La influencia del experimento del Michelson y Morley en la teoría de la relatividad
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Marta Martín del Rey y Ángel Martín del Rey
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Desde la época de Galileo se tenía constancia de la relatividad
del movimiento y del hecho de que cada objeto posee un sistema de referencia propio. Sin embargo, en el siglo XIX los científicos estaban empeñados en hallar un sistema de referencia absoluto, es decir, que no se moviera y que sirviera de referencia para el resto; era una obsesión justificada por el hecho que toda la mecánica clásica está fundamentada en este tipo de sistemas. Simultáneamente, otro de los problemas que ocupaba a los físicos era el medio a través del cual se propagaba la luz. Uno de los posibles era el éter, que se definía como un fluido imponderable y elástico que ocupa todos los huecos del universo. Si se demostraba la existencia de semejante fluido, éste no sólo explicaría el desplazamiento de las ondas lumínicas, sino que podía ser el sistema de referencia absoluto que tanto ansiaban. Existían dos grandes hipótesis relativas al mismo: que se desplazara en conjunto con la Tierra o que la Tierra se desplazara respecto del éter.
Fue así como, por una parte, los investigadores Michelson y Morley idearon un experimento para medir el desplazamiento de la Tierra con respecto de ese medio, el cual se llevó a cabo en 1887. Partiendo de un dispositivo que Michelson había ideado, construyeron en el laboratorio un nuevo interferómetro, en el que una misma fuente emite dos rayos de luz de la misma longitud que recorren simultáneamente dos caminos (de ida y vuelta), pero dispuestos formando un ángulo de 90º —de esta manera se veían afectados de manera diferente por el éter. Al juntar los dos rayos y observar el patrón de interferencia obtenido, el interferómetro dio un resultado negativo, es decir, no había pruebas de la existencia del éter; pero para no romper todos los esquemas que se tenían, se concluyó que el éter era arrastrado por la Tierra.
Por otro lado, en 1905 Albert Einstein dio a conocer su teoría de la relatividad, que establecía principalmente dos postulados:
1) todo movimiento es relativo a cualquier cosa. En consecuencia, el éter, que se había considerado durante todo el siglo XIX como medio propagador de la luz y como la única cosa absolutamente firme del Universo, con movimiento absoluto y no determinable, quedaba fuera de lugar en la física —que no necesitaba de un concepto semejante;
2) la velocidad de la luz es siempre constante con respecto de cualquier observador.
Teniendo en cuenta este contexto, la problemática que los une, parecería evidente que el experimento llevado a cabo por Michelson y Morley y lo establecido por Einstein en su teoría de la relatividad están estrechamente relacionados; podemos incluso pensar que la base de la que partió Einstein fue el famoso experimento, pues lo que postuló veinte años después es lo obtenido experimentalmente por Michelson y Morley. De hecho, es así como la mayoría de los libros de texto lo establecen y así se enseña en las aulas. Por tomar un ejemplo, en su libro Principle of Modern Physics, Robert B. Leighton llega a la siguiente conclusión: “Einstein propuso finalmente un enfoque radicalmente diferente del problema planteado por el experimento de Michelson y Morley. Explicó el resultado nulo recurriendo simplemente al principio de relatividad”. Esta idea la vuelven a poner de manifiesto otros dos científicos, Richard Feynman y Matthew Sands: “como mencionamos anteriormente, se realizaron varios intentos para determinar la velocidad absoluta de la Tierra a través del hipotético éter que se suponía rellenaba todo el espacio. El más famoso de ellos fue el que llevaron a cabo Michelson y Morley en 1887. Pasaron 18 años antes de que Einstein pudiese finalmente explicar dichos resultados”. Esta misma creencia ha sido compartida por gran parte de la comunidad científica a lo largo del tiempo, asociando lógicamente estos dos hechos. Cabe señalar que en un primer momento la comunidad científica se sintió desconcertada y confusa frente al resultado obtenido por Michelson y Morley, lo que resulta lógico si tenemos en cuenta que los científicos de aquella época mostraban un apego extremo hacia la teoría en la que creían (al contrario de los de la nuestra, que han crecido con la idea de que las teorías físicas actuales van a volverse obsoletas a medida que vaya avanzando la investigación), ya que la consideraban como verdadera y eterna. Por la misma razón, la teoría de la relatividad causó gran revuelo. La comunidad científica se sintió totalmente desconcertada frente a esta nueva concepción que les parecía abstracta y sin sentido, aun cuando el propio Einstein afirmara lo contrario: “quiero recalcar que esta teoría no tiene un origen especulativo, sino que debe por entero su nacimiento al deseo de hacer que la teoría física concuerde en la mayor medida posible con los hechos observados. No tenemos en ella un acto revolucionario, sino la continuación natural de una línea que puede trazarse a lo largo de varios siglos. El abandono de ciertos conceptos de espacio, tiempo y movimiento, hasta el presente considerados como fundamentales, no ha de considerarse arbitrario, porque ha sido condicionado por los hechos observados”, dando así por sentada la no existencia del éter, y proponiendo una nueva forma de ver el mundo: la relatividad. El resultado del famoso experimento fue un elemento que en un primer momento ayudó a la teoría de Einstein a ser aceptada como verdadera —como lo ha sostenido el profesor de física de la Universidad de Chicago, Anthony Ruhan; esto se puede apreciar en los testimonios de científicos de la época, como Max von Laue, quien en 1911 afirmó: “el resultado negativo del experimento de Michelson forzó a hacer una nueva hipótesis que condujo a la teoría de la relatividad. De esta manera el experimento se convirtió en el experimento fundamental de la teoría de la relatividad, puesto que a partir de él uno llega casi directamente a la deducción de las transformaciones de Lorentz que contienen el principio de la relatividad”. Al igual que en 1914 lo hiciera Petzold: “la teoría einsteiniana está completamente ligada al resultado del experimento de Michelson y puede derivarse de él”. Aunque estas opiniones no afirman rotundamente el surgimiento de la teoría a partir del experimento, sí destacan un fuerte vínculo entre ellos.
Hubo otros que emitieron opiniones más tajantes; tal fue el caso de Millikan, quien sostenía que todo progreso científico surge del uso de los instrumentos y ponía como ejemplos la teoría de la relatividad y el experimento de Michelson y Morley —primero surgió el interferómetro y luego vino la teoría—, la cámara de niebla de Wilson dio lugar a la mayoría de los conocimientos de los rayos cósmicos, y el magnetrón, progenitor del radar. Millikan defiende la idea del surgimiento de la teoría a partir del resultado experimental, mas no especifica el proceso —aunque se puede deducir que para él eran dos sucesos consecutivos íntimamente relacionados. En el mismo sentido, en 1921 Wien afirma que “el resultado negativo del experimento de Michelson es el hecho experimental sobre el que descansa la teoría de la relatividad”, al igual que años antes Loyd Swenson dijera que ésta surgió de “la necesidad de explicar el resultado negativo del famoso experimento de Michelson y Morley, y de la conveniencia de usar las ecuaciones de Maxwell del campo electromagnético sin modificarlas cuando se aplican a un sistema que está referido a unos ejes móviles”.
Wien y Loyd Swenson son mucho más claros y concisos que sus predecesores, pues expresan su profundo convencimiento de que Einstein partió de lo descubierto por Michelson y Morley para idear su famosa teoría; para ellos esa deducción suponía “encontrar la llave de la puerta de la relatividad”. Pero como dijo Einstein una vez, para llegar a una teoría física hay muchos caminos y generalmente se suele llegar a ella por caminos indirectos, y el camino que nos parece más fácil o más lógico para el surgimiento de una teoría no es el que necesariamente se ha seguido. En este sentido apuntan los comentarios de H. P. Robertson, quien afirma que “Einstein obtuvo deductivamente su teoría basándose en la transformación de Lorentz. El enfoque inductivo no había llegado a la teoría porque las principales observaciones relevantes de las que se disponía entonces, en especial el experimento de ‘corriente de éter’ de Michelson y Morley (1886), podían ser explicadas de otra manera”. Al contrario de sus colegas, estos investigadores creen que aunque esas dos piezas del rompecabezas encajan, pueden existir muchas más entre ellas.
En la misma línea de pensamiento, Henri Bergson afirma que “la teoría de la Relatividad, incluso la ‘especial’, no está fundamentada exactamente en el experimento de Michelson y Morley, ya que expresa de manera general la necesidad de mantener una forma constante para las leyes del electromagnetismo cuando pasa de un sistema de referencia a otro”. Y en la misma dirección, con mayor contundencia, T. W. Chalmers declara: “debemos dejar claro que a pesar de frecuentes afirmaciones que sostienen lo contrario, la teoría de la relatividad no encontró su inspiración y origen en el resultado negativo de los experimentos sobre la corriente del éter”. Ésta es la idea que defendemos en este ensayo.
El testimonio de Michelson y Einstein
Es probable que todos estos investigadores obtuvieran sus propias conclusiones usando su criterio y razonamiento, la lógica y las evidencias, pero quizá ninguno se preocupó por lo que dijeron los implicados en el asunto. ¿Que pasó por su mente en aquellos momentos?, ¿cómo idearon sus teorías y experimentos?, y ¿cómo se fue moldeando su opinión conforme transcurrieron los años?
