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Río de tiempo y agua.
Procesos y estructura en
la Ciencia de nuestros días
Pedro Miramontes
Copit ArXives, 2010
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Todos sabemos lo que significa escribir un libro de
divulgación dirigido al gran público. Sabemos y hemos sentido en carne propia lo que implica decir las cosas bien, sin falsificar su contenido científico para hacerlas asequibles y amenas a la vez. Lograr que nuestro libro resulte cierto, informativo, ligero, ameno y atractivo es poco menos que una proeza. Bien, aquí tenemos uno de esos libros que cumple con tales cualidades y que posee el mérito adicional de contener una dosis adecuada de buen humor, más otra de buena cultura general que agrega riqueza y color al texto. Sumado a lo anterior nos ofrece dos extras: uno, poco común, es la atención prestada a los problemas sociales, lo que significa mostrar en cada oportunidad cómo se imbrican y traban mutuamente la temática científica y la realidad social y sus problemas, generales o específicos. El otro plus es mérito no de Pedro, sino de Octavio, su hermano, pues el libro de marras aparece publicado en la red de acceso libre, de Open Access, Copit ArXives. Así que es gratis y está ya a nuestra disposición. ¡Hay que aprovechar!
El libro contiene ocho ensayos que fueron publicados en el curso de varios años en la revista Ciencias, la exitosa y multipremiada publicación de la Facultad de Ciencias de la unam, sostenida a lo largo de los años por un grupo pequeño, pero entusiasta y capaz. Cada ensayo aborda un asunto particular que queda hábilmente ocultado, más que identificado, por su título, siempre de una sola palabra. Es al adentrarse en la lectura cuando el lector descubre que tal palabra es un acierto de buen humor, que desvela efectivamente el contenido, pero agrega una dosis de enigma, al mejor estilo de Delfos.
Como es de esperarse de su autor, cualquiera que sea el tema de los varios que toca, la visión que guía la mano del escriba es la teoría de sistemas complejos. Explícita o no, es siempre ésta la voz silenciosa que imprime el fondo del argumento. La unidad y variedad de la obra proviene precisamente de la riqueza del tema genérico que la cruza. Esta pequeña colección de ensayos refleja en alguna forma el inmenso campo que cubre el tema que conocemos como sistemas dinámicos o, si se prefiere, caos determinista. El autor aborda asuntos diversos con característica autonomía, un tanto herética y siempre libertaria, en los que la no linearidad de los sistemas que nos ofrece la naturaleza —o, en ocasiones, la sociedad— es razón central de su comportamiento azaroso. De manera simple le hace comprender al lector que, atrás de los grandes incidentes, usualmente están las mismas causas que determinan sucesos análogos pero pequeños o insignificantes, que no se requieren explicaciones ad hoc. Que la extendida idea de que los eventos pequeños resultan de causas pequeñas, mientras que los grandes eventos se explican por grandes causas, pertenece a una visión en general ya superada. Pedro no deja pasar la oportunidad para hacer ver que esto no es característico sólo de las ciencias naturales, sino que se dan situaciones similares en la vida cotidiana, en la sociedad y su economía. Una crisis económica mayúscula, por ejemplo, no necesariamente requiere una explicación particular ajena a los procesos económicos usuales, como se pretende con tanta frecuencia. Exactamente como un terremoto de grado máximo tiene como causa los mismos acomodamientos de las placas tectónicas que dan lugar a los cotidianos temblores de grado tres o cuatro.
Pedro centra su atención en los sistemas no lineales, que es una caracterización que engloba la gran mayoría de los sistemas de toda naturaleza. Explica cómo las interacciones internas en tales sistemas conducen al caos determinista y ello, a su vez, a una limitación intrínseca de la capacidad predictiva de nuestras teorías en el largo plazo. Es cierto que la mecánica de Newton permitió a Haley predecir con precisión cuándo reaparecería en nuestro cielo de nueva vuelta su cometa, lo que impulsó de manera importante la confianza en la capacidad de la ciencia para conocer el futuro. Sin embargo, la realidad es que la inestabilidad connatural de nuestro sistema planetario, debida a las leyes no lineales que lo sostienen, no nos autoriza a hacer predicciones para tiempos ilimitados. No tenemos el futuro en las manos. De manera suave, Pedro nos muestra el contraste entre esta realidad y la visión que se alimentara durante el siglo de la Ilustración y hasta hace no muchas décadas, plena de confianza en las posibilidades ilimitadas de la ciencia.
Podría tal vez pensarse que hemos salido perdiendo al descubrir nuestra limitada capacidad de predicción a plazos largos en los sistemas complejos, que es decir en casi todo. Con fácil palabra, Pedro nos hace ver la contraparte de ello, lo mucho que hemos ganado en dos diferentes terrenos. Por un lado, la nueva visión nos provee la posibilidad de entender cómo es que surgen estructuras en ciertos sistemas simples inicialmente homogéneos e indiferenciados, tema de grandes alcances y que resultara misterioso para la ciencia anterior al estudio de los sistemas complejos. Por otro lado, nos muestra cómo la pérdida de capacidad predictiva no es por ignorancia, sino porque los datos específicos de que disponemos, por precisos que sean, resultan siempre insuficientes para hacer la predicción acertada a plazos arbitrariamente largos. No podemos predecir el clima que habrá en la Ciudad de México el 15 de septiembre de 2025. Estamos frente al efecto mariposa, descubierto por Poincaré hace ya cien años, cuando se dio al estudio de la estabilidad del sistema planetario y descubrió lo inesperado para sorpresa de todos: este sistema, al que consideramos tan estable que no albergamos la mínima duda de su buen funcionar, es esencialmente inestable. Simplemente, es un sistema no lineal.
En sus ocho ensayos, Pedro nos lleva a terrenos muy diversos y presta breve atención a algunos momentos históricos relativos, para hacernos ver cómo emergen con frecuencia teorías antagónicas, las que se contraponen en ocasiones por siglos y conviven en un estado de tensión que conduce, finalmente, a su solución dialéctica. En la física tenemos el ejemplo paradigmático de la identificación de la causa que mantiene el movimiento de los cuerpos (inercia o fuerza), tema de búsqueda y contradicción que se extendiera por más de quince siglos. Y hay varios otros, todos por demás conocidos, como la determinación de la naturaleza del calor (fluido o movimiento) o la estructura de la materia (continua o discreta), por no citar los que vive la física de nuestros días y caer en controversias.
El autor nos ilustra al respecto en el capítulo acertada y poéticamente titulado Paisajes, con un episodio análogo en la biología, que se diera entre la teoría de la preformación y la teoría epigenética del desarrollo. En esencia, la primera —la teoría de la preformación— veía en cada espermatozoide, y más tarde en cada óvulo, al futuro ser ya prefigurado, perfectamente formado y cargando incluso a sus futuros descendientes. El desarrollo de la ciencia y de sus recursos condujeron al encuentro de argumentos suficientemente sólidos como para encauzar al medio científico hacia la teoría epigénica del desarrollo, es decir, el desarrollo por diferenciación celular. La idea de procesos que conducen de un estadio primitivo, caracterizado por lo simple e indiferenciado, a estructuras y funciones complejas y diferenciadas, se abrió paso. En el entender de Waddington, el famoso embriólogo y pionero inglés, la epigénesis —es decir, los procesos de desarrollo— se encuentran por todas partes. Fijada la idea, de manera natural surgió muy pronto el problema de determinar qué establece la dirección del desarrollo en ausencia de predesarrollo. Y la respuesta simple, directa, y tal vez ingenua, no se hizo esperar: una fuerza vital, con lo que la nueva teoría cayó en el vitalismo. Quizá ustedes se acuerdan de que incluso fue ésta la explicación que durante décadas se dio del movimiento browniano: los granos de polen están en movimiento perpetuo de agitación debido a la energía vital que poseen. Hoy nos es claro que ésta no era la solución, ni en la física ni en la biología. Si desean conocer la evolución y desenlace de esta historia breve y vivamente presentada por Pedro, lo mejor es que lean este excelente libro. Es agradable y gratuito.
Pedro pone énfasis en sus discusiones históricas el que en cada caso se trata de hombres y teorías que se corresponden con su época y su situación, y si algunas de las propuestas hoy nos pudieran parecer ridículas o extravagantes, de ninguna manera lo fueron en su momento. Creo que éste es uno de los puntos más atractivos de la obra: nos hace ver cómo la ciencia es un fluir en que cada tiempo histórico imprime las huellas de su momento. Es así como llega, por ejemplo, a interesantes observaciones sobre el desarrollo y significado de la homeopatía, o del trabajo profundamente original de ese pionero de la biología matemática que fuera D’Arcy Thomson, o a un buen número de otros temas de similar interés, cuya presentación destaca en cada caso por su originalidad y la visión social que la guía.
El buen humor campea a lo largo de todo el libro. Por ejemplo, con no mucho más motivo que da el armar la oportunidad buscada, Pedro nos cuenta cuál es la historia real detrás de las hazañas atribuidas a uno de los héroes holandeses, Piet Heyn. De ese asunto yo no sabía nada y vine a enterarme de que se trata de uno de esos piratas protegidos y alentados por su respectiva corte. Es bien sabido cómo la corona inglesa, en particular la reina Isabel I, protegía e incluso premiaba la piratería, en particular la ejercida por sus huestes en el Caribe durante su guerra con España. Es ésta una historia conocida que se extendiera durante los siglos xvi y xvii, cuando grandes piratas ingleses se convirtieron en personajes famosos y poderosos, premiados con su elevación a la nobleza. Su fama nos llega hasta hoy con Sir Francis Drake o Sir Henry Morgan, e incluso con un poco de libertad podríamos incluir a Sir Walter Raleigh —aunque este último acabó en el cadalso, casi con su tabaco en la mano. Estos tres personajes fueron tornados caballeros de la corona por los altos servicios prestados a su país, unos desvalijando barcos cargados con el oro y la plata extraída de las minas mexicanas, tesoro que finalmente sirviera a Inglaterra para destruir la Armada Invencible española; el otro acabó destruyendo por sus pistolas lo que fuera la Guyana Inglesa.
