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¿Es la evolución
de la dioecia un
callejón sin salidad?
César A. Abarca García, Eduardo Cuevas García y César A. Domínguez
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Probablemente la mayoría de nosotros ha visto algún
documental en el que se muestran los distintos y complejos cortejos que anteceden a las cópulas en muchas especies de animales, incluyendo la nuestra. De ahí que muchas veces asociemos el término sexualidad con la presencia de machos y hembras que eligen activamente su pareja, algo que en los vertebrados es particularmente cierto. Sin embargo, otros grupos como las plantas o los invertebrados marinos muestran una gran diversidad de expresiones en la sexualidad.
A pesar de que la mayoría de las plantas con flores son hermafroditas (75% del total tiene las dos funciones sexuales en la misma flor) en éstas se ha favorecido una amplia gama de atributos sexuales, particularmente relacionados con el movimiento de gametos entre individuos (fecundación cruzada). Entre los atributos más notorios se encuentran los de atracción, como las fragancias, las formas y los colores, que llegan a ser muy variables. Sin embargo, el hecho de que las especies hermafroditas presenten ambos sexos en una misma flor y potencialmente puedan autofertilizarse ha suscitado entre los estudiosos del tema —desde la época de Darwin— la pregunta: ¿por qué existen distintos mecanismos que evitan la autofertilización?
La explicación más aceptada actualmente tiene que ver con que la progenie producida por autofertilización es generalmente menos vigorosa que la producida por fecundación cruzada, hecho conocido como depresión por endogamia. Es decir, si las plantas que se autofertilizan presentan depresión por endogamia, entonces se espera que se favorezcan mecanismos que faciliten la producción de hijos por medio de fecundación cruzada, entre los cuales los más comunes son la separación de los órganos sexuales, tanto espacial como temporalmente, y los sistemas de incompatibilidad genética (que impiden la fecundación de los óvulos con polen de una misma planta).
Uno de los sistemas de reproducción que evita la autofertilización por completo y que ha evolucionado tanto en plantas como en animales es la dioecia. En las plantas, la dioecia está caracterizada porque en una población los individuos poseen únicamente flores masculinas (estaminadas) o femeninas (pistiliadas), lo que representa la máxima separación espacial de las estructuras reproductivas. Sin embargo, a diferencia de los animales terrestres, en las plantas con flores es poco común (entre 7 y 9% del total de las especies son dioicas).
¿Por qué si la dioecia parece ser tan exitosa en un grupo taxonómico, lo es tan poco en otro? Una posibilidad es que en las angiospermas la dioecia sea una novedad evolutiva y, por consiguiente, las especies dioicas no han tenido tiempo suficiente para diversificarse. Sin embargo, se ha mostrado que incluso si la dioecia tiene aproximadamente el mismo tiempo de haberse originado que sus grupos hermanos hermafroditas o monoicos (en lo cuales la misma planta presenta flores masculinas y femeninas), su tasa de diversificación es menor. Surgen entonces nuevas interrogantes, pues si los clados dioicos tienen menos especies, esto significa que por alguna razón la evolución de la dioecia está acompañada de una menor tasa de especiación o mayores probabilidades de extinción. Alrededor de este enigma evolutivo, existen tres propuestas contemporáneas que intentan darle respuesta.
La primera explicación se refiere a la frecuencia con que los polinizadores visitan las plantas dioicas para que se lleve a cabo la fecundación, ya que ésta requiere que un mismo grupo de polinizadores visite tanto las plantas masculinas como las femeninas. Sin embargo, como las presiones de selección que operan sobre las flores masculinas y femeninas generalmente son distintas, se ha favorecido el dimorfismo floral, por lo que es común que los machos presenten despliegues o recompensas florales que son más atractivas para los polinizadores que los de las hembras. Por ejemplo, en Leucadendron xanthoconus los machos, en promedio, producen 322 inflorescencias, contra sólo 16.3 en las hembras. Dichos contrastes florales entre machos y hembras llevó a un grupo de investigación a proponer que el dimorfismo podría acrecentar las probabilidades de extinción, como se aprecia en Silenne dioica o en Wurmbea dioica, cuyas hembras dejan pocos hijos o ninguno. Esta situación podría ser drástica en ambientes donde hubiera limitación de visitantes florales y un marcado dimorfismo floral. Obviamente, en muchas especies hermafroditas esto no sucedería, pues aun en ausencia de polinizadores, éstas pueden autofertilizarse y producir semillas, como lo hace la famosa Arabidopsis thaliana.
La segunda propuesta parte del supuesto de que la producción de semillas en una hembra dioica debería ser mayor a la de una hermafrodita, pues esta última tiene que producir polen y óvulos, mientras una hembra produce sólo óvulos. Pero si las semillas se dispersan poco, entonces el agrupamiento espacial de semillas y plántulas de una planta dioica será mayor que la de una hermafrodita y, por lo tanto, habrá una mayor competencia por los recursos y probablemente incrementará la mortalidad.
Ambas propuestas resultan interesantes, pero dependen de contextos ecológicos muy específicos: la primera, de los dispersores de polen, y la segunda, de los de semillas. Sin embargo, muchas especies dioicas no necesitan de animales para reproducirse. Por ejemplo, varias especies son polinizadas por el viento (como encinos y ailes) o por corrientes de agua (los pastos marinos) y por tanto pensamos que debe haber una explicación más general.
La tercera propuesta que intenta explicar por qué la dioecia es poco exitosa se refiere a que un individuo dioico no se puede autofertilizar. De manera general, si un individuo no se autofertiliza, se espera que genere progenie más variable que uno que sí lo hace. De forma congruente con esta idea, muchos estudios han mostrado que las especies que se autofertilizan poseen menores niveles de diversidad genética que las especies hermafroditas que tienen fecundación cruzada. Por ejemplo, en el género Mimulus, la especie M. guttatus, que es hermafrodita y se reproduce principalmente por fecundación cruzada, posee una mayor diversidad genética que M. nasutus, la cual se autofecunda predominantemente.
De manera similar, la diversidad genética de una especie dioica debería ser más alta que la de una especie que se autofertiliza y similar a una especie hermafrodita que promueve la fecundación cruzada. Para evaluar esa predicción, comparamos la diversidad genética de una especie dioica y una hermafrodita que no se puede autofertilizar. A pesar de que la diversidad genética de estas dos especies, ambas del genero Erythroxylum, debería ser equivalente, la especie hermafrodita (E. havanense) tuvo mayores niveles de diversidad genética que la dioica (E. rotundifolium).
Aunque no hay muchos trabajos diseñados para evaluar si la dioecia puede mantener altos niveles de diversidad genética (como teóricamente se espera), nuestro estudio no es un caso aislado. Por ejemplo, en Sagitaria latifolia las poblaciones dioicas tienen menos variación genética que las poblaciones monoicas, y en Amphibolis antartica (un pasto marino), que constituye el caso de pérdida de variación genética más drástico, ni utilizando marcadores moleculares muy variables se logró encontrar rastro alguno de diversidad genética. Por lo tanto, los estudios de diversidad genética en especies dioicas sugieren que la perdida de variación podría ser producto de la evolución de la dioecia.
¿Qué relación hay entre la baja variación genética y el poco éxito evolutivo de las especies dioicas? Mucha, porque se ha mostrado tanto teórica como empíricamente que conforme disminuye la diversidad genética de una especie, aumenta significativamente el riesgo de extinción. Por lo tanto, si con la evolución de la dioecia disminuye la diversidad genética y aumentan las probabilidades de extinción, entonces también podríamos explicarnos por qué el número de familias dioicas incluidas en las listas de extinción es mayor que el de sus linajes hermanos hermafroditas.
Por último, si la dioecia en las plantas con flores no sólo no parece ser una innovación clave en términos evolutivos, sino que podría aumentar las probabilidades de desaparición de una especie, ¿cómo se puede explicar entonces su origen? Teóricamente el primer paso de la evolución de la dioecia lo constituye la aparición de individuos que son estériles para alguna de las dos funciones reproductivas en una población hermafrodita. Si los individuos que surgen son estériles para la función masculina, que es lo más común, la población estará conformada por individuos hermafroditas e individuos que funcionan como hembras (población ginodioica). Por el contrario, si los individuos son estériles para la función femenina, la población estará constituida por individuos hermafroditas e individuos que funcionan como machos (población androdioica).
Como la esterilidad más frecuente y mejor estudiada es la masculina, se sabe ya que se origina debido a una mutación en el genoma mitocondrial. Las mitocondrias en las angiospermas se heredan por los óvulos (vía materna), y la mutación que esteriliza la función masculina sesga la asignación de recursos hacia la producción de óvulos, favoreciendo así la propagación de la mutación mitocondrial. Conforme la mutación mitocondrial se propaga, evidentemente menos individuos hermafroditas habrá. Probablemente por ello en algunas especies como en Thymus vulgaris, la frecuencia de hembras puede ser cercana al cien por ciento. En esas circunstancias, la adecuación de los genes mitocondriales es muy alta, pues mientras más óvulos y semillas se producen, más copias de los genes esterilizadores existirán.
Sin embargo, también se sabe que la fertilidad masculina puede ser restaurada. Cuando ello sucede, se debe a que una mutación de origen nuclear revierte los efectos de un esterilizador mitocondrial. En el caso de que no surgiera otro esterilizador mitocondrial después de la aparición del restaurador nuclear la población regresaría a ser totalmente hermafrodita. Dado que la restauración de la fertilidad masculina disminuye la producción de óvulos, los recursos se reasignarían nuevamente para producir tanto óvulos como polen y la adecuación de los genes mitocondriales disminuiría. se ha propuesto que esta discrepancia entre los genes mitocondriales que generan la esterilidad masculina y los nucleares que la restauran (conflictos genéticos), podría resolverse separando la producción de óvulos y polen en distintos individuos, justo como ocurre en las especies dioicas.
El estudio de la dioecia constituye un excelente ejemplo para mostrar que la evolución es totalmente ciega. Por un lado, al separarse los sexos en distintos individuos se resuelve un conflicto entre dos genomas (el mitocondrial y el nuclear), pero por otro, la separación de los sexos puede generar condiciones que hagan que las angiospermas dioicas sean más susceptibles a desaparecer que las hermafroditas.
También queremos recordar que la especialización puede llevar a la extinción, es decir, no porque el dioicismo se haya derivado del hermafroditismo significa que sea una condición más “exitosa”. La evolución no es un proceso direccional que mejora a las especies.
Agradecimientos
Queremos agradecer a Alejandro Flores por la revisión que hizo de la primera versión del manuscrito y a Celia Oliver por la cuidadosa revisión que hizo de la versión final.
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Referencias bibliográficas
Abarca, C. A. y A. López. En prensa. “La estimación de la endogamia y la relación entre la tasa de fecundación cruzada y los sistemas reproductivos en la plantas con flores: una interpretación de su significado evolutivo”, en Ecología Molecular, Eguiarte, L., V. Souza y X. Aguirre (eds). ine/Conabio, Instituto de Ecología, UNAM.
Cuevas, G. E y C. A. Abarca. 2006. “Origen, mantenimiento y evolución del ginodioicismo”, en Bol. Soc. Bot. Méx., núm. 78, pp. 33-42.
Heilbuth, J. C. 2000. “Lower species richness in dioecios clade”, en American Naturalist, núm. 156, pp. 221-241.
Heilbuth, K. L. Ilves y S. P. Otto. 2001. “The consequence of dioecy for seed dispersal: modeling the seedshadow handicap”, en Evolution, vol. 55, núm. 5, pp. 880-888.
Vamosi, J. C y S. P. Otto. 2002. “When looks can kill: the evolution of sexually dimorphic floral display and the extinction of dioecious plants”, en Proceedings of Royal Society of London, series B, núm. 269, pp. 1187-1194.
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César A. Abarca García
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Eduardo Cuevas García
Department of Ecology and Evolutionary Biology,
Universidad de California.
César A. Domínguez
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Abarca García, César A. y Cuevas García, Eduardo; Domínguez, César A. (2010). ¿Es la evolución de la dioecia, un callejón sin salida? Ciencias 99, julio-septiembre, 10-13. [En línea] |
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La persistencia
de la memoria VIII
Carlos Aguilar Gutiérrez y
Aline Aurora Maya Paredes
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_____________________________________________________________ Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Aurora Maya Paredes Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Aguilar Gutiérrez, Carlos, Maya Paredes y Aline Aurora. (2010). La persistencia de la memoria VIII. Ciencias 99, julio-septiembre, 78-79. [En línea] |
La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
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PDF →
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Artesanías y
medio ambiente
Conabio, México, 2009.
147 páginas.
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Cuando se agotan
los recursos naturales sólo
nos queda reinvertarnos.
Los materiales han cambiado,
pero los conocimientos
no van a morir.
Francisco J. Cornejo Rodríguez.
México es un país pluricultural y con gran diversidad biológica.
Como muestra, se extiende por todo el territorio una galería de productos artesanales representativos de cada región.
El artesano utiliza los recursos naturales para el diseño y la conformación de sus piezas y su taller, un genial laboratorio en donde las caprichosas formas de la naturaleza se reinventan y configuran de acuerdo con una visión particular del mundo.
