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| Yvette Gómez Gómez y Arturo Venebra Muñoz |
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| Llévame a la ciudad del paraíso donde la hierba es verde y las chicas son hermosas, llévame a mi hogar. Guns and Roses |
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En el siglo XVII, en su obra El paraíso perdido,
John Milton nos permitió ver que el paraíso puede ser representado como la felicidad, la alegría y el placer, más que como un jardín del edén. Más tarde, en el siglo xx, el premio Nobel francés Albert Camus hizo referencia al pensamiento de John Milton en su obra teatral titulada El malentendido, cuya historia gira en torno a la idea de recuperar algo que jamás estuvo presente, a “la imposibilidad de recuperar el paraíso perdido”. Quizás, al igual que los personajes de la obra de Camus, algunas veces sentimos no tener nada y tratamos de subsanar ese sentimiento de vacío con algo que momentáneamente nos dé felicidad, aunque ese algo sea un espejismo. Esta confusión es precisamente lo que ocurre en el consumo de drogas, engañamos a nuestro cerebro ofreciéndole pequeños sorbos de paraíso sin pensar que tarde o temprano terminaremos dándole largos tragos de infierno.
Si bien el cerebro se nos ha dibujado como el órgano perfecto, una de sus mayores debilidades es depender de sustancias orgánicas que tienen muchos imitadores en el mundo natural: las drogas. Las drogas se definen como cualquier sustancia que ejerce un efecto sobre el sistema nervioso. Cada una actúa de manera distinta, pero entre todos estos imitadores existen algunos especializados en producir placer: las famosas drogas de abuso.
Las drogas de abuso son las que actúan directa o indirectamente en nuestro sistema dopaminérgico, provocando una liberación excesiva de dopamina al sobreestimular las neuronas. En la película Trainspotting se cuenta la historia de Renton, un individuo adicto a la heroína que describe el placer que siente al consumirla como “un orgasmo multiplicado por cien mil”. La liberación de dopamina es sinónimo de una oleada de placer, pero también es sinónimo de una oleada de necesidad, la del placer, que es precisamente lo que le ha ganado el nombre a las drogas de abuso, ya que su consumo genera la necesidad de volverlas a consumir.
Cuando nos iniciamos en estas drogas, se crea el malentendido psicológico que puede llevar a la adicción, a la pérdida de nuestro paraíso. Pero lo interesante es que la confusión no radica únicamente en nuestra psique, está presente en los eventos moleculares que ocurren en la superficie y en el interior de las neuronas.
La adicción como enfermedad
La adicción a sustancias o el consumo incontrolado de ellas en la actualidad es tratada como una enfermedad cuyos síntomas son variados, entre ellos se presenta la pérdida del repertorio conductual (el individuo deja de realizar la mayoría o la totalidad de sus actividades normales y sólo le interesa conseguir y consumir la sustancia en cuestión); la tolerancia y el aumento escalado del consumo de la sustancia (el individuo la consume cada vez más y más seguido); y el síndrome de abstinencia (el individuo presenta ansiedad, movimientos descontrolados e incluso alucinaciones si deja de consumir la sustancia).
De los anteriores eventos o síntomas, la tolerancia es crucial ya que al parecer este fenómeno surge debido a cambios moleculares, bioquímicos y morfológicos en las neuronas. Estas células, al igual que el resto, tienen en su interior una copia de nuestro adn en donde se encuentran activos los genes para fabricar proteínas como los receptores de membrana, que pueden ser vistos como cerraduras moleculares, las cuales se encuentran esparcidas por toda la superficie neuronal, y que pueden ser abiertas por llaves especiales, en este caso, los neurotransmisores, como la dopamina, la serotonina, la acetilcolina, el glutamato, entre otros; pero también pueden ser abiertas por drogas que son copias de estos neurotransmisores como, por ejemplo, la nicotina, cuya estructura molecular es muy parecida a la acetilcolina.
Al unirse las llaves a sus cerraduras se generan reacciones bioquímicas que viajan como cascadas hasta llegar a varios puntos de la célula, de los cuales uno de los más importantes es el mismo adn. Las interacciones de neurotransmisores y receptores pueden cambiar la expresión de ciertos genes y esto constituye el primer paso hacia la adicción. En el caso de la nicotina tenemos que actúa como una copia de la acetilcolina. Al consumir nicotina podemos activar los receptores de acetilcolina ubicados en un área cerebral que se encarga de liberar dopamina en uno de los centros de placer del cerebro, el núcleo accumbens. Esto provoca un incremento en la expresión de algunos genes y, como consecuencia, se producen más proteínas, entre ellas los receptores de acetilcolina. Si retomamos la metáfora de cerraduras y llaves, la sobreexpresión de receptores sería análogo a poner muchas cerraduras a la puerta de nuestra casa, pero olvidándonos de hacer más llaves. Sería imposible abrirla a menos que tuviéramos todas las llaves. Para conseguirlas sólo se necesitaría consumir más de la misma droga y tendríamos el efecto deseado: placer.
Los mecanismos anteriores dependen de varias cosas, entre ellas, el tipo de droga que se consuma, la vía de administración y también depende de dónde y de qué forma hayamos crecido, de nuestra historia.
Propensión a la adicción
En México, 1.8% de la población de entre doce y sesenta y cinco años consume drogas, incluyendo el alcohol y el tabaco, pero sólo alrededor de 550 000 personas tienen problemas de adicción. Si comparamos esta cifra con la población adulta total, que es de alrededor de 122 millones de personas, es una cifra muy pequeña.
¿Quiénes son estas personas y por qué se han vuelto adictas? Las neurociencias nos han demostrado a lo largo del tiempo que nuestro comportamiento está determinado en gran medida por la manera en que se expresan nuestros genes. Cada una de nuestras células posee dos juegos de genes, uno nos ha sido heredado por nuestra madre y el otro por nuestro padre, pero en cada tipo de célula se activan diferentes tipos de genes dependiendo de sus necesidades, de tal manera que la expresión genética de una célula del páncreas es muy distinta a la expresión genética de una neurona. Los genes que se encuentran activos en nuestras neuronas tienen la capacidad de moldear nuestro comportamiento, pero no es una ley ni una regla que debido a la herencia nuestra personalidad sea una copia o una combinación de la de nuestros padres. Entonces surgen varias preguntas: ¿qué es diferente o qué otros factores influyen en nuestro comportamiento?, ¿qué posibilidades tenemos de volvernos adictos si es que tenemos o no antecedentes familiares?
El ambiente es un factor capaz de modular la actividad de los genes y así moldear nuestra conducta. El cerebro es el órgano que nos ayuda a interpretar y reaccionar ante el mundo mediante los sentidos, la memoria, el aprendizaje y las emociones. Debido a esto, las neuronas son sumamente sensibles a los cambios en el ambiente, sobre todo en edades tempranas del desarrollo, que es cuando nuestra personalidad se forja. Estos cambios en la expresión genética que no están atados completamente a la herencia son llamados epigenéticos (más allá de la genética) y en muchos casos dependen de factores ambientales.
Son pocas las personas que sufren de adicción a sustancias de abuso, sin embargo, es posible rastrear las causas comunes que los han empujado a esta enfermedad. La epigenética es una de las ramas de la biología que nos está ayudando a responder muchas dudas sobre los procesos que ocurren en el cerebro para que se genere una adicción y nos está brindando los conocimientos necesarios para combatir tal enfermedad.