Pedro mira al otro lado y nos recuerda que los holandeses comparten la misma gloria. Ambos países, Inglaterra y Holanda, fueron los campeones de la piratería en el Caribe. Y sucede que Piet Heyn llevó tantas toneladas de oro pirateado a su país que con ello se convirtió en héroe nacional. Y sigue siendo considerado un héroe hasta hoy, casi cuatrocientos años después de que realizara sus despojos. Ese otro tesoro mexicano se utilizó en crear la armada holandesa que en 1630 sirviera para apoderarse de Pernambuco. Vemos así que no fue menor nuestra contribución a las lides coloniales.
Regresando al terreno inicial, me permito unas palabras sobre el espíritu que sobresale en las discusiones y le proporciona un tenor muy particular a la obra. Pedro es a la vez un científico maduro y una persona de convicciones. Sabe bien cuál es el lugar de cada cosa y pone cada cosa en su lugar. Al analizar un tema científico lo hace apegado a las normas de la buena ciencia, pero no se olvida de que esa buena ciencia tiene o tuvo un lugar y una época, y que estos —el momento y el medio— imprimieron un patrón o una huella profunda en la manera de pensar y de proceder de los científicos. Así como en la época de Aristóteles la ciencia aristotélica (permítanme llamarle así) era la buena ciencia y había muy poco espacio para otra ciencia, pues las concepciones del momento representaban a la vez motores y frenos para determinadas ideas, lo mismo ocurre en nuestra época.
Pedro invita al lector en esta obra, de manera abierta o indirecta, según el caso y el momento, a percibir el hecho de que también la actividad científica actual tiene no sólo su motor interno, fincado al interior de la ciencia, sino que opera simultáneamente un poderoso motor externo que en mucho decide su camino. Es claro que la parte más poderosa de esta maquinaria externa radica en las grandes estructuras de poder económico, político y militar que imponen sus normas a nuestras sociedades, muy particularmente en las más avanzadas.
Termina su obra, pues, discutiendo brevemente los “demonios de la ciencia”, para hacernos ver cómo en esa alternancia histórica entre racionalismo y romanticismo, pese a vanagloriarnos hoy del racionalismo de nuestra ciencia, lo tenemos colocado en el banquillo de los acusados. Quo vadis, scientia?
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Referencias bibliográficas
Río de tiempo y agua. Procesos y estructura en la Ciencia de nuestros días
http://scifunam.fisica.unam.mx/mir/copit/TS0007ES/TS0007ES.html |
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Nota
Texto leido en la presentación del libro Río de tiempo y agua en el Instituto de Física de la UNAM el 21 de octubre del 2010.
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Luis de la Peña
Instituto de Física,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → De la Peña, Luis. (2011). Río de tiempo y agua, procesos y estructura en la ciencia de nuestros días. Ciencias 101, enero-marzo, 74-78. [En línea] |
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H2O.
Una biografía del agua
Philip Ball
FCE / Turner
México, 2010.
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Algunas sustancias se vuelven míticas. Trascienden las
propiedades físicas y químicas de su existencia y se manifiestan en nuestras mentes como símbolos, como cualidades. En el inconsciente colectivo de una cultura, su constitución material se vuelve secundaria en relación con su valor simbólico. Para los alquimistas, el oro era algo más que un metal: era la perfección, la meta de una búsqueda espiritual. No basta con decir que el fuego es un gas luminiscente, o que hay algo vital e irrevocable en la sangre que la convierte en algo más que una suspensión coloidal. En general, cualquier descripción científica de las sustancias míticas será por fuerza decepcionante.
No tiene por qué ser así necesariamente con el agua. Aun cuando la despojemos de sus adornos simbólicos, de su vínculo con la pureza, el alma, lo material, la vida y la juventud; aunque la reduzcamos a mero objeto de la química de laboratorio o de la geología, el agua continuará fascinándonos. Lo que a simple vista es tan sólo una molécula, ha implicado desde siempre profundos y variados desafíos para la ciencia.
Pero, ¿por qué una biografía? La respuesta es que, al igual que los seres humanos, el agua tiene ciertas características inmediatas, evidentes y familiares que sólo pueden entenderse, en todo caso, si consideramos su constitución más profunda, las fuerzas ocultas que determinan su comportamiento. Por ello estoy obligado a estudiar la naturaleza íntima del agua, los elementos físicos y químicos que conforman su personalidad única. Moldeada por las fuerzas de la física, el agua lleva una vida notable en todo el ancho mundo. Observaré la influencia que ejerce en la vida, en los entornos planetarios de la Tierra y de otros universos y estrellas, e incluso en nuestras propias ideas preconcebidas sobre las posibilidades de la ciencia.
Para este viaje a través del lugar que el agua ocupa en la creación, es preciso que exploremos sus orígenes en dos sentidos: el primero, material y el segundo, conceptual. Siempre existe más de un camino para narrar los avatares de una vida. Tenemos, por un lado, la historia de la persona pública, y por el otro la narración de los hechos reales (los cuales, en toda biografía, siempre serán indefinidos e imprecisos, solamente conocidos por la persona misma y, aun así, sólo de manera parcial). Tenemos, además, la cuestión de la genealogía y, si queremos ser precisos, la cuestión del origen, incuso de las raíces de la especie. Está también la historia del lugar que ocupa esa persona en la cultura: ¿podría alguien narrar, por ejemplo, la vida de Henry Ford sin hablar del desarrollo cultural de nuestra evolución respecto al automóvil? Del mismo modo, no podemos eludir la conclusión de que el agua constituye una fuerza de cambio social para la humanidad, un recurso precioso que debemos atesorar, explotar y usar sabiamente, ya que la alternativa sería la privación, la enfermedad, la degradación medioambiental, el conflicto y la muerte.
Con el agua tenemos por lo menos la ventaja de que nuestro objeto impersonal nos permite una distinción inusualmente definida entre nuestras actitudes y los hechos. Nuestras convicciones sobre lo que es el agua han sufrido dramáticas revisiones en el transcurso de la historia, y no es necesario decir que en cada una de esas épocas hemos creído que nuestra visión del momento era la única verdadera. Esta historia nos pone frente a un espejo y nos permite ver cómo nuestra percepción del mundo material ha dado enormes saltos mortales a lo largo de los siglos. Sin embargo, en todo ese tiempo, el agua ha sido siempre lo que todavía es en nuestros días: H2O, un curioso compuesto químico con su propia historia personal. Algunos pasajes de esa historia pueden reconstruirse ahora, otros siguen siendo un misterio. Pero sea cual fuere la manera en que queramos contarla, el agua vino del Universo, y allí sigue todavía.
Ahora bien, ¿cuántos de nosotros, aparte de los químicos, evocan en su mente esa molécula con forma de banana cuando alguien menciona al agua? En su lugar, nos vienen a la mente ríos, arroyos, fuentes burbujeantes, vastos océanos. Vemos un líquido, el arquetipo de todo lo que fluye (así podemos imaginarlo). No en vano la ciencia de los fluidos se llama hidrodinámica, derivada de la raíz griega hydor (agua). El agua, por supuesto, no es la única sustancia que constituye un líquido, pero muy pocas hacen tanto por las condiciones de temperatura y presión bajo las cuales resulta agradable vivir. Por esa razón, apenas nos sorprende que los antiguos filósofos de la naturaleza, cuando veían fundirse algún metal, pensaban que esas sustancias eran portadoras del agua misma. El carácter singular del agua reside fundamentalmente en su estado líquido, razón por la cual tendré que ahondar más en el poco atendido mundo de la física de los líquidos, sólo para descubrir hasta qué punto el agua echa por tierra radicalmente todo el espectro de las teorías.
Cualquier forma célebre atrae a los mitos, y el agua los tiene en abundancia. Ya estamos familiarizados con los antiguos mitos: el mundo surgió a partir de un océano primigenio, el diluvio bíblico. Pero en los capítulos 10 y 11 exploro otros mitos del siglo xx, mitos sobre el agua salidos del seno de las ciencias naturales, extrañas ideas e historias surgidas a partir de la genuina singularidad de la sustancia que nos ocupa. Se trata de un largo periplo que recorre ejemplos de pseudociencia, pasa por otros que son ciencia a medias y llega hasta casos de ciencia genuina que han entendido erróneamente su objeto o, sencillamente, han hecho mal su trabajo. Es preciso que estemos alerta si deseamos comprender el agua en todos sus disfraces.
Todavía podría decirse mucho más acerca del agua, pero esta biografía no agota el tema. Nos quedarían todavía por estudiar sus influencias poéticas y literarias, o decir algo más sobre sus distintos papeles sociales, históricos y tecnológicos. El agua necesita varios biógrafos, pues ella no es un personaje individual, sino un universo cultural en sí mismo, con leyes, artes, una geografía y una historia únicas. Lo que aquí pretendo es relatar el secreto más íntimo de la naturaleza del agua, explicar por qué es una sustancia tan notable y por qué, por eso mismo, constituye la matriz de la vida.
