| del herbario |
|
|||||||||||||
|
La diversidad de cannabis: del cáñamo a las variedades híbridas
|
|
|||||||||||||
| Carlos Zamudio |
||||||||||||||
|
La cannabis es conocida por la humanidad desde
hace miles de años. Se sabe que los chinos la usaban por sus fibras desde hace más de 6 000 años y medicinalmente hace más de 4 000, que en India la usaban ritualmente cuando menos desde hace 3 000 años, y que los griegos la usaban también medicinalmente 2 500 años atrás. Pero lo que está muy poco difundido es que la cannabis es una de las especies cultivadas por la humanidad con mayor variedad genética. La cannabis es una planta de la familia Cannabaceae, género Cannabis, con tres especies conocidas: C. sativa, C. indica y C. ruderalis. Es originaria del Hindú Kush, zona localizada entre Asia central y Asia meridional, pero se ha extendido por prácticamente todas las regiones del mundo a causa de sus múltiples usos.
La Cannabis sativa L. fue clasificada en 1750 por el mismo Carlos Linneo. Es una planta de 2 a 4 metros de altura, de internudos separados, poca densidad foliar, foliolos delgados y maduración lenta (de ocho y hasta catorce meses). Tipo árbol. El tallo se usa como fibra textil, las semillas como alimento y la flor para efectos psicoactivos. Su efecto psicoactivo es estimulante, más físico que mental y es considerado como high. En México ha sido tradicionalmente conocida como “yerbita vaciladora”.
La Cannabis indica Lam. fue descrita por primera vez en 1783 por el naturalista francés Jean Baptiste Lamarck. Es una planta de baja estatura, regularmente menor a 1.5 metros de altura, con distancia internudos intermedia y alta densidad foliar, con hojas grandes y foliolos anchos y maduración intermedia (de cuatro a siete meses). Tipo arbusto. Las variedades índicas producen flores más compactas y resinosas y con mayor proporción de cannabinoides que las sativas. Las flores y la resina de las hojas, se utilizan por su efecto psicoactivo, el cual es narcótico, es más mental que físico y causa somnolencia, por lo que es considerado como stone.
El cáñamo en América
Debido a las resinas que la hacen resistente a la pudrición por el agua salada, la fibra del cáñamo fue la mejor opción para los cordajes y velas de los barcos de ultramar, cuando menos hasta la invención de materiales sintéticos. Fue por esto que vía marítima la cannabis llegó a prácticamente todas partes del mundo, los marineros solían cargar semillas para cultivar y obtener la fibra del cáñamo en caso de naufragio.
De este modo, de la mano de los españoles la cannabis llegó a México bajo el nombre de cáñamo. Su cultivo fue introducido e impulsado por la Corona española durante los primeros años de la Colonia, aunque pocos años después fue proscrita la producción a causa de que “los indios la usaban para algo distinto a confeccionar cuerdas”. Sin embargo, la cannabis continuó reproduciéndose y al paso de los años se adaptó al entorno tropical y dio paso a una diversificación de variedades.
Landraces de marihuana
Las landraces son cepas de cannabis que se han desarrollado en un mismo lugar durante varias generaciones y que al adaptarse al entorno han desarrollado características distintivas. Las landraces fueron dadas a conocer por amantes de la cannabis que, al viajar por el mundo, encontraron marihuanas con diferentes sabores, colores y efectos, y llevaron semillas a sus países de origen para cultivarlas o combinarlas con otras variedades conocidas. Es el caso de la acapulco gold, variedad de cannabis sativa que fue introducida en Guerrero como cultivo con fines textiles, pero que desarrolló proporciones importantes de resinas con tetrahidrocannabinol, probablemente al adaptarse al trópico mexicano.
La sativa mexicana es una landrace de apreciado efecto estimulante y un contenido de tetrahidrocannabinol superior a 7%. Su genética forma parte de una gran cantidad de variedades híbridas con predominancia sativa. Otras landraces famosas son punto rojo colombiana, kazajstán ruderalis, índica afgana, sativa tailandesa y rooibaard sudafricana (barbarroja), entre otras.
En California se ha desarrollado una gran diversidad de cruzas, cuyo resultado ha sido la multiplicación de variedades que combinan características de sus predecesoras en diferentes grados. A éstas se les conoce como variedades híbridas.
Las variedades híbridas
Son el resultado del cruce de plantas de variedades distintas con el fin de acentuar alguna característica biológica, la cual se estabiliza posteriormente para ser conservada en las siguientes generaciones. Con este objetivo se han cruzado landraces y variedades híbridas que combinan características de sativas e índicas, y cada vez más de la C. sativa ruderalis. Las características buscadas dependen del uso que se pretenda; las plantas se valoraran por su tamaño, volumen de producción, rapidez de crecimiento, resistencia al frío y plagas, características organolépticas (color, textura, aroma y sabor), mayor proporción de tetrahidrocannabinol, de cannabinoides o de ambos, incluso una proporción similar de ellos. Dichas particularidades son sólo algunas de las que son estimuladas por bancos semilleros, genetistas, científicos y profanos de diversas partes del mundo.
Las variedades híbridas se han desarrollado principalmente a partir de la década de los setentas, cuando la generación hippie extendió el consumo de cannabis entre la juventud de los Estados Unidos. Éstas se han extendido principalmente en países donde algunas características son apreciadas, por ejemplo en lugares en donde los períodos de luz solar son más cortos que en los trópicos, se favoreció el cruzamiento de variedades con dominancia índica, que tienen un ciclo de maduración más corto que el de las sativas; pero además el menor tamaño de las variedades índicas las hace más fáciles de ocultar, lo que favorece su demanda por muchos cultivadores de países donde se mantiene la ilegalidad de la planta.
Esta misma situación de ilegalidad ha llevado a que en décadas recientes aparecieran variedades con dominancia de ruderalis; debido a que el período de maduración es corto (menor a tres meses) y permite una producción rápida. Otra característica genética por la que han cobrado vigencia las variedades de ruderalis es su capacidad de florecer independientemente del fotoperiodo disponible durante su cultivo, en otras palabras, estas variedades desarrollan flores incluso cuando tienen cortos períodos de luz, lo hacen “de forma automática”, razón por la cual son conocidas como autoflorecientes.
Si bien existe en la actualidad una gran diversidad de variedades de cannabis, las cepas más conocidas y de las cuales proviene la inmensa mayoría de híbridos actuales son tres: kush, haze y skunk.
Kush es originaria de el macizo Hindú Kush, ubicado entre Afganistán y Pakistán, donde se cultiva ancestralmente. Las kushs son el referente de las variedades índicas en el mundo cannábico y son reconocidas por su alta potencia narcótica. Uno de los más famosos híbridos actuales es el O. G. kush, combinación de lemon thai, chemdawg y old world paki kush, que fue estabilizada en Los Ángeles, California y cuyas plantas pueden alcanzar 20% de contenido de tetrahidrocannabinol. Las variedades de kush también son cultivadas para su uso medicinal debido a que contienen una alta proporción de cannabinoides.
Haze (neblina) es un grupo de variedades de cannabis 100% sativa, originado en Santa Cruz, California. Son una combinación genética de sativas landraces de México, Colombia, India y Tailandia. La purple haze y la silver haze son dos variedades muy conocidas. Las hazes son parte de un grupo representativo de las variedades sativas en el mundo del cannabis.
Skunk (zorrillo) es un grupo de variedades que combinan características sativas con índicas, su rasgo distintivo son los aromas que desprende la flor madura. La skunk número 1 continúa siendo una de las variedades favoritas. Otras hibridaciones famosas con base en ésta son la critical mass y la super skunk.
Finalmente
No es posible saber con precisión cuántas variedades híbridas existen actualmente, ya que continuamente aparecen nuevas desarrolladas en alguno de los bancos de semillas o genetistas. Pero basta darse una vuelta por algún coffeshop holandés, un dispensario californiano o alguna de las múltiples ferias del cannabis alrededor del mundo para ver una muestra de la gran diversidad de variedades existentes. Considerando el desarrollo de la medicina cannábica en la década reciente, lo más probable es que la oferta de variedades continuará incrementándose.
|
||||||||||||||
| _______________________________________________ | ||||||||||||||
| Carlos Zamudio Director de la Biblioteca Cannábica del Centro Cultural La Pirámide. |
||||||||||||||
| _________________________________________________ | ||||||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Zamudio, Carlos. 2017. La diversidad de cannabis: del cáñamo a las variedades híbridas. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 26-29. [En línea].
|
||||||||||||||
| del debate |
|
|||||||||||||
|
La despenalización
de la marihuana: de la debilidad del Estado a la Fuerza de la sociedad civil |
|
|||||||||||||
|
Francisco Fernández de Miguel
|
||||||||||||||
|
En noviembre de 2015, la Suprema Corte de Justicia
de la Nación falló a favor del proyecto del magistrado Arturo Saldívar para otorgar un permiso para la portación, producción sin fines de lucro y consumo legal de la marihuana a Armando Santacruz, Francisco Torres Landa, Josefina Ricaño y José Pablo Giraul Ruiz, todos ellos miembros de México Unido Contra la Delincuencia y creadores de la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante. La negación al permiso previamente solicitado a la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios abrió las puertas para que el abogado Andrés Aguinaco solicitara el amparo cuidadosamente planeado, cuyo fallo dio un giro inesperado a la política antidrogas y se convirtió en un parte aguas histórico al demostrar la fuerza de la sociedad civil en la toma de decisiones racionales y fundamentales para nuestro futuro inmediato y en particular para el tema de la despenalización de las drogas. Buscando obtener cuatro sentencias similares para generar una jurisprudencia respondí junto con Luis Lemus a una invitación de mi querida colega Herminia Pasantes, profesora emérita del Instituto, para solicitar junto con Josefina Santacruz, Josefina Racotta, Sara Snapp y Aram Barra nuestros propios permisos. En paralelo, el mismo grupo de activistas había trabajado cuidadosamente en la estrategia para lograr los permisos para el uso medicinal de la marihuana.
Aquí presentaré mis posturas como científico acerca de esta iniciativa y explicaré por qué solicité mi permiso y posterior amparo. El extenso número de artículos recientes me evitan revisar aquí los mitos y realidades del daño o beneficios personales del uso la marihuana y los cannabinoides. Basta con resumir que en los adultos hay un índice de adicción de aproximadamente 10%, que la mayoría de los mexicanos la han usado sólo experimentalmente —o sea hasta cinco veces— y que en los adolescentes su uso continuo afecta al desarrollo cerebral permanentemente. Esta información basta para justificar la despenalización de la marihuana y avanzar en la creación de mecanismos para enfrentar los retos de esta decisión.
Me interesa aclarar que, como científico, no me dedico a estudiar la marihuana ni sus efectos y tampoco soy su usuario. Mi decisión de solicitar el permiso y el amparo fue personal, como ciudadano adulto y responsable de mí mismo, aunque mi formación científica y mis experiencias personales me han convencido de que la legalización solucionará un problema que va más allá de la marihuana misma y abarca al resto de las drogas de abuso con las consecuencias sociales, económicas y políticas que nos están causando. En las saturadas cárceles mexicanas sobreviven 12 000 reos acusados por el uso, portación o venta de marihuana, crimen que ha prescrito en países como Holanda y Portugal, que además han despenalizado el uso de todas las drogas sin que se haya incrementado el consumo ni la criminalidad.
También me interesa enfatizar que la participación ciudadana se ve indispensable para generar soluciones a problemas fundamentales que nos están asfixiando ante la ineficiencia de nuestros gobernantes. Mi tesis se basa en que nuestro Estado ha tocado fondo y sus vicios históricos han privilegiado la adopción de medidas punitivas y muchas veces represivas de corte anticuado sobre aquellas basadas en el conocimiento. Esto aunado a la corrupción y a las crisis económicas recurrentes que han agotado las soluciones convencionales a los crecientes problemas.
Partiendo de mi visión de la historia de los últimos cincuenta años, con el fin de ilustrar el deterioro gradual de las instituciones políticas, el mantenimiento de las prácticas prerrevolucionarias decimonónicas en todos los partidos y cómo esto ha deteriorado a México al nivel casi irreversible en el que está hoy. Veo nuestro futuro muy alejado al de cualquier país desarrollado. Las soluciones, en mi opinión, deberán venir de la sociedad civil con una participación amplia y responsable de los académicos e intelectuales.
La clase política mexicana está tradicionalmente disociada de las necesidades nacionales y el establecimiento de la política económica basada en las leyes del mercado dejó atrás hace tres décadas cualquier proyecto de nación. El Partido Revolucionario Institucional, que ha respetado fielmente la alternancia de poderes, ha sido artífice de innumerables prácticas antidemocráticas, comenzando por la mala educación que hemos recibido en sus gobiernos. Más aún, ese partido aglutinante de todos los revolucionarios adoptó rápidamente la herramienta más criticada de la paix porfiriana: la política de pan o palo; así, en las décadas que me ha tocado vivir, las fantasías oníricas de la ingenua clase media mexicana —tan bien descritas por Chava Flores— en épocas de opulencia nos crearon la ilusión de vivir un idilio nacional infinito que acabó por despertarnos inmersos en una pesadilla cuya magnitud actual no hubiéramos predicho en los tiempos de mi infancia.
Tocando fondo
Tras su toma de posesión en 2006, Felipe Calderón de inmediato declaró la guerra al narcotráfico. Su fanatismo y malas estrategias generaron la carnicería más grande en este país desde la revolución de 1910. Su pésima administración nos fue recompensada con el regreso del Partido Revolucionario Institucional, que seguía siendo uno de los partidos políticos más poderosos del mundo al conservar la mayoría de las gubernaturas y alcaldías del país, políticos experimentados, disciplinados y a prueba de honestidad, además de una estructura electoral resistente a todo. Irremediablemente, en 2012 el Partido Revolucionario Institucional convirtió a Enrique Peña Nieto en el nuevo presidente. Por segunda ocasión consecutiva las elecciones eran impugnadas sin éxito ante las crecientes evidencias de fraude y la decepción de muchos, incluido el neocacique de la izquierda Andrés Manuel López Obrador que, tal y como ocurría en el México del siglo xix, había contendido apenas por segunda ocasión.
Ninguno de los dos candidatos del Partido Acción Nacional que ocuparon la presidencia de la República surgieron de un proceso democrático al interior de su partido, sino del secuestro del mismo en el periodo pre electoral. Por su parte, el Partido de la Revolución Democrática y ahora el Movimiento Regeneración Nacional se fundaron circunstancialmente dando seguimiento a un candidato fuerte y en principio honesto y genuino que a la larga se perpetuó.
A pesar de que con López Obrador y Marcelo Ebrard la Ciudad de México tuvo mejoras notables, el Partido Acción Nacional, el Partido de la Revolución Democrática y el Movimiento Regeneración Nacional han sido fieles al caciquismo de gran tradición en el México decimonónico y, desde luego, a la corrupción. En todo este proceso de pugnas partidistas, malos gobiernos y crisis económicas, los cárteles de las drogas dominaron el país y se diversificaron.
En el sexenio de Peña Nieto la fallida guerra contra el narcotráfico continúa inalterada y la cantidad de muertos pasó ya de 200 000; una buena cantidad del escaso producto interno bruto se destina a armamento; el ejército y la armada se convirtieron en policías, las instituciones, los gobiernos locales y los partidos políticos están infiltrados por el crimen organizado y la sociedad civil desprotegida soporta cotidianamente la ausencia del estado de derecho.
Las matanzas de jóvenes han seguido con la participación combinada de fuerzas policiales y sicarios de cárteles locales. En 2010, dieciséis estudiantes fueron masacrados en el fraccionamiento Villas de Salvárcar de Ciudad Juárez. Los perpetradores fueron presuntos narcotraficantes y presumiblemente paramilitares. En ese mismo año hubo casi 2 200 muertos en Ciudad Juárez. Más recientemente tuvimos la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa a manos de fuerzas municipales en combinación con grupos de narcotraficantes. Además, están los exterminios y torturas perpetrados por el ejército. La miseria rural y urbana ha sido caldo de cultivo para nutrir a los cárteles. Las fosas comunes se multiplican, hay miedo y poblaciones abandonadas, nuevos cárteles aparecen con armamentos y equipo de telecomunicaciones tan sofisticado como el del ejército y por lo general procedente de los Estados Unidos, el principal consumidor de droga en el mundo, aportando cerca de 10% de su población. En México, el consumo y el crimen aumentan y se diversifican, los muertos aparecen en todas partes y no vemos una salida clara al problema.
La sociedad civil
Ante esto, la participación ciudadana ha dado resultados importantísimos como el de la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante o más recientemente la iniciativa ciudadana para la ley 3de3. La primera nos demostró una vez más cómo la sociedad puede impactar la toma de decisiones fundamentales. Su iniciativa fue impecable desde dos puntos de vista: en primer lugar, actuó responsablemente al usar un amplio caudal de conocimiento científico, social y legal para su planeación; lo segundo es que nos evitó un problema que no estamos listos para resolver mediante una votación.
En nuestra incipiente democracia, el sufragio ha empezado a ser efectivo en lugares como la ciudad de México, al menos desde hace casi dos décadas, aunque las dos elecciones federales recientes han sido impugnadas. Sin embargo, hay una barrera más que no hemos podido saltar y es que en una verdadera democracia no basta con votar. La efectividad del sufragio requiere conocer a fondo las consecuencias del voto. Como ejemplo pongo la construcción de los segundos pisos en esta ciudad. Un referéndum para decidir su construcción debería ser inválido si la población no sabe quién se beneficiará, cuáles son las alternativas, por qué es preferible a una línea del metro, cuáles son los costos. Las actuales propuestas de incorporar referendos y plebiscitos a la nueva constitución de la ciudad de México es demagógica si no nos educamos para comprender las propuestas a fondo.
Despenalización de la marihuana
En este orden de ideas, la propuesta del presidente de la República para hacer una votación acerca de la despenalización de la marihuana resultó tardía, por un lado, y demagógica por el otro. Si sumamos a esto la influencia del clero en la toma de decisiones, el confiar la despenalización de la marihuana a las urnas hubiera contaminado el proceso con la ignorancia, el miedo y los mitos. Es entonces fundamental que tengamos campañas nacionales de educación para exponer información clara y sin sesgos, sobre todo ahora que el proceso está en su inicio. Estoy convencido de que sin la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante el presidente Peña no hubiera abogado ante la Organización de las Naciones Unidas la despenalización de la marihuana.
Viendo hacia adelante nos quedan puntos importantes a resolver, como el diseño de los mecanismos para la liberación y reinserción de los convictos a la sociedad, la educación pública, en particular la dirigida hacia los adolescentes, la determinación de los criterios de prevención, los mecanismos para el comercio local y la exportación, el apoyo a programas de investigación científica, el control de calidad y los programas de salud y rehabilitación que requeriremos. Esto será también el inicio de una discusión más amplia acerca de las implicaciones de la despenalización del resto de las drogas, partiendo por ejemplo de las experiencias de Holanda y Portugal, pero adaptándolas a nuestros enormes problemas.
La despenalización a nivel federal me permite otra profecía interesante. La llegada del primer ministro Justin Trudeau a Canadá llevó consigo la propuesta de despenalizar la marihuana con base en años de investigación y discusión sobre sus usos medicinales y lúdicos. De ser así, los Estados Unidos quedarían en medio de nosotros con un proceso inconcluso y retrasados con respecto de sus vecinos y socios comerciales, lo que catalizará la despenalización a nivel federal y la distensión del problema.
Por lo pronto, en México un grupo de la sociedad civil ya dio el primer paso. Veremos si nuestros gobiernos están capacitados para desarrollar el resto con eficiencia y honestidad. A la sociedad civil y en particular a los académicos e intelectuales en general nos toca de aquí en adelante aportar nuevas ideas, impulsar su implementación y asumir un papel más crítico y exigente ante todos los problemas que tenemos aún enfrente.
|
||||||||||||||
| _______________________________________________ | ||||||||||||||
| Francisco Fernández de Miguel Instituto de Fisiología Celular, Universidad Nacional Autónoma de México. |
||||||||||||||
| _________________________________________________ | ||||||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Fernández de Miguel, Francisco. 2017. La penalización de la marihuana: de la debilidad del Estado a la fuerza de la sociedad civil. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 12-16. [En línea].
|
||||||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Ricardo Pérez Montfort |
|||||||||||
|
En medio de un conflicto, entre moral y legal, suscitado
principalmente por la paulatina incorporación del país al mercado internacional del siglo XIX, la práctica de la regulación estatal de la salud pública fue definiendo los elementos que las autoridades sanitarias consideraban dañinos para la población. A partir de un parámetro “científico” surgido en Europa poco después de la Revolución francesa, la salud pública se convirtió en una de las muchas áreas competencia del gobierno federal. El tema de las drogas, vistas como venenos o como enervantes, apareció muchas veces en la discusión sobre la llamada “higiene social” de los mexicanos decimonónicos. La noción moderna de las drogas surgió en los ambientes urbanos sometidos a los diversos intentos de reglamentación sanitaria. Poco a poco se fue transformando el contenido de la palabra droga hasta llegar a la connotación peyorativa que ahora tiene. Las sustancias consideradas como tales fueron satanizadas cada vez con mayor ahínco por los sectores sociales ascendentes, siguiendo los pasos de aquellos que ya se encontraban insertos en la reconstrucción del Estado mexicano. El quehacer normativo y el orden penal que debían regir las relaciones de la sociedad postrevolucionaria con las drogas parecieron encontrar entonces un gran consenso siguiendo los mandatos de una “modernidad” indicada por modelos europeos y norteamericanizantes. Pero en ese mismo horizonte cultural también se pudieron distinguir algunos planteamientos medianamente disidentes, capaces de mostrar los matices que han determinado la contradictoria relación de la sociedad mexicana y las drogas.
Entre 1870 y 1920 la sociedad mexicana trató el tema de las drogas y la embriaguez desde muy diversas ópticas. Hacia fines del siglo pasado, el mundo de las drogas formaba parte de ciertas actividades sociales y de algunos sectores más o menos definidos. Cada sector establecía una relación particular con determinadas sustancias, aunque también se tendía, poco a poco, a establecer un comportamiento social común hacia ellas. Si bien existían posiciones muy variadas, la tendencia general apuntaba a una condena particular a la embriaguez. Pero ésta se asociaba principalmente al consumo de alcohol y no tanto al de drogas.
La condena a la embriaguez y la alteración de los sentidos formaba parte del orden moral cristiano que imperaba en la sociedad mexicana del siglo xix. La herencia ética del catolicismo dominaba el discurso de los sectores medios y la burguesía que consolidaba su poder en medio de justificaciones culturales aristocratizantes. Así, la condena moral, herencia del México colonial, se emparentaba con algunos principios del liberalismo enarbolado durante los años de la Reforma, el Segundo Imperio y la República restaurada. Múltiples intentos secularizadores enriquecieron las formas de pensar, interpretar y normar la naciente consolidación social mexicana. En esos intentos se entrelazó el rechazo moral a la embriaguez y por lo tanto también se incluyó el consumo de enervantes vegetales y químicos capaces de alterar las conciencias individuales. Aunque esas sustancias no fueron parte de sus principales preocupaciones, el problema de la embriaguez hizo escribir a Ignacio Manuel Altamirano lo siguiente en 1869: “nos es triste decir que hace tiempo que notamos los progresos cada vez más crecientes que hace un vicio en nuestro país, un vicio que corroe las entrañas de un pueblo, como las del individuo: la embriaguez. Esta horrible plaga aumenta el número de sus víctimas cada día, escogiéndolas lo mismo entre las clases proletarias que en las aristocráticas. Todo el mundo bebe: el pobre pulque o aguardiente de caña; el rico o el hombre de levita, ajenjo o ginebra [...] ya para acabar con tan espantoso mal no sólo deben unirse los anatemas de la religión y de la moral, sino los afanes de la higiene pública y los cuidados de la autoridad si no quiere gobernar sobre un pueblo imbécil, inepto para los trabajos de la guerra y la paz”.
