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Una familia
metódica
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Francisco Gabilondo Soler | |||||||||||||
Por aquel tiempo Cri-Crí conoció a la familia Romesgánchez
o Ranchosgómez (Cri-Crí tiene el defecto de equivocar apellidos). Recuerda que era gente muy metódica. A las siete: el padre al trabajo; a las ocho: los niños al colegio. La madre se quedaba en casa laborando bajo un horario riguroso. Para visitarlos era preciso saber a qué hora recibían, so pena de interferir en el puntual programa de los Ranchasguínez. Los metódicos casi siempre prosperan; esta familia, no. A pesar de su excelente distribución del tiempo, estaban más cerca de la pobreza que de la holgura.
Cierta noche que Cri-Crí visitaba a los Guemesronchas, cuando sólo le quedaban seis minutos y veinte segundos para despedirse a gusto de los de la casa, tuvo la torpe ocurrencia de aconsejarles la compra de un billete de lotería para tentar a la suerte. El señor Rinchesgrandes enrojeció de cólera. ¿Arriesgar su escaso dinero en algo tan vago, remoto, problemático y fuera de método? Cri-Crí balbuceó que se perdería poca cosa, y como excusa, aseguró haber visto un billete: el 12345 (o sea uno, dos, tres, cuatro, cinco) exactamente a las seis y siete del octavo día de ese noveno mes; billete en venta en la cigarrería del señor Diez. Tanto por quedarle ya sólo medio minuto de visita como por no alterar más al indignado Chinchesromas, Cri-Crí se despidió apresuradamente. Pero quizá esa extraña sucesión de cifras progresivas haya impresionado a la familia Ronchisguantes; el caso es que a la mañana siguiente el billete fue vendido a primera hora.
Varios días después los diarios locales y foráneos soltaron el notición: el gran premio internacional de muchos millones había tocado al billete en poder de la familia Granjasrollos. Con esa debilidad suya de confundir apellidos, Cri-Crí se preguntó si después de todo le habrían hecho caso y, para cerciorarse, se dirigió a la humilde casa de los Gimesrunches. De la familia no quedaba rastro; un par de desconocidos vaciaban la casa de triques, trastos y trapos que eran comprados casi en nada por el Tlacuache o Zarigüeya, mamífero que lleva consigo un saco natural, como los canguros.
Más equivocaciones de Cri-Crí
Con la fabulosa riqueza adquirida, la familia Churrisbrantes quedó muy por arriba de Cri-Crí. Tentado estuvo éste de hacerles una visita para felicitarlos por su buena suerte, pero ignorando el nuevo horario de recibimiento, se abstuvo de ello, limitándose a seguirlos en los periódicos. Porque los diarios y las revistas reproducían sus retratos en todas las ediciones cotidianas y semanales, sin dejar de fotografiarlos desde todos los ángulos posibles.
Pareció que al fin se hacía justicia al espíritu metódico de los Gorrisnucas. Fue fácil enterarse de que a las nueve en punto de la mañana se desayunaban en la terraza de su castillo. Entre las diez y las doce recibían en otro palacio a personas notables (cinco minutos para cada celebridad). A mediodía, cuando el Sol tocaba exactamente el meridiano, chapoteaban descalzos en su extensa playa privada. A las dos de la tarde presidían un banquete de 200 cubiertos; si por torpeza de las cocineras hubiera que comer a las tres, los comensales eran 300. A las cinco de la tarde, en trasatlántico propio, daban un paseo de seis millas debidamente registradas en los aparatos de a bordo. A las ocho se dirigían en tranvía particular a un cinematógrafo reservado para ellos y sus amigos, en donde cada noche se proyectaba la misma cinta: una historia del Oeste americano en la que un vaquero heroico triunfa de los villanos gracias a su magnífico par de relojes.
La pautada regularidad de los acaudalados Torresmochas admiró a la sociedad entera. Se puso en boga la puntualidad, cosa desconocida desde los tiempos de María Castaña, y la ciudad adquirió un ritmo exacto, riguroso. Hasta los incendios y los choques tuvieron que suceder a horas fijas. Los bohemios, los abogados y todos aquellos afectos a hacerse esperar fueron considerados enemigos públicos. Cri-Crí mismo, que tampoco se mata por llegar temprano, se vio amenazado por la intransigencia horaria. “¡Nos estamos volviendo más británicos que los ingleses!” exclamó, y sacó pasaporte para dirigirse a Jauja, a Ronconia. ¡Adonde fuera! Cri-Crí se marchó lo más lejos posible, hasta la estepa rusa, donde es fama que hay lobos que muerden las pantorrillas, pero sin cuidarse de la hora.
Final inesperado
Después de algún tiempo, Cri-Crí retornó a sus lares. No fue dichoso en sitios lejanos. “¡Sea!” dijo suspirando. “Me someteré a vivir por el reloj; acataré ser puntual y mecánico”. Así lo encontramos de regreso a aquella ciudad. En cuanto salía de la estación central presenció un accidente espeluznante: un salvaje ciclista atropelló a un ómnibus repleto de pasajeros gordos. El ciclista se alejaba indiferente al daño hecho. Cri-Crí se lanzó al teléfono más próximo para llamar a un hospital. Pero transcurrió una hora, dos horas, tres, medio día. Los auxilios no llegaban. Cri-Crí volvió a telefonear al hospital. “Ya salió la ambulancia”, se le contestó con un bostezo. Mucho después, cuando se escuchó la sirena, fue innecesaria la llegada de la ambulancia: ¡los heridos ya habían sanado! “¿Qué sucede aquí con la puntualidad?”, se preguntó Cri-Crí inquieto. Y, poco a poco, fue notando un cambio enorme en las costumbres: los relojes públicos habían sido apedreados; los despertadores yacían en las calles hechos añicos; los espectáculos comenzaban cuando se le daba la gana al empresario; las tiendas abrían tarde sus puertas, si es que llegaban a abrirlas.
¿A qué se debió ese cambio tan enorme? Pues, mientras duraron los millones de los Brincasgomas, su espíritu metódico siguió inspirando a la comunidad; mas llegó un día aciago en que no hubo ni un céntimo para sostener castillo, palacios, trasatlántico, banquetes, tranvía particular, ni película del Oeste americano. Cuando el señor Mangasbroncas se confesó incapaz de pagar tres mil facturas y no poder desembolsar siquiera la limosna acostumbrada al ciego del organillo, la sociedad se desmoralizó. ¿Cómo traicionar a los números en dinero y los vencimientos en números de calendario y de reloj? Todos aquellos que antes hicieron gala de puntualidad, de la noche a la mañana se tornaron aún más informales que los bohemios y que los abogados. El propio Cri-Crí llegó a escandalizarse de tanta tardanza, desidia e indolencia, pero sintió mucho que los vaivenes de la fortuna hubieran vuelto a empobrecer a la familia Romesgánchez o Ranchosgómez (creo que así, sí es). Trabajo le costó dar con ella, porque ahora los infelices no tenían siquiera una casita humilde. Se habían instalado en unas viejas ruinas fuera de la ciudad. Aquellos murallones derruidos tenían cierto encanto bajo la luz de la luna. Y Cri-Crí advirtió con asombro que a pesar de la miseria aquella familia persistía en sus hábitos. El señor Roncasbrincas tomó el brazo de Cri-Crí y, con mucha parsimonia, le dijo: “Aprecio su visita, pero se acerca la medianoche y en cuanto se junten las agujas del reloj tengo una cita con las siete brujas de estas ruinas”. Cri-Crí comprendió que era finamente despedido y, alzándose de hombros, se alejó en la oscuridad.