De la relación creativa que establece el artesano con sus materias primas surgen, después de un elaborado y sensible proceso de contemplación y técnica, criaturas y objetos como alebrijes, piñatas, árboles de la vida y otras muchas expresiones artísticas transmitidas de generación en generación.
Asimismo, estas creaciones se elaboran, bien conforme a los antiguos procesos indígenas, o en talleres donde se utiliza pequeña maquinaria para su fabricación en serie, sin llegar a insertarse en el terreno de lo industrial. Aunque los artesanos emplean herramientas y materiales auxiliares para su trabajo, sus manos, su intuición y cosmovisión constituyen los principales recursos para su creación.
Los artesanos mexicanos son herederos de una tradición milenaria que se remonta en nuestro país al menos 4 000 años atrás. Desde su aparición sobre la Tierra, el hombre ha manifestado su concepción del entorno que lo rodea. Este aprendizaje lo ha llevado a crear piezas que expresan sus creencias ideológicas tradicionales y el fuerte sincretismo que impera en las civilizaciones.
El conocimiento sobre las artesanías y su técnica es generalmente transmitido de padres a hijos, fomentando así las tradiciones y formando parte de la herencia cultural de los pueblos. Asimismo, la actividad artesanal se realiza regularmente en el hogar y se desarrolla en mayor medida, en las áreas rurales combinada con actividades agrícolas, silvícolas, mineras o pesqueras, sin alterar el equilibrio ecológico de sus ecosistemas.
Los artesanos conocen y han manejado su entorno y los recursos que utilizan para la producción de sus artesanías.
La producción artesanal constituye un ejemplo de cómo se puede integrar el fomento a las formas de producción, el aprovechamiento de los recursos y la conservación de los mismos a través de una producción artesanal sustentable.
Artesanías y medio ambiente es resultado del trabajo conjunto entre institutos, casas de artesanías, instituciones federales y centros de investigación.
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Fragmento de la introducción.
como citar este artículo → Sin autor. (2010). Artesanías y medio ambiente. Ciencias 99, julio-septiembre, 76. [En línea]
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La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
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El racismo México
César Carrillo Trueba
Colección Tercer Milenio,
Conaculta, México 2009.
64 páginas.
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Indio igualado, indio patarajada, nopal, naco…
¿cuántas maneras de expresar el desprecio hacia los indígenas o quienes tienen “tipo indígena” podríamos contar? Cantidad, y todas ellas implican una inferioridad intrínseca, algo que se manifiesta en su apariencia exterior. ¿De dónde viene esta imagen de lo indígena, esta asociación entre su apariencia y los calificativos de flojo, sucio, miserable, su absoluta inferioridad?
La población de México fue siempre mayoritariamente indígena, y actualmente quince millones aún hablan su propia lengua y casi todos los demás tenemos al menos 50% de ascendencia indígena. Y sin embargo, a lo largo del tiempo se conformó, con base en la idea de raza, una imagen de inferioridad que persiste hasta nuestros días, constituida por los rasgos físicos y culturales de los pueblos indígenas. ¿Cómo ocurrió esto?, ¿por qué menospreciamos a quienes poseen un mismo origen y rasgos parecidos a los nuestros?, ¿por qué los libros de texto enseñan a enaltecer las civilizaciones prehispánicas, mientras las políticas gubernamentales propician la desaparición de los indígenas contemporáneos, su integración despojándolos de lengua y cultura? Tales son la preguntas que pretendemos abordamos en este breve ensayo.
* * *
Con el fin de conocer a fondo la naturaleza humana, en el siglo xix se crearon elaboradas técnicas para medir el tamaño y la forma del cuerpo, la fisiología y las capacidades mentales de las diferentes razas.
¿Cómo establecer las características que definen una raza?, tal era la pregunta que se formulaban los estudiosos dedicados a la antropología, la naciente ciencia del hombre. Con esta intención se definieron características apropiadas, se crearon métodos para estudiar su variación, obtener datos estadísticos e índices a partir de ellos, y para proceder a la comparación de los mismos, lo cual se efectuaba al interior de un marco teórico en donde dichas características tenían un valor predeterminado, generalmente establecido con base en criterios de orden cultural, ideológico, estético.
Así, por ejemplo, el ángulo facial empleado para clasificar cráneos establecía una gradación que va de 70º en los negros a 100º en las esculturas griegas, el famoso perfil, ideal occidental de la belleza, lo cual reflejaba la evolución humana, de lo inferior —debajo estaban los chimpancés— a lo superior. Un investigador podía entonces medir dicho ángulo en una población y, junto con otras medidas, reportarlas en una tabla sin conclusión alguna, o compararlas a las de otra población sin más, lo cual daría la impresión de una medida sin implicación alguna. Pero otro podía tomar sus datos y elaborar un análisis al interior de dicho marco, resultando que tales poblaciones ocupan un lugar en la escala evolutiva, haciendo que el dato adquiriera un valor.
Sin embargo, los resultados no siempre seguían este patrón, como se aprecia en el caso del olfato, para cuya cuantificación se crearon pruebas y se encontró que los europeos tenían menor capacidad olfativa que los negros; concluir la superioridad de una raza inferior era inaceptable, así que, con base en la teoría de la evolución del cerebro que presuponía áreas más primitivas que otras, se estableció que el olfato era un sentido más cercano a la animalidad, que dicha superioridad era una prueba más del lugar tan bajo que ocupaban los negros en la escala evolutiva.
En el fondo el procedimiento es siempre el mismo: se parte de la condición de inferioridad de los no occidentales, cuyos rasgos físicos y culturales son así considerados de antemano, y de su cuantificación y análisis resulta la confirmación de lo ya sabido, incluso cuando los datos no apuntan en esa dirección.
En México, la teoría de la degeneración de los indígenas y la de su inferioridad por falta de evolución —con todas sus amalgamas— fueron durante largo tiempo el marco general de los estudios efectuados. La influencia de la escuela francesa fue total, por lo que generalmente se siguieron los lineamientos de sus autores, al igual que sus parámetros de referencia, las medidas de lo considerado normal. No extraña por tanto la inferioridad, la anormalidad, la deficiencia de las características de los indígenas que resultan de tales estudios.
El cuerpo humano se volvió un conjunto de rasgos y funciones que poseían un significado en un sistema de valores cuya normalidad fue establecida con base en las características de cierta población europea.
¿Cómo se establecía en esa época lo que es un rasgo normal y uno no normal, uno superior y otro inferior o degenerado? El caso de la pelvis es ilustrativo. En el siglo xviii se obtuvieron medidas de la pelvis de europeos y africanos, mostrando que la primera es más amplia que la segunda; con base en lo anterior, a principios del siglo XIX se definió una jerarquía —de lo inferior a lo superior—, cuando el fundador de la anatomía comparada, George Cuvier, realizó la disección de una mujer del sur de África, la Venus Hotentote —que había llegado a París durante su gira como curiosidad por su prominente trasero—, cuya pelvis estrecha fue referencia para definir este carácter como propio de las razas inferiores.
En México se efectuaron varios estudios y se observó una estrechez en comparación con las medidas europeas, por lo que fue calificada como “acorazada” y se le ubicó entre los rasgos de degeneración de las razas indígenas. Sin embargo este tipo de pelvis no sólo se observaba en la población indígena, sino también en la que había resultado de su mezcla, lo que llevó a hablar de pelvis mexicana, que “comparada con la pelvis europea, ofrece una diferencia bien sensible, tanto en sus dimensiones como en el valor del ángulo que mide la inclinación del plano de los estrechos superior e inferior de la sínfisis. Por consiguiente la pelvis europea descrita en los libros debe tenerse como el tipo normal, la pelvis mexicana, con relación a ella, deberá considerarse como un vicio de conformación”. Dicho vicio se atribuyó a la mezcla de razas indígenas, ya que, como sostenía el doctor Francisco Flores, la población de origen español no contribuyó en nada a este problema.
Este tipo de investigaciones permitía a los médicos de entonces mostrar la relación existente entre razas y enfermedades, es decir, la propensión que tienen naturalmente ciertas razas a sufrir tal o cual enfermedad; y debido a que se había establecido que este tipo de pelvis provoca dificultades para la expulsión del feto, ocasionando partos difíciles cuando no imposibles, sus consecuencias en el índice de natalidad de estas razas y sus mezclas eran consideradas nocivas para la lucha por la vida. Es por ello que tales rasgos se consideraron parte constitutiva de la inferioridad de esta población, pues contribuían a la extinción de las razas, “como ha sucedido con los indios del norte del continente americano y como, aunque con más lentitud, acontece con nuestros indios”.
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_____________________________________________________________ Fragmento del libro.
como citar este artículo → Carrillo Trueba, César. (2010). El racismo en México. Ciencias 99, julio-septiembre, 74-75. [En línea]
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La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente: “En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua, vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana […] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua, mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza, observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”. En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan, que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se compuso de inmediato.
Para los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto. Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales de Sahagún es elocuente al respecto.
Una nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema. Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios, adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice: “Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen: “¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir, toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes. Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos –dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones; el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo: tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
Texto leído en la presentación del libro Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología e Historia el 18 de septiembre del presente año.
Eduardo Matos Moctezuma, Museo del Templo Mayor,
Instituto Nacional de Antropología e Historia.
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Supervía en el D. F.
perturbaciones locales
de efectos regionales
Luis Zambrano
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Desde 1977 muchos científicos están de acuerdo en que existe
un cambio climático ocasionado por el hombre. Han sido necesarios cerca de treinta años para que la sociedad aceptara la gravedad del problema. Esta dislocación entre científicos y sociedad se puede explicar por lo difícil que es vislumbrar las relaciones entre causa y efecto en sistemas complejos donde interactúan muchas variables. La escala espacial tampoco ayuda, es difícil concebir la relación entre el uso del automóvil en Arizona y el deshielo en los polos.
A escala local también existen dificultades para comprender la relación entre causa y efecto, como ocurre en los sistemas complejos que existen en una cuenca como la que ocupa la ciudad de México. Es complejo entender la relación que hay entre la construcción de una supervía en el suroeste con la falta de agua en el oriente o la inundación en Chalco.
Pero si se aborda la cuenca de México como un ecosistema que todavía brinda servicios como agua, aire, comida y clima, cuya cantidad y calidad depende del estado del ecosistema, es fácil entender que si éste está saludable podrá brindar más beneficios, mientras si está perturbado éstos se verán afectados; y si se analiza la historia de la ciudad de manera similar, entonces es posible relacionar causas con efectos.
Desde su formación, parte de la cuenca de México se inunda por las lluvias torrenciales que año con año aparecen de junio a octubre. Quizá por eso, al llegar los mexicas a la cuenca fueron confinados por los regidores de Culhuacán y Azcapotzalco a una zona pantanosa en el suroeste de Texcoco. Pero los mexicas entendieron la complejidad del ecosistema y la aprovecharon creando un sistema de diques y esclusas, además de chinampas, que les proveía de agua y comida todo el año.
En la Colonia se instauró una visión reduccionista en el manejo de la cuenca, ya que se veía a la naturaleza como un enemigo a vencer. Lo primero fue secar la cuenca para evitar inundaciones, abriendo el Tajo de Nochistongo en 1607. Desde entonces, el agua se va entubada y rápido, dejando sin agua a ríos y lagos, reduciendo la recarga del acuífero.
Lo único que no le faltaba a la cuenca era agua, pero la lenta urbanización y desecación del valle desde el siglo XVI ha provocado que en los periodos de secas se produzcan recortes en el abastecimiento de agua. La solución fue otra obra reduccionista: hacer pozos en las zonas bajas del oriente de la ciudad, donde el acuífero está cerca de la superficie. Así, para dar agua a 70% de la ciudad se extrae el doble de agua (40 metros cúbicos por segundo) de la que se recarga por el acuífero (19 m3/s ). La sobreexplotación del agua provoca que el oriente de la ciudad se esté hundiendo 40 centímetros por año. Es por esto que el río de la Compañía en Chalco, que antes era una depresión como cualquier río normal, ahora está 15 metros por encima del suelo, y cuando llueve fuerte, como en febrero de este año, se inunda todo Chalco. Para solucionar esto, otra vez, una propuesta reduccionista: hacer más grande el drenaje profundo, evitando que ese agua se infiltre.
¿Qué tiene que ver todo esto con la supervía que se va a construir entre Santa Fe y el sur de la ciudad? Las últimas zonas de recarga del acuífero de esta cuenca están justo en el suroeste, justamente en donde llueve más. Las cañadas que evitan el paso de los automóviles son los cauces naturales de infiltración. El poniente de la ciudad fue urbanizado a partir una propuesta igualmente reduccionista: trasladar los corporativos del molesto centro de la ciudad (con marchas y plantones) a los basureros de Santa Fe, que antes eran manantiales. Los terrenos de esta zona eran baratos y muchos especuladores hicieron fortunas con este desarrollo.
