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Flora, vegetación
y fitogeografía
de Nayarit, México
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Oswaldo Téllez Valdés | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Nayarit es un estado que a pesar de tener una extensión
relativamente pequeña posee como la mayor parte de México, una importante diversidad vegetal.
El estado de Nayarit tiene, en general, un relieve muy accidentado, lo que junto con sus condiciones climáticas y edafológicas ha permitido el desarrollo de muy diversos tipos de vegetación. Desde hace muchos años la entidad aporta a la economía nacional importantes recursos, debido a que posee regiones con especies maderables fuertemente explotadas y gran cantidad de cultivos como el café, tabaco, maíz, plátano, jitomate ciruela, papaya, diversos tipos de chiles, mango y quelite, entre otros.
Los recursos vegetales del estado eran prácticamente desconocidos antes de comenzar un trabajo de exploración sistemático, y los datos acerca de su patrimonio natural eran escasos, dispersos y antiguos. Así fue como, a sugerencia del M. en C. Mario Sousa Sánchez, —jefe del Herbario Nacional durante 1985— se inició el Proyecto Flora de Nayarit, que más tarde sería una tesis de maestría de la que aquí se comentan algunos de sus resultados. El trabajo tuvo por objeto profundizar el conocimiento sobre la flora, la vegetación y algunos aspectos relacionados con la fitogeografía de ese estado.
Se recolectaron cerca de 15 mil colecciones (70 mil ejemplares), de las que un primer juego se depositó en el Herbario Nacional en el Instituto de Biología de la UNAM, con duplicados en diversos herbarios nacionales y extranjeros. De estas colecciones resultaron 3 mil 650 especies, 968 géneros y 182 familias. Asimismo, se formó una base de datos cercana a 16 mil registros.
En la parte florística se describen las diferentes etapas de la recolección botánica en Nayarit desde 1791 hasta el presente, y se brinda información sobre las familias más importantes. Se describe también cómo participan en las comunidades los principales grupos de plantas; en ambos casos, la base es el número de familias, géneros y especies que participan (ver tabla).
En Nayarit encontramos once tipos de vegetación: los bosques tropicales subcaducifolio y caducifolio, el bosque mesófilo de montaña, los bosques de coníferas y de Quercus, el palmar, el manglar, la sabana de Byrsonima y Curatella, el bosque de galería, la vegetación acuática, la vegetación halófila y las asociaciones secundarias. En la tesis se describe la composición de cada tipo de vegetación de acuerdo con las localidades recolectadas y descripciones de numerosas especies, ordenadas de acuerdo con el estrato que ocupan en cada comunidad.
Además, la investigación buscó incorporar algunos aspectos de la fitogeografía a través de un análisis numérico general considerando a las familias, géneros y especies, y aplicando sobre estos taxa un coeficiente de similitud (Simpson) en relación con siete floras más (Baja California, Bahamas, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco, Texas y Valle de México). El fin era establecer con qué región resultaría tener más similitud la flora de Nayarit. De acuerdo con sus elementos, la flora pertenece al reino neotropical, sin dejar de tener representación boreal; también se le ubicó en la región Caribea, que pertenece a la provincia de la Costa Pacífica. Sin embargo, la especificidad de esta flora se definió de acuerdo con sus patrones endémicos locales y regionales, proponiéndose unidades distritales de acuerdo con las subprovincias fisiográficas en donde este tipo de especies se encuentra.
Con el fin de explicar la conformación de la flora de Nayarit al nivel de especie, se consideró la presencia de dos tipos de patrones: 1) especies endémicas locales (exclusivamente distribuidas en Nayarit) y regionales (restringidas a una provincia o región mayor), y 2) especies con patrones disyuntos (poblaciones de 90 especies con intervalo de distribución marcadamente fragmentado). Como parte del primer punto se realizó un análisis numérico entre los sitios de endemismo definidos dentro del estado, intentando relacionarlos entre sí de acuerdo con sus similitudes florísticas y distribución geográfica en las distintas provincias fisiográficas del estado.
Adicionalmente se analizaron las distintas causas que pudieron influir para que este tipo de patrones se diera en la flora de esta región de México. En la discusión se presentan diversas evidencias y argumentos, tomando como punto de partida las teorías de refugios, dispersionista y de la vicarianza, así como una breve discusión acerca de la panbiogeografía. Todo lo anterior con el objeto de encontrar elementos que conjuntamente con los resultados ayuden a explicar, al menos en parte, la actual conformación florística de Nayarit.
