida por Martín Sessé en 1786, la cual llevó a la inauguración del Real Jardín Botánico y al inicio de la Cátedra de botánica de la carrera de medicina en la Real y Pontificia Universidad de México, anexa a la cual se creó una colección de 200 ejemplares herborizados.
A partir de entonces, varios personajes incrementaron las colecciones de plantas mexicanas y a través de diversos periodos y vaivenes políticos se fueran creando herbarios para la enseñanza de la botánica, hasta que se formó el Museo de Historia Natural a mediados del siglo XIX.
Pero el centro de mayor relevancia para la formación del actual Herbario Nacional fue el Instituto Médico Nacional, creado en 1888, que llegó a reunir más de 15,000 ejemplares y funcionó hasta 1915.
El Herbario Nacional se constituyó como tal al reunirse las colecciones de plantas del Museo Nacional de Historia Natural, el Instituto Médico Nacional y la Comisión Geográfica Exploradora. A partir de los años veintes, se inició un desarrollo constante, aumentó su personal, los programas de colección y publicación de textos, y quedó a cargo, a partir de 1929, del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México. En ese año se contaba con 21,387 ejemplares, que pasaron a ser 70,000 para 1953 y llegan en la actualidad a más de 600,000; constituye así la colección de plantas mexicanas más grande del mundo.
Pero este libro no sólo habla de historia, ya que afortunadamente el Herbario Nacional esta vivo, es decir, activo y en crecimiento; también se explica cómo se desarrolló la colección, describe los programas de colecta de plantas en todo el país, los de intercambio y las donaciones, indica cómo ha crecido cada una de sus colecciones y cual es la organización del acervo, así como los servicios que presta. La parte final destaca las líneas de investigación que actualmente se desarrollan en el Herbario y el personal que las dirige, lo que puede servir de referencia a estudiantes de biología, medicina, historia, antropología y en fin, o todos aquellos que estén interesados en el área botánica, o simplemente deseen acercarse o conocer los recursos vegetales de nuestro país.
Se trata, en resumen, de una obra excelentemente presentada que refleja de manera global la labor del que se considera uno de los cinco herbarios más activos del mundo, y es un patrimonio nacional de valor incalculable, al que sin duda es importante acercarse como la referencia más importante para la elaboración una obra como la Flora de México.
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Referencias Bibliográficas
Rzedowski, J., 1991 , Diversidad y orígenes de la flora fanerogámica de México, Acta Botánica Mexicana 14:3-31
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo→
Magaña Rueda, Patricia. 1991. Herbario Nacional de México. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 30-31. [En línea]
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Blanca Mendoza | |||||||
Sobre la actividad del Sol hoy en día se sabe mucho
(aunque hay aún más que se ignora) gracias a las observaciones que de él podemos hacer tanto en observatorios terrestres como por medio de satélites.
También podemos inferir su comportamiento en el pasado por los registros históricos de su actividad. Para nosotros, en este pequeño planeta, la manifestación mas evidente de la actividad del Sol son sus manchas. Como se pueden observar a simple vista (con daño considerable para nuestros ojos), y su número aumenta y luego disminuye en un periodo de once años, son la fuente de los registros históricos de la actividad solar que se tiene por más tiempo. Los griegos informaron sobre ellas desde el año 28 a. C.; por cierto que lo hizo un discípulo de Aristóteles, Teofrasto de Atenas. En Oriente los chinos las reseñaron desde 200 años a. C.
Las manchas solares no son las únicas manifestaciones de la actividad del Sol. Cuando nuestra estrella está muy activa produce abundantes explosiones en su atmósfera, denominadas ráfagas, las cuales son el resultado de la aniquilación de los campos magnéticos solares. Estas explosiones provocan la emisión de partículas muy energéticas que se mueven a velocidades cercanas a las de la luz (algunas de ellas alcanzan hasta un tercio de dicha velocidad). Estas partículas penetran a la alta atmósfera terrestre a una altura entre 500 y 90 km sobre la superficie. Otra fuente de partículas que llegan a nuestra atmósfera es el viento solar, ese chorro de iones, electrones y protones que continuamente sale del Sol.
Tanto el viento solar como las partículas provenientes de las ráfagas, al penetrar en la atmósfera, la ionizan y producen así el hermoso espectáculo de las auroras en regiones entre 60 y 70 grados de latitud en ambos hemisferios. Algo tan espectacular como una aurora no puede pasar desapercibido en ninguna época y, según vemos, este fenómeno es causa directa de la actividad del Sol; entonces los reportes aurorales son manifestaciones indirectas de la actividad de nuestra estrella. Sin embargo, los informes sobre auroras abarcan poco en el pasado, en Europa aparecen desde el año 1100, pero en Oriente surgen a partir de 200 a. C., según observaciones que provienen principalmente de China, Japón y Corea.