En términos generales, aquella sociedad emergente que se preocupaba por la creación de un código capaz de normar su quehacer económico, político y cotidiano, no parecía tener entre sus principales tribulaciones el asunto de las drogas. Sin embargo, indirectamente, consideraba la evasión como algo plenamente condenable que merecía la intervención de las autoridades.
Asociando la embriaguez, y eventualmente la adicción, con la pérdida de la racionalidad o con algunas enfermedades más o menos específicas, pero sobre todo con pecados o desviaciones espirituales, los recursos morales que acompañaron las condenas al alcohol eran muy semejantes a los rechazos que ejercía dicha sociedad hacia algunas sustancias apenas reconocidas como “drogas enervantes”.
La conciencia colectiva sobre los agentes químicos u orgánicos que producían la condenada embriaguez fue apareciendo en la sociedad mexicana a partir de la década de los setentas. Los argumentos condenatorios a la “perdida de la razón” y por lo tanto a las conductas antisociales propiciadas por el alcohol y demás sustancias se fueron sofisticando. Desde luego no perdieron sus referencias morales cristianas, aunque tampoco desdeñaron los principios liberales. Un juicio sobre la embriaguez publicado por el periódico La Moralidad en 1885 podría servir de ejemplo: “El más bello atributo que orna al hombre, está en ese destello que la suprema inteligencia ha depositado en él, para que distinga entre el bien y el mal, forme raciocinios y produzca todos su actos como consecuencia del deber; el pensamiento que fecundiza en su cerebro es la corona que lleva a mostrar que todas sus acciones están bañadas con la fulgurante luz de la libertad: quitadle a la criatura racional, como la embriaguez se lo quita, el exacto conocimiento de lo que practica y quedará reducida a una especie de máquina, que necesariamente tiene que seguir los movimientos que le imprime una fuerza extraña”.
Los argumentos del párrafo anterior se identificaban con algunas críticas que cierto conservadurismo empleaba para desautorizar los impulsos “modernistas”. Sin embargo, la innegable reivindicación de la razón establecía una relación estrecha con el espíritu “científico” del positivismo imperante.
Años después, en una revista médica, los argumentos “científicos” en contra del uso de los “excitantes” seguían una pauta semejante pero con un grado mayor de recursos y con referencias directas a los causantes concretos de la embriaguez. El autor de un artículo aparecido a principios de 1902 en La Escuela de Medicina atribuía las miserias del mundo moderno a la falta de ilusiones: “Con el perfeccionamiento de la civilización, con elevar el nivel de instrucción y de ilustración, no se ha hecho otra cosa que aumentar de una manera espantosa las miserias de la vida, y el hombre no tiene ya el valor de mirar a la realidad de la existencia sino a fuerza de ilusiones y quimeras inconscientes [es por ello] que los hombres piden a los venenos de la inteligencia los estados raros de ánimo, la producción artificial de aquellos ensueños que primero surgieron en su imaginación y que en vano han buscado realizar. Otros, si bien privilegiados de inteligencia, buscan en los venenos una especie de latigazos para trabajar más y mejor. Estos venenos son los excitantes en general como el vino, el café, el opio, la morfina, etcétera [...] Algunos describen estas sensaciones como verdaderamente faradisíacas [sic], la felicidad por algunos momentos, pero también hay que fijarse en las torturas que siguen [en] la condena luego a llevar el peso de una costumbre vergonzosa, incompatible con el cumplimiento de sus deberes y con el ejercicio de la vida social”.
Así para los primeros años del siglo xx ya era posible identificar un enriquecimiento en el discurso que iría conformando paulatinamente la conciencia mexicana sobre las drogas. La complicación de los argumentos se fue dando principalmente al responder a las exigencias de una cultura cada vez más urbana, más cosmopolita.
El rechazo hacia las drogas y la embriaguez en la prensa periódica empezó por consolidarse como parte del discurso moralizante y hegemónico al que se recurrió durante los años de esplendor porfiriano. Establecido el orden sanitario dictado por los afanes de modernización, se identificaron los elementos que debían garantizar el bienestar y la higiene de la sociedad mexicana. El señalamiento y la condena de los “males” que inducían al vicio y a las conductas antisociales estaban implícitos en aquel orden sanitario. El tema de “los venenos faradisíacos”, sin embargo, se trató con recursos y argumentos éticos un tanto aislados. Los códigos morales de la ascendente burguesía nacional, claramente deslumbrada por modelos europeos y “civilizados”, fueron imponiéndose poco a poco. La rápida infiltración de innovaciones técnicas, de patrones económicos, políticos y desde luego culturales que exportaban, tanto el expansionismo europeo como la ambición económica norteamericana, sirvieron de modelo para los grupos dominantes del país. Por ahí se fueron ratificando algunas ideas sobre el proceso “civilizatorio” que debían seguir los mexicanos afiliados a la ilusión de una “modernidad”.
La tendencia a hegemonizar la idea del rechazo social hacia la embriaguez, y por lo tanto hacia los estados de “enajenación que producen ciertas sustancias”, era muy palpable. Sin embargo, también era posible percibir una diferencia importante entre dos tipos de enervantes o “agentes propiciadores de estados irracionales”: las “yerbas” o “productos naturales”, con los cuales amplios sectores de la población mexicana tenía un estrecho contacto; y las “drogas químicas”, que aparecieron más bien como un reflejo del afán cosmopolita de ciertas élites. Estos “químicos” venían, por lo general, de allende las fronteras.
Aparecieron sobre todo entre quienes podían acceder a las aficiones y conocimientos del Viejo Continente. En las revistas especializadas, médicas y farmacológicas, se dieron las primeras noticias de tales compuestos. Como era natural, las referencias a la cocaína y la morfina, por ejemplo, estuvieron en un principio limitadas al mundo de la medicina, las boticas y los hospitales. Pero las modas europeas implantadas en espacios aristocráticos y bohemios fueron las que dieron la pauta para que algunos atrevidos y pudientes mexicanos se acercaran a la morfinomanía o a la afición por el clorhidrato de cocaína.
Por su parte el alcohol, el tabaco, el café e incluso el chocolate, recibieron en ocasiones un trato semejante a las demás sustancias que hoy se reconocen como drogas ilegales. Ellas también participaron en el cambio de conciencia que sobre diversas sustancias experimentaron algunas sectores mexicanos en su tránsito hacia el siglo xx.
La marihuana claramente formaba parte de lo que hemos llamado “productos naturales”, grupo al que pertenecían otros miembros de la rica herbolaria nacional: desde el peyote hasta el toloache, del teonanacatl a las semillas de la virgen. Estos productos contrastaban con las llamadas “drogas químicas” que, por lo general, se asociaban a otros grupos o estratos sociales. Mientras las primeras formaban fundamentalmente parte del mundo popular y particularmente de las culturas indígenas del país, las segundas habitaban el espacio de la medicina y la farmacéutica o de la bohemia aristocrática.
En la medida en que la sociedad mexicana se acercaba al fin de siglo, estos dos mundos —el popular y el cosmopolita—, que mantenían concepciones diametralmente opuestas sobre las sustancias que los alejaban del dolor y las preocupaciones mundanas, recibieron los embates de la tendencia que pretendió limitar su uso y circulación. Unificadas bajo un contradictorio signo de rechazo tanto estatal como social, las acciones en contra de estas sustancias empezaron a ganar terreno. Tanto en el caso de las “drogas naturales” como de las “químicas”, la condena llegaría hasta el extremo de declararlas ilegales.
Las tendencias y presiones internacionales se combinaron con los procesos que reformularon la relación entre gobierno y sociedad en materia de salud. La paulatina delimitación de las responsabilidades estatales fue afectando lo que tendería a ser una complicada interpretación de la voluntad social en materia de sustancias prohibidas. Sensiblemente manipulada en función de intereses económicos particulares, dicha interpretación se adecuó a los propósitos, las componendas y los afanes de supervivencia de los gobiernos postrevolucionarios. La élite política de la llamada “era de los caudillos” sentó las bases de la relación contemporánea del gobierno con las drogas bajo los designios de una doble moral heredera de la moral burguesa porfiriana.
Por un lado, parecía ejercer un férreo control sobre la circulación, producción y consumo de enervantes, tanto químicos como naturales pero, por otro, el mismo gobierno se convirtió en defensor de la continuidad e incluso de la impunidad de quienes hicieron pingües negocios con esas sustancias prohibidas. La producción, el tráfico y el consumo de drogas dejaría de ser un asunto de reflexión pública para, tras la máscara del rechazo social generalizado, convertirse en un coto reservado. Desde la misma Secretaría de Salud hasta las ventas domiciliarias levemente encubiertas, la relación sociedaddrogas entraría en una zona clandestina.
Si bien durante los años setentas y ochentas del siglo xix la relación entre las drogas y la sociedad se enfocó principalmente de forma individual, entre pacientes y criminales, a fines de aquel siglo y durante los inicios del presente, tanto las llamadas drogas “naturales” como las “químicas” fueron adquiriendo una connotación de elementos altamente nocivos para la sociedad en su conjunto.
Imágenes y drogas
Entre 1870 y 1920, la conciencia social alrededor de las sustancias llamadas “drogas” sufrió varias transformaciones, tanto en lo particular y especializado de ciertos espacios restringidos —los médicos y farmacológicos—, como en su conocimiento y consumo. Los lectores de revistas sociales y de entretenimiento o los asistentes a los eventos sociales de la capital —tanto los populares como los aristocráticos— pudieron percibir diversas versiones, un tanto más mundanas, sobre el asunto, mientras que los boticarios y los galenos recibían noticias especializadas.
Si bien existía un significado un poco aséptico de la palabra “droga”, éste fue cambiando y matizando sus contenidos en función del estrato social que la pronunciaba. Para la mayor parte de la sociedad mexicana de mediados del siglo xix, por ejemplo, dicha palabra no parecía tener implicaciones ofensivas, mucho menos negativas. “Droga” podía significar lo mismo que “medicina” o “remedio”, sin mayor connotación peyorativa y sin demasiadas restricciones en su producción, comercialización y consumo.
Fue hasta 1870, cuando nuevamente se pretendieron establecer ciertas limitaciones en el uso y venta de algunas sustancias consideradas nocivas para la salud pública. Entre esas sustancias se llegaron a mencionar como drogas el láudano, la “adormidera”, la marihuana y el toloache. La restricción establecida en torno suyo se limitó a la necesidad de expenderse preferentemente con previas recetas médicas o con autorizaciones de corte administrativo.
En 1878 se aprobó un reglamento más sobre boticas y droguerías en la ciudad de México. Este reglamento, que debía ser modelo para otras entidades del país, no especificaba sanción alguna a quien vendiera lo que ya entonces se llamaba “medicamentos peligrosos”. Seis años después, en 1884, el Consejo Superior de Salubridad, establecido en pleno ascenso porfiriano, elaboró otro proyecto de reglamento que hablaba de la necesidad de regular la venta y circulación de “tóxicos y sustancias peligrosas”. En dicho proyecto se puntualizaba un poco más sobre cuáles eran tales sustancias. Se trataba de “el beleño, la belladona, el cuernecillo de centeno, la marihuana, el opio y el zoapatli”. Sin embargo, y a pesar de “insistir en la necesidad de rodear esas ventas de alguna formalidad”, puesto que se trataba “de armas terribles que podían caer fácilmente en manos criminales”, la limitación de su consumo y comercio no parecía ser muy rígida. Sólo se volvía a insistir en que dichas sustancias debían expenderse en farmacias o droguerías y su venta requería una receta médica.
A simple vista, la distancia entre el supuesto control legal y los consumidores parecía bastante dilatada. Varias referencias literarias y hemerográficas indican que, hasta por lo menos la tercera década del siglo xx, era posible acceder con bastante facilidad a cualquier sustancia considerada hoy día como “droga”. En boticas, mercados y uno que otro establecimiento semiclandestino, la circulación de dichas sustancias se hacía sin mayores restricciones. La venta y consumo de toda clase de enervantes y compuestos químicos, desde la marihuana hasta los clorhidratos de morfina, no parecía tener mayor control estatal. Esto sucedió por lo menos hasta fines de la década de los veintes y principios de los treintas del siglo xx. En diversas ocasiones —incluso mediante decretos presidenciales como los de 1903, 1905, 1917, 1920 y 1923— se prohibió su producción, comercio y consumo. Y aun cuando existieron limitaciones bastante más específicas en torno a varias sustancias desde por lo menos 1903, no fue sino hasta mucho tiempo después cuando se estableció una acción estatal más decidida en su contra.
Hacia los años setentas del siglo xix varias de las hoy llamadas “drogas” eran vistas con cierta familiaridad por la sociedad citadina. Algunas incluso parecían gozar de un consumo bastante generalizado. La falta de una figura jurídica que prohibiera su libre circulación y consumo hacía posible su incontrolada producción y su irrestricta distribución.
No hay duda que al asociar su consumo con la embriaguez, estas sustancias recibían un rechazo social aparentemente unánime. Pero por otra parte, no había mayor empacho en considerarlas como remedios eficaces contra múltiples enfermedades. Lo cierto es que no parece haber mucha necesidad de rechazarlas o reivindicarlas.
Cuando surgieron las primeras iniciativas para controlar el comercio y el consumo de alguno de los enervantes más populares como la marihuana o el toloache, las autoridades federales no mostraron demasiada preocupación por el asunto. Lo que más llamaba la atención de los exégetas de la moral burguesa decimonónica era el alcohol. Los resultados de su consumo estaban íntimamente vinculados al desorden social. La condena generalizada hacia las drogas todavía estaba lejos de establecerse.
A mediados del siglo xix, en 1855, por ejemplo, el último de los gobiernos de Antonio de Santa Anna se resistió a prohibir el cultivo, la venta y el consumo de marihuana ante la iniciativa del intolerante y conflictivo gobernador de Colima, Francisco Ponce de León. El pacto federal permitió que dicho gobernador estableciera esa prohibición dentro de los límites de su jurisdicción. Pero el presidente Santa Anna se negó a aceptar dicha medida para todo el territorio nacional. Curiosamente la lírica popular también hizo unas primeras menciones a la marihuana asociándola con Su Alteza Serenísima, al cantar: Suni suni, cantaba la rana / y echaba las coplas de la marihuana. / Marihuana tuvo un hijito / y le pusieron san Expedito / como era abogado de los de Santa Anna, / por esa sazón de la marihuana. / Marihuana, ya no puedo / ni levantar la cabeza / con los ojos retecolorados / y la boca reseca, reseca.
Cuatro lustros después de la era santannista, la marihuana parecía seguir circulando sin restricciones por los atormentados caminos de México. En 1876, por ejemplo, un catálogo de drogas indígenas presentado a la Sociedad Mexicana de Historia Natural por Alfonso Herrera incluía la siguiente referencia a la “yerba” eventualmente proscrita: “Cannabis indica. L. Marihuana. Vive en las regiones templadas de la República. Bastante conocida esta planta por sus propiedades fisiológicas. En México no se le dan más aplicaciones que las conocidas. Precio del kilo: 50 centavos”.
Con la expresión “bastante conocida” se pasaba por encima del rechazo social que esa sustancia recibiría en el futuro. Otras fuentes de corte literario y un tanto más tempranas también identificaban a la marihuana como una yerba más entre quienes “creen en la eficacia de las colecciones de curanderos”. En los ambientes de evasión popular —tendejones, cantinas y mesones— el consumo de marihuana paseaba acompañando al pulque y al bailoteo. No parecía faltar en las correrías de los san lunes obligados que atestiguan algunos pasajes costumbristas de Manuel Payno y Guillermo Prieto. Aunque justo es decir que su presencia era bastante más discreta frente al pulque y al vino que tanto abundaban en las piqueras urbanas de mediados del siglo xix.
En la medida que se acercaba el fin de siglo, el consumo de la marihuana estrechó su asociación con el mundo delincuencial y con los soldados rasos. En los últimos quince años del siglo pasado fue quedando cada vez más claro que los “efectos de la yerba” conducían al comportamiento antisocial. Una revisión general de la prensa periódica de la época mostró que las referencias a la marihuana asociada con algunas conductas delictivas aumentaba considerablemente en la medida que se alcanzaba el fin de siglo. Poco a poco se definía una mayor presencia social de dicha “yerba”, generalmente ubicada entre las filas del ejército federal y los presidios civiles y militares. De igual manera, a fines del siglo xix se incrementaron los recursos morales y “científicos” que justificaban la condena generalizada hacia el consumo popular de la marihuana y por consiguiente al uso embriagante de otras sustancias no etílicas. El rechazo de la opinión pública hacia este tipo de embriaguez se intensificó en esa época y hasta principios del siglo xx, dejando claro que ésta se convertía rápidamente en una “amenaza contra las buenas costumbres”.
En septiembre de 1882, por ejemplo, la prensa festejaba la captura de ladrón y asaltante Bernardo Fernández alias El Marihuano. Se le acusaba de haber robado a un extranjero que residía en la conflictiva villa de Tacubaya. Y doce años después, en julio de 1894, “esa yerba” fue el factor determinante de un sonado escándalo protagonizado por un famoso reo de nombre Alberto Guttman. La diferencia entre estas dos referencias hemerográficas que asociaban “la droga” con algún crimen muestra un cambio importante en los criterios urbanos y clasemedieros. Mientras la primera crónica denostaba al criminal por ladrón y asaltante, no por marihuano, la segunda asociaba directamente “la excitación que produce ese poderoso narcótico” con los delitos perpetrados por el publicitado y atrabiliario prisionero.
A partir de 1885, una gran cantidad de referencias hemerográficas relacionadas directa o indirectamente con la marihuana identificaron dicha yerba —junto con el alcohol— como la “plaga de los presidios” y “el azote de nuestras tropas”. Llama la atención, sin embargo, que en muchos documentos oficiales de las penitenciarías del Ayuntamiento de la ciudad de México, escritos bastante tiempo después de 1910, se refieran a los prisioneros consumidores de marihuana con una apreciación mucho menos ofensiva que hacia aquellos aficionados a la vagancia o el raterismo. La venta y el consumo mismo de alcohol dentro de los reclusorios recibió una condena de mayor envergadura que la distribución y la afición de los marihuanos.
Entre ese año de 1895 y 1910 la mayoría de las referencias hemerográficas sobre la marihuana la asociaban con el mundo carcelario. Son incontables las notas que narran cómo se pretendía introducir marihuana y alcohol a la Cárcel de Belén en materiales de construcción, en tripas, en cigarros hechizos y, desde luego, por medio de los mismos guardias; tal cantidad de notas periodísticas demuestra un flujo prácticamente ininterrumpido de marihuana desde el exterior hacia el interior de las cárceles. Si bien no es posible todavía establecer una fecha exacta, es notable cómo a partir de los últimos años del siglo xix y desde los primeros del xx, la criminalidad y la marihuana se comienzan a asociar con mayor ímpetu a las aficiones de los sectores más populares de la sociedad. Así lo comenta un artículo de 1898 en El Imparcial: “La marihuana, nefanda hierba, funesta como una Lucrecia Borgia, tentadora diabólica, de efectos más intensos que el alcohol, veneno consumido clandestinamente por proletarios que creen realizar su paraíso en el infierno de imulsiones que la droga terrible les produce [...] Terminantes disposiciones se dictaron, comprendiendo que en ninguna parte las consecuencias de tales vicios son tan terribles como en esas multitudes donde todos los instintos se mezclan”.
Y la presencia de la marihuana en la cárcel se evidencia en esta otra nota de 1908, cuyo encabezado ya es de por sí elocuente: “La marihuana sube. En la cárcel alcanza precios fabulosos”; el contenido afirmaba que, debido a la estricta vigilancia que se hacía en la Cárcel de Belén, el cigarro de marihuana había subido de cinco centavos a un peso, y decía: “En otras épocas no muy lejanas por cierto el interior de la cárcel fue mercado especialista para la venta de marihuana, y por más que se castigaba severamente a los vendedores y compradores, cuando llegaba a descubrírseles, la yerba no faltaba en los bolsillos de los presos”. Sobre la presencia de la marihuana en la cárcel y sus alrededores durante el periodo revolucionario es difícil hacer aseveraciones con mucha precisión todavía dada la falta de documentos estadísticos. Sin embargo, es posible suponer que no sólo se mantuvo su circulación sino que se intensificó; tan sólo entre mayo y diciembre de 1918 la Inspección General de Policía del Distrito Federal consignó a cuarenta y ocho individuos que trataban de contrabandear marihuana al interior de la Penitenciaría de Lecumberri.
Ejemplos y documentos que hablen de la marihuana al interior de cárceles civiles y militares hay miles. Aquí baste sólo transcribir una carta fechada en agosto de 1914, dirigida a quien el remitente llama presidente constitucional: “SEÑOR DE MI RESPETO: por medio de mis mal trazadas líneas le doy a usted a saber lo que pasa en la penitenciaría con el celador Miguel Salas; dicho celador en lugar de conocer cuáles son sus obligaciones anda deshonrando al nuevo gobierno, diciendo en la prisión que es usted un desgraciado, que es marihuano [...] No se ocupa más que en meter alcohol y marihuana a la prisión [...] en usted espero se haga justicia”. Y llama la atención que en el mismo medio penitenciario no parecía haber una actitud demasiado agresiva contra los consumidores y comerciantes de la marihuana. Durante ese mismo año de 1918, por ejemplo, la máxima pena que impusieron las autoridades de la ciudad de México a quienes se sorprendía tratando de introducir marihuana a las cárceles fue de quince días de arresto o diez pesos de multa. Y a pesar de que para esos años la condena social hacia la embriaguez producida por el consumo de marihuana ya parecía generalizada y se exponía constantemente en los espacios de la opinión pública, la venta callejera de la yerba no parecía tener más restricción que el pago de diez pesos anuales a la Tesorería Municipal.
En cuanto a la marihuana y los ambientes militares es notable que antes de 1910 no hubiese una reprobación tan generalizada a su consumo entre la tropa. Las referencias son contadas y más parece asociarse con una enfermedad que con un vicio. En una Gaceta Médico-Militar de 1892, por ejemplo, el doctor Daniel García intentó describir las enfermedades que simulaba el soldado mexicano; entre ellas hacía referencia directa a la intoxicación con alcohol o marihuana como un padecimiento físico más que como una actividad moralmente condenable. García afirmaba: “Yo tengo la creencia, naturalmente con las debidas reservas, que cuando un individuo adulto, vigoroso, bien constituido y sin antecedentes morbosos, se cansa en medio de una marcha moderada e higiénica; se obstina en no continuar y a su capricho une locuacidad, palabras de desesperación y ofensivas y hasta olvida la autoridad de sus superiores; y revela en su semblante, en su mirada, la lucha entre las más encontradas pasiones, ha fumado marihuana o ha hecho fuertes libaciones de alcohol. De lo último es fácil cerciorarse; el olor del aliento es una prueba inequívoca; de lo primero sólo la observación ulterior podrá denunciarlo, pero de cualquier modo que sea, debe transportarse al individuo como a un verdadero enfermo, y lo es en realidad, porque su cerebro está excitado por el tóxico”.
Es indudable que durante el movimiento armado de 19101920, la marihuana formó parte de los ambientes cotidianos tanto entre militares federales como entre irregulares; tanto en referencias hemerográficas como en documentos de cuarteles y partes militares, su presencia es reiterada constantemente.