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Fragmento del prólogo.
como citar este artículo → Ball, Philip. (2011). H2O Una biografía del agua. Ciencias 101, enero-marzo, 72-73. [En línea] |
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Una especie multiusos del trópico mexicano
Trema micrantha (L.) Blume
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Udavi Cruz Márquez, Citlalli López Binnqüist y Patricia Negreros Castillo
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Con 370 millones de años en el planeta, los árboles son las
únicas plantas que, por su belleza y tamaño, no escapan de la vista de nadie. También son los seres vivos más longevos e indispensables para la supervivencia de todos los seres vivos que habitamos en el planeta. Existen árboles en todas las zonas terrestres del mundo y en todos los climas, y precisamente es el clima el que determina cuántos diferentes tipos de árboles (y todos los organismos vivos en general) se pueden encontrar en una localidad. En el presente y en el pasado, los componentes de los árboles (hojas, frutos, troncos, cortezas, raíces y más) han sido utilizados por animales y humanos como medicina, alimento, refugio o vivienda. Los árboles, además, proporcionan las condiciones para que una enorme cantidad de especies animales, vegetales, microscópicas y fúngicas encuentren un medio adecuado para su subsistencia. En conjunto integran los ecosistemas más impresionantes y diversos del mundo: los bosques y las selvas.
Los árboles crecen en gran número y tamaño dentro de las selvas, las cuales son los ecosistemas terrestres más biodiversos, pues incluyen también la mayor diversidad arbórea. Esto significa que hay mucho que queda por conocer y que dichos ecosistemas son fuente de una enorme gama de recursos maderables y no maderables (remedios, toxinas, estimulantes, antioxidantes, alimentos, etcétera), que contribuyen a la subsistencia y desarrollo del ser humano. De hecho, en muchos lugares del mundo, a los árboles se les dan diferentes usos y muchos de ellos no incluyen la generación de productos para la comercialización. De esta forma las personas logran satisfacer un buen número de sus necesidades directamente de la extracción y transformación de los árboles (raíz, tallo, hojas y frutos) presentes en su entorno cercano, sin necesitar dinero en efectivo para obtener dichos productos. En este tipo de sociedades se han desarrollado formas de utilización que incluyen el cuidado y siembra continua de los árboles, ya que de ellos obtienen directamente productos necesarios para su supervivencia. Desafortunadamente, en las sociedades modernas no hemos aprendido a lograr este balance entre extraer y volver a sembrar o reponer los árboles y otros organismos vivos que utilizamos.
Al igual que las personas, cada especie de árbol tiene su propia historia y características, ninguna superior a otra, que forman parte del enorme y diverso mosaico que es nuestro planeta. El caso de Trema micrantha, un árbol que se considera de rápido crecimiento (puede alcanzar hasta más de 6 metros de altura en su primer año de vida), es un ejemplo definitivo del amplio rango de beneficios que pueden originarse de una sola especie. Estos beneficios pueden ser directos para las personas, ya sea por medio del aprovechamiento o mediante la conservación de los suelos y las condiciones forestales.
En los bosques tropicales húmedos
T. micrantha es una especie que, en forma natural, se encuentra en selvas húmedas y bosques de niebla (que están en una transición entre selva y bosque templado). Según Ackerly, en nuestro continente se le puede encontrar desde el sur de Florida hasta el norte de Argentina. En México está presente desde 0 hasta 1 500 metros sobre el nivel del mar, atravesando por ecosistemas de selvas perennes en zonas bajas y selvas medianas, hasta zonas semialtas en los bosques mesófilos de montaña, aunque es más frecuente encontrarlo en las planicies costeras del Golfo de México, donde su distribución es muy alta. Se le conoce comúnmente con diferentes nombres según la región donde se encuentre, por ejemplo: ishpepe (Veracruz centro), jonote (sierra norte de Puebla), cuerillo (sierra totonaca), capulín, chaka cueruda (Puebla), puam (Brasil), jucó (Costa Rica), entre otros (aquí nos referiremos a ella como jonote).
El jonote es un árbol perenne, es decir, se le puede observar con follaje verde durante todo el año (la renovación de sus hojas y ramas ocurre constantemente). Tiene una copa amplia y abierta, lo que quiere decir que deja pasar los rayos del sol y por lo tanto crea una sombra poco densa. Sus hojas tienen forma de punta de lanza con el borde dentado y están dispuestas de manera alternada en delgadas ramas Las flores del jonote son muy pequeñas, de apenas 5 milímetros de diámetro, con cinco pétalos de un color crema verdoso, y muy abundantes en racimos pegados a las ramas. Las flores son polinizadas por diversas especies de diminutos insectos, que visitan el árbol para alimentarse y llevan consigo el polen necesario para fecundar otras flores.
Los frutos son igualmente pequeños y redondos, de 2 milímetros de diámetro y de color naranja brillante cuando se consideran maduros. Cada fruto contiene una sola semilla de color negro y apenas un milímetro de diámetro. Una variedad de aves no identificadas se alimenta de los frutos del jonote, transportando las semillas a lugares lejanos del árbol madre, lo que facilita un amplio rango de dispersión. La temporada en que produce flores y frutos se puede extender desde mayo hasta diciembre, por lo que el jonote representa una fuente importante de alimento durante la mayor parte del año para distintas especies de aves, insectos y tal vez murciélagos. La corteza del jonote es suave y rojizaparda cuando el árbol es joven, pero a medida que madura va tomando una apariencia grisácea y granulosa. El árbol llega a medir hasta 30 metros de altura, con un diámetro de alrededor de 70 centímetros.
Al jonote se le considera una especie de rápido crecimiento. Existen informes que indican que en Costa Rica puede alcanzar una altura de seis metros en el primer año de vida y también hemos encontrado alturas de más de nueve metros en árboles de un año de edad en la sierra norte de Puebla. En forma natural germina y se establece rápidamente para colonizar terrenos que han sido desmontados, abandonados o en descanso; debido a esto se le conoce como “árbol pionero” (que llega primero) y se establece en condiciones que resultan desfavorables para la mayoría de las especies. La presencia de árboles pioneros permite que se den las condiciones de humedad, sombra y fertilidad del suelo para la germinación y crecimiento de otros árboles propios del bosque maduro cuyas plántulas no pueden crecer a sol abierto.
Las semillas del jonote son muy abundantes en los bancos de semilla de suelos de bosques y selvas. Cuando tienen las condiciones de calor, luz y humedad, algunas de las semillas presentes en el banco comienzan su proceso de desarrollo. La capacidad del jonote de crecer rápido le da cierta ventaja sobre otras plantas de su tipo. Además de ser especie pionera, el jonote también es una especie “heliófita”, porque tolera y necesita para su desarrollo condiciones de alta radicación solar.
En sus zonas de distribución natural, la T. micrantha es abundante. A pesar de que su hábitat se reduce constantemente, ha logrado adaptarse a las dinámicas de manejo y uso del suelo de las comunidades agrícolas. Algunos cafeticultores (principalmente indígenas) permiten que los arbolitos se establezcan de manera natural, retiran aquellos que no les sirven y dejan crecer a aquellos seleccionados para proporcionar sombra al café. Los pobladores de la zona de distribución han encontrado en esta especie una fuente de recursos económicos y ecológicos: algunos de ellos recurren a la recolección de semillas para regarlas al voleo en los lugares donde desean que este árbol se desarrolle.
Las formas industriales de producción intensiva y extensiva, en las que no se fomenta la biodiversidad y no se permite el descanso de tierras agrícolas, no permiten las condiciones para que el jonote se establezca. Aquellas parcelas donde se aplican herbicidas no tienen la presencia de jonote debido a que esta especie es muy susceptible a estos agroquímicos en sus estadios tempranos de crecimiento. Hemos encontrado que no existen estudios sobre el establecimiento de esta especie en terrenos erosionados por la acción de agroquímicos, —aunque sí se conoce que una de sus características (mencionada anteriormente) es su fácil establecimiento en condiciones desfavorables para la mayoría de las especies arbóreas, como lo son los terrenos erosionados.
El jonote puede crecer en distintos tipos de suelos, inclusive aquellos carentes de materia orgánica, arenosos o calcáreos. Debido a su rápido crecimiento y a su plasticidad adaptativa en distintos suelos, el jonote puede ser utilizado en la restauración ecológica (es decir, por la mano del ser humano) de tierras de descanso, potreros abandonados o de suelos erosionados. Con un adecuado manejo diversificado de árboles secundarios se puede acelerar la regeneración de las condiciones forestales. Conocer bien la naturaleza, la diversidad de especies y sus propiedades, nos puede permitir reparar parte del daño causado al medio ambiente y finalmente aprender de la naturaleza misma para cuidar de ella.
Usos del jonote
Todas las especies vegetales y animales cumplen funciones importantes (o vitales, como es el caso de los árboles) dentro de los ecosistemas a los que pertenecen, y el equilibrio de los ecosistemas se traduce en salud planetaria. Al mismo tiempo, muchas de las especies generan servicios y bienes a las poblaciones humanas, lo que permite que satisfagan algunas de sus necesidades. El jonote posee muchas propiedades positivas para los ecosistemas y para la gente que convive con estos interesantes árboles. Algunos de estos usos crean una intrincada red de aprovechamiento, donde los recursos se cultivan, extraen, transforman y venden por distintos grupos sociales.
Doméstico
Las personas de comunidades rurales en México utilizan la madera de T. micrantha para construcciones ligeras. Los troncos sirven como cargadores o vigas de techos, mientras que los troncos más gruesos son aserrados como tablas para armar paredes en viviendas tradicionales. Esta madera puede tener una duración mínima de tres años y máxima de diez sin tratamiento alguno.
En zonas en donde esta madera no es muy apreciada se utiliza como leña. Sin embargo, se han realizado pruebas de su uso en carpintería como piezas pequeñas en la Sierra Norte de Puebla, con muy buenos resultados. Hemos observado que la gente comienza a valorar este recurso cuando le genera ingresos u opciones para elaborar artículos domésticos sencillos y bonitos. El aprecio por una especie silvestre a través de un valor agregado conlleva a su protección y fomento en los sistemas agrícolas.