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Francisco Gabilondo Soler, Cri-Crí
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cómo citar este artículo →
Gabilondo, Francisco. 1994. Una familia metódica. Ciencias núm. 35, julio-septiembre, pp. 84-86. [En línea].
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del herbario |
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La flora de Mesoamérica
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Patricia Magaña Rueda | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
En los últimos años se ha planteado, de manera reiterada,
que el mundo se enfrenta a una pérdida acelerada de su biodiversidad, con una alta tasa de extinción de especies y se requiere por ello —con urgencia—, de estudios que nos permitan conocer la flora y la fauna aún existentes. México es uno de los países tropicales con una megadiversidad, cuya importancia hasta hace poco tiempo fue reconocida por el gobierno, al formarse la Comisión Nacional para el Conocimiento y el Uso de la Biodiversidad. Sin embargo, ya con anterioridad se habían iniciado proyectos en los círculos académicos, encaminados a conocer los recursos vegetales del país. Uno de ellos, sin precedente en esta zona del mundo, es el relativo a la elaboración de la Flora Mesoamericana.
Este proyecto surge a mediados de 1980, organizado por el Instituto de Biología de la UNAM, el entonces Museo Británico, hoy Museo de Historia Natural de Londres, y el Missouri Botanical Garden. Su objetivo es el de realizar un inventario sinóptico de las plantas vasculares de Mesoamérica, que por la forma en que fue delimitada, abarca ocho países de forma total o parcial. La delimitación del área es principalmente geográfica y cubre las siguientes regiones, políticamente bien definidas: los estados mexicanos de Tabasco, Yucatán, Campeche, Quintana Roo y Chiapas, y los países centroamericanos de Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. México comparte con esta zona, en casi la totalidad de su extensión, historia, lengua y cultura.
En el caso de México, cuatro áreas razonablemente bien definidas fuera de esta región: Uxpanapa y Los Tuxtlas en Veracruz, Chimalapa y Tuxtepec en Oaxaca, en la confluencia de los límites de Oaxaca, Chiapas y Veracruz, muestran también, en cuanto a su flora, un carácter marcadamente mesoamericano, por lo que se decidió que los taxa de dichas áreas podrían ser incluidos en el tratamiento, si se estima que son de procedencia tropical.
Se afirma que las floras representan el lenguaje de los botánicos, en este caso el idioma de publicación de la Flora Mesoamericana es el español, con lo que se marca un momento histórico para los países de habla hispana en América, ya que la mayor parte de lo que se había publicado en este campo se había hecho en otros idiomas. Será el tratado más extenso de plantas escrito en español.
De las aproximadamente 265000 especies de plantas vasculares y briofitas que existen en el mundo, se estima que la Flora Mesoamericana comprenderá cerca de 19000 plantas vasculares, incluyendo a los helechos y plantas afines, cicadáceas, coníferas y angiospermas. También se incluyen plantas exóticas naturalizadas, malezas agrícolas y ruderales, plantas cultivadas a escala agrícola, árboles de ciudad, plantas de ornato muy comunes y otras plantas cultivadas extensamente.
Se calculó en un primer momento, que el proyecto tendría una duración aproximada de doce años, de los cuales los primeros cuatro serían de exploración en el campo, para culminar en la publicación de siete volúmenes. Obviamente por lo complejo y dinámico de su elaboración, un trabajo de esta envergadura sobrepasó dicha estimación, y apenas en marzo de 1994 se presentó el primer volumen terminado, el número VI. Esto congregó en el Jardín Botánico de la UNAM, a investigadores de las instituciones organizadoras, autores mexicanos y extranjeros, y profesionales de la Botánica de nuestro país; en la mesa de presentación, estuvieron Antonio Lot, Mario Sousa, José Sarukhán, Sandra Knapp, Gerrit Davidse, Peter Raven y Alfonso Delgado.
En esta publicación, las familias están ordenadas en secuencia taxonómica, sin embargo, los volúmenes no aparecerán en secuencia numérica. Este primer volumen incluye 28 familias de monocotiledóneas, 326 géneros y 1891 especies, de los que se describieron como nuevas una familia (Lacandoniaceae), 2 géneros y 104 especies. Participaron 47 taxónomos (20 de Estados Unidos de Norteamérica, 14 de Europa, 10 de México, 2 de Costa Rica y 1 de Honduras). Los taxa se incluyen según se muestra en la tabla.
Como coincidieron en señalar los comentaristas de este primer volumen, la Flora Mesoamericana ha significado un reto para las personas e instituciones que intervienen en su realización, en cuanto a organización y colaboración internacional, tanto en trabajo como en presupuesto. Para México implicó una fuerte ampliación de colecciones, lo cual tuvo como resultado la formación de taxónomos, la elevación de calidad del trabajo, el entrenamiento a diversos niveles técnicos, etcétera.
El volumen presentado, además de las cualidades de su contenido, es una obra con un magnífico trabajo editorial, elaborada con gran cuidado, de excelente presentación y fácil consulta.
El siguiente volumen que se publicará, será la descripción más extensa que se haya hecho sobre helechos, e incluirá 1382 especies, de las que el 10% se han descubierto en la última década.
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Magaña Rueda, Patricia. 1994. La flora de Mesoamérica. Ciencias núm. 35, julio-septiembre, pp. 82-83. [En línea].
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Mauricio Ortiz | |||||||||||
De la más exasperante lentitud a la rapidez más desquiciante,
todos los tiempos se combinan en la hora nacional. Los millones de tiempos individuales zumban como un enjambre alrededor de los tiempos colectivos. El día se sostiene en números calendáricos, un reloj de pulso y el ritual horario de los titulares. Comer a sus horas, trabajar su cuota, ver su dosis de tele y dormir lo que le toca. Se suman las manecillas oficiales, con puentes y fechas límite para infinitos trámites.
Los colgados se mezclan con los puntuales y los lentos con los rápidos. Los niños con los adultos, los hombres con las mujeres, los ritmos familiares. Un verdadero relajo de tiempos personales.
El tiempo de una sola persona también es un revoltijo. En un mismo día se va de las prisas a la hueva, cada vez más abundantes aquellas, cada vez más escasa ésta. El desayuno es minutos, el almuerzo algo más que eso, la comida una o más horas, dependiendo la chinga, y la merienda un café con leche y una concha.
Cíclico o no, redondo, elíptico o cuadrado, el tiempo colectivo, tiempo de la historia y las generaciones, cambia a su vez de día en día, mes en mes, siglo en milenio y era. Pausados tiempos de paz, larguísimos días de veloz oscurantismo, rápidos días de lenta brillantez, desbocados minutos de guerra.