Quizá donde mejor se atisba es en las crónicas y los ecos literarios de sus contendientes. La pluma de Francisco L. Urquizo revive elocuentemente el olor a “tortilla tostada” en medio de lo que llamó La tropa vieja de los años revolucionarios. En labios de Otamendi, un soldado ex periodista, el general Urquizo dio lugar a las siguientes frases evocadoras de una embriaguez con marihuana en plena campaña antiorozquista: “¡Yerbita libertaria! consuelo del agobiado, del triste y del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la tiranía del cuerpo y el malestar del alma [...] Sacudes la pesadez del tiempo; haces volar y soñar en lo que puede ser el bien supremo. Eres consuelo del infeliz encarcelado; bálsamo del corazón y de las ideas. Humo blanco que se eleva como la ilusión, música del corazón que canta la canción de la vida del hombre inmensamente libre. ¡Yerbita santa que crea dios en los campos para alimentar a las almas y elevarlas hasta a él!”. El general Urquizo presentía la dimensión ritual y mística de quien buscaba la evasión de una realidad violenta entre los efectos de la marihuana. Él mismo reconoció que la borrachera con marihuana era castigada medianamente por las autoridades militares porfirianas, maderistas, huertistas y carrancistas. Pero es de llamar la atención que dicho autor no la condenaba como recurso para olvidar el presente agresivo.
Su testimonio afirmaba la relación del ejército con la marihuana; relación que hasta la fecha parece mostrar diversas continuidades y matices. El mismo novelista anotaba que hasta las criaturas de pecho en brazos de las soldaderas intervenían para hacer llegar a la indolente tropa aquel recurso de evasión tan popular como la misma base social de esos ejércitos contendientes durante los años revolucionarios.
Otra referencia interesante de la marihuana en los ambientes militares es aquella que proviene de la lírica popular o del “folklore de soldados” como lo llamaría Vicente T. Mendoza. Los famosos versos de La cucaracha hacen referencia directa a la yerba de la misma manera como lo hace la siguiente canción consignada por el mismo Mendoza: “Marihuano estoy que no puedo / ni levantar la cabeza / con los ojos colorados / y la boca seca, seca. / Seca, seca, seca, la boca / boca, boca, boca la seca. / Ahí viene el diablo mayor / con sus veinticinco hermanos / y dice que se va a llevar / a todos los marihuanos. / Por aquí pasaba tuftuf / la marihuanita / se las aventaba / con Doña Juanita. / Este es un grifo / que me estoy confeccionando / para invitar a mis amigos / para ir fumando”.
Prohibición y escarceo popular
Las prohibiciones y limitaciones estatales hacia la marihuana empezaron a adquirir forma hasta 1920, cuando el gobierno de Venustiano Carranza decretó la ilegalidad de su producción, comercio y consumo en todo el territorio mexicano. Las disposiciones del decreto carrancista otorgaban exclusivamente al Departamento de Salubridad la facultad de importar y distribuir otras drogas como el opio en bruto, la morfina, la heroína y la cocaína. Sin deberla ni temerla, la marihuana entró en dicho decreto prohibicionista. El Departamento de Salubridad debía ser quien otorgara las concesiones y los registros de todas las sustancias sometidas a control estatal. En julio de 1923, el presidente Álvaro Obregón emitió un nuevo decreto sobre la limitación del manejo de estas sustancias que establecía una responsabilidad penal y tipificaba el delito “de importación de opiáceos y narcóticos” como contrabando.
Sin embargo, no fue sino hasta 1924 cuando el Senado de la República aprobó el Código Sanitario que asumía plenamente los dictados prohibicionistas hacia la mayoría de las sustancias que hoy identificamos como drogas. En aquel entonces se llamaron “drogas enervantes” y su presencia en determinados estratos sociales ya era claramente denostada, experimentando un rechazo categórico de las principales instituciones que iban reordenando el país. Pero entre el decreto y los ambientes populares de consumidores de dichas drogas parecía haber una enorme distancia.
Un sketch de teatro carpero de los años veintes muestra cómo en los espacios populares urbanos, todavía hasta muy avanzado el siglo xx, no había mayor empacho en ser marihuano o borrachín, siempre y cuando se fuera pobre y bien intencionado. En 1927, entre los comediantes de barriada del teatro María Guerrero, también conocido como el María Tepache, ubicado en una de las zonas más populares de la ciudad de México, pudo escucharse el siguiente diálogo entre una vendedora de enchiladas plantada a un costado de una puerta cantinera y un “tecolote” medio sereno y medio jenízaro: “Él (policía de barrio, con el uniforme un poco desarreglado, lleva una macana en una mano y un cigarro de marihuana en la otra). Ella (teporocha, enrebozada, de trenzas largas, cuerpo pequeño pero bien formado. Apaga su anafre y espera a que el comal se enfríe). Él camina hacia ella.
Él: ¿Quén te quere a tí preciosa, reina de la marihuana? Hoy quero echar una cana al aire pa’vacilar con asté...
Ella: ‘Tese quieto, no me esté besando que el rebozo estoy babeando.
Él: Pues yo la puedo hociquear... pero fume, vecinita, dése las tres sin desmayo.
(Él le acerca el cigarro. Ella lo chupa e inhala profundamente)
Ella: Ffffffhhhhh.... siento carne de gallina.
Él: Y yo la siento de gallo. ¡Ay vecina de mi vida!
Ella: ¿Qué le pasa, tecolote?
Él: Por andármelas tronando ya se me cayó el garrote.
Ella: Pues es verdad, santo cielo.
Él: ¡Ay vecina de mi vida!, ¡ya se me paran los pelos!
Ella: ¡Pus únteles vaselina!
Él: Ah, ¡qué vecina!... déme un besito con esa boquita prieta.
(Ella lo besa y él se retira brusco)
Él: ¡Le apesta el hocico a queso!
Ella: Y ‘asté a cebo de carreta.
Él: (la amenaza y la abraza) No sea malora.
Ella: (resistiéndose) No vaya a venir mi viejo.
Él: Ese señor es parejo y me empresta a su siñora.
Ella: Ya quere hacerlo su hermano.
Él: Pos la verdad ya lo es, pues como buen marihuano también se truena las tres”.
Aunque fuera sólo para reír y alburearse, la presencia de la droga no parecía estar condicionada por el rechazo generalizado. La condena social hacia el consumo de tales sustancias parecía seguir un camino vertical, de arriba hacia abajo. Comenzaba en las élites económicas y políticas y pretendía su imposición en los sectores populares que más bien mostraban una abierta tolerancia hacia las drogas.
Así, los gobiernos postrevolucionarios de los generales Obregón y Calles produjeron múltiples disposiciones legales con relación al consumo de “drogas y narcóticos”. Pero hasta entrados los años treintas, dichas disposiciones fueron más bien un intento de adecuación nacional a las medidas que se estaban tratando de implementar internacionalmente, como sucedió en la Convención Internacional del Opio de La Haya, que en 1912 inició la guerra mundial contra las drogas. El gobierno del México postrevolucionario se fue sumando poco a poco a dicha intención prohibicionista comandada por el gobierno de los Estados Unidos. Hasta 1927 apareció en el Diario Oficial el primer tratado internacional sobre drogas firmado por México. A casi tres años de ser aprobada por el Senado de la República, y poco más de dos años después de que el presidente de la República, el general Plutarco Elías Calles, la ratificara, se dio a conocer oficialmente la disposición del gobierno mexicano de asumir las prohibiciones internacionales relacionadas con la producción, el tráfico y el consumo de drogas. La cruzada internacional contra tales sustancias se intensificaba y México pretendía formar parte del contingente multinacional que mostraba su intolerancia hacia la libre circulación de las mismas.
El reverendo Charles Henry Brent, fue junto con Hamilton Wright y F. C. Harrison, uno de los principales impulsores del principio prohibicionista norteamericano que establecía que: “cualquier uso no médico de drogas era inmoral”. Este principio —junto con una clara identificación racista de los consumidores de drogas y sus aficiones— determinó el inicio de la campaña norteamericana contra las drogas a partir de 1914. Brent asociaba el consumo de drogas con la inferioridad de algunas “minorías” que poco a poco ocupaban espacios mayores en la sociedad norteamericana. Así, planteaba que el opio volvía inútiles a los orientales, la marihuana a los latinos y la cocaína a los negros, por lo que la prohibición era particularmente relevante entre dichas “minorías”. El afán prohibicionista de Brent encontró entre los gobiernos postrevolucionarios mexicanos un eco particular que poco a poco se iría formalizando en decretos y posiciones, sumándose al rechazo generalizado hacia las drogas.
Poco a poco, ese rechazo se consolidó y llegó hasta aquellos lugares en que no habían demostrado mayor preocupación por el tema. Los siguientes años serían testigos de un constante incremento de éste, al grado de convertirse en un tema tabú a lo largo de las siguientes décadas.
Epílogo
Las transformaciones que sufrió esta conciencia de pretensión cosmopolita sobre las drogas corrió a la par de la implantación de los principios liberales y la moralidad burguesa decimonónica que se siguió de largo hasta bien entrado el siglo xx. La idea general sobre estas sustancias que alteraban el juicio navegó entre la negación de cualquier conocimiento ajeno a la “diosa del momento”: la ciencia, y la fobia declarada hacia aquello que pretendiera romper los moldes de “la evolución civilizatoria”. Esta última justificaba la necesidad de un control individual regulado por el Estado frente a las disposiciones masivas hacia el placer y la evasión del sufrimiento causado por la miseria. Y dado que el Estado no era capaz de ejercer un control de manera eficiente, la tendencia se orientó hacia la inducción de una condena generalizada con el fin de que la sociedad misma tomara en sus manos dicho control. Para los afanes constructivos del Estado moderno quedaba clara la reducida cantidad y la ruinosa calidad de los encargados de ejercer ese control sobre los distintos sectores sociales. La policía y el ejército no parecían gozar de la confianza de las autoridades sanitarias ni de la sociedad en pleno. De ahí que la táctica del control social resultara mucho más viable. Al satanizar las conductas “desviadas” de los individuos se intentaba depositar en la sociedad misma sus propios mecanismos de regulación.
Aunque, a decir verdad, en esa misma satanización se provocaba la curiosidad y la creación de espacios alternativos, clandestinos o medianamente permisivos, en donde se pudiera disfrutar de “lo prohibido”.
Por su parte, las sustancias que eventualmente serían identificadas con el nombre genérico de “drogas” curiosamente quedaron en un lugar intermedio. La sociedad mexicana de fines del siglo pasado y de principios del presente las elogió y las deturpó. Las asoció con los avances de la ciencia y con la delincuencia. Las identificó como algo valioso —el bien— y como algo denigrante —el mal. Intentó establecer un control sobre su existencia pero a la vez no tuvo los elementos para limitar su circulación, producción y consumo.
Finalmente, después de recibir las indicaciones que requería su incursión en el mundo moderno internacional, los gobiernos revolucionarios, y con ellos una amplia mayoría de la sociedad mexicana del siglo xx, se alinearon poco a poco al dictado de la irracional persecución encabezada por el gobierno de los Estados Unidos en 1911. Las medidas gubernamentales dirigidas propiamente a combatir el consumo de drogas en el país empezaron a tener efecto a partir de la segunda mitad de los años veintes. Desde entonces a la fecha, el principio prohibicionista ha regido la relación básica entre drogas, gobierno y sociedad.
|
|||||||||||
|
Referencias Bibliográficas
Escohotado, Antonio. 1987. Magestades, crímines y víctimas. Editorial Anagrama, Barcelona. _____. 1990. Historia general de las drogas. Vols. 1, 2 y 3. Alianza Editorial, Madrid. García Ramírez, Sergio. 1974. Delitos en materia de estupefacientes y psicotrópicos. Botas, México. Gutiérrez, Axayácatl. 1993. Tráfico y consumo de opio en México 1920-1940. Tesis, ciesas, México. Jones, Kenneth, et al. 1969. Drugs and alcohol. Harper & Row, Nueva York. Mendoza, Vicente. 1961. La canción mexicana. Un ensayo de clasificación y antología. unam, México. Morales, Alfonso (coord.). 1984. El país de las tandas. El teatro de revista 1900-1940. Museo Nacional de Culturas Populares, México. Musto, David. 1973. The American Disease. Origin Narcotic Control. Yale University Press, Nueva York. Ortiz Castro, Arturo, et al. 1992. Las adicciones en México: hacia un enfoque multidisciplinario. Secretaría de Salud-Consejo Nacional Contra las Adicciones, México. Szasz, Thomas. 1990. Drogas y ritual. La persecución ritual de drogas, adictos e inductores. Fondo de cultura económica, Madrid. Tenorio Tagle, Fernando. 1991. El control social de las drogas en México. Instituto Nacional de Ciencias Penales, México. Hemerografía El bien social. Publicación de la Sociedad Filantrópica Mexicana. 1895. / El Diario Ilustrado. 1908. / El Imparcial. 1880-1910. / El Mundo Ilustrado. 1900. / El Observador Médico. 1885. / El Relámpago. 1890-1895. / El Renacimiento. 1890-1895. / El Siglo Diez y Nueve. 1870-1890. / El Universal Ilustrado. 1920-1930. / Excelsior. 1920-1942. / Gaceta Médico-Militar. 1892-1895. / La Escuela de Medicina. 1902. / La Escuela de Medicina: periódico dedicado a las ciencias médicas. 1880-1898. / La Farmacia. 1900-1915. / La Moralidad. 1885. / La Naturaleza: periódico científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural. 1874-1876. / La Tierra. 1895. / Revista Moderna. 1898. / Tic-Tac. 1903. Archivos Archivo Histórico del ex Ayuntamiento de la Ciudad de México. / Archivo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia. Fondo Salubridad Pública, Sección Inspección de Boticas. / Archivo Venustiano Carranza-condumex. |
|||||||||||
| |
|||||||||||
| Ricardo Pérez Montfort Centro de Investigaciones, Estudios Sociales y Antropología Social. Ricardo Pérez Montfort es investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y norteamericanas, entre las que destacan la Universidad Libre de Berlín, la Universidad de Cantabria y la Universidad de Columbia. Fue director de Destacados, Revista de Ciencias Sociales (1998-2000), y de la Revista de la Universidad de México (2000-2002), así como coordinador del Laboratorio Audiovisual del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2007-2014. Sus intereses lo han llevado por el cine documental, el estudio de la derecha mexicana, el mundo caribeño, el folclor latinoamericano y la historia de Hispanoamérica durante los siglos XIX y XX. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Pérez Montfort, Ricardo. 2017. Tolerancia y satanización de la marihuana en el México porfirista. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 102-116. [En línea].
|
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Herminia Pasantes |
|||||||||||
|
La reunión de la United Nation Special Session of the General
Assembly sobre política de drogas en 1998 tuvo como lema de trabajo: A world without drugs we can do it (Un mundo sin drogas, ¡podemos lograrlo!). Dieciocho años después, está claro que no pudimos hacerlo. Una postura inteligente y realista sobre el tema fue la expresada por Kofi Annan, entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, afirmando que un mundo sin drogas es una utopía; aseveración sin duda cierta. La humanidad ha buscado desde siempre experimentar estados de ánimo alterados, ya sea mediante situaciones arriesgadas, aventuras descabelladas o descubriendo en la naturaleza fuentes variadas para transformar una vida regida por una cierta lógica cotidiana en momentos de exaltación que evadan la rutina. En hongos, biznagas, árboles frondosos, flores, frutos y arbustos exuberantes, el humano ha encontrado aquello que impacte su cerebro y pueda cambiar su realidad, aun sea sólo momentáneamente.
Tratar de constreñir este deseo natural del ser humano es atentar contra la libertad individual. A todo adulto debe respetársele su capacidad de decidir la manera en la que quiere enriquecer o modificar su realidad personal. Cualquier restricción a este derecho constituye un paternalismo inaceptable que menosprecia y ofende la capacidad de un razonamiento intelectual ejercido en plena libertad. Éste fue el principio regidor de la resolución adoptada por la Primera Sala de la Suprema Corte al otorgar un amparo a cuatro adultos para poder cultivar marihuana para su consumo personal.
El deber de un gobierno no es prohibir sino informar. Para ello, en este caso, es indispensable que se organice una red de investigadores en neurociencias que analice críticamente los resultados que continuamente se generan con el fin de constituir un cuerpo asesor, capacitado y actualizado, que provea al gobierno la información que debe transmitir a los individuos con elementos para ponderar su decisión. Esta información debe ser estrictamente objetiva, sin sesgos de ninguna naturaleza, ni posturas individuales o de grupo. Ciertamente no es una tarea fácil, ya que la ciencia no es inamovible y los resultados de hoy pueden ser cuestionados mañana. Varios ejemplos relacionados con los efectos de la marihuana en el cerebro ilustran esta situación.
Investigaciones sobre los consumidores
En estudios en adultos consumidores de marihuana, tanto moderados como crónicos, a partir del hecho de que en algunas zonas en el cerebro relacionadas con el proceso intelectual se observa un decremento en las neuronas y en las conexiones, se examinó su capacidad para resolver problemas. Sin embargo, en las pruebas cognoscitivas los resultados fueron similares entre usuarios y no usuarios, un resultado que parecía difícil de explicar. El desarrollo de técnicas de resonancia magnética nuclear, midiendo la anisotropía de las conexiones entre las zonas cerebrales a cargo de esas funciones, permitió mostrar que si bien había habido un decremento en algunas conexiones, las restantes habían incrementado su efectividad, compensado así la deficiencia. Éste es el tipo de abordajes y resultados que hacen que las investigaciones científicas se pongan continuamente a prueba.
Si bien no se cuestiona en ningún momento la libertad de los adultos para tomar una decisión informada sobre el uso de la marihuana, los adolescentes deben situarse en un grupo aparte por la razón primordial de que su cerebro no ha terminado el proceso de maduración, en especial en las áreas de percepción de riesgo y toma de decisiones. Si a esto se suma el que los endocannabinoides desempeñan un papel clave en la maduración cerebral se entiende el riesgo que entraña el alterar este sistema con agentes externos como la marihuana, que actúan justamente sobre este sistema. Los estudios con adolescentes —por varias razones— son más difíciles de llevar a cabo con el rigor propio de la investigación científica. De entrada, no es sencillo integrar grupos que sean consumidores casi exclusivos de marihuana; el consumo de alcohol y tabaco está muy extendido en este grupo, de modo que la interpretación de los resultados exige considerar estos elementos que a menudo confunden el análisis. Por otra parte, la adolescencia es un periodo caracterizado por una gran turbulencia emocional que altera precisamente las zonas en las que la marihuana ejerce sus efectos. Es por ello que los reportes sobre posibles acciones de la marihuana en dicho grupo siempre encuentran este tipo de limitaciones, propias de su estudio, así como resultados controvertidos.
La adicción
El problema con la marihuana, como en todas las drogas, es la adicción. El adicto ha perdido su libertad y se ha convertido en esclavo de su propio cerebro. No obstante, en los adultos existen datos muy sólidos que indican que sólo 9% de los consumidores se vuelve adicto. Por desgracia este porcentaje es mucho más alto en el caso de los adolescentes, sin duda relacionado con la inmadurez de su cerebro a esa edad; los datos varían entre 17% y 30%, lo que representa un verdadero problema.
En relación con este tema hay muchas preguntas sin resolver: ¿por qué algunos usuarios se vuelven adictos y otros no?, ¿por qué unas drogas son más adictivas que otras?, ¿por qué el síndrome de abstinencia es también muy distinto entre las diferentes drogas? Por ejemplo, en los consumidores de heroína y morfina el síndrome de abstinencia es devastador porque conlleva, además de las sensaciones de ansiedad y profunda disforia, una serie de síntomas físicos que incluyen predominantemente la generación de dolor intenso. En el caso de la marihuana, la abstinencia en los adictos les produce ciertamente un cuadro de ansiedad, irritabilidad y nerviosismo, pero nunca al grado de que el adicto tenga que salir a la calle a conseguir la droga a como dé lugar, robando o asesinando si es necesario.
En este momento, en mi opinión, habría que implementar una campaña de información por todos los medios posibles, alertando a los adolescentes y a sus padres sobre los peligros que entraña el consumo de la marihuana a esa edad, poniendo énfasis en el peligro de que se conviertan en adictos, pero indicándoles al mismo tiempo los lugares a los que pueden acudir para tratar este problema.
Desinformación
Existe el temor, derivado de la desinformación, de que la regulación de la marihuana —no legalización—, va a derivar en un aumento en el consumo o que será la puerta para el uso de drogas más potentes. Ciertamente los más interesados en incrementar el número de consumidores y de ampliar su mercado son los criminales. Ellos tienen un interés clarísimo por diversificar el mercado y su estrategia consiste en que a los jóvenes que acuden a comprar marihuana les regalan un par de pastillas que aseguran los llevará a experimentar sensaciones espectaculares. Así que una campaña de información que alerte acerca de las consecuencias que tienen otros tipos de drogas (muchas veces adulteradas y verdaderamente peligrosas) sería un elemento más para ser ponderado en el momento de tomar una decisión.
La desinformación también lleva a pensar que los jóvenes de las comunidades urbanas marginadas, los jóvenes que viven en la calle y que muestran claramente signos de intoxicación, son consumidores de marihuana. Esto por desgracia no es así. En esas comunidades el consumo prevalente es el de los inhalables, drogas fáciles de obtener —hasta un menor de edad puede ir a comprarlos en un establecimiento comercial— que son baratas y con ellas no se corre el riesgo de ser detenido ni extorsionado por la policía. En una palabra, su consumo es legal, pero a diferencia de la marihuana que no causa muerte neuronal, los inhalables producen un daño generalizado e irreversible porque su efecto se ejerce sobre la membrana de las neuronas que está formada por una capa de lípidos que los inhalables son capaces de disolver; éstos son precisamente solventes de grasas, que alteran la integridad y la funcionalidad de las células nerviosas. Yo no dudaría en afirmar —considerando el daño al cerebro— que es mil veces preferible que esos jóvenes siembren plantas de marihuana en el traspatio o en las azoteas a que vivan bajo el influjo de los inhalables.
Recientemente escuché en la radio la noticia de que un estudio realizado en jóvenes de la ciudad de México mostraba un incremento en el consumo de marihuana y una reducción en el uso de inhalantes. La noticia no puede ser más alentadora, otra vez desde el punto de vista de las neurociencias y del daño cerebral.
Salud pública
En el tema de la salud pública se menciona reiteradamente que el consumo de drogas es un problema importante, que no hay los recursos para atender a los miles de adictos que se generarían si las drogas fueran legales. Particularmente en el caso de la marihuana yo disiento por completo de esa afirmación. Quienes consumen marihuana no son enfermos, simplemente están haciendo uso de su predilección por obtener satisfacción, igual que otros pueden obtenerla comiendo una garnacha o una torta de tamal, decisión que sí redunda en un grave problema de salud pública en México. En tanto no presenten adicción, los usuarios de la marihuana son individuos sanos que no tienen que usar camas en un hospital o distraer las horas que los médicos dedican a atender los verdaderos padecimientos; y los que sí presentan adicción a la marihuana tampoco requieren ser hospitalizados, sólo si lo deciden o si lo consideran necesario pueden acudir a un profesional específico, que puede ser un psicólogo con orientación biomédica. Un problema de adicción a la marihuana en los adolescentes generalmente concurre con otro tipo de situaciones difíciles de manejar cuya atención debe considerarse de manera integral.
Es necesario señalar que la adicción a otras drogas más potentes sí puede requerir un tipo de atención de otro nivel, como el que ya se otorga en algunos países.
Regulación y descriminalización
Lo que sí representa un verdadero problema de salud pública es el resultado del combate al narcotráfico. Se dice que la regulación de las drogas no terminaría con el problema del crimen organizado; eso es cierto. Sin embargo, ninguna de las otras actividades criminales como la extorsión, el secuestro y la trata de personas aporta los beneficios económicos a los criminales que les proporciona el mercado de drogas ilícitas. Estas inmensas ganancias son las que le otorgan a los criminales su enorme capacidad monetaria para corromper gente y llega a penetrar a todos los niveles de la organización política.