Pero como la urbanización de la región genera el problema de la movilidad, entonces se propone otra solución reduccionista: para comunicar Santa Fe con el sur, hay que hacer una supervía que cruce las cañadas que evitan la comunicación. La historia en los patrones de urbanización de la ciudad permiten predecir que esta vía de comunicación va a ocasionar asentamientos irregulares, tanto de pobres como de ricos, que luego se regularizarán. Como sucedió con los asentamientos irregulares en Santa Fe, que violan el reglamento de sólo edificios de máximo cuatro pisos, y como también sucederá con la construcción de la Biometrópolis en los bosques que están cerca de periférico rumbo a la carretera del Ajusco, zona fundamental de recarga de agua. Las consecuencias de la urbanización serán evidentemente la contaminación y la reducción de la recarga de los acuíferos, con efectos directos como la contaminación del acuífero, el hundimiento en Chalco, la falta de agua en época de secas en toda la ciudad y la existencia de cinco líneas de metro con problemas por hundimientos diferenciales.
La escala en el tiempo tampoco ayuda a comprender la relación entre causa y efecto. Para ello es necesario analizar al ecosistema de la ciudad como un sistema complejo con dinámicas condicionadas a “puntos de estabilidad”, los cuales “atraen” el ecosistema a su estado original después de una perturbación. Este fenómeno genera la falsa impresión de que los servicios ecosistémicos no disminuyen cuando se perturba el ecosistema, sin embargo, muchas perturbaciones pueden sobrepasar la capacidad de resiliencia del ecosistema, al cambiar drásticamente de un punto estable a otro. La teoría que explica esto los llama “cambios catastróficos del ecosistema”, y cuando éstos ocurren, también cambian los servicios que provee el ecosistema. Así, dejaremos de recibir agua en poco tiempo, el clima variará de manera drástica y la contaminación del aire podría ser mayor.
Los costos económicos de estos cambios catastróficos pueden ser mucho mayores a los de las perturbaciones previas. Por esto, en el momento de hacer un cálculo de costobeneficio en una obra que perturba el ecosistema hay que incluir los costos económicos asociados, como las inundaciones en Chalco, la falta de agua en Iztapalapa o la mera construcción del drenaje profundo. El problema es que los beneficios económicos son de corto plazo, mientras que las consecuencias ambientales responden a la dinámica ecosistémica que es de largo plazo. Por lo tanto, estas consecuencias no las pagarán los grandes emporios de Santa Fe, ni la concesionaria de la carretera o los desarrolladores inmobiliarios que ya están haciendo planes de urbanización en la región, sino los ciudadanos.
Nuestro error ha sido tratar de solucionar los problemas causados por fenómenos naturales de manera aislada y reduccionista. No consideramos los problemas como una respuesta dentro de un sistema complejo que tiene repercusiones en diferentes escalas. Por lo tanto, la mayoría de nuestras soluciones genera problemas más graves de los que se solucionan de manera aislada. En este caso es necesario considerar que una acción local de corto plazo puede tener efecto a nivel global en el largo plazo.
La humanidad se tardó más de treinta años en aceptar el cambio climático propuesto por los científicos. Los capitalinos no tenemos tanto tiempo para aprender a manejar nuestra cuenca de una manera ecosistémica. Si seguimos por el camino de la urbanización construyendo la supervía e impulsando la Biometrópolis, las nuevas generaciones enfrentarán problemas ambientales que serán económicamente imposibles de afrontar. Es momento de dar un vuelco de timón en el desarrollo urbano de la ciudad de México y considerar que vivimos en un ecosistema complejo, el cual tiene múltiples respuestas en diferentes escalas. Si aprendiéramos de las antiguas culturas que lograron manejar el agua, como lo hicieron aquí los mexicas, y de experiencias contemporáneas como la de la ciudad de Bogotá, podríamos aprovechar los muchos beneficios que nos proporciona este ecosistema para hacer que la calidad de vida se incrementara y que sea más barato mantener la ciudad.
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Luis Zambrano
Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Zambrano, Luis. (2010). Supervía en el D. F. perturbaciones locales de efectos regionales. Ciencias 99, julio-septiembre, 60-63. [En línea] |
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Sexo en la ciudad
y sexo en el jardín
Patricia Magaña Rueda
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La taxonomía, en términos generales, consiste en la
identificación, asignación del nombre y clasificación de las especies. Carl Von Linné, naturalista sueco del siglo XVIII, es considerado el padre de la taxonomía, y escribió su trabajo Species plantarum basándose fundamentalmente en las de su jardín, proponiendo clasificarlas en veinticuatro clases según el número de estambres, las cuales dividió en órdenes, éstos en géneros, a su vez divididos en especies. Este sistema se volvió universal y es el que se sigue actualmente. Aunque esta primera división con base en los estambres fue abandonada hace mucho tiempo, las estructuras sexuales siguen siendo importantes para la clasificación de las plantas. En 2007 se celebró el bicentenario del nacimiento de Lineo, sobre quien la Universidad de Uppsala, en Suecia, de la que fue catedrático, mantiene una página que permite conocer su obra, y datos sobre el más famoso naturalista de ese país (www.linnaeus.uu.se/online/life) Google tiene en línea la primera traducción de la obra de Linneo al español, publicada por Don Antonio Palau y Verderá, del Real Jardín Botánico de Madrid en 1787 (books.google.com.mx).
Según Linneo, las plantas celebraban nupcias y lo hacían de muchas formas, ya fuera abiertamente como en las fanerógamas o en secreto como las criptógamas, afirmación que generó polémica social en su época y trascendió fronteras. Si desea acercarse a una interesante discusión sobre el impacto del trabajo de Linneo en México, puede ver el texto que está incluido en la revista Ciencias (www.ejournal.unam.mx/cns/no87), donde se citan las protestas que hubo en nuestro país por hablarse de la sexualidad en plantas.
En la época de Linneo se hablaba de dos reinos: plantas y animales. La clasificación actual es muy distinta y para las plantas no se usan ya los términos fanerógama y criptógama, que muchos de nosotros todavía escuchamos de nuestros maestros en la escuela primaria. Hoy todos los organismos se clasifican de acuerdo con tres dominios (Archaebacteria, Eubacteria y Eucarya) y entre los reinos, las plantas (Plantae) viven una constante revolución en su clasificación a causa de una intensa ola de estudios sobre su biología, en la que destacan los relacionados con la propagación y reproducción de las espermatofitas, que son plantas vasculares (o traqueofitas) y que reciben su nombre justamente por la producción de semillas.
La propagación y reproducción de las espermatofitas son procesos complejos. Existen desde los muy distintos medios para llegar a la unión de los gametos, hasta la producción de semillas sin participación de la parte masculina. Al teclear en Wikipedia las palabras reproducción de plantas y sexualidad vegetal, uno puede encontrar información que explica los mecanismos básicos para entender estos procesos, y de paso encontrar ligas interesantes con otros tópicos, incluido un artículo que celebró, en 1995, el trescientos aniversario de Rudolf Jacob Camerarius, el primer naturalista alemán que habló del sexo en las plantas allá por 1694.
Tal como afirma el texto de Abarca, Cuevas y Domínguez en este número de Ciencias, “75% de las plantas con flores (Angiospermas) son hermafroditas”, es decir, producen órganos reproductores y las flores tienen los dos sexos que generan los dos tipos de gametos, masculinos y femeninos. Para recordar algo de nuestras clases sobre la morfología de una flor, bien vale revisar (www.kew.org/ksheets/pdfs/b4flower.pdf) en el portal de los Reales Jardínes Botánicos de Kew, institución británica con más de 200 años de antigüedad, y altamente reconocida por su trabajo en investigación de plantas de todo el mundo. En esta pequeña guía, con ilustraciones, uno recuerda que eso que parece una simple estructura es todo un mundo muy complejo.
Para terminar de introducirse en el fascinante mundo reproductivo de las plantas mirando vistosos colores y formas, se puede visitar la galería de fotos de plantas del Instituto Smithsonian de Estados Unidos (http://persoon.si.edu/PlantImages/) o la colección del Jardín Botánico de Missouri, una de las instituciones más importantes y reconocidas en el estudio de las plantas del mundo (www.flickr.com/photos), o también uno de los muchos portales con colecciones de fotografías de orquídeas, donde se puede encontrar una alta sofisticación en morfología floral.
Particularmente bueno es el de la Asociación Mexicana de Orquideología, A. C. (http://amo.com.mx/galerias). Así se puede tener una pequeña idea de la variedad de flores que se pueden encontrar en el mundo y deleitarse pensando en las mil y una formas en que las plantas tienen sexo… y no sólo en la ciudad.
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Magaña Rueda, Patricia. (2010). Sexo en la ciudad y sexo en el jardín. Ciencias 99, julio-septiembre, 50-51. [En línea]
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El lenguaje de las células
Elisa Domínguez Hüttinger
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¿Cómo se coordinan las células de un organismo?, ¿cómo las
bacterias censan el medio en que están?, ¿por qué las células cancerosas proliferan, formando tumores?, ¿qué relación guarda la diabetes con la enfermedad cardiovascular? El común denominador de estas preguntas es la comunicación celular, proceso por medio del cual las células son capaces de percibir cambios en el medio y responder a éstos.
Para entender intuitivamente la comunicación celular, imaginemos dos células hablando entre sí: la célula emisora dice una palabra, que es escuchada (por medio de los oídos) por la célula receptora o célula blanco, la cual procesa la información, y finalmente responde al mensaje de la célula emisora por medio de alguna acción.
Bioquímicamente hablando, los protagonistas de este sistema de comunicación son las proteínas. Tanto las palabras (propiamente dicho, los ligandos) como los oídos (es decir, los receptores) y los procesadores de información (efectores) son proteínas; mientras que los ligandos son hormonas, neurotransmisores e incluso enlaces directos entre células, los receptores son proteínas incrustadas en la membrana celular que tienen un dominio en el exterior (extracelular) y uno en el interior (intercelular). Los efectores frecuentemente, pero no siempre, son enzimas (modifican a otra proteína) o factores de transcripción (entran en contacto con el adn).
El ligando entra en contacto con la célula blanco por medio del dominio extracelular del receptor. La asociación ligandoreceptor provoca un cambio estructural en el dominio intercelular del receptor, el cual desencadena la activación de las proteínas efectoras en el interior de la célula —éstas interactúan de manera inhibitoria o activadora entre sí, ya sea linealmente, como en un efecto dominó, o a manera de red. Eventualmente, una de ellas —un factor de transcripción— induce un cambio en la expresión genética, es decir, enciende o apaga la expresión de un gen al asociarse con el adn; entonces culmina la vía de comunicación celular, pues el cambio en la expresión genética induce una respuesta en la célula: división, diferenciación, muerte o migración.
Este proceso, llamado transducción de señales, es el responsable de que las células sean capaces de percibir su medio ambiente; basta con tener un receptor apropiado que sea capaz de ligar cierto nutrimento así como la maquinaria intercelular correspondiente, para que la célula pueda incorporarlo y metabolizarlo. Las células en un organismo multicelular están finamente coordinadas gracias a una complejísima red hormonal que las comunica.
Una célula cancerosa se caracteriza por dejar de responder a su entorno. Frecuentemente, algún receptor que normalmente induciría la división celular —un protooncogen— adquiere independencia del ligando, es decir, que no necesita esperar una señal desde fuera para inducir la proliferación celular.
La relación entre la diabetes y la enfermedad cardiovascular se debe, al menos en parte, a la comunicación cruzada entre la vía de señalización desencadenada por la insulina y aquella desencadenada por la angiotensina. Si alguna de estas vías está alterada, puede tener efectos sobre la otra, explicando así la correlación entre estas dos patologías.
La cantidad de información que ha surgido en el campo de la transducción de señales y la consecuente dificultad de sintetizar y analizar el creciente número de datos ha orillado a quienes se dedican a esta disciplina a acercarse a otros campos del conocimiento, como las ciencias de la computación y las matemáticas. Una comunicación fructífera entre ellas es esencial para el desarrollo de la transducción de señales. Así, el estudio del lenguaje de las células está revolucionando el lenguaje entre los diferentes campos de conocimientos y, con ello, propiciando una colaboración estrecha y cordial entre sus representantes.
Entender la transducción de señales es comenzar a comprender la conexión entre el exterior y el interior de las células, entre el organismo y su medio. Conocer con precisión las redes de transducción de las señales características de determinado proceso fisiológico o patológico definitivamente contribuye a comprenderlo con mayor precisión, además, un mayor entendimiento puede sugerir la manera de intervenir en el proceso mismo.
Sin embargo, no debemos perder de vista que no podemos reducir un proceso fisiológico o patológico al estado de activación de las proteínas (o genes); justamente, en este sentido, la transducción de señales es muestra de la inmensa importancia del contexto.
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Referencias bibliográficas
García Sainz, J. A. 2002. Hormonas: mensajeros químicos y comunicación celular. FCE, México.
Kitano, K. 2002. “Systems Biology: A Brief Overview”, en: Science, vol. 295, núm. 5560, pp. 1662-1664.
Spiegel, A. 2006. “Gproteinmediated Signal Transduction and Human Disorders”, en: Encyclopedia of Life Sciences.
Todd, R. y K. Munger. 2006. K. “Oncogenes”, en: Encyclopedia of Life Sciences.