Visitantes interestelares
Hoy en día podemos investigar la actividad solar del pasado, no solo mediante los informes históricos que, como vimos, no abarcan demasiado en el pasado, sino también con registros relacionados con partículas muy energéticas que provienen del espacio interestelar, los llamados rayos cósmicos. Ahora bien, el viento solar, al abandonar el Sol, se lleva consigo al campo magnético de nuestra estrella. Éste llena todo el espacio interplanetario y por ello se denomina campo magnético interplanetario. Durante la máxima actividad solar, el viento solar y el campo magnético interplanetario presentan muchas irregularidades, cuando la actividad es mínima las irregularidades son también mínimas; y son precisamente las irregularidades del campo magnético interplanetario las que modulan la intensidad de los rayos cósmicos, ya que dichas irregularidades actúan como obstáculos o centros dispersores para el flujo de estas partículas. Cuando el Sol desarrolla su máxima actividad las irregularidades son muchas y el flujo de rayos cósmicos que alcanza nuestra atmósfera disminuye en comparación con los flujos que la penetran en tiempos de mínima actividad solar, cuando las irregularidades del campo interplanetario son menores.
Una vez que las partículas que forman los rayos cósmicos han llegado a la atmósfera, interaccionan con los núcleos allí presentes y producen una gran variedad de otros núcleos, llamados cosmogénicos por haber sido generados por partículas del cosmos exterior a nuestro sistema solar. Muchos de estos núcleos son isótopos radiactivos. Después de ser producidos, los radioisótopos siguen el movimiento de las masas de aire convertidos en gases tales como el Carbono 14 o se adhieren a partículas de tamaño micrométrico, los denominados aerosoles, tal es el caso del berilio 10. Estos isótopos bajan hasta la parte inferior de la atmósfera, la que está en contacto con los seres vivos. Una vez en esta región, los isótopos adheridos a aerosoles se incorporan al suelo vía la lluvia, mientras que los gases se depositan directamente en el mar.
Archivos con mucha información del pasado
Para poder usar la información que nos proporcionan los isótopos cosmogénicos, tenemos que encontrar los archivos donde está almacenada. Algunos de estos archivos se describen brevemente a continuación.
Capas polares y glaciares
El hielo se forma de la precipitación de nieve y ésta se va comprimiendo en capas, que se acumulan a lo largo del tiempo. En la época actual se extraen unos cilindros de nieve de varios cientos de metros o aun kilómetros de profundidad donde, estudiando características como la composición y espesor de cada capa, se obtienen datos tanto de las condiciones climáticas imperantes en ese tiempo como de las concentraciones de los isótopos cosmogénicos y, por tanto, sobre la actividad solar. Este estudio nos remonta 10,000 años en el pasado.
Sedimentos de las profundidades marinas
Los isótopos que nos dan información son el berilio 10 y el aluminio 26. Éstos llegan al mar directamente por precipitación de aerosoles a los cuales están adheridos o porque los aerosoles son transportados desde los continentes por el viento y los ríos. Analizando la composición de estos sedimentos también se estudian las características del clima de diferentes épocas que abarcan varios millones de años, las concentraciones de radioisótopos y la actividad del Sol.
Anillos de árboles
Éstos se van formando anualmente y constituyen las diferentes capas de las cortezas arbóreas. Durante la fotosíntesis, todos los vegetales absorben el bióxido de carbono atmosférico y el agua. El bióxido de carbono contiene carbono 14, por tanto, analizando su abundancia en las capas de los anillos de los árboles se puede estudiar indirectamente el flujo de rayos cósmicos en diferentes épocas, hasta hace unos 9000 años.
Sedimentos lacustres
Hace 680 millones de años, en la época glaciar, había grandes lagos que recibían periódicamente las aguas de los icebergs derretidos. Esta agua contenía sedimentos que se depositaban en el lecho del lago formando estratos y su volumen variaba según la temperatura; por tanto, el grosor de estos estratos también varió, y nos informa ahora sobre el clima y la concentración de isótopos relacionada con la actividad solar.
Retrocedamos aún más en el tiempo
Nos preguntamos si es posible adentrarse aún más en el pasado, hasta la época en la que los cuerpos del Sistema Solar estaban formados. Esto ya es el remoto pasado, estamos hablando de hace mil años. Las estrellas de secuencia principal son aquellas que han iniciado las reacciones nucleares en su centro y están convirtiendo el hidrógeno en helio. Esta fase es la más estable en la vida de una estrella. Los planetas del Sistema Solar, muy probablemente, ya estaban formados hace 3500 millones de años. En particular, ya estaban formados los continentes, las masas de agua y la atmósfera de la Tierra.
