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Teoría arqueológica en el siglo XXI | ![]() |
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Emmanuel Marquez Lorenzo | ||||||||||||