Plasticidad neuronal y protección
Los mecanismos de neuroadaptación que se han mencionado pueden ser provocados por una activación natural de las neuronas, no sólo por medio de drogas, sino por medio de cambios en el entorno y la forma en la que interactuamos con él. Se ha comprobado que una mayor estimulación sensorial (ambiental) puede provocar que se activen estos mecanismos, es decir, no es lo mismo un individuo que está expuesto a un ambiente rico en estimulación de distintos tipos (auditivos, visuales, táctiles, odoríferos, etcétera) a un individuo que crece en un ambiente muy precario en estimulación.
Existen diferencias en el sistema nervioso de individuos que crecen en ambientes con una mayor estimulación sensorial. Estos individuos tienen más conexiones entre sus neuronas. Sus cerebros tienden a expresar de forma diferente algunos genes para modificar estas conexiones neuronales, es decir, son más “plásticos”. La plasticidad puede provocar, entre otras cosas, que se desarrollen en forma diferente regiones del cerebro que están directamente relacionadas con la toma de decisiones, como el lóbulo frontal, que es la parte más reciente evolutivamente hablando. Al parecer, el lóbulo frontal se desarrolla de mejor forma en individuos que han estado expuestos desde niños a una mayor estimulación sensorial, en cambio los individuos que tienen más posibilidades de convertirse en adictos presentan un menor desarrollo de este lóbulo y posiblemente se debe a que crecieron en un ambiente con estímulos ambientales escasos.
Uno de los estímulos ambientales que ha tenido mucha relevancia en el estudio de las adicciones es la interacción social. Los científicos de la adicción han puesto el ojo en una hormona que se cree es responsable de la formación de lazos afectivos: la oxitocina. Hace más de un siglo sólo se sabía que la oxitocina tenía la función de favorecer las contracciones del útero durante el parto y la eyección de la leche durante la lactancia, pero resultó ser más interesante de lo que se pensaba. Cuando existen estímulos sociales en nuestro ambiente, ya sean positivos o negativos, el hipotálamo libera oxitocina y no sólo hacia el torrente sanguíneo sino también hacia varios blancos en el cerebro; de manera que esta hormona también es considerada como un neurotransmisor y es capaz de cambiar el estado bioquímico y la expresión genética de las neuronas a las que llega. Las neuronas del sistema dopaminérgico son uno de sus blancos principales y es aquí donde las cosas se vuelven relevantes para el estudio de los procesos adictivos.
La hormona del amor
El mejor ejemplo para explicar la relación entre oxitocina y adicción es el del enamoramiento. Cuando tenemos una nueva pareja pasamos por varias etapas que están reguladas por la interacción de oxitocina (la hormona social), dopamina (la búsqueda de placer) y corticosterona (la hormona del estrés).
Cuando conocemos a una persona nueva liberamos oxitocina y corticosterona. La novedad causa estrés porque nos ayuda a responder a situaciones no predecibles como convivir con personas a las que no estamos acostumbrados; si la persona no es agradable aprenderemos a alejarnos de ella o a evitarla, pero si nos resulta agradable tendremos una descarga de dopamina y eso provocará que busquemos a esa persona de nuevo. La diferencia entre un estímulo social y las drogas es que independientemente del contexto, una droga de abuso nos hará liberar dopamina.
Al estar enamorados ocurre un proceso que es muy parecido al de la tolerancia. Cada vez necesitamos más y buscamos más a esa persona, incluso llegamos a sentirnos mal si estamos lejos de ella; sin embargo, nadie ha dicho que enamorarse sea una enfermedad o que produzca síndrome de abstinencia. Esto puede deberse a que la oxitocina que liberamos durante el enamoramiento nos ayuda a familiarizarnos con la otra persona, a lidiar con el estrés y a estar cómodos, algo que no ocurre con las drogas; por ende, las relaciones sociales pueden funcionar como un amortiguador para las personas que son propensas a la adicción, pero también existe un lado opuesto que depende de cómo estén estructurados nuestros sistemas dopaminérgico y oxitocinérgico.
En general, ante estímulos sociales la cantidad de oxitocina liberada por una persona u otra no difiere mucho, pero la cantidad de receptores sí, por lo que ante el mismo estímulo dos individuos pueden actuar de manera completamente distinta. Hay personas monógamas y polígamas, y existen las introvertidas y extrovertidas. Los científicos de la adicción se han dado a la tarea de buscar las relaciones entre estas variables y han encontrado que la personalidad puede darnos una pista de qué tan susceptibles somos a volvernos adictos. Nuestra personalidad es un gradiente que va desde aquellas personas que prefieren lo novedoso y buscan variedad constante en su vida, hasta aquellas personas que son todo lo contrario, prefieren lo común, lo predecible y tienen mejor control de sus impulsos. En varios estudios con roedores y con humanos se ha encontrado una relación entre el primer tipo de personalidad y un mayor riesgo a la infidelidad y a las adicciones, además de que son individuos con una menor cantidad de receptores a oxitocina en regiones asociadas al placer.
También se puede decir que no es una casualidad que los adolescentes consuman más drogas que los adultos, pues ésta es una etapa del desarrollo de transición entre la niñez y la adultez, y representa la independencia y el inicio de la vida sexual; así que naturalmente nuestro sistema nervioso se modifica para buscar novedad y enfrentarse a los riesgos, por lo que los adolescentes son más vulnerables a caer en una adicción.
En cuanto al consumo de drogas entre hombres y mujeres adultos, existe un debate que tiene que ver con la formación de lazos afectivos y que posiciona a los hombres en una situación más desventajosa: se trata del éxito reproductivo. Para las mujeres, a lo largo de la evolución ha sido más conveniente formar una sola pareja ya que así aseguraban los recursos que proveía un hombre sólo para sus hijos, pero los hombres aseguraban su reproducción teniendo un mayor número de hijos con diferentes mujeres. En la actualidad este tipo de relaciones ya no son tan evidentes, sin embargo, las mujeres tienden a producir más oxitocina que los hombres y también a consumir menos drogas.
En conclusión, se cree que la oxitocina puede funcionar como un amortiguador para protegernos de las adicciones, pero todavía hacen falta más estudios que nos ayuden a entender la relación entre los ambientes sociales y la liberación de oxitocina como un generador de neuroplasticidad del sistema dopaminérgico. Nuestro grupo de investigación estudia la relevancia que tiene el ambiente para modificar el sistema nervioso ante el consumo de drogas. En la actualidad nos planteamos experimentos relacionados con el análisis del consumo de drogas y la actividad cerebral en función de diferencias ambientales, incluyendo las relaciones sociales. Esperamos seguir recopilando resultados que ayuden a entender y a develar el funcionamiento del cerebro ante el consumo de drogas con el fin de poder enfrentarlo más adecuadamente.
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Referencias Bibliográficas
Venebra-Muñoz A. et al. 2014. “Enriched enviroment attenuates nicotine self-administration and induces changes in FosB expression in the rat prefontal cortex and nucleus accumbens”, en Neuroreport, vol. 25, núm. 9, pp. 688-692. |
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| Yvette M. Gómez Gómez Facultad de Ciencias, Universidad Autónoma del Estado de México. Yvette M. Gómez Gómez es tesista de la licenciatura de biología de la Universidad Autónoma del Estado de México. Su proyecto de tesis trata sobre la relación entre el ambiente social y el sistema de recompensa. Arturo Venebra Muñoz Facultad de Ciencias, Universidad Autónoma del Estado de México. Arturo Venebra Muñoz es doctor en neuroetología y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente es profesorinvestigador de tiempo completo en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma del Estado de México. |
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cómo citar este artículo →
Gómez Gómez, Yvette y Arturo Venebra Muñoz. 2017. El paraíso cerebral y las relaciones interpersonales. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 44-51. [En línea].