Como sombra de café
Diversos estudios sobre ecología han demostrado que los cultivos de café bajo sombra contribuyen significativamente a la conservación de la biodiversidad, en comparación con potreros y monocultivos. Elementos básicos del sistema de café bajo sombra son los árboles, los cuales sirven de refugio y alimento para muchas especies de animales, insectos y microorganismos. El jonote es uno de los árboles presentes en cafetales, aunque no es una de las especies predilectas de los agricultores.
Las sierra norte de Puebla es una zona principalmente cafetalera debido a su relieve escarpado, que impide el establecimiento de cultivos propensos a la erosión. T. micrantha también es utilizada aquí como sombra para cultivos de café, ya que su rápido crecimiento permite sembrarla a la par de las plántulas de café. A la edad aproximada de siete años, el árbol es retirado del cafetal como parte del manejo del mismo, ya que su tamaño genera condiciones desfavorables para los cafetos. Debido a su rápido crecimiento, los árboles son reemplazados en forma relativamente fácil.
Actualmente, en la Sierra este tipo de manejo ha favorecido la interconexión de usos y beneficios que el jonote ofrece a distintas comunidades. En algunos casos, cuando el jonote es eliminado de los cafetales, la corteza es retirada para ser utilizada como materia prima en la elaboración de papel amate; en otros casos, los árboles se cortan directamente para este fin.
El papel amate
En la comunidad ñahñu (otomí) de San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, la tradición de elaborar este papel indígena sobrevivió a los embates de la colonización. Sin embargo, la entrada y consolidación del capitalismo agrario provocó una serie de transformaciones en la región, debido a la producción de papel amate. En la década de los sesentas, el amate comenzó a ser manufacturado como una artesanía y no tardó muchos años en cobrar gran popularidad. Hoy día, San Pablito es la única comunidad en México y el mundo donde se produce papel amate para su comercialización.
A raíz del aumento en la producción y la demanda, comenzaron a escasear las especies del género Ficus que tradicionalmente eran utilizadas desde épocas precolombinas para dicho fin. Los artesanos ñahñus comenzaron entonces a explorar otras plantas de la región a fin de obtener la corteza necesaria para elaborar su papel. Una de estas especies fue el jonote, que hoy día llega a proporcionar hasta 80% de la corteza extraída para el amate en zonas agrícolas, cafetales y acahuales de la sierra Norte de Puebla. Muy probablemente esto se deba a su rápido crecimiento y su habilidad para establecerse de manera espontánea en terrenos desmontados y en claros dentro de los cafetales.
La producción de árboles de T. micrantha está en manos de cafeticultores nahuas y mestizos de la región, y la extracción de la corteza la realizan personas (llamados jonoteros) que por lo general no poseen tierras para trabajar y no elaboran amate. La manufactura del amate está a cargo de los ñahñus de San Pablito. Existen comunidades nahuas en el estado de Guerrero y zapotecas en Oaxaca que compran el amate, sobre el cual realizan pinturas que después venden en centros turísticos. De esta forma se crea una interesante red de aprovechamiento que se extiende por varios estados, comunidades y etnias.
Actualmente, cafeticultores y artesanos de amate están experimentando con la madera del jonote para elaborar artesanías y muebles a fin de obtener otras opciones para mejorar su ingreso familiar. Sin embargo, no debemos olvidar que los productores agrícolas en nuestro país sufren hoy por hoy los estragos de una larga historia de políticas que apoyan la importación y no la producción local. Optimizar y ampliar el aprovechamiento de los recursos forestales puede ser una estrategia más para afrontar este desfavorable escenario agroeconómico.
Usos potenciales
Se cuenta con reportes de que la madera de jonote puede ser fuente de celulosa para papel industrial, aunque no se han realizado pruebas para comprobar que puede utilizarse así. Experimentos en Brasil con las hojas como forraje para ganado vacuno han dado muy buenos resultados y también han revelado que éstas poseen un alto contenido proteico. Sin embargo, también existen reportes de que pueden ser tóxicas en la alimentación de conejos y ganado caprino. Es posible que el proceso digestivo de las vacas logre anular el efecto tóxico.
Aún no se han realizado estudios de su uso potencial como forraje en México, aunque su utilización podría convertirse en una opción más para la reforestación de potreros en busca de sistemas agrosilvopastoriles. El rápido crecimiento que caracteriza al jonote lo convertiría también en una especie importante para la captura de carbono. Una vez más, el carácter multiutilitario de esta especie se hace presente como potencialidad para recuperar áreas que los bosques y selvas han perdido por acción antrópica.
Conclusiones
Si el describir una sola especie nos muestra una abundante lista de usos y servicios para la sociedad humana, es fácil pensar que aún no hemos descubierto algunos de los usos que tienen los árboles y muchas otras especies que habitan los trópicos de México y el mundo. Debido a esto, es imprescindible encontrar los mecanismos para la conservación de estos ambientes, así como un cambio en los sistemas de uso de los recursos que siguen todavía muchas comunidades rurales y sistemas industriales, con el fin de hacerlos más armónicos con los ciclos naturales. De esta manera podremos seguir disfrutando de los beneficios y productos que nos ofrecen los árboles tropicales por mucho tiempo.
El aprovechamiento de los árboles multiusos del trópico ocasionalmente forma redes (como la mostrada en el caso del amate) que favorecen la cooperación entre comunidades y el ingreso familiar de los implicados. Existen muchas otras especies y otros usos con los cuales se pueden generar redes de extracción, producción y comercialización que optimicen la utilización de los recursos forestales. Los recursos biológicos se valoran y conservan si representan una fuente de riqueza (no obligatoriamente económica) para las personas.
Es tiempo de que continuemos trabajando para que las relaciones entre los grupos humanos y los sistemas forestales se fortalezcan en mutuo beneficio. Los árboles no sólo otorgan beneficios a los humanos, son también elementos vitales e irremplazables para el equilibrio natural y la permanencia de la vida en el planeta. Por ello tenemos la responsabilidad de cuidar y preservar a las especies presentes aun en nuestros degradados ecosistemas, no sólo para asegurar nuestra comodidad sino también nuestra supervivencia.
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Fuerte, negro y dulce: el café → El café en México, ecología, cultura indígena y sustentabilidad → |
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Referencias bibliográficas
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Udavi Cruz Márquez
Centro de Investigaciones Tropicales,
Universidad Veracruzana.
Es biólogo; realiza investigaciones sobre etnobotánica y manejo de recursos forestales principalmente en zonas indigenas de México.
Citlalli López Binnqüist
Centro de Investigaciones Tropicales,
Universidad Veracruzana.
Es antropóloga social, lleva a cabo actividades de investigación-acción sobre el manejo y uso sustentable de productos forestales no maderables, con especial énfasis en los utilizados para la producción de artesanías.
Patricia Negreros Castillo
Instituto de Investigaciones Forestales.
Realiza investigaciones en el INIFOR (Instituto de Investigaciones Forestales) desde 1985, para apoyar el manejo responsable y sostenible de bosques en comunidades de México. El enfoque de sus investigaciones ha sido la ecología forestal, la silvicultura y la agroforestería.
como citar este artículo →
Udavi Cruz Márquez, López Binnqüist Citlalli y Negreros Castillo Patricia. (2011). Una especie multiusos del trópico mexicano Trema micrantha (L.) Blume. Ciencias 101, enero-marzo, 16-22. [En línea]
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Diversidad arbórea maderable, quimera inalcanzable
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Fernando Ortega Escalona
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No se sabe a ciencia cierta cuántas especies habitan en el planeta.
Se estima que existen alrededor de 14 millones, y de ellas sólo se han descrito o se conoce entre 10 y 12.5%. En el mundo hay más de 170 países, pero sólo 17 son considerados como megadiversos y albergan entre 60 y 70% de la biodiversidad total del planeta. México es una de esas naciones privilegiadas.
En la República Mexicana, que abarca 1.5% de la superficie terrestre, está representada de 10 a 11.7% de la biodiversidad total, con aproximadamente 1.7 millones de especies. De éstas, se sabe que 22 000 son plantas vasculares y se ha registrado el uso de al menos 5 000 de ellas, aunque se han llegado a reportar usos para 9 o 10 000.
De esas 22 000 especies de plantas vasculares conocidas, entre 5 700 y 9 000 son arbustos o árboles, representando las primeras 72% y las segundas 28 por ciento.
El uso de la madera que mantiene su estado normal, como por ejemplo en la construcción o en los muebles, reduce las consecuencias del efecto invernadero y contribuye a los esfuerzos que están haciendo muchos países para contrarrestar dicho fenómeno. El problema es que el CO2 ya está en la atmósfera, por lo que, aunque reduzcamos las emisiones, el efecto invernadero seguirá produciéndose. Por lo tanto, la madera del bosque es imprescindible para retirar el exceso de CO2 en la atmósfera. La madera se forma químicamente al menos de 50% de carbono, así es que mientras se produzca madera y se mantenga como tal, el carbono estará secuestrado al formar parte de su estructura. En términos generales, una tonelada de madera retiene el equivalente a 1.8 toneladas de CO2.
En cuanto al uso y aprovechamiento de la biodiversidad arbórea, algunos inventarios son ilustrativos de su magnitud. En un inventario nacional de las especies cuya madera era empleada en las comunidades rurales indígenas y no indígenas el número fue de 605.