Se encontró que una porción importante del occidente del estado ha sido expuesta a la intervención humana por mucho tiempo. Sin embargo, diversas porciones del sur, norte y oriente todavía conservan importantes áreas con flora y vegetación poco alteradas. En la actualidad existen sólo dos áreas protegidas en el estado: la Isla Isabel y la Sierra de San Juan (área decretada como protegida sin el menor conocimiento físico o biológico). El estudio presenta una serie de conclusiones, hace recomendaciones y una proposición muy concreta para la conservación de los recursos vegetales de la reserva Sierra de San Juan en particular, y del estado de Nayarit en general.
Tradicionalmente este tipo de estudios requiere de gran esfuerzo, importante inversión económica y considerable tiempo de ejecución. Sin embargo, la experiencia de este trabajo muestra que con financiamiento adecuado, en un tiempo relativamente corto, se puede obtener información sustancial que permita contribuir a la conservación y protección y explotación racional de los recursos vegetales de nuestro país, información básica si se pretende detener la acelerada tasa de destrucción de los recursos en general.
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Oswaldo Téllez Valdés
Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Téllez Valdez, Oswaldo. 1995. Flora, vegetación y fitogeografía de Nayarit, México. Ciencias, núm. 38, abril-junio, pp. 52-54. [En línea].
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Sigue la muerte
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Jaime Sabines | ||||||||||||||
I
No digamos la palabra del canto,
cantemos. Alrededor de los huesos, en los panteones, cantemos. Aliado de los agonizantes, de las parturientas, de los quebrados, de los presos, de los trabajadores, cantemos. Bailemos, bebamos, violemos. Ronda del fuego, círculo de sombras, con los brazos en alto, que la muerte llega. Encerrados ahora en el ataúd del aire,
hijos de la locura, caminemos en torno de los esqueletos. Es blanda y dulce como una cama con mujer. Lloremos. Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte, hija de puta viene. La tengo aquí, me sube, me agarra
por dentro. Como un esperma contenido, como un vino enfermo. Por los ahorcados lloremos, por los curas, por los limpiabotas, por las ceras de los hospitales, por los sin oficio y los cantantes. Lloremos por mí, el más feliz, ay, lloremos. Lloremos un barril de lágrimas.
Con un montón de ojos lloremos. Que el mundo sepa que lloramos aquí por el amor crucificado y las vírgenes, por nuestra hambre de Dios (¡pequeño Dios el hombre!) y por los riñones del domingo. Lloremos llanto clásico, bailando,
riendo con la boca mojada de lágrimas. Que el mundo sepa que sabemos ser trágicos. Lloremos por el polvo y por la muerte de la rosa en las manos de los mendigos. Yo, el último, os invito a bailar sobre el cráneo del tiempo. ¡De dos en dos los muertos!
Al tambor, a la luna, al compás del viento. ¡A cogerse las manos, sepultureros! Gloria del hombre vivo: ¡espacio para el miedo que va a bailar la danza que bailemos! Tranca la tranca,
con la musiquilla del concierto ¡qué fácil es bailar remuerto! II
¿Vamos a seguir con el cuento del canto y de la risa?
¡Ojos de sombra, corazón de ciego! Pirámides de huesos se derrumban, la madre hace los muertos. Aremos los panteones y sembremos. Trigo de muerto, pan de cada día, en nuestra boca coja saliva. (Moneda de los muertos sucia y salada, en mi lengua hace de hostia petrificada.) Hay que ver florecer en los jardines piernas y espaldas entre arroyos de orines. Cráneos con sus helechos, dientes violetas, margaritas en las caderas de los poetas. Que en medio de esto cante el loco pájaro gigante, aleluya en el ala del vuelo, aleluya por el cielo. ¡De pie, esqueletos!
Tenemos las sonrisas por amuletos. ¡Entremos a la danza, en las cuencas los ojos de la esperanza! III
Hay que mirar los niños en la flor de la muerte
floreciendo,
votivo de la muerte.luz untada en los pétalos nocturnos de la muerte. Hay que mirar los ojos de los ancianos mansamente encendidos, ardiendo en el aceite Hay que mirar los pechos de las vírgenes delgados de leche amamantando las crías de la muerte. Hay que mirar, tocar, brazos y piernas, bocas, mejillas, vientres deshaciéndose en el ácido de la muerte. Novias y madres caen,
se derrumban hermanos silenciosamente en el pozo de la muerte. Ejército de ciegos, uno tras otro, de repente, metiendo el pie en el hoyo de la muerte. IV
Acude, sombra, al sitio en que la muerte nos espera.