Nuestros días, como cualquiera otros: una lluvia, a veces menuda, a veces de tormenta, en la mar infinita.
Coordenadas
Los muchos cronómetros que conforman el tiempo mexicano un lunes cualquiera de octubre o de febrero actúan en el plano de ciertas coordenadas. Todos los mexicanos llevamos una cifra temporal cruzada en el rostro: quinientos años. Perpendicular, atravesando el encéfalo, llevamos un eje de noventa minutos: la ansiedad ya burlona de padecer una enésima derrota futbolística. El sexenio es una tangente al hígado. La quincena se traza en el abdomen, del pubis al epigastrio. Sesenta años de PRI en las espaldas. Hoy mismo, y desde el primero de enero, la vara de la historia mide de las plantas al sombrero de Zapata y con ella se está midiendo la faz de la República.
Un eje más completa nuestras actuales coordenadas, éste de tiempo inmemorial y corriendo el espinazo: es el tiempo de ahorita, mañana, al rato, un tiempo indefinido y voluble que lo mismo dura años que sin comenzar acaba. Todo cabe en un ratito sabiéndolo acomodar. La unidad más elemental de nuestras cotidianidades.
Larga es la vida
Estoy cansado de oír por todos lados, de decir lo mismo en un tonto afán de congruencia con voces populares y palabras egregias, que la vida es un instante. ¡Un instante!
En cuanto al tiempo de estrellas y galaxias, pues sí, un instante y aun menos. Y no sólo la de los seres vivos: la del planeta mismo. Pero en relación a la vida media de un pión negativo, por poner un ejemplo subatómico, la del hombre dura miles de millones de años. Un instante de un instante de un instante. No me dice gran cosa.
Es más interesante averiguar qué tan larga es la vida. El instante de todos modos está dado.
Es corta pero ancha, se disculpan algunos para explicar cómo entonces alcanza a caber tanto. Se le intenta dar una segunda dimensión porque en un instante, pequeño chasquido entre los dedos, como lo conocemos todos, no cabe nada, nada se puede emprender y llevar a puerto. Y una vida, aunque se desperdicie estúpidamente, termina llena de cosas. No basta la memoria para tantos recuerdos, ni es suficiente la vergüenza para tantas babosadas. Toma muchísimo tiempo aprender los oficios y las artes y más aún madurar una inteligencia. El amor de momentos es tan fácil pero qué tal sostener un amor por toda la vida. Se ha repetido de sobra lo que tarda el olvido. Las desgracias, los heraldos negros que nos manda la muerte, hacen de los días una cadena interminable que más de uno rompe antes de tiempo.
Otra cosa es que en un instante se vaya, eso sí, la vida. Ahora mismo vivos, en un suspiro: un rayo, un terremoto, un pequeño coágulo, una bala… muertos.
Además de breve —está bien—, larga es la vida.
Tiempo de carretera
Al arranque de la vida, la infancia toda, el tiempo, sin horas ni meses y a duras penas con días, transcurre muy lentamente (las vacaciones duran hasta aburrir y el año escolar un siglo), y a medida que se envejece se acelera (para un viejo ayer es hace cincuenta años, parece mentira). Y son los mismos relojes y el tiempo de los viejos y los niños es simultáneo.
Al revés que el viaje en carretera, donde los primeros kilómetros se hacen muy rápido y los últimos, ya casi por llegar, son interminables aunque se conozca el camino. De regreso, aquellos veloces kilómetros son ahora los lentos y a la inversa.
Golpiza
Se me vino el tiempo encima. Juro que practico la liturgia como corresponde a todo buen creyente. Cada noche al borde de la cama sobo el despertador y convoco al fiero dios con la acostumbrada cábala: seis quince, seis quince, repito para mis adentros y activo la alarma. A esa hora interrumpo el sueño para seguir adorando las horas y los minutos, piadosa actividad en que me llevaré el día. Coloco un sagrado reloj en mi muñeca izquierda y me apresuro a guardar el primer servicio de la jornada, que consiste en cruzar un cierto umbral a las ocho en punto. Somos un país de pecadores, lo comprendo, pero deben creerme que, como cada uno de ustedes, hago circo y medio para llegar a la cita puntualmente.
Como todos los dioses, sin embargo, es insaciable. Haga lo que haga, tarde o temprano el tiempo termina echándoseme encima. Lo veo acercarse a grandes zancadas, con gesto terrible y dando varazos. Imposible huir, menos esconderse. Contra él estoy totalmente indefenso. Pronto caigo al piso y me insulta agriamente, me patea. Tal es la saña con que se deja venir que con la edad mi cuerpo se tuerce irremediablemente. Un día acabará matándome. ¿Tanta devoción de prisa en prisa para terminar con semejante golpiza?
Lento es rápido y viceversa
Lento es rápido, rápido es lento. El consabido despacio que tengo prisa bien podría ser un rápido que voy despacio. Un ejemplo muy a la mano lo ofrecen las computadoras. Operaciones numéricas que llevaría años o hasta vidas consecutivas hacerlas a mano, trabajando con toda velocidad las veinticuatro horas del día, son segundos en el moderno aparato. Cambiar fotos, armar páginas, probar una veintena de tipos de letra, consultar datos, imprimir el documento: lo que eran semanas o meses hoy es un abrir y cerrar de ojos. Mucha gente interpreta esta rapidez como una obligación de ir más rápido. Por el contrario, en su enorme velocidad la computadora, sabiamente utilizada, nos permite ir, en lo que lo requiere, cada vez más despacio.
Rápido no es necesariamente bueno y lento malo, como dictamina la ideología de la modernidad y el progreso. Unas cosas se pierden y otras se ganan al viajar alternativamente en avión y a pie o en burro; unas cosas sin velocidad simplemente no existen y otras sin lentitud se destrozan.
Más que opuestos en conflicto permanente, rapidez, lentitud son, al valores complementarios. Cuántas veces rápido es lento y viceversa, cuántas veces coexisten ambos en un mismo proceso.
Una obviedad
Se ha repetido mucho, con tonos de asombro y admiración, cómo las balas zapatistas lograron en unos cuantos días lo que organizaciones sociales y partidos políticos no pudieron en décadas. Pero esto es una obviedad. La velocidad es uno de los efectos más conspicuos de la violencia. Por eso se persiste en verla como motor de la historia. La lentitud subyacente, componente esencial del tiempo indio y así parte vital de la erupción chiapaneca, es mucho más difícil de percibir y casi imposible de apreciar en su viva existencia.
Rebatinga
Mucho también se discute sobre las coordenadas discursivas. Que si la guerra de Chiapas es la primera revolución poscomunista o la última marxista-leninista-guevarista. Será también una de las numerosas “transgresiones” indias que ha habido, una batalla más de la Revolución Mexicana —aún viva para unos, muerta ya para otros (en cuyo caso batalla póstuma)— y aún una barricada remanente de la Conquista. ¿Primera escaramuza de una reconquista? Última revuelta del segundo milenio o en su caso, puede ser, del presente sexenio; primera del año noventa y cuatro; cinco mil doscientosava del siglo que termina. Qué aniversario caña o década conejo, para darle valor mercadotécnico, puede estampársele también a la historia, viejo baúl cubierto de calcomanías en su viaje cronométrico.