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| Inés Gutiérrez |
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Mucho se ha hablado sobre la profunda, antigua
y persistente relación entre los humanos y las drogas. No obstante, en las últimas décadas la problemática ha escalado hasta convertirse en un enorme conflicto económico, político, cultural, social y de seguridad que afecta a millones de personas de diversas maneras. Es por causa de esto que desde hace varios años se ha mantenido un debate público mundial sobre las políticas necesarias para contender con todos los problemas que se derivan del uso y abuso de dichas sustancias psicoactivas, comúnmente conocidas como drogas. En dicho debate han participado expertos de múltiples áreas del conocimiento con la intención de integrar documentos e investigaciones históricas y actuales que comprendan todas las aristas de este problema. Uno de los aspectos centrales a resolver en este gran embrollo es el tratamiento de las personas que han pasado del consumo recreativo y ocasional al consumo compulsivo y perjudicial, usualmente llamados adictos —no se abordará aquí la discusión sobre el lenguaje apropiado para nombrar a tales personas y se referirá a ellas simplemente como adictas. A pesar de que existen lugares especializados para el tratamiento de dichos individuos, la mayoría de ellos regresan —si tienen los medios— tras sucesivas recaídas, y el riesgo de reincidir en el consumo puede permanecer a lo largo de toda su vida. Una de las principales señales de lo problemático del asunto es el hecho de que no existen estadísticas precisas que revelen la efectividad de los centros de tratamiento que hay en el mundo, específicamente en México. Esto podría deberse a que, como grupo, las personas adictas son difíciles de seguir ya que su sistema y autocontrol están irreversiblemente afectados, lo cual los inhibe de perseguir un tratamiento efectivo para ellos. Otra razón podría ser el pobre entendimiento que tiene la sociedad mundial sobre este padecimiento.
El trastorno por consumo de sustancias o adicción se caracteriza por ser una enfermedad del sistema nervioso en la cual el uso compulsivo —intenso y descontrolado— de las drogas persiste a lo largo del tiempo a pesar de haber consecuencias sociales y de salud graves y negativas. Una vez que son adictas, hay personas que responden de manera positiva después de una intervención, recuperando el rumbo de su vida; pero hay otras que nunca se recuperan.
Una de las actividades humanas que ha contribuido al entendimiento de la patología de la adicción es la investigación científica, en especial en el área de la neurobiología. Durante años, quienes se dedican a investigar el sistema nervioso y la manera como el procesamiento de información moldea el comportamiento, han buscado entender la mente de todo tipo de usuarios, desde los que hacen un uso recreativo hasta aquellos que hacen uso perjudicial, así como todos los que están en medio. Gracias a eso tenemos una noción general de las modificaciones que le suceden al cerebro y al cuerpo tras el consumo de una sustancia psicoactiva.Uno de los principales cambios que experimenta el cuerpo en el desarrollo de una adicción es la tolerancia, que es cuando una persona necesita paulatinamente una dosis incrementada de la droga de su preferencia para experimentar las mismas sensaciones que vivió la primera vez que la consumió. Un segundo fenómeno que ocurre en una adicción es el ansia de consumo o craving en inglés, ésta se caracteriza por un deseo intenso de consumo y un sentimiento corporal desagradable. Finalmente está el síndrome de abstinencia, que se describe como el agonizante malestar que experimentan los usuarios cuando los niveles de la droga en la sangre bajan.
También sabemos que las sustancias psicoactivas crean cambios plásticos en el cerebro por distintos mecanismos y que tanto la naturaleza química de éstas cómo el procesamiento distintivo por parte del cuerpo de cada una resultan en que algunas sean más adictivas que otras. Conocemos las distinciones básicas entre los diferentes grupos de drogas: opiáceos (morfina/heroína y oxicodona), psicoestimulantes (nicotina, cocaína y anfetamina), sedantes o hipnóticos (etanol, barbitúricos y benzodiacepinas), cannabinoides (Cannabis), psicodélicos o alucinógenos (lsd, mdma, dmt, mescalina y psilocibina) e inhalantes (tolueno). Estas categorías se han establecido con base en el blanco molecular del sistema nervioso central al que se unen o afectan dichas sustancias.
Hasta hace algunos años, gran parte de la investigación estaba enfocada en entender los cambios ocasionados por las drogas, colocándolas como el factor determinante. Esto llevó a los centros de rehabilitación a concentrarse en mantener a las personas lejos de la droga de su preferencia, confinándolos en un espacio y cuidándolos a lo largo de su desintoxicación para liberarlos nuevamente a la vida cotidiana. Este tratamiento demostró ser muy poco efectivo, no solamente porque la gente recaía constantemente, sino que también, al salir, mostraban un comportamiento cada vez más aberrante, poniendo en riesgo su vida e incluso la de sus personas cercanas y en los casos más graves se encontraban con el desenlace más trágico de una drogodependencia: la muerte por sobredosis.
Esta falla en la rehabilitación de los adictos y la información que se tiene sobre la existencia de otro tipo de adicciones —como a las apuestas, al sexo o al trabajo—, en las cuales no existe ninguna sustancia extraña con potencial adictivo que altere el cerebro, revelan que el problema es mucho más complejo de lo que pensábamos.
En términos muy simples, el paradigma que ha prevalecido para explicar los cambios neurobiológicos que provocan la adicción es el siguiente: cuando un individuo consume una droga, un neurotransmisor llamado dopamina se libera y funciona como una señal placentera que activa el sistema mesolímbicodopaminérgico, esto es, el sistema de recompensa del cerebro. Con el paso del tiempo el individuo desarrolla tolerancia y consecutivamente surgen la dependencia y el síndrome de abstinencia. Esta visión ha sido cuestionada por lo difícil que es para las personas adictas rehabilitarse y por evidencias experimentales que serán descritas a continuación. Así, esta percepción ha funcionado para explicar cómo se crea o establece la adicción, pero ha sido deficiente en ayudarnos a entender por qué se mantiene tan obstinadamente a lo largo del tiempo.
Afortunadamente, está surgiendo un nuevo paradigma, lentamente y aún sujeto a debate, que promete una explicación más integral de las adicciones. Nos concentraremos aquí sólo en lo que guarda relación a la adicción a las drogas, bien a pesar de que, existe la sospecha, los mismos mecanismos actúan en otras adicciones.
Posibles predictores de la adicción
A lo largo de la historia del estudio de las adicciones se ha propuesto que existen individuos que son más susceptibles a caer en conductas adictivas que otros y esto se ha intentado corroborar por distintos medios. Mediante estudios indirectos se ha encontrado que aquellas personas con una madre o un padre con una drogodependencia tienen una tendencia a incurrir en este tipo de conductas. Sin embargo, las modificaciones de genes y los genes específicos implicados en esta enfermedad no han sido identificados en humanos. Se ha encontrado una correlación entre la presencia de enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia y la depresión con un aumento en la probabilidad de volverse dependientes de alguna sustancia. Algunos estudios con roedores han relacionado cambios en el núcleo de las neuronas con la preferencia por una droga, como la cocaína.
Recientemente se ha demostrado, mediante estudios con modelos animales y humanos, que el estrés temprano —maltrato y eventos estresantes antes de la pubertad— resulta en cambios permanentes en el sistema neurohormonal y en algunos circuitos neuronales del cerebro que tienen una relación directa con el desarrollo de la adicción. Esto significa que el maltrato infantil ocasiona cambios directos en el sistema nervioso central y lo inclina hacia conductas adictivas. A pesar de ello, una proporción de adolescentes que han vivido estrés temprano severo no desarrollan la patología; estos individuos, por lo general, tienen actividades o amistades que los motivan fuera del ámbito familiar, lo cual les facilita el no volver a caer en conductas adictivas.