Un error común en el pensamiento general de la sociedad mexicana es que se habla de la legalización de la marihuana. Esta opción no se ha considerado en ningún momento, más bien se habla de regulación controlada por el Estado. Recomiendo a los lectores que revisen la iniciativa propuesta por el senador Roberto Gil que encontrarán en la red (goo.gl/BTgeK1), en la cual propone una serie de medidas muy atinadas para implementar la regulación. La iniciativa contempla la posibilidad de asociaciones o cooperativas de producción, se propone un instituto que esté bajo el control del Estado y que funcione como un órgano regulador del mercado, desde la producción hasta la venta o suministro. Se propone que sea el Estado el comprador de toda la producción y sea el único proveedor para los usos permitidos por la ley. En la iniciativa también se propone la descriminalización del consumo de la marihuana.
Con base en las investigaciones científicas, no existe absolutamente ninguna razón para que se considere al consumidor de marihuana como un delincuente al que hay que castigar. Resulta un total despropósito, desde cualquier ángulo, que quien consuma marihuana deba ir a la cárcel. Se dice que no se está penalizando el consumo sino el tráfico, es decir, el obtenerla para consumirla. Es por ello que quienes solicitaron el permiso para consumir, simultáneamente pidieron el permiso para cultivarla con propósito de consumo personal. Éste es un planteamiento de lógica impecable que se contrapone con la desatinada perspectiva de la autoridad que permite la posesión y el consumo pero no la adquisición, porque ésta, en efecto, requiere inevitablemente llevar a cabo el contacto con quienes regulan el mercado actualmente, que son los criminales.
Actualmente se aduce que ya está permitida la posesión de una cierta cantidad de la planta que no rebase cinco gramos. La iniciativa del presidente Peña Nieto propone incrementar el gramaje permitido a veintiocho gramos, pero más importante que esto es que despenaliza la posesión hasta esta cantidad. De aprobarse esta iniciativa, la posesión de marihuana ya no sería un delito y la policía no tendría poder para detener a quienes la posean hasta este gramaje. Con esta iniciativa desaparece la plaga de la extorsión de la policía y la corrupción en el ministerio público, que es en donde se define si el sospechoso cometió un delito por llevar algo de marihuana consigo. Entre los jóvenes es sabido que no importa la cantidad que porten, ésta se multiplicará misteriosamente en la sede del ministerio público. Esta iniciativa elimina también la pesadilla de los padres que acuden al ministerio público para evitar por todos los medios que sus hijos vayan a la cárcel. Algunos, los que tienen los recursos, lo consiguen, pero otros no.
La aprobación de esta iniciativa debe acompañarse de una amplia campaña en los medios para que usuarios y policías conozcan los alcances de la ley. La limitante importantísima de esta iniciativa es que para conseguir los veintiocho gramos hay que acudir a los criminales ya que no se permite el cultivo de la planta para uso personal.
La iniciativa de Peña habla de permitir el uso de la marihuana medicinal. Las plantas de cannabis tienen numerosos cannabinoides, con distintos efectos. El delta-9-tetrahidrocannabinol es el principal componente que genera los efectos psicoactivos y el cannabidiol, que es el que más frecuentemente se usa con fines médicos, no los presenta.
Finalmente De aprobarse la iniciativa de Peña sin aprobar el cultivo de la planta para fines médicos o de investigación, los pacientes y los médicos tendrían que recurrir a la importación de cápsulas con cannabidiol. Si el interés es tratar los padecimientos con toda la planta se tendría que comprar importada de países como Estados Unidos, en donde la siembra para uso medicinal está permitida o bien obtenerla con los criminales. Lo mismo ocurre para la obtención de la marihuana con fines de investigación científica. La iniciativa de Peña no da otra salida y deja clara la deficiencia en la concepción integral del tema y en las medidas que se pretenden adoptar. Estos argumentos serán los que deban discutir los integrantes del Congreso para definir si aprueban una iniciativa integral o persisten en una visión miope y limitada del problema. La decisión está en sus manos. |
|||||||||||
| Herminia Pasantes Instituto de Fisiología Celular, Universidad Nacional Autónoma de México. Investigadora emérita de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigadores. Es líder en el tema de la regulación del volumen en el cerebro. Asimismo tiene una trayectoria de más de cincuenta años de investigación, docencia y divulgación en temas de neurobiología. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Pasantes, Herminia. 2017. Marihuana y cerebro. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 4-11. [En línea].
|
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Las Comisiones The Lancet |
|||||||||||
|
En septiembre de 2015, los estados miembros de las Naciones
Unidas aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sustentable para 2030, los cuales buscan enfoques centrados en los derechos humanos con el fin de asegurar la salud y el bienestar de todos los pueblos. Dichos objetivos conjuntan tanto los valores de derechos y justicia para todos, consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, como la responsabilidad de los estados de apoyarse en la mejor evidencia científica en pos de lo mejor para la humanidad. En abril de 2016, los mismos estados someterían a consideración el asunto del control de las drogas ilícitas, un área de política social que ha sido tirante por las controversias y las consideraciones de que es inconsistente con las normas que rigen los derechos humanos, y en donde los enfoques que contemplan la evidencia científica y la salud pública se han visto asignados un papel muy limitado. La Sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas previa, efectuada en 1998, convocada bajo el lema: “Un mundo libre de drogas, ¡podemos lograrlo!”, aprobó políticas de control de drogas cuyo objetivo era el prohibir todo uso, posesión, producción y tráfico de drogas ilícitas. Dicho objetivo se encuentra consagrado en las leyes nacionales de muchos países. Al declarar las drogas “un atentado grave contra la salud y el bienestar de la humanidad” aquella Sesión hizo eco a la convención base de 1961 del régimen internacional de control de drogas, que justificaba la eliminación del “mal” que constituyen las drogas en el nombre de “la salud y el bienestar de la humanidad”. Sin embargo, ninguno de esos acuerdos internacionales hace referencia a la manera como el persistir en la prohibición de las drogas podría afectar la salud pública. La guerra contra las drogas y las políticas de cero tolerancia que surgieron del consenso prohibicionista son ahora criticadas desde múltiples ángulos, incluidos el de la salud, los derechos humanos y otros impactos al desarrollo.
La comisión Johns HopkinksLancet de políticas sobre drogas y salud ha buscado examinar la evidencia científica acerca de los aspectos de salud pública relacionados con las políticas de control de drogas, así como informar e impulsar a tomar como eje la evidencia sobre salud pública y los resultados de los debates en torno a las políticas públicas, como lo fueron las deliberaciones de la Sesión sobre drogas de 2016. La Comisión está consciente de que las políticas sobre drogas suelen estar teñidas por ideas acerca del uso de drogas y su dependencia que no se hallan científicamente fundamentadas. La declaración final de la Sesión de 1998, por ejemplo, al igual que las convenciones sobre drogas de las Naciones Unidas y muchas leyes nacionales sobre drogas, no distingue entre uso y abuso de drogas. Un reporte de 2015 elaborado por el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en contraste, enfatiza que el uso de drogas “no es una condición médica ni lleva necesariamente a la dependencia de drogas”. La idea de que todo uso de drogas es peligroso y malo ha llevado a políticas de acción muy severas y ha dificultado ver las drogas simplemente como potencialmente peligrosas, de la misma manera en que se ve cierto tipo de comida, el tabaco y el alcohol, ante lo cual el objetivo de las políticas sociales es el de reducir sus daños potenciales.
El impacto de las políticas prohibicionistas
El mantenimiento de la prohibición de las drogas ha generado una economía paralela manejada por organizaciones criminales en todo el mundo. Tanto estas organizaciones, que recurren a la violencia para proteger sus mercados, como la policía y, en ocasiones, los militares o las fuerzas paramilitares que las persiguen, contribuyen a la violencia y la inseguridad en las comunidades afectadas por el tránsito y la venta de drogas. En México, el impactante incremento de los homicidios desde que el gobierno decidiera usar la fuerza militar contra los traficantes de droga, en 2006, ha sido tan grande que la esperanza de vida se ha reducido en el país.
La inyección de drogas empleando instrumentos contaminados es un camino bien conocido de la transmisión de vih y de hepatitis viral. Las personas que se inyectan drogas corren también un alto riesgo de contraer tuberculosis. La continua expansión de vih por inyecciones insalubres contrasta con el progreso realizado para disminuir la transmisión sexual y vertical de vih en las últimas tres décadas. Nos parece que las políticas de represión contra las drogas contribuyen grandemente a incrementar el riesgo de contraer vih por inyección.
El empleo de la policía puede ser una barrera directa a servicios como los Programas de agujas y jeringas y el uso de opioides no inyectados, conocida como Terapia de sustitución de opioides. El afán policíaco de arresto total ha tomado como blanco las instalaciones que brindan estos servicios a fin de ubicar, hostigar y detener una gran cantidad de personas que usan drogas.
La parafernalia de las leyes que prohíben la posesión de equipo para inyectarse ha llevado a la gente que se inyecta drogas a temer llevar consigo jeringas, forzándolos a compartirlas, a disponer de ellas de manera insegura. Las prácticas policiales emprendidas en nombre del bien público han empeorado de manera evidente los asuntos de salud pública.
Uno de los impactos más grandes que ha tenido el seguir con la prohibición de las drogas en cuanto a las enfermedades infecciosas —identificado por esta Comisión— es el empleo excesivo del encarcelamiento como una medida de control de las drogas. Muchas leyes nacionales imponen largas sentencias por delitos menores no violentos, por lo que la gente que usa drogas está sobrerrepresentada en las cárceles y entre quienes se hallan detenidos en espera de juicio. El uso y la inyección de drogas ocurren en los presidios aun cuando esto es negado por los oficiales. La transmisión de vih y del virus de la hepatitis c ocurre entre prisioneros y detenidos, y con frecuencia tiene complicaciones por una coinfección por tuberculosis (en muchos lugares es una tuberculosis resistente a las medicinas). Muy pocos países ofrecen servicios de prevención o tratamiento a pesar de los lineamientos internacionales que instan a tomar medidas comprensivas, incluyendo la provisión de equipo para inyectarse, para con la gente bajo arresto.
Los nuevos modelos matemáticos empleados por esta Comisión muestran que el encarcelamiento y el alto riesgo de infección durante el periodo de postencarcelamiento pueden contribuir de manera importante en la incidencia nacional de infección por virus de la hepatitis c entre la gente que se inyecta drogas en un abanico de países con niveles de encarcelamiento variados, las sentencias promedio de prisión, periodos en que se inyectan y niveles de cobertura de terapia de sustitución de opioides en la cárcel y al salir de ella. Por ejemplo, en Tailandia, en donde la gente que se inyecta drogas puede pasar en prisión cerca de la mitad del periodo de su vida que se inyecta, se estima que 56% de dicha infección puede suceder en la cárcel. En Escocia, donde las sentencias son más cortas para gente que se inyecta drogas, se estima que 5% de la infección incidental de hepatitis c ocurre en prisión y 21% puede ocurrir en el periodo de alto riesgo que sigue a la salida de ésta. Estos resultados subrayan la importancia de alternativas a la prisión como castigo a delitos menores por drogas, así como el asegurar el acceso a terapias de sustitución de opioides en prisión y una continuidad de los servicios de terapia de sustitución de opioides en la comunidad.
La evidencia demuestra también claramente que la ejecución de leyes contra las drogas ha sido aplicada en muchos países de manera discriminatoria en contra de minorías étnicas y raciales. El de Estados Unidos es quizás el caso más documentado, pero no es el único país con un claro sesgo racial en el control policial, los arrestos y las sentencias. En 2014, en los Estados Unidos los hombres afroamericanos tenían cinco veces más de posibilidades que los blancos de ser encarcelados por delitos de drogas, aun cuando no hay diferencias significativas en las tasas de consumo de ambas poblaciones. El impacto de este sesgo en las comunidades de gente de color es intergeneracional y social, y es económicamente devastador.
También encontramos sesgos sustanciales en cuanto al género en las políticas más comunes sobre drogas. Por ejemplo, de las mujeres que se encuentran en prisión y en detención en espera de juicio en el mundo, la proporción detenida por infracciones por drogas es más alta que entre los hombres. Las mujeres se encuentran frecuentemente en el escalón más bajo —por ejemplo, como “mulas” o choferes— y pueden no tener información acerca de los traficantes mayores como para servir a los servicios de policía. Los sesgos de género y raza se sobreponen, lo que resulta en un peligro cruzado para las mujeres de color y sus hijos, familias y comunidades.
Tanto en prisión como en la comunidad, los programas de vih, virus de la hepatitis c y tuberculosis para personas que usan drogas —incluyendo pruebas de detección, la prevención y el tratamiento— se encuentran muy carentes de fondos, lo cual resulta en enfermedades y muertes que podrían evitarse. En varios países de ingreso medio con numerosa población que usa drogas, tales programas —que se expandieron con el apoyo del Fondo Mundial para la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria— han perdido financiamiento a causa de los criterios de elegibilidad aplicados por dicho Fondo Mundial. Hay una desafortunada falla al emular el ejemplo de los países de Europa occidental que han eliminado la insegura relación entre inyectarse y contraer el vih al escalar de manera constante la prevención y el tratamiento, así como facilitando a quienes cometen delitos menores el evitar la cárcel. La resistencia de las políticas públicas a las medidas de reducción de daños desecha la sólida evidencia que da cuenta de su eficacia y su costo en relación con ésta. Los modelos matemáticos muestran que si la terapia de sustitución de opioides, los programas de jeringas y agujas y la terapia antirretroviral para el vih se encuentran disponibles, incluso si la cobertura de cada uno es menor de 50%, su sinergia puede llevar a una prevención efectiva en un futuro cercano. Las personas que usan drogas suelen no ser vistas como individuos a quien vale la pena dar tratamientos costosos o no se les considera capaces de seguir un régimen de tratamiento, muy a pesar de que existe evidencia de lo contrario.
La sobredosis letal por drogas es un problema de salud pública, particularmente a la luz del incremento en el consumo de heroína y la prescripción de opioides en algunas partes del mundo. Aun así, esta Comisión encontró que el mantener la prohibición de las drogas puede contribuir al riesgo de sobredosis en muchas maneras. La prohibición crea mercados ilegales no regulados, en donde es imposible controlar la presencia de sustancias que adulteran las drogas que se consiguen en la calle, lo que incrementa el riesgo de sobredosis. Varios estudios relacionan también la agresividad policíaca con el apresuramiento al inyectarse y el riesgo de sobredosis. La gente que tiene un historial de uso de drogas, que está sobrerrepresentada en la cárcel a causa de las políticas prohibicionistas se hallan en un riesgo extremo de sobredosis cuando son liberados tras cumplir su condena. La falta de acceso a una terapia de sustitución de opioides contribuye asimismo a la inyección de opioides y nulifica los sitios de inyección supervisados, interrumpiendo una intervención que ha reducido las muertes por sobredosis de manera efectiva. Las políticas restrictivas sobre las drogas también contribuyen al innecesario control de naloxona, un medicamento que puede revertir la sobredosis por opioides muy eficazmente.
Aun cuando sólo una pequeña proporción de la gente que usa drogas llegará a necesitar tratamiento para la dependencia hacia las drogas, en muchos países esa minoría enfrenta enormes barreras para obtener tratamiento humano y de costo accesible. Con frecuencia no existen estándares nacionales de calidad de los tratamientos para la dependencia hacia las drogas y tampoco prácticas regulares de monitoreo. En muchos países, los golpes, el trabajo forzado y la falta de cuidado médico y de condiciones de sanidad adecuadas se proporcionan bajo el nombre de tratamiento, incluyendo centros de detención forzada, que son más bien prisiones y no instalaciones para tratamiento. Y allí donde hay posibilidades de un tratamiento más humano, la gente que está más necesitada no puede pagarlo. En muchos países no hay tratamiento diseñado específicamente para mujeres, a pesar de que se sabe que las motivaciones para el uso de drogas y las reacciones fisiológicas a ellas difieren de las de los hombres.
La insistencia en la eliminación de las drogas ha llevado a prácticas agresivas y dañinas dirigidas hacia quienes cultivan plantas empleadas en la manufactura de drogas, especialmente la hoja de coca, la flor de amapola y la cannabis. La aspersión aérea en los campos de coca en los Andes con el defoliador glifosato (nfosfonometilglicina) ha sido asociada con afecciones respiratorias y dermatológicas y con abortos súbitos. El desplazamiento forzado de familias pobres del campo que no tienen seguridad en la tenencia de la tierra exacerba su pobreza y su inseguridad alimentaria, y en algunos casos los obliga a mover sus cultivos hacia tierras más marginales. El aislamiento geográfico dificulta a las autoridades llegar hasta quienes cultivan drogas mediante campañas de educación y salud pública, y les impide el acceso a los servicios básicos de salud. Los programas alternativos que intentan ofrecer otras posibilidades de subsistencia tienen un historial pobre y raramente son concebidos, implementados y evaluados tomando en consideración su impacto en la salud de la población.
La investigación acerca de las drogas y las políticas hacia ellas ha sufrido por una falta de diversidad en sus fuentes de financiamiento, así como a causa de los preceptos sobre quienes usan drogas y las patologías asociadas a éstas que enarbola la principal fuente de financiamiento: el gobierno de Estados Unidos. En esta época en que las discusiones en torno a las políticas públicas sobre drogas se están abriendo en todo el mundo hay una necesidad urgente de allegar lo mejor de esa perspectiva no sesgada ideológicamente que se encuentra en las ciencias de la salud, las ciencias sociales, los análisis sobre las políticas públicas en cuanto al estudio de las drogas y el potencial que encierran para la reforma de tales políticas.
Políticas públicas alternas en el mundo real
Las experiencias concretas de muchos países que han modificado o desechado los enfoques prohibicionistas en su manera de abordar el consumo de drogas pueden servir para ilustrar las discusiones en torno a la reforma de las políticas públicas. Países como Portugal y la República Checa descriminalizaron hace varios años los delitos menores por drogas, logrando notorios ahorros financieros, menos encarcelamientos, evidentes beneficios en salud pública y sin tener un crecimiento significativo en el uso de drogas. Tal descriminalización, aunada a un incremento en los escasos servicios de prevención de vih, permitió a Portugal controlar una epidemia explosiva de uso inseguro de drogas inyectadas y quizá previno que otro igual sucediera en la República Checa.
En los lugares donde la discriminación no suele ser una reacción inmediata, el incremento de los servicios de salud para gente que usa drogas puede demostrar el valor de la sociedad al responder con apoyo y no con castigo a los infracciones menores por drogas. Un programa pionero de tratamiento por sustitución de opioides en Tanzania está impulsando a las comunidades y los oficiales a considerar el empleo de respuestas no criminalizadoras ante la inyección de heroína. En Suiza y Vancouver, Canadá, las mejoras sustanciales en el acceso a tratamientos de reducción de daños, incluyendo sitios de inyección supervisada y terapia de heroína asistida (esto es, prescripción de heroína para usos terapéuticos bajo condiciones controladas) han transformado el panorama de salud para la gente que se inyecta drogas. La experiencia de Vancouver también ilustra la importancia de la participación significativa de quienes se inyectan drogas en la toma de decisiones respecto de las políticas y los programas que afectan a sus comunidades.
Conclusiones y recomendaciones
La políticas que pretenden prohibir o suprimir al máximo las drogas presentan una paradoja: son enarboladas y defendidas vigorosamente por muchos funcionarios encargados de implementarlas como una necesidad para preservar la salud pública y la seguridad, mas las evidencias indican que tales políticas han contribuido directa e indirectamente a generar una violencia letal, una transmisión de enfermedades, discriminación, desplazamiento forzado, dolor físico innecesario y el deterioro del derecho de las personas a la salud. Hay quienes argumentarán que la amenaza que significan las drogas para la sociedad justificaría cierto nivel de abrogación del derecho humano a la protección de la seguridad colectiva, tal y como está previsto para casos de emergencia en las leyes que regulan los derechos humanos. No obstante, los estándares internacionales de los derechos humanos estipulan que, en tales casos, las sociedades deben escoger el camino menos dañino para enfrentar la emergencia y que las medidas de emergencia deberían ser proporcionales y específicamente diseñadas para cumplir objetivos reales definidos de manera transparente. La insistencia en la prohibición de las drogas no cumple ninguno de tales criterios.
Los estándares de salud pública y los enfoques científicos que deberían formar parte de la elaboración de políticas públicas sobre drogas han sido desechadas por tal insistencia en la prohibición. La idea de reducir el daño de muchos tipos de conducta humana es central en la política pública de seguridad en el tránsito, en la regulación del tabaco y el alcohol, la seguridad en la comida, en el deporte y la recreación, así como en muchas otras áreas de la vida humana en donde el comportamiento en cuestión no está prohibido. Pero la búsqueda explícita de la reducción del daño relacionado con las drogas mediante políticas y programas, así como el balance de los resultados de la prohibición por medio de la reducción de daños, es algo a lo que se resisten casi siempre las políticas de control de drogas. La persistencia de la transmisión de vih y la hepatitis c por causa de inyección de drogas de manera insegura, la cual podría ser detenida mediante medidas probadas, efectivas y de bajo costo, sigue siendo una de las grandes fallas de la respuesta global a estas enfermedades.
Las políticas hacia las drogas que descalifican la vasta evidencia que existe sobre su propio impacto negativo y los enfoques que podrían mejorar los asuntos de salud son malas para todos los implicados. Los países que han decidido no reconocer ni corregir los daños causados a la salud y a los derechos humanos que la insistencia en la prohibición y supresión de las drogas han provocado, están negando sus responsabilidades legales. Ellos encarcelan a la gente por delitos menores y luego se desentienden de su deber de proveer servicios de salud en el ámbito carcelario. Esos países reconocen la existencia de mercados ilegales fuera de control a causa de sus políticas, pero hacen poco para proteger a la gente de drogas adulteradas, tóxicas, que son inevitables en los mercados ilegales, o de la violencia del crimen organizado, la cual empeora con frecuencia por la acción policíaca. Estos desperdician recursos públicos en políticas que se ha demostrado no impiden el funcionamiento del mercado de droga y frecuentemente pierden oportunidades de invertir recursos públicos inteligentemente en servicios de salud probados para gente demasiado asustada como para buscar servicio alguno.
Con el fin de mover la balanza hacia políticas a las que los estados miembros de las Naciones Unidas están llamando a seguir, proponemos aquí una serie de recomendaciones.
1. Descriminalizar los delitos menores y no violentos relacionados con drogas —uso, posesión y venta al menudeo— y reforzar las alternativas de salud y del sector social que existen, en lugar de sólo sanciones criminales.
2. Reducir la violencia y demás daños provocados por la acción policíaca ante las drogas, incluyendo el empleo de las fuerzas militares en dicho combate, y mejor dirigir la acción policíaca contra los grupos criminales armados más violentos; permitir la posesión de jeringas y no emplear el tratamiento de reducción de daños para lograr más arrestos, así como la eliminación de la discriminación racial y étnica en las acciones policíacas.
3. Asegurar el acceso fácil a los servicios de reducción de daños a todos aquellos que los necesiten como parte de la respuesta al asunto de las drogas; al hacerlo, considerar la eficiencia y el bajo costo de incrementarlos para hacer frente a los requerimientos existentes y luego mantenerlos. La terapia de sustitución de opioides, los programas de jeringas y agujas, los sitios de inyección supervisada y el acceso a la naloxona —llevados a la escala adecuada para cubrir la demanda— deberían figurar en los servicios de salud y deberían además incluir la participación significativa de la gente que usa drogas en su planeación e implementación. Los servicios de reducción de daños son cruciales en las penitenciarías y durante la detención en espera de juicio y deben crecer para lograr su cometido. La Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 2016 debería hacer algo mejor que la Comisión sobre Narcóticos y Drogas de las Naciones Unidas, mencionando la reducción de daños explícitamente y subrayando su lugar central en las políticas sobre drogas.