Quinientos años al fin son poca cosa. En unos cuantos lustros, cierto, las armas españolas borraron del mapa el poder azteca, levantado por siglos de migraciones y guerras, y en unos cuantos más impusieron normas religiosas que se llevaron cientos de años, más allá del océano, tan solo en tomar forma. Pero muchas cosas persisten en estas mismas tierras de días aún más pretéritos, algunas casi sin cambio, gústele o no a quien sea. Prácticas chamánicas, mitos, cuentos, formas de organización comunitaria, normas jurídicas, sentido del humor, vicios y complejos. Y además una cierta forma de correr el tiempo. ¿Persistirá la conciencia nacional en intentar arrebatarlo y deshacerse de él de una vez por todas? Cuánto perdemos con sólo así pensarlo. Como si el tiempo fuera cosa de rebatinga.
Más coordenadas
No sólo conflictos de tierras, límites, espacio. El tiempo, un revoltijo, se le vino al país encima. A los indios del sureste se les agotó la ancestral paciencia y optaron por los frenéticos relojes de la guerra, sin perder los relojes calmados de sus formas democráticas, que los obligan a detener el tiempo mientras consultan a las comunidades de base. El gobierno, con agendas de por sí apresuradas, echó a vuelo las manecillas de los ceses, planes, programas, comisiones, y se multiplicaron los bomberazos, sobre todo chiapanecos, para rescatar los últimos granitos del reloj de arena sexenal antes de que la historia se agote. Tiempo indio y tiempo criollo, tiempo de provincia y tiempo de la capital, tiempos lacios de opulencia y tiempos larguísimos de un día sin pan, tiempos de competitividad y tiempos de cosecha. El tiempo de los medios, tiempo de televisión medido en segundos y jerarquizado al principio o al final del noticiero y antes o después de la telenovela, y luego las horas diarias de lectura para los cientos de páginas impresas, titulares por la mañana, titulares por la tarde, revistas mil para la noche. Con su enorme velocidad, su impaciencia, los medios contribuyen a hacerlo más lento todo.
Los tiempos de TLC son unos, más bien a la gringa, tiempos ordenados y homogéneos, agendables, alegres, confiables, tiempo de McDonald’s y cajero automático, tiempo optimista, calculado, optimizable, rápido. Otros son los tiempos de la calle, desordenados, cambiantes, desiguales, tiempo veloz de las tortas y los tacos, la lentitud de los parques, tiempos de peatón y de pesera, tiempos de buscar el amor y comprar los periódicos, tiempos de cantina y conversación, tiempos a temperatura ambiente. Y aun otros son los tiempos de la montaña, húmedos, largos y tristes, como hemos venido a aprender, tiempos muy lentos en los que hay que caminar rápido la vereda para que no se vaya el sol, tiempos de paciencia y neblina, de frío, de hambre, largos, inamovibles, incólumes, tiempos lentos donde muy rápido se termina la vida.
Signo de pesos
El tiempo de un mendigo sólo es rápido mientras dura el alto; ahí la velocidad la pone el dinero, que lleva consigo el tiempo tal vez más acelerado. Va de bolsillo en bolsillo con agilidad pasmosa, se esfuma en un instante de las manos y un billete se vuelve monedas en el acto (si hay cambio).
El poder va rapidísimo, por ir lentamente. Busca la permanencia, no la fuga, y la persigue con los tiempos de la violencia y los tiempos del dinero, los tiempos más veloces de todos los posibles.
Si el tiempo no los borra
Tal vez los velocísimos días que corren nos permitan ir ahora sí lentamente en las cosas que lo ameritan, para avanzar con más presteza en las que están empantanadas. Dejar a un lado la apresurada lógica sexenal, que va dejando atrás a los más lentos, de ahí el término rezago, y auténticamente pensar un país a largo plazo. Que el Congreso de la Unión se tome su tiempo. Que la justicia se olvide de las falsas culpabilidades al vapor y deje de exonerar tan rápido a los culpables verdaderos. Que el fisco deje en paz al ciudadano con cada tres meses, cada quincena, cada día de pago y se de el tiempo de organizar de una buena vez un sistema confiable que dure y todos conozcamos.
Qué revoltijo horario es el tiempo mexicano. El que los tiempos más rápidos predominen en cierto sector no da derecho a despreciar y menos aún a combatir los más lentos. La rapidez excluye los tiempos que no le siguen el paso. La lentitud todos los tiempos los abarca. Democracia del tiempo, redistribución de los segundos, los minutos, la duración real de una vida.
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Mauricio Ortiz
Editor de Toma Click,
revista catorcenal de fotografía.
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cómo citar este artículo →
Ortiz, Mauricio. 1994. Tiempo mexicano. Ciencias núm. 35, julio-septiembre, pp. 76-80. [En línea].
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La catedral de la vida. El biodomo
de Montreal
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Patricia Magaña Rueda | ||||||||||||||
En la actualidad la posibilidad de romper totalmente
nuestra relación con el medio es cada día más cercana, por lo que desde hace más de 20 años un cierto tono de alarma resuena con mayor profundidad en muchos más sectores sociales. ¿Cómo detener esta marcha hacia la destrucción de nuestro planeta? Puede haber muchas respuestas, pero para buena parte del mundo académico e intelectual la respuesta está en la educación y la formación de conciencia entre todos los ciudadanos de que nuestro futuro, el de nuestros hijos y descendientes, está comprometido con el manejo que hagamos del medio, y por lo tanto, que es necesario cambiar las tendencias destructoras de la naturaleza. Entre las opciones educativas están la televisión, el radio, las publicaciones, los museos, el cine, el video, las muy de moda empresas turístico-ecológicas y por supuesto las exposiciones, en jardines, parques, acuarios y zoológicos, a través de los cuales los hombres han intentado recrear la naturaleza. Sin embargo, esta naturaleza, cuya constitución y funcionamiento apenas empezamos a conocer, difícilmente podrá ser representada en toda su magnitud y complejidad.
Para los canadienses, particularmente los quebequenses, una respuesta educativa concreta ha sido la construcción del biodomo en la ciudad de Montreal. El biodomo es un nuevo concepto en museo de ciencias de la naturaleza, un concepto único, con muchas facetas, cuyo objetivo primario es despertar la conciencia del público acerca de la fragilidad del planeta y la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros en su conservación.
Como herencia de los juegos olímpicos de 1976, el velódromo de Montreal tenía muchos problemas, su rentabilidad era muy baja y aunque se usaba para eventos especiales, tenía un déficit de 1.5 a 2 millones de dólares canadienses por año, por lo que se decidió montar en él este museo vivo. Para sus creadores, el biodomo representa el inicio de la reconciliación de los hombres con la naturaleza, ya que marca un progreso respecto a lo que le precedió. En el biodomo se reproducen cuatro ecosistemas: el mundo polar, el bosque tropical lluvioso, el bosque lorenciano (ecosistema único de Canadá) y la marina de San Lorenzo.