Entrelazada con los componentes previamente mencionados, se encuentra la epigenética, esto es, la interacción de los genes y el ambiente. Todas las células que componen a un individuo contienen complementos de adn esencialmente idénticos, y éstas se diferencian para formar tejidos y órganos, diferenciación que se da gracias a una serie de cambios regulados en el potencial de transcripción de cada gen que ocurren por señales ambientales manifestadas mediante la comunicación entre células. Estos procesos o factores epigenéticos que encienden y apagan ciertos genes en momentos y en células específicas no sólo suceden durante el desarrollo embrionario, también funcionan a lo largo de la vida del organismo adulto mediando la adaptación de las células a estímulos ambientales. En una revisión realizada por Alfred Robinson y Eric Nestler en 2011 se compiló toda la evidencia que existe sobre cómo estos factores epigenéticos en las neuronas son directamente afectados por las sustancias psicoactivas y crean cambios estables en el cerebro.
Antes de que un individuo comience a consumir una sustancia de abuso podría ser que estos tres agentes (factores genéticos, epigenéticos y estrés temprano) hayan modificado el sistema, dejándolo propenso a engancharse en comportamientos adictivos. Esto no ha sido comprobado de manera contundente, así que por ahora sólo significa que existe una relación entre estos factores y la adicción, pero no implica que si alguien presenta todas estas características o solamente una y consume una sustancia psicoactiva vaya a desarrollar la patología o que éstas sean las únicas causas de una predisposición.
Mecanismos de memoria
Como se ha mencionado previamente, la adicción es un trastorno que persiste durante demasiado tiempo, incluso muchos años después de que la persona se ha desintoxicado y curado de los síntomas de la abstinencia. Por lo tanto, la noción preexistente que concibe a la adicción como una afectación neurobiológica producida por las propiedades placenteras de las drogas debe de ser reevaluada. Una de las propuestas más recientes involucra descubrimientos a nivel molecular, celular, sistémico, de comportamiento y computacional que apuntan a la idea de que la adicción representa un funcionamiento patológico y aberrante de los mecanismos de memoria y aprendizaje que bajo condiciones normales subyacen a la supervivencia, moldeando comportamientos relacionados con la búsqueda de recompensas. Este nuevo paradigma no pretende desechar el conocimiento previo sobre el sistema de recompensa, sino incluirlo en un panorama mucho más amplio.
Se considera que el aprendizaje es la adquisición de información nueva por parte del cerebro y que se manifiesta en la formación de una nueva sinapsis entre dos neuronas; la memoria es el proceso mediante el cual dicha información es codificada y almacenada para después ser recuperada y utilizada, y puede ser clasificada en memoria de corto plazo y memoria de largo plazo.
La memoria de corto plazo es consecuencia de la sensibilización temporal de una sinapsis previa, mientras la de a largo plazo surge debido al reforzamiento constante de una sinapsis previa mediante la activación de genes específicos y la síntesis de proteínas. La estructura cerebral que más se ha relacionado con el aprendizaje y la memoria es el hipocampo.
Para que una especie sea exitosa y sobreviva, los organismos deben buscar y obtener los recursos necesarios para ello —comida y agua—, así como buscar oportunidades para reproducirse; esta búsqueda debe llevarse a cabo a pesar de costos y riesgos y en ella está involucrada la memoria de largo plazo. En los mamíferos, estas metas naturales —comer o aparearse— funcionan como recompensas y se persiguen bajo la anticipación de que su consumo o consumación producirán resultados benéficos, como obtener la energía necesaria para llevar a cabo sus actividades o concebir un hijo. Estas recompensas y anticipación involucran comportamientos que son positivamente reforzantes —que persisten y aumentan a lo largo del tiempo en vista de un desenlace positivo. Por otro lado, existen sensaciones internas, como el hambre, la sed o el deseo sexual, que incentivan dichos comportamientos. Además, hay señales ambientales que se relacionan directamente con la meta: la visión o el olor de la comida, el aroma de una hembra en celo; éstas inician o fortalecen estados de motivación que hacen más probable que el organismo lleve a cabo una serie de acciones complejas, como cazar o buscar pareja. Con el paso del tiempo, dichas secuencias de acciones conductuales se vuelven automáticas —se convierten en hábitos— pero permanecen lo suficientemente flexibles para responder a una serie de eventualidades, entre las cuales están la intoxicación por comida o el rechazo de una posible pareja, llamados reforzadores negativos. Todo esto significa que existen mecanismos neurobiológicos específicos que han evolucionado y como consecuencia le dicen al organismo: “pase lo que pase, sigue haciendo esto pues es indispensable para la supervivencia de nuestra especie”. La memoria es fundamental en todo ello.
Las drogas y el cerebro
Las drogas crean patrones conductuales que recuerdan a aquellos provocados por recompensas naturales; sin embargo, los comportamientos adictivos destacan por su capacidad de sobreponerse a casi cualquier otra meta, reduciendo el conjunto de objetivos propios de un individuo a sólo el de buscar y consumir la sustancia a la que éste se ha vuelto dependiente. Bajo tal visión, la abstinencia podría ser considerada análoga al hambre, la sed o el deseo intenso de aparearse. Adicionalmente, las recaídas después de la desintoxicación son disparadas comúnmente por claves contextuales asociadas al consumo de la droga, como estar acompañado de cierta gente, en lugares especiales, la parafernalia o la sensaciones corporales que estaban ahí antes, durante y después del uso de la sustancia psicoactiva, etcétera.
Existen tres aspectos fundamentales para la persistencia de la adicción, los cuales involucran estructuras cerebrales diferentes —se diferencian por su posición en el cerebro y el tipo de neuronas que predominan— y circuitos de comunicación específicos entre ellas; éstos son: los procesos moleculares y celulares mediante los cuales los comportamientos de búsqueda de una droga se convierten en hábitos compulsivos; los mecanismos neurobiológicos que perpetúan el riesgo de recaer; y los mecanismos por los cuales las claves ambientales asociadas a las drogas terminan por controlar el comportamiento. La integración de los tres podría llevarnos a un entendimiento más completo de la enfermedad.
Hábitos compulsivos
La dopamina ha sido considerada como el neurotransmisor predominante en esta patología, y se había establecido que ésta envía una señal de placer que activa el sistema de recompensa, ocasionando que el organismo prefiera la droga por sus propiedades placenteras. Sin embargo, esto ha sido debatido, ya que en los estudios con animales (roedores principalmente) manipulados para tener niveles muy bajos de dopamina, tanto sus conductas de búsqueda de la droga como su preferencia por agua azucarada sobre agua simple no cesaban; ambas tienen propiedades placenteras intrínsecas.
Esta información llevó a otros autores a proponer que la dopamina promueve el aprendizaje recompensado, funcionando como un puente entre las propiedades placenteras de la meta y las acciones, y promoviendo el comportamiento asociado a la búsqueda de recompensas o metas. Las proyecciones de neuronas dopaminérgicas desde el área ventral tegmental hacia el núcleo accumbens, la corteza prefrontal y la amígdala forman un circuito que tiene un rol crítico en moldear comportamientos de búsqueda de la droga.