Se sabe que Michelson se sintió verdaderamente frustrado con el resultado del experimento, era tal su apego a la teoría del éter que “ignoró” el destino que le vislumbraba su experimento, e incluso llegó a decir que el problema seguía sin resolverse y que si de algo sirvió su trabajo, fue para la construcción del interferómetro. Fue el primer norteamericano que recibió un premio Nóbel de Física —en 1907. No se esperaba de ningún modo que su creencia en el éter fuera falsa, por ello se negó a aceptar la realidad que tenía ante sus ojos y aún más cuando ésta se basaba únicamente en lo que él había obtenido. No se dio por vencido y trató de demostrar que el éter sufría un arrastre diferencial debido a la altitud, pero nuevamente el resultado fue negativo. Michelson se resistía a ver más allá y decía: “debe admitirse entonces que estos experimentos no son suficientemente concluyentes para justificar la hipótesis del éter arrastrado por la Tierra en su movimiento. Pero, ¿cómo se pueden explicar los resultados negativos?”. Su resistencia se fue debilitando poco a poco. Primero se aferró a la hipótesis de Lorentz y Fitzgerald, en la cual el resultado del experimento suponía una contracción en el material del que estaba hecho el brazo del interferómetro, pero se dio cuenta de que esa explicación era artificial y poco creíble, por lo que finalmente, en 1927, aceptó la explicación dada por la teoría de la relatividad. Pero no fue una aceptación total y sin reservas, ya que esa teoría “destruía” lo que se negaba a dejar: “el éter”. La inconformidad de Michelson se aprecia en sus declaraciones: “es de esperar que la teoría pueda ser reconciliada con la existencia de un medio, efectuando una modificación a la teoría o, más probablemente, por la atribución de propiedades necesarias al éter”. No obstante, una vez aceptada la relación entre su experimento y la teoría de Einstein, como muchos científicos de la época, creyó que su experimento había sido la clave para su desarrollo, pero no en el sentido que le atribuía la mayoría, sino como la base de las transformaciones de Lorentz sobre las que descansa la teoría de Einstein. Cuando Einstein dijo que para él no había sido importante su experimento, Michelson defendió el papel que desempeñó en esa revolución científica, quería un reconocimiento en aquello que en un principio calificó de “fracaso”, deseaba un lugar en la historia. Ciertamente, la mayoría de los científicos y experimentalistas ya le habían otorgado dicho reconocimiento, pero el que pedía llegó en 1931, cuando Einstein alabó su trabajo y lo consideró fundamental para su teoría. En contraste con la opinión de Michelson, que fue progresando y cambiando según se fueron desarrollando los acontecimientos, las opiniones de Einstein fueron muchas y muy variadas, al menos aparentemente. Quizás a simple vista parezcan confusas, un tanto caóticas, pero en el fondo existe una conexión entre todas ellas. La primera manifestación pública de Einstein al respecto fue en 1915, en un artículo titulado “Relativity Theory”, en donde ya muestra la esencia de su pensamiento, la necesidad que tenía su teoría del experimento de Michelson para ser aceptada: “los éxitos de la teoría de Lorentz eran tan significativos, que los físicos habrían abandonado el principio de relatividad sin remordimiento si no fuese por el hecho de disponer de un importante resultado experimental del que debemos hablar ahora: el experimento de Michelson”. Es decir, que si no existiera el experimento, él también creería a Lorentz, proporcionando ya entonces a Michelson un lugar en esa historia. Sin embargo, años después, en 1950, en una entrevista con el profesor de física R. S. Shankland, se pone a la defensiva diciendo que había tenido noticia del experimento de Michelson y Morley por medio de H. A. Lorentz “¡pero solamente después de 1905 le había prestado atención!”. Posteriormente, en otra conversación con el mismo Shankland, se puede apreciar un cambio en el tono y en sus opiniones: “no es tan sencillo decirlo, no estoy seguro de cuándo supe por primera vez del experimento de Michelson. No era consciente de que me hubiera influido directamente durante los siete años en que la relatividad era toda mi vida. Creo que simplemente di por hecho que era verdadero”.
Esa misma idea expresó en una carta enviada y leída en una reunión especial de la Cleveland Physics Society en 1952, donde explica detalladamente los aspectos en los que se asienta su teoría, dejando en un segundo plano el famoso experimento: “la influencia del experimento crucial de Michelson y Morley en mis propios trabajos ha sido bastante indirecta. Tuve noticia de él por las decisivas investigaciones de Lorentz sobre la electrodinámica de los cuerpos móviles (1895) con la que yo estaba familiarizado antes de desarrollar la teoría especial de la relatividad.
La suposición básica de Lorentz sobre la existencia de un éter en reposo me parecía poco convincente en sí misma, y también porque llevaba a una interpretación del resultado del experimento de Michelson y Morley que me parecía artificial. Lo que me llevó en cierta manera directamente a la teoría especial de la relatividad fue la convicción de que la fuerza electromotriz que actúa sobre un cuerpo en movimiento dentro de un campo magnético no era otra cosa que un campo eléctrico. Pero también me sirvió de orientación el resultado del experimento de Fizeau y el fenómeno de aberración”. Es decir, “la teoría especial de la relatividad tiene su origen en las ecuaciones de Maxwell de campo electromagnético, a la inversa, éste último puede ser comprendido formalmente de manera satisfactoria solamente por medio de la teoría especial de la relatividad”.
Einstein no mentía cuando dijo que no había prestado atención al experimento antes de 1905, porque en la introducción de su artículo expresa las afirmaciones en que se apoya y los ejemplos o razones que daba para cada una de ellas. Especial mención merece el hecho de que no aporta razones o ejemplos a su afirmación de que “los intentos por descubrir un movimiento de la Tierra con respecto al ‘éter lumínico’ han fracasado”, lo cual significa que era una idea que tenía bastante clara y argumentada en su mente. En esa publicación tenemos una evidencia de que Einstein sí escuchó algo referente al experimento de Michelson y Morley, pero no fue lo que le empujó a postular su teoría, sino que simplemente le hizo afianzarse en sus propias ideas. Es decir, que la influencia de dicho resultado fue tan insignificante, tan inconsciente o indirecta, que no lo dejó por escrito. Quizá esto se deba a que Einstein era un hombre con una mente verdaderamente privilegiada para la física, que dedicó toda su vida a la ciencia y quiso alcanzar los objetivos que ésta planteaba. Si consideramos que publicó su gran teoría a la edad de 26 años, es claro que desde muy joven se dedicó a la resolución de dicho problema, lo cual consigna su biógrafo en 1930 cuando dice que desde la universidad tenía la inquietud de construir un aparato que midiera el movimiento de la Tierra respecto del éter, nunca lo llevó a cabo, pero la idea permaneció en su mente. Él ya había deducido entonces lo que Michelson y Morley confirmarían años después con el interferómetro, por ello el experimento no le influyó ni consideró relevante ponerlo en su teoría. Esta seguridad en sus conocimientos se puede apreciar en una anécdota que cuenta su discípula Ilse Rosenthal-Schneider, a quien durante una discusión sobre su teoría, Einstein le enseño un telegrama de Eddington con los resultados de la medición de la expedición del eclipse, “y cuando yo estaba expresando mi alegría por el hecho de que los resultados coincidiesen con sus cálculos, él dijo sin ninguna emoción ‘pero yo sabía que la teoría era correcta’; y cuando pregunté que habría pasado si no hubiese habido confirmación de su predicción, replicó: ‘en ese caso lo hubiese sentido por el querido Dios, pues la teoría es correcta’”. A pesar de ello, Einstein admiraba profundamente a Michelson como persona y como científico, y así lo demostró en el discurso que pronunció en Pasadena en 1931, cuando se encontró con él: “usted, mi honorable Dr. Michelson, empezó este trabajo cuando yo sólo era un pequeñín que ni siquiera tenía tres pies de altura. Fue usted quien condujo a los físicos por nuevos caminos, y con su espléndido trabajo experimental allanó el camino para que pudiese desarrollar la teoría de la relatividad. Usted descubrió un defecto engañoso en la teoría de la luz basada en el éter, tal como existía entonces, y estimuló las ideas de H. A. Lorentz y Fitzgerald a partir de las cuales se desarrolló la teoría especial de la relatividad. Sin su trabajo esta teoría sería hoy poco más que una interesante especulación; fueron sus comprobaciones las que asentaron por primera vez la teoría sobre una base real”. Conclusiones La relación entre el experimento de Michelson y Morley y la teoría especial de la relatividad de Einstein es innegable, pero no es simple. Al parecer Einstein había oído hablar del famoso experimento, pero aunque no fuera así, una vez publicada su teoría necesitaba de él para recibir la aceptación de la comunidad científica, por muy seguro que estuviera de sus buenos resultados. Por su parte, Michelson acabó aceptando la teoría y se sintió honrado de haber contribuido a ella aunque hubiera sido “accidentalmente”.
La relación entre teoría y experimentación no es sencilla, pues en ella influyen múltiples factores (el contexto histórico, la relación entre científicos, sus medios de comunicación); el caso aquí expuesto es clara muestra tal complejidad. |
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Referencias bibliográficas
Einstein, A. 1915. “Relativity Theory”. Die Physik. Emil Warburg (ed.) B. G. Teubner, Leipzig, pp. 703-713. . 1949. Autobiographical Notes. Feynman, R.; R. B. Leighton; M. Sands, 1963. The Feynman Lectures on Physics. Addison-Wesley, Massachussets. Holton, G. 1982. “Einstein, Michelson y el experimento crucial”, en Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein. Alianza Editorial, Madrid. Jaffe, B. 1944. Men of the Science in America. Simon & Schuster, Nueva York. . 1960. Michelson and the Speed of the Ligth. Doubleday & Co., Nueva York. Michelson, A. A. 1927. Studies in Optics. University of Chicago Press, Chicago. Millikan, R. A. 1950. The Autobiography of Robert A. Millikan. Prentice-Hall, Nueva York. Robertson, H. P. 1949. “Postulate versus Observations in the Special Theory of Relativity”, en Review of Modern Physics, núm. 21, p. 378. Shankland, R. S. 1963. “Conversations with Albert Einstein”, en American Journal of Physics, vol. 31, pp. 47-57 Swenson, L. 1912. The Etheral Aether: A History of the Michelson & Morley Aether Drift Experiments 1880-1930. University of Texas Press, Austin. |
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Marta Martín del Rey
Facultad de Ciencias Físicas.
Marta Martín del Rey es licenciada en Ciencias Físicas por la Universidad de Salamanca. En la actualidad estudia el doctorado en Física de la Atmósfera.
Ángel Martín del Rey
Departamento de Matemática Aplicada, Universidad de Salamanca.
como citar este artículo →
Martín del Rey, Marta y Martín del Rey, Ángel. (2009). La influencia del experimento de Michelson y Morley en la teoría de la relatividad. Ciencias 94, abril-junio, 4-11. [En línea]
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El agua en la ciudad de México
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Tanni Guerrero, Celeste Rives, Alejandra Rodríguez, Yolitzi Saldívar, Virginia Cervantes
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Si deseamos la continuidad de la vida como la conocemos, es necesaria la creación de una nueva cultura que reconozca y respete el valor del agua.