Su construcción, a pesar de lo complicado de todos los requerimientos científicos y técnicos, que van de la construcción del gran domo, las rocas y pozas para los acuarios, además de la aclimatación de plantas y animales, permitió mejorar la suerte de las plantas, animales y peces considerados separadamente, lo que es parte de su originalidad; implicó conjuntar el jardín botánico, el acuario y el zoológico en un todo integrado, donde la técnica no es más importante que la naturaleza.
El mundo polar
Este ecosistema ocupa alrededor de 700 m2; representa dos zonas distintas: el Ártico y el Antártico. Se pueden ver acantilados de rocas, esquistos estratificados de las costas del Labrador, que albergan una impresionante comunidad de aves asociadas al agua (frailecillos, murras, alcas y patos), bajo la mirada nerviosa de otras aves, que se relajan en las aguas frías. Otra zona es la constituida por rocas basálticas de la Antártida, que sirve a colonias de pingüinos saltadores, y en el corazón del ecosistema, una pequeña zona donde el visitante puede ver caer nieve en pleno mes de julio, sobre los pingüinos reales.
Bosque tropical lluvioso
Sobre más de 2600 m2 y bajo un techo de vidrio de 20 metros de alto, a una temperatura de 25°C durante el día y 21°C por la noche, y con una humedad del 70%, el bosque tropical revela la lujuria y diversidad de su fauna y flora, entre rocas, acantilados y grutas calcáreas de donde surgen infinidad de cascadas. Fue diseñado con ayuda de un equipo científico del Museo Nacional de Costa Rica e ilustra la sucesión dinámica de un bosque primario y uno secundario. Un río forma una pequeña poza, además de rápidos y estanques con las orillas erosionadas, donde descansan los caimanes. Un bosque primario dominado por las ceibas, otro secundario por cecropias. Entre las especies arborescentes están Clusia, Calophyllum, Canavillesia, Pachira, Tabebuia y Xantaxylum y entre los arbustos Casimiroa, Liboria y Psycatria. Entre las herbáceas encontramos acantáceas, araceas, comelináceas, gesneriáceas, heliconiáceas y piperáceas, además de trepadoras y epífitas. Resaltan las begonias y bromelias. El ecosistema alberga primates, perezosos, capibaras y coatís, sin olvidarse de la fauna alada abundante y multicolor. El bosque tropical también tiene murciélagos, anacondas, batracios, iguanas, pirañas, y otros tipos de peces. Seis árboles gigantes —simulados— que se apoyan en sus contrafuertes o se ahogan bajo la presión irresistible del matapalo dejan caer sus lianas entrelazadas. Estos árboles constituyen el mecanismo humidificador del bosque tropical por el que, de manera continua, se puede observar la salida de vapor de agua, permitiendo el mantenimiento de la humedad en este ecosistema.
Bosque lorenciano
Intermedio entre el gran bosque de coníferas o boreal y el bosque de hojas caducas al sur de Canadá, el bosque mixto o lorenciano es el reino del gneiss, roca metamórfica formada por cristales de mica, cuarzo y feldespato. La retracción de los glaciares ha formado innumerables lagos, donde viven peces como las truchas, salmónidos y mamíferos como el castor y las nutrias. El biodomo reproduce sobre 1500 m2 este ecosistema dominado en sus partes rocosas por piceas, abetos y sauces y en su parte baja por los arces rojos y azucareros, las hayas y los abedules. Viven también ahí el lince, los mapaches, el puerco espín y toda una gama de aves migratorias y anidantes: pico gordos, urracas azules, verdines, garzas, patos y guacos.
En el otoño, después de lo apoteótico del espectáculo de los árboles que cambian sus hojas a tonos ocres, el bosque, bajo el efecto combinado de fotoperiodo y frío, entra en un largo periodo de reposo para el sueño invernal.
La marina de San Lorenzo
Los mares y océanos constituyen las 2/3 partes del planeta. El biodomo se concentró en el estuario de San Lorenzo, puerta de entrada a Canadá por el Atlántico. En una galería submarina, detrás de una pared transparente, se puede admirar una sección de mar de 1600 m2 con la presencia de rocas graníticas, donde cohabitan en una zona salina, distintos tipos de peces e invertebrados con formas y comportamientos extraños. A la fauna ictiológica del Atlántico norte, vendrán a sumarse este año las belugas del gran norte canadiense. Se construyó una poza de 2.5 millones de litros de agua salada con pequeñas playas, islas rodeadas de acantilados abruptos de una altura de 10 m que sirven para la anidación de gaviotas.
El ecosistema de San Lorenzo es también la representación de una vegetación pobre en coníferas, con árboles enanos de las regiones frías, aves de orilla y un estanque de marea con cangrejos, estrellas de mar, moluscos y otros invertebrados.
Con un costo de más de 50 millones de dólares, el biodomo se abrió en junio de 1992. Se plantea como una institución permanente, no lucrativa, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, que conjunte investigación concerniente a las relaciones del hombre y el ambiente, que conserve, comunique, discuta y eduque.
Al detenerse frente a alguno de los ecosistemas recreados y pensar en lo que involucra montar, mantener y estudiar algo tan complejo, la sensación de asombro crece a cada momento. Al adentrarse en los recovecos técnicos del funcionamiento del biodomo, lo cual en el futuro será parte de las atracciones del lugar, se piensa en la necesidad de investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, donde la alimentación de cada organismo, la filtración del agua, la eliminación de los desechos, el control de la luz, la humedad y el fotoperiodo, la salud de los animales, el control de las plagas, etcétera, representan un reto a la imaginación y creatividad de cada uno de los participantes de este interesante museo vivo. De igual manera, uno piensa en las infinitas posibilidades recreacionales y educativas, pero sobre todo se llega al punto nodal: ¿valdrá la pena el esfuerzo? Los debates generados alrededor del biodomo pueden ser muchos y apasionantes. Es un reto a la comprensión social de un proyecto que intenta dar a conocer las maravillas de la vida, y que esto permita protegerlas y manejarlas de la mejor manera.
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Magaña Rueda, Patricia. 1994. La catedral de la vida. El biodomo de Montreal. Ciencias núm. 35, julio-septiembre, pp. 23-25. [En línea].
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Jorge Escandón | |||||||||||
Eran las 10 en punto de la noche del 11 de octubre de 1492.
La tripulación medio amotinada, murmuraba su descontento. Habían pasado treinta y dos días desde que las islas Canarias se habían perdido en el mar, hacia el Este. Impulsada por la brisa, la “Santa María” se precipitaba a toda vela en la oscuridad. Escudriñando el vacío sin Luna. Colón vio súbitamente una misteriosa luz.
Fray Bartolomé de las Casas describió en su Historia de las Indias este momento de la siguiente manera: “Quien primero vio tierra fue un marinero llamado Rodrigo de Triana, no obstante que el Almirante, a las diez de la noche anterior, estando en el castillo de popa, había visto una luz. Pero era tan indistinguible que él no se atrevió a afirmar que era tierra; sin embargo, llamó a Pedro Gutiérrez, confidente del rey, y le contó que le había parecido ver una luz y que debía mirar también, lo que éste hizo, y la vio efectivamente. Después que el almirante hubo hablado se vio esta luz una o dos veces más; era como una antorcha mal encerada que se alzaba y descendía, lo cual a pocos les hubiera servido como indicación de tierra; de todos modos, el almirante estaba convencido de estar cerca de ella”. ¿Qué pudo haber sido esa misteriosa luz? ¿Era tierra? ¿Era una ilusión?