Otro ejemplo del uso de la biodiversidad, en el que se incluyen maderas, es un inventario etnobotánico del Centro de Ecología de la unam sobre las plantas útiles de las selvas altas y medianas. Se basa principalmente en 20 fuentes bibliográficas que contienen datos de once de los 25 pueblos indígenas habitantes de la zona tropical cálida húmeda de México. Este inventario contiene en sus registros 1 330 especies de plantas con uno o más usos, que proporcionan a los diferentes grupos indígenas alrededor de 3 698 distintos productos. Entre ellos destacan las medicinas (982 especies /1 888 productos), los alimentos (463 /600), los materiales empleados en la construcción rural (180 /189), maderas (105 /105), combustibles (94 /94) y, en menor escala, las especies forrajeras (82 /92); para uso doméstico (76 /81); usos artesanales (63 /65), fibras (42 /44), colorantes (34 /40) y gomas y pegamentos (23 /23).
Otro inventario muy interesante es el de las piezas arqueológicas de madera del Museo Nacional de Antropología e Historia de México. La cantidad de especies arbóreas registrada para su elaboración por diferentes etnias de la época prehispánica fue de 143. Hay más inventarios y de varios tipos. Por ejemplo, el que trata sobre las maderas en las artesanías de Michoacán contiene 40 especies. Otro que registra las especies arbóreas de uso tradicional del estado de Veracruz con potencial para establecer plantaciones forestales comerciales contiene 230 especies.
Desde una perspectiva industrial, no todas las especies que producen madera son aprovechables con fines comerciales. En el mundo existen aproximadamente entre 30 000 y 35 000 especies arbóreas que producen madera, pero sólo 20 000 podrían considerarse aptas, en alguna magnitud, para ser objeto de un proceso de transformación industrial redituable o susceptible de comercializarse en rollo.
El potencial maderero varía entre regiones y países. Por ejemplo, en América Latina se sabe que hay al menos 7 500 especies de árboles, y en Venezuela entre 250 y 300 especies arbóreas maderables. En México se han registrado 104 especies cuya madera se comercializa en las madererías más grandes de las principales ciudades del país. Este número de especies no es muy grande si se compara con la biodiversidad arbórea existente en el territorio mexicano, como veremos adelante. Sin embargo, no olvidemos que esa biodiversidad no sólo representa un potencial maderable; también es importante en otros aspectos como: servicios ambientales, mejoramiento genético, restauración ecológica, captura de carbono, etcétera.
En la biodiversidad arbórea las coníferas y los encinos ocupan un lugar preponderante porque caracterizan nuestras extensas serranías. En México hay al menos nueve géneros de coníferas: Pinus (pino), Abies (abeto), Picea (ciprés), Pseudotsuga (oyamel), Cupressus (táscate), Juniperus (enebro), Taxodium (ahuehuete), Calocedrus (cedro de incienso) y Podocarpus (sabino). De ellos, el género Pinus es muy importante porque de él hay en nuestro país 77 especies y 105 en el mundo. En el territorio mexicano hay entre 150 y 200 especies de encinos y en el planeta 350, aunque se han llegado a reportar 400.
En el bosque mesófilo de montaña que abarca menos de 1% del área nacional, el número de especies arbóreas varía de una región a otra, pero las más frecuentes o típicas son 97. Sin considerar pinos y encinos, sólo 60 poseen madera transformable en artículos con buen valor agregado.
Desde el punto de vista industrial hay dos comunidades arbóreas de poco interés: el manglar y la selva baja. El primero es un ecosistema muy frágil, formado principalmente por cuatro especies, todas de madera muy difícil de trabajar. En la segunda no hay potencial maderable industrial porque el aserrío de sus árboles, que generalmente no son grandes ni bien conformados, no produciría las suficientes piezas en cantidad, calidad y tamaño en forma redituable desde un punto de vista comercial.
En cambio, en las selvas altas y medianas hay todo tipo de especies maderables que pueden satisfacer los diferentes y más exóticos gustos en el empleo de la madera, pues en ellas están las más altas tasas de biodiversidad arbórea del país. No obstante, esa diversidad de maderas no se ha podido integrar a los procesos industriales en una cantidad deseable, ya que sólo algunas especies son atractivas a la industria forestal. Esto se ilustra fácilmente si se compara el número de especies arbóreas más comúnmente encontradas o abundantes en los bosques tropicales con el de aquellas que poseen valor comercial y el número de especies que se comercializan a un nivel industrial o semindustrial. En Malasia estos números son 3 677 y 408, y en México 500, 196, 43 a 67, respectivamente.
La cantidad de maderas usadas o registradas comercialmente más o menos coincide en las diferentes fuentes de información. Una de ellas menciona que en el país hay 116 especies tropicales potencialmente maderables, de las cuales sólo 43 tienen reales posibilidades de aprovecharse industrialmente y se comercializan en alguna medida. También se ha citado que en el mercado maderero de la ciudad de México, al que llegan productos de todo el país, se vende madera de aproximadamente 30 especies, pero de ellas sólo la de 14 se comercializa en grandes volúmenes.
En forma conservadora se considera que hay 196 especies tropicales con madera susceptible de aprovecharse sustentablemente. Se les agrupa como tropicales corrientes en México, y en el mercado internacional se les denomina “poco conocidas”. Lamentablemente, la madera de 76 especies poco conocidas se aprovecha para elaborar durmientes, pero han llegado a ser hasta 92 las reportadas para este fin.
En resumen, para muchos sectores relacionados con la transformación de la madera, las selvas tropicales significan masas arbóreas con estructura compleja, enorme riqueza florística y pocas especies aprovechables por varias razones: desconocimiento de sus propiedades tecnológicas, poco volumen de ellas y la alta dureza de la madera que consecuentemente dificulta su maquilado o transformación.
Otro factor importante es la fuerte deforestación en las zonas tropicales; de igual forma, las plantaciones forestales —aunque cada día son más comunes— siempre tendrán pocas especies, lo cual repercutirá en la disminución de la biodiversidad. Además, para que la biodiversidad se mantenga, las masas arbóreas deben ser lo suficientemente grandes para que no se alteren las frecuencias génicas. Por esta razón, su conservación es impostergable. En el mismo sentido, para que muchas especies se puedan integrar a cualquier modelo de desarrollo es necesario encontrar cuál es su uso más redituable, pues éste contribuirá a su permanencia y también en nuestro beneficio.
Se calcula, de manera conservadora, que al menos alrededor de mil millones de personas viven en las regiones húmedas tropicales, y que cerca de 200 millones de éstas viven dentro o en los márgenes de los bosques. También se ha estimado que en las regiones tropicales, cada persona quema un promedio de 0.51.3 m3 de leña anualmente. Además, se envían cantidades sustantivas de leña y carbón a mercados urbanos lejanos.
La madera que se obtiene de los bosques tropicales húmedos y que se utiliza para combustible se ha estimado en unos 150 000 000 de m3 por año. Los datos disponibles son insuficientes para juzgar si los bosques húmedos tropicales pueden mantener una cosecha de esta magnitud, pero a medida que la población humana crece y los precios del petróleo suben, es inevitable que la recolección de leña contribuya cada vez más a la deforestación.
En México, de 28 058 ejidos registrados oficialmente, en 40% de ellos la madera sigue constituyendo la principal fuente de energía. Hay que reiterar que un factor importante por el que no se emplea la madera en la fabricación de muchos productos es el desconocimiento de sus propiedades tecnológicas, lo cual ocasiona que muchas especies no se utilicen y a otras tantas no se les dé un uso más adecuado. Parte de esta problemática es que hay muy pocos profesionistas y técnicos capacitados en la tecnología de la madera debido a que no hay empleo en esta actividad. Por esta razón, en México sólo se ha generado la información tecnológica completa de 150 especies de madera, y aunque hay información incompleta en diferente magnitud para otras 157, en el territorio nacional vegetan aproximadamente 2 500 especies arbóreas.
A nivel silvícola, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio) y el Programa Nacional de Reforestación han trabajado en conjunto en el desarrollo del Sistema de Información para la Reforestación (sire). El sire integra información sobre los requerimientos ambientales (rangos de temperatura, precipitación, tipo y textura del suelo, tipo de vegetación, etcétera), usos, nombres comunes, taxonomía y referencias bibliográficas de 548 especies útiles para la reforestación, de las cuales aproximadamente 85% son maderables. También tiene información de 446 de los 728 viveros nacionales que participan en el pronare (Programa Nacional de Reforestación) y 143 fichas técnicas de especies útiles. Estas fichas son usadas por las entidades gubernamentales involucradas en la reforestación.
Sin embargo, en México no se procesa en las fábricas la madera de muchas especies, ya que 85% de la producción industrial maderable es de pino y de esta cantidad se corta 85% sólo en cinco estados (Durango, Chihuahua, Michoacán, Jalisco, Oaxaca). Además, como un compromiso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, muchos productos agropecuarios y forestales que provienen de Estados Unidos y Canadá pueden entrar a México sin pagar ningún arancel. Esto, junto con otros factores, hace que la madera importada sea más barata que la nacional.
Con base en las premisas antes señaladas, se infiere fácilmente la necesidad de un aprovechamiento más eficiente de los recursos maderables ya que, entre otras cosas, la fuga de divisas en el sector forestal es grave. Actualmente representa una pérdida calculada de al menos 5 000 millones de dólares en derivados forestales.
En cuanto a los servicios forestales ambientales, México desarrolló en 2003 un sistema de pago por esos servicios, mismo que a seis años de su creación (20032009) ha permitido incorporar 1.78 millones de hectáreas bajo este sistema de conservación; sin embargo, no hay datos para el año 2010. También, desde 2003, en este proceso se han invertido cerca de 3 200 millones de pesos (207.8 mdd) en 2 600 ejidos y comunidades forestales por medio del pago anual a dueños y poseedores de los ecosistemas. Suenan bien estas cifras cuando se les aplica la aritmética:
Si consideramos idealmente que cada uno de los 2 600 ejidos o comunidades forestales beneficiadas hasta el momento está conformado por diez jefes de familia, la cifra aumenta a 26 000 familias; si dividimos:
la respuesta es 20 513 pesos por familia al año, y sigue sonando bien. Pero cuando a las cifras no se les aplica la aritmética sino la realidad, los resultados no suenan tan bien.