De esta nueva cultura dependerá la supervivencia de las futuras generaciones y especies del planeta.
Lynn Margulis
En muchas regiones del mundo el agua se está convirtiendo en
un factor limitante para la salud humana, la producción de alimentos, el desarrollo industrial y la estabilidad económica y política. Aunque 70% de la superficie del planeta está compuesta por agua, solamente 2.5% es agua dulce, y de esta última poco menos de 0.3% es agua superficial. La cantidad de agua dulce superficial junto con la subterránea de todo el planeta es menor a 1%, lo que implica que solamente 200 000 km3 están disponibles para el consumo humano y el mantenimiento de los ecosistemas naturales.
La disponibilidad natural de agua es muy heterogénea espacial y temporalmente en las distintas regiones del mundo. Esta condición propicia que algunos países cuenten con agua para el consumo humano en abundancia y otros padezcan escasez, como son los casos de Canadá con 99 700 m3 por habitante al año y la India con 2 300. En México la disponibilidad promedio se estimó en 4 547 m3 para el año 2004, cifra que lo coloca en el noveno lugar de disponibilidad en el contexto
internacional, aunque, de acuerdo con las categorías establecidas por los organismos internacionales está considerado como un país con baja disponibilidad natural de agua (cuadro 1).
Si bien la disponibilidad promedio de agua por habitante es un indicador útil cuando se realiza una comparación internacional, éste no refleja la realidad cuando se analiza la variabilidad en su distribución espacial y temporal en el territorio mexicano. Por ejemplo, mientras que en la Península de Baja California la disponibilidad natural por habitante al año es tan sólo de 1 336 m3 por habitante al año, en Chiapas la categoría de disponibilidad asciende a 24 674. Este contraste se magnifica cuando se agregan los factores relativos a la población como son su distribución, las actividades económicas y su tasa de crecimiento por región. En el centro, norte y noroeste del país se concentra 77% de la población total y se realizan importantes actividades económicas, equivalentes a 85% del Producto Interno Bruto (pib); sin embargo, sólo se recibe 32% del escurrimiento total nacional. El restante 68% se concentra en el sureste del país, región en donde la población representa solamente 23% del total nacional y las actividades económicas únicamente conforman 15% del pib. La confluencia de esta variedad de factores ocasiona que en las distintas regiones hidrológicas administrativas la disponibilidad de agua en promedio por habitante llegue a situaciones extremas, como es el caso de la región del valle de México y sistema Cutzamala (figura 1).
La situación de escasez propicia que el abastecimiento hídrico se complemente con el uso de los 653 acuíferos que hay en todo el territorio nacional, como en las regiones hidrológicas denominadas valle de México y sistema Cutzamala, península de Baja California y cuencas centrales del norte (figura 1), en donde se utiliza agua de origen subterráneo en proporciones considerables —49, 51 y 67%, respectivamente.La velocidad de deterioro de los acuíferos es alarmante, en 1975 existían 32 sobreexplotados y en 2004 el número aumentó a 104, es decir, más de 300% en sólo 30 años. En algunos casos la situación es aún más grave pues coinciden problemas de sobreexplotación y de intrusión salina, sobre todo en las regiones del norte del país. Por todo ello el uso racional del agua subterránea es indispensable, ya que con el tiempo un número mayor de regiones dependerá de sus reservas almacenadas en el subsuelo. De hecho, actualmente 70% del agua que se suministra a las ciudades proviene de acuíferos.
La ciudad de México En México, siete de cada diez habitantes viven en una ciudad. Las proyecciones demográficas para los siguientes 25 años indican que continuará un incremento sostenido de las zonas urbanas y con ello el riesgo de mayores problemas de acceso y abastecimiento de agua, situación que ya afecta a 38 urbes del país, entre ellas el Distrito Federal. El agua que se utiliza en el df proviene de tres fuentes: 71% de aguas subterráneas, 26.5% del Río Lerma y Cutzamala y 2.5% del Río Magdalena, de esta forma la principal fuente de abastecimiento la constituyen los mantos acuíferos. El déficit hidráulico ha inducido a la sobreexplotación de los acuíferos, lo cual es resultado de un mayor volumen de extracción de agua del subsuelo con respecto de la cantidad que se infiltra. Anualmente el acuífero se recarga con cerca de 700 millones de metros cúbicos, pero son extraídos 1 300 millones, es decir por cada litro de agua de recarga se extrae casi el doble. Los procesos de deforestación, la expansión urbana hacia sitios de recarga de acuíferos y la canalización de las aguas pluviales al drenaje indican que este desequilibrio se profundizará. Además, las expectativas de una explotación más racional y de la recarga del acuífero resultan todavía inciertas.
Ciudad Universitaria, un modelo a seguir Recientemente, Ciudad Universitaria (CU) fue nombrada patrimonio de la humanidad por la unesco. En el contexto de la planeación urbana, este reconocimiento es de singular relevancia para el país, ya que desde los inicios de su construcción (principios de los años cincuentas) el proyecto urbano-arquitectónico del campus ha sido sobresaliente. El manejo del agua en cu no ha sido la excepción y debiera servir como un modelo de aplicación en las grandes ciudades. Desafortunadamente no parece existir un programa rector que informe y difunda dicho programa, que enfatice su importancia en el contexto del uso adecuado del agua en el campus y, además, que contribuya a fomentar una cultura del uso adecuado del agua. Aunque una estrategia de difusión con tales características sería muy deseable, es posible tener un panorama general del cómo se ha administrado este recurso en cu utilizando herramientas metodológicas como la revisión de archivos documentales, la realización de entrevistas y encuestas a informantes clave. Así, por ejemplo, un hecho notable es que en el campus se debe abastecer una demanda de agua de 80 litros por segundo y, en promedio, el consumo diario total es de 8 050 m3. De acuerdo con la Dirección General de Obras de la unam durante la última década el consumo anual promedio se ha mantenido en 3 millones de m3 de agua, independientemente de los altibajos de la población universitaria y de la continua afluencia de visitantes, los que en mayor o menor medida son consumidores de este recurso.
Asimismo, en cu no se hace uso de la infraestructura hidráulica que suministra de agua al df, ya que su abastecimiento se da a partir de tres pozos ubicados al interior del campus. El suministro y distribución del agua incluye dos vertientes de manejo, el sistema de agua potable y el sistema de agua tratada. El sistema de agua potable para el consumo en las distintas dependencias se compone de tres subsistemas: el de suministro, el de almacenamiento y el de la red de distribución de agua (figura 3).
El primero se encuentra regulado por tres pozos profundos que han mantenido su nivel inicial de extracción a pesar de la continua demanda de agua de la comunidad universitaria y de que dos de ellos tienen más de treinta años de uso continuo. En estos pozos, denominados Multifamiliar y Facultad de Química, se realiza una extracción las 24 horas al día, mientras que en el del Vivero Alto, de construcción más reciente, sólo se llevan a cabo dos extracciones diarias.
El proceso de distribución de agua a las dependencias inicia con el suministro de los pozos al subsistema de almacenamiento, que está constituido por tres tanques (con capacidad total de almacenamiento de 12 000 m3) y el conjunto de cisternas con que cuenta cada facultad. El agua almacenada en los tanques se suministra directamente a las cisternas por medio de la red de distribución, con excepción del pozo de Química, que normalmente dirige el agua directamente a la red (figura 3). La red de distribución opera por gravedad a partir de los tanques de almacenamiento, por lo que no requiere energía eléctrica para llevar a cabo su funcionamiento. Esta característica redunda en una estrategia ambiental y económicamente adecuada, pues contribuye a disminuir el consumo de energía y a aminorar costos económicos para la unam. Adicionalmente, la red cuenta con un sistema de válvulas que impide el flujo de agua continuo en caso de fuga, y las características del material que la constituye no sólo es de amplia durabilidad, también contribuye a mantener una buena calidad del agua, ya que las tuberías no se oxidan por dentro.
Previo a su distribución el agua obtenida de los pozos se somete a un proceso de potabilización. Las técnicas que se emplean se fundamentan en el uso de cloro gaseoso e hipoclorito de sodio en solución, cuya aplicación, aunada a las características de las tuberías que distribuyen el líquido, hacen que el agua utilizada en cu sea de excelente calidad para el consumo humano —condición corroborada diariamente por el Departamento de Salud Ambiental de la Dirección General de Servicios Médicos de la unam.
Desafortunadamente, estos hechos son poco conocidos por la población universitaria. De existir una apropiada difusión de esta información, los consumidores de agua embotellada tendrían una opción para aminorar su compra. Esta situación sería muy deseable, tanto en el contexto ambiental como en el institucional, pues ayudaría a disminuir la generación de desechos. En cuanto al agua tratada, desde inicios de la década de 1970 se consideró que era necesario disminuir la descarga de aguas residuales en el subsuelo y procurar que fuesen recolectadas y procesadas para su reutilización. Sobre esta base se ha construido el Sistema de captación y suministro de aguas tratadas para el riego de áreas verdes, que actualmente está formado por cuatro subsistemas: el de captación —constituido por una red de alcantarillado—, el de tratamiento —que incluye dos plantas de tratamiento de aguas residuales y un tanque de homogeneización recientemente construido—, el de almacenamiento —que consta de doce cisternas— y la red de distribución de agua tratada —cuya longitud abarca 2.9 kilómetros (figura 3). La red de alcantarillado ha incrementado su cobertura permanentemente. Inicialmente sólo comprendía las dependencias más antiguas como Química, Medicina y las áreas circundantes a Rectoría; sin embargo, conforme se construyen nuevos edificios se realizan obras para incrementar su cobertura —en este caso se encuentran la Facultad de Ciencias y las dependencias de la zona de la Investigación científica, que recientemente se integraron a la red de alcantarillado. Esta obra consta de una red de 5 100 metros de longitud, un tanque de almacenamiento y homogeneización de caudales con capacidad para almacenar 792 m3 de agua residual, y un sistema de biofiltros para el control de malos olores. Con esta obra se sustituye el sistema de fosas sépticas y descarga a grietas, lo que evita la contaminación del manto freático, y se proporciona una adecuada infraestructura sanitaria a aproximadamente 16 778 usuarios.