4. Dar prioridad a las personas que usan drogas en los tratamientos para vih, hepatitis c y tuberculosis, y asegurar que tales servicios sean adecuados para facilitar el acceso a todo aquel que necesite ese tipo de atención. Asimismo garantizar la disponibilidad de tratamiento adecuado, humana y científicamente, para la dependencia a las drogas, incluyendo el incremento de terapias de sustitución de opioides tanto en las comunidades como en las cárceles. Además rechazar la detención compulsiva y el abuso que se presentan como si fueran tratamiento.
5. Asegurar el acceso a drogas controladas, establecer autoridades nacionales intersectoriales a fin de determinar los niveles de necesidad, y dar a la Organización Mundial de la Salud los recursos para ayudar a la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas a que empleé la mejor ciencia para determinar el nivel de necesidad de drogas controladas en cada país.
6. Reducir el impacto negativo de las políticas sobre drogas y las leyes sobre las mujeres y sus familias, especialmente al minimizar las sentencias de reclusión para mujeres que cometen delitos no violentos, y desarrollar apoyo social y de salud, incluidos los tratamientos de dependencia a las drogas adecuados al género para quienes lo necesiten.
7. Los esfuerzos dirigidos a eliminar cultivo para la producción de drogas deben de considerar la salud. La aspersión aérea de herbicidas tóxicos debe ser detenida y los programas alternativos de desarrollo deberían ser parte de las estrategias de desarrollo, elaboradas e implementadas mediante consultas significativas a las personas afectadas.
8. Se requiere una base de donadores de fondos para lograr la mejor ciencia posible sobre nuevas experiencias de políticas públicas en torno a las drogas desde una perspectiva no ideológica, la cual, entre otras cosas, cuestione y vaya más allá de la excesiva patologización del uso de drogas.
9. Las políticas sobre drogas del gobierno de las Naciones Unidas deberían ser mejoradas, lo cual debería incluir el respeto a la Organización Mundial de la Salud para determinar cuán peligrosa es una droga. Los países deben ser conminados a incluir oficiales de alto nivel en cuestiones de salud pública en sus delegaciones que participan en la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas. Mejorar la composición de las representaciones con oficiales de salud en las delegaciones nacionales de dicha comisión tendría como resultado, a la vez, conferir a las autoridades de salud una presencia del día a día en los organismos multisectoriales que elaboran las políticas nacionales sobre drogas.
10. Salud, desarrollo e indicadores sobre derechos humanos deberían ser incluidos en los parámetros para juzgar el éxito de una política sobre drogas, y tanto la Organización Mundial de la Salud como el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas deberían ayudar a formularlos. Dicho programa ya ha sugerido que indicadores como el acceso a tratamiento, frecuencia de muertes por sobredosis y acceso a programas de beneficio social para las personas que usan drogas deberían ser útiles. Todas las políticas sobre drogas deberían ser también monitoreadas y evaluadas por su impacto sobre las minorías raciales y étnicas, las mujeres, niños y jóvenes, y gente viviendo en estado de pobreza.
11. Transitar gradualmente hacia mercados de drogas regulados y aplicar el método científico para su evaluación. A pesar de que los mercados regulados y legales no son políticamente posibles en un corto plazo en algunos lugares, los daños ocasionados por los mercados criminales, así como otras consecuencias de la prohibición catalogadas por esta Comisión, llevarán probablemente a más países (y a más estados en los Estados Unidos) a transitar gradualmente en esa dirección —una dirección que nosotros suscribimos. En la medida que esas decisiones sean tomadas, instamos a los gobiernos e investigadores a aplicar el método científico y a asegurar evaluaciones independientes, multidisciplinarias y rigurosas de los mercados regulados a fin de esbozar enseñanzas e informar del mejoramiento en las prácticas regulatorias, así como a continuar evaluando y mejorando.
Conminamos a los profesionales de la salud de todos los países a que se informen por sí mismos y a unirse a los debates en torno a las políticas sobre drogas en todos sus niveles. Apegándose a las metas establecidas por el régimen internacional de control de drogas es posible lograr políticas públicas sobre drogas que contribuyan a la salud y el bienestar de la humanidad a condición de allegarse las evidencias de las ciencias de la salud y las voces de los profesionales de la salud.
|
|||||||||||
|
Las comisiones The Lancet
Joanne Csete, Carl Hart, Universidad de Columbia, Nueva York, Estados Unidos; Adeeba Kamarulzaman, Universidad Malaya, Kuala Lumpur, Malasia; Michel Kazatchkine, Enviado Especial de las Naciones Unidas, vih en Europa Oriental y Asia Central; Frederick Altice, Universidad de Yale, New Haven, Estados Unidos; Marek Balicki, Varsovia, Polonia; Julia Buxton, Universidad Centroeuropea, Budapest, Hungría; Javier Cepeda, Susan Sherman, Chris Beyrer, Centro para la Salud Pública y Derechos Humanos, Johns Hopkins Bloomberg Escuela de Salud Pública, Baltimore, Estados Unidos; Megan Comfort, Instituto Internacional de Investigaciones El Triangulo, Washington, Estados Unidos; Eric Goosby, Universidad de California, San Francisco, Estados Unidos; João Goulão, Ministerio de Salud, Lisboa Portugal; Thomas Kerr, Universidad de British Columbia, Centro de Excelencia en vihsida, Vancouver, Canadá; Alejandro Madrazo Lajous, Centro de Investigación y Docencia Económicas, México, México; Stephen Lewis, aidsFree World, Toronto, Canadá; Natasha Martin, Universidad de California, San Diego, Estados Unidos; Daniel Mejía, Adriana Camacho, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia; David Mathieson, Observación de Derechos Humanos, Ragún, Birmania; Isidore Obot, Universidad de Uyo, Uyo, Nigeria; Adeolu Ogunrombi, Youth Rise—Nigeria, Lagos, Nigeria; Jack Stone, Peter Vickerman, Universidad de Bristol, Bristol, Reino Unido; Nandini Vallath, Instituto de Ciencias Paliativas de Thiruvananthapuram, India; Tomáš Zábranský, Universidad Charles, Praga, República Checa. |
|||||||||||
Nota Este texto forma parte del reporte “Public health and international drug policy”, publicado en The Lancet en línea el 24 de marzo de 2016. |
|||||||||||
| Traducción César Carrillo Trueba Facutlad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Las Comisiones The Lancet. (Traducción César Carrillo Trueba). 2017. La salud pública y la política internacional sobre drogas. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 134-145. [En línea].
|
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Rodrigo Pérez Ortega |
|||||||||||
|
La marihuana es una planta que ha sido utilizada desde
hace miles de años por la humanidad con diversos fines, desde la producción de papel y textiles hasta por sus efectos psicoactivos y sociales. No obstante, en la década de los treintas algunos países como Estados Unidos decidieron prohibir su consumo. Uno pensaría que las razones lógicas de esta legislación estaban apoyadas en estudios científicos serios que demostraban que las personas podían desarrollar una adicción fisiológica hacia la marihuana y que sus efectos eran nocivos para la salud, además de ser un problema de salud pública; pero lamentablemente no fue así. La historia de la prohibición del uso de la marihuana es una de motivos viles, de racismo, de manipulación, de prensa amarillista, de intereses corporativos y de legisladores corruptos e ignorantes. Anslinger y su guerra mediática
La planta Cannabis sativa ha estado asociada a la humanidad desde hace milenos. Sus primeras referencias remontan a China hace aproximadamente 10 000 años y desde entonces el ser humano le ha sacado provecho, ya que ésta es de rápido crecimiento. De C. sativa surgieron las primeras fibras de uso textil que se tiene en los registros y, conforme fueron avanzando las tecnologías, surgieron nuevos usos para el cáñamo: como alimento (las plantas y la semilla se pueden consumir, así como el aceite de la semilla), para ropa, biocombustible, cuerdas para la navegación y papel. La cepa utilizada para la obtención de dichos productos se conoce como cáñamo y difiere de la que se utiliza con fines psicoactivos debido a que el cáñamo contiene niveles bajos de delta9tetrahidrocannabinol —el compuesto psicoactivo de la planta de marihuana— y altos niveles de cannabidiol, un cannabinoide mucho menos psicoactivo y con aplicaciones médicas importantes. En cambio, la marihuana recreativa proviene de otra cepa de C. sativa que contiene altos niveles de delta9tetrahidrocannabinol y bajos niveles de cannabidiol, además de no ser óptima para uso industrial.
A principios del siglo XX la C. sativa se plantaba en la gran mayoría del hemisferio norte, ya que la industria del cáñamo era una de las más fuertes. En esos años, la última oleada de inmigrantes a Estados Unidos venía de México, y con ella empezaron a surgir sentimientos racistas y xenófobos de la sociedad blanca estadounidense hacia los mexicanos que llegaban. Pronto, ésta empezó a asociar a los mexicanos inmigrantes con la marihuana, que era comúnmente fumada entre ellos después de largas jornadas de trabajo. Incluso empezaron a llamar a la planta “marihuana” —fuera o no cáñamo—, el nombre en español de la droga.
Los sentimientos racistas de la sociedad blanca estadounidense eran fuertes y la prensa amarillista no esperó para crear rumores acerca de los efectos de la marihuana; había motivos escondidos, ya que los directores de los periódicos dependían de la industria de la madera para hacer su producto, una industria que competía con la del cáñamo. Entre otras cosas, se rumoraba que el fumar marihuana causaba enfermedades mentales y propiciaba que la gente cometiera crímenes, de modo que se asoció su consumo con la violencia de la época y se le veía como una droga perniciosa. Poco a poco empezaron a aparecer leyes en contra del uso de la marihuana en cada estado y California fue el más radical al etiquetarla como veneno.
A la vez, en respuesta al uso incrementado de drogas como la cocaína y la heroína, se creó el Buró Federal de Narcóticos. Su director, Harry J. Anslinger era un hombre decidido a acabar con el uso de drogas en Estados Unidos. De 1930 a 1934 éste se dedicó a reunir evidencia, la mayoría proveniente de la prensa amarillista (con la ayuda del periodista William Randolph Hearst) para armar un caso en contra de la marihuana y las demás drogas. El uso de la propaganda en esta época fue crucial para la demonización de la marihuana: posters, cómics, comunicados de prensa y documentales, todo servía a Anslinger y su Buró en su tarea de crearle una terrible reputación. Era frecuente que se publicaran historias de cómo la droga causaba que las personas se tornaran violentas o que incitaba a sus usuarios a suicidarse, y la mayoría de ellas incluía personajes mexicanos y negros. La misma estrategia fue usada por dicho Buró contra la heroína y otras drogas que eran populares entre la comunidad afroamericana.
Los motivos por los que Anslinger y el Buró Federal de Narcóticos usaron una estrategia basada en información falsa para asustar a la población no están claros todavía. Durante esos años, apenas se empezaba a estudiar los efectos de la marihuana (y sus diversos cannabinoides) en la salud humana. Incluso, la Asociación Médica Americana publicó un reporte desmintiendo muchas de las falacias de Anslinger. Profesionales médicos se acercaron a él para tratar de convencerlo de que la planta de la marihuana tenía propiedades medicinales y que no causaba enfermedades mentales como él aseguraba. Todo intento por hacerlo cambiar de opinión se vio frustrado y fue respondido con amenazas. Anslinger no podía controlar el tráfico de drogas, pero sí tenía mucha influencia en el flujo de ideas y la ciencia en ese momento era su enemiga.
El 12 de agosto de 1937, Anslinger y el Buró Federal de Narcóticos presentaron ante el Congreso estadounidense el Acta de Impuestos a la Marihuana, aprobada sin un debate público, e inmediatamente se clasificó a la marihuana como una droga Categoría i (junto con la cocaína y la heroína). En un inicio sólo se le permitiría su uso a quien pagara impuestos altísimos y con fines medicinales e industriales muy limitados. Prácticamente se criminalizaba su uso a nivel federal. Esto, junto con la campaña mediática que desprestigiaba a C. sativa, propició que otros países emitieran regulaciones y leyes prohibiendo y criminalizando su uso. Desde entonces, cualquier estudio científico serio acerca de los efectos de la marihuana en la salud fue prácticamente nulificado.
En años posteriores se intentó, por lo menos en una ocasión, revisar la recategorización de la marihuana y su posible descriminalización. En el gobierno del presidente Richard Nixon se probó que la marihuana era por lo menos igual de segura que el alcohol, por lo que se propuso su descriminalización. Sin embargo, Nixon tenía dos enemigos en 1972: el sentimiento antiguerra y la población negra. No podía arrestar o criminalizar a ninguno de los dos, pero sí a las drogas que consumían. John Ehrlichman, asistente de Asuntos Internos del presidente Nixon confesó años más tarde: “sabíamos que no podíamos hacer ilegal el estar en contra de la guerra o ser negro, pero al hacer que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y después criminalizando pesadamente las dos, podríamos quebrantar a ambas comunidades. Podríamos así arrestar a sus líderes, saquear sus hogares, interrumpir sus reuniones y difamarlos noche tras noche en las noticias nocturnas. ¿Que si sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas?, por su puesto que sí”.
Entonces la marihuana que consumían abiertamente los hippies y la heroína que consumía la comunidad negra se mantuvieron en la Categoría i, la más estricta de todas. Hasta hace algunos años, en Estados Unidos a nivel federal, sólo el National Institute on Drug Abuse puede conducir estudios científicos con marihuana y tiene estrictamente indicado estudiar sólo los posibles daños, mas no los beneficios.
El caso mexicano
La historia de la prohibición de las drogas en México, incluida la marihuana, ha sido siempre coprotagonista de la de Estados Unidos. Durante la época revolucionaria hubo intento de regularlas, sobre todo los opiáceos. México fue uno de los países que firmó la Convención de la Haya en 1912, cuando Francisco I. Madero era presidente, la cual estipulaba la prohibición de los usos no medicinales del opio y la regulación de su compra y venta.
Entre las primeras posiciones oficiales respecto de las drogas se encuentra la del 5 de julio de 1916, cuando la Comisión de Boticas emitió un dictamen en que establecía cláusulas para regular la venta de narcóticos. Desde entonces, las leyes que prohíben el consumo y tráfico de drogas se vieron prominentemente influenciadas por los intereses de Estados Unidos y por las ideas de Anslinger. Así, la marihuana pasó de ser una droga de uso común a una altamente prohibida y penada, sin haber representado un problema de salud pública en ningún instante.
El 15 de marzo de 1920 se publicó un decreto en el Diario Oficial titulado: “Las disposiciones sobre el cultivo y comercio de productos que degeneran la raza”, el cual estaba claramente inspirado en ideas que aludían a la eugenesia; fue así como México le declaró oficialmente la guerra a las drogas. Posteriormente, con el Acta de impuestos a la marihuana de Anslinger, la criminalización de la marihuana se vería potenciada.
No fue sino hasta 1934 cuando México tomó las riendas en su legislación con respecto de las drogas y se quiso deslindar de los que dictaban las leyes estadounidenses. José Siurob, del Departamento de Seguridad Pública durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, decidió revisar la legislación respecto de los narcóticos, de modo que fue creciendo la idea de descriminalizar la C. sativa (y otras drogas) al igual que a sus consumidores, así como el proponer que el Estado estableciera políticas de prevención y rehabilitación de adictos. Estas ideas se plasmaron en el Reglamento federal de toxicomanías de 1940, entre cuyos puntos más importantes se encuentra el tratar a la persona adicta como a un paciente con una enfermedad y no como a un criminal, de acuerdo con el concepto de justicia de la nación. Inmediatamente después de ser publicado, el gobierno de Estados Unidos lo reprobó y condenó, y llegó a presionar tanto al gobierno cardenista con amenazas, que dicho reglamento quedó derogado y los consumidores de droga volvieron a ser criminalizados. No hubo ningún otro intento de cambiar la legislación sino hasta 2016.
El debate científico
Como se puede apreciar, las legislaciones sobre la marihuana, tanto en Estados Unidos como en México, se han adelantado a los estudios científicos. En ambos casos se tomaron decisiones con información empírica, sin bases científicas estrictas y con ideas eugenésicas y racistas, además de que las políticas prohibicionistas han impedido que se lleven a cabo estudios científicos sobre los efectos medicinales y no medicinales de C. sativa. Las pocas investigaciones que se han hecho con respecto del nivel adictivo de la marihuana han determinado que la probabilidad de convertirse en adicto después del contacto con la droga es de 8.9%. Esta probabilidad es muy inferior comparada con la de la cocaína (20.9%), el alcohol (22.7%) y el tabaco (67.5%) —las dos últimas, drogas legales.
También hay que tomar en cuenta los efectos casi opuestos de los dos cannabinoides más abundantes en C. sativa. Por un lado, el delta9tetrahidrocannabinol perjudica los procesos de aprendizaje de manera aguda, produce efectos casi psicóticos e incrementa la ansiedad. Por el lado contrario, el cannabidiol puede incrementar la capacidad de aprendizaje y presenta cualidades antipsicóticas y ansiolíticas en humanos, además de muchos otros beneficios médicos. Debido a que el delta9tetrahidrocannabinol es el compuesto responsable del high asociado con la droga, los productores se han enfocado en cultivar cepas de la planta con la mayor cantidad posible de delta9tetrahodrocannabinol. Esto sin duda ha cambiado los componentes de la planta y ha sido un factor de variabilidad en los estudios longitudinales que se han realizado: no es la misma marihuana la que se consumía hace cincuenta años que la que se consume hoy día. A nivel mundial, la tendencia indica que las cepas actuales tienen alrededor de 10-15% de delta-9-tetrahidrocannabinol y menos de 0.1% de cannabidiol, aunque la demanda de marihuana medicinal ha cambiado esta tendencia en algunos lugares, como el estado de California.
Los efectos agudos y crónicos del consumo de marihuana son diferentes y diversos. Aunque la marihuana no es tan adictiva como otras drogas, el uso crónico puede llegar a tener efectos nocivos en el cerebro, como discapacidad cognitiva leve y potenciamiento de padecimientos psiquiátricos. Es importante considerar que no se ha reportado hasta ahora ningún caso de sobredosis por marihuana, como comúnmente ocurre con otras drogas. Para muchos consumidores, los beneficios medicinales son mayores que los efectos negativos de la droga, por lo que deciden continuar su consumo, incluso sin ser adictos.
Gracias a los cambios del estatus legal de la marihuana en los Países Bajos, Uruguay, Portugal y algunos estados de Estados Unidos se ha dado cabida a estudios más serios sobre los efectos terapéuticos y fisiológicos de C. sativa. En México, el debate sobre la descriminalización del consumo de la marihuana y la legalización de su uso médico —e incluso recreativo— debe de partir de las evidencias científicas actuales para después ser puestas en un contexto social relevante y tomar en cuenta el derecho de cada mexicano a ejercer su libertad de decisión.
|
|||||||||||
|
Referencias Bibliográficas
Curran, H. Valerie, et al. 2016. “Keep off the grass? Cannabis, cognition and addiction”, en Nature Reviews Neuroscience, vol. 17, núm. 5, pp. 293-306. Lupien, John Craig. 1995. Unraveling an American Dilemma: The Demonization of Marihuana. Tesis, Pepperdine University, Faculty of the Division of Humanities, Estados Unidos. Schievenini, José Domingo. 2012. La prohibición de la marihuana en México, 1920-1940. Tesis, Universidad Autَnoma de Querétaro, Facultad de Filosofيa, México. En la red goo.gl/Vmu83Z goo.gl/lcyiva |
|||||||||||
| Rodrigo Pérez Ortega Instituto de Fisiología Celular Universidad Nacional Autónoma de México. Rodrigo Pérez Ortega es tesista de la licenciatura en investigación biomédica básica de la División de Neurociencias en Instituto de Fisiología Celular de la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es devoto de las neurociencias y disfruta mucho del periodismo científico. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Pérez Ortega, Rodrigo. 2017. La prohibición de la marihuana en Estados Unidos y México, una historia donde la ciencia tuvo poco que ver. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 122-127. [En línea]. |
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||||||
| Rafael Zepeda Hernández, Raúl Silva Santibañez, Silvia Morales Chainé y Raúl Martín del Campo S. |
|||||||||||||||
|
Según el Informe Mundial sobre Drogas 2015, se estima
que 246 millones de personas (una de cada veinte en el planeta) de edades comprendidas entre los quince y sesenta y cuatro años, consumieron drogas ilícitas en 2013. Como lo indica este informe, “la magnitud del problema se hace más evidente si se tiene en cuenta que más de uno de cada diez consumidores de drogas es un consumidor problemático que sufre trastornos ocasionados por el consumo de drogas”. Sin embargo, como lo indica el mismo informe sólo 16.6% de consumidores de drogas problemáticos en el mundo tiene acceso a un tratamiento debido que en muchos países hay un déficit considerable en la prestación de servicios de salud. A nivel nacional, la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas en Estudiantes del año 2015 indica que la marihuana es la droga de principal consumo en esta población. La prevalencia del consumo de esta sustancia alguna vez en la vida alcanza 10.6% de los estudiantes (6.1% en secundaria y 18.1% en bachillerato) y la encuesta da cuenta de 62% del consumo de drogas ilegales y de prescripción médica en esta población. Lo anterior supone un gasto importante para los sistemas de salud pública en lo que respecta a la prevención, el tratamiento y la atención de los trastornos relacionados con el consumo de drogas y sus consecuencias para la salud.
La Organización Mundial de la Salud en 2011 recomendó para consumidores que hacen uso o abuso de alguna sustancia los “programas de intervención breve”, que combinan la identificación temprana de personas en riesgo para el consumo de drogas y la oferta de tratamiento basado en la Teoría del aprendizaje social. Ésta plantea que el consumo de alcohol o drogas son conductas que se aprenden y que pueden ser cambiadas mediante nuevas situaciones de aprendizaje en las cuales los sujetos adquieren un papel activo en el cambio de su consumo de alcohol o cualquier otra droga.
Internacionalmente se ha evaluado la efectividad de las intervenciones breves en el área de las adicciones; por ejemplo, en 2012 Alexandre Fachini y sus colaboradores realizaron un análisis de dieciocho ensayos clínicos en los que incluyeron estudios que utilizaron tres condiciones de tratamiento: 1) el uso de técnicas de entrevista motivacional y retroalimentación personalizada; 2) la intervención breve cara a cara; y 3) la comparación con grupo control o intervención alternativa. Después de un seguimiento de doce meses se mostró una reducción significativa en el consumo de sustancias y los problemas relacionados con el consumo en comparación con los participantes de los grupos control, concluyendo entonces que las llamadas “intervenciones breves” constituyen una estrategia efectiva para la prevención y tratamiento de las adicciones.
En México, en 2010, la investigadora en comportamientos adictivos Kalina Martínez y sus colaboradores evaluaron las intervenciones breves en tres grupos consumidores de alcohol: 1) una intervención breve de cinco sesiones en las cuales se discutieron los costos y beneficios del consumo, se estableció una meta de consumo, se identificaron sus principales situaciones de consumo, se planearon acciones para enfrentarlas, se analizó el impacto del consumo de alcohol en sus metas de vida, se revisó el progreso de los adolescentes en cuanto a la meta elegida y se programaron sesiones de seguimiento; 2) un consejo breve en una sesión individual de noventa minutos, en donde se le entregó al adolescente un folleto con resultados de su evaluación, el joven estableció una meta de cambio en su consumo y se elaboraron estrategias que favorecieran el logro de su meta; y 3) un grupo control en lista de espera.