Baste con recordar que en el país hay 7 200 ejidos y comunidades que cuentan con recursos forestales. Por ello han quedado fuera del pago por sus servicios ambientales (7 200 – 2 600) 4 600 ejidos o comunidades. Si consideramos idealmente que cada uno de los 4 600 ejidos o comunidades forestales no beneficiadas hasta el momento está conformado por diez jefes de familia, la cifra sería de 46 000 familias. En conclusión, sólo se ha hecho 50% de la tarea y falta contestar una pregunta opcional: ¿qué vale más, el servicio ambiental que provee una hectárea de selva o el que presta una de bosque?
Por lo que respecta a la reforestación, es bien sabido que, después de plantados los árboles, la mayoría son abandonados. Tal acción repercute en un bajo porcentaje de prendimiento. Pongamos un ejemplo: la Auditoría Superior de la Federación detectó que la conafor (Comisión Nacional Forestal) incumplió en 2007 con la meta del programa de reforestación de 400 000 hectáreas, ya que sólo llegó a 341 000. La meta aumentó en 160 000 hectáreas, o sea, 560 000 hectáreas, para justificar el compromiso que el presidente Calderón asumió ante la onu. Sin embargo, 90% de las plantas sembradas en 2007 como parte del programa ProÁrbol habían muerto y más de la mitad de lo plantado no fueron árboles, sino cactáceas.
Para que haya más prendimiento, con fines de servicios ambientales, debe haber más cuidado de lo árboles. Aportemos ideas: 1) no se deben sembrar grandes áreas o muchos árboles que nadie va a cuidar, ya que con el cambio climático no se puede predecir si va a llover mucho o habrá sequía en alguna zona. Sembrar en áreas sin plan de contingencia es muy arriesgado; 2) las plantaciones deben estar cerca de las casas o cultivos para que se monitoreen cómodamente. Una hectárea de plantación cerca de una casa o tierra de labor tendría que valer más que un hectárea plantada muy lejos; 3) los márgenes de muchos ríos no tienen árboles. Una hectárea de plantación en esos márgenes tendría que valer tres veces más que una hectárea lejos; 4) una hectárea de potrero o de tierra de labor abandonada convertida a plantación vale más que una hectárea de plantación dentro del bosque; 5) una hectárea de plantación cuyo propietario tenga acceso al agua y pueda regarla en caso de sequía tendría que valer más que una hectárea plantada sin acceso a agua; 6) cada dos años se revisará la planta ción, aunque el pago por mantenerla sería anual. Si en la tercera revisión hay fraude en la plantación, se le tomarán sus coordenadas geográficas y su área jamás podrá ser sujeta de apoyo por algún proyecto gubernamental y no gubernamental; y 7) los pagos por mantener la plantación deben ser decorosos, porque si una persona comete un delito, el gobierno le da servicio médico, recreación, techo y sustento. Si una persona envejece también le dan una ayuda (Programa de Apoyo Alimentario y Atención Médica para Adultos Mayores), haya trabajado en su juventud o no. Por lo tanto, el que su delito sea cuidar su plantación y envejecer en esa acción merece digna atención.
Con las ideas más fluidas, una pregunta más: ¿qué sucede en el plano industrial? Para capturar carbono vía madera: 1) toda casa de interés social que tenga escalera, por ley debería ser de madera; 2) todo edificio nuevo de la burocracia tendrá, por ley, 5% de sus elementos estructurales o arquitectónicos de madera; 3) si alguien compra una casa de madera con crédito del Infonavit tendrá más concesiones que el que compra mampostería; 4) un mueble de madera mexicana tendrá 5% de descuento y 50% más de tiempo para pagarse que uno importado; 5) ya que 50% del comercio internacional de la madera se realiza en troza, lo cual no deja muchas ganancias, sería recomendable no exportar trozas estableciendo una prohibición.
Puede haber más ideas pero, como se dice coloquialmente, del dicho al hecho hay mucho trecho. Sin embargo, ¿cómo ven los expertos el uso de la madera en México a gran escala en el futuro?
La fao (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, por sus siglas en inglés) considera que la viabilidad económica de la industria forestal en un futuro inmediato fluctuará y también podría declinar. En cambio, la prestación de servicios ambientales continuará ganando importancia gracias al interés público. Numerosas iniciativas de conservación serán lideradas por las organizaciones de la sociedad civil. La madera será demandada cada vez cada vez más como fuente de energía, en particular en el caso de que la producción de biocombustible celulósico sea comercialmente viable.
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La madera: un recurso castigado →
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Fernando Ortega Escalona
Instituto de Ecología, A. C.
Es biólogo por la Facultad de Ciencias de la UNAM y Maestro en Ciencias por el Instituto de Genética Forestal de la Universidad Veracruzana. Actualmente está adscrito al departamento de Ecología Funcional del Instituto de Ecología, A. C.
como citar este artículo →
Ortega Escalona, Fernando. (2011). Diversidad arbórea maderable, quimera inalcanzable. Ciencias 101, enero-marzo, 4-10. [En línea]
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El arte del bonsái una historia milenaria
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Rodolfo Blanco Trucios, Francisco Jiménez Moreno
y Rodny Martínez Cendo
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Dios juzga al árbol por sus frutos,
no por sus raíces.
Paulo Coelho
Japón es un país con una cultura milenaria que se remonta
al siglo VII antes de Cristo. Se encuentra al este de China, país que le ha influenciado en diversas manifestaciones religiosas, artísticas e ideológicas. Su pensamiento fomenta la creación artística y su relación con la filosofía, pues para esta cultura el arte no sólo requiere interés sino tambien una férrea disciplina y la expresión del espíritu a través del arte. En esta manifestación se captura la esencia de la naturaleza y lo expresa a través del binomio de la armonía y la sensibilidad. Japón nos conquista, nos seduce por su espíritu: el origami, las geishas, las artes marciales (el kendo, el aikido, el jijitsu), la vestimenta tradicional como el kimono, la caligrafía japonesa que se expresa a través de kanjis, el ikebana (el arte de los arreglos florales), los guerreros con honor denominados samuráis cuya traducción literal es “el que sirve” y, por si fuera poco, nos sorprende con el arte del bonsái.
El objetivo de este arte milenario es crear un árbol en maceta, ofreciendo los componentes necesarios para que éste se desarrolle como un árbol silvestre maduro, pero en pequeñas proporciones. Su práctica es una de las actividades más relajantes y gratificantes, de tal forma que en la antigüedad era una actividad restringida a las clases nobles. También se relacionaba a los bonsáis con la eternidad, pues se pensaba que aquellos con el don de mantener estos árboles en macetas eran dignos de alcanzarla. En resumen, el bonsái es el símbolo de unión entre el cielo y la tierra.
Los preceptos japoneses bajo los cuales se entrena un bonsái se basan en el honor, la virtud, el deber, la paciencia, la humildad, el compromiso, la disciplina y, sobre todo, la constancia. El arte del bonsái requiere la correcta combinación de la mente y el ojo con la destreza de la mano. Sin embargo, también es una expresión de armonía entre el hombre, el cielo y la tierra. En la actualidad, aún son muchas las personas que consideran el bonsái como una especie particular de árbol, no obstante que un bonsái podría ser entrenado casi desde cualquier tipo de árbol. El bonsái que hoy conocemos puede ser una forma de arte eminentemente japonés, pero no es menos cierto que es una forma de expresión de la naturaleza cimentada sobre milenios de influencias culturales entre civilizaciones. La práctica del bonsái constantemente adquiere nuevos adeptos que, desde diversas regiones del globo, se expresan en escuelas y clubs de carácter internacional. México no es la excepción.
Las primeras manifestaciones
Para conocer el origen un poco incierto de este arte nos tenemos que internar en la inmensidad del tiempo. Registros y vestigios de árboles cultivados en tiestos, recipientes y vasijas se encuentran ya en las culturas egipcia, babilónica e india. En Egipto existen pinturas de aproximadamente cuatro mil años de antigüedad en las que se observan árboles cultivados en recipientes tallados en roca. De igual forma, se conoce que el faraón Ramsés III realizó una donación de cientos de árboles a diferentes templos, que fueron cultivados en contenedores, ya que su función principalmente era de carácter ornamental. En la antigua India se encontró lo que podría ser el primer tratado para el cultivo de árboles enanos, llamado Vaamantanu Vrikshaadi Vidya, en el que se describen técnicas para mantener los árboles en pequeño tamaño, lo que quizás sea la base de cultivo de lo que ahora conocemos como árboles bonsái. Sin embargo, para los hindús el cultivo de estos árboles obedecía más a fines medicinales y terapéuticos, ya que de esta manera se podían mantener especies arbóreas con propiedades medicinales en regiones lejanas a su lugar de origen. La India es un país con enorme extensión territorial y una gran diversidad de climas, y por tanto de especies, por lo que parece lógico que los médicos cultivaran por comodidad árboles de diversas regiones a fin de tener su propio repertorio de medicamentos; de ahí la idea de transportar éstos en tiestos o macetas.