Lo que básicamente nos interesa sobre nuestro planeta es el impacto que éste sufre por las variaciones en las diferentes emisiones del Sol debido a su evolución. Las emisiones de interés son: la luminosidad, es decir la cantidad de energía que el Sol radia cada segundo; los flujos de viento solar, de partículas energéticas provenientes de ráfagas, y de campo magnético, así como su efecto en el flujo de rayos cósmicos.
Para determinar como eran estas emisiones, se tiene que recurrir al modelaje físico de nuestra estrella, es decir, se deben resolver las ecuaciones de masa, momento y energía que constituyen el llamado modelo estándar del Sol, con algunas suposiciones extras sobre el campo magnético.
Los resultados de interés son los siguientes: durante los primeros 400 millones de años de vida del Sol, su luminosidad fue 75% de la actual. Para este mismo período la velocidad del viento solar a la distancia de la órbita de la Tierra era aproximadamente cuatro veces la actual. La intensidad del campo magnético en la superficie del Sol era diez veces la actual. Como la intensidad del campo magnético solar era mayor, entonces la intensidad del campo interplanetario también era mayor. Un campo interplanetario más intenso, aunado a una velocidad de viento solar mayor, muy probablemente representaron un obstáculo mayor para la penetración de rayos cósmicos al Sistema Solar y en particular a la Tierra. También podemos inferir que, si el campo magnético solar era más intenso, esto pudo generar más ráfagas y, por tanto, una emisión de partículas energéticas mayor o más frecuente.
Nos gustaría comprobar los resultados de este modelaje. Para hacerlo sólo hay que estudiar lo que nos dicen los meteoritos, el suelo lunar y los fósiles de nuestro propio planeta.
El primer resultado concierne a la luminosidad. Un Sol que emitiera 75% de la energía actual provocaría que la temperatura de la superficie de la Tierra fuera 8% menor que la actual, y una temperatura así provocaría que la temperatura del agua de los océanos estuviera por debajo del punto de congelamiento por espacio de 2000 millones de años. Sin embargo, la evidencia geológica nos dice que hay ausencia de depósitos glaciales en nuestro planeta desde hace 1200 millones de años, y que, además, a partir de esta época ya hay presencia de vida en él: organismos prokarióticos que muestran evidencias de división celular, lo cual no sería posible en un mar congelado. Los resultados del modelo estándar son altamente confiables, pero de igual modo lo son las evidencias terrestres mencionadas. La pregunta es cómo resolver esta aparente contradicción. Es muy probable que la respuesta esté en la composición de la atmósfera primitiva de nuestro planeta. En aquella época la atmósfera terrestre era rica en bióxido de carbono, y este es un excelente regulador de temperatura. Por tanto, aun cuando la luminosidad del Sol era menor que la actual, este gas atmosférico reguló la temperatura del planeta.
El impacto del viento solar sobre las rocas o suelo de aquellos planetas y satélites sin campo magnético y atmosférico nos informa sobre las velocidades y densidades del mismo. Las evidencias geológicas sobre el viento solar primitivo las podemos encontrar en las rocas lunares. Del análisis de dichas rocas, se concluye que en los primeros 400 millones de años de su existencia ya había un viento solar y que su flujo era aproximadamente cinco veces el actual; también se infiere que su velocidad era casi tres veces mayor que la actual. Estas evidencias coinciden con los resultados del modelo estándar. Asimismo, tras analizar muestras del suelo lunar, se concluye que en los primeros 600 millones de años el campo magnético del Sol era diez veces mayor que el actual, lo que coincide nuevamente con el modelaje físico.
Los meteoritos nos ayudan a saber sobre las ráfagas solares; sin embargo, el estudio de granos de meteoritos es altamente inconclusivo. Algunos resultados indican que el flujo de partículas energéticas provenientes de las ráfagas fue de seis a diez mil veces mayor que el actual, mientras que otros no reportan variación alguna.
Finalmente los estudios de meteoritos indican que el flujo de rayos cósmicos en los últimos mil millones de años ha sido menor en promedio que el flujo en los últimos diez millones de años, lo cual señala una tendencia a que este flujo fuera menor en el pasado. Este resultado podría ser una guía para el modelo estándar.
Podemos concluir que la actividad del Sol ha dejado su huella no sólo en nuestro planeta, sino en otros cuerpos del Sistema Solar. El estudio de estos efectos obviamente nos permite entender mejor el comportamiento de nuestra estrella y, tal vez, hasta predecirlo algún día detalladamente a largo plazo.