Cada grupo se evaluó en dos niveles: adolescentes en zonas urbanas y rurales. Los grupos de intervención breve y de consejo breve quedaron finalmente conformados cada uno por veinte adolescentes, de los cuales diez pertenecían a zona rural y diez a zona urbana; y el grupo control se conformó con dieciocho adolescentes (nueve de cada zona). El equipo de investigación de Kalina Martínez encontró que los adolescentes de zonas rurales que recibieron la intervención breve inicialmente consumian un promedio de 44 copas estándar y en los seguimientos a los tres y seis meses su consumo fue de once y cinco copas estándar, respectivamente. Los adolescentes que recibieron el consejo breve presentaron un consumo promedio de alcohol de 45 copas estándar en la línea base, catorce durante el seguimiento a tres meses y de trece copas durante el seguimiento a seis meses. Los adolescentes del grupo control consumieron 45 copas estándar en la línea base, 61 copas en el seguimiento a tres meses y 51 copas estándar en el seguimiento a seis meses. Los autores concluyeron que se observó una reducción del consumo de alcohol en los adolescentes mediante ambas intervenciones, sin diferencias significativas de la zona que habitan con respecto al grupo control.
Por su parte, en 2007, Barragán y colaboradores utilizaron una intervención breve en veinte usuarios de ambos sexos, mayores de dieciocho años, con dependencia al alcohol o drogas. Se evaluaron nueve variables: autoeficacia, precipitadores del consumo, ansiedad, depresión, rehusarse al consumo, solución de problemas, comunicación, satisfacción cotidiana y consumo, antes y después del tratamiento. La intervención incluyó el análisis funcional de las conductas de consumo y alternativa, el muestreo de abstinencia, habilidades para rehusarse al consumo, metas de vida cotidiana, solución de problemas, comunicación, autocontrol de las emociones, consejo marital, habilidades recreativas, búsqueda de empleo y prevención de recaídas. Los resultados indican que dieciocho de los veinte usuarios disminuyeron su cantidad y frecuencia de consumo al orientarse hacia la abstinencia.
El caso de México
A partir de los resultados observados en los estudios mexicanos sobre la efectividad de las intervenciones breves, en el ámbito nacional se consideró la necesidad de diseminar las estrategias y procedimientos que permiten transferir el conocimiento de la práctica basada en la evidencia a los escenarios reales, como lo señala Silvia Morales. En el caso de México se estableció la Red Nacional de Centros de Atención a las Adicciones fundamentada en intervenciones breves; sin embargo, a pesar de la amplia difusión de éstas para la atención a las adicciones, un fenómeno que no ha sido abordado es el de las características asociadas a la deserción de los programas de atención, lo cual podría repercutir de manera considerable en la eficacia de los tratamientos.
La deserción es definida como el hecho de suspender el tratamiento recomendado antes de completarlo. Uno de los factores más consistentemente relacionados con resultados favorables en el tratamiento de las adicciones es la finalización del mismo. Es decir, con la conclusión del tratamiento planeado se observa un mayor porcentaje de usuarios que alcanzan la abstinencia sostenida, bajas tasas de criminalidad, menor número de recaídas y altos niveles de empleo.
Como parte del estudio se ha analizado la encuesta del Sistema de Monitoreo de Tratamientos de Drogas del Reino Unido para comprender los factores que explican los niveles de deserción, en la cual se encontró que las personas con un nivel socioeconómico alto tienen más probabilidades de abandonar el tratamiento que aquellos de nivel bajo, pero que este efecto varía significativamente de acuerdo con la edad del individuo, es decir, mientras menor edad entonces mayor abandono; y se halló también que el resultado se modifica en lo relacionado al tipo de sustancias, ya que entre los usuarios de alcohol existen menos probabilidades de abandonar el tratamiento que entre los usuarios de opiáceos o de estimulantes. En estudios de 2015 se observó que los principales motivos de deserción de un tratamiento de adicciones en adolescentes fueron la interacción antagónica entre los usuarios y el personal de la institución, y las percepciones negativas de los usuarios sobre la conclusión del mismo o la retención de un tratamiento más largo.
En cuanto a características demográficas, el factor más relacionado con la permanencia en el tratamiento es la edad, ya que es significativamente más probable que abandonen el tratamiento los adultos jóvenes (dieciocho a veinticinco años), en comparación con los adultos de mayor edad (veintiseís o más). Esta diferencia es independiente de otras características demográficas, como la severidad del consumo.
En 2013 se revisaron estudios sobre los factores de riesgo asociados a la deserción del tratamiento de adicciones. Se buscó en siete bases de datos (medline, Psychinfo, Embase, eric, Sociological Abstracts, Cochrane e isi Web of Science) y de 3 771 estudios publicados entre los años 1992 y 2013 se seleccionaron 122 mediante criterios de exclusión, como el que la mayoría de la población tuviera una seria condición física, que la institución tomara la decisión de que se deje el tratamiento, que el objetivo fuera reducir la deserción. Esta selección incluyó 199 331 participantes en total, y se concluyó que la mayoría de los factores demográficos son irrelevantes como predictores de deserción, a excepción de la temprana edad; sin embargo se sugiere que los aspectos demográficos se deben tomar en cuenta como factores moderadores. Otros aspectos consistentes fueron la baja alianza terapéutica, la disfunción cognitiva y los trastornos de personalidad antisocial e histriónica. Los autores recomendaron incluir descripciones más exhaustivas de diseños y procedimientos, así como reportar los tamaños de los efectos de manera que sea posible la comparación.
Tomando en cuenta que la finalización del tratamiento se asocia con resultados favorables y que en México poco se sabe sobre los factores asociados a la deserción de las intervenciones breves implementadas, el estudio aquí presentado tuvo como objetivo explorar y describir las características de los usuarios de sustancias adictivas que desertaron de intervenciones breves en centros de atención de la República Mexicana. El fin es ayudar a reconocer a los participantes en diferentes programas de intervención breve que podrían estar en alto riesgo de no obtener los resultados deseados, así como a quienes necesitarían consideraciones adicionales durante su participación en los programas preventivos y evitar así la deserción en la medida de lo posible.
Breve descripción metodológica
Se efectuó un muestreo aleatorio representativo de 2 935 usuarios que desertaron de programas de intervención breve para el consumo de sustancias adictivas en instituciones públicas en Mexico (cuadro 1): 1) Intervención breve para bebedores problema; 2) Programa de intervención breve para adolescentes; 3) Tratamiento breve para usuarios de cocaína; 4) Intervención breve para usuarios de marihuana; 5) Programa de prevención de recaídas; 6) Programa de satisfactores cotidianos; 7) Intervención breve motivacional para fumadores. El promedio de edad de los participantes fue de veintitrés años. Es de destacar que la mayoría (47%) posee un nivel educativo de secundaria, 75% de sexo masculino, 70.3% predominante solteros y 47.8% tenían como actividad principal el estudio. Asimismo, 46.1% de los participantes se encontraban en el Programa de intervención breve para adolescentes, seguido por el de Intervención breve para bebedores problema con 17.5%; el que tenía el menor número era el de Tratamiento breve para usuarios de cocaína, con 3.5% de usuarios.
Como instrumento de estudio se empleó una entrevista de seguimiento del usuario, semiestructurada con cuarenta y dos reactivos organizados en dos secciones: la primera conformada por datos suministrados por el usuario en forma de entrevista (información general; patrón de consumo de alcohol, tabaco o drogas; y preguntas sobre la intervención); la segunda basada en información suministrada por el usuario en forma autoaplicada respecto de la evaluación del tratamiento, cuyo instrumento comprendía reactivos con diferentes opciones de respuesta: dicotómicas (1), con opción múltiple y única respuesta (8), preguntas con opción múltiple y múltiple respuesta (4), opciones tipo Likert (20) y respuesta abierta (9). El estudio fue de tipo exploratorio, descriptivo y transversal, y tuvo cuatro fases: 1) programación en plataforma de las instrucciones para la aplicación del instrumento; 2) selección de los aplicadores; 3) recolección de la información; y 4) análisis de resultados.
En la primera fase se diseñó el módulo de seguimiento mediante la plataforma Moodle, conformado por una breve introducción, descripción del objetivo general, desarrollo de dos temas (antecedentes y forma de aplicación del instrumento) y referencias bibliográficas.
En cuanto a los temas, en la sección de los antecedentes se explicaron las razones de realizar el seguimiento, las propuestas prácticas para llevarlo a cabo, las medidas a obtener, así como las actividades y las recomendaciones a realizar durante el mismo. En la sección de la aplicación se describió la estructura del instrumento, así como las indicaciones generales para la recolección de la información; ahí mismo se propuso un ejercicio de aplicación del instrumento a modo de práctica y un foro donde se comentaron dudas e inquietudes.
La segunda fase consistió en la selección de los aplicadores quienes, una vez ejercitada la aplicación del instrumento, colaboraron con el levantamiento del mismo en sus comunidades, seleccionando participantes de los programa de intervención breve que aparecieran como inconclusos en la base de datos.
La tercera fase consistió en la aplicación del instrumento de seguimiento en una entrevista cara a cara o vía telefónica con los usuarios, cada una de éstas duró dos horas.
La última fase consistió en capturar los datos para el análisis descriptivo mediante un programa estadístico. Como los participantes seleccionados tenían una intervención breve inconclusa fueron clasificados en cuatro grupos según la etapa de deserción: evaluación, intervención, término y seguimiento.
Los más susceptibles de desertar
Existe una relación entre estado civil, sexo, ocupación y nivel escolar de los participantes y la etapa en que dejaron de asistir (cuadro 2). La mayor parte de los que dejó de asistir era soltera y lo hizo en la etapa de intervención (40%), hombres en su mayoría (44.3%). En cuanto a la ocupación, la mayoría era estudiante y dejó el tratamiento en la etapa de término (57.8%), seguidos de quienes tenían un trabajo de tiempo completo pero que abandonaron en la etapa de evaluación (32.3%). Finalmente, por nivel escolar, la mayoría tenía secundaria (25%) y dejaron el tratamiento en la etapa de intervención.
De los participantes que lograron una reinserción escolar, la mayoría (15.4%) dejó de asistir al tratamiento en la etapa de intervención, regresando a sus estudios (cuadro 3); mientras aquellos que consiguieron una reinserción laboral, en su mayoría lo abandonaron en la etapa de intervención (17.1%).
Si tomamos como punto de análisis el tipo de sustancia consumida al momento de la entrevista, existe una mayor proporción de participantes que abandonaron el tratamiento durante la intervención que consumían alcohol, seguida de los que usaban tabaco. No obstante, cabe notar que un alto porcentaje de participantes reportaron no consumir más la sustancia de impacto por la que asistieron al tratamiento en el momento de su deserción, sea cual fuera la etapa (cuadro 4).
Mejorar los programas
Como se puede apreciar, los usuarios de los programas de intervención breve contra las adicciones que desertaron lo han hecho, en un alto porcentaje, al dejar de consumir la sustancia de impacto, y en su gran mayoría eran adolescentes que se iniciaban en el consumo de sustancias psicoactivas. Asimismo, un alto porcentaje de usuarios de alcohol mayores de edad desertaron de los programas durante la intervención. Estos datos muestran que los usuarios que han desertado de los programas de intervención breve se distribuyen de manera similar a como ha sido señalado en otros estudios en el mundo: son usuarios principalmente de nivel secundaria y bachillerato y solteros. En el caso mexicano, de manera particular, los usuarios que no concluyeron el tratamiento resultaron ser estudiantes y trabajadores de tiempo completo.
Así, nuestros datos parecen indicar que, al igual que en el resto del mundo (tal y como lo reportan Beynon, Brorson, SchumanOlivier y colaboradores en diferentes estudios), la deserción es un fenómeno caracterizado por una minoría de edad, es decir, a menor edad, mayor abandono; pero lo está también por una menor escolaridad.
Sin embargo, cabe señalar que no se conoce la manera como estas características sociodemográficas actúan sobre factores como la relación terapeutausuario, la motivación y las expectativas, entre otros. Aparentemente, tanto la condición laboral como la escolar de tiempo completo pudieran estar desempeñando un papel primordial en la toma de decisiones para abandonar un programa de tratamiento, de modo que sería fundamental que nuevos estudios describieran si las características de dichos adolescentes, tales como la motivación para asistir al tratamiento, las expectativas acerca de los resultados del tratamiento, las experiencias positivas reportadas con respecto del personal, así como su propio cese en el consumo, se encuentran asociadas con el seguir o no con el tratamiento.
Los principales motivos de deserción de adolescentes en un tratamiento de adicciones pueden estar relacionados con la alianza entre usuarios y personal de la institución, así como con las percepciones negativas que los adolescentes puedan tener sobre la conclusión del mismo y la permanencia en un tratamiento más largo. Nótese que una mayoría de los participantes desertaron del tratamiento durante la intervención, esto es, una vez superada la fase de evaluación. A partir de esto, surge la necesidad de identificar el papel mediador de las características sociodemográficas sobre factores como la alianza terapéutica, la disfunción cognitiva, la historia de consumo y el propio logro en la meta de tratamiento, a saber: la abstinencia o la reducción del consumo.
Finalmente, los resultados parecen indicar que la deserción de las intervenciones breves estuvo asociada con el hecho de haber regresado a los estudios e inclusive, en un porcentaje importante, con el cese del consumo de drogas. Sin embargo, este estudio exploratorio y descriptivo sólo permite vislumbrar vías de futuras investigaciones sobre los factores motivacionales y las características de consumo que se asocian con el termino del tratamiento por parte de los usuarios, sin la consideración de su conclusión por parte del profesional. Estudios adicionales deberán medir el nivel de dosis oportuna en los procedimientos de cambio conductual que requiere utilizar el profesional para promover en el usuario la recuperación de la abstinencia, para mantenerla e incluso para lograr recobrar un estilo de vida saludable como efecto del consejo y la intervención breve. Queda aún mucho por hacer.
|
|||||||||||||||
|
Referencias Bibliográficas
Barragán, Lydia, et al. 2007. “Modelo integral de satisfacción cotidiana en usuarios dependientes de alcohol y otras drogas”, en Salud Mental, vol. 30, núm. 3, pp. 29-38.
Beynon, Caryl M., Alison M. McMinn y Adam J. Marr. 2008. “Factors predicting drop out from, and retention in, specialist drug treatment services: a case control study in the North West of England”, en BMC Public Health, vol. 8, núm. 149. Brorson, H., et al. 2013. “Drop-out from addiction treatment: a systematic review of risk factors”, en Clinical Psychology Review, vol. 33, núm. 8, pp. 1010–1024. Chen, Gila, et al. 2015. “Why Do Adolescents Drop Out of a Therapeutic Community for People With Drug Addiction?”, en Journal of Child and Adolescent Substance Abuse, vol. 25, núm. 1, pp. 65-77. Echeverría, Leticia, et al. 2005. Manual de detección tem-prana e intervención breve para bebedores problema. unam-conadic, México. Fachini, Alexandre, et al. 2012. “Efficacy of brief alcohol screening intervention for college students (basics): a meta-analysis of randomized controlled trials”, en Substance Abuse Treatment, Prevention and Policy, vol. 7, núm. 40. Martínez, Kalina, et al. 2010. “Evaluación experimental de dos intervenciones breves para la reducción del consumo de alcohol de adolescentes”, en Revista Mexicana de Análisis de la Conducta, vol. 36, núm. 3, pp. 35-53. Morales, Silvia. 2012. “Las habilidades metodológicas y conceptuales en el quehacer cotidiano de la ciencia del comportamiento”, en Revista Mexicana de Investigación en Psicología, vol. 4, núm. 2, pp. 126-129. Schuman-Olivier, Z., et al. 2014. “Emerging adult age status predicts poor buprenorphine treatment retention”, en Journal of Substance Abuse Treatment, vol. 47, núm. 3, pp. 202–212. Zepeda, Rafael. 2016. Características sociodemográficas en la deserción de las intervenciones breves contra las adicciones. Tesis, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Psicología, México. EN LA RED goo.gl/P5OQy3 goo.gl/SBcvdZ |
|||||||||||||||
| Rafael Zepeda Hernández Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. Es licenciado en psicología por la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM. Llevó a cabo intervenciones breves contra las adicciones desde el enfoque cognitivo-conductual y ha impartido talleres en el Centro de Prevención en Adicciones Dr. Héctor Ayala Velázquez. Está por obtener el grado de maestro en el Programa de Maestría con Residencia en Psicología de las Adicciones. Actualmente colabora en la Coordinación de Centros de Formación para la Atención e Investigación en Psicología de la Facultad de Psicología de la unam. Raúl Ávila Santibañez Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor titular c de tiempo completo definitivo en la Facultad de Psicología de la UNAM. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, nivel I. En sus treinta y cinco años de antigüedad ha impartido más de trescientos cursos de licenciatura, maestría y doctorado. Es conferencista en congresos nacionales e internacionales. Silvia Morales Chainé Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. Es licenciada en sicología por la UNAM y sus estudios de maestría los hizo en psicología de las adicciones y los del doctorado en el análisis experimental del comportamiento. Es la responsable académica de la maestría en Psicología de las Adicciones, de la Especialización en Promoción de la Salud y prevención del comportamiento Adictivo y Coordinadora de Centros de Formación para la atención e investigación en Psicología de la misma Facultad. Ha participado en conferencias binacionales México-Estados Unidos por la Oficina del Control Nacional de drogas de la presidencia de los Estados Unidos. Es miembro del sni, nivel i. Sus líneas de investigación son el proceso de entrenamiento de recursos humanos en estrategias metodológicas-conceptuales, de la impulsividad y la propensión al riesgo en usuarios de marihuana, cocaína y tabaco y las prácticas de crianza para el cambio conductual en niños. Raúl Martín del Campo Sánchez Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. Es licenciado en psicología por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Realizó su maestría en psicología de la salud con residencia en Psicología de las adicciones en la unam. Cuenta con dieciocho años de experiencia en prevención y tratamiento de adicciones. Ha laborado en el conadic. Participó en el desarrollo inicial del Modelo de los Centros de Atención Primaria a las Adicciones. De 2007 a 2011 fundó y dirigió el Instituto Mexiquense contra las Adicciones. También participó con la Universidad de Texas y la Universidad Johns Hopkins en diversas investigaciones relacionadas con el diagnóstico epidemiológico del consumo de sustancias adictivas en el Estado de México. Actualmente funge como Director General en la Comisión Nacional contra las Adicciones. |
|||||||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Zepeda Hernánez, Rafael, Raúl Ávila Santibañez, Silvia Morales Chainé y Raúl Martín del Campo Sánchez. 2017. Las dificultades en el tratamiento de la adicción a las drogas. Aspectos sociodemográficos del abandono de las terapias. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 90-99. [En línea].
|
|||||||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Simón Brailowsky† |
|||||||||||
|
En México, el principal problema de abuso de drogas
es el de los inhalantes. Se encuentra en el ámbito laboral, lo cual no es nada trivial, pues implica a miles de trabajadores de la industria petrolera, la química, las imprentas, las gasolineras, a los pintores, carpinteros, zapateros, etcétera, pero de manera preocupante es un problema que adquiere características dramáticas en la población más afectada, la de niños y jóvenes, la vasta mayoría de clases desfavorecidas. Independientemente del país o continente donde se haya realizado el estudio, las conclusiones apuntan siempre hacia la misma dirección: el origen más probable del inhalador es de las clases marginadas, aquellas donde la pobreza, la falta de educación y de oportunidades es endémica, allí donde las familias se encuentran desmembradas o inexistentes, allí donde la solidaridad es más bien complicidad con otros que corren la misma suerte. El término inhalantes se refiere al grupo de sustancias psicoactivas que se definen más por su modo de administración que por su mecanismo de acción o farmacología. Excluyendo a otras sustancias que también se inhalan como el tabaco, la mariguana, el opio o la cocaína, aquí se incluye más bien a un grupo de sustancias volátiles (esto quiere decir que su punto de ebullición es bajo, o en otras palabras, “hierven” a temperatura ambiente) que se utilizan para alterar el estado mental y que rara vez se administran por otra vía que no sea la inhalación.
De acuerdo con esta definición se han establecido varias categorías de sustancias: a) gases anestésicos de uso médico: éter, cloroformo, halotano, óxido nitroso; b) solventes industriales o domésticos, incluyendo los adelgazadores (thinners) de pintura o solventes, los desengrasadores y los solventes de los pegamentos; c) los solventes contenidos en artículos de papelería o de arte, como los líquidos correctores o los solventes de los plumones; d) gases usados en la casa o la industria, como el gas para encendedores, los sprays de crema batida o los usados para limpiar circuitos electrónicos o los gases para rellenar refrigeradores; e) los aerosoles domésticos para aplicar pintura, fijadores para el cabello, protectores de tela, etcétera; y f) los nitritos alifáticos (medicamentos vasodilatadores). En el cuadro 1 se indican los principales agentes inhalantes y las sustancias que contienen.
Uno de los grandes problemas de los inhalantes es que se encuentran en numerosos productos para el hogar, la escuela, la industria, las papelerías, las tlapalerías, etcétera, y que se pueden adquirir fácilmente, legalmente (aunque la legislación al respecto está cambiando) y son relativamente baratos. Como muchas otras sustancias, la motivación para su uso cambia de acuerdo con el grupo social que las utiliza: ya sea para combatir el aburrimiento en las clases acomodadas, o para quitar el hambre, entre las clases desposeídas. Por supuesto, no podemos eliminar el componente placentero en todas ellas, indicando que el sustrato sobre el cual actúan —el sistema nervioso— es similar en todos los individuos. Efectos tóxicos
A pesar de la multiplicidad de inhalantes, no todos ellos tienen los mismos efectos, particularmente en lo que se refiere a su toxicidad: algunos solventes son tóxicos para el hígado (clorohidrocarburos), otros para el riñón (tolueno), otros para los nervios periféricos (hexano), otros para la sangre (benzeno) y otros para el sistema nervioso (tolueno). Por ello, es preciso distinguirlos e identificar al agente responsable del cuadro de abuso.
No sabemos aún cómo actúan estas sustancias. Sus características fisicoquímicas, particularmente las de alta solubilidad en grasas y pequeño tamaño, hacen que después de inhaladas se distribuyan ampliamente en todo el cuerpo y atraviesen las membranas de todo tipo de células. No existen pruebas de que actúen con receptores específicos, sino más bien con varios tipos de ellos.
El efecto agudo de la intoxicación con solventes es semejante a una borrachera: el sujeto muestra una excitación inicial que se convierte en desinhibición, con una sensación de ligereza, euforia y agitación. Cuando la dosis aumenta se puede observar ataxia, disminución de los reflejos, mareo y desorientación. En casos de intoxicación severa se produce debilidad muscular, alteraciones del lenguaje, nistagmus (los ojos oscilan en forma involuntaria), delirio y ocasionalmente alucinaciones con conductas francamente alteradas. Algunas horas después, el sujeto puede despertarse con una especie de “cruda”: dolor de cabeza, letargo, incoordinación muscular, desorientación, etcétera.
El cuadro dependerá del solvente en particular, aunque frecuentemente los sujetos se administran mezclas de ellos, que hace casi imposible adjudicar la intoxicación a un solo agente. Esta interacción de solventes es significativa, no sólo porque la mezcla puede dar efectos mayores que los producidos por las sustancias aisladas, sino también porque pueden producirse metabolitos activos o cuya presencia potencie a otros. Por ejemplo, el hexano produce dos metabolitos: la metilbutilcetona y la metiletilcetona. Sola, esta última no es tóxica, pero combinada con la metilbutilcetona o el hexano mismo potencia el efecto de aquéllos.