Europa también tuvo manifestaciones de una forma de arte estético con árboles de su región: se trata de la conocida técnica topiary, que se basa en técnicas y cánones para podar plantas, arbustos y árboles con el fin de darles formas geométricas o de animales (pirámides, esferas, conos, ciervos, por mencionar algunos). Por medio de ella, los árboles se mantenían de tamaño reducido para formar muros, vallas y separaciones, cuyos estilos se manifiestan en nuestros jardines incluso hoy. Al parecer esta técnica fue desarrollada por el jardinero romano de nombre Topiarius, allegado al emperador Augusto, y existen reportes de que ya era común hacia el siglo i d.C. A diferencia del bonsái, en la realización de esta técnica no existía la eliminación o el desplazamiento de ramas; se favorecía el follaje cerrado a fin de recortar “lo que sobrara” para encontrar la forma deseada, a manera de un escultor. Es importante destacar que este arte cayó en desuso hacia el siglo xviii, y en la actualidad se manifiesta en setos bien recortados.
Durante la Edad Media, también en Europa, se tienen manifestaciones de árboles sembrados en cuencos y macetas. Sin embargo, a diferencia del pensamiento oriental, estos diseños no cuentan con una base filosófica. En Mesoamérica, a pesar de la riqueza cultural y biológica, no se tiene un conocimiento preciso del sembrado de árboles en tiestos con fines religiosos o culturales, pero existen códices en los cuales se observa sacerdotes llevando plantas en macetas.
El pensamiento chino
A pesar de estos antecedentes, los preceptos del bonsái se remiten a la antigua China, donde originalmente se le denominaba penjing, punsai o penzai. Los monjes taoístas, aislados en los monasterios, buscaron plantas medicinales para curarse de manera independiente. Originalmente se cortaban ciertas partes de las plantas para llevarlas a los monasterios, pero después deciden extraer todo el árbol, trasplantándolo en contenedores rústicos. Se trataba entonces de imitar por medio de las ramas y troncos a los animales de la cultura china, como las aves, los leopardos y los dragones mitológicos. El bonsái era también una forma de identidad cultural, pues al cambiar de residencia se llevaba consigo ciertos elementos propios de la región de origen como animales, plantas, árboles, artesanías y esculturas. Cuentos y leyendas hacen mención del posible origen de este arte en China; uno de ellos relata que un emperador de la dinastía Han, al no poder observar todo el territorio que gobernaba desde sus aposentos, crea un paisaje en miniatura en el cual consigue que los árboles se tornen en sus formas silvestres pero en tamaño diminuto.
Durante la dinastía Shang (17511111 a.C.), el diseño artístico con árboles y rocas se dispersa rápidamente por todo el territorio chino. La manifestación más antigua de penzai se remonta a la dinastía Qin (221206 a.C.), en este periodo también surgen impresionantes expresiones artísticas del penzai en los jardines y palacios imperiales. Otras evidencias nos remiten a pinturas que datan de la dinastía Tang (618907 d.C.), en donde se hace referencia a ciruelos, cipreses y coníferas en platos.
En los muros del mausoleo del príncipe Ghang Huai se observan dos sirvientes llevando árboles en tiestos con las manos, lo que nos da una idea de la importancia de este arte hace más de mil años. El antiquísimo interés chino por la creación de jardines fue derivando en miniaturas. La tendencia fue realizar jardines siempre en menor escala, pasando de paisajes observados en un jardín de tamaño considerable hasta todo un paisaje contenido en un tiesto.
En algunas pinturas se aprecian árboles en tiestos llevados en ambas manos; es tan grande esta influencia que grandes poetas de la época hacen referencia en sus obras a los paisajes en miniatura. Algunos de ellos cuentan en antiguas leyendas que un poderoso mago, de nombre Fei JiangFeng, era capaz de encerrar casas, bosques e incluso montañas en pequeñas urnas. En China se practicaban dos estilos de preparación de bonsái de acuerdo con su geografía: en el estilo del norte se buscaba la armonía por medio de la eliminación de ramas y las diversas técnicas de poda; el estilo del sur se caracterizaba por respetar la forma del árbol, recurriendo sólo a la poda, regularmente se trabajaban árboles que se colectaban en las viejas montañas de China. Posteriormente, durante la dinastía Song (9601279 d.C.), este arte alcanza su nivel máximo de expresión y se establece como una escuela artística. Durante la dinastía Ming, penúltima de la dinastía china (13681644 d.C.), el bonsái se transformó en un arte tradicional no sólo concerniente al emperador y los nobles, sino también al pueblo en general. Fue en este periodo que se escribió el libro Espejo de flores, de Hsu HaoTzu, en donde se describen técnicas y métodos de entrenamiento, identificación de especies y otros tópicos referentes a la jardinería.
Hacia los siglos x y xi, los misioneros chinos llevaron a diversas partes de oriente y Japón los penjing como manifestación divina, considerando su cultivo y cuidado un objeto religioso que podía acercar a dios. Los cultos japoneses pronto encontraron técnicas eficaces para el desarrollo de lo que a la postre sería denominado como bonsái. En una obra de 1688 aparece referido el término pentsuai, que resulta el equivalente de la palabra japonesa bonsái, término que significa plantar en maceta.
De Japón para el mundo
Tras la introducción del budismo en Japón, alrededor del siglo vi d.C., primero a través de Corea y más tarde directamente de China, multitud de monjes se desplazaron hasta Japón. El bonsái propiamente dicho llegó a Japón durante el periodo Kamakura (11851333) por la secta Zen, la cual empapó a los japoneses de diversas expresiones artísticas como la poesía, la pintura, la arquitectura y el arte de los jardines. Este periodo se caracteriza porque el artista tenía mayor libertad de expresión, obteniendo por diversas técnicas gran realismo.
Otra referencia el bonsái se puede destacar en una obra de teatro Noh, presentada en el siglo xiv, que cuenta la historia de un samurái pobre que recibe la visita de un shogun viajando de incógnito y cómo, para que su huésped no pase frío, sacrifica sus únicas posesiones de valor: tres bonsáis, que termina por quemar. Hay que destacar que uno de ellos era un pino, esto es, se aprecia al árbol por su forma y no tan sólo por sus flores y frutos.
Durante este siglo, el cultivo del bonsái se consideraba un arte refinado en Japón, cuya manifestación no sólo se dio entre las clases nobles sino que se extendió al pueblo por igual. Así llegó a ser una tradición que, como se sabe, se practica hasta ahora.
En el transcurso del periodo Edo (16151368) se desarrollaron árboles con formas grotescas y bizarras. El bonsái también fue inspiración para poemas y grabados, e incluso los árboles de este periodo se pueden apreciar aún en diversas colecciones a lo largo de Japón. Fue en este país donde este arte se consolidó, sentando las bases y preceptos que han llegado hasta nuestros días: de llamarse penjing se le denomino bonsái, cuyo kanji se escribe de la siguiente manera:
Una vez que los japoneses aprendieron las técnicas del penjing, lo modificaron y enriquecieron, dando lugar a la expresión artística que conocemos hoy día. Existen referencias de lo que se podría considerar un congreso de artistas, estudiosos de los clásicos chinos y poetas, que tuvo lugar en las inmediaciones de Osaka a principios del siglo xix, y que al parecer tenía el propósito de discutir ciertas técnicas y estilos recientes del mundo de los árboles en miniatura. Según se cuenta, fue durante esta reunión que se tomó la iniciativa de usar la palabra bonsái para referirse a un árbol cultivado artísticamente en maceta.
Durante la segunda mitad del siglo xix, Japón —que por entonces era un país aislado por voluntad propia, a diferencia de China— se abre a Occidente. Aparecieron durante este momento histórico verdaderos profesionales dedicados a extraer material prometedor de colinas, cerros y montañas. Gradualmente, como era de esperarse, dicho material comenzó a escasear por la sobreexplotación, dando inicio a una nueva etapa en la historia del bonsái. Aparecieron entonces centros especializados en el cultivo de plantas y árboles, así como los primeros prebonsáis, material arbóreo listo para ser trabajado por los maestros de la época.
Durante la era Meiji (18681912) se inició el bonsái contemporáneo, incluso el emperador lo impulsó como un arte nacional, de manera tal que el término bonsái se oficializó. La tendencia de este bonsái contemporáneo fue realizar árboles de mediano tamaño, fácilmente trasportables en dos manos, contrastando con la tendencia de siglos anteriores, que era de árboles grandes contenidos en tiestos. También en este periodo, el bonsái se consagró como un arte destinado a todos los estratos sociales.
Más o menos por la misma época llegó el bonsái a Europa, durante la era victoriana, con la Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations, que destacaba el progreso de la tecnología, las ciencias y las artes, y que se celebró en el conocido Palacio de Cristal de Londres en 1851.
Entre las primeras apariciones del bonsái se encuentra la exhibición realizada en París en el año de 1878. En 1909, en la exposición en Londres, el pueblo inglés pudo apreciar y asombrarse de nueva cuenta con la forma y estética de estos árboles de técnica japonesa: la conjunción armoniosa de edad con pequeñez les resultó cautivante. Por las mismas fechas, el magnate y banquero francés Albert Kahn creó un soberbio jardín en donde se podían observar muestras de bonsáis. Otras exposiciones de dichos árboles se llevaron a cabo en París en 1925 y 1937.
Sin embargo, la práctica de este arte en un principio fue mal entendida en Occidente, puesto que se consideraba una forma tortuosa de mantener un árbol en condiciones diferentes a las que ofrece la naturaleza. Se expresaba que los árboles eran colocados boca abajo, que se injertaba sobre otro en posición normal para así conseguir la aparición de raíces, e incluso se habló de antiguas “técnicas mágicas”. Con la presencia de maestros bonsayistas en Occidente, estas teorías quedaron en el olvido, y se inició el estudio científico del bonsái. El primer tratado europeo al respecto, llamado Las causas fisiológicas que conducen al achicamiento de los árboles en los cultivos japoneses, data del año 1889 y fue escrito por el francés J. Vallot e impreso en el boletín de la sociedad botánica de Francia.