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Blanca Mendoza
Departamento de Física Espacial, Instituto de Geofísica,
Universidad Nacional Antónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Mendoza, Blanca. 1991. La actividad del Sol en el pasado y sus efectos sobre nuestro planeta. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 7-10. [En línea]
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noticiencia |
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La diáspora
de los científicos latinoamericanos
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Silvia Torres | ||||||||||
El principal problema originado por la salida de los
científicos de los países latinoamericanos ha sido la precaria economía de sus países, que en los últimos años ha tenido un franco deterioro, además de la disminución en el impulso global a la ciencia y la tecnología. En lo anterior coincidieron durante los días 18 y 19 de junio pasado, representantes de trece países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Honduras, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) que se reunieron en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, para discutir el problema de la fuga de cerebros en sus respectivos países, dentro de la reunión anual de la RELAB (Red Latinoamericana de Ciencias Biológicas) en la cual cada país dio a conocer los principales problemas por los que atraviesa su investigación científica, y al final se intentó llegar a una serie de acuerdos multilaterales de ayuda recíproca entre quienes integran dicha red.
En países como Argentina, Chile y Uruguay, otra causa de emigración, desde 1970, fue la de tipo político. Muchos investigadores fueron perseguidos por sus ideas y tuvieron que buscar nuevos lugares donde desarrollar su trabajo.
En Venezuela, Brasil y México, el motivo fundamental ha sido el poco apoyo a programas de desarrollo tecnológico. Además, los científicos encuentran mejores posibilidades de llevar a cabo su trabajo en lugares que cuentan con mayor infraestructura para la investigación.
Para países como Bolivia, Honduras, Colombia, Perú, las principales causas de la emigración ha sido la carencia o casi ausencia de posgrados. Al no existir una política real para formar grupos de investigación, —el mercado de trabajo es escaso y limitado aunque potencialmente exista un campo virgen para ello— los científicos se sienten atraídos por lugares que poseen mayor infraestructura y permanecen en los países donde realizaron sus posgrados. Además, en general, las universidades estatales son las que realizan la mayoría de las investigaciones y las empresas privadas se interesan poco en participar en proyectos de “punta”.
Entre las propuestos globales de la reunión, se acordó impulsar más los programas de maestría y doctorado, apoyar programas de becas para países latinoamericanos, impulsar programas de cooperación; promover en mayor grado las carreras vinculadas a la biología: analizar con cuidado las causas de la disminución de la matrícula en áreas como química y biología, incrementar la participación de los científicos en el diseño de programas de carrera, además de la elaboración de libros. Se señaló que es necesario vincular en mayor medida a los científicos con la sociedad; financiar programas de divulgación; convencer a los gobiernos de dar mayor apoyo a la ciencia y, lo más importante: reivindicar esta área del conocimiento humano y lograr que sea considerada como parte integral de la cultura en los países de América Latina.
En una entrevista, Ennio Candotti, Presidente de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC), señaló que los científicos en Brasil poseen instrumentos de apoyo como son los Consejos Estatales, auspiciados por el Banco de Desarrollo, en los cuales absorben parte de las necesidades de investigaciones y reciben también ayuda de las fundaciones locales (FINEP’S) vinculadas a los presupuestos del Estado. Sin embargo, estas últimas sufren de inestabilidad por las fluctuaciones inflacionarias, lo que origina grandes problemas para los programas científicos; es importante, por tanto, encontrar instrumentos de apoyo menos vulnerables.
Reciben dinero asimismo de fundaciones internacionales como la UNESCO, OEA, o bien de fundaciones particulares como la COBRA (una compañía bastante fuerte en el campo de la computación), además de otras empresas privadas y del propio Estado.
Para respaldar sus proyectos científicos, Brasil cuenta además con una comunidad que forma un “colegio invisible”, que aunque no tiene una expresión política, a lo largo de los años ha permitido la creación de mecanismos de cooperación científica.
La Sociedad Brasileña Para el Avance de la Ciencia tiene pocas revistas científicas a nivel nacional e internacional y es evidente la necesidad de divulgar más la ciencia. Un ejemplo concreto de lo que puede ser la cooperación científica en Latinoamérica son las revistas Ciência Hoje de Brasil y su homóloga argentina Ciencia Hoy, que han establecido un canal de información abierto manteniendo cada una su total autonomía.
Candotti propuso la idea de vincular un porcentaje de las inversiones del BID en América Latina para esta cooperación regional, la que, de discutirse mejor entre los países que integran la red y aprobarse permitiría un mayor intercambio y sería el primer paso para la creación de una fundación no gubernamental capaz de reunir los fondos necesarios para programas científicos. Esta fundación podría ser dirigida por un consejo representado por integrantes de cada país, que diese continuidad y estabilidad a los programas.
La mayor dificultad estriba en que los bancos internacionales no sienten mucha simpatía por el fomento a la ciencia ni financian proyectos de este tipo, fácilmente. Señaló también que debería aprovecharse el hecho de que en Estados Unidos también existe el problema de fuga de cerebros, pues sus investigadores emigran hacia Europa debido a la caída de las inversiones en ciencia.