Asiste, llanto, visitante negro. Agujas en los ojos, dedos en la garganta, brazos de pesadumbre sofocando el pecho. La desgracia ha barrido el lugar y ha cercado el lamento. Coros de ruinas organiza el viento. Viudos pasan y huérfanos, y mujeres sin hombre, y madres arrancadas, con la raíz al aire, y todos en silencio. Asiste, hermano, padre, ven conmigo, ternura de perro. Mi amor sale como el sol diariamente. Cortemos la fruta del árbol negro, bebamos el agua del río negro, respiremos el aire negro. No pasa, no sucede, no hablar del tiempo.
Esto ha de ser, no sé, esto es el fuego —no brasa, no llama, no ceniza— fuego sin rostro, negro. Deja que me arranquen uno a uno los dedos, después la mano, el brazo, que me arranquen el cuerpo, que me busquen inútilmente negro. Vamos, acude, llama, congrega
tu rebaño, muerte, tu pequeño rebaño del día, enciérralo en tu puño, aprisco de sueño. Dejo en ti, madre nuestra, en ti me dejo. Gota perpetua, bautizo verdadero, en ti, inicial, final, estoy, me quedo. |
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Jaime Sabines
Poesía, nuevo recuento de poemas
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La antigua Veracruz
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Hector T. Arita | ||||||||||||||
Acabo de regresar de una interesante y placentera visita
a Veracruz. Tuve la oportunidad de conocer dos lugares de gran importancia para la historia de México: las ruinas de Zempoala y La Antigua. Al escuchar los relatos de nuestro guía sobre las costumbres de los totonacas que habitaban la región y al observar las vetustas paredes de la llamada Casa de Cortés me transporté mentalmente a aquellos años de principios del siglo XVI, cuando dos culturas completamente distintas se encontraron de frente.
Traté de concebir cómo era el mundo de aquellos totonacas y de su grotesco rey Chicomecoatl, el famoso cacique gordo de Zempoala. Intenté revivir las impresiones del mismo Cortés y de sus huestes al contemplar por primera vez aquellas hermosas tierras de lo que hoy es Veracruz.
Imaginé las naves de Cortés acercándose cautelosas a los arenales de Chalchiucueyehcan bajo la dirección del experimentado almirante Antón de Alaminos, y al joven soldado Bernal Díaz del Castillo grabando en su mente fotográfica cada detalle de aquel nuevo mundo que se abría para los conquistadores. Corrieron por mi mente imágenes de algunos indios que, asomándose entre la vegetación, habrían sido mudos testigos del comienzo de la corta pero peligrosa aventura que culminó con la conquista de México.
Traté de evocar el aspecto del entorno en el momento de la llegada de los españoles: la centenaria ceiba —que simboliza la llegada de Cortés a La Antigua— rodeada de muchos otros árboles majestuosos que daban agradable sombra a las riberas de los ríos; el concierto de las aves al paso de las carabelas; monos araña columpiándose entre las ramas de los árboles y observando con curiosidad la actividad de aquellos hombres barbados. Bajo el agua grandes cardúmenes de peces continuaban su actividad, ignorando por completo los hechos históricos que tenían lugar en ese momento.
Me dio un poco de tristeza pensar que gran parte de esa riqueza biológica se ha perdido, víctima del gran desarrollo que ha tenido la región. Recordé entonces los signos de progreso que había visto hasta ese momento: la impresionante autopista a Córdoba, los flamantes autobuses repletos de turistas, el remodelado malecón de Veracruz, su bellísimo acuario y sus modernos centros comerciales. Sí, pensé, la región realmente ha prosperado desde aquél lejano 1519, pero, ¿a qué costo?
Un altísimo porcentaje del hábitat natural de nuestro país se ha perdido. Ríos y lagunas están contaminadas y la calidad del aire deja mucho que desear. Numerosas especies de plantas y animales silvestres han desaparecido para siempre, y muchísimas otras se encuentran en inminente peligro de extinción. Los españoles que conocieron un prístino río Actopan difícilmente podrían haberse imaginado un paisaje desolado dominado por basura flotando en las aguas sucias, en donde apenas unos cuantos peces pueden sobrevivir.