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Elisa Domínguez Hüttinger
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Domínguez Hüttinger, Elisa. (2010). El lenguaje de las células. Ciencias 99, julio-septiembre, 36-37. [En línea]
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Manuel Miranda Anaya y
Vania Patricia Carmona Alcocer
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La obesidad es una condición que ha incrementado
alarmantemente en las sociedades de los países industrializados. La falta de ejercicio físico, aunado a las dietas ricas en calorías por carbohidratos y grasas son promotoras de esta condición.
Las personas que desarrollan obesidad sufren de una diversidad de síntomas tanto metabólicos como conductuales que merman su calidad de vida. Recientemente se ha observado que la obesidad afecta funciones de regulación circadiana, es decir, la capacidad de orquestar los procesos fisiológicos a tiempo. En otras palabras, los ritmos circadianos son afectados por la condición de obesidad.
Los ritmos circadianos, en la fisiología y en la conducta, son una propiedad que encontramos en una gran diversidad de seres vivos. La evolución de los seres vivos se desenvolvió en un marco cíclico y por lo mismo los ciclos son parte fundamental de la organización de la vida. La regulación cíclica debe ser ajustable y al mismo tiempo precisa. El componente fundamental que dirige esta ciclicidad tiene la función de un reloj, y los mecanismos mediante los cuales se ajusta a sí mismo y al organismo son un complejo grupo de procesos bioquímicos, fisiológicos y conductuales que interactúan y además son orquestados de manera cíclica.
En los mamíferos, el reloj o marcapasos maestro se encuentra localizado en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo. Es un conjunto de neuronas que presentan ritmos circadianos de actividad eléctrica y de secreción de neurotransmisores. Las neuronas se acoplan entre sí para robustecer una salida neural y endocrina a otros centros cerebrales que regulan funciones vegetativas y conductuales.
Si se presentan deficiencias en la capacidad del reloj circadiano para coordinar las variaciones fisiológicas del organismo se comienza a perder eficiencia en las funciones biológicas en su interacción con el ambiente cíclico. La función adecuada en el momento preciso ahorra energía si se hacen eficientes las partes que intervienen.
Fuera del núcleo supraquiasmático, la mayoría de los tejidos y órganos funcionan como osciladores periféricos, sin embargo, en ausencia de éste pierden sincronía y sus oscilaciones se debilitan. El trabajo de un director de orquesta que mantiene una buena comunicación con los músicos de la orquesta es un ejemplo equivalente. La adecuada relación entre un director y los músicos da lugar a la buena ejecución de una sinfonía, por el contrario, la organización arrítmica produce un resultado disonante.
Si los ritmos circadianos regulan constantemente diferentes aspectos de la fisiología celular y la funcionalidad de los órganos, no es de sorprenderse que sean afectados por una amplia gama de patologías. Actualmente, con las ventajas de la biología molecular y de la disponibilidad de organismos con mutaciones específicas en el asa molecular del reloj, se ha observado que existe correlación entre la disfunción de elementos del asa molecular del reloj y el desarrollo de alguna patología, como ocurre en los ratones que tienen una mutación en el gen clock, los cuales tienden a desarrollar un síndrome metabólico y obesidad.
La disfuncionalidad del reloj biológico para el control de funciones fisiológicas, para la regulación del metabolismo, se ha ligado al hecho de que en personas obesas o con sobrepeso hay problemas de insomnio en la noche y somnolencia durante el día, lo que ocasiona que su desempeño diario se vea afectado.
En el laboratorio de biología animal experimental de la Facultad de Ciencias estudiamos varios de los efectos que puede tener la condición de obesidad en algunas características básicas del ritmo de la actividad locomotora, el sueño y la concentración de parámetros sanguíneos que reflejen el estado metabólico del organismo, como la de glucosa, triglicéridos, insulina y leptina, ésta última considerada como la hormona que regula la saciedad. El modelo biológico que usamos es el del ratón de los volcanes (Neotomodon alstoni), algunos de los cuales, al ser mantenidos en condiciones de cautiverio, aumentan de peso, dato que se interpreta como una condición de obesidad. Los estudios realizados se enfocan principalmente a conocer los perfiles diarios en estos metabolitos y en la facilidad con que un organismo obeso se sincroniza a cambios de horarios en el fotoperiodo.
Una forma de evaluar los mecanismos de sincronización es empleando protocolos de fotoperiodo, equivalentes a un cambio de uso horario o jetlag, en los que se ha observado que los individuos obesos presentan mayor dificultad para alcanzar una sincronización completa después de un avance o retraso de seis horas en el fotoperiodo. Otra forma de hacerlo es mediante la curva de respuesta de fase, en donde la aplicación de un pulso discreto de luz a un organismo que se encuentra en condiciones constantes de oscuridad, puede adelantar o retrasar el reloj, en función de la hora en que se aplica. Si el pulso se proporciona en la primera mitad de la noche interna del organismo, el reloj se retrasa, si se aplica en la segunda mitad entonces el reloj se adelanta. La magnitud de los retrasos y adelantos es indicadora de la eficiencia con que el organismo se puede sincronizar a un fotoperiodo natural. En los organismos obesos esta capacidad de sincronización se ve afectada, de tal manera que sólo puede ajustar diariamente el ritmo a una velocidad menor a la que sucede en los animales no obesos.
La hipótesis de que un estado fisiológico inadecuado puede afectar la capacidad del reloj para ajustarse diariamente se confirma claramente en los estudios llevados a cabo en este roedor. Estos hallazgos permiten ver desde una perspectiva cronobiológica los problemas de control que tiene el reloj biológico en individuos obesos. Conocer cómo esta organizado el sistema circadiano en los mamíferos ha permitido entender que la organización de las funciones biológicas en el tiempo es de vital importancia para mantener un estado de salud. La comprensión de cómo el reloj organiza la funcionalidad circadiana entre órganos, tejidos, células y genes no es aún completa, pero es indudable que existe una correlación entre su disfunción y diversas enfemedades.
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Referencias bibliográficas
Clocks and Rhythms. 2007. Symposia on Quantitative Biology, vol. LXXII. Cold Spring Harbor Laboratory Press.
Takahashi, J. et al. (eds.). Handbook of Behavioral Neurobiology, vol. 12. Circadian ClocksKluwer Academic, Nueva York.
Green C., J. Takahashi y J. Baas. 2008. “The meter of metabolism”, en Cell, núm. 134, pp. 728-742.
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Manuel Miranda Anaya
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Vania Patricia Carmona Alcocer
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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Miranda Anaya, Manuel, Carmona Alcocera y Vania Patricia. (2010). La obesidad y la regulación del reloj circadiana. Ciencias 99, julio-septiembre, 24-25. [En línea]
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Conciencia:
ciencia y metafísica una visión inevitablemente filosófica
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Eduardo González Flores
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Definir la conciencia es una tarea más que difícil. Christof Koch propone el concepto de selfawareness como definición de trabajo: “El estado de alerta de uno mismo y del entorno, que inicia por la mañana al despertar y termina cuando el individuo cae en un estado inconsciente tal como es el coma o el sueño sin ensoñaciones”. Existe evidencia aportada por la neurología clínica y las neurociencias cognitivas que sugiere que diferentes tipos de estímulos son procesados por el sistema nervioso central en forma paralela y jerárquica, y que el encéfalo tiene la función de integrar esta información con el resto de la información proveniente de otros sentidos, y vincularla con emociones y recuerdos, formando la experiencia del ser consciente.
El problema central de las neurociencias es el llamado binding problem o problema de la unión, que se basa en lo siguiente: el sistema nervioso central trabaja en forma modular, por partes, donde cada parte de una percepción sensorial es procesada independientemente en el lenguaje de potenciales de acción. Nuestra percepción nos llega como un todo unificado; entonces, ¿qué mecanismos usa el cerebro para reunir lo disperso y presentarlo en forma unánime?
El estudio científico de cómo se genera la conciencia o selfawareness ha sido difícil debido a que la conciencia presenta tres características que la hacen en forma parcial no verificable en su universo total: en primer lugar, la conciencia es subjetiva, esto es, que la experiencia consciente es única para cada individuo, ya que está moldeada por sus propias experiencias; el problema se puede ejemplificar cuando se piensa en el dicho: “la belleza está en los ojos de quien la mira”.
La segunda característica es que es unitaria, la experiencia conciente llega a nosotros como un todo integrado bañado de colores, sonidos, formas, olores, sabores, emociones y recuerdos, vinculado como una sola experiencia que ocurre simultáneamente. La tercera característica es la intencionalidad, esto es, que nuestra experiencia consciente tiene un significado más allá de las percepciones físicas experimentadas al momento y se genera con un fin particular.
La dificultad para abordar con el método científico este problema es la circunstancia que dio lugar a la concepción dualista del ser: una mente inmaterial independiente de un órgano material llamado cerebro. En la actualidad existen diferentes concepciones filosóficas y científicas; unas proponen que la llamada conciencia es una propiedad emergente de las características físicas del cerebro, pero no explicable a partir de ellas únicamente. Sin embargo hay otras corrientes, como la que sostiene Colin McGinn, quien afirma que sencillamente el problema de la conciencia es una tarea inabordable para el intelecto humano; o más optimistas, como las propuestas por Searle y Nagel, para quienes esto sí es posible, manteniendo ciertas precauciones. Y está la de Francis Crick y Christof Koch, una hipótesis biológica actualmente en desarrollo. Comencemos por ellos.
Los correlatos neurales de la conciencia
Francis Crick ha sido uno de los investigadores más dinámicos y creativos, sus trabajos lo han colocado a la misma altura que Newton, Galileo, Darwin y Copérnico. En 1953 fue condecorado, junto con James Watson, con el premio Nobel de Fisiología y Medicina por determinar la estructura helicoidal del ADN. En los últimos años de su vida, Crick se dedicó al estudio de la conciencia, y en 1994 publicó “The Atonishing Hypothesis”, la mejor revisión hasta entonces sobre el tema. Junto con Christof Koch trabajó para sustentar la hipótesis de los correlatos neurales de la conciencia (NCC por sus siglas en inglés).
Poco antes de morir, el 27 de julio de 2004 debido a un cáncer, su línea de investigación estaba centrada en el claustro, un núcleo perteneciente a los ganglios basales cuya característica que más llamó la atención de Francis Crick es que se conecta prácticamente con cualquier región cerebral, por lo que actuaría como un director de orquesta al coordinar los esfuerzos de múltiples áreas.
Este trabajo ha sido continuado por Christof Koch, del Instituto Tecnológico de California, cuya hipótesis propone que el problema de la conciencia sólo puede ser resuelto a largo plazo mediante explicaciones a nivel neuronal, esto es, encontrando los correlatos neurales de la conciencia, por lo que desarrolla una investigación para lograr esto. Los correlatos se definen como la unidad mínima capaz de generar una percepción consciente, y dependen de alguna forma de la memoria a corto plazo y algunos mecanismos de atención, los cuales logran sincronizar un grupo de neuronas en algún sitio del cerebro para que disparen unificadamente potenciales de acción a una frecuencia que va de 40 a 70 Hz. El resultado de este proceso es la generación de una forma de memoria a corto plazo que se conoce como working memory (una forma de memoria que dura poco tiempo y es reforzada mediante la repetición, y es la que nos permite mantener la coherencia en una conversación, memorizar un número telefónico, un nombre, etcétera).
Es una hipótesis basada en estudios realizados en el sistema visual de monos y gatos. Se ha elegido el sistema visual para ser objeto de estudio debido a que una gran cantidad de mamíferos son seres esencialmente visuales, y para interactuar con el mundo dependen de lo que el sistema visual realice, por lo que la relación de superficie cortical dedicada al procesamiento de imágenes es amplia en comparación con otros sentidos. La estrategia utilizada es la rivalidad binocular, que consiste en presentar simultáneamente un estímulo visual diferente a cada ojo de un mismo individuo. Sabemos que la atención es un proceso discriminante en el que sólo se atiende una única circunstancia a la vez; al presentar un estímulo diferente a cada ojo, la atención salta de un estimulo a otro, y es este salto en la atención lo que en apariencia vuelve consciente un estímulo.
La respuesta que proponen Crick y Koch en este caso es que en cualquier momento las neuronas importantes en múltiples áreas corticales cooperan para formar alguna clase de actividad global, y que ésta corresponde a la conciencia de lo que se ve. Experimentalmente, Koch se basa en las observaciones hechas en la corteza olfativa y en la visual de cómo las células nerviosas de estas dos regiones disparan de una manera semisincrónica a una frecuencia de 40 a 70 Hz, así como de observaciones histológicas y funcionales que muestran que todas las áreas corticales relacionadas con un solo sentido están interconectadas serialmente mediante conexiones ascendentes, descendentes y reverberantes, lo que crearía circuitos de retroalimentación que podrían llevar a que las neuronas se sincronizaran. El producto de tal sincronización sería una percepción unificada.
Searle y las propiedades emergentes
Este filósofo de la ciencia defiende la postura de que se puede formular una teoría biológica de la mente —en realidad él propone una—, siempre y cuando se mantengan algunas precauciones en cuanto a cómo se formula el problema en términos científicos.