En un artículo publicado en Science de enero de este año, los científicos americanos se quejan de las mismas cosas que los latinoamericanos, es decir, existe una emigración de científicos para Europa y lo más importante es la caída de inversiones en ciencia; mientras en 20 años los investigadores se multiplicaron por 4, las inversiones crecieron apenas 20%. Otro aspecto que preocupa es el de los costos crecientes de la investigación, ya que el sobregiro de las universidades pasó de 18% a 30% en el último año, lo que significa que hacer ciencia en Estados Unidos es muy caro. Esto puede ser una ventaja para los países latinoamericanos pues de iniciarse la cooperación recíproca permitiría abrir espacios de discusión para un entendimiento con la comunidad científica norteamericana a futuro.
Se mencionó además que mientras en Japón invierte el 2.8% del PIB, Europa el 2% y Alemania el 2.6%, los Estados Unidos tan sólo dedican el 1.8%, ya que el dinero extra se canaliza para la investigación en armamentismo. “Los científicos norteamericanos están muy preocupados por el hecho de que han ganado premios Nobel por investigaciones que se hicieron antes de los años setenta, lo que significa que hace mucho tiempo que los americanos no ganan un nobel por investigaciones realizadas en la ultima década.”
Finalmente, Candotti añadió que debido al creciente interés por la biodiversidad, que es ahora un concepto estratégico, —en los medios de política científica, se le da una gran importancia, aunque todavía no se comprenda su significado y su valor en términos de investigación y mucho menos en términos políticos más amplios— en los próximos años, las ciencias biológicas recibirán fuertes apoyos en esta área, lo que deberá ser aprovechado por los países latinoamericanos.
El Dr. Roberto Caldeyro-Barcia, director del Programa Nacional para el Desarrollo de las Ciencias Básicas (PREDECIBA), señaló por su parte, que en Uruguay la ciencia y la tecnología todavía son incipientes porque el gobierno no considera que desarrollarlas sea un medio para mejorar el nivel de vida de los uruguayos, además de que el panorama científico empeoró durante los doce años de dictadura militar.
“Afortunadamente, el nuevo gobierno ha mostrado interés en este problema, a tal grado que en 1987 surgió la idea de crear el PREDECIBA para apoyar el desarrollo científico básico.”
Los objetivos del PREDECIBA son crear un sistema interdisciplinario en las áreas de biología, informática, física y matemáticas de alto nivel científico y formar recursos humanos a nivel de maestría y doctorado. Es muy interesante que entre 1986 y 1987 el programa logró repatriar a 64 científicos uruguayos, biólogos en su mayoría, además de matemáticos, físicos y químicos, diseminados en Francia, Suecia, Brasil, España, Estados Unidos, Venezuela y Suiza.
Para sus proyectos en ciencia, el PREDECIBA cuenta con un convenio entre el Ministerio de Educación y Cultura, y la Universidad de la República. El BID es el que aporta fondos y la universidad toda la infraestructura administrativa. Los gastos de administración representan el 8% del total del programa, las actividades que más apoyo reciben son investigación y becas para posgrado, que representan el 51% del presupuesto; las invitaciones a profesores extranjeros se llevan el 41% restante.
Existen 156 estudiantes de maestría y 41 de doctorado, de los cuales 127 están en biología; han egresado hasta ahora 18 de maestros y 7 doctores, todos en biología.
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Silvia Torres
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Torres, Silvia. 1991. La diáspora de los científicos latinoamericanos. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 64-66. [En línea]
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Aurea García | |||||||
En la actualidad las plantas vasculares superiores, productoras
de semillas, se encuentran en prácticamente todos los ambientes de la corteza emergida de la tierra, con la sola excepción de los hielos eternos y de ciertos desiertos extremadamente secos. Muchos taxa más o menos cercanos a nivel de familia o género, tienen amplia distribución a través de los continentes, e incluso existen especies que se encuentran en todos los continentes. Cuando se analiza la distribución de los taxa vegetales a nivel de familia y muchos géneros, la teoría de la deriva continental y de la existencia de un mundo más cálido en épocas del pasado, permiten entender esa amplia distribución; sin embargo los océanos no son una barrera infranqueable para las semillas, como lo demuestra la presencia de plantas en islas oceánicas muy alejadas de los cuerpos continentales y la existencia de ciertas especies de amplia distribución, cuya presencia solo puede atribuirse a la diseminación a gran distancia.
A continuación trataremos de analizar, basándonos en la estructura y biología de las semillas, algunas de las posibles causas que permiten esta amplia distribución.
Diseminación de las semillas
Las semillas después de desprenderse de la planta madre pueden quedarse muy cerca de ella o viajar muy lejos; en ambos casos a esto se le denomina dispersión. Lo importante es que la semilla llegue a un lugar favorable para su germinación y el consecuente establecimiento de nuevos individuos.