En cu se producen 110 litros de agua residual por segundo; de este caudal 70 litros por segundo son captados por el drenaje de alcantarillado que abastece a las plantas de tratamiento de Cerro del agua y Ciencias Políticas. Las plantas sólo tienen capacidad de tratar en conjunto 47 litros por segundo, por lo que se desechan 23 a la red de drenaje del df. Durante el turno diurno (de 7 a 19 horas) se tratan aproximadamente 2 030.4 m3 de aguas residuales; sin embargo, desde enero de 2004 la planta de Cerro del agua sostiene un turno nocturno (alrededor de 4 horas), debido a que el nuevo sistema de alcantarillado recolecta y almacena el agua residual generada durante el día en la zona de la Investigación científica para después conducirla durante la noche a dicha planta y así iniciar su proceso de tratamiento. La integración de este sistema a la planta ha permitido que actualmente el volumen de aguas tratadas en cu sea de alrededor de 2 707.2 m3 diariamente; esto significa un incremento de por lo menos 30 por ciento. El agua residual se destina a tres procesos biológicos de tratamiento en paralelo: lodos activados, discos biológicos rotatorios y filtro activado o filtrado percolador. Concluidos dichos procesos, el agua tratada es filtrada y desinfectada con cloro gaseoso y en solución. Una vez que el agua se encuentra apta para el riego, se conduce hacia las doce cisternas de almacenamiento que en conjunto tienen una capacidad de 4 850 m3. Finalmente, para el riego de áreas verdes se destinan 3 970 m3 de agua tratada, lo que se realiza por medio de la red de distribución que se comunica con cada cisterna (figura 3).
Estrategias para un uso eficiente Dada la creciente problemática de disponibilidad del recurso hídrico en la ciudad de México, cobra importancia la visión previsora en el cuidado y manejo del agua que ha operado en cu desde 1970. Como se indicó, en esa década se construyeron las plantas de tratamiento de aguas residuales y hacia 1990 la Dirección General de Obras estableció un conjunto de normas para hacer un uso más eficiente del agua potable en el campus. Bajo esta política, a partir de 1994 se elaboraron estrategias para reducir el consumo de agua potable (con respecto del consumo promedio de 1993) un 10% en edificios y 20% en exteriores. Además, durante 1997 se trabajó en el diseño de procedimientos para optimizar la captación y canalización de aguas pluviales a los mantos acuíferos, ello con la meta de encaminarse al principio de carga cero; es decir, que la cantidad de agua que se obtenga de los pozos sea la misma que regrese al subsuelo.
Con la finalidad de disminuir el consumo de agua potable, desde hace más de diez años se ha venido modernizando el inmobiliario de los sanitarios en las distintas dependencias. La instalación de sistemas automatizados de regulación del flujo hídrico en escusados, mingitorios y lavamanos es un avance, pues prácticamente la mayoría de las facultades cuentan con tal infraestructura. La continuidad de este programa obedece a que los sanitarios son las instalaciones con mayor demanda de agua debido a la frecuencia de uso por la población universitaria. Conviene recordar que anteriormente un escusado utilizaba 18 litros de agua por descarga y actualmente con el sistema automatizado sólo se usan seis, lo que implica un ahorro de agua potable de doce litros por descarga; en el caso de los mingitorios el ahorro representa 50% pues ahora sólo se utilizan tres litros por evento; así, la modernización de dicha infraestructura ha resultado en una estrategia crucial para disminuir el consumo de agua potable en el campus. Otros programas que denotan una visión integral de los distintos niveles de acción que implica el buen manejo del recurso hídrico en cu son las distintas estrategias que contribuyen al ahorro de agua potable y la recarga del acuífero, ya sea en forma conjunta o por separado. En el primer caso destaca la sustitución del agua potable por el de agua tratada para el riego de áreas verdes. Dado que en cu estas áreas ocupan una superficie considerable (39 hectáreas), la realización de esta acción en las áreas de mayor superficie representa una estrategia de singular pertinencia. Con ella no sólo se favorece el ahorro de más de 3 000 m3 de agua potable, sino también una aportación de agua que de manera natural se filtra hacia el manto acuífero de la zona, contribuyendo con ello a su recarga.
Otras estrategias que contribuyen a la recarga del acuífero son la construcción de estructuras de captación y conducción del agua de lluvia hacia el subsuelo, ya sea a través de las grietas naturales del terreno, o por los pozos de absorción que han sido perforados con este fin. Actualmente existen diez pozos de absorción con una capacidad aproximada de 216 m3 por unidad, cuyo diseño parte del hecho de que el basamento de cu es de una roca volcánica que facilita la infiltración del agua al subsuelo, por lo que se perforó a 50 metros de profundidad con el fin de favorecer la velocidad de absorción del agua de lluvia que es canalizada hacia ellos.
Aunque estas acciones son relativamente nuevas, su avance es considerable. Los edificios de reciente construcción cuentan con la infraestructura para la captación pluvial en las azoteas y los domos que cubren los patios centrales, son superficies por las que escurre el agua que posteriormente se concentra en las tuberías que conducen los escurrimientos hacia las grietas naturales o pozos de absorción. Con este fin también se ha aprovechado la superficie de los circuitos y los estacionamientos de las facultades e institutos, en donde se han construido o adaptado rejillas y lavaderos que captan y conducen el agua hacia los sitios de infiltración. Consideraciones finales
Se puede afirmar que en cu existe un plan integral de uso y manejo del agua, el cual se ha adecuado a lo largo del tiempo de acuerdo con el crecimiento de la población universitaria y la construcción de nuevos edificios, pero además conforme a la disponibilidad del recurso hídrico, que se ha transformado en un problema de seguridad social, con un enfoque precautorio basado en el uso de agua potable, la reutilización de aguas residuales y el riesgo de contaminación del acuífero. Dicho enfoque contrasta con la situación que impera en la ciudad de México, cuyos problemas de distribución y escasez de agua, abatimiento del manto freático, deterioro de la infraestructura hidráulica y escaso manejo de aguas residuales, se acrecientan día con día y conforme crece la población.
Ante este escenario, resulta indispensable que en el Distrito Federal se lleven a cabo estrategias equivalentes a las desarrolladas en el campus universitario, cuya factibilidad hemos puesto en evidencia, y que es muestra de que existe la tecnología y el capital humano que hacen que cu sea un ejemplo representativo del uso y manejo integral del agua en el contexto urbano. Sin embargo, aun si se contara con la tecnología e infraestructura necesaria que permitiera en la ciudad un manejo semejante, es imperante la generación de una cultura que reconozca la escasez de este recurso, que considere los factores que determinan su renovabilidad y disponibilidad diferencial, pero además, que se responsabilice de los costos de su distribución y accesibilidad. Por ello, es necesario que los usuarios dispongan de información que les permita construir una visión distinta sobre el consumo del agua. Sólo integrando estrategias tecnológicas y de difusión apropiadas a las múltiples peculiaridades del Distrito Federal será posible asegurar la disponibilidad actual y futura del agua y se podrá contribuir a la disminución del deterioro del recurso hídrico en la ciudad de México.
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Referencias bibliográficas
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ddf. 1997. “Capítulo vi. Plan maestro de agua potable”. Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica, ddf, gdf/Fideicomiso de estudios estratégicos sobre la ciudad de México, en www.uacm.edu.mx/pdf/aguayenergiaprogramas.pdf.
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gdf. 2005. Día mundial del Agua (22 de marzo, 1994). gdf/Consejo de población del Distrito Federal, en www.copo.df.gob.mx.
Martínez, C., H. V. Libreros, J. L. Montesillo y R. I. López. 2004. Gestión del agua en el distrito federal. Retos y propuestas. Coordinación de Humanidades unam/ aldf/Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad, México. Noyola, A., M. Morgan-Sagastume. 2004. “Planta de pretratamiento de aguas residuales en Ciudad Universitaria/unam con control de olores: un desarrollo tecnológico en aplicación”, en Agua Latinoamericana, mayo-junio, pp. 10-16. pnuma. 2004. geo Year Book 2003. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Nairobi. |
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como citar este artículo →
Guerrero, Tanni y et.al. (2009). El agua en la Ciudad de México. Ciencias 94, abril-junio, 16-23. [En línea]
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Un librero tamaño infantil
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Antonio Lazcano Araujo
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Mi madre siempre quiso ser torera. Como la familia pensó que
la idea era un poco excesiva y se lo prohibió, mamá decidió convertirse en agente secreto e ingresó, sin avisar a mi abuela, a una academia para entrenarse en ese oficio. Aún conservamos su credencial de estudiante y la lista de materias que debía cursar y que incluye, entre otras cosas, antropología criminal, maquillaje y disfraces policíacos, artes marciales y autodefensa, balística y explosivos. Cuando mi abuela, que siempre había soñado con ser conductora de trenes para poder viajar sin límites, descubrió lo que hacía mi madre, la sacó de inmediato de la Academia de Policía y la regresó a estudiar al convento del Sagrado Corazón de Jesús, en donde quedó de nuevo al cuidado de Sor Luz del Carmelo, una monja que era nieta de Don Porfirio Díaz y que nosotros terminamos adoptando. De allí salió mamá para casarse con mi padre, que terminó viviendo de sus inversiones en lugar de tocar la trompeta en un cabaret, como siempre lo había deseado. Un amigo y colega le preguntó a mi madre porque había querido ser torera, y su respuesta fue inmediata: “bueno, uno siempre debe de hacer algo en la vida”.