En su artículo publicado en 1992, “The Problem of Consciousness”, Searle define la conciencia como “los estados subjetivos de alerta que comienzan cuando el individuo se despierta en la mañana de un sueño sin ensoñaciones, y continúan todo el día hasta que uno se acuesta por la noche, cae en coma, muere o de algún otro modo entra en un estado inconsciente”. Para él, la conciencia es un proceso mental de orden superior, o mejor dicho, de orden supremo, pues la considera como la función máxima del sistema nervioso central, pero que, sin embargo, muchos tratan como una propiedad de orden metafísico, totalmente subjetivo e inabordable a un estudio científico serio.
Searle propone que cualquier intento de teoría biológica de la conciencia debe de tener en cuenta las tres propiedades fundamentales de la conciencia: a) subjetividad: esta propiedad es el mayor reto a vencer, ya que “una teoría de la conciencia necesita explicar cómo es que un conjunto de procesos neurobiológicos puede provocar que un sistema se encuentre en un estado subjetivo de alerta”, esto es, ¿cómo se puede explicar que una serie de potenciales de acción en varios grupos de neuronas sean capaces de llevarnos a experimentar el mundo de un modo diferente?; b) unidad: se refiere a que no experimentamos los hechos en forma aislada, sino que lo hacemos de manera integrada, ya que las sensaciones corporales ocurren simultáneamente con la percepción de: clima, color, olor, rostros, pensamientos, sentimientos, recuerdos, etcétera. Esto constituye lo que para la neurobiología se conoce como binding problem o problema de la unión; y c) intencionalidad: es el nombre que dan los filósofos y psicólogos a la propiedad que tienen muchos de nuestros estados mentales de estar dirigidos a algo, que son de tal o cual modo ya que hay algo en el mundo que los hace ser así. Por ejemplo, si yo me siento triste debe de haber algo en el mundo o un contenido mental que me hace sentir triste, sin importar si es real o es una alucinación.
Sin embargo existe otro obstáculo que en cierto modo impide que la conciencia sea estudiada por medio del método científico de un modo satisfactorio. Nuestra estructura científica actual, que nos ha permitido entender el mundo se ha basado en la útil estrategia del reduccionismo. Con esto me refiero a que muchos de los fenómenos de la naturaleza que en un principio parecían inexplicables, ahora tienen una explicación satisfactoria debido a que se ha podido reducir su complejidad a un sistema basado en elementos básicos cuyo análisis es más sencillo.
Sin embargo, en una primera inspección, esta estrategia parece insuficiente para abordar el problema de la conciencia, ya que podemos medir magnitudes y frecuencias así como destinos de los potenciales de acción en las neuronas del cerebro, es decir, algo objetivo y cuantitativo, pero nuestro objeto de estudio no es éste, sino algo subjetivo y cualitativo llamado conciencia. A manera de ejemplo, antes de la teoría electromagnética se definía al color sobre la base de lo que un individuo normal percibía como color, así el rojo se definía como lo que para el observador era rojo. Después del descubrimiento del electromagnetismo se vio que el color no era otra cosa más que una onda electromagnética con características físicas, como la longitud de onda que se reflejaba en algunos objetos que se manifestaban con tal color; así se pudo redefinir lo que en un principio se definía en términos subjetivos (mi experiencia del color) a términos objetivos (ondas electromagnéticas con ciertas características físicas).
Pareciera que no es posible hacer esto con la conciencia, es decir, ¿cómo explicar mi experiencia única e intransferible (subjetiva), en términos de neuronas, moléculas y potenciales de acción (objetiva)? Searle enfrenta este problema de un modo elegante, dice que la estrategia reduccionista es útil, pero que sólo conocemos cinco métodos reduccionistas (reducción ontológica, teórica, lógica, causal y a las propiedades ontológicas), y únicamente la reducción ontológica parece ser la adecuada para abordar la conciencia (este tipo de reducción consiste que los objetos de cierta clase no consisten más que en objetos de otra clase), pero no del modo en que el color pudo ser reducido, ya que aunque lleguemos a la conclusión irrefutable de que la conciencia no es otra cosa más que actividad de neuronas, nos faltaría conocer los mecanismos que finalmente la generan. Llegar a la reducción de esto aparentemente no es posible por medio de los cinco métodos tradicionales de reducción, sino de otro modo; se necesita un método que explique las neuronas como unidad y su interacción como circuitos, y el modo en que se logre reducir esto será un hito para la humanidad que con seguridad nos llevará a un modo diferente de entender los fenómenos y revolucionará el pensamiento científico.
Mientras esto es posible, Searle propone la hipótesis de las propiedades emergentes: “supongamos que tenemos un sistema S hecho de los elementos a, b, c… Por ejemplo, S podría ser una piedra y los otros elementos serían las moléculas. En general, existirían propiedades de S que no son, o al menos no necesariamente, propiedades de a, b, c… Por ejemplo, S pesa diez gramos, pero el peso de los elementos individuales no suma diez gramos”. Vista de este modo, la conciencia es causalmente una propiedad emergente de un sistema de neuronas, del mismo modo que la solidez o la fluidez son propiedades de un arreglo particular de moléculas. La existencia de la conciencia puede ser explicada mediante las interacciones causales de los elementos del cerebro en el micronivel. La idea base de Searle es que la conciencia escapa al comportamiento de las neuronas en el cerebro, y que una vez que se ha escapado, entonces adquiere vida propia.
¿Qué se siente ser un murciélago?
“La conciencia es lo que hace al problema mentecuerpo en realidad intratable; sin la conciencia el problema dejaría de ser interesante y con la conciencia parece ser desalentador”. Esta frase enunciada por Thomas Nagel ilustra su visión del problema, la cual tiene muchos puntos de vista en común con Searle en cuanto a la estrategia intelectual que actualmente se sigue para resolver el problema de la conciencia, esto es, mediante la reducción a sus elementos fundamentales, lo cual es insuficiente o carece aún de los elementos teóricos suficientes para sustentarla.
Al igual que Searle, Nagel encuentra en la subjetividad de la conciencia el mayor reto a vencer, y para tratarla emplea como analogía lo que implicaría ser como un murciélago. Asume que la conciencia es un fenómeno constante en la naturaleza, que se encuentra en los mamíferos y las aves, y que se halla en relación con la complejidad que posee cada especie en su sistema nervioso. A partir de esto, toma como ejemplo a los murciélagos, ya que en la escala filogenética se encuentra cercanos al ser humano, y además porque poseen un sistema para percibir al mundo por medio del eco de los sonidos que emiten con su sonar, sistema que los humanos no poseemos.
Seguramente los murciélagos son capaces de generar una representación del mundo a partir de las ondas de sonido que les permiten moverse en él, pero nosotros como observadores somos incapaces de acercarnos a esa representación que se forma en su conciencia, y sólo podemos aproximarnos a los correlatos de grupos de neuronas que se activan e inactivan en su sistema nervioso, nada más. Los seres humanos podemos inferir cosas a partir de estudios neurofisiológicos en murciélagos y hacer la analogía con nuestro sistema visual. Tenemos además una herramienta muy útil, la imaginación, pero se limita a representar lo que nuestros sentidos captan de la realidad. Por tanto, no podemos aproximarnos a lo que se siente ser un murciélago. Si me imagino a mí mismo con membranas bajo los brazos, durmiendo colgado boca abajo, esto sólo me acercaría a las condiciones de vida de un murciélago, pero lo que en su representación interna ocurre cada vez que emite un sonido y capta los ecos para crear una representación del mundo es algo que sólo los murciélagos pueden hacer.
Del mismo modo, un murciélago tiene las estructuras orgánicas necesarias para sentir dolor, hambre, sed, tal como las de nosotros, pero ¿son nuestras experiencias iguales? Entre más diferencias existen entre dos individuos que experimentan, menos éxito se obtendrá al tratar de entender la experiencia del otro.
El que no tengamos acceso a las experiencias de otros seres o que no tengamos el lenguaje común para referirnos a ellas y para poder comprenderlas no nos debe hacer pensar que éstas no existen.
Estamos nuevamente frente al dilema de objetividad vs. subjetividad. La objetividad es la independencia de los hechos del punto de vista humano. En el ejemplo del murciélago la objetividad serían los correlatos neurales de activación e inactivación, mientras que la subjetividad sería la experiencia única del murciélago de ser murciélago. Ahora, si bien nos es prácticamente inalcanzable entender qué es para un murciélago ser murciélago, por no tener las mismas experiencias ni el mismo lenguaje, ¿puede explicar un ser humano la experiencia de otro ser humano si son más semejantes y poseen un mismo lenguaje? Nagel dice que sí, siempre que omitamos los puntos de vista, esto es, que perdamos la subjetividad y nos acerquemos a este problema con objetividad, ya que si queremos ser estrictamente objetivos o totalmente materialistas, entonces debemos aceptar que no hay ningún postulado de la física actual que explique la subjetividad a partir de la objetividad.
Entre el pesimismo y el realismo
Los esfuerzos por resolver el problema mentecuerpo han sido muchos y las dificultades no cesan. Para Colin McGinn ha llegado el momento de admitir con humildad que sencillamente no podemos resolver el misterio ¿Cómo explicar que la agregación de millones de neuronas genere un estado de alerta subjetiva? Pareciera que el tejido nervioso es el material incorrecto para generar la conciencia, pero lo hace. Para él, en la historia de este problema han existido dos corrientes, la primera es constructivista, y busca alguna propiedad del cerebro que pueda explicar cómo se genera la conciencia; la segunda corriente, dominante, que admite que no hay nada de natural en este problema y sugiere que mejor busquemos explicaciones sobrenaturales o de intervención divina.
Ambas corrientes destacan que falta un vínculo para resolver este problema, el cual radica en que estamos moldeados por nuestra constitución cognitiva de tal modo que no se puede alcanzar una concepción de las propiedades naturales del cerebro que logran el vínculo mentecuerpo.
McGinn apoya estas ideas e introduce el concepto de cerramiento cognitivo (cognitive closure) mediante la formulación del siguiente axioma: un tipo de mente M se encuentra cerrado cognitivamente con respecto de la propiedad P, sí y solo sí los procedimientos de formación de conceptos a disposición de M no se pueden extender para alcanzar P. Debemos concebir que la mente procede de distintas clases, diferentemente equipadas, con diversas facultades y limitaciones, de tal forma que ciertas propiedades sólo son accesibles a cierto tipo de mentes, pero no a otros. Diferentes especies son capaces de percibir distintas propiedades del mundo, pero ninguna es capaz de percibirlas todas, al menos no sin alguna herramienta.
El cerramiento cognitivo no niega la realidad, ésta existe, sólo que no todos son capaces de percibirla, esto es ser realista respecto de la realidad. Si alguien no es capaz de explicar algo, no quiere decir que ese algo no exista, simplemente es inaccesible. Sin embargo es de notar que la incapacidad de explicar algo no trae consigo la de reconocer que ese algo representa un problema teórico. Poseer tales limitaciones cognitivas en cuanto a la explicación de algo nos produce una sensación de misterio, y no se trata de un misterio objetivo como lo concebimos.
Del mismo modo, el carecer del arsenal cognitivo para explicar la relación mentecuerpo hace que esta relación se contemple como un misterio. Estamos seguros de que existe alguna propiedad natural en el cerebro que hace que los organismos sean conscientes, que debe de haber una explicación de cómo el cerebro es capaz de sustentar la mente. Distinguimos una relación causal, pero no distinguimos cuál es el nexo en dicha causalidad; existe el nexo, aunque no lo podamos comprender.
Tal vez la respuesta esté a la vuelta de la esquina, o sea necesario completar la biología del cerebro, o que nazca un genio con las capacidades para reformular el problema y hacerlo accesible, pero, por lo pronto, McGinn no deja de decir que nuestras mentes están cerradas para entender nuestra propia mente.
¿En qué se basa para seguir afirmándolo? Él propone dos maneras de abordar el problema: estudiando la conciencia directamente, y estudiando físicamente el cerebro. La primera se realiza mediante el proceso de la introspección, que proporciona acceso inmediato a las propiedades de la conciencia, acceso cognitivo a una sola fase de la relación mentecerebro, mas la introspección no nos dice nada de la relación. La segunda aborda el cerebro físicamente, es a lo que han apostado las neurociencias.
El problema está en que la conciencia no se ve, podemos ver la estructura que la sustenta pero no a ella; no la vemos, no la oímos.
Hasta ahora McGinn se muestra pesimista, pero clama por el optimismo al afirmar que el problema tiene una solución, y que está en el poder de aquella mente la posibilidad de abordar el problema sin introspección, eliminando todo rastro de subjetividad de ella.
Conclusiones
De los autores mencionados, sólo Koch formula una teoría biológica de la conciencia, los demás desarrollan estrategias intelectuales o discusiones sobre los puntos obscuros del problema de la conciencia. En realidad es enorme lo que se ha escrito sobre el tema, muchos los libros dedicados a proponer ideas para solucionar el problema, y otros tantos dedicados a refutar la posibilidad de éxito de dicha idea. Sin embargo, no debemos olvidar algo, la filosofía se encarga de proponer muchas ideas, que cuando se abordan bajo otra óptica, con el método científico, entonces constituyen una ciencia.