Las semillas se pueden dispersar de las siguientes maneras:
a) Dispersión por viento: Las semillas que se esparcen de esta manera, suelen ser muy pequeñas y por lo tanto se transportan como polvo atmosférico, también, además de su tamaño, pueden presentar “alas”, “cabellos” o “plumas”, lo que facilita su dispersión al aumentar la superficie de empuje de las corrientes de aire.
b) Ectozoocoria: Hay semillas que pueden viajar pegándose al pelaje de los animales o al plumaje de las aves gracias a que cuentan con protuberancias, ganchos o sustancias pegajosas. Muchas especies que parecen no presentar características especiales para dispersarse, son transportadas de esta manera. En el caso de semillas grandes, provistas de cubiertas carnosas, estas viajan pequeñas distancias entre el árbol productor y la percha, donde los frugívoros devoran la pulpa del fruto y desechan la semilla.
c) Endozoocoria: Esta modalidad de dispersión, corresponde a las semillas que se encuentran dentro de algún fruto carnoso, el que, al ser devorado por aves u otros animales, pasa por el tracto digestivo de éstos y regresa a tierra en forma parcial (al ser regurgitados), o total (al ser defecados). Por ello pueden aparecer a muy variadas distancias de la planta madre, dependiendo del tiempo de tránsito del material en el tracto digestivo y de la movilidad del animal.
d) Mirmecoria: En este caso se trata de una dispersión por hormigas. La mayoría de las semillas que se transportan por este medio cuentan con pequeñas protuberancias de tejidos nutritivos muy atractivos para las hormigas, quienes las llevan al hormiguero donde consumen dichas protuberancias para después poner las semillas en las galerías de desecho o sacarlas del hormiguero.
e) Hidrocoria: Aquí hablamos de semillas que se movilizan por medio del agua, ya se trate de ríos o de corrientes oceánicas, por lo que las semillas recorren grandes distancias desde los árboles progenitores. La efectividad de este método de dispersión se encuentra bien ilustrado en los estudios de vegetación de las islas oceánicas (Carlquist, 1974; Porter 1976).
Causas de la amplia distribución de los taxa vegetales
Según Hutchinson (1959) se conocen alrededor de 411 familias de angiospermas. Éstas se han dividido siguiendo a Good (1964) en: cosmopolitas y subcosmopolitas (165), endémicas de determinadas regiones o continentes (149), familias de distribución discontinua (97). En el Cretácico medio ya existían las principales familias de angiospermas conocidas, entre otras: Anacardiaceae, Araceae, Combretaceae, Cyperaceae, Euphorbiaceae, Leguminosae, Myrtaceae, Palmae, Rosaceae, Sterculiaceae, Vitaceae, etcétera.
Sabemos que el continente sudamericano se separó de África a mitad del Cretácico. Ahora bien, podemos decir que la explosión evolutiva de las angiospermas, y la aparición de muchas de las familias actuales, tuvo lugar antes de la separación definitiva de los continentes principales, lo que explica que la mayoría de ellas sean de distribución mundial, siendo las familias endémicas generalmente más pequeñas y menos diversificadas que las cosmopolitas, subcosmopolitas y algunas de las de distribución discontinua.
Con respecto a géneros y especies, a no ser que se cuente con fósiles, es difícil determinar con exactitud si la actual distribución de un género transcontinental se debe a que se encontraba presente antes de la separación de los continentes o a una posible dispersión posterior a través de los océanos.
Se han propuesto diversas teorías para explicar la abundancia de taxa de distribución discontinua, pantropical y cosmopolita (Van Steenis, 1962); pero en general, los que sostienen cada una de estas hipótesis, han aceptado que en el pasado hubo cambios en la distribución de tierras y aguas sobre el planeta. Las teorías más interesantes que se han planteado son:
1. Un mundo originalmente tropical. Existen fuertes motivos para pensar que en un principio las angiospermas se originaron y evolucionaron en los trópicos (Axelrod, 1952), pues en esas regiones se concentra la mayor parte de los taxa, incluyendo las formas de estructura más primitiva.
Los que sostienen esta hipótesis opinan que, durante el Eoceno, el clima del mundo era uniformemente tropical y que de esta manera todos los grupos de angiospermas pudieron dispersarse ampliamente, gracias a ciertos puentes intercontinentales situados en diversas latitudes.
Estos autores se apoyan en registros fósiles de floras tropicales en regiones actualmente templadas o frías.
2. Origen polifilético de los taxa transoceánicos y discontinuos. Es decir que las plantas que ahora se parecen en realidad se originaron de formas vegetales diferentes.