Como uno siempre debe hacer algo en la vida, nadie se opuso a mi decisión de convertirme en científico y de dedicarme a la lectura. Rilke escribió que la patria del hombre es la infancia, y en la Babel de mi niñez trashumante los libros no solamente me dieron refugio y certeza, sino también la mejor patria posible. Aun en las épocas precarias, libros y música fueron parte de la familia. Como desde muy pequeño me atraía enormemente las ciencias del espacio, mi abuela materna me envió desde México los libros en los cuales mi bisabuela había estudiado astronomía. Son volúmenes bellos que aún conservo, en donde Neptuno aún se llama Leverrier y Plutón no aparece. Nada de eso parecía importarle a mi abuela, que aunque usaba el teléfono y veía la televisión, había decidido instalarse en el siglo xix. Cuando tenía unos siete años un primo de papá, el elegante don Antonio de Cortina, me regaló una copia de Los cazadores de microbios, de Paul de Kruif. El libro me dejó memorias perdurables: al leerlo me fascinó la biografía de Pasteur pero, sobre todo, la personalidad barroca de Spallanzani y sus esfuerzos por demostrar la inexistencia de la generación espontánea.
Cuando venimos a vivir a México a casa de mi abuela, ella nos había preparado un librero de tamaño infantil con el Pequeño Larousse ilustrado, la Golden Book Encyclopedia, Ben-Hur, los libros de Mark Twain, las aventuras de Sherlock Holmes, le Grand Dictionarie de la langue française y los tres volúmenes del Libro de nuestros hijos. Al abrir uno de ellos me topé con un poema del siglo xvii de Rodrigo Caro que comienza: “Éstas, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora, ruinas que esparció rústico arado”, que resultó ser una descripción premonitoria de las finanzas familiares. En esa casa se reía mucho, pero crecimos con cierto sentimiento trágico. Como ya no había dinero para pagar a un chofer, viajábamos con ilusión en tranvías paquidérmicos, que había que abordar con cuidado porque mi abuela se empeñaba en recordarnos, desde los rumbos de Popotla, la muerte de Anna Karenina en una lejana estación de trenes de la Rusia imperial. Junto con la ópera y los perros, los libros se convirtieron en parte de nuestra vida cotidiana. Las prioridades afectivas estaban perfectamente definidas: los nietos desayunábamos Corn Flakes, pero a los perros les daban Zucaritas. Todos los domingos nos ponían a escuchar ópera, para llorar primero con La Traviata y luego con Carmen, conmovernos con la pobre de Madama Butterfly, la tragedia de Tosca y el exilio de Manon, pero jamás con Mimí, Musetta o Rodolfo, que según mi abuela llevaban una existencia bohemia que no debía ser vista por un niño de doce años y sus hermanos más chicos. Por ese entonces asistí con mi abuela a una representación de Los Cuentos de Hoffman, y me sedujo de inmediato un personaje demente, sin dinero, un poco siniestro pero fascinante, que tenía algo de mago y algo de científico, y que curiosamente se llamaba Spalanzani (aunque con una sola “l”). No fue sino hasta hace unos pocos años que me enteré que los historiadores creen que el Spalanzani de Offenbach está basado en el Spallanzani que andaba a la caza de microbios. Aunque yo era apenas un niño, sin darme cuenta, la noción de que la ciencia es parte integral de la cultura me había comenzado a seducir. Soy producto de la convicción familiar, venturosamente arraigada en tantos hogares mexicanos, de que la cultura y la educación son bienes que se deben procurar. Soy también producto de las oportunidades que me brindó la unam, una universidad pública, gratuita y laica, que está profundamente enraizada en nuestra sociedad no sólo por su antigüedad sino también por el papel central que ha jugado en el desarrollo de la cultura y la identidad nacional. Aún recuerdo, como si fuera una epifanía pictórica, la mañana en que me senté en el patio mayor del antiguo Colegio de San Ildefonso, sede de la Escuela Nacional Preparatoria, para hacer el examen de admisión, rodeado de arcos y muros encendidos por los murales de Orozco, Siquieros y Rivera. Desde los quince años me supe parte de la unam y, como muchos de los que estamos aquí, yo no hubiera podido terminar el bachillerato, ingresar a la Facultad de Ciencias y estudiar un posgrado si la unam no fuera una universidad pública y gratuita con una riqueza académica sin igual. Al llegar a la Facultad de Ciencias me transformé rápidamente en una versión estudiantil de Mr. Hyde, una especie de malandrín académico, un estudiante perdulario, holgazán y disperso, pero al mismo tiempo me mantuve como un Dr. Jekyll obsesionado por comprender el origen y la evolución de la vida. Y, vale la pena subrayarlo ahora que algunos se sienten seducidos no por el canto de las sirenas sino por el ritmo de los responsos y el aroma del incienso, ese interés no hubiera podido madurar si la educación pública en México no fuera laica y si no hubiéramos hecho nuestros los valores de una cultura secular. Eso es lo que ha permitido que desde hace muchas décadas nuestros estudiantes de secundaria y bachillerato lean los libros de Oparin, se familiaricen con las ideas de Darwin y se sorprendan con el fenómeno de la endosimbiosis. A veces olvidamos la deuda que tenemos con don Alfonso L. Herrera, un mexicano excepcional que promovió en forma infatigable la divulgación de las ideas de Darwin. Herrera se dedicó por más de cuarenta años al estudio del origen de la vida, pero desafortunadamente nadie dio continuidad a sus esfuerzos. De hecho, don Isaac Ochotorena, un personaje poderoso e influyente a quien mucho le debe la ciencia mexicana y que terminó peleado con Herrera luego de haber sido su discípulo, se dedicó a afirmar durante decenas de años que el origen de la vida no servía para nada, ni valía la pena estudiarlo, ni tenía caso que los biólogos mexicanos perdieran el tiempo en esas especulaciones. Don Isaac se murió al día siguiente de que yo nací. El estudio del origen de la vida es lo que en música se conoce, desde las épocas de Mozart y Salieri, como arias de bravura. Pero como decía mi abuela, el diablo protege a sus sabandijas: al amparo de la unam he podido dedicarme a estudiar, enseñar, investigar y divulgar lo que sabemos y lo que ignoramos sobre el origen de la vida. Gracias a la universidad y a la Facultad de Ciencias he tenido la suerte de contar con la amistad y las enseñanzas de talentos portentosos como A. I. Oparin, Stanley L. Miller, Joan Oró, Leslie Orgel, Lynn Margulis, Christian de Duve, Albert Eschenmoser, George Fox, y Emile Zuckerkandl. Llegué a ellos bien pertrechado, porque somos la mejor escuela de ciencias de México y, si me apuran, de Latinoamérica. La Facultad de Ciencias tiene todo para volver a ser el epicentro de la vida docente del subsistema de la investigación científica de la unam, pero para ello es indispensable hacer uso del poder de la inteligencia y del humor para exorcizar la autocomplacencia vanidosa y volver a ser el centro en donde converjan de manera natural investigadores de todos los centros e institutos, y para que nuestros estudiantes lleguen a otras dependencias sabiendo que laboratorios y bibliotecas son de ellos y para ellos. La gran diferencia que hay entre mis estudiantes y yo es que yo tuve mejores maestros. Probablemente he aprendido más de lo que se han beneficiado mis alumnos, pero aun así me siento orgulloso del curso de Origen de la vida que fundé hace más de treinta años y pienso defender con todos los recursos a mi alcance, y en donde se enseña, sobre todo, la importancia de las interrogantes.
Nunca sabremos cómo surgió la vida en la Tierra, pero creo comprender cómo ocurrió. “Sin entender comprendo”, dice Octavio Paz en uno de sus poemas más bellos. Esa comprensión nace de la herencia extraordinaria que nos dejó la obra de Charles Darwin. Es sabido que en 1887 Darwin escribió que “por ahora no vale la pena pensar sobre el origen de la vida; igual podríamos estar pensando en el origen de la materia misma”. Sin embargo, como señaló en 1944 John D. Bernal en un pequeño volumen titulado The Physical Basis of Life, la afirmación de Darwin “no significa que debamos disfrazar nuestra ignorancia con hipótesis absurdas sobre el origen de la vida o de la materia, sino que por el contrario debemos intentar, desde un principio, proponer en forma cuidadosa secuencias de eventos que sean lógicas, con las cuales tratamos de demostrar que unas etapas deben anteceder a otras, e ir construyendo con esas secuencias parciales una historia coherente. Seguramente existirán lagunas que no podremos llenar, pero hasta que no intentemos construir estas secuencias no las podremos identificar ni podremos encontrar solución a los problemas pendientes”.
Tengo claro el valor de aproximarse a la pregunta del origen de la vida desde la química prebiótica y la caracterización del medio ambiente primitivo. Me alegra haber podido demostrar no hace mucho, junto con un grupo de amigos y colegas que incluyó a Stanley L. Miller, que podíamos sintetizar aminoácidos en condiciones neutras en donde la ausencia de metano e hidrógeno libre es congruente con los modelos actuales de la Tierra primitiva. Gracias a este trabajo, que Stanley L. Miller no alcanzó a ver publicado, entendemos mejor cómo se pudo formar la sopa primitiva, pero no creo que sea correcto buscar en ella las raíces de las filogenias moleculares. Me sorprende la persistencia de la confusión entre lo antiguo y lo primitivo, y creo que aún no se han analizado con el rigor adecuado lo que implica reconocer la existencia del mundo del arn. El reconocimiento de que el arn es una molécula que puede replicarse y mostrar propiedades catalíticas requiere, por una parte, la revalorización de las premisas de Hermann Müller y sus seguidores y, por otra, el aceptar que rasgos que creemos tan esenciales de los seres vivos, como el código genético, son producto de mecanismos darwinistas y no únicamente de procesos físicos y químicos. Estoy seguro de que podemos forzar el registro molecular para aproximarnos a vestigios sorprendentemente conservados de formas de vida más antiguas que el adn mismo. Por ello, junto con Arturo López Duculomb, que ya no está con nosotros, Sara Islas, Ana María Velasco, Claudia Sierra, Yetzi Robles, Ervin Silva, Ulises Iturbe, Jesús Sordo, Ricardo Hernández, Mario Rivas Mercado, Luis Delaye y Arturo Becerra, estoy convencido de que el análisis de las bases de datos de genomas celulares completamente secuenciados nos permitirán acercarnos a secuencias y estructuras muy antiguas, como los sitios de unión al arn y los dominios moleculares que forman las polimerasas, por un lado y, por otro, continuar con el problema del origen de las rutas metabólicas y las aproximaciones y enfoques que iniciamos hace unos años Stanley Miller, Leslie Orgel y yo mismo. Ante el debate sobre la intensidad y la frecuencia del transporte horizontal de genes, me interesa ver si las premisas y los métodos de lo que los matemáticos llaman fuzzy logic nos sirven para entender las divergencias más antiguas del árbol de la vida y, como me interesa la persistencia de la especies procariontes a pesar de la intensidad con la que se da el transporte horizontal de genes, quisiera comparar, en términos formales, el mundo de los microorganismos con la red, y comprender porqué el aumento en el tráfico de mensajes no diluye la identidad de los nodos, de la misma manera en que las especies procariontes siguen siendo reconocibles a pesar de su extraordinaria promiscuidad genética.