Otro estudio propone que el cambio del uso voluntario al uso compulsivo representa una transición de la información que al principio activa predominantemente la corteza prefrontal y pasa a activar el cuerpo estriado mediante la señalización de neuronas dopaminérgicas. A pesar del protagonismo de la dopamina, existe un actor secundario que también participa en la historia: la norepinefrina. Se cree que este neurotransmisor se libera en la corteza prefrontal y acompaña la liberación de dopamina en el núcleo accumbens; ambas estructuras son críticas en comportamientos recompensados.
Algunos estudios sobre las neuronas apuntan a que la persistencia de las adicciones está basada en la remodelación de sinapsis y circuitos neuronales que bajo condiciones normales se asocian con la memoria de largo plazo. Esto significa que el circuito involucrado en este tipo de memoria está tan afectado que las neuronas sufren modificaciones en su forma y las conexiones entre áreas funcionales del cerebro se restablecen, fortalecen o debilitan. Esto podría darse tanto por la intensificación como por la reducción mantenida de la señal entre dos neuronas.
El riesgo de recaer
En el cerebro existen niveles basales de neurotransmisores que pueden ser afectados. Se cree que el aumento espontáneo y disparado de dopamina en ciertas áreas del cerebro podría actuar como una predicción de una recompensa positiva y que dicha anticipación podría ser el trasfondo del momento de euforia que sucede antes de consumir la droga —conocido comúnmente como rush. Ese momento es uno de los elementos más difíciles de ignorar y reemplazar para las personas dependientes, ya que para ellos no existe ninguna otra sensación comparable y no hay nada que pueda provocarla si no es la droga.
Para que los comportamientos dirigidos por recompensas se lleven a cabo de manera exitosa deben efectuarse acciones complejas que permanezcan a pesar de obstáculos y distracciones. La corteza prefrontal, junto con su comunicación con otras áreas, está encargada de representar las metas, de asignarles un valor y seleccionar las acciones específicas y necesarias para conseguir la meta. Se ha hipotetizado que para que se actualice la información dentro de la corteza prefrontal debe haber una liberación de dopamina en forma de ráfaga. Las drogas podrían estar produciendo una señal altamente distorsionada y potente de dopamina; este bombardeo excesivo tanto en la corteza prefrontal como en el núcleo accumbens y el estriado dorsal podría disminuir la respuesta de las recompensas naturales.
Todo esto podría explicar por qué las personas adictas dejan de buscar otras actividades o gustos personales y por qué las drogas cobran un papel tan importante para ellos. El sistema está tan afectado que su visión se reduce a perseguir la euforia, a pesar de estar conscientes del daño ocasionado por las drogas.
Claves ambientales
La dopamina informa al sistema sobre el estado motivacional del organismo, pero estas neuronas no tienen la capacidad de representar la especificidad de las claves contextuales asociadas a la droga, por lo que es aquí donde entra en acción otro neurotransmisor: el glutamato. Los mecanismos de aprendizaje asociativo están involucrados en esto y dependen principalmente de neuronas de glutamato y de su interacción con neuronas de dopamina en estructuras cerebrales como el núcleo accumbens, la amígdala, la corteza prefrontal y el estriado dorsal.
Los receptores de ciertos neurotransmisores como el glutamato, la dopamina, los opioides endógenos y los endocannabinoides se activan de manera coordinada cuando el individuo es expuesto a las claves ambientales asociadas al consumo de la sustancia adictiva. Asimismo, la regulación al alza o baja de la expresión de un gen o una proteína específica podría explicar el aumento en la respuesta a la droga y a las claves contextuales que predicen su consumo. No obstante, existe una estructura que antes no era considerada en los circuitos implicados en la adicción: la corteza insular.
Corteza insular
La ínsula o corteza insular es una estructura del cerebro que ha sido relacionada con la integración de las sensaciones viscerales y las capacidades cognitivas de los humanos. Recientemente ha llamado la atención de los investigadores que se dedican a estudiar las adicciones debido a que, en 2007, un grupo de investigadores encontró en un estudio retrospectivo que un conjunto de fumadores compulsivos —fumaban más de una cajetilla diaria— que habían padecido un infarto cerebral y presentaban un daño en la ínsula reportaban haber dejado de fumar sin problemas de recaídas ni sentir el ansia de consumo después del infarto; parecía que se les había olvidado su adicción. Por otro lado, un grupo de fumadores compulsivos que también habían tenido un infarto cerebral, pero que presentaban daños en otras estructuras y no en la corteza insular, seguían siendo adictos o habían tenido dificultad para dejar de fumar. Lo más sorprendente es que las personas que tenían daños en la corteza insular no reportaban una disminución en las ganas de comer o el deseo sexual.
A la luz de esta nueva información se han realizado en México y en el mundo investigaciones con modelos animales y humanos que intentan resolver el papel que tiene dicha estructura en el trastorno por sustancias de abuso, un papel que parece ser esencial.
En un estudio realizado por Marco Contreras y su equipo, entrenaron a un grupo de ratones para que asociaran una clave visual con el consumo de anfetamina, a la vez que se les había insertado cánulas —tubos muy delgados de acero inoxidable— en ambos hemisferios del cerebro, las cuales llegaban directamente a la corteza insular. En el momento en que los ratones mostraban una preferencia contundente por el lugar en el que se les inyectaba anfetamina —es decir, ya eran adictos—, por medio de las cánulas se les introdujo lidocaína; el efecto de esta sustancia fue bloquear los canales de sodio de las neuronas, lo que resultó en una inactivación reversible de la corteza insular. Durante esta inactivación temporal se les realizó una prueba a los ratones y se vio que dejaban de preferir el lugar asociado a la droga; una vez que el efecto de la lidocaína pasaba, regresaban a preferir el lugar.
En otra serie de estudios con imagenología cerebral —resonancia magnética usada para mapear la actividad del cerebro— se demostró que la corteza insular se activa cuando a las personas adictas se les expone a las señales ambientales asociadas a la droga que desencadenan el ansia de consumir.
Así, a pesar de que esta estructura ha sido ignorada en la mayor parte de la literatura sobre adicciones y su participación todavía es controversial, algunos expertos sugieren que en la ínsula están representadas las sensaciones corporales asociadas al consumo de la droga —como los efectos cardiovasculares, gastrointestinales o de las vías aéreas que se experimentan con el consumo de la droga— y que ésta representación se activa cuando el sujeto es expuesto a claves que han sido previamente asociadas al consumo del estupefaciente. Por ende, se cree que dicha estructura es una de las encargadas de mantener la adicción a lo largo del tiempo.
Un nuevo paradigma
Esta nueva visión, que involucra diversos mecanismos y estructuras del sistema nervioso, coloca las adicciones en un contexto mucho más amplio y nos permite estudiarlas desde distintos ángulos y proponer intervenciones y tratamientos en diferentes momentos.
En ella se integra el sistema mesolímbicodopaminérgico con la activación de genes y síntesis de proteínas involucrados en la memoria, las cuales conducen a dicho sistema a funcionar de manera anormal. Asimismo, ésta nos lleva a comprender que, no obstante lo que se pensaba anteriormente, la patología en cuestión es sumamente compleja y apenas estamos acercándonos a comprenderla; es una enfermedad que involucra algunas de las cuestiones evolutivas más importantes para nuestra especie sobre las cuales no tenemos control.
Aunque todavía falta mucho por saber y no exista un consenso que afirme que la adicción es una enfermedad multifactorial, tenemos información objetiva suficiente para afirmar que la empatía y los incentivos sociales para ampliar el espectro de actividades que una persona pueda llevar a cabo sirven como herramientas de terapia que permiten aumentar la resiliencia de los individuos. Nos ayuda también a entender que, para que una persona pase de un uso ocasional o recreativo a la búsqueda compulsiva de una droga, necesita pasar mucho tiempo y que deben establecerse cambios permanentes en el cerebro.