3. Relictos de géneros originalmente pantropicales. Esta teoría es aplicable también a zonas templadas. Considera básicamente que los géneros que actualmente tienen distribución discontinua, originalmente fueron pantropicales y que actualmente quedaron solo relictos de su distribución original. Esta idea puede ser válida, tanto para los que sostienen la teoría de los puentes intercontinentales como para aquellos que apoyan la deriva continental.
4. Dispersión transoceánica. Esta idea es factible en ciertas plantas pero en otras es prácticamente imposible debido a las características morfológicas y fisiológicas de sus propágulos. De los que hablaremos más adelante.
5. Teoría de los puentes intercontinentales. Esta corriente se basa en la idea de que existieron puentes intercontinentales, con lo cual se explicarían las afinidades florísticas entre los continentes, principalmente entre Asia, Australasia y América tropical.
6. Teoría de la deriva continental. Se basa en la idea ya aceptada de que la corteza terrestre está formada por placas, cuyo movimiento ha ido causando la separación gradual de los continentes, a partir de una masa continental única (Wegener, 1929).
Dispersión a gran distancia
¿Cómo viajan las semillas por tierra? Y ¿qué tan lejos pueden llegar? Esto depende de su forma y tamaño y el tipo de vegetación donde se encuentren. Si hay sitios seguros para germinar cerca de la planta madre, entonces las semillas suelen ser poco tolerantes a diversas condiciones ambientales y por ello no viajan a grandes distancias. Pero, si los sitios seguros para la germinación se encuentran lejos de la planta madre, entonces las semillas sí suelen ser tolerantes a diversas condiciones ambientales y tienen longevidades ecológicas mayores, por lo que viajan a distancias más grandes.
Ahora bien, ¿por qué hay especies que se encuentran distribuidas de manera discontinua? Al respecto hay varias teorías, pero quizá la que ha sido más ampliamente apoyada es la que sostiene que este fenómeno es consecuencia de los cambios climáticos que se dieron en el pasado, aunados a la aparición de las barreras geográficas. De ahí la conveniencia de que los estudios sobre la potencial dispersión a gran distancia, se hagan en islas oceánicas y no en masas continentales. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿cómo viajan las semillas a través de los océanos? y ¿qué tan lejos pueden llegar? Para estudiar esta forma de dispersión, nuevamente, las islas oceánicas son elementos muy importantes, y en especial las islas de origen volcánico, ya que presentan ciertas ventajas debido a que se conoce su edad, la época en que se poblaron y su aislamiento de otras masas de tierra.
A continuación veremos algunos ejemplos de esta forma de dispersión.
Isla Krakatoa: Se encuentra en el archipiélago indomalayo y su colonización de plantas se estudió después de la erupción ocurrida en 1883. En 1908, Ernst estimó que de las 92 especies de plantas con flor presentes en la isla, el 72% llegaron por corrientes marinas, el 10% por aves y el 16% por viento (Murray, 1986).
Islas Hawaii: Se encuentran en el norte del Océano Pacífico y cuentan una edad aproximada de 70 millones de años. Más de la mitad de las plantas con flor llegaron gracias a semillas transportadas por aves ya sea pegadas al plumaje 12.8% o llevadas internamente 39.0%; sólo 1.4% fueron llevadas por los vientos y casi el 23% pudo haber llegado por semillas o frutos flotantes (Carlquist, 1970). Hoy en día las Islas Hawaii no están en trayectoria directa de corrientes mayores y están aisladas del Pacífico Sur por corrientes ecuatoriales, por lo que resulta sorprendente el alto número de especies que llegaron a estas islas por medio de semillas flotantes. Observando algunos tipos de frutos y semillas de las especies endémicas que se encuentran actualmente en las Islas Hawai, Carlquist (1974) se dio cuenta de que no presentan características que les permitan una dispersión amplia y agrega que la flora de estas islas debe haber llegado por dispersión a gran distancia, pero, con el paso del tiempo y como resultado de la diversificación evolutiva de la flora originalmente establecida, dieron lugar a especies cuyas semillas perdieron dispersabilidad. El 90% de la flora de las Islas Hawai es endémica a nivel de especie.
Islas Galápagos: Se encuentran situadas frente a las costas de Ecuador, en América del Sur y su edad aproximada es de 3 millones de años. Se ha calculado que el 60% de las especies vegetales de las islas, llegó gracias a las semillas transportadas por aves, el 30% a semillas llevadas por el viento y el 10% a semillas que llegaron por deriva oceánica (Porter, 1976). De las especies que arribaron a las Islas Galápagos, hay una proporción menor de las que llegaron por deriva oceánica (10%) en comparación con las Islas Hawaii (23%); es posible que esto se deba a la diferencia de edades y al hecho de que las Islas Galápagos están muy cerca de una masa continental, ya que el lugar más próximo se encuentra a sólo 800 km. Por lo menos el 37% de su flora es endémica (Porter, 1979), lo que comparado a las Islas Hawai (90%), nos permite decir que se debe también a su corta edad y a su cercanía de una masa continental.
