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La antigua Veracruz
R38B03  
 
 
 
Hector T. Arita  
                     
Acabo de regresar de una interesante y placentera visita
a Veracruz. Tuve la oportunidad de conocer dos lugares de gran importancia para la historia de México: las ruinas de Zempoala y La Antigua. Al escuchar los relatos de nuestro guía sobre las costumbres de los totonacas que habitaban la región y al observar las vetustas paredes de la llamada Casa de Cortés me transporté mentalmente a aquellos años de principios del siglo XVI, cuando dos culturas completamente distintas se encontraron de frente.
 
Traté de concebir cómo era el mundo de aquellos totonacas y de su grotesco rey Chicomecoatl, el famoso cacique gordo de Zempoala. Intenté revivir las impresiones del mismo Cortés y de sus huestes al contemplar por primera vez aquellas hermosas tierras de lo que hoy es Veracruz.
 
Imaginé las naves de Cortés acercándose cautelosas a los arenales de Chalchiucueyehcan bajo la dirección del experimentado almirante Antón de Alaminos, y al joven soldado Bernal Díaz del Castillo grabando en su mente fotográfica cada detalle de aquel nuevo mundo que se abría para los conquistadores. Corrieron por mi mente imágenes de algunos indios que, asomándose entre la vegetación, habrían sido mudos testigos del comienzo de la corta pero peligrosa aventura que culminó con la conquista de México.
 
Traté de evocar el aspecto del entorno en el momento de la llegada de los españoles: la centenaria ceiba —que simboliza la llegada de Cortés a La Antigua— rodeada de muchos otros árboles majestuosos que daban agradable sombra a las riberas de los ríos; el concierto de las aves al paso de las carabelas; monos araña columpiándose entre las ramas de los árboles y observando con curiosidad la actividad de aquellos hombres barbados. Bajo el agua grandes cardúmenes de peces continuaban su actividad, ignorando por completo los hechos históricos que tenían lugar en ese momento.
 
Me dio un poco de tristeza pensar que gran parte de esa riqueza biológica se ha perdido, víctima del gran desarrollo que ha tenido la región. Recordé entonces los signos de progreso que había visto hasta ese momento: la impresionante autopista a Córdoba, los flamantes autobuses repletos de turistas, el remodelado malecón de Veracruz, su bellísimo acuario y sus modernos centros comerciales. Sí, pensé, la región realmente ha prosperado desde aquél lejano 1519, pero, ¿a qué costo?
 
Un altísimo porcentaje del hábitat natural de nuestro país se ha perdido. Ríos y lagunas están contaminadas y la calidad del aire deja mucho que desear. Numerosas especies de plantas y animales silvestres han desaparecido para siempre, y muchísimas otras se encuentran en inminente peligro de extinción. Los españoles que conocieron un prístino río Actopan difícilmente podrían haberse imaginado un paisaje desolado dominado por basura flotando en las aguas sucias, en donde apenas unos cuantos peces pueden sobrevivir.
 
Recuperé el optimismo al recordar que no todo está perdido. El país en general, y Veracruz en particular, conserva aún una riqueza biológica asombrosa y, lo que es más importante, la gente se ha dado cuenta de que el desarrollo económico no está necesariamente reñido con la preservación del ambiente natural. Tal vez el río Actopan nunca vuelva a estar cubierto totalmente de vegetación, quizá ya jamás veremos monos araña en los árboles y es poco probable que la fauna de peces sea tan numerosa como antaño, pero con seguridad mucha de esta diversidad biológica podrá recuperarse a medida que más gente se dé cuenta de la importancia de conjuntar un ambiente sano con un desarrollo bien planificado.
 
La naturaleza tiene una enorme capacidad de recuperación, recordé mientras recorría la casa de Cortés en La Antigua; hermosos amates han extendido sus poderosas raíces hasta cubrir casi por completo los muros de la histórica construcción. El material original utilizado en la construcción de los muros, rocas entremezcladas con pedazos de coral y otros objetos marinos, se funde en varios lugares con el cuerpo de los árboles. De hecho, algunos de los muros se mantienen en su lugar sólo con la ayuda de las raíces de las higueras.
 
Esta bella fusión de los majestuosos amates con los restos de la construcción atribuida a Cortés representa en forma poética el vigor con el que la naturaleza se puede recuperar si se le permite hacerlo.
 
Tal vez la antigua Veracruz, aquella que encontraron los españoles a su llegada, no volverá. Sin embargo, tengo la esperanza de que la nueva Veracruz, la que conocerán nuestros descendientes, será un lugar mucho mejor si se logra conjuntar el desarrollo económico con el amor por la riqueza natural de nuestro país.
  articulos
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Hector T. Arita
Centro de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo
 
Arita, Héctor T.. 1995. La antigua Veracruz. Ciencias, núm. 38, abril-junio, pp. 38-39. [En línea].
     

 

 

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