Como detesto hacer experimentos y siempre me resistí a hacer trabajo de campo en donde no hubiera duchas limpias, camas cómodas y comidas bien preparadas, aprendí muy pronto a apreciar el valor de los estudios teóricos. Tengo mucho que agradecerle a mis amigos de física, astronomía y matemáticas. Su forma de trabajo constituyó para mí un respiro y un ejemplo en las épocas no tan distantes en que la biología teórica era vista con suspicacia. Aunque no tengo problema para reconocer que parte del orden biológico puede surgir por mecanismos que no dependen de la selección natural, creo que la herencia portentosa de Darwin es indispensable para comprender al mundo. Por ello, y porque me preocupa la transparencia asimétrica que la frontera norte de México tiene hacia las ideas creacionistas de un grupo nada desdeñable de fundamentalistas estadounidense, me parece que los estudiantes y profesores de la Facultad debemos asumir como una tarea prioritaria la enseñanza y la investigación, y las ideas de la teoría de la evolución como el eje central de las ciencias de la vida.
Quisiera concluir apelando a un episodio de la vida de Charles Darwin. El 5 de noviembre de 1853 Darwin en su casa de Down recibió una carta del Coronel Sabine, presidente de la Royal Society, en donde le informaba que le habían concedido la Royal Medal por sus trabajos sobre los corales y los cirripedia. Ese mismo día llegó una segunda carta, en donde Joseph D. Hooker le describió el entusiasmo con el que los asistentes a la sesión de la Royal Society habían recibido el anuncio del otorgamiento de la medalla. Darwin le contestó de inmediato a Hooker, escribiéndole: “esta mañana abrí la carta del Coronel Sabine: su contenido me sorprendió mucho pero, aunque se trataba de una carta sumamente amable, no me dejé llevar por su contenido. Abrí luego la tuya. Aunque me decías lo mismo que el Presidente de la Royal Society, el efecto de la calidez, la amistad y la generosidad expresadas por un amigo querido es tan extraordinario que me dejaste radiante de felicidad y me hiciste perder el aliento. Créeme que nunca olvidaré el placer que me produjo tu carta. El afecto cordial y profundo que encierran tus palabras vale más que todas las medallas que existen o que serán acuñadas en el futuro. De nuevo, mi querido Hooker, te lo agradezco con todo mi corazón”. Permítanme hacer mías las palabras de Darwin para agradecerles el acto que han organizado y que me ha dejado confuso, halagado y contento. Al ver a los estudiantes que ahora están comenzando su carrera como científicos y maestros, salta a la vista que saben más biología y que son mejores profesores que yo. Huelga decir que me siento orgulloso de la amistad, la inteligencia, la lealtad, el trabajo y la imaginación (a veces excesiva) de quienes me acompañan en el laboratorio de Microbiología de la Facultad de Ciencias. La existencia de estos muchachos espléndidos, que nunca podré alcanzar, demuestra que la docencia es una actividad en donde el pecado lleva la recompensa. Acepto la alegría que este acto me produce y la comparto con ustedes en nombre de mis alumnos y colegas, y de mis maestros A. I. Oparin, Joan Oró, Stanley Miller, Leslie Orgel y Lynn Margulis. La acepto porque sigo fascinado por los libreros tamaño infantil, y porque quiero seguir riéndome de todo y con todos.
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Nota
Texto leído en la Mesa Redonda “Evolución y origen de la vida”, que se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias el 11 de marzo de 2008 para celebrar el doctorado Honoris causa que la Universidad de Milán otorgó a Antonio Lazcano Araujo. |
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como citar este artículo →
Lazcano Araujo, Antonio. (2009). Un librero tamaño infantil. Ciencias 94, abril-junio, 36-41. [En línea]
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La biodiversidad de una cuenca |
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Enrique A. Cantoral Uriza y colaboradores
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Mantener la superficie de las áreas naturales protegidas en
México, especialmente del llamado suelo de conservación de la ciudad de México, es una actividad que ha posibilitado la protección de numerosas especies que viven en esos lugares. En el Distrito Federal el 57% de sus suelos corresponde a áreas de conservación, en las cuales se requiere medidas efectivas que detengan el avance de la mancha urbana, realizando acciones que garanticen la protección de los recursos naturales, así como la ejecución de diversos programas institucionales que impulsen estudios y proyectos ambientales con una visión de desarrollo sustentable, que permitan tener elementos de comparación en relación a los efectos del cambio climático global y que incidan armónicamente, tanto en el progreso económico del área rural, como en el mantenimiento de los servicios ecosistémicos que brindan a la Ciudad.
Generalmente la conservación de las cuencas y sus áreas boscosas enfrenta serios problemas, originados principalmente por los cambios de uso de suelo con fines agrícolas, pecuarios y de crecimiento urbano, la extracción ilegal y desmedida de madera, tierra de monte, plantas ornamentales y medicinales, semillas y hongos comestibles y otros recursos, junto con la captura o cacería ilegal de fauna. Ningún decreto de protección es suficiente para frenar la pérdida y destrucción de estos recursos, en especial si no se acompaña de alternativas viables de conservación que permitan a sus dueños hacer rentables estos lugares, tanto en términos económicos como ambientales, ya que enfrentan las responsabilidades legales y la exigencia de la sociedad de cuidar y preservar las zonas boscosas de sus cuencas sin recibir retribución económica alguna. La integración de esta problemática en los estudios sobre biodiversidad permite enfrentarla de manera adecuada. El conocimiento de la biodiversidad del suelo de conservación en la ciudad de México permite: 1) definir la riqueza biológica de la zona y el nivel de deterioro al que están sujetas las especies de flora y fauna silvestre, con base en lo cual se puede elaborar programas de rescate y conservación; 2) identificar elementos susceptibles de aprovechamiento alternativo sustentable que posibiliten promover el desarrollo económico del área rural; y 3) definir opciones de diversificación productiva, estrategias y programas de inspección y vigilancia que garanticen la protección, conservación y restauración de los servicios ecosistémicos de la cuenca, con la bondad adicional de fungir como plataforma sólida para reordenar y justificar las categorías y regulaciones de los usos del suelo comprendidas en el Programa general de ordenamiento ecológico del Distrito Federal.
La cuenca del río Magdalena es un caso ilustrativo de dicha problemática. Es una zona de aproximadamente 3 000 hectáreas, cuyo nombre proviene de uno de los últimos ríos permanentes de la ciudad, y que se localiza en el límite suroccidental del Distrito Federal, entre las delegaciones La Magdalena Contreras, Álvaro Obregón y Cuajimalpa. Forma parte de la Cordillera volcánica transmexicana, con un gradiente altitudinal que va de 2 470 metros en el noreste a 3 850 en el suroeste; en su parte más alta predominan los bosques de pino, mientras en la parte media los más extendidos son los de oyamel, y en la más baja hay bosque mixto y de encinos.
Hoy día esta zona es una fuente de abastecimiento de agua para la zona sur del Distrito Federal —en el primer dinamo, por ejemplo, hay una planta potabilizadora que abastece a la colonia San Jerónimo Lídice. Los bosques de la cuenca contribuyen al mantenimiento de la calidad del agua del río, además de proporcionar los tres servicios ecosistémicos fundamentales de todo bosque templado: la protección de cuencas hidrográficas, la captura de carbono y el mantenimiento de la biodiversidad. No obstante, a pesar de su importancia ecológica y de ocupar 4% del suelo de conservación del Distrito Federal, existen problemas relacionados con su estatus legal que generan graves dificultades para su adecuada conservación. La falta de un plan de manejo que tome en cuenta las necesidades de la población local, además de las condiciones ambientales y la visión de cuenca, ha creado no sólo daños en la cobertura forestal sino también problemas socioeconómicos entre los comuneros, principalmente en la Magdalena Atlitic, donde éstos son los dueños originales del área.
Una zona de rica biodiversidad Durante 2005 y 2006 las autoridades de la delegación La Magdalena Contreras mostraron interés para que se realizaran estudios que permitieran crear las primeras bases de datos para cuantificar la biodiversidad en la región e iniciar la realización de un diagnóstico ambiental. Con este fin se generaron mapas, guías, bases de datos, listados de plantas, algas, hongos, mariposas, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, conformando así un inventario del número de especies por cada grupo biológico (cuadro 1), su distribución real y potencial, así como conocer las especies de mayor relevancia biológica (cuadro 2) para proponer lineamientos de manejo encaminados a la conservación, restauración y uso sustentable de los servicios ecosistémicos que proporciona esta región.
Se determinaron cerca de 195 especies de plantas vasculares, de las cuales 5 se encuentran en alguna categoría de riesgo de acuerdo con la nom 059-semarnat-2001, y 3 son exclusivas del territorio de México: Furcraea bedinghausii, Acer negundo var. mexicanum y Dahlia scapigera. En el río se reconocieron numerosas algas —grupo que incorpora oxígeno al sistema acuático y posibilita la presencia de otras formas de vida como macroinvertebrados y peces—, entre las que destacan Prasiola mexicana y Placoma regulare, esta última se conoce sólo en este sitio de México y en Nueva Zelanda. Las algas del río Magdalena se caracterizan también por sus elementos típicos de regiones templadas con ríos muy limpios.
