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La llegada del eucalipto a México
 
 
 
Nina Hinke
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La introducción del eucalipto en México se ha dado por etapas, y en cada una de ellas su propagación ha obedecido a distintos fines. En el último tercio del siglo pasado fueron los médicos quienes impulsaron la aclimatación del eucalipto en el valle de México con el fin de "sanear" la ciudad y reducir los casos de malaria. Las fiebres frecuentes y otras "afecciones palustres" preocupaban seriamente a los médicos y a las autoridades. Con el fin de determinar científicamente las causas que propiciaban el aumento de estas enfermedades y la manera de combatirlas, la Academia Nacional de Medicina ofreció un premio de quinientos pesos.
 
El doctor De Bellina, cuyo escrito mereció el reconocimiento de la Academia por su excelente exposición acerca de los principios generales de la "buena higiene", opinaba que el incremento en los accidentes palustres era consecuencia de la degradación de las condiciones sanitarias de la ciudad y, en particular, de la acumulación de aguas estancadas debido a la falta de limpia de las atarjeas y a la escasez de drenaje, lo cual había propiciado la acumulación de miasmas. Para combatir las enfermedades era necesario desecar las zonas pantanosas y plantar numerosas hileras de árboles. En su estudio, De Bellina recomendaba el uso de eucaliptos, en particular las especies Eucalyptus gobulus, Blue gum. y Gunii, que ya habían sido empleadas con éxito en lugares como Argel, Barcelona, Cádiz y en varias ciudades de Italia y Córcega.
 
Mucha de la información en torno al eucalipto había sido recopilada con fines estratégicos por los médicos militares establecidos en Argelia. Gracias a la plantación de esas especies habían logrado reducir los casos de malaria que hacía verdaderos estragos entre sus filas y  ponía en peligro la empresa colonial. En aquella época ya se habían sembrado en Argelia quince millones de árboles.
 
Con esas experiencias y otros datos, De Bellina calculó que para sanear el valle de México era necesario plantar cincuenta y dos millones seiscientos cincuenta mil árboles.
 
La idea de plantar eucaliptos para mejorar las condiciones sanitarias del valle de México y de combatir las enfermedades no era novedosa entre los científicos mexicanos, pues ya en 1874 se había nombrado una comisión en el Consejo Superior de Salubridad, institución encargada de regular y vigilar los asuntos de la salud pública, para dictaminar sobre el efecto higiénico y los posibles usos medicinales de Eucalyptus globulus. La comisión había concluido que la introducción del árbol originario de Australia a suelo mexicano sería muy provechosa, ya que la experiencia mostraba "que en las comarcas malsanas en donde los pantanos abundan y dan nacimiento a miasmas que dan muerte a un gran número de habitantes produciéndoles el envenenamiento pernicioso, [...] la plantación de Eucalyptus las transforma en lugares sanos y ricos".
 
Aunque parezca raro, estas ideas eran compartidas por toda la comunidad científica de la época y estaban sustentadas en una teoría de la enfermedad coherente. Los causantes de las enfermedades eran los miasmas que se originaban preferentemente en los lugares pantanosos donde había agua estancada y descomposición de materiales tanto de origen vegetal como animal, y generalmente se les podía reconocer por su mal olor. La mejor manera de combatir la acumulación peligrosa de los miasmas era fomentar la circulación, tanto de las aguas estancadas como del aire, y promover la aireación de la tierra y el empleo de antisépticos.
 
Las mejores medidas preventivas en contra del peligro de la acumulación de las emanaciones nocivas eran drenar, ventilar y purificar, y el eucalipto poseía características que le permitían contribuir a ello. El doctor De Bellina afirmaba que sus raíces "perpendiculares y fuertes que absorben en grado superior el agua, y que perforan profundo el suelo", hacían desaparecer el exceso de humedad y fomentaban la filtración de aire y agua en la tierra, y "la calidad prodigiosa e incomparable de sus hojas" que esparcen en la atmósfera "cantidades enormes de vapores acuosos, oxígeno y efluvios balsámicos" purificaban el aire. La acción antiséptica del eucalipto residía principalmente en el bálsamo de sus hojas, pues, como opinaba la comisión, "si el perfume que desprende el árbol como es de suponerse está formado en su totalidad del principio volátil del Laurus camphora, es casi seguro que será un buen medio de neutralizar los malos efectos de nuestros pantanos y lagunas". Los bálsamos debían su poder antiséptico a su volatilidad y aroma que disponían a la circulación —en contra del estancamiento— al mismo tiempo que disipaban el exceso de putrefacción en el cuerpo. Si los olores fétidos entraban en el organismo por medio de la inhalación causando efectos nocivos al interrumpir el flujo de la sangre por obstrucción de las venas y el aumento de la viscosidad de los humores, el aire perfumado por el eucalipto podía disiparlos y restablecer el fluir del cuerpo.
 
El eucalipto tenía además un efecto directo sobre el organismo como medicamento, y esto también era de considerarse como una razón para introducirlo en el valle de México y otros lugares de la República. El informe del Consejo Superior de Salubridad recomendaba el uso de las distintas preparaciones en los hospitales de la Beneficencia Pública, ya que la esencia o eucalyptol servía para sanar las bronquitis subagudas, la laringitis catarral, la tisis de marcha lenta, las pulmonías crónicas y las gangrenas pulmonares. El polvo y las píldoras hechas a partir del extracto alcohólico de las hojas eran aconsejados como tónico para los enfermos debilitados, y también en los casos de fiebres intermitentes, asegurando un gran éxito. Finalmente, los cigarros balsámicos eran recomendados para combatir las toses espasmódicas y el enfisema.
Así fue como los médicos promovieron en una primera etapa la introducción del eucalipto en México. Lo que no sabemos es si se plantaron los cincuenta y dos millones de árboles que proponía el doctor De Bellina. Con el tiempo, el uso medicinal del eucalipto fue cayendo en desuso, y su propagación en el país obedeció a otros impulsos.
Referencias bibliográficas
 
Corbin A. 1982. Le miasme et la jonquille. Flammarion, París.
Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia. Fondo Salubridad Pública. Medicamentos. Caja 1. Expediente 19. 1874. Eucalyptus. Memoria del Dr. De Bellina sobre la intensidad del paludismo en México. 1882. Gaceta Médica de México, tomo 17, pp. 347, 352, 413.
Nina Hinke
Universidad de París VII.
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como citar este artículo

Hinke, Nina. (2000). La llegada del eucalipto a México. Ciencias 58, abril-junio, 60-62. [En línea]

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