A pesar de que los inhalantes no produzcan tolerancia o dependencia física, sí causan una amplia variedad de efectos tóxicos. En general, y a nivel neurológico, éstos son de carácter difuso en sus manifestaciones, no muestran alteraciones focales, de manera que pueden confundirse con trastornos metabólicos, degenerativos, nutricionales o desmielinizantes, que también son difusos. Además, el daño es difícil de detectar, aun con las técnicas modernas de imagenología, como la tomografía computarizada, estudios electrofisiológicos de conducción nerviosa o resonancia magnética nuclear.
Los efectos asociados, sea a la intoxicación aguda severa o a la crónica leve con solventes orgánicos, son en general reversibles. Los daños graves e irreversibles ocurren usualmente en casos de intoxicación severa (concentraciones de varios cientos de veces más altas que las existentes en un medio laboral) que se da durante largo tiempo, condiciones que sólo se presentan en el contexto del abuso de drogas. Algunas de las manifestaciones del daño neurológico pueden ser parcialmente reversibles cuando se suspende la inhalación y éstas concluyen al interrumpir la administración. Es decir, si el sujeto deja de inhalar, la toxicidad se interrumpe y no avanza más.
Los principales síndromes neurológicos producidos por los solventes orgánicos son los siguientes: a) encefalopatía: aguda o crónica, dependiendo del nivel y tiempo del consumo; b) ataxia cerebelosa: manifestada básicamente por trastornos del equilibrio y de los movimientos oculares; c) neuropatía periférica: los nervios de las extremidades degeneran a partir de la periferia, en dirección del centro (axonopatía distal); se observa pérdida de la sensibilidad, sin dolor; d) neuropatía craneal: con afectación de los nervios trigémino y facial; e) parkinsonismo; f) pérdida de visión (neuropatía óptica); g) alteraciones multifocales: demencia, ataxia, espasticidad, disfunción de estructuras del tallo cerebral, etcétera.
La gravedad de estas alteraciones dependerá, como ya dijimos, de la intensidad del abuso, es decir: 1) el tiempo que se lleva inhalando, 2) el o los solventes utilizados, y 3) la dosis (frecuencia y cantidad) del inhalante. El pronóstico de recuperación depende directamente de la gravedad del déficit neurológico hasta el momento de la suspensión del solvente. En casos severos, la recuperación puede tomar varios años.
Mucho se ha discutido si la exposición ocupacional crónica (varios años) a solventes orgánicos produce o no daños irreversibles. Se ha alegado que esta toxicidad sólo se ha reportado en países escandinavos, donde existe un seguro de empleo para estos casos y se reconoce como riesgo profesional, por lo que se argumenta que se ha exagerado este diagnóstico. Al cuadro se le ha llamado síndrome psicoorgánico e incluye: cambios en la personalidad, pérdida de la memoria, fatiga, depresión, pérdida del interés en las actividades diarias, dolores de cabeza, insomnio, dificultad para concentrarse y pérdida de la iniciativa. Otros autores opinan que no existen pruebas que demuestren la irreversibilidad de los daños neurotóxicos, sean centrales o periféricos. Lo que no puede negarse es que el obrero que trabaja en un ambiente donde los solventes orgánicos están presentes continuamente es más susceptible de caer en el abuso que individuos que no están expuestos a estas sustancias.
Veamos ahora los problemas asociados a los solventes principales. Habíamos mencionado algunos de los problemas tóxicos ligados al hexano y su metabolito activo, la metilbutilcetona, consistentes generalmente en daño a nervios periféricos (polineuropatía periférica). Los reportes de alteraciones del sistema nervioso central, aunque existentes, son más raros. El hexano se utiliza frecuentemente en la impresión de productos laminados, la extracción de aceites vegetales, como disolvente en la manufactura de plásticos y hules, en el terminado de muebles, como solvente en laboratorios de bioquímica y como solvente para pegamentos y adhesivos.
El tolueno es uno de los solventes más frecuentemente utilizados. Se emplea como adelgazador de pintura o lacas, como agente limpiador y secador en la industria del hule y de la madera, así como en la industria química y del petróleo. Es uno de los principales componentes de lacas, pinturas, pegamentos, adhesivos, tintas y líquidos limpiadores. De todos los solventes, el tolueno exhibe el mayor potencial de abuso.
En 1961 se reportó el primer paciente con alteraciones neurológicas persistentes por la inhalación crónica de tolueno; desde entonces, estos reportes se han multiplicado. Entre los problemas detectados más frecuentes están: las disfunciones cognoscitivas, ataxia cerebelosa, neuropatía óptica, pérdida de la audición, alteraciones del equilibrio, etcétera. Estos cuadros indican que el sistema nervioso central es particularmente vulnerable a los efectos tóxicos del tolueno.
Algunos autores opinan que la mayoría de estas alteraciones son reversibles, pero dependen de la población estudiada y los factores de riesgo que ésta presenta. Las consecuencias a largo plazo del abuso de solventes no son las mismas en una población que se nutre adecuadamente y que no padece otras patologías a la que padece desnutrición crónica y se encuentra sujeta a constantes infecciones gastrointestinales o respiratorias crónicas, además del abuso frecuente de otras drogas.
Los estudios electrofisiológicos, en particular el análisis de los potenciales auditivos provocados del tallo cerebral (el registro de la respuesta eléctrica a la estimulación auditiva), parecen ser más sensibles para detectar daño orgánico en estos sujetos. Los estudios tomográficos o de resonancia magnética nuclear no han identificado de manera consistente los sitios del daño neurológico.
El tricloroetileno es un solvente orgánico utilizado extensamente para desgrasar metales, extraer aceites y grasas de productos vegetales, limpiar lentes de óptica y placas fotográficas, en pinturas y esmaltes, para lavado en seco, y como adhesivo en la industria del cuero. El peligro de utilizar este solvente se conoce desde hace más de cincuenta años; a pesar de ello, se utilizó durante algún tiempo como anestésico general, pero pronto se sustituyó por agentes más potentes para este fin. La principal manifestación neurológica de su toxicidad es la neuropatía trigeminal, empezando con zonas de pérdida de sensación alrededor de los labios, y progresando hacia el resto de la cara. Se piensa que mucha de la neurotoxicidad del tricloroetileno se debe a uno de sus productos de descomposición, el dicloroacetileno.
El cloruro de metileno es otro solvente que se usa mucho para despintar, y desgrasar, en la manufactura de película fotográfica, como acarreador de pinturas en aerosol, en la industria textil y de plásticos y para la extracción de grasas y aceites esenciales. El problema neurotoxicológico de este fármaco ocurre básicamente en un contexto de abuso, más que laboral. Como para otros solventes, el cloruro de metileno a altas concentraciones tiene propiedades depresoras del sistema nervioso central, que pueden llegar rápidamente a la inconsciencia y la muerte. Como esta droga se metaboliza hacia monóxido de carbono, existe también el riesgo de alteraciones cerebrales por falta de oxígeno. En general, los efectos de la exposición a niveles intermedios de solventes pueden ser reversibles.
El tricloroetano se utiliza ampliamente en la industria para desgrasar y, aunque se han reportado casos de intoxicación que se asemejan a estados de asfixia cerebral, se le considera menos peligroso que los demás.
Otros órganos afectados
A pesar de que los inhalantes manifiestan su toxicidad más aparente a nivel del sistema nervioso, también otros órganos pueden verse afectados. Se han reportado varios casos de daño renal debido a abuso de solventes que han requerido hospitalización y estas alteraciones se han repetido cada vez que los sujetos retornaban al abuso de estas drogas. El equilibrio hidroelectrolítico se modifica, con acidosis metabólica por hiperdoremia (demasiado cloro en la sangre), hipocalemia e hipocalcemia (disminuye el potasio y el calcio). También se han identificado casos de glomerulonefritis (inflamación y daño renal) en obreros que usan solventes. Los casos de trastornos renales en mujeres embarazadas que abusan de los solventes pueden ser particularmente difíciles de tratar.
En lo relativo al hígado, se sabe desde hace años que los clorohidrocarburos (tricloroetileno, cloroformo, halotano) pueden dañar este órgano —y también el riñón— produciendo hepatitis e incluso cáncer.
Muchas de las muertes causadas por sobredosis con inhalantes ocurren por alteraciones cardíacas, en particular fibrilación ventricular y paro cardíaco. Los fluorocarbonos pueden producir alteraciones del ritmo cardíaco (arritmias), potencialmente peligrosas. En sujetos sensibles, el ejercicio y la adrenalina pueden exacerbar estos problemas.
A nivel de la sangre, algunos solventes pueden aumentar peligrosamente los niveles de carboxihemoglobina, forma anormal de hemoglobina, que es incapaz de transportar oxígeno. El benceno que se haya en el thinner, removedores de barniz y en algunas gasolinas puede producir anemia y leucemia aguda.
Aunque no pertenezcan estrictamente al grupo de los solventes, mencionemos brevemente el grupo de los nitritos volátiles, el nitrito de amilo y el nitrito de butilo. Se trata de potentes vasodilatadores que se usaron mucho tiempo en casos de angina de pecho (cardiopatía isquémica) para tratar las crisis cardíacas. Ya no se usan para este fin porque existen otros vasodilatadores de administración y control más adecuados. Su indicación actual es sólo en algunos exámenes de laboratorio o en intoxicaciones por cianuro. Estas sustancias han sido objeto de abuso con fines sexuales, buscando su efecto vasodilatador, dado a través de la relajación del músculo liso. Son ampolletas que el usuario rompe para inhalar su contenido, buscando el momento próximo al orgasmo.
Los nitritos producen dependencia no sólo por estos efectos, sino también porque reducen las sensaciones de fatiga, molestia y depresión. Además de este peligro, la toxicidad de los nitritos se manifiesta peligrosamente en la sangre, donde aumenta la cantidad de metahemoglobina, otra hemoglobina incapaz de acarrear oxígeno. Los nitritos usados en condiciones de cardiópata pueden ser fatales.
Los fenómenos tóxicos descritos hasta aquí no son los únicos, e incluso podrían representar sólo una mínima parte de la patología asociada al abuso de solventes. En ocasiones, el método científico “clásico” de tratar de aislar las variables para poder estudiarlas da resultados que tienen poco que ver con los fenómenos naturales, y particularmente con los sociales, que se quiere, en última instancia, explicar. El caso del sujeto que abusa de los solventes es ilustrativo. En nuestro medio urbano, está representado por el joven, o hasta niño, que vive en la calle, que se gana la vida como puede, que está subalimentado, que ha padecido infecciones de todo tipo y continuamente, y que además consume alcohol, marihuana o lo que se le presenta. ¿Cómo distinguir la patología producida por esta compleja combinación de drogas y circunstancias (es decir, las variables)?
Lo único que podemos decir hasta ahora es que los estudios controlados han mostrado pruebas claras del daño orgánico producido por los inhalantes y esto nos indica los peligros mínimos de los solventes. El hecho de consumirlos en las condiciones que mencionábamos agrava estos daños.
El abuso
Aquí también habría que incluir el “abuso de contaminantes atmosféricos” que los habitantes de las grandes ciudades, y en primer lugar de Ciudad de México, practican todos los días. Decimos abuso por las cantidades que estos citadinos se autoadministran diariamente, y son claramente excesivas. Por supuesto, existen diferencias fundamentales que excluyen esto de la clasificación de “adicción”, y es que dicha autoadministración es completamente involuntaria, que no induce efectos placenteros y que tampoco ayuda a “escapar de la realidad” (nadie se escapa, sólo se cambia). A menos de portar una escafandra y tanques de oxígeno, nadie la puede evitar. No podemos tratar aquí el problema de la toxicidad del esmog; preferimos dejarlo a un ecólogo o científico social.
El caso del abuso de drogas que se pueden adquirir libremente en cualquier farmacia o supermercado tampoco puede ser analizado en detalle aquí. Sí debemos mencionar que existe, que está aumentando, que se produce con todo tipo de fármacos: analgésicos, antiácidos, vitaminas, etcétera, y que es un problema de educación de la población, de toxicidad frecuente, así como de regulación sanitaria.
El elemento fundamental es la voluntad del sujeto, su motivación y convencimiento para tratarse. Esto no puede lograrse sin que reconozca su problema. Mientras crea que éste se encuentra fuera de él, mientras piense que sólo le sucede a otros, la rehabilitación no podrá iniciarse.
Fuera de los procedimientos utilizados en casos de intoxicación aguda, existen varios enfoques para tratar de evitar, primero los síndromes de abstinencia, y después, las recaídas. Algunos de ellos utilizan la misma droga a dosis decrecientes u otras drogas, sea para evitar la aparición de un síndrome de abstinencia, o para el alivio sintomático de la supresión: analgésicos, sedantes, ansiolíticos, etcétera.
Otros tratamientos se centran en procedimientos conductuales, como el condicionamiento, el reforzamiento positivo o negativo, la psicoterapia (individual o de grupo), etcétera. Existen instancias gubernamentales que pueden ayudar al adicto que busca rehabilitarse.
|
|||||||||||
| Nota El texto que aquí aparece se extrajo del libro Las sustancias de los sueños: neuropsicofarmacología de Simón Brailowsky. Fondo de cultura económica, México. 1995. |
|||||||||||
| Simón Brailowsky† (1948-1998) Instituto de Fisiología Celular, Universidad Nacional Autónoma de México. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Brailowsky†, Simón. 2017. Solventes e inhalantes. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 78-85. [En línea].
|
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Fany Pineda Miranda |
|||||||||||
|
El uso recreativo y medicinal de sustancias psicoactivas
ilegales, como la marihuana, es un tema que en los últimos meses ha sido muy recurrente. Actualmente se busca un cambio que vaya de la perspectiva punitiva que vivimos a una de salud que lleve a la resolución de tal problemática. La idea es dejar de lado la estigmatización y criminalización de las personas usuarias de sustancias ilegales para lograr integrarlos al sistema de salud. El Programa de análisis de sustancias es una herramienta de reducción de riesgos y daños para que las personas usuarias tengan consumos menos riesgosos, que está basado en el respeto a los derechos humanos y provee información fundamentada en evidencia científica que ayuda a la mejora de la salud sin necesidad de dejar el consumo. Los estudios etnológicos demuestran que el consumo de sustancias psicoactivas data de hace millones de años en diferentes pueblos del mundo. Antiguamente se ingerían productos vegetales, como el peyote, que son capaces de provocar cambios psicológicos y sensoriales debido a los alcaloides contenidos en las plantas y sus raíces, en su mayoría usados para efectos medicinales y como un acercamiento a los dioses. Además, ciertas sustancias han sido una fuente de nutrición, contra el hambre, para recuperarse de la fatiga o para reponer neurotransmisores en situaciones de escasez de comida, para viajar largas distancias o mantenerse en buen estado.
Los principios activos de distintas especies vegetales tienen semejanzas estructurales con los neurotransmisores humanos (serotonina, dopamina, norepinefrina, acetilcolina, histamina, etcétera), las cuales explican sus efectos en el cerebro y la mente. Las plantas psicoactivas no han cambiado; sin embargo, las prácticas de uso sí. A lo largo de la historia se han desarrollado diferentes químicos miméticos y análogos —con similares efectos en el sistema nervioso central— que actualmente se venden sin importar las restricciones políticas.
Como parte del sistema económico en el cual vivimos, la popularización del uso de drogas en el mercado aumentó los índices de consumo de sustancias psicoactivas, convirtiéndose así en parte de la relación entre las personas y las plantas o sustancias. Sin embargo, éstos han sido tomados como motivos para crear campañas antidrogas basadas en prejuicios y estigmas hacia ciertos grupos poblacionales por motivos étnicos y raciales. La prohibición de las drogas se mostró como una efectiva estrategia de control social, racial, económico y geopolítico. Cuando esta línea política llegó a la Organización de las Naciones Unidas, se estableció el sistema internacional de fiscalización que hoy día delimita el marco legal internacional en la implementación mundial de la prohibición. Ante la dificultad de establecer una prohibición sobre prácticas culturales y sociales arraigadas se declaró la guerra contra las drogas, como la llamó Nixon en 1971.
Estigmatización
En general, las personas piensan que las sustancias psicoactivas legales tienen un menor potencial de riesgo que las ilegales, pero no es así, de hecho son sustancias potencialmente más dañinas y más consumidas. La legalidad y la información insuficiente de los daños y los efectos de las sustancias favorece el que la sociedad estigmatice tanto las sustancias ilegales como a las personas usuarias.
La estigmatización, la criminalización, la falta de evaluación de la problemática, el no proceder acorde con lineamientos internacionales y nacionales ocasionan que la impartición de los servicio de salud se base, algunas ocasiones, en protocolos rígidos que afectan su efectividad, ya que no proporcionan el tipo de atención acorde con el nivel de severidad de las necesidades particulares de cada problemática. Esto genera que se corra el riesgo de impartir un tratamiento de menor o mayor intensidad a la que se requiere, perdiéndose entonces efectividad terapéutica; afectándose la recuperación y el fortalecimiento y mantenimiento de la abstinencia debido a que se obstaculiza la reinserción social y la rehabilitación en diferentes áreas del funcionamiento integral de la persona usuaria.
Abordar el consumo de sustancias psicoactivas con una filosofía de reducción de riesgos y daños permite tratar las drogas de una manera neutral, y ayuda a determinar cuál es la relación de la persona con la sustancia para desarrollar formas y estrategias de reducción de los impactos negativos derivados de las prácticas de uso y de las dinámicas socioculturales o, incluso, en caso de necesitarse y solicitarse, de apoyo en la interrupción del uso. Esta estrategia busca dotar a la sociedad de información de calidad que ayude a educar y tomar una mejor decisión al hacer uso de sustancias psicoactivas. El respeto a los derechos humanos es fundamental para enfrentar la realidad del consumo, pues las personas usuarias se sienten respetadas y esto puede acercarlos al sistema de salud.
La reducción de riesgos y daños parte del principio de que no todo uso es abuso. Por ejemplo, una persona que consume ocasionalmente alcohol, la cual podría definirse como bebedor social, no necesariamente tiene un problema con el uso de alcohol. Por este motivo se hace referencia a las diferentes facetas de consumo que se mueven en un continuo de prácticas de uso: abstinente, uso experimental, uso ocasional, uso habitual (repetido) y dependencia. Las personas suelen transitar entre éstas sin necesariamente presentar una problemática física o social, por lo que es necesario educar e informar a las personas usuarias para así dotarles de herramientas y evitar que se desarrolle un uso problemático o dependiente con prácticas riesgosas y dañinas para la sociedad y el usuario mismo.
Según la Encuesta Nacional de Adicciones de 2011, el alcohol es la sustancia más consumida, pero el consumo de sustancias ilegales ha aumentado y los adolescentes las utilizan cada vez más. La perspectiva prohibicionista en la que se busca la asepsia psicoactiva por medio de argumentos científicos insuficientes y con tintes morales no ha disminuido la prevalencia en el consumo ni ha frenado el incremento de la dependencia.
Para mejorar la salud de las personas usuarias de sustancias psicoactivas, en específico de aquellas que son ilegales, es fundamental cambiar la óptica, abordando el fenómeno desde un enfoque de salud pública y ofrecer alternativas con una perspectiva humanista, progresista, basada en el respeto a los derechos humanos y partiendo de la premisa de que el uso de sustancias psicoactivas existió, ha existido y existirá.
La ilegalidad ha provocado un letargo en la investigación científica por ejemplo los prejuicios disfrazados de conceptos científicos y la carga moral que ha orientado las políticas públicas no permiten generar información científica acerca de las nuevas sustancias psicoactivas, aun cuando existe un alto consumo de éstas. La creencia de que el consumo debe ser castigado ha afectado en una baja calidad de los casi nulos programas de salud que estén apegados a la realidad del consumo de sustancias, lo que es un riesgo significativo para las y los consumidores, ya que no existen acceso a otras opciones de salud.
Además, la ilegalidad de las sustancias aumenta el riesgo para la persona usuaria porque no existe control de calidad en la manufactura y en la mayoría de los casos las personas no saben realmente qué sustancia están comprando y es difícil conseguir algún tipo de asesoría o información dirigida los usuarios.
Un ejemplo reciente de las malas políticas frente al surgimiento de nuevas sustancias psicoactivas es lo sucedido en Costa Salguero, Buenos Aires, Argentina, donde en un festival de música se reportó la intoxicación de diez personas por consumo de “drogas de diseño” similares al éxtasis y algunos fueron internados por quemaduras internas (producto de altísimos estados febriles). El saldo fueron cinco jóvenes muertos y cinco hospitalizados a causa de la sustitución y adulteración de sustancias psicoactivas en el mercado clandestino. Los hospitales y clínicas de salud y su personal no están capacitados para atender en forma diferenciada a las personas que han hecho uso de sustancias psicoactivas, además de que en la mayoría de los países el procedimiento es primeramente notificar a la policía.
Al respecto, el Consejo Municipal de Rosario, Argentina, aprobó por unanimidad un decreto que recomienda poner en marcha estrategias de intervención para la reducción de daños por el consumo de drogas en las fiestas electrónicas, como son el análisis químico de pastillas para confirmar las sustancias que contiene la muestra que se va a consumir y descartar alguna sustancia más tóxica (es el caso de la pastilla conocida con el nombre de Superman, probable causante de las intoxicaciones en Costa Salguero, que ha sido rastreada en varios accidentes letales que involucran el consumo de sustancias psicoactivas). Este tipo de herramientas de reducción de riesgos y daños ya se implementan actualmente en países como Colombia, España y México, en donde se está probando el Programa de análisis de sustancias.
Una alternativa al modelo de prohibición
El Programa de análisis de sustancias ofrece una alternativa al modelo de prohibición, abstención y guerra contra las drogas como únicas estrategias para enfrentar su uso, y está basado en reconocer las diversas realidades del uso de plantas y sustancias ilícitas, buscando reducir los riesgos y daños del consumo, dotando a las personas usuarias de información sobre el contenido de las sustancias. Es un servicio gratuito, confidencial y libre de prejuicios, que no exige la interrupción del uso y constituye una estrategia innovadora que busca mejorar la salud con información que ayude a modificar los hábitos de consumo, volviéndolos menos riesgosos y disminuyendo los daños en cada consumo. Las personas usuarias difícilmente tienen contacto con algún sistema de salud y estos servicios suelen estar condicionados al cese del consumo. El Programa de análisis de sustancias no pide la interrupción del uso como requisito para brindar atención y provee a las personas usuarias de información neutral y basada en evidencia científica que las ayuda a la toma de decisiones para mejorar su calidad de vida.
Se trata, en el fondo, de una estrategia de prevención y reducción de riesgos y daños implementada por un equipo profesional de asesores que cuentan con un amplio conocimiento de efectos y riesgos de las sustancias psicoactivas, quienes ofrecen un asesoramiento en forma personalizada y adaptada a los intereses y objetivos de la persona que lo solicita. La orientación tiene una perspectiva de respeto a los derechos humanos, empatía y comprensión, además de la aceptación de la persona y su consumo, respetando su autonomía, así como la legitimidad de sus decisiones y deseos personales. La intervención se da en un ambiente entre pares, ya sea en un lugar fijo o en espacios de consumo como festivales y conciertos.