Un día a comienzos de los años treinta, el biólogo C. R. Crawshay estudiaba el cuaderno de apuntes del Almirante, recreándose en los recuerdos de la vida del océano en las Bahamas, donde recientemente se había establecido. Había registrado cuidadosamente el tiempo de las exhibiciones de un anélido del género Odontosillys, el cual, en grupos de seis a veinte hembras aparecían súbitamente sobre la superficie del agua, dejando caer los huevos y descargando chorros de una secreción luminosa. Éstas tenían lugar durante un periodo determinado de dieciocho horas cada mes lunar y se centraban alrededor de una hora, exactamente antes de la salida de la Luna, la noche anterior al último cuarto de Luna. Crawshay hizo una asociación imaginaria de dos hechos conocidos. Colón, al acercarse a las Bahamas, había visto una luz que “crecía y se desvanecía”, pero de la que nunca supo la causa. El gusano de luz (del género Odontosillys), nativo de las Bahamas, desplegaba justamente esa clase de luz, en un momento concreto de la noche y en una fase particular de la Luna. ¿Podría haber sido la luz vista por Colón?
Examinando cuidadosamente antiguos calendarios, Crawshay encontró que la noche del 11 de octubre de 1492 había sido justamente una noche anterior al último cuarto de Luna. Esto había sido exactamente una hora después de que Colón hubiera visto la luz. ¿Podría semejante coincidencia haber ocurrido por pura casualidad? La probabilidad era mínima. Por fin, Crawshay había proporcionado, tras casi quinientos años, la primera explicación verosímil del significado de la famosa luz y la publicó en un trabajo que escribió para Nature en 1935.
A este patrón recurrente dentro de cierto margen de regularidad, se le define como ritmo. Por el movimiento de rotación y traslación de la Tierra, los organismos que habitan el planeta están expuestos a fluctuaciones periódicas en diversas modalidades de la energía ambiental. La interacción de estas fluctuaciones del medio y los organismos ha dado como resultado el desarrollo de una amplia gama de programas temporales en el metabolismo y el comportamiento de los sistemas vivos. Esto constituye uno de los factores de adaptación más importantes de los organismos, ya que les permite responder adecuadamente a los cambios del medio ambiente.
Las descripciones de este tipo de fenómenos rítmicos son bastante antiguos. En el siglo IV a. C., Andróstenes observó que la posición de las hojas de algunas especies de papilonáceas era distinta en el día que en la noche. Aristóteles escribió sobre la hinchazón de los ovarios de los erizos de mar durante la Luna llena; describió estas espinosas criaturas con tal detalle, que su órgano masticador es conocido aún por los zoólogos como linterna de Aristóteles. Cicerón decía que las ostras y otros mariscos aumentaban y disminuían en función de las fases lunares; también Plinio confirmó esta observación.
En 1647, el científico italiano Sanctorius construyó una enorme balanza donde podía sentarse cada día a tomar sus comidas. Durante aproximadamente treinta años tomó su peso y encontró que fluctuaba con un ritmo mensual paralelo a un ciclo de treinta días en la turbidez de su orina. En 1729 en una breve comunicación a la Real Academia de Ciencias de París, M. Marchant transmitió las observaciones del astrónomo Jean d’Ortous De Marian quien había estudiado los movimientos de las hojas de una planta (probablemente la Mimosa pudica). Esta planta abría sus hojas durante el día y las cerraba durante la noche. Cuando De Marian movió la planta a un lugar donde la luz del sol no podía llegar, observó que mantenía sus hojas abiertas durante el día y las cerraba durante la noche. Así fue demostrada la persistencia del ritmo en ausencia de señales ambientales. En 1832, Agustín De Candolle descubrió que en oscuridad continua no solo persistía el ritmo de apertura y cierre de las hojas de la Mimosa pudica, sino que éste tenía una duración de entre veintidós y veintitrés horas. En 1880 Darwin, en su libro El poder de movimiento en las plantas, indicó que la periodicidad en el movimiento de las hojas era una propiedad inherente a las plantas. Muchas de las actividades periódicas de los animales están relacionadas con el ciclo reproductor. ¿Quién no reconoce aquel viejo dicho popular: “como burro en primavera”?
¿Los organismos son relojes vivientes?
Desde una perspectiva evolutiva, Colin Pittendrigh, director de la estación marina de la Universidad de Stanford, plantea el problema de la naturaleza exógena versus naturaleza endógena de la ritmicidad biológica, señalando la diferencia entre orden y organización temporal —donde orden se refiere a la ausencia de azar y organización a fenómenos dependientes del manejo de la información del organismo. Así, en sus orígenes, desde un punto de vista evolutivo, los seres vivos se sometieron al orden temporal impuesto por el medio ambiente y conforme evolucionaron; dicho orden fue integrado a la información genética, dando origen a su propia organización temporal. Por lo tanto, las semejanzas entre los ciclos ambientales y los ritmos biológicos se explicarían porque inicialmente estos últimos dependían de los primeros; mientras que sus diferencias se deberían a las características particulares de los organismos para adaptarse al medio ambiente. Aunque los hechos básicos de la propuesta anterior no son susceptibles de comprobación experimental, la teoría en su conjunto resulta congruente con nuestro conocimiento actual de la Biología.
El concepto de reloj biológico, como un sistema orgánico capaz de generar un orden temporal en las actividades del organismo, implica la capacidad del sistema para oscilar con un periodo regular, y la capacidad de usar dichas oscilaciones como una referencia temporal interna. Dicho sistema permite la interacción adecuada del dominio temporal del organismo y su medio. Las características anteriores son aceptadas por la mayoría de los estudiosos de la Cronobiología, sin embargo, los mecanismos por los cuales el organismo lleva a cabo dichas funciones son, hasta la fecha, motivo de controversia.
El tiempo que una oscilación requiere para cumplir un ciclo completo y volver otra vez al punto de partida se conoce como el periodo. Como en las oscilaciones físicas, el inverso del periodo es la frecuencia, que se define como el número de ciclos que ocurren en un tiempo dado. La frecuencia de los ritmos puede ser forzada a igualar exactamente alguna oscilación externa. Cuando esto ocurre, se dice que el ritmo es “sincronizado” por la oscilación externa. La señal responsable de la sincronización se denomina zeitgeber (palabra alemana que significa “dador de tiempo”).
Cuando el ritmo no está sincronizado se dice que está en oscilación espontánea y muestra su periodo “natural”. La amplitud es el término utilizado para describir la intensidad de una oscilación. El término “fase” es empleado a menudo para describir dónde el ciclo es relativo a otras bases temporales arbitrarias.