El arte del bonsái
Esta manifestación artística no es una simple adicción; su labranza requiere compromiso, pues nos hacemos responsables de una forma viviente, que demanda paciencia y muchos años de aprendizaje constante. La práctica de las técnicas del bonsái transmite tranquilidad y calma, en su expresión se busca encontrar la armonía y expresar nuestro espíritu a través del árbol. Nos enseña a amar y comprender la naturaleza, puesto que el bonsái puede ser considerado como una verdadera escultura viviente que nunca deja de manifestarse. Para el pensamiento occidental, las cosas que adquieren valor histórico, místico o cultural son resguardadas en museos, incapaces de tocarse y modificarse. Sin embargo, para el pensamiento oriental, concretamente respecto del bonsái, estos árboles pueden tocarse e incluso mejorarse, reflejando el espíritu del hombre que está en completo desarrollo. Su conocimiento requiere muchos años y la experiencia se trasmite de generación en generación, al grado de que se pueden observar árboles a los que se les calcula una edad de 400 años o más.
Para el cultivo del bonsái se debe tomar en cuenta que, en primer lugar, un bonsái es un árbol; por tanto, como ser vivo, requiere cuidados especiales y permanentes. La fisiología del bonsái y de un árbol en la naturaleza es prácticamente la misma, se deben conocer las partes de un árbol y cómo funcionan entre sí, pues esto es un auxiliar fundamental para mantenerlo vivo y aplicar las técnicas básicas de formación durante su entrenamiento (o cultivo).
Las partes del árbol con que debemos familiarizarnos son la raíz, el tronco, las ramas y las hojas. La raíz es la parte subterránea que forma el sistema radical; en él se distinguen las raíces principales, las raíces secundarias y los pelos absorbentes o raicillas, que se caracterizan por la ausencia de clorofila. Algunas de sus funciones son fijar la planta al suelo y la absorción de agua, nutrimentos y minerales. El éxito del transplante de un árbol que está siendo entrenado como bonsái es conseguir la multiplicación masiva de raicillas, en las cuales se promueve la absorción de agua. Estas raicillas son importantes para lograr la supervivencia del árbol que se encuentra en entrenamiento; tratándose de árboles prebonsái, la reducción de las raíces es lenta, conservando aproximadamente las dos terceras partes del árbol original.
El tronco (tallo) se eleva siempre en vertical y forma la estructura de sostén del follaje; en él podemos observar el duramen (madera), el xilema o capa interna de células, compuesta de vasos capilares que conducen agua y nutrimentos desde la raíz, el cambium, capa de células intermedia responsable del control del crecimiento y de los procesos de cicatrización cuando descortezamos, el floema, capa periférica de células, responsable de la distribución de los azúcares y hormonas vegetales producidos en las hojas y, finalmente, la corteza, capa externa resultante de la acumulación de capas muertas de floema que aísla del medio externo los tejidos, protegiéndolos de la deshidratación, plagas, enfermedades y cambios climáticos extremos.
Cada hoja es, básicamente, una fábrica de alimentos. La hoja consta del limbo, nervaduras y el pecíolo que une al limbo (cuerpo de la hoja) con el tallo y la vaina donde el pecíolo se inserta en el tallo. El conjunto de hojas puede defoliarse para conseguir la reducción de su tamaño y hacer más proporcionadas las estructuras del árbol. En nuestro medio urbano, al adquirir un bonsái en alguna tienda especializada o vivero se comete el error de tenerlo en el interior de la casa; esto puede ser una grave situación en la cual se compromete la salud del árbol, al grado de correr el riesgo de morir. Recordemos que el bonsái no es un adorno para exhibir y elevar el ego; en él, la máxima eficiencia fotosintética se produce a temperaturas mayores que las que corresponden al mismo árbol en la naturaleza, justo porque en los bonsái hay una masa fotosintética verde, en proporción, superior a la del árbol en su estado natural.
Éste es otro motivo por el que es tan importante tener los bonsái al aire libre, en donde puedan obtener de la naturaleza el calor y la humedad necesarios para llevar a cabo su fisiología.
Como el bonsái se encuentra en un medio reducido, es necesario proveerlo cada quince días de los nutrimentos básicos, que son nitrógeno, fosfato y potasio, entre otros. Al entender los procesos fisiológicos de un árbol, éste tendrá mayores oportunidades de desarrollarse sanamente a fin de aplicar las técnicas milenarias en él, como son la defoliación, la poda, el transplante, el retiro de corteza, la preservación de su madera o el alambrado, entre otras, para que pueda llegar a ser un bonsái. Debe mencionarse que un árbol entrenado en maceta se denomina hachiue; al respecto, un estudiante de este arte debe ser paciente y constante, ya que un árbol entrenado debe pasar siete años en maceta para ser considerado como un bonsái.
Un elemento primordial del bonsái es que puede inspirar y elevar el espíritu humano: este hecho es aceptado tanto por entusiastas aficionados como por maestros bonsayistas. Es una alternativa para fomentar el amor y cuidado de la naturaleza.
El bonsái en México
El bonsái llegó a México durante la última fase del Porfiriato con Tsasugoro Matsumoto, a quien Porfirio Díaz contrató para dar mantenimiento a los jardines del castillo de Chapultepec. Además de laborar para don Porfirio, este maestro bonsayista trabajó para otros presidentes como Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. A pesar de los esfuerzos del señor Matsumoto, este arte fue relegado y olvidado hasta la década de los setentas, cuando el ingeniero Emigdio Trujillo se convirtió en uno de los primeros mexicanos que desarrollaron esta técnica en el país. En diversas entrevistas, Trujillo (quien actualmente tiene su vivero en Atlixco) comenta que al principio en México no existía información sobre los bonsáis.
En el año 2004, en la ciudad de Puebla se fundó el club Shihai Bonsái, cuyo objetivo es crear una escuela de bonsái en donde se puedan aprender las técnicas milenarias de este arte. Además, en 2009, en el parque ecológico Revolución Mexicana se instaló el museo nacional del bonsái, el TenryuJi. Allí, al aire libre, se puede apreciar árboles de diferentes especies, que a lo largo de muchos años han sido entrenados como bonsái. Hay que resaltar que los clubes mexicanos se preparan y actualizan constantemente con las visitas de maestros de nivel internacional como el italiano Marco Invernizi y Pedro Morales de Puerto Rico, entre muchos más. Otro esfuerzo importante en México es la creación del museo Tatsugoro, ubicado en Fortín de las Flores, Veracruz, el primero en su tipo en toda Latinoamérica.
En la actualidad, los árboles se pueden obtener en los viveros de cualquier parte del país y, como no es necesario mantenerlos en estado silvestre, no se ponen en riesgo especies arbóreas. Se genera asimismo una derrama económica, ya que se ayuda a los empresarios de los viveros y maceteros. Además, por su tamaño, los bonsái pueden ser una buena alternativa para mantener árboles en los patios y jardines de nuestro hogar, contribuyendo al cuidado del medio ambiente y promoviendo la armonía, la tranquilidad y la creatividad.
Como bien lo ha expresado en diversas ocasiones el señor Egmidio Trujillo, introductor e impulsor del bonsái en México: “un bonsái nunca está terminado, siempre existe algo para embellecerlo o mostrar la belleza oculta que esconde”.
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Referencias bibliográficas
Chan, Peter. 1992. Bonsái. Libros Cúpula, Barcelona.
Lesniewiccz, Paul. (S/A) Bonsái, arboles en miniatura. Reverte, Barcelona.
Metz, Hermann. 1994. Bonsái: un manual básico. Omega, Barcelona.
Morales, Pedro. 2004. Lecciones básicas de bonsái. Millenium, San Juan (Puerto Rico).
Morales, Raquel. 2008. La enciclopedia del bonsái. Libsa, Madrid.
Naka, John. 1998. Técnicas de bonsái. Omega, Barcelona.
Nessman, JeanDaniel. 1998. Guía para el cuidado del bonsái, consejos prácticos. Suromex, México.
Pfisterer, Jchen. 1997. Bonsáis. Everest, León (España).
Prescott, David. 2001. Manual del bonsái. Blume, Barcelona.
Revista Bonsái de México. 2008. Año 1, vol. 1, núm. 1.
Revista Bonsái de México. 2009. Año 1, vol. 1, núm. 5.
Roger, Alan. 1994. Bonsái. Blume, Barcelona.
Trujillo, Emigdio. 2000. El arte del bonsái. Bazar de plantas, México.
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Rodolfo Blanco Trucios,
Escuela de Biología, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Federación Mexicana del Bonsái.
Es médico cirujano y maestro certificado por la Federación Mexicana del Bonsái (FEMEXBO). Es presidente fundador de la Asociación Shihai Bonsái.
Francisco Javier Jiménez Moreno
Escuela de Biología, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Federación Mexicana del Bonsái.
Es estudiante de la Escuela de Biología de la BUAP. Es miembro de la Sociedad Mexicana de Ornitología, delegación Puebla, y ha escrito artículos de divulgación científica; es colaborador de la Asociación Shihai-Bonsái Puebla.
Rondy Martínez Cendo
Escuela de Biología, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Federación Mexicana del Bonsái.
Es técnico laboratorista, maestro certificado por la FEMEXBO y fundador de la Asociación Takumi Bonsái en la ciudad de México.
como citar este artículo →
Blanco Trucios, Rodolfo y Jiménez Moreno Francisco Javier, Martínez Cendo Rodny. (2011). El arte del bonsái. Ciencias 101, enero-marzo, 26-33. [En línea]
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