Recuperé el optimismo al recordar que no todo está perdido. El país en general, y Veracruz en particular, conserva aún una riqueza biológica asombrosa y, lo que es más importante, la gente se ha dado cuenta de que el desarrollo económico no está necesariamente reñido con la preservación del ambiente natural. Tal vez el río Actopan nunca vuelva a estar cubierto totalmente de vegetación, quizá ya jamás veremos monos araña en los árboles y es poco probable que la fauna de peces sea tan numerosa como antaño, pero con seguridad mucha de esta diversidad biológica podrá recuperarse a medida que más gente se dé cuenta de la importancia de conjuntar un ambiente sano con un desarrollo bien planificado.
La naturaleza tiene una enorme capacidad de recuperación, recordé mientras recorría la casa de Cortés en La Antigua; hermosos amates han extendido sus poderosas raíces hasta cubrir casi por completo los muros de la histórica construcción. El material original utilizado en la construcción de los muros, rocas entremezcladas con pedazos de coral y otros objetos marinos, se funde en varios lugares con el cuerpo de los árboles. De hecho, algunos de los muros se mantienen en su lugar sólo con la ayuda de las raíces de las higueras.
Esta bella fusión de los majestuosos amates con los restos de la construcción atribuida a Cortés representa en forma poética el vigor con el que la naturaleza se puede recuperar si se le permite hacerlo.
Tal vez la antigua Veracruz, aquella que encontraron los españoles a su llegada, no volverá. Sin embargo, tengo la esperanza de que la nueva Veracruz, la que conocerán nuestros descendientes, será un lugar mucho mejor si se logra conjuntar el desarrollo económico con el amor por la riqueza natural de nuestro país.
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Hector T. Arita
Centro de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Arita, Héctor T.. 1995. La antigua Veracruz. Ciencias, núm. 38, abril-junio, pp. 38-39. [En línea].
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El trazo horizontal
del osciloscopio
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Ramón Vera Herrera | ||||||||||||||
A veces, pero sólo cuando la situación está ahí y nos ha
estallado en plena cotidianidad confiada y displicente, nos preguntamos de manera muy vital cuál es el estado íntimo —los científicos dirían subjetivo— de nuestros enfermos.
A resultas de una enfermedad prolongada, un accidente automovilístico o una violación, se abre ese estado límite en el que el personaje central es siempre ese que está allí entre sueros, sondas y bártulos de curación y de quienes estamos ausentes aunque pasemos velando su estupor o su delirio. Enfrentados al aturdimiento profundo o a un estado comatoso, nos preocupa la inconciencia por sentir que nuestro hermano o nuestra tía se nos resbalan de las manos y se hunden en un agujero negro y sordomudo.
Allí una mirada, un quiubo, un quejido, un asentimiento con la cabeza o algo tan microscópico como un dedo que se mueve repetidas veces adquieren un valor de significación que no tenían cuando ese alguien estaba sano: entonces esos signos no atraían nuestra atención y en cambio ahora queremos, deseamos con una fuerza inesperada, leer a partir de ellos la condición de quien amamos tanto.
Y redescubrimos nuestros vínculos con aquél en trance. Remontamos entonces la arborescencia de lo vivido en común y sus figuraciones y residuos nos afloran de nuevo, nos habitan impidiéndonos pasar a otros asuntos, buscar otros espacios.
Y es que un estado límite, llamémosle por un momento, físico —donde un traumatismo craneano o un derrame cerebral le suceden a un organismo—, también conlleva su estado excepcional de imágenes y conexiones. ¿No será que las situaciones que nos ponen en esos estados de excepción, nos dan, sin querer, la oportunidad de elaborar de otra manera asuntos y atorones que no resolveríamos de otra manera? Alguien brincará horrorizado diciendo, cómo, si se deriva a la muerte de que sirve tal elaboración. Otro respondería a esta observación un poco más cínico: entonces la muerte surge de su elaboración y no al revés.
Sea como sea es un estado paradójico: alguna vez una mujer que duró en estado de coma casi un año para finalmente morir y que tenía escasos momentos de “lucidez” en los que respondía a lo que sucedía afuera, dio muestra de ese desencuentro que sufrimos más bien los que estamos acá de la raya. Los que pretendemos normar lo bien o lo mal de otro a partir de nuestros criterios autosuficientes de normalidad o bienestar.