Esto fundamenta de igual manera la posibilidad de intervenciones tempranas en personas que estén en riesgo, lo cual, aunado a nuevos fármacos, la estimulación magnética transcraneana —forma no invasiva ni dolorosa de estimulación de la corteza cerebral basada en pulsos magnéticos— y otras innovadoras técnicas moleculares con blancos específicos en las distintas vías de señalización, prometen un tratamiento más efectivo e integral de esta terrible enfermedad.
Finalmente, este nuevo paradigma nos plantea la posibilidad de dejar de ver a las personas adictas como fracasados sociales y merecedores de su padecimiento. Un informe acerca de los centros de rehabilitación en América Latina emitido por la Open Society Foundation reporta que en México operan 2 027 centros, de los cuales sólo 12% cumple con la Norma oficial; el resto son de iniciativa privada y, por no estar regulados por el gobierno, en ellos ocurren violaciones graves a los derechos humanos, así como maltrato, tortura, humillación, confinamiento sin consentimiento, abuso físico y psicológico y descuido, empleados como supuestos mecanismos de terapia. Dicha situación no sólo refleja la ineficiencia e incapacidad del gobierno para cumplir con la obligación que tiene de prevenir los abusos, sino que también habla del pobre entendimiento que tenemos sobre lo que en realidad significa ser dependiente de una droga, de las ideas erróneas que han permeado la sociedad y desencadenado que se rechace, discrimine, criminalice y satanice a tales personas.
Es momento de reflexionar y dejar de usar el término drogadicto tan indiscriminadamente. Por su parte, los científicos y el sector gubernamental deben continuar generando e integrando la información necesaria para proponer terapias actualizadas. Está en nuestras manos empoderarnos mediante la información actual, así como romper, poco a poco, los prejuicios que tenemos sobre las personas adictas, ya que éstas son personas que viven en un estado de sufrimiento perpetuo y mucho de ese sufrimiento se debe a que son malentendidas. |
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| Agradecimientos Quiero agradecer al Dr. Federico Bermúdez Rattoni por orientarme en la elaboración de este escrito, por ayudarme a aclarar mis ideas y comunicarlas de la manera más clara posible, pero sobre todo por su paciencia e interés. |
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Referencias Bibliográficas
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| Inés Gutiérrez Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Inés Gutiérrez es estudiante de la carrera de biología, en la Facultad de Ciencias de la UNAM y realiza su tesis en el Laboratorio de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria a cargo del doctor Federico Bermúdez en el apartado de neurociencias del Instituto de Fisiología Celular. |
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cómo citar este artículo →
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| Andrés Agoitia Polo |
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El cúmulo de productos, presentaciones, empleos y situaciones
que involucra el fenómeno del uso y abuso de sustancias ha dado lugar a una amplia (pero ambigua) terminología, a partir de la cual los distintos actores sociales nos referimos a diferentes aspectos de todo aquello que rodea el tema de las adicciones. Es importante señalar que la falta de cuidado por parte de distintos actores, figuras e instituciones en la incorporación al discurso informativo de términos adecuados, de divulgación y de prevención de las adicciones ha favorecido y perpetuado en nuestra población un pobre y superficial entendimiento acerca de qué son las sustancias de abuso y en qué consiste el abuso en su consumo. Valdría la pena entonces ocupar un momento de nuestro tiempo para aclarar algo de esta confusión y poder aproximarnos a este fenómeno con un lenguaje común y unificado, es decir, entendiendo precisamente a qué nos estamos refiriendo cuando empleamos una palabra determinada.
Adicción
Primero ¿qué es una adicción? Las raíces etimológicas de la palabra adicción provienen del latín addictio, addictionis, cuyas múltiples acepciones van desde: dedicarse a, inclinarse por, o ser afín a una actividad, hasta adquirir matices más obscuros como: entregarse, abandonarse o condenarse a dicha actividad. Inclusive se dice que, en la antigua Roma, el término adicto (del latín addictus, i) hacía referencia a un individuo adjudicado como esclavo a su acreedor en razón de haber faltado al pago de una deuda.
Los diccionarios tanto de la Real Academia Española como de la Academia Mexicana de la Lengua enfatizan primordialmente los últimos atributos antes dichos y definen la palabra adicción como: la afición excesiva o dependencia a una droga o a una actividad, de manera tal que resulta perjudicial para la salud. Sin embargo, aunque el término ha sido popularizado en múltiples escenarios, en el ámbito clínico ha caído en desuso por razones de estigmatización social y ha sido no sólo reemplazado, sino recategorizado en la edición más reciente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (dsm5) por el de: trastornos por consumo de sustancias, cuyo diagnóstico alude a un cúmulo de síntomas cognitivos, conductuales y fisiológicos que evidencian el uso recurrente y desmedido de sustancias psicotrópicas a pesar de las consecuencias negativas que esto le ocasiona al individuo.
A partir de la segunda mitad del siglo xx, y hasta nuestros días, el entendimiento y la concepción clínica de los trastornos por consumo de sustancias han sido moldeados en gran medida por las distintas entregas del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría. Un análisis de los cambios incorporados en cada edición escapa a los fines de este texto, sin embargo, cabe mencionar que en el mismo lapso de tiempo se ha llevado a cabo una transición en cuanto al énfasis que se da a los distintos criterios de diagnóstico donde inicialmente se otorgaba una mayor relevancia a los signos de dependencia física o fisiológica y se clasificaba a los consumidores como usuarios, abusadores y dependientes. En la actualidad, el patrón de consumo compulsivo ocupa el papel protagónico y el diagnóstico es el mismo; sólo difiere en cuanto a su gravedad: leve, moderado o severo.
Es importante recalcar que aunque comúnmente se utiliza el término dependencia como equivalente de adicción, esto no necesariamente es así. Desafortunadamente, esta palabra ha sido utilizada para ilustrar distintas ideas (dependencia física, dependencia psicológica o farmacodependencia), lo que ha ocasionado que su significado no quede del todo claro. La dependencia, desde el punto de vista farmacológico, se refiere al proceso de adaptación fisiológica que se lleva a cabo en el organismo a partir de la exposición crónica a un fármaco, la cual conlleva la activación paulatina de mecanismos compensatorios en las células del organismo. Tales mecanismos frecuentemente operan en dirección contraria a los efectos que produce el fármaco, amortiguando el impacto que dicho fármaco tiene en la homeostasis. A esta dependencia es a la que uno se refiere cuando se habla de dependencia física o fisiológica.
Tolerancia y síndrome de abstinencia
Dos fenómenos dan cuenta de este proceso: el desarrollo de una tolerancia y el llamado síndrome de abstinencia. La tolerancia se refleja en la necesidad de incrementar la cantidad administrada de fármaco para obtener los efectos alcanzados inicialmente, mientras que el síndrome de abstinencia se hace evidente a medida que el fármaco es metabolizado y se debilita su contraposición ante los mecanismos compensatorios ya mencionados. Una situación similar se observa al administrar un farmaco que bloqueé o interfiera con los mecanismos farmacológicos sobre los cuales actúa el fármaco inicial.