La intervención en festivales de música in situ consta de: 1) infostand, que es un espacio donde se exponen materiales con información objetiva basada en evidencia científica de dieciocho sustancias psicoactivas diferentes, sin tintes morales o paternalistas; a éstos se suman las guías legales para personas usuarias de drogas, condones, lubricantes y popotes para esnifar. Todo el material se entrega sin condiciones y de forma gratuita; 2) una mesa de análisis, en donde se recibe a las personas usuarias que buscan información sobre la sustancia que están por consumir y se analiza químicamente su muestra para determinar la sustancia preponderante. Se les explica el procedimiento de análisis de la sustancia y las formas de uso. La sustancia es analizada frente a la persona usuaria y los resultados son explicados a detalle. En caso de que el resultado sea negativo, es decir, que la sustancia no sea la esperada o deseada, la persona usuaria tiene la opción de desechar la sustancia evitando correr riesgos innecesarios. Sea positivo o negativo el resultado, al finalizar el análisis se ofrece a la persona usuaria información sobre sustancias psicoactivas y las diferencias en cuanto a efectos, así como riesgos y daños asociados a cada una. En esta mesa se realiza el análisis colorimétrico, el cual consiste en la aplicación de tres reactivos (mandelin, mecke y marquis) que cambian de color al entrar en contacto con la sustancia. El resultado es cualitativo y ayuda a determinar presencia o ausencia de sustancias psicoactivas en función de la cadena de reacciones que haya resultado; y 3) un análisis de cocaína con una prueba semicuantitativa que determina si hay cocaína en la muestra; si la hay entonces la capa inferior de cloroformo se volverá de un color azul intenso. Asimismo, se hace un análisis en laboratorio llamado cromatografía en capa fina, una técnica cualitativa que ayuda a determinar exactamente qué sustancias contiene la muestra analizada, los compuestos derivados, diluyentes y adulterantes, lo cual permite apreciar la gama de sustancias de las que está compuesta la muestra; y 4) una “zona de aterrizaje”, esto es, un espacio que cuenta con lugares cómodos para recostarse, esencias frutales, agua, comida y algunos instrumentos musicales. Aquí se reciben a personas que tienen comportamientos que pongan en peligro a las y los asistentes o que tengan algún “mal viaje”.
El Programa de análisis de sustancias lo conforma un grupo de expertos de tres organizaciones civiles: Colectivo por una política integral hacia las drogas, Reverdeser colectivo y Espolea. Son organizaciones de la sociedad civil que trabajan en el marco de un convenio con la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y el Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones con el fin de implementar una estrategia de reducción de riesgos y daños dirigida a personas usuarias de sustancias psicoactivas con una perspectiva de derechos humanos, basada en información científica y objetiva que ayude a empoderarlos para la toma de decisiones.
A lo largo de dos años y medio de trabajo se ha hecho incidencia en diez festivales de música en la ciudad de México y zonas conurbadas, impactando aproximadamente 8 000 asistentes con panfletos de información, condones, frutas y agua en forma gratuita. El promedio de edad de los usuarios del servicio del Programa de análisis de sustancias es de 26.5 años, 70% son hombres y 30% mujeres. Se han realizado cientos de análisis colorimétricos, tanto en laboratorio como in situ en festivales de música, raves y eventos culturales que arrojan resultados alarmantes: se ha encontrado que entre 40 y 60% de las muestras analizadas están adulteradas, incluso se han encontrado muestras que no se logran identificar con la técnica de análisis con colorimétricos, por lo que podrían ser nuevas sustancias psicoactivas. Asimismo, en los resultados de análisis de cromatografía en capa fina hay porcentajes de adulteración de hasta 80% en las muestras analizadas.
El Programa de análisis de sustancias forma parte de una red internacional de reducción de riesgos y daños y ha presentado sus resultados por dos años consecutivos en el Congreso Historia y Práctica de las Drogas en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (20142015), en la Reform Conference organizada por Drug Policy Alliance (2015), en el Diplomado de Política de Drogas Salud y Derechos Humanos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (2016), y en la Universidad de Harvard, en la carrera de salud pública (2016).
|
|||||||||||
|
Referencias Bibliográficas
Carrascoza, César A. (coord.). 2013. Aspectos culturales, sociales y preventivos de las adicciones en México. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México. Hawks, David, Katie Scott y Myanda McBride. 2002. Prevention of Psychoactive Substance Use: a Selected Review of What Works in the Area of Prevention. World Health Organization, Ginebra. Montané, E., M. Duran y A. Figueras. 2005. “Scientific drug information in newspapers: sensationalism and low quality. The example of therapeutic use of cannabinoids”, en Eur J Clin Pharmacol, vol. 61, núm. 5-6, pp. 475-477. Nutt, David, et al. 2007. “Development of a rational scale to assess the harm of drugs of potential misuse”, en The Lancet, vol. 369, núm. 9566, pp. 1047-1053. _____, et al. 2010. “Drug harms in the UK: a multicriteria decision analysis”, en The Lancet, vol. 376, núm. 9752, pp. 1558-1565. Tatarsky, Andrew. 2002. Psicoterapia de reducción de daños. Un nuevo tratamiento para problemas de drogas y alcohol. Janson Aroson Inc., California. En la red
goo.gl/nxaKwQ goo.gl/eSPTs6 goo.gl/Mh0I8I goo.gl/qDXTVe goo.gl/giXkI5 |
|||||||||||
| Fany Pineda Miranda Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. Fany Pineda Miranda es licenciada en psicología por la Facultad de Psicología de la UNAM, con especialidad en neurociencias. Cuenta con experiencia en el manejo de talleres psicoeducativos para grupos de adolescentes, padres de familia, maestros, consumidores de sustancias psicoactivas, familiares de consumidores y personas que viven en situaciones extremas que tienen la finalidad de enfrentar la problemática, la prevención en el uso de sustancias psicoactivas y desestigmatización de personas usuarias para lograr una mejor reinserción social. También es coordinadora de el área de recepción de muestras y entrega de resultados en el Programa Análisis de Sustancias. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Pineda Miranda, Fany. 2017. Programa de análisis de sustancias, una estrategia innovadora de reducción de riesgo y daño en el consumo de drogas. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 68-73. [En línea].
|
|||||||||||
![]() |
|
||||||||||
| Oscar Prospéro García |
|||||||||||
|
Una adicción se puede definir como una conducta que hemos
adoptado, sobre la cual perdimos el control y que nos lleva al consumo de algo o a la ejecución de algo; es un proceso de aprendizaje. Entre los factores que influyen en el establecimiento de una adicción, en primer lugar está la existencia de la sustancia, si no hubiera sustancias de abuso, nadie sería adicto. Pero sobre todo hay elementos sociales y elementos neurobiológicos. Los elementos sociales sugieren la disponibilidad del producto; está fácilmente disponible el alcohol y el tabaco, un poco menos la marihuana y todavía menos la heroína y la cocaína. Éstas últimas tienen más restricciones, ya sea por el precio o por la dificultad que hay para conseguirlas. Marihuana y tachas son más fáciles de obtener a pesar de que son ilegales. El gobierno ha dividido las sustancias adictivas en aquellas que son legales y las ilegales; consumir las segundas implica una ruptura de la ley y hay sanciones ya establecidas por haberlas consumido. Ésta es más o menos la parte social, muy someramente, pues hay muchos más elementos a considerar. Luego viene la parte neurobiológica; para que una persona se vuelva adicta debe consumir y producir en el cerebro cambios plásticos de aprendizaje iguales a los que suceden cuando aprendemos a decir “Parangaricutirimícuaro”. Básicamente, el cerebro responde igual y cambia su función y sus estructuras acorde con la sustancia que está recibiendo.
Ahora, hay quienes se vuelven más fácilmente adictos que otros; por ejemplo, calculamos que 65% de la población entre doce y sesenta y cinco años ha probado alguna vez el alcohol y solamente 6.5% de la población en esa edad tiene un problema en el control del consumo de alcohol. Eso nos habla de que mucha gente lo prueba y no se vuelve adicta, lo consume y tiene control (me refiero nuevamente a mi definición de adicción). Cuando uno pierde el control, en ese momento ya se volvió adicto o dependiente, términos que aquí usare como sinónimos. Las personas que se vuelven adictas o dependientes al alcohol —con esto estoy tratando de ejemplificar el abuso de una sustancia— tienen una vulnerabilidad. Entramos a dos niveles, la vulnerabilidad puede ser genética, es decir, mamá o papá han sido adictos y tienen hijos y esos hijos tienen —de acuerdo con estadísticas y estimaciones— 75% de probabilidad de adquirir la adicción, o sea, de heredar uno o varios genes (tenemos algunos genes candidatos que se modifican) que los hacen vulnerables a la adicción, entonces, si mamá es adicta o papá es adicto y peor aún si ambos son adictos la probabilidad aumenta considerablemente y entonces el sujeto desde que nace tiene una vulnerabilidad a la adicción. Pero no solamente eso, sino que también podemos ir al nivel epigenético, es decir a la expresión genómica. Lo que ocurre en este caso lo voy a poner muy simplistamente: el infante nace con su carga genética normal, no vulnerable a adicciones digamos, pero en el medio ambiente tiene estrés temprano (porque hay negligencia de los padres, maltrato de los padres, abuso verbal, humillación, abuso físico o abuso sexual); todo ello lo hemos explorado y hemos encontrado que en nuestras sociedades existe. Los niños que de alguna manera han pasado por estas situaciones adversas tempranas en su vida parece ser que tienen cambios epigenéticos que los vuelven vulnerables. Voy a decir de manera breve que un cambio epigenético es un cambio en la manera en la que se expresa el gen.
Nosotros hemos explorado a una población universitaria a la que hemos clasificado en cuatro tipo de cuidados, lo que nos interesa en dicha clasificación no es cómo realmente ocurrieron los primeros años del desarrollo del sujeto sino cómo los vivió él o ella (hay gente que se siente mal aunque no haya habido mal, por decirlo así). A partir de cómo vivió, el individuo genera sus estrategias y sus genes se modifican en la expresión. Lo que hacemos es explorar con una serie de cuestionarios la manera como recuerdan haber vivido sus primeros dieciséis años. Encontramos que quienes recuerdan que sus cuidadores primarios los trataron muy bien tienen una tendencia baja a consumir marihuana y una alta tendencia a consumir alcohol.
Por lo mismo pensamos que es cultural; el alcohol viene acompañando al humano desde tiempos ancestrales, no hay fiesta en donde no se invite a comer y beber. El punto es que si alguien “bien cuidado” es invitado a una fiesta que incluya beber, se presenta consumo pero no abuso.
Ya de manera muy anecdótica, no tendría datos fuertes para sustentar lo que voy a decir, tengo alguna experiencia asesorando a las familias que normalmente me preguntan: “mi hijo esta consumiendo alcohol, tabaco o marihuana, ¿qué va a pasar?”. Y entonces les pregunto sobre la familia: “¿se ven bien integrados?, ¿son una familia muy querida entre sí?” y normalmente lo que ha ocurrido es que si el hijo abandona el uso de sustancias —en caso de que sí las haya estado consumiendo—, se debe a una buena comunión o cohesión familiar. Una familia “funcional” propicia que el hijo quede como un consumidor. Es muy difícil que un muchacho o una muchacha bien cuidada sea adicta.
Estas observaciones son documentadas, mas no probadas. Trabajamos con modelos y la mayoría de mis estudios son en ratas. Hemos modelado este punto del mal cuidado y la vulnerabilidad a sustancias y lo que hemos hecho es separar a las crías de rata en el segundo día posnatal. Tenemos a la mamá embarazada y estamos vigilantes para ver cuándo nacen los “niños ratita”. Si nacen hoy, por decir algo, a éste le llamamos el postnatal uno y a partir del postnatal dos (o sea mañana en mi ejemplo) lo separamos de su mamá por tres horas diarias. Es decir, están veintiún horas con su mamá y tres horas sin su mamá. Ésta es una situación extrema porque en esas tres horas no está acompañado de nadie, ni está alimentado artificialmente, ni nada, o sea, tres horas difíciles donde está completamente estresado. Lo hacemos por las dos primeras semanas de vida y una vez que se completa este periodo de separación entonces ya los regresamos a su mamá, y se quedan como entre el día quince y el veintidós, cuando sucede lo que llamamos el destete, que es cuando hemos visto que la mamá “los manda a volar”. Entonces los separamos permanentemente de su mamá, pues ya están grandecitos y empiezan a comer y beber solos.
Los custodiamos hasta que los consideramos adultos, esto es cuando pesan 250 gramos o más, los dejamos crecer y entonces les ofrecemos alcohol. Por otro lado están los hermanos a los cuales no separamos de mamá y que sirven como grupo control. En ese momento comparamos cómo bebe el hermano separado y cómo lo hace el hermano que se quedó con mamá. Hemos observado que el hermano separado bebe mucho más alcohol que el que estaba con su mamá.
Después vamos a buscar qué pasa en el cerebro, cuáles son los cambios. Hay sistemas que propician el placer en condiciones normales: no degustaríamos de unas buenas enchiladas si no tuviéramos un sistema de placer. Hay algo que nos produce placer y el cerebro lo censa, y este mismo sistema es el que también censa el placer que provocan las sustancias de abuso. Nosotros nos dedicamos a estudiar dicho sistema, el cual se vale de neurotransmisores para realizar sus funciones. Uno de los neurotransmisores es la dopamina con sus diversos receptores, otros neurotransmisores que nos interesan (hay muchos más) son las “marihuanas endógenas” o endocannabinoides y sus respectivos receptores. Estudiamos el cerebro de las ratas que fueron separadas antes de ofrecerles alguna sustancia de abuso para saber en qué condiciones se encuentra ese órgano cuando se las vamos a ofrecer. Lo que hacemos es investigar cómo están sus receptores, por ejemplo, para marihuanas endógenas, que son el cb1 y cb2. Encontramos que el cb1 se modifica en las ratas que han sido separadas de la madre, por lo que asumimos que es el estrés temprano el que ocasiona los cambios en la expresión de dicho receptor. Los cambios que hemos visto son un aumento en la expresión en una zona del cerebro llamada núcleo accumbens, que tiene que ver con los sistemas de recompensa, así como una disminución en otra parte del cerebro llamada corteza prefrontal, involucrada en la toma de decisiones y en tareas cognitivas complejas.
Estos cambios hacen a la rata estresada diferente de su hermano que se quedó al cuidado de mamá. Aún no sabemos si podemos atribuir estos cambios a una causalidad o relacionarlos directamente con una susceptibilidad a la adicción, pero sí se aprecia una correlación fuerte entre el aumento y la disminución de los receptores, el estrés temprano y, conductualmente, con el aumento en el consumo de alcohol.
Actualmente estamos observando también algunos otros indicadores sin manipulación que nos digan si una rata o ratón que ha crecido normal en el bioterio tiene ciertos rasgos o características que puedan ser indicadores de una predisposición a abusar de sustancias. Por ejemplo, si posee una buena capacidad en la toma de decisiones. Creamos un sistema en el cual la ratita tiene que estar decidiendo en dónde mete la nariz para que le demos su reforzador; le damos indicaciones y demás, pero tiene que estar tomando en cuenta las indicaciones que le proporcionamos para tomar su decisión. Otro ejemplo es observar cómo duerme, si duerme más o si duerme menos y si eso nos dice algo: “como duerme menos es más vulnerable o como duerme más es más vulnerable”.
Buscamos así marcadores conductuales, neurobiológicos y electrofisiológicos. Cuando hacemos pruebas con humanos para ver cómo duermen les tenemos que poner electrodos en la cabeza, que no son invasivos ni duelen, es decir, cualquier persona aceptaría que le pusieran unos electrodos, solamente tendrían que estar durmiendo en el sitio que nosotros digamos porque allí están los equipos. Si vemos que hay quien tiene un patrón de sueño específico, el cual está por determinarse, entonces le podríamos decir a esa persona que es positiva a un marcador de vulnerabilidad a volverse adicta a sustancias. Eso sería lo ideal.
La adicción a la marihuana
Hay quien dice que de todas las drogas la marihuana es la menos adictiva, se lo he oído decir incluso a personalidades de gran trascendencia en el país. Creo que la comparación no es justa porque dicen: “mira el alcohol, mira el tabaco y mira la marihuana; el alcohol y el tabaco son altamente adictivos mientras que la marihuana no tanto”. Lo que yo pienso es que están comparando dos sustancias que puedo comprar en el súper (si tengo más de dieciocho años) y consumirlas cuando yo quiera y nadie puede decir nada, especialmente si lo hago en casa. Me fumo dos cajetillas al día si quiero y me tomo la cantidad de alcohol que me permita mi cuerpo antes de caer noqueado y nadie puede decir nada. Eso no es comparable con alguien que se tiene que esconder para fumar marihuana.
No es lo mismo traer una cajetilla de tabaco en la bolsa, sacarlo y fumarlo en los sitios que me permitan con la frecuencia que yo quiera, que fumar marihuana, pues si quiero consumirla me tengo que esconder, tengo que ir a cierto sitio, buscar un ámbito protector para que no me juzguen, no me vean mal y en la última de las instancias no me manden a la policía para que me lleve. Bajo tales condiciones no es posible comparar esas sustancias. Si dijéramos: “a ver, yo traigo mi cajetilla de marihuana y tú traes tu cajetilla de tabaco, vamos a ver quien se vuelve adicto al cabo de cinco años”, eso tal vez sería comparable.
Hay que tomar en cuenta, además, que el potencial adictivo de cada sustancia es distinto. Farmacológicamente, aquellas sustancias que entran y salen rápido del cerebro son más adictivas que aquellas que entran rápido pero salen lentamente. La marihuana entra y sale rápido del cerebro pero no se elimina, se queda secuestrada en nuestro sistema adiposo y ahí se está liberando por dos o tres semanas, y en las personas de bajo metabolismo hasta cuatro semanas; podemos encontrar rastros de tan sólo unas cuantas fumadas que alguien le dio a un carrujo de marihuana. La marihuana se va muy lentamente del cuerpo y el hecho de que sea retenida en nuestros “gorditos” quiere decir que se está liberando al torrente sanguíneo paulatinamente, vuelve al cerebro y, a pesar de que no produce los mismos efectos, sí evita el de abstinencia. Por eso algunos pueden decir: “ah, yo fumo una vez al mes y eso no es adicción”; pues sí, pero la tiene todo el mes en su sistema.
Si la sustancia se va rápido del cuerpo, entonces el sistema la requiere más rápido. Es el caso de la cocaína. Además, los cambios plásticos son más rápidos; la cocaína y heroína son más adictivas justamente porque inducen cambios plásticos más fuertes y no se quedan a satisfacerlos, mientras que la marihuana sí se queda a satisfacerlos. Estos cambios involucran no sólo el sistema de recompensa, sino también la corteza prefrontal. Es el caso del fenómeno de tolerancia; una persona que se emborrachaba con una lata de cerveza ahora se emborracha hasta que se toma seis y a veces más. Son éstos los cambios plásticos. El cerebro dice: “ya no quiero”, se resiste: “no ya no voy a responder a eso” y, sin embargo, el sujeto lo sigue consumiendo. ¿Si ya no le hace efecto para qué la consume? Consume más para que haga efecto. El problema va más allá de la recompensa, está afuera, muy probablemente en la corteza prefrontal, porque el sujeto insiste en consumir algo que ya no le está produciendo gusto.
La adicción es un asunto complejo. De entrada, para establecer si una persona que consume drogas se volvió adicta es necesario combinar frecuencia y cantidad. Hemos observado que las personas que consumen una o tres veces como máximo cualquier sustancia, incluida la cocaína, no se vuelven adictos por el sólo hecho de probarla. Lo repiten pero no se vuelven adictos. Aquel que ha probado una droga menos de cinco veces, muy probablemente no se vuelve adicto. Aunque existen personas que “nada más de ver cierta sustancia” se vuelven adictos. Es posible que una persona haya probado alguna sustancia por curiosidad y a éstos les llamamos “experimentalistas”.
Es por esto que nosotros también nos dedicamos a estudiar qué parte del cerebro dice: “ya la probé, ya supe a qué sabe pero no voy a seguir porque me puedo enganchar”. A esa parte le llamamos corteza prefrontal porque es la que mide las consecuencias de cualquier actividad que llevamos a cabo.
Justo ahora estamos estudiando esto en animales de experimentación, modificándoles la función de la corteza prefrontal para ver si de alguna manera hacemos que evite la utilización de sustancias o se la propicie. Nosotros nos orientamos a un solo sistema, preferencialmente al sistema de marihuanas endógenas, entonces cuando nosotros modificamos estos sistemas de modulación de la conducta como es la corteza prefrontal y algunos núcleos de la base, les modificamos el tono endocannabinérgico. Por ejemplo, hemos visto que propiciamos que la rata consuma mucho más alcohol, que cuando no se lo modificamos, es decir, hay sistemas que están inhibiendo la conducta y son los que parece que se dañan y están bajo la regulación de endocannabinoides, aunque no exclusivamente, también hay otras sustancias, como el alcohol, que no es un problema pequeño, y que las drogas de mayor abuso en el mundo son el alcohol y el tabaco. El tabaco hace más ruido porque mata más claramente a la gente; a pesar de que pasa mucho tiempo antes de enfermarte, sí se han podido hacer asociaciones más claras con la generación de cáncer, enfisema pulmonar, problemas cardiovasculares, por lo que sí se asocia muy fuertemente con la muerte de muchas personas. En México se ha calculado que alrededor de 150 000 o 200 000 personas están muriendo por enfermedades asociadas al uso de tabaco.
Prevenir y rehabilitar
Ahora, ¿cómo rehabilitar adictos o evitar que siga habiendo adictos? Tengo dos hipótesis y la verdad es que no creo llegar a ver que se pongan en práctica en la sociedad, la vida se pasa muy rápido. Una es preventiva: si lográramos tener indicadores de vulnerabilidad y a una persona se le tomara una muestra de sangre y encontráramos una gran cantidad de genes que digan: “éste lo hace vulnerable a tal cosa” o “mira, tienes estos tres indicadores, por lo cual eres vulnerable, allá tú, es tu vida y demás”. Esa sería mi fantasía: encontrar indicadores que le dijeran a la persona que debe actuar a nivel preventivo.
En cuanto a la pregunta que interesa a muchos cuando una persona dice: “¿cómo me rehabilito?, un día decidí hacerlo, pero ya no quiero”. En este punto entra fuertemente la parte del aprendizaje. Aquí estoy ocupando toda la información que generan Federico Bermúdez Rattoni, Roberto A. Prado Alcalá, Gina Girard y muchos otros en el mundo dedicados al estudio del aprendizaje. Para mí y para mucha gente, las adicciones son un aprendizaje con síntesis de proteínas y formación de nuevos botones sinápticos, por lo que la pregunta es: ¿cómo evitamos que tal aprendizaje se dé? La respuesta es simple: con inhibidores de síntesis de proteínas. Pero, ¿cómo hacemos que algo que ya se aprendió se rehabilite? La solución se halla en la reconsolidación de la memoria, en sustituirla con un nuevo recuerdo o interferir su reconsolidación, lo cual también depende de proteínas.
Esas son mis dos aproximaciones en cuanto a la prevención y la rehabilitación. Claro, llegar a aplicarlas en humanos es más difícil, aunque no tanto, ya que el humano toma inhibidores de síntesis de proteínas cuando está enfermo de la garganta o de la panza o de alguna enfermedad bacteriana. Yo creo que hacemos investigación que se puede traducir a la clínica, pero todavía no la hemos hecho llegar allá pero creo que estamos cerca.
|
|||||||||||
| Óscar Prospéro García Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México. Óscar Prospéro García es médico cirujano por la UNAM y maestro en psicología por la misma casa de estudios. Se doctoró en neurociencias en el Instituto de Fisiología de la unam. Durante siete años fue investigador en la Clínica Scripps en La Joya, California, Estados Unidos. Es ex presidente de la Sociedad Mexicana para la Investigación y Medicina del Sueño. Actualmente es investigador titular del departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UNAM y sni nivel III. Ha sido autor de aproximadamente ochenta y cinco artículos originales de investigación y escribió el libro ¿Cómo ves? Las adicciones. |
|||||||||||
|
cómo citar este artículo →
Prospéro García, Óscar. 2017. Cerebro, aprendizaje y adicciones. Ciencias, núm. 122-123, octubre 2016-marzo, pp. 56-63. [En línea]. |
|||||||||||