Sucedió una tarde cuando la enfermera que la cuidaba se acercó y como sin pensar le dijo, ay señora Julie, pobrecita, y le miró el rostro. La mujer, alguien que había vivido hacia afuera intensamente, pero también con un mundo interno muy rico y casi desconocido para los que la rodeábamos, contestó con un hilo de voz pero con seguridad lapidaria, ¡qué pobrecita ni qué pobrecita!, dejando ver a todos los presentes que detrás de ese cuerpo aparentemente exánime, sus signos vitales disminuidos, existía un proceso intensísimo de visiones, sueños y reacomodos de toda una vida: quizá esa mujer los rearmaba y tejía. Tal vez morir fue el punto final de ese flujo de tiempos y cruces de caminos.
En verdad no sabemos mucho de los estados de excepción. Podemos atestiguar cambios fisiológicos, químicos, eléctricos, ritmos cardiacos, presión sanguínea, movimientos, pero qué nos dicen de lo que sucede tras la puerta de ese cine particular que los seres proyectamos, parte fundamental sin la cual, por más vida medida por aparatos no seríamos. Dónde están en esos momentos esos seres que nos preocupan. Cómo y dónde alcanzarles una sonrisa o una presencia. Cómo y por qué medirlos. Cuánto de nuestra angustia por ellos es premonición de nuestro propio desamparo.
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Ramón Vera Herrera
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cómo citar este artículo →
Vera Herrera, Ramón. 1995. El trazo horizontal del osciloscopio. Ciencias, núm. 38, abril-junio, pp. 23. [En línea].
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La creatividad
en ciencia
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Antonio R. Cabral |
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Para Alejandra
Hace poco más de dos años se publicó el texto de una
conferencia que meses antes Arthur Miller había dirigido a varios reumatólogos. En ese artículo el ganador del Pulitzer 1949 anotó que la creatividad es el punto de convergencia entre la ciencia y el arte. Ser capaz de que algo comience su existencia es un gran logro, dijo Miller, sobre todo si el producto de la creación significa algo para mucha gente.
A la creatividad se le reconoce más por sus resultados que por el acto creador: la alegría de un chiste, la universalidad de un descubrimiento científico o el asombro de un poema. Durante el acto creativo el comediante ve cabos aparentemente opuestos, los ata y produce una conclusión abrupta e inesperada. El científico vislumbra la relación entre dos premisas, y por medio de la experimentación o de su raciocinio genera una nueva. Con sus metáforas, el poeta encuentra semejanzas entre dos campos de su experiencia y los fusiona. Arthur Koestler apuntó que el patrón que siguen estos creadores es el mismo: “el descubrimiento de similitudes escondidas”,1 es decir, la asociación de dos ideas aparentemente incongruentes que originan una nueva con significado, orden o belleza.
Uno de los mejores relatos del proceso creador en la ciencia, dice Arieti, es el de Poincaré sobre el descubrimiento de la teoría de los grupos fuchsianos y de las funciones fuchsianas.2 Estudió el problema durante 15 días, buscando llegar a una conclusión que resultó falsa: no existen tales funciones. Una noche en vela no dio resultados, había tomado café y no podía dormir. Después escribió sobre aquella noche memorable: “Las ideas brotaban por docenas; yo las sentía chocar hasta que las parejas se entremezclaban, formando una construcción estable”. Al día siguiente, camino a una excursión geológica, al subir al camión se le ocurrió la idea —al parecer sin ningún esfuerzo consciente y sin que hubiera estado pensando en el problema— de que las transformaciones que “había utilizado para definir esas funciones eran idénticas a las de la geometría no euclideana”. Estos avances condujeron a una gran expansión del campo de las matemáticas.
Otro de los ejemplos clásicos es el siguiente: en 1838, Darwin leyó el libro Essay on the Principle of Population que Malthus había escrito 40 años antes. En ese libro hay dos premisas fundamentales: 1) la tendencia natural de la población es aumentar con mayor rapidez que los medios de subsistencia; y 2) este rápido aumento resulta en una lucha por la existencia. Darwin tuvo la visión de que la competencia reproductiva entre miembros de la misma especie es similar a la competencia malthusiana descubierta en la sociedad humana y la aplicó a la vida orgánica en general.
Como se ve, en ambos ejemplos el acto de “iluminación” consistió en reconocer la identidad potencial existente entre dos temas supuestamente disímbolos. En tales circunstancias, el concepto que surge es más importante que el descubrimiento de la similitud misma, pero ésta es la chispa que trae el nuevo concepto a la conciencia de quien lo generó.