Con respecto de los hongos, se hallaron casi 30 especies comestibles y unas pocas tóxicas, de un total de más de 300 morfoespecies, de que hasta ahora se ha determinado a nivel específico por lo menos 100, ubicadas en los diferentes tipos de vegetación, aunque el mayor porcentaje corresponde al bosque mixto y de encinos (54%).
A principios de la década de 1980 se efectuó un estudio de las mariposas diurnas de los dinamos, en donde se obtuvieron 65 especies. Ahora se registraron 36, de éstas, dos son nuevos registros para la zona: Phoebis philea philea y Heliconius charithonia vazquezae, las cuales han ampliado su área de distribución por la alteración del ambiente, por el ascenso en la temperatura media anual de la cuenca de México, ya que constituyen especies que se han observado en climas con temperaturas más cálidas y que están aprovechando la alteración del ambiente para ampliar su distribución geográfica. Otras poblaciones que fueron catalogadas como muy escasas o raras son: Anetia thirza thirza y Gyrocheilus p. patronas, que tienden a la desaparicion de la zona (extinción local o ya están extintas).
En 1999 se habían reportado 6 especies de anfibios y 10 de reptiles, y ahora se registraron 17, que junto con las 9 de la literatura y las colecciones científicas, suman un total de 26 —9 anfibios y 17 reptiles. No se observaron ejemplares de los anfibios que se encuentran amenazados, como la rana arborícola Hyla alicata, las salamandras Chiropterotriton orculus, Pseudoreurycea belli y P. tlilicxitl, la lagartija Phrynosoma orbiculare, y las culebras Diadophis punctatus, Thamnophis eques y Crotalus ravus.
En cuanto a las aves de esta zona, es la primera vez que se hace un listado. Se registraron 128 especies, de las cuales 77% son residentes permanentes —16% de ellas se consideran endémicas o cuasi endémicas para México— y 23% son migratorias de invierno o transitorias. Hay 18 especies con importancia comercial, principalmente se venden como aves de ornato o canoras, como el gorrión mexicano (Carpodacus mexicanus), el azulejo (Sialia sialis), el tigrillo (Pheucticus melanocephalus), la primavera (Turdus migratorius) y el clarín (Myadestes occidentales). Según los lineamientos de la nom 059 2001-2002 hay una especie en la categoría de amenazada (Oporornis tolmiei), una en peligro de extinción (Xenospiza baileyi) y siete especies en la de protección especial la gallina de monte, la codorniz de Moctezuma, el gavilán pajarero, la aguililla pechirroja, el mirlo de agua y el clarín. La zona alberga una gran riqueza de aves, por lo que amerita un esfuerzo para su preservación.
Con respecto de los mamíferos —una buena cantidad de ellos aún habita en las regiones boscosas de los alrededores de la ciudad— se han reportado 40 especies en La Magdalena Contreras —11 de ellas, un 25%, son endémicas de México—, lo que hace de esta zona una importante área de conservación para mantener su hábitat. En ella se encuentra un ratón de campo del género Neotomodon, uno de los 13 grupos endémicos del país. Desde el punto de vista de la nom-059-semarnat-2001, hay allí una especie y una subespecie que están sujetas a protección especial y dos que están amenazadas, lo cual significa que 10% de las especies de la región están sujetas a algún tipo de protección, entre las que se encuentran el ratón Reithrodontomys microdon y el murciélago Choeronycteris mexicana, la ardilla Sciurus oculatus y las musarañas Cryptotis parva y C. parva soricina, cada día más difíciles de observar.
Acciones de conservación Las áreas naturales protegidas en el Distrito Federal, y en especial el suelo de conservación ecológica contrerense, deben ser valoradas por sí mismas y por todos los servicios ecosistémicos que brindan a la ciudad. Una manera de hacerlo es adoptando el enfoque de cuenca y por el conocimiento de su biodiversidad, ya que a partir del análisis de esta información biológica se pueden tomar decisiones y elaborar estrategias de intervención de forma coordinada con los principales actores involucrados —específicamente, las autoridades de la delegación La Magdalena Contreras y la Secretaría de Medio Ambiente del Distrito Federal—, garantizando al mismo tiempo la continuidad de las actividades socioeconómicas y la obtención de beneficios en el área.
Por lo anterior, y dada la importancia de la zona de estudio, así como su vulnerabilidad ante el crecimiento urbano de la ciudad, es indispensable la elaboración de proyectos bajo un esquema de manejo integral de ecosistemas que permita a corto, mediano y largo plazo el mantenimiento de la cuenca hidrográfica.
Un primer paso en este sentido —continuación de este estudio—, es el proyecto transdisciplinario Manejo de ecosistemas y desarrollo humano, planteado de forma conjunta con cuatro dependencias de la unam, donde se analiza el ecosistema desde tres perspectivas básicas: la física, la biológica y la social, con el fin de identificar los servicios ecosistémicos, la calidad forestal y el nivel de deterioro ambiental, para después proponer intervenciones encaminadas al ordenamiento, uso, restauración y aprovechamiento sustentable de los servicios ecosistémicos de esta zona, y que puede resultar de utilidad para aplicar medidas similares en otras áreas de la ciudad. |
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Agradecimientos
A todos y cada uno de los participantes en este proyecto; nuestro más sincero reconocimiento a Beatriz González, Miriam Bojorge, Minerva García, Marisol Trujano, Uri García, Alberto Mendoza, José Nájera, Mariana Nava, Julieta Jujnovsky, Alya Ramos, Antonio Ordóñez, María de Jesús Ordóñez, Nancy Mejía y Elizabeth Fuentes; a las autoridades locales y los comuneros de la región por su apoyo, interés y participación. Al programa Universidad Nacional Autónoma de México sdei-ptid-02.
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como citar este artículo → Cantoral Uriza, Enrique A. y et. al. (2009). La biodiversidad de una cuenca en la ciudad de México. Ciencias 94, abril-junio, 28-33. [En línea]
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La institucionalización de la investigación científica en México. Breve cronología
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Óscar Gustavo Retana
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Una de las premisas básicas de la ciencia es que la humanidad
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En México, la creación de este Sistema Nacional de Ciencia remonta a más de 500 años, y su historia se puede dividir en tres periodos: del Colonialismo al Despotismo Ilustrado (1525-1792), del movimiento de independencia al porfiriato (1810-1888), y del movimiento revolucionario al sistema actual (1900-2000). La primera etapa se inicia tras consumarse la conquista de México-Tenochtitlán, cuando comienza la empresa de conocer los recursos naturales con que contaba la nueva colonia. Pedro de Gante fundó en 1525 el Colegio de San José de los Naturales, considerado como la primera institución educativa novohispana, y que en 1529 cambió de nombre por el de Colegio de San Juan de Letrán. Posteriormente, en 1536, se constituyó el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, considerado como el primer centro de educación superior en América, cuyas actividades motivaron la creación de la Real Universidad en 1539, así como la fundación del Colegio de San Nicolás y los Colegios Mayores en 1540 y 1557 respectivamente. Cabe destacar que en el año de 1579 se impartió la primera cátedra en ciencias médicas en el continente americano, denominada “Prima de Medicina”. Lamentablemente, a partir de que se instituye la educación escolástica, en el año de 1570, y por más de 200 años, la penetración de los avances científicos y nuevas corrientes filosóficas en la Nueva España fueron sometidos a la teología y al consentimiento eclesiástico. Fue hasta 1764 cuando el despotismo ilustrado del rey Carlos III favoreció el libre comercio en América, propiciando la introducción de las obras de Calvino, Descartes, Diderot, Feijoo, Filangieri, Linneo, Montesquieu, Newton, Rousseau y Voltaire.
La apertura provocada por la Ilustración motivó en la Nueva España el establecimiento de los primeros centros laicos; en 1767 se crea el Colegio de las Vizcaínas y en 1768 la Real Escuela de Cirugía y el Jardín Botánico, que junto con la fundación en 1777 del Real Seminario de Minería, así como la Academia de las Nobles Artes de San Carlos, en 1781, para la enseñanza de la pintura, escultura y arquitectura, constituyeron el antecedente de la institucionalización novohispana de las ciencias y artes en México. La segunda etapa, que va del movimiento de independencia al porfiriato, se inicia con la firma de los tratados de Córdoba, tras el triunfo del movimiento de independencia, cuando dan comienzo las primeras acciones nacionalistas para impulsar la ciencia en México. En 1825, por decreto del presidente Guadalupe Victoria, se funda el Museo Nacional Mexicano, y en 1826, a iniciativa de Lucas Alamán y Pablo de la Llave se crea el Instituto de Ciencias y Artes de la ciudad de México con el objetivo central de promover la actividad científica. En 1833, cuando Valentín Gómez Farías era presidente interino, a iniciativa del Dr. José María Luis Mora se promulga una Ley sobre Enseñanza Pública, cuya aplicación condujo, por una parte, a la clausura de la Real y Pontificia Universidad y, por otra, a la creación de la Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito y Territorios Federales, cuyo propósito era formar un órgano rector de la educación y el desarrollo de la ciencias. Ese mismo año se crean la Biblioteca Nacional y la Escuela Normal. Tras la victoria liberal de la Guerra de Tres Años (1857-1860), el presidente Benito Juárez integra el Ministerio de Justicia, Fomento e Instrucción Pública, y promulga la nueva Ley sobre la instrucción pública, modificada en 1867 como Ley Orgánica de Instrucción Pública, a partir de la cual, en 1868, se establecen las escuelas de Estudios Preparatorios, de Jurisprudencia, de Medicina, Cirugía y Farmacia, de Agricultura y Veterinaria, de Ingeniería, de Naturalistas, de Bellas Artes, de Comercio y Administración, de Artes y Oficios, un observatorio astronómico, un jardín botánico y la Academia Nacional de Ciencias y Literatura. En 1878 se decreta la creación de la Comisión Geográfica Exploradora con el propósito de conocer los recursos naturales del país y levantar la Carta General a escala 1:100 000. En 1886 se forma la Comisión Geológica Mexicana, dependiente de la Secretaría de Fomento, que en 1888 se transformaría en el Instituto Geológico Nacional con el objetivo de efectuar el estudio geológico del territorio mexicano; mismo año en que se crea el Instituto Médico Nacional, para estudiar desde esa perspectiva la flora, fauna y geografía del país. Asimismo, ante la necesidad de contar con una institución que efectuara investigación de primer nivel en materia de patología y bacteriología, se crea en 1896 el Museo Anatomo-Patológico Nacional, que años más tarde se transformaría en el Instituto Patológico Nacional. Del movimiento revolucionario al sistema actual Con el siglo XX da inicio la tercera etapa, que va de 1900 a 2000. En ese entonces la actividad científica y la educación superior en el país eran conducidas por medio de una estructura de instituciones gubernamentales y académicas, cuyo desarrollo tomaría un nuevo impulso tras el movimiento revolucionario.