Islas Revillagigedo: Se encuentran situadas frente al Estado de Nayarit, son las islas oceánicas de México. Carlquist (1974) calculó que el 63.4% de las plantas con semilla llegaron a estas islas por medio de aves, el 28% por deriva oceánica y el 8.5% por flotación aérea; este último porcentaje, relativamente alto, refleja su cercanía a un continente.
Como se ve en los casos anteriores, la dispersión a gran distancia se lleva a cabo gracias a tres agentes: las aves, la deriva oceánica y el viento.
A continuación veamos algunos ejemplos de estas formas:
Dispersión por corrientes oceánicas: En este caso se necesita, en primer lugar, que las semillas puedan flotar y ello es posible gracias a cualquiera de las siguientes causas (Gunn et al., 1976):
a) Flotación debida a una cavidad dentro del propágulo, en el caso de una semilla existe una cavidad intercotiledonaria: si se trata de un fruto existe una cavidad dentro de su pared.
b) Flotación debida a la baja densidad del tejido cotiledonario.
c) Flotación debida a una cubierta fibrosa o suberosa o a una combinación de ambas.
d) Flotación debida al bajo peso de la semilla.
e) Flotación debida a una combinación de los factores arriba mencionados.
El fruto de la palma el “cocotero” es decir el “coco de agua”, ilustra ampliamente la dispersión por flotación en el agua. Esta planta crece en las costas, lo que permite que sus frutos tengan fácil acceso al mar y puedan así distribuirse a lo largo de todos los trópicos del mundo. Es una de las primeras especies colonizadoras de cualquier playa tropical que se origina. Se ha reportado que fue uno de los frutos que llegaron en forma muy abundante a las playas recién formadas de la Isla Krakatoa después de su erupción en 1883 (Ernst, 1908).
Dispersión por aves: Como ya se dijo antes las aves dispersan las semillas, llevándolas internamente o pegadas al plumaje y las patas.
En algunos casos el ave toma el arilo o la pulpa del fruto y tira las semillas, en otros casos se come el fruto junto con la semilla y bien o las regurgita o salen con las heces, a una cierta distancia de sus progenitores; mientras mayor sea el tiempo que la semilla tarda en pasar por el tracto digestivo mayor es la posibilidad de dispersarse ampliamente. Las aves prefieren los frutos rojos y negros, también los azules. Las aves que son especialistas frugívoras, realizan una dispersión de “alta calidad”, ya que su dependencia de un fruto en particular las hace más confiables como dispersores. El costo para la planta de los beneficios de una dispersión confiable, consiste en la producción de un pericarpo muy nutritivo, este tipo de frutos se encuentran en las familias: Palmae, Lauraceae y Burseraceae (Fenner, 1985).
Agradecimientos
En este trabajo se desarrollan algunas de las ideas del Dr. Carlos Vázquez-Yanes, al que también agradezco el haberme proporcionado buena parte de la bibliografía.
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Referencias Bibliográficas
Axelrod, D. I., 1952, A Theory on angiosperm evolution, Evolution 6:29-60.
Carlquist, S., 1970, Hawaii, a natural history, Natural History Press, Garden City, New York, 463 pp. Carlquist, 1974, Island Biology, Columbia University Press, New York, 660 pp. Ernst, A., 1908, The New Flora of the Volcanic Island of Krakatoa, Cambridge University Press, Cambridge, U. K. Fenner, M., 1985, Seed Ecology, Chapman and Hall, London, New York, 151 pp. Good, R., 1964, The Geography of the Flowering Plants, Longmans Green and Co., L.T.D., 518 pp. Gunn, Ch., Dennis, J. V. y Paradine, P. J., 1976, World Guide to Tropical Drift Seeds and Fruits, Quadrangle/New York Times Book, New York, 240 pp. Hutchinson, J., 1959, The Families of Flowering Plants, Oxford University Press. Murray, D. R., 1986, “Seed dispersal by water”, en D. R. Murray (Ed.), Seed dispersal, Academic Press Australia, pp. 49-81. Porter, D. M., 1976, “Geography and Dispersal of Galapagos islands vascular plants”, Nature 264: 745-746 Porter, D. M., 1979, en D. Bramwell (Ed), Plants and Islands, Academic Press London, pp. 225-256. Vann Steenis, C. C., 1962, The land bridge theory in botany, Blunea 11 (2): 235-372. Wegener, A, 1929, The Origin of Continents and Oceans, Dover Pub. Inc., New York, 246 pp. |
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Aurea García Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. |
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cómo citar este artículo →
García, Aurea. 1991. La dispersión de las semillas. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 3-6. [En línea].
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