No se puede evitar quedar impresionado y perplejo cuando se plantea este problema, es como si nos dijeran que tenemos sólo una masa de materia gris dentro del cráneo, sencillamente no es fácil creerlo o aceptarlo. Es un tema que se mantiene rodeado de un halo de misterio, pero como afirma McGinn, es un misterio porque carecemos de la capacidad cognitiva para abordarlo.
Por mucho tiempo se consideró el cerebro como una “caja negra” (un dispositivo en el que se conocen los datos de entrada y los datos de salida, pero se desconoce el proceso que los vincula), donde sólo interesaban los comportamientos observables y lo demás carecía de importancia. Uno de los primeros en abrir la caja negra fue Eric R. Kandel, quien se planteó el problema de la memoria, el ¿cómo recordamos?, ¿qué cambia cuando aprendemos?, y lo hizo por medio de una estrategia reduccionista, estudiando los elementos físicos involucrados en la memoria en un sistema simple, y una vez comprendida la simplicidad se aventuró a la complejidad, hallando que los mecanismos que sustentan la memoria en ambos sistemas son esencialmente iguales. Por sus aportaciones fue condecorado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 2000. Kandel nos enriqueció al mostrarnos los beneficios de abordar un problema complejo en su forma más elemental y simple.
Semir Zeki nos ilustra el siguiente paso una vez resuelto el problema: “a primera vista, el problema de la integración parece simple. Lógicamente sólo requeriría que todas las señales provenientes de las áreas visuales especializadas fueran reunidas para poder reportar los resultados de sus operaciones a una sola área maestra cortical […] Esta área maestra se encargaría de sintetizar la información proveniente de las diversas fuentes y brindarnos la imagen final, o algo así […] Pero el cerebro tiene su propia lógica […] Si todas las áreas visuales reportan a una sola área maestra, ¿a qué o a quién reporta esta área maestra? Planteado de una manera más visual, ¿quién está mirando la imagen producida por el área maestra? El problema no es único para la corteza visual. ¿Quién, por ejemplo, escucha la música producida por el área auditiva maestra o percibe los olores producidos por un área olfativa maestra? En realidad, no sería productivo buscar un diseño así, ya que en este punto se cae en un hecho anatómico importante que podría ser menos grandioso pero que al final es mas iluminador: no existe una sola área cortical a la que todas las otras áreas corticales reporten exclusivamente, ni en el sistema visual ni en el sistema sensorial. En suma, la corteza debe utilizar una estrategia diferente para generar una visión integrada”.
Una gran mayoría de lo que se ha escrito se refiere únicamente a cómo las sensaciones se integran para formar una percepción de la realidad, pero se ha dejado de lado el sistema de la voluntad. Tal vez sea momento de buscar una explicación en los actos voluntarios como en el sistema motor, buscar en este sistema el primer y más remoto sitio de activación que precediera por un milisegundo al comportamiento visible. Si halláramos algo, podría ser el vínculo que buscamos, un integrador final, un coordinador primario de lo que llamamos conciencia; entonces dejaríamos de ser un cuerpo y su conciencia para convertirnos en ser consciente.
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Referencias bibliográficas
Koch, Christof. 2004. The Quest for Consciousness: A Neurobiological Approach. Roberts & Company Publishers. Englewood, Colorado.
Kandel, E. R. 2006. In Search of Memory: The emergence of a new science of mind. W. W. Norton & Company. Nueva York.
Searle, J. R. 1998. “How to study consciousness scientifically”, en Phil. Trans. R. Soc. Lond, núm. 353, pp. 1935-1942.
Kandel, E., J. Schwartz y T. Jessell. 2000. “From Nerve Cells to Cognition”, en Principles of Neural Science, pp. 381-403.
Nagel, T. 1998. “What is it like to be a bat?”, en The Nature of Consciousness. Philosophical Debates. Block, N., O. Flanagan y G. Güzeldere (eds.). MIT Press, Massachusetts.
McGinn, C. 1998. “Can we solve the Mind – Body Problem?”, en The Nature of Consciousness. Philosophical Debates. Block, N., O. Flanagan y G. Güzeldere (eds.). MIT Press, Massachusetts. |
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Eduardo González Flores
Facultad de Medicina,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Es médico cirujano egresado de la Facultad de Medicina, de la UNAM. Actualmente es residente de la Especialidad en Medicina Interna del 4° año en el Hospital General de México O. D.
como citar este artículo →
González Flores, Eduardo. (2010). Conciencia: ciencia y metafísica. Una visión inevitablemente filosófica. Ciencias 99, julio-septiembre, 64-73. [En línea]
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¿Qué tan modernos somos?
El amor y la relación de pareja en el México contemporáneo
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Natalia Tenorio Tovar
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La modernidad es definida como una época que conlleva un
cambio histórico que altera la relación tiempo-espacio y que lleva a las personas a actuar en forma diferente en el ámbito de lo social, lo económico y lo político; pero también implica una configuración de la personalidad individual, como lo expone Antony Giddens, que se supone desligada de los lazos tradicionales, en donde hay una definición particular del yo, una visión y uso del cuerpo y posibilidades concretas de elección, en donde el individuo puede aparentemente escoger sobre los diversos aspectos que componen su vida personal. Es por eso que los cambios en las relaciones de pareja se identifican comúnmente con la modernidad.
Desde esta perspectiva, las formas de vida moderna trastocaron todas las formas tradicionales del orden social y alteraron las características de la vida cotidiana; en la modernidad vivimos a un ritmo más acelerado, hacemos múltiples actividades, no nos identificamos plenamente con un grupo, una clase o una actividad. Además, se supone tenemos una amplia gama de cuestiones que podemos elegir, desde el estilo de la ropa que usamos, el trabajo que realizamos, los pasatiempos favoritos, las amistades, etcétera. En las relaciones de pareja las consecuencias de la modernidad son muy claras. Baste mencionar, por ejemplo, la diversificación de los tipos de unión entre las que podemos escoger para formalizar una relación: unión libre, sociedad de convivencia, matrimonio civil o religioso (o ambos), vivir separados pero ser una pareja formal, o ser una pareja informal y salir además con otras personas. En épocas anteriores, las relaciones de pareja estaban marcadas por tres etapas: una de coquetería y galanteo que se realizaba bajo la estricta vigilancia de los padres; otra de noviazgo formal, en la que ya se suponía un compromiso de matrimonio, y el matrimonio. En la actualidad, existe además una etapa en la cual las personas pueden “probar” entre diferentes opciones; mientras que mi abuela tuvo un esposo del que nunca fue novia y con el que pasó toda su vida, mis sobrinas adolescentes tienen frees, han tenido un par de relaciones no formales, uno que otro novio formal y para nada piensan en el matrimonio. La modernidad es en este sentido una época en la que se borran los límites establecidos y se dibujan otros. Para percatarnos de lo mucho que han cambiado las cosas, en nuestra ciudad por lo menos, basta con pensar que el rasgo más “normal” de la pareja ha desaparecido: ahora está formada también por dos hombres o dos mujeres. Pertenecemos al grupo de ciudades cosmopolitas que reconocen legalmente las uniones homosexuales.
En la modernidad, y más claramente en lo que Giddens llama modernidad tardía o segunda modernidad (referida a un periodo en que las características y consecuencias de la modernidad se radicalizan), las personas se encuentran inmersas en circunstancias particulares que les permiten preguntarse sobre su identidad y construirla desligada de los procesos rituales tradicionales (crecer, casarse, tener hijos, mantener a la esposa, cuidar del hogar), según sus vivencias e intereses.
Para caracterizar este tipo de relaciones, eminentemente modernas y desligadas de la ritualidad tradicional, Giddens utiliza el concepto de “relación pura”. Las relaciones puras son cualquier tipo de relación (de pareja, de trabajo, entre amigos o vecinos) que se establece porque las personas así lo quieren y que permanece mientras ambas partes obtienen una satisfacción. Es decir, en cuanto la relación deja de ser útil o de proveer bienestar para una de las partes, ésta termina. Las relaciones puras, referidas específicamente al ámbito amoroso y de las relaciones de pareja, se llaman de amor confluente. Este tipo de amor es un amor contingente, activo, y no se considera “para siempre” ni único. Además, supone que la mujer y el hombre se encuentran en igualdad de condiciones en la relación, ambos deben cuidarla y hacerla crecer en lo emocional; el amor se desarrollará y se mantendrá siempre y cuando ambas partes lo deseen. Incluye además la realización del placer sexual recíproco y el desarrollo de las habilidades sexuales.
El amor confluente puede existir realmente sólo en las sociedades donde cada persona tiene la posibilidad de elegir lo que quiere ser y qué quiere hacer; no supone una vida sexual ortodoxa, no es exclusivamente monógamo ni se identifica sólo con las parejas heterosexuales.
Un amigo que acaba de contraer matrimonio me comentó hace algunos meses: ”la verdad no sé si Marce es la persona que voy a amar toda mi vida, eso es mucho tiempo y pueden pasar muchas cosas. Pero la amo ahora y creo que vale la pena intentarlo”. Si éste es el panorama general, podríamos pensar que en la medida que cada uno puede hacer lo que le venga en gana, ¿qué posibilidades de funcionar tiene una relación amorosa?, ¿se han vuelto las relaciones algo desechable?, ¿es verdad que cada uno puede elegir sólo lo que le gusta?, ¿efectivamente vivimos en una sociedad en donde las parejas son más equitativas? En suma, ¿qué tan modernos somos en cuanto a nuestras relaciones de pareja?
Para responder esta última pregunta se pusieron a prueba las hipótesis sobre la modernidad de Giddens. Para esto entrevisté nueve parejas, cada una correspondiente a un tipo por su edad y escolaridad. Siguiendo la teoría, se propuso que la edad correspondería al cambio supuesto, mientras que la escolaridad sería indicador del capital cultural y económico —categorías creadas por el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para medir el capital cultural de los entrevistados se utilizó primeramente el grado de escolaridad, pero también otros indicadores como si tenían libros, cuadros, música o juegos de mesa en la casa de los padres, las actividades que hacían además de las escolares, sus preferencias en cuanto a lecturas, música, películas, programas de televisión, espectáculos preferidos (teatro, cine, conciertos, museos, exposiciones, ferias, circo, etcétera), pasatiempos, deportes, actividades realizadas en el trabajo, paseos y viajes, religión y partido político.
El capital económico se midió con el ingreso mensual y las propiedades materiales de cada entrevistado: automóvil, casa o departamento, si son propios o rentados, si alguna vez habían tenido un crédito para vivienda o no, zona en donde viven, viajes realizados durante la infancia y los efectuados en pareja, lugares preferentes de consumo de mercancías como ropa o artículos personales, capacidad económica para costear cierto tipo de consumo cultural, lugar de trabajo y puesto, educación en escuelas públicas o privadas, y prácticas en la familia como tipo de alimentación, si comen fuera y en qué tipo de lugares, los pasatiempos que practican y en dónde, etcétera. Así, se entrevistaron parejas de tres generaciones distintas y con niveles de escolaridad variables que fueron clasificadas como baja, media y alta.
La escolaridad se consideró baja cuando el entrevistado tenía desde el primer grado de primaria hasta la secundaria terminada, media de haber cursado algún semestre de preparatoria hasta una carrera técnica terminada, y alta con licenciatura, maestría o doctorado. La edad estuvo clasificada en tres generaciones: los nacidos en la década de los treintas o cuarentas, que actualmente tienen entre 60 y 79 años, se consideraron edad alta; los de las décadas de los cincuentas y sesentas, con una edad entre 40 y 59 años, de edad media; y aquellos entre 1970 y 1990, con una edad entre 19 y 39 años, como edad baja
(ver cuadro 1).
Un nuevo tipo de pareja
Con base en lo anterior se planteó lo que he llamado un “nuevo tipo de pareja”, que tiene que ver con la modernidad y la segunda modernidad, y que en la ciudad de México presenta rasgos particulares, ya que se observa una reestructuración de las relaciones amorosas que se refleja en una multiplicidad creciente de situaciones de pareja. Para desarrollar esta propuesta se analizaron las definiciones de amor, confianza, fidelidad, etcétera, de varias parejas, y en qué confluyen o difieren de la propuesta de Giddens en cuanto al paradigma de relación moderna. La intención es explicar la afectividad (específicamente en las relaciones de pareja) desde la sociología, en tanto que ésta va cambiando según épocas históricas, condiciones sociales, económicas y culturales, como se puede apreciar en las diferencias entre parejas “tradicionales” y las del “nuevo tipo”.
Las parejas llamadas tradicionales son las que en la entrevista declararon que: a) la pareja debe durar aunque las personas no estén del todo satisfechas con lo que obtienen de ésta; b) la satisfacción emocional en la pareja no es un punto esencial; c) cada uno tiene un papel específico, bien delimitado y estricto en la pareja y éste depende primeramente del género; d) los roles o papeles en la pareja son adquiridos por tradición cultural o familiar; e) los factores institucionales como la religión, el matrimonio y los hijos se consideran muy importantes; f) los familiares y amigos tienen gran peso en la formación y perdurabilidad de las parejas; la sexualidad es accesoria a la unión, pues no se considera la satisfacción como primordial y de hecho no son temas muy discutidos en la pareja.