En el año de 1900 se funda la Comisión de Parasitología Agrícola, dedicada al estudio de las plagas agrícolas y que, al igual que el Instituto Médico, dependían de la Secretaría de Fomento. En 1908 se crea la Escuela Nacional de Agricultura y la Escuela Agrícola Central con el fin de orientar y fomentar la investigación agronómica hacia el mejoramiento de cultivos y control de plagas.
En 1910 el Museo Nacional Mexicano se divide en el Museo Nacional de Historia Natural y el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Antropología, año en que Justo Sierra reconstituye la Universidad Nacional de México a partir de las escuelas de enseñanza superior establecidas durante el gobierno de Juárez y la recién creada Facultad de Altos Estudios, en la cual se realizaban estudios especializados en distintas áreas científicas. En 1915, los centros que se dedicaban al estudio de las ciencias naturales —el Instituto Médico Nacional, el Museo Nacional de Historia Natural, la Comisión de Exploración Biológica y el Museo de Tacubaya— se fusionan para crear la Dirección de Estudios Biológicos. En 1921 se establece, en la recién creada Secretaría de Agricultura y Fomento, la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos.
En 1924 se reinaugura, en la ex hacienda de Chapingo, la nueva Escuela Nacional de Agricultura, con reformas radicales a sus planes de estudios. En el año siguiente, la Facultad de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México se convierte en la Facultad de Filosofía, en la cual se prosiguió con la enseñanza científica hasta 1930, cuando se constituye la Sección de Ciencias, que en 1935 dio origen a las facultades de Ciencias Físicas y Matemáticas, y de Ciencias Médicas y Biológicas, las cuales se unificaron en 1939 , con excepción de las ciencias médicas, en la Facultad de Ciencias. En 1929, con el decreto de la autonomía universitaria, el Observatorio Astronómico, el Instituto Geológico y el Servicio Sismológico Nacional pasan a formar parte, junto con otras instituciones, de la Universidad Nacional Autónoma de México, al igual que la Dirección de Estudios Biológicos que es traspasada al Instituto de Biología. En el año de 1934 se funda el Instituto Biotécnico, dependiente de la Secretaría de Agricultura y Fomento, para atender las investigaciones relacionadas con la agricultura, ganadería, explotaciones forestales y actividades pesqueras, aunque su estructura y denominación cambia en 1940, al crearse el Instituto de Investigaciones Pecuarias.
Durante la administración de presidente Lázaro Cárdenas se vio la necesidad de crear un organismo que ordenara las instituciones que realizaban actividades científicas y de enseñanza superior, por lo que en 1935 se crea, por decreto presidencial, el Consejo Nacional de Educación Superior y de la Investigación Científica (conesic), el catalizador para la cimentación de la construcción de un Sistema Nacional de Ciencia. A partir del conesic, en 1936 se funda el Instituto Politécnico Nacional, en 1938 El Colegio de México, y en 1939 se crea el Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales, primera institución en México dedicada a la investigación científica en materia de salud pública. En 1942 la conesic es sustituida por la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica (cicic), que supervisa la fundación del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, cuyo trabajo sobre mejoramiento genético del maíz y el trigo conduciría a la famosa Revolución Verde de los años sesenta. Posteriormente, en 1946 se crea el Instituto Mexicano de Investigaciones Tecnológicas, en 1947 el Instituto de Investigaciones Agrícolas y en 1948 los Laboratorios de Fomento Industrial. En el año de 1950 la cicic es sustituida por el Instituto Nacional de la Investigación Científica (inic) con el objetivo de promover a nivel nacional la coordinación y el desarrollo de la investigación científica, así como el de formar una masa crítica de investigadores y fungir como órgano de consulta del poder ejecutivo federal en materia de ciencia. Este nuevo órgano rector impulsa en 1958, con la representación de 11 universidades y 12 institutos, la fundación de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (anuies), con la finalidad de unificar y coordinar los esfuerzos en materia de desarrollo y superación de la educación superior. Esto condujo a que en 1959 se constituyera la Academia de la Investigación Científica, con la encomienda de promover la investigación y la difusión de la ciencia en México.
En la década de los sesentas el Estado continuó la institucionalización de la investigación científica, creando el Centro de Investigación y Estudios Avanzados del ipn y el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, así como el Centro Internacional para el Mejoramiento del Maíz y del Trigo. Para fortalecer las áreas pecuaria y forestal se crea en 1965 el Instituto Nacional de Investigaciones Pecuarias y el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, ese mismo año, para impulsar la investigación en el ramo energético, se funda el Instituto Mexicano del Petróleo y el Instituto Nacional de Energía Nuclear.
En 1967 se lleva a cabo la primera Reunión Nacional de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo Económico y Social de México, cuyas resoluciones incluyen la creación de un comité para el estudio y fomento de la ciencia y la tecnología integrado por el rector de la unam, el director general del ipn y el vocal ejecutivo del inic. Una de sus primeras acciones fue convocar a una reunión para atender la problemática existente entre la investigación científica y tecnológica y los flujos económicos de la nación, cuya conclusión general fue que era prioritario establecer un sistema nacional en ciencia y tecnología que coadyuvara al desarrollo integrado del país, por lo que en 1969 la Secretaría de la Presidencia encomendó al inic que a partir del primero de enero de 1970 realizara el primer estudio diagnóstico del país sobre la situación de la investigación científica y tecnológica. Se obtuvo así el primer documento en la historia de México sobre política nacional y programas de ciencia y tecnología. A pesar de la labor desempeñada por el inic, el Estado determinó la necesidad de contar con un nuevo organismo de carácter nacional que sistematizara la actividad científica nacional, por lo que el 29 de diciembre de 1970 el inic daba fin a 20 años de labores al publicarse en el Diario Oficial la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (conacyt).
Este organismo inició sus actividades formales en 1971, proponiéndose la formulación de programas específicos para enfrentar la problemática de aprovechamiento de los recursos naturales, instrumentar acciones para solucionar las deficiencias en salud, alimentación, producción agropecuaria y forestal, educación, industrialización, comercio exterior, desarrollo rural y descentralización. En este último rubro, fue hasta 1976 cuando se fundaron quince centros e institutos de investigación, entre los que destacan el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, el Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste y el Instituto de Ecología, A.C. A finales de 1984 se contabilizaban apenas 187 Instituciones de educación superior, 48 institutos tecnológicos y 25 centros de investigación. Entre las principales causas que hasta 1980 impidieron el progreso de la investigación científica nacional podemos señalar: 1) la ausencia de mecanismos de cooperación internacional; 2) una transferencia de tecnología inadecuada; 3) la falta de recursos humanos bien capacitados para la investigación y desarrollo experimental; 4) una raquítica inversión del gasto nacional en ciencia y tecnología; y 5) una disparidad en el apoyo y desarrollo de ciertas áreas.
Ante los resultados obtenidos, el gobierno federal promulgó la Ley para coordinar y promover el desarrollo de la ciencia y la tecnología a fin de contar con un instrumento jurídico que definiera las responsabilidades y atribuciones de las dependencias de la administración pública. En 1986 se estableció el Programa Nacional para el Desarrollo de la Educación Superior. Entre las líneas de acción destacan: a) la creación del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Investigación Científica; b) la sistematización de las relaciones entre las instituciones y centros de investigación y el sector productivo; y c) el impulso a la descentralización y regionalización de programas de posgrado e investigación científica y tecnológica. En 1999, en el marco del acuerdo celebrado entre el Consejo Consultivo de Ciencias, la Academia Mexicana de Ciencias y el conacyt, se crea la nueva la Ley para el fomento de la investigación científica y tecnológica, la cual pretendía promover un crecimiento más acelerado y efectivo de las actividades científicas y tecnológicas del país, pero tuvo una efímera existencia, pues el 5 de junio de 2002 se publicó la nueva Ley de ciencia y tecnología, así como la nueva Ley orgánica del conacyt, sucesos que a la fecha no son bien vistos por la comunidad.
Con el comienzo del nuevo milenio se establece el Programa Nacional de Ciencia y Tecnología, a partir del cual se constituye, en 2002, el Programa Especial de Ciencia y Tecnología, que será el instrumento fundamental de planificación científica de nuestro país hasta el 2006. Conclusión El proceso de institucionalización de la educación superior e investigación científica en México, esencial para la construcción de un sistema nacional de ciencia y tecnología, ha sido lento y, no ha logrado su consolidación y posicionamiento como instrumento rector que haga de la ciencia y la enseñanza superior un instrumento que lleve al progreso social y económico de nuestra nación. El corolario es claro; si en el México actual se continúa subvalorando la ciencia y sus instituciones, no sólo no se logrará la consolidación del sistema nacional de ciencia y tecnología, sino que estaremos enterrando más de 480 años invertidos en formar una estructura para la enseñanza superior y la investigación. Reflexionemos sobre las expectativas futuras si se continúa sin invertir al menos 1% del pib en actividades científicas, si la frontera de nuestro rezago educativo y tecnológico se sigue ampliando aún más. ¿Cómo propiciar el desarrollo social y la independencia económica de nuestro país sin apoyan la educación y la actividad científica? |
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Referencias bibliográficas
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como citar este artículo →
Rentana Guiascón, Óscar Gustavo. (2009). La institucionalización de la investigación científica en México. Breve cronología. Ciencias 94, abril-junio, 46-51. [En línea]
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