Aunque ambos fenómenos han sido estrechamente vinculados al desarrollo de las adicciones, actualmente no se consideran condiciones ni suficientes ni necesarias para establecer un diagnóstico de trastorno por consumo de sustancias. Para ilustrar esto, piense usted en una persona que después de sufrir un accidente es intervenida quirúrgicamente y que durante el tortuoso periodo de recuperación se le administra continuamente morfina como calmante. Este individuo bien podría desarrollar signos de dependencia como son la tolerancia y el síndrome de abstinencia. No obstante, se descarta tal diagnóstico debido a la ausencia de otros criterios que componen el patrón patológico de consumo, como son la falta de control en la cantidad o tiempo dedicado al consumo, así como los problemas sociales que esto acarrea. La razón de que no se desarrolle este patrón podría remitirse a que el individuo pudo no haber entablado una relación conductual entre la administración intravenosa de la morfina y los efectos hedónicos experimentados, ya que quien realizó la administración no fue el paciente, sino el médico tratante. Desde esta perspectiva, el aprendizaje asociativo es esencial para el desarrollo de las adicciones. A grandes rasgos, a esta dependencia es a la que uno se refiere cuando se habla de dependencia psicológica.
Droga o sustancia de abuso
En el marco del uso y abuso en el consumo de sustancias muchas veces utilizamos, de manera intercambiable e indiscriminada, los términos droga y sustancia de abuso pero, ¿qué es una droga? La respuesta depende en gran medida de a quién le preguntemos y curiosamente también en qué idioma lo hagamos. Lo más conveniente, si nos interesa una aproximación científica en lugar de una etimológica, es acercarnos a la farmacología, la ciencia que estudia todo lo relacionado con las sustancias químicas que interactúan biológicamente con los organismos.
Un farmacólogo norteamericano nos respondería que una droga (drug) es cualquier sustancia o compuesto químico con actividad biológica, mientras que un químico farmacéutico biólogo mexicano nos aclararía que una droga es una sustancia química con actividad biológica que únicamente ha sido sometida a un proceso de secado, cortado o macerado.
Podemos observar una diferencia fundamental en la definición de la misma palabra en diferentes idiomas, ya que aunque todas las drogas encajan en el campo semántico de las drugs, no todas las drugs son necesariamente drogas. Para ello, en el idioma español existen términos adicionales que hay que retomar para evitar más confusiones.
Nuestro químico farmacéutico biólogo abundaría: “el término fármaco es la palabra que podría ser utilizada como el equivalente más próximo del drug en inglés. No obstante, drug también comprende el término medicamento, que en español se refiere a un fármaco presentado en una forma farmacéutica (comprimido, tableta, pastilla, etcétera)”. Muestra de ello es que un norteamericano generalmente puede acudir tanto a una drugstore como a una pharmacy para adquirir un medicamento, mientras que un mexicano recurre a una farmacia. ¡Qué lío!, evidentemente, no es lo mismo abordar el tema desde distintos idiomas.
Ya que sabemos a qué nos referimos específicamente cuando decimos droga en español, podemos entonces mencionar ejemplos de algunas de ellas. ¿Se les ocurre alguna?... ¡marihuana!, ¡cocaína!, ¡heroína!
Pues sí y no. Mientras que ha acertado el lector que pensó en la primera propuesta, los otros no, porque ni la cocaína ni la heroína son drogas bajo esta definición puesto que ambas provienen de sustancias que han sido sometidas a manipulaciones químicas más allá de las referidas en nuestra definición.
Con el perdón de los académicos puristas —no me coman, por favor—, hay que entender que el significado común de la palabra droga ha sido utilizado en México generalmente para referirnos a sustancias psicotrópicas. En este nuevo arreglo semántico las tres respuestas anteriores son correctas.
Cafeína, alcohol y tabaco
Aunque con frecuencia no se le considere como droga la cafeína es el agente psicoactivo responsable de los efectos psicoestimulantes experimentados por el consumo de café y entra perfectamente en nuestra definición conceptual. La cafeína forma parte de una familia de alcaloides llamados metilxantinas, entre los cuales podemos encontrar a la teofilina y la teobromina, agentes psicoactivos presentes en el té verde y el cacao, respectivamente. Estas mismas sustancias se encuentran en las infusiones de mate y guaraná, y poseen cierto potencial de abuso en su consumo.
El alcohol, por otro lado, cumple con todos los requisitos necesarios para entrar en nuestra definición de droga. Parece ser el elefante blanco que conocemos de toda la vida, pero que no nos acordábamos que estaba en la habitación. Para darnos una idea de qué tan grande es este elefante veamos algunos datos: por medio del Sistema Mundial de Información del Alcohol y la Salud, la Organización Mundial de la Salud estimó que, en el año 2010, 38% de la población mundial por encima de los quince años consumió algún tipo de bebida alcohólica, cifra aún mayor en los continentes americano y europeo donde el aproximado ascendió hasta 61% y 66%, respectivamente. En el caso de México, la estimación fue de 57%, lo que nos situó casi en la media continental, pero definitivamente muy por encima de la media global. No cabe duda de que el consumo de alcohol se encuentra ampliamente distribuido en la sociedad mexicana.
No obstante, es importante reconocer que no cualquier consumo resulta patológico; uno puede disfrutar de una copa de vino tinto durante la cena o un par de cervezas frías viendo el futbol sin provocar daños a la propia salud. De hecho, existe evidencia científica que señala que el consumo moderado de alcohol tiene un efecto protector ante cardiopatías y apoplejías isquémicas. Entonces, ¿por qué se considera que el consumo de alcohol constituye un problema para la salud? Sucede que la clave yace en la palabra moderación. Mientras que el consumo de alcohol en bajas cantidades posee algunas cualidades benéficas, en altas cantidades resulta muy dañino y desvanece cualquier beneficio que se hubiera podido obtener; inclusive se ha identificado un patrón de consumo específico, tipo atracón, donde ocurre la ingesta de grandes cantidades de alcohol en lapsos cortos de tiempo.
Volviendo a las cifras, se estimó la prevalencia de este patrón sano en 16% de los consumidores a nivel mundial, donde destacan nuevamente los continentes americano y europeo, con prevalencias de 22% y 23%, respectivamente. En México no nos quedamos muy atrás, al haberse estimado este patrón en 21% de la muestra, o sea, en uno de cada cinco consumidores.
El panorama se pone peor cuando dejamos de lado el consumo para hablar de los problemas a la salud que el alcohol ocasiona. Los trastornos por consumo de alcohol comprenden a aquellos patrones de consumo que resultan problemáticos para la salud física o mental de un individuo, así como para su desempeño social o laboral. Algunos ejemplos de afectaciones que pueden desembocar de estos trastornos son: alcoholismo, epilepsia, cirrosis hepática, pancreatitis, síndrome de alcoholismo fetal, cáncer, enfermedades cardiovasculares, lesiones intencionales y accidentales.
La prevalencia estimada de los trastornos por consumo de alcohol en México es de 3% en la población, según la Organización Mundial de la Salud. Este número se encuentra no sólo muy por debajo del promedio continental (6%), sino también de la media mundial (4%). Pero los datos de la Encuesta Nacional de Adicciones señalan que en el año 2011, 33% de la población mexicana mantuvo un patrón alto de consumo de alcohol mientras 6% presentaba signos de dependencia. Situación especialmente grave en algunas regiones del centro y norte del país, donde se alcanzan los valores más altos de consumo y dependencia. Ese 6% es el promedio estimado entre toda la población mexicana (sean consumidores o no), por lo que dicha cifra tiende a ser mayor en zonas urbanas y el segmento más afectado resulta ser el de los hombres jóvenes, 60% de ellos con un patrón alto de consumo y 14% con signos de dependencia, o sea uno de cada siete. Si se realizara esta proporción entre solamente la población de consumidores, el resultado sería aún mayor.