Estas parejas corresponden a las tres de edad alta, sin importar sus capitales económicos y culturales, y a las de edad baja que tienen capital cultural y económico bajo.
Las parejas que denominamos como de un nuevo tipo son aquellas que expresaron en la entrevista que: a) la satisfacción personal es muy importante para que perdure la pareja; b) la satisfacción sexual tiene un papel central; c) existe la idea de que debe haber equidad en la pareja, al menos en el discurso; d) el componente afectivo es muy importante; e) es menos importante estar casado por la iglesia o por el civil, es más importante tener un vínculo emocional fuerte con la pareja; f) la relación no se concibe como “para siempre desde un inicio”; g) el papel que desempeña cada uno en la relación puede ser negociado y flexible; h) las tareas no se distribuyen sólo por género; i) la unión es independiente de las instituciones como la familia, los hijos, el matrimonio.
Estas parejas son sólo dos parejas de las nueve entrevistadas, y corresponden a parejas de edad media y baja que tienen capital económico y cultural alto (ambas parejas tienen estudios de posgrado e ingresos superiores a 40 000 pesos mensuales por pareja).
Las demás parejas se encuentran en un estado de transición, es decir, en algunos aspectos se identifican con las parejas tradicionales, pero en otros temas, como el de la sexualidad y la distribución de tareas y el gasto en el hogar, sus opiniones se acercan más al nuevo tipo de pareja.
Podemos decir que los resultados de esta investigación confirman la existencia de un nuevo tipo de pareja que corresponde a la segunda modernidad y que se desarrolla en un contexto social y cultural diferente al tradicional, y por lo tanto implica una serie de cambios tanto en las disposiciones individuales como en lo colectivo. Algunas de las características de este nuevo tipo de relaciones amorosas es que tratan de ser más equitativas, el espacio para el desarrollo personal es necesario, están ancladas en la voluntad de los miembros, deben aportar un alto grado de satisfacción emocional y el componente biográfico de las personas es parte constituyente de la relación. Veamos.
Biografía propia, confianza y fidelidad
Una parte fundamental en la explicación de Giddens sobre las relaciones en la segunda modernidad tiene que ver con el componente biográfico. El individuo siente la necesidad y la obligación de crear su propia identidad, misma que se refiere al yo entendido reflexivamente por la persona en función de su biografía. De esta manera, identidad, reflexividad y biografía se entrelazan para explicar que las prácticas del individuo se continúan mientras funcionan para el individuo. En la segunda modernidad, los individuos, desligados de la ritualidad colectiva, son los creadores de su destino a falta de los cánones tradicionales que antes indicaban lo que se debía hacer.
Aplicado a las relaciones de pareja, se supone que éstas se establecen y perduran en tanto brindan satisfacción a las partes y que la pareja sea compatible con el plan de vida del individuo. Además, hay que señalar que en las relaciones de pareja no se busca cualquier tipo de satisfacción, sino la emocional. Esto es importante porque implica un cambio en la manera de sentir, en la afectividad tanto individual como colectiva, y en la construcción de un tipo de intimidad en la pareja que es históricamente nuevo.
El peso del componente biográfico se hace notar durante las entrevistas; la identidad personal es construida y negociada al interior de la pareja, así como lo son las cuestiones importantes que construyen la relación misma, como el tipo de unión y el nivel de ritualización, las reglas y los límites que regirán la relación, la duración, las definiciones de fidelidad e infidelidad y las necesidades de cada uno.
Mediante el trabajo de campo pude constatar que hay parejas para las cuáles las cuestiones de la fidelidad o la confianza no están definidas según la tradición. Es así, por ejemplo, que Mariana llegó a un acuerdo con Ricardo (ver cuadro 1) sobre lo que consideran que es la fidelidad: “yo creo que lo mío sí fue un desliz, porque fue muy pasajero, o sea fue mucho más breve […] o sea no tuvo tantas consecuencias y ya pasó como una experiencia que quedó ahí, y que en ningún momento se prolongó a tal grado de poner en duda la relación que yo tenía. Acá me parece que sí llegó a un punto de infidelidad en la medida en que este encuentro y esta relación que tuvo él sí lo puso en duda con respecto a la relación que tenía conmigo y en algún momento estuvo ahí como dudando y no fue claro conmigo, sino hasta después que todo salió a la luz; entonces me di cuenta de que él no estaba del todo conmigo y que estaba dudando qué hacer de su vida. Eso me parece que sí es infidelidad en la medida en que trastocó y puso en duda nuestra relación, sí”. La fidelidad en este sentido sería por un lado la capacidad de la pareja para tener relaciones alternas (si se diese la oportunidad) pero sin dejar que éstas afecten la vida de pareja, logrando que dichas relaciones paralelas sean sólo “deslices” pasajeros, pero teniendo claro que terminarán. La molestia de la entrevistada en este caso proviene no del “engaño” de su pareja con otra mujer, sino de que dicha relación se volvió algo importante en su vida y no se lo comunicó.
La confianza a la que se refieren los nuevos tipos de parejas es aquella que deposita uno en el otro, y de la cual depende la relación misma, que es construida día a día y tiene que ser refrendada en momentos claves de la relación. La confianza está referida a la certidumbre del afecto que uno tiene por su pareja y la pareja tiene por uno, a los acuerdos de fidelidad y exclusividad, al conocimiento de la personalidad del otro. La confianza, así como la fidelidad, el amor, la relación misma, está construida a partir de la reflexión individual en estrecha relación con la capacidad de realizar y analizar la biografía o la crónica particular. Por el contrario, para las parejas tradicionales la confianza no es algo cuestionado y la relación dura porque están unidos, casados y tienen hijos.
Elección y decisión individual
Giddens señala que para explicar cabalmente el amor en la modernidad es necesario tomar en cuenta la posibilidad de elección de los sujetos entre múltiples posibilidades. Para él, cada persona no sólo puede elegir el estilo de vida que le convenga, sino que debe hacerlo. En la modernidad la elección se hace sin la ayuda de los caminos impuestos por la tradición, lo que significa que el individuo está situado frente a una amplia gama de opciones, pero no cuenta con gran ayuda en cuanto a qué opción se habrá de escoger. El individuo está solo y las consecuencias de sus acciones y elecciones serán sólo responsabilidad suya.
Al respecto, podemos decir que las parejas entrevistadas que se apegan más cercanamente a esta propuesta son las que corresponden al nuevo tipo de pareja. Para las parejas que se encuentran en el proceso de transición entre la pareja tradicional y el nuevo tipo de pareja, algunas formas ritualizadas por la tradición resultan valiosas (como el matrimonio religioso), mientras que en otros aspectos de sus vidas prefieren hacer uso de su capacidad de elección e ir por otros caminos. Las parejas tradicionales se mostraron muy respetuosas hacia las formas establecidas y aun en las ocasiones en las que hubieran podido elegir otras opciones, no consideraron que fueran tales. Por ejemplo, Lidia y Mayra (cuadro 1) contrajeron matrimonio cuando supieron que estaban embarazadas; Lidia aceptó casarse inmediatamente e hizo todo lo que pudo para ocultar su embarazo antes de la boda; Mayra decía que no quería casarse pero sus familiares terminaron por convencerla. Ninguna de las dos consideró como una verdadera opción continuar estudiando, abortar, vivir en unión libre o ser madre soltera. Tampoco es probable que sus familias las hubiesen apoyado en estas decisiones. La mayoría de las parejas entrevistadas siguen considerando como los más viables, seguros o posibles, los caminos tradicionales de hacer las cosas en cuanto a las relaciones de pareja se refiere.
Según lo encontrado durante la investigación, las parejas que tienen más posibilidades de elegir son aquellas que cuentan con los medios económicos para sustentar dichas decisiones, así como con cierto nivel de escolaridad. Mariana y Claudia, por ejemplo, pueden decidir vivir en unión libre, declaran poder dejar a sus parejas en caso de que la relación no les resultase satisfactoria, y pueden elegir tener un alto grado de intimidad debido a que pueden pagar una casa que no comparten con otros parientes. Mientras que Yolanda, Elena, Ana, Lidia y Mayra no pueden elegir dejar a su pareja aunque las cosas vayan mal, mudarse de la casa familiar u otras cuestiones porque no cuentan con los medios para mantenerse. Todas ellas consideran, además, que el matrimonio por lo civil y por la Iglesia les brinda seguridad y estabilidad y las compensa de una situación precaria.
Todas estas discusiones tienen una cara institucional y otra personal. Una pareja puede decidir, por ejemplo, cuándo y cuántos hijos tener, pero la problemática institucional se revela en cuanto a la falta de guarderías, horarios flexibles de trabajo o la poca seguridad social con que cuenta la pareja, especialmente la mujer, para atender a sus hijos y su carrera profesional.
Nos enfrentamos a un panorama complejo; por un lado, se supone que la pareja está en condiciones de tomar sus propias decisiones, de construir su futuro, de vivir plenamente según sus motivaciones individuales. Pero cuando cada uno tiene la posibilidad y el deseo de tomar sus propias decisiones, de construir una pareja que no esté fundamentada en la visión tradicional de relación, en la que cada uno pueda desarrollar sus intereses y cumplir sus expectativas, ¿cuál es la posibilidad de que dicha pareja perdure?, ¿de qué depende que dicha pareja marche bien?
Es necesario que establezcan un tipo de comunicación que les permita discutir y argumentar sus sueños, necesidades e intereses, que tengan el apoyo de su pareja para lograrlos, que estén dispuestos a ceder algunos puntos, que puedan dejar de lado cosas o actividades por el bien de la relación y que tengan los medios económicos para realizar todo esto. Las parejas analizadas que se encuentran en posibilidades de tomar dichos acuerdos son las que he llamado el nuevo tipo de pareja. Para dichas parejas es muy significativo que ambos puedan contar con tiempo dedicado a la pareja y tengan un espacio para desarrollar sus actividades profesionales, y que sientan que la relación es equitativa y recíproca. Para que esto sea posible es necesario que puedan pagar a una persona que haga el aseo de la casa y la comida, clases de arte, actividades deportivas o una nana para los hijos, y por lo tanto no les tienen que dedicar tanto tiempo en casa; o que desarrollen actividades profesionales de prestigio en las cuales se recalca el papel equitativo del hombre y la mujer en el hogar, y que éste sea valorado y bien remunerado.
Satisfacción emocional e intimidad
Como se mencionó anteriormente, la relación de pareja tiende a volverse una relación que se mantiene en tanto que brinda satisfacción emocional. Las parejas catalogadas como no tradicionales opinan que la relación amorosa debe de ser equilibrada y recíproca, que la unión puede romperse en la medida que alguna de las partes no se sienta satisfecha; reflexionan sobre los vínculos que mantienen unida a la pareja y su fortaleza, suponen que la relación está fundamentada en un acuerdo y que se deben recompensar los esfuerzos realizados por la pareja, y que existe cierta disposición a mantener la relación por decisión más que por “inercia”. Todas estas características son señaladas por Giddens como fundamentales para una relación pura.
La satisfacción emocional se relaciona con la intimidad, la privacía y el desarrollo personal; las parejas no tradicionales señalaron que, independientemente de la vida de pareja, es importante que cada uno conserve un espacio privado para el desarrollo personal, que si bien es deseable que se comente al respecto con la pareja, éste constituye un espacio de satisfacción propia, y que forma parte de la satisfacción emocional asociada a la pareja. Por ejemplo, Claudia señaló que espera que su pareja sea “independiente emocionalmente, que yo no sea su mamá sino que realmente seamos lo más parejos posible”; mientras que su pareja dijo que el amor es “el enorme respeto hacia la persona ¿no? Es ante todo el respeto de la persona en términos de su expresión intelectual, física, profesional, sentimental, etcétera […] una pareja ideal sería esencialmente cómplice, compartiendo visiones, intereses, emociones, pero que fuera absolutamente independiente […] es reconocer en la otra persona su capacidad de ser, su derecho de ser y que en ese sentido te involucre y seas capaz de respetarla; que siendo ella como sea la respetas y además te retroalimenta emocionalmente”.
El amor de la pareja existe mientras cada uno tenga la voluntad de permanecer en compañía del otro, para lo cual es importante cultivar el afecto, respetar a la persona, compartir inquietudes e intereses y construir una relación recíproca. El amor es en este sentido asociado con la intimidad, la privacía y el desarrollo de la vida personal.
Sin embargo, no todas las parejas encuentran deseable este alto grado de intimidad y de privacía. Para Inés y Mayra, por ejemplo, la familia extensa es parte activa de la relación de pareja. Inés y Diego han compartido la mayoría de sus años de pareja con la madre de ella, que se mudó a su casa al fallecer su esposo. Ambos dijeron sentirse cómodos en casa; además, la suegra participa de las tareas del hogar, ayudó a la crianza de los hijos y acompañaba a Inés cuando Diego tenía que pasar muchas horas en el trabajo. La familia estaba conformada, hasta hace pocos años, cuando los hijos mayores se casaron, por Inés y Diego, tres hijos y la madre de Inés, todos acomodados en dos recámaras.