Para tener éxito en su empresa, dice Martínez Palomos,3 el investigador científico requiere —además de infraestructura, experiencia, dinero, motivación e ideas originales— un componente esencial: creatividad. La generación de ideas es el leitmotiv del investigador; las respuestas su modus vivendi.4 ¿Qué hace, entonces, el investigador para reconocer y seleccionar el objeto de su investigación? Difícil saber cuál es la fuerza que guía a los investigadores hacia tal o cual aspecto de la ciencia o qué gesta sus ideas; quizá sea la lectura de un artículo científico, la asistencia a una conferencia iluminadora o tal vez sea el producto de una “tormenta cerebral” entre dos colegas. La práctica diaria (experimentación, interpretación de resultados, ver enfermos, lecturas, conferencias, conversaciones con otros investigadores y alumnos, etcétera) es fuente inagotable de similitudes y fenómenos inesperados. Para reconocer las nuevas interrogantes, el científico debe tener la mente abierta, pendiente y lista, siempre fundamentada en una preparación sólida, inquisitiva y en un espíritu crítico.4 La verdad no está esperando a ser descubierta, cada conocimiento empieza como un proyecto de lo que puede ser la realidad, de la representación que el investigador se imagina de ella.5 Dicho de otro modo, la creatividad viene desde dentro no como el producto de recetas preconcebidas, sino como un proceso tan fácil o tan difícil de entender como el que produjo la Resurrección de Mahler, las más de 600 piezas de Mozart o La metamorfosis de Kafka.
Hay culturas que han promovido más la creatividad que otras. Arieti las llama sociedades creativogénicas.2 Existen, desde luego, factores económicos, sociales y políticos que fomentan la creatividad en todos sus ámbitos. Parece difícil creer que si un pueblo se encuentra en peligro directo, padece hambre, guerra, está enfermo o en estado de esclavitud, escribirá sinfonías, poemas o generará conocimientos científicos. Una sociedad basada en leyes imparciales y justas, que ofrezca las mejores condiciones psicológicas y económicas posibles a todos los ciudadanos, es un buen sitio para la creatividad. En el famosísimo prólogo de la Primera Parte de su Don Quijote, Cervantes lo escribió así: “El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y contento”.
Así como arte y ciencia son mundos entreverados por el acto de la creación, la urgencia de crear une también a científicos y artistas. Cuando algo oscuro súbitamente se transparenta, a los dos les produce gran emoción. Ambos la coronan cuando un problema particular entra al dominio de lo universal, aunque a veces ninguno de ellos viva para contarlo. Sus obras pertenecen a todos porque nos conmueven y maravillan, y porque al visitarlas recreamos la experiencia estética y el conocimiento del orden natural que sus autores generaron antes que nosotros.6 La poesía abarca toda la ciencia, dijo Shellev, refiriéndose a que en ella se concentra todo el acto de la creación, la poiesis. Si éste es fundamentalmente el mismo en todos sus contextos, reconforta y complace pensar, como Medawar, que los científicos pueden ocupar un lugar en el Parnaso junto a músicos, poetas, musas y otros creadores, y que estos tienen asegurado también un sitio al lado de Minerva.
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Referencias Bibliográficas
1. Koestler, A., 1964, The act of creation. A study of the conscious and unconscious in science and art, New York: Dell Publishing, Co.
2. Arieti, S., 1993, La creatividad. La síntesis mágica, México, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, FCE. 3. Martínez Palomo, A., 1988, La generación de conocimientos a través de la investigación científica, en: Fundamentos de la investigación científica, editado por Alarcón Segovia O., de la Fuente R. y Velázquez-Arellano, A. (compiladores) México, Siglo XXI, UNAM. 4. Cabral, A. R., 1992, La pregunta en investigación, Rev. Mex. Reumatol., 7:162-163. 5. Medawar, P., 1979, Advice to a young scientist, New York, NY., Harper & Row Publishers. 6. Bronowski, J., 1956, Science and human values, New York, NY., Harper & Row Publishers. |
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Antonio R. Cabral
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición,
"Salvador Zubirán".
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cómo citar este artículo →
Cabral R., Antonio. 1995. La creatividad en ciencia. Ciencias, núm. 38, abril-junio, pp. 10-11. [En línea].
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