Por si no bastara ese golpe de cruda realidad, la Organización Mundial de la Salud señaló que en el año 2012 el abuso en el consumo de alcohol fue responsable de al menos 3.3 millones de muertes, lo que equivale a 6% de la tasa de mortalidad anual en todo el mundo. Este dato supera a todas las muertes ocasionadas por vihSida, violencia y tuberculosis juntas.
Algo similar ocurre con el tabaco; de acuerdo con información del Sistema de Vigilancia Mundial del Tabaco, se estima que el número de consumidores de tabaco mayores a quince años asciende a 879 millones, cifra equivalente a 30% de la población adulta en los veintidós países donde se ha implementado este sistema, incluyendo México. Los resultados de la Encuesta Nacional de Adicciones señalan que, durante el año 2011, 22% de la población (cerca de 17 millones de mexicanos) consumieron tabaco, de los cuales 41% lo hacen diario y 9% fuma su primer cigarro del día en los primeros treinta minutos después de despertarse, lo que se considera como un signo de severo tabaquismo. En otras palabras, uno de cada once fumadores presenta signos de grave dependencia.
Cabe preguntarse, ¿por qué dejamos de reconocer el elefante blanco en la habitación? Tanto el consumo de alcohol como el de tabaco han acompañado a la humanidad desde el inicio de la civilización y, a partir de entonces, se ha desarrollado toda una cultura de ritos, costumbres y tradiciones alrededor de ambos productos; además, los capitales detrás de estos enormes negocios se han esforzado muchísimo por fomentar en el público la percepción de que las drogas ilegales son una cosa, pero que el alcohol y el tabaco son otra distinta, e incluso existen innumerables retratos, iconos y referencias culturales alrededor del alcohol y tabaco que al otorgarle cierto atractivo han incentivado su consumo. Por eso parece que no son drogas, pero sí lo son. Valdría la pena empezar a hablar de sustancias de abuso, categoría que abarca todas estas sustancias, independientemente de su estado legal y de qué tan perjudiciales para la salud pueden llegar a ser.
El abuso en el consumo de alcohol y tabaco son algunas de las principales causas prevenibles de enfermedades crónicas en países desarrollados. Pero a pesar de que el alcohol es una droga y la palabra alcoholismo alude a la dependencia al alcohol, difícilmente nos podemos referir a un alcohólico en los mismos términos que a un “drogadicto”. Hemos heredado y crecido bajo un esquema norteamericano de clasificación legal de sustancias de abuso cuya creación y estructuración poco tuvo que ver con un enfoque verdaderamente orientado a la salud y basado en evidencia científica. Muestra de ello es que a pesar de todas las pruebas que existen acerca de los daños a la salud que ocasiona el consumo excesivo de alcohol y tabaco, nadie está abogando por penalizar su consumo, distribución o fabricación, ya que el problema no es ni el alcohol ni el tabaco, sino el establecimiento de patrones patológicos de consumo.
Marihuana
Actualmente, el tema de la legalización del cultivo, comercialización y consumo de la marihuana está en la mesa. Existen argumentos serios a considerar desde ambas posturas ya que, si bien hay evidencia científica que señala que el consumo de marihuana resulta nocivo para la salud —especialmente en cuanto al neurodesarrollo de niños y adolescentes— también se ha señalado que el daño que produce en adultos se equipara al del consumo de tabaco. Aunque es importante tener estos datos en cuenta, la venta de marihuana bien podría regularse bajo el mismo régimen que el del tabaco, en donde la venta de cigarros a menores de edad está prohibida.
Por otro lado, se cree que la marihuana es una “droga de entrada”, a partir del argumento de que al incentivar el consumo, derivado de la legalización, se observaría posteriormente un incremento en el consumo de otras “drogas duras”. Para profundizar al respecto, se debe consultar la información disponible sobre países en donde se han tomado medidas similares, como Holanda, España, Portugal, Uruguay, Estados Unidos (Colorado, Oregón, Washington, California y Alaska). Pero éstos son sólo algunos argumentos para enriquecer la discusión.
Para reflexionar
Así que las sustancias de abuso no son el problema, sino el patrón patológico de consumo recurrente y desmedido que puede llegar a desarrollar un individuo. Este patrón no aparece solito ni mucho menos, existen factores tanto genéticos como ambientales que predisponen e inclinan al individuo a desarrollar dicho comportamiento. La investigación científica, básica y aplicada, está orientada a mejorar el entendimiento de tales factores para finalmente poder ejercer un mayor impacto benéfico, tanto a nivel de prevención como de tratamiento de las adicciones.
Más que pregonar la abstinencia, deberíamos de empezar a reconocer que la política prohibicionista que se ha ejercido terminó por fracasar. Los resultados de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas en Estudiantes señalan que, para el año 2014, 25% de los estudiantes de bachillerato habían consumido alguna sustancia de abuso distinta al alcohol y el tabaco, o sea uno de cada cuatro; por ser la marihuana la sustancia de mayor consumo, con una prevalencia de 22% —esto quiere decir que uno de cada cinco la ha consumido—, y también la que ha tenido un mayor crecimiento en función de la edad, pues jóvenes de diecisiete años presentaron una prevalencia casi diez veces mayor a la que se observó en niños de doce años. Es importante considerar que existen mejores alternativas de prevención de adicciones, y una de ellas es informar y educar a los jóvenes acerca de las estrategias y los hábitos de consumo responsable, tal y como se ha venido realizando con el consumo de alcohol y tabaco, pues de una u otra forma el consumo ya está presente.
Toda esta reflexión acerca del lenguaje y el abanico de definiciones conceptuales a partir del cual diferentes individuos u organizaciones abordamos las sustancias de abuso y el fenómeno del uso y abuso en su consumo tiene como fin que exista un mayor entendimiento (basado en evidencia científica), así como un consenso acerca de los distintos factores que inciden en el tema. A partir de esto podremos adoptar posturas más críticas que nos permitan enriquecer las discusiones y los debates que se están llevando a cabo, y poder llegar así a acuerdos que se traduzcan en mejores políticas públicas para enfrentar nuestra realidad. Finalmente, estimado lector, en todo este tema usted tiene la última palabra.
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Referencias Bibliográficas
American Psychiatric Association. 2013. Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. American Psychiatric Publishing, Arlington. Brunton, Laurence, Bruce Chabner y Björn Knollmann (eds.). 2011. Goodman & Gilman’s: The Pharmacological Basis of Therapeutics. McGraw-Hill. Koob, George F., Michael Arends y Michel Le Moal. 2014. Drugs, Addiction, and the Brain. Elsevier Inc, Oxford. Nathan, Peter, Mandy Conrad y Helene Skinstad. 2016. “History of the Concept of Addiction”, en Annual Review of Clinical Psychology, vol. 12, pp. 29-51. En la red
goo.gl/eh2nos goo.gl/VQgTn0 goo.gl/sFeOf1 goo.gl/gwKlTg |
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| Andrés Agoitia Polo Instituto de Fisiología Celular, Universidad Nacional Autónoma de México. Andrés Agoitia Polo es egresado de la Facultad de Psicología de la UNAM. Actualmente es tesista en el Instituto de Fisiología Celular donde realiza una investigación acerca de los procesos del aprendizaje, la memoria y la actividad neuronal asociada a los efectos de la exposición a sustancias de abuso. |
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cómo citar este artículo →
Agoitia Polo, Andrés. 2017. El lenguaje de las drogas. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 18-25. [En línea].
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