Aunque la pareja siempre ha tenido su propia recámara, es fácil imaginar que el nivel de intimidad y de privacía en una casa habitada por tantas personas no es muy alto; sobre todo en los años en que alguno de los hijos era pequeño y dormía con ellos o cuando la madre de Inés enfermó y le dejaron una recámara para ella sola.
Sólo tres de las nueve parejas entrevistadas tienen una vida cotidiana totalmente independiente de su familia política, entendiendo esto como que no viven cerca de ellos o en la misma casa, no les piden su opinión al tomar decisiones importantes para la pareja, no pasan mucho tiempo en compañía de ellos y no dependen económicamente de ellos en ningún grado.
Esto va en el sentido de lo que señala Norbert Elias, a saber que el proceso de civilización en Occidente implicó necesariamente la creciente individuación de los sujetos, la separación de espacios dentro de la casa y el distanciamiento entre las personas entre otros factores; así como de la afirmación de Giddens y Beck, quienes señalan como parte del proceso de la modernidad tardía la creciente individualización y reflexividad, la toma de decisiones de manera individual y la creación de un espacio de intimidad, tanto personal como de la pareja.
La centralidad de la satisfacción sexual
Una de las características más notorias del nuevo tipo de pareja observado es el papel central que juega la sexualidad en la relación amorosa. El placer sexual recíproco y el desarrollo de las habilidades sexuales se considera indispensable para mantener una relación saludable, armónica y plena. De manera contraria, para las parejas de edad alta la sexualidad no forma parte de las cuestiones esenciales de una buena relación, mientras que para las parejas de edad media y baja, en diferentes grados según su nivel de escolaridad, resulta muy importante.
Según los datos obtenidos, las parejas tradicionales tenderían más a tener cuerpos altamente estructurados, con poca posibilidad de reflexionar y elegir los regímenes corporales, incluida la sexualidad, mientras que las parejas en transición o catalogadas como nuevo tipo de pareja tenderían hacia la alta reflexividad en el diseño y concepción del propio cuerpo, así como de la sexualidad de pareja. Esta distinción es útil para explicar, por ejemplo, el que unas parejas se casen y tengan hijos porque la reproducción es el fin del matrimonio y de la vida en general, y que otras decidan qué tipo de unión desean, si tiene hijos o no, cuándo y cuántos, y qué prácticas sexuales las satisfacen más, entre otras cosas.
La sexualidad se configura en el nuevo tipo de pareja como un espacio de intimidad en donde se construye la confianza, la intimidad, el conocimiento del otro, y parte fundamental de los temas negociados por las parejas. Por otro lado, las parejas de edad alta consideran que las relaciones sexuales son importantes en la pareja en tanto sirven para la procreación de los hijos, pero no mencionaron que la satisfacción de la pareja fuera esencial para la perdurabilidad de la pareja. Las relaciones sexuales son parte de los deberes de la pareja y su regularidad depende en gran medida de lo que el hombre desee.
La redefinición de los roles
Uno de los cambios más notables en la concepción del amor y las relaciones de pareja en la segunda modernidad tiene que ver con que los roles y la toma de decisiones de cada uno sean lo más equitativos posible. El cambio generacional se refleja en la redefinición de los roles femeninos y masculinos, de manera que las tareas que estaban fuertemente identificadas con un género (barrer, trapear, lavar la ropa o trabajar fuera del hogar, ser el proveedor) se vuelven menos identificadas con éste.
Se observa que para las parejas de edad alta las tareas del hogar y el cuidado de los hijos son responsabilidad de la mujer y la toma de decisiones es una facultad del hombre. En ciertas parejas de edad media y edad baja se observa un cambio significativo en esta repartición: las parejas tienden a compartir las actividades del hogar y la toma de decisiones. En algunas entrevistas esto se manifestó como una atención del hombre hacia la mujer: “mi marido me ayuda mucho en casa, sí colabora con barrer, recoger su ropa, lavar los platos”. Mientras que en otras se expresó como una responsabilidad de ambos: “no es ni siquiera que él me ayude, porque eso implicaría decir que la obligación es mía. Más bien es que es de los dos, el hijo es de los dos, la casa es de los dos, entonces ambos hacemos”.
Es importante señalar que aun en las parejas de edad alta y en aquellas en que las tareas del hogar son responsabilidad de la mujer y la toma de decisiones del hombre, los gastos para la manutención de la casa y de los miembros de la familia son compartidos. En las parejas tradicionales, el aporte de la mujer a la economía doméstica no le da el derecho a tomar decisiones, mientras que en las otras parejas, sí. Podemos concluir de esto que la incorporación de la mujer al trabajo asalariado no le da, por sí misma, la oportunidad de establecer una relación más equitativa o más negociada, sino que esto depende, además, de los otros factores señalados, como la edad, cierto grado de escolaridad, de capital económico y cultural.
Si bien las necesidades de hombres y de mujeres, los desacuerdos en la pareja en cuanto a las expectativas de cada uno, las relaciones insatisfactorias e inequitativas, por ejemplo, no son nada nuevo, la novedad está en su gestión, en este nivel de negociación que se ha logrado. Esto es, presenciamos la construcción de un nuevo tipo de pareja que depende en gran medida de la posibilidad de sus miembros de construir una relación basada en el afecto mutuo, la equidad, la negociación y la libertad de elección. Es necesario que tanto hombres como mujeres estén dispuestos a mantener la relación y negociar sus puntos de vista a fin de establecer un equilibrio entre liberación y vinculación, el cual es responsabilidad únicamente de la pareja.
Sin embargo, es importante matizar las aseveraciones sobre las ventajas de la modernidad y el triunfo de las relaciones equitativas. En contextos culturales como el nuestro encontramos aún una brecha entre el discurso y las acciones de los sujetos. Según lo encontrado durante la investigación, existe una mayor apertura en lo que se dice que en lo que se hace. Hay hombres, por ejemplo, que no consideran que deben formar parte activa del trabajo doméstico pero dicen defender la igualdad de la mujer; otros que consideran muy importante que los hombres dediquen un tiempo regular a colaborar en las labores del hogar y que esto forma parte de la equidad en la pareja, sin embargo sus parejas dicen que no realizan ninguna tarea en el hogar o que es muy difícil lograr que lo hagan.
¿Cuál es el resultado de la igualdad, al menos en el plano discursivo, entre hombres y mujeres con relación a la conformación de relaciones amorosas en la ciudad de México en la actualidad? Es bastante positivo, por primera vez en la historia existe la posibilidad de establecer una relación amorosa que no se fundamente en la necesidad de asegurar la supervivencia, ni en el modelo que funciona siempre y cuando el hombre se dedique al trabajo y la mujer a la casa. Ésta es una verdadera oportunidad de establecer una relación basada en el afecto y que sea equitativa en muchos sentidos.
Cuando la relación depende mayormente de la voluntad de los interesados en mantenerse juntos, se vuelve en cierto sentido más frágil. Además, influye la creciente aceptación del divorcio, las opciones de unión alternativas al matrimonio religioso o civil (como la unión libre) y la posibilidad de un mayor número de personas para solventar sus gastos por cuenta propia. Todos estos factores contribuyen a que sea relativamente sencillo disolver una unión; sin embargo, es cierto también que una vez que las parejas se establecen, se consolidan y logran un nivel de negociación que les permite realizar sus expectativas, la unión se ve fortalecida y la pareja se vuelve estable.
Notas finales
Como se expuso anteriormente, Giddens apuesta por la distinción entre primera y segunda modernidad, y propone como tema central la reflexividad en las relaciones interpersonales y la democratización de las mismas. Si tomáramos el modelo en forma literal, este fenómeno (la construcción de relaciones de pareja que incorporan la satisfacción sexual, la negociación de las tareas y las responsabilidades, y la toma de acuerdos en todos los rubros de la relación) se presentaría en todas las parejas que pertenecen a las generaciones más jóvenes que se suponen insertas en la segunda modernidad y pertenecerían a lo que he llamado el nuevo tipo de pareja.
Uno de los hallazgos más importantes de la presente investigación consiste en constatar que la edad de las parejas no es factor suficiente para la llamada democratización de la pareja, sino que ésta depende además de factores estructurales como el grado de escolaridad o el nivel socioeconómico. En este sentido, pertenecer a la generación de la segunda modernidad es el factor inicial para la construcción del nuevo tipo de pareja; sin embargo, las ventajas y gratificaciones de la construcción de una pareja más equitativa no es una opción para todos.
En lo concerniente al uso de la modernidad y segunda modernidad como categorías para el análisis, existe un debate inconcluso acerca de si es posible aplicar dichos modelos a las realidades latinoamericanas e incluso si pueden aplicarse a las sociedades europeas. La presente investigación permite aseverar que si éstos se toman como modelos, como guías heurísticas de investigación, es posible caracterizar momentos históricos y explicar cambios o transiciones sociales. Sin embargo, deben considerarse sólo modelos, tipos ideales para caracterizar un antes y un después en la historia de las sociedades, pues si se toman literalmente son demasiado rígidos y no permiten explicar ni caracterizar fenómenos que suceden en nuestras latitudes.
Por medio de la distinción entre primera y segunda modernidad fue posible confirmar un cambio social en las generaciones más jóvenes, aunque éste no se da de manera generalizada para todos los grupos sociales. La reflexión va en el sentido de que es necesario “adaptar” los modelos o las propuestas teóricas en dos ejes: en cuanto a las particularidades nacionales y en cuanto a las especificidades de cada grupo social.
En esta misma lógica es necesario hacer otra precisión. Algunas de las grandes teorías sociológicas, como la de Anthony Giddens, son propuestas que no hacen una distinción explícita entre grupos sociales o características particulares. En el caso de esta investigación fue muy importante la realización del trabajo empírico ya que permitió dar cuenta de fenómenos específicos para cada grupo social. Si se tomara la propuesta de Giddens sobre la construcción de relaciones puras tal cual está formulada se podría suponer que todos los grupos sociales estarían en condiciones de establecer dicho tipo de relaciones; por medio del trabajo de campo podemos observar cómo ésta es una posibilidad real sólo para el grupo de las parejas de las dos últimas generaciones estudiadas siempre y cuando tengan cierto nivel educativo, cierto capital cultural y un determinado capital económico.
Nota
En este texto se retoman algunas de las principales conclusiones de una investigación mucho más amplia titulada “La perdurabilidad de las relaciones amorosas en la ciudad de México del siglo XXI”, México, 2009.
En México se han hecho ya estudios acerca de este tema, sin embargo, mucho de lo escrito sobre el amor se dedica a la mera descripción de situaciones sin una conexión explícita con alguna hipótesis o marco teórico. Entre las excepciones destacan por su claridad y pertinencia algunos estudios nacionales, como son el de Adriana García y Priscila Cedillo, "Tras los rastros del amor: un recuento desde las ciencias sociales"; Elsa Guevara, "Cuando el amor se instala en la modernidad"; "El pago de la novia de María Eugenia D’Aubeterre"; "Un siglo de matrimonio en México" de Julieta Quilodrán; las varias reflexiones de Pilar Gonzalbo Aizpuru sobre la vida cotidiana y las publicaciones sobre las emociones que se realizan en la Universidad de Guadalajara.
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Referencias bibliográficas
Beck Gernsheim, 2001, El normal caos del amor. Las nuevas formas de relación amorosa. Paidós, Barcelona.
Bourdieu, Pierre, 2007, Capital cultural, escuela y espacio social, Siglo XXI, México.
Giddens, Anthony, 1995, Modernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la época contemporánea. Península / Ideas, Barcelona.
Giddens, Anthony, 2006, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Cátedra, Teorema, Madrid.
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Natalia Tenorio Tovar
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.
Es socióloga por la fcpys de la unam y Maestra en sociología por la UAM. Actualmente es tutora de la especialidad en línea “Educación Centrada en el Aprendizaje” de la Universidad Pedagógica Nacional.
como citar este artículo →
Tenorio Tovar, Natalia. (2010). ¿Qué tan modernos somos? El amor y la relación de pareja en el México conteporáneo. Ciencias 99, julio-septiembre, 38-49. [En línea]
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En este texto se retoman algunas de las principales conclusiones de una investigación mucho más amplia titulada “La perdurabilidad de las relaciones amorosas en la ciudad de México del siglo xxi”, México, 2009.
En México se han hecho ya estudios acerca de este tema, sin embargo, mucho de lo escrito sobre el amor se dedica a la mera descripción de situaciones sin una conexión explícita con alguna hipótesis o marco teórico. Entre las excepciones destacan por su claridad y pertinencia algunos estudios nacionales, como son el de Adriana García y Priscila Cedillo, Tras los rastros del amor: un recuento desde las ciencias sociales; Elsa Guevara, Cuando el amor se instala en la modernidad; El pago de la novia de María Eugenia D’Aubeterre; Un siglo de matrimonio en México de Julieta Quilodrán; las varias reflexiones de Pilar Gonzalbo Aizpuru sobre la vida cotidiana y las publicaciones sobre las emociones que se realizan en la Universidad de Guadalajara.