Los ritmos biológicos, en el verdadero sentido de la palabra, son solamente aquellas oscilaciones que se puede demostrar que continúan, aun en ausencia de cambios periódicos en el ambiente, tales como los cambios en la luz y la temperatura, es decir, son oscilaciones autosostenidas. Esos ritmos pueden ser llamados endógenos, puesto que aparentemente surgen desde el interior del organismo. En contraste, los sistemas pasivos que adoptan una apariencia rítmica, en función de su habilidad para responder a variables periódicas del ambiente, son llamados exógenos, puesto que su origen es externo; no son verdaderos ritmos debido a que no están autosustentados.
Existen cuatro ritmos que no varían en frecuencia bajo condiciones naturales, porque están sincronizados con ciclos geofísicos. Estos son las estaciones, los ciclos lunares, los ciclos de luz/oscuridad y los ciclos mareales. Todos estos ciclos están reflejados en ritmos anuales, ritmos lunares, ritmos diarios y ritmos mareales en los sistemas biológicos, los que se ha demostrado que persisten cuando se aíslan los organismos del respectivo ciclo ambiental. Ya que el periodo de un ritmo en oscilación espontánea sólo se aproxima al del ciclo ambiental al cual está sincronizado, el prefijo circa (cercano) fue introducido en 1959 por Franz Halberg, actual director de los laboratorios de cronobiología de la Universidad de Minnesota, para caracterizar ritmos de aproximadamente veinticuatro horas llamados circadianos. Después fue adoptado para los otros ritmos endógenos, conocidos como los ritmos circanuales, circalunares y circamareales. Actualmente el campo de los ritmos biológicos está dominado por el estudio de los ritmos circadianos.
El sistema circadiano consta, básicamente, de los siguientes componentes: vías de entrada para la sincronización, un oscilador autosostenido, encargado del periodo y la fase, y un conjunto de vías de salida hacia los sistemas efectores de la oscilación.
¿Qué determina los ritmos biológicos?
Luego de la descripción de más y más ritmos, la investigación comenzó a orientarse hacia la búsqueda del reloj. La pregunta que surgió fue la siguiente: ¿Es posible identificar al reloj biológico como una entidad física discreta y diferenciable del resto del organismo?
Beatriz Sweeney, del Instituto Scripps de Oceanografía, quien en la década de los cincuenta trabajaba con Gounyaulax polyedra, desarrolló un laborioso experimento, en el cual demostró que el ritmo de fotosíntesis y combustión de oxígeno ocurría a nivel unicelular. Lo que hizo fue construir un respirómetro con el principio del diablillo cartesiano, el cual puede ser utilizado para medir volúmenes del orden de una milésima de millonésima de litro. Primero aisló una célula de una colonia y la mantuvo con un ciclo de iluminación de 12 horas de luz por 12 horas de oscuridad (12L/12O). Posteriormente se dedicó a medir los volúmenes de oxígeno y registró que la célula comenzaba su actividad fotosintética al amanecer, a mediodía alcanzaba su máximo y en la tarde comenzaba a decaer, mostrando un claro ritmo circadiano. La curiosidad llevó a Sweeney a cambiar el ciclo de iluminación por uno de iluminación continua (veinticuatro horas de luz), observando que no persistía la fluctuación. Con esto se demostraba la existencia de ritmos circadianos a nivel unicelular.
A partir de entonces, el problema de los ritmos circadianos, se situó en tres grandes grupos: estudios bioquímicos y biofísicos del mecanismo, controlado a nivel celular, estudios de comportamiento sobre el organismo considerado como un todo y estudios fisiológicos acerca de cómo la ritmicidad celular se traslada al comportamiento de la totalidad del organismo.
A nivel de sistemas se han identificado estructuras como el ganglio cerebral en la polilla, los ojos de la aplisia, la glándula pineal en reptiles y aves, y el núcleo supraquiasmático en los mamíferos. En todos estos estudios ha sido posible comparar que la estructura en cuestión es capaz de imponer el periodo y la fase de la ritmicidad en los diversos fenómenos estudiados.
Incursionando en los sistemas
Con esa ternura que caracteriza a los científicos (descuartiza, quita, arranca), la cual siempre está guiada por el llamado sentido de objetividad, se empezó a indagar en el sistema nervioso central de distintos organismos. En 1960 la Dra. Janet Harker, escogió a la cucaracha como objeto de estudio porque sincronizaba su actividad con mucha precisión. Mantenidas en un ciclo de 12L/12O, las cucarachas comienzan a deambular poco después de que se inicia el periodo de oscuridad, alcanzan su pico dos horas después y a las tres o cuatro horas los animales permanecen cada vez más tiempo quietos durante lo que resta de la fase oscura y durante las doce horas de luz. Anteriormente se sabia que existía una hormona que estaba involucrada en los ritmos de la actividad locomotora de la cucaracha. Descuartizando virtualmente al animal, se encontró que la fuente de la hormona eran cuatro células del ganglio subesofágico, un órgano aproximadamente del tamaño de la cabeza de un alfiler, localizado justo debajo del esófago.
“Dado que es posible trasplantar órganos endócrinos en la corriente sanguínea de otras cucarachas —cuenta la Dra. Harker— tuve la posibilidad de verificar que las células que había encontrado eran las responsables de la secreción de la hormona a intervalos de tiempos precisos; las conexiones nerviosas no eran responsables de la sincronización”.
Enseguida produjo cucarachas arrítmicas extrayéndoles sus relojes. Decapitó individuos asegurándose de haber extraído también el ganglio subesofágico, y luego volvió a sincronizar los cuerpos implantando los ganglios de ejemplares normales en sus abdómenes. Fue así como demostró que las células neurosecretoras podían mantener sus ritmos establecidos a pesar de que les hubiesen sido extirpadas todas las conexiones nerviosas.
Hasta aquí la distinción de una entidad física discreta había sido exitosa. Sin embargo, debido a que los relojes biológicos son tan difíciles de descomponer, no había habido previamente forma de descubrir qué le pasaba al reloj biológico si estaba en malas condiciones.
Harker continuó: “Pensé que habiendo encontrado este reloj, sería posible exponer un animal a dos relojes que funcionaran desfasados el uno del otro, y que esto podría ejercer sobre el animal un efecto similar al que se producía si un reloj estuviera funcionando mal”.
Con este planteamiento realizó otro experimento. Si se colocan cucarachas en un ciclo de 12L/12O inverso al normal, aprenden a moverse en la madrugada cuando se apagan las luces, y permanecen en reposo por la noche, cuando éstas se encienden. Podemos decir que, aunque viven en México, se mueven de acuerdo con la hora de Bombay. La Dra. Harker prosiguió su experimento trasplantando células de animales sincronizados con el ciclo normal de día/noche, descubriendo que esa clase de cirugía no les hacia ningún daño. Luego tomó cucarachas normales de México y les implanto células del reloj de las cucarachas de Bombay. Lo que observó fue que estos animales desarrollaron tumores en el intestino medio y posteriormente murieron. J. L. Cloudsey-Thompson dijo al respecto: “La observación acerca de los tumores del intestino medio, puede considerarse de suma importancia en el estudio de las enfermedades resultantes de los síndromes de tensión en el hombre”.
Este tipo de estudios realizados en invertebrados permitió que también en los mamíferos se ubicara el sistema nervioso central como sitio geográfico del reloj biológico, ya que el sincronizador más importante es el ciclo luz/oscuridad. La búsqueda comenzó en entonces por los ojos. En 1972, Roben Moore quien actualmente es investigador de la Universidad de Pittsburgh, describió una vía independiente de la vía visual tradicional, que finalizaba en dos pequeños núcleos ubicados en la base del cerebro: los núcleos supraquiasmáticos del hipotálamo anterior.
¿Se encontraría ahí el reloj?
La respuesta más rápida consistía en eliminar tales núcleos y observar el comportamiento de los animales. ¡Sorpresa!, no solo desaparecieron los ritmos de actividad locomotora y bebida, sino también algunos de secreción hormonal. Si el núcleo supraquiasmático era efectivamente el responsable del origen de la ritmicidad, entonces su trasplante debería restaurar los ritmos de animales previamente lesionados. Efectivamente, el siguiente paso se comprobó en diversos laboratorios incluyendo al grupo mexicano de la UNAM, dirigido por el Dr. Drucker Colín. El trasplante de tejido hipotalámico fetal neonatal, que contenía el núcleo supraquiasmático, era capaz de hacer que se recuperara el perdido sentido del tiempo, observándose un claro ritmo circadiano después de dos o tres semanas de haber sido realizado el trasplante.
A nivel molecular, la investigación de los ritmos todavía está en pañales, aunque actualmente existe un fuerte incremento en este tipo de estudios. Varios investigadores han identificado en Drosophila melanogaster un gene denominado per para el periodo que codifica para proteínas en la células que regulan ciertos ritmos. La mayoría de estas proteínas hacen que los ciclos corran más rápido si se acorta el día y que el canto de apareamiento de los organismos acelere sus notas. Otros investigadores han descubierto una secuencia de ADN similar en las gallinas, los ratones y los humanos.
Algunos investigadores sugieren que las membranas celulares, que permiten que ciertos iones entren a la célula y que otros no lo hagan, así como ciertas reacciones metabólicas en el interior de la célula como la glucosis y la oxidación del NADH (por peroxidasa de rábano) y que muestran oscilaciones autosostenidas, pueden ser contadores temporales.
La comparación de las propiedades dinámicas de oscilaciones enzimáticas y circadianas tienen muchos factores comunes; sin embargo, hay diferencias obvias en cuanto a la complejidad jerárquica de los ritmos circadianos, comparados con los ritmos ultradianos (de menos de veinticuatro horas) existentes en sistemas intracelulares. La pregunta básica de cómo los ritmos circadianos podrían ser explicados por un mecanismo basado en osciladores enzimáticos, todavía no ha sido contestada.
¿Y el Homo sapiens?
La estructura rítmica de los fenómenos biológicos está codificada genéticamente y aparece muy temprano en la vida embrionaria, incluida la especie humana. Se ha visto que en todo grupo humano hay individuos con actividad predominantemente matutina e individuos con una preferencia por las actividades vespertinas (las “gallinas” y los “búhos”). Las “gallinas” son activas por la mañana, alcanzan sus máximos de rendimiento en horas del mediodía y gustan poco de las actividades nocturnas, momento en que manifiestan cansancio y predisposición al sueño. Los “búhos” se levantan tarde y van ganando energía durante el día, y alcanzan su máximo rendimiento hacia la noche: prefieren por lo tanto prolongar la vigilia.
Tradicionalmente se decía que el sistema circadiano humano es especialmente sensible a sincronizadores sociales y no tanto a zeitgebers más comunes como el ciclo luz/oscuridad (tomando en cuenta que la mayor parte de nuestras vidas en general están sujetas a un fotoperiodo absolutamente artificial). Algunos experimentos recientes indican que los ritmos circadianos en el hombre están indudablemente sujetos al control fótico, siempre que la estimulación se dé en condiciones adecuadas. Esta serie de estudios se inserta en el conocimiento básico cuya obtención es imprescindible para una manipulación racional de los ritmos biológicos, tanto en la salud como en la enfermedad. Pueden identificarse numerosas situaciones clínicas en las cuales es de suma importancia modificar el sistema circadiano. En el hombre se verifica la existencia de ritmos circadianos alterados en situaciones tales como la depresión, las enfermedades emocionales estacionales, la ceguera, etcétera.
Nuestros relojes biológicos se resincronizan muy lentamente ante un cambio brusco de fase en la información ambiental, por consiguiente, no estamos bien preparados para situaciones de trabajo prolongado, para los turnos rotatorios de trabajos, o para los vuelos trasmeridionales, en los cuales se producen cambios repentinos en las señales ambientales. Las consecuencias de esta desadaptación son variadas y comprenden desde malestares transitorios (el llamado jet-lag de los viajeros de avión) hasta cuadros de desajustes neurovegetativos crónicos, de graves consecuencias para la salud y la productividad.
Estas situaciones ocurren porque ninguna de las desincronizaciones citadas han sido experimentadas durante evolución humana. Puede afirmarse que nuestro cuerpo está diseñado para un mundo que ya no existe. En los últimos cien años hemos cambiado radicalmente nuestro medio ambiente, para el cual, tal vez, no tenemos un diseño fisiológico adecuado. Comenzando por la introducción de la lámpara de luz eléctrica hasta el desarrollo de las tecnologías de computación digital, control de procesos, telecomunicaciones, diseño y construcción de naves supersónicas. Sin duda alguna estamos ante un silencioso proceso de una envergadura similar al de la revolución industrial. Hemos sido catapultados a una sociedad de 24 horas, con intercomunicaciones around the clock, McDonald’s incluidos.
Aunque no hay que olvidar que está en la naturaleza humana la capacidad de construir su propia historia y que el legado de una generación a otra, que se caracteriza por ser tan diferente, es una de las causas de la continuidad de este proceso de vida.
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Referencias Bibliográficas
Aguilar Roblero, R., 1993, “Teorías sobre los ritmos biológicos”, Psiquis 2:121-132.
Aschoff, J., 1984, “Free running and entrained circadian rhythms”, Handbook of Behavioral Neurobiology, vol. 4: Biological Rhythms (Jurgen Aschoff, ed.), New York Plenum Press. Golombek, D., Cardinalli D., 1993, “Cronobiología de las drogas y los tiempos”, Psiquis; 2:38-47. Golombek, D., 1993, “Ritmos circadianos en humanos: Cronofarmacología”, Psiquis, 2: 133-139. Moore-Ede, M., Suzlman, F., Fuller, C., 1982, The clocks that time us, Harvard College Press, USA. Moore-Ede, M., 1993, The twenty four hour society, Addison-Wesley Publishing Company, Canada. Pittendrigh C., 1993, “Temporal organization. Reflections of darwinian clock-watcher”, Ann. Rev. Physiol., 55: 19-54. Reingberg, A., Smolensky M. H., 1983, Introduction to Chronobiology. Biological rhythms and medicine, Springer Verlag, New York. Ward Ritchie, R., 1977, Los relojes vivientes, Ediciones Grijalbo, España. |
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Jorge Escandón
Instituto de Investigaciones Biomédicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Escandón, Jorge. 1994. Ritmos biológicos. Ciencias núm. 35, julio-septiembre, pp. 69-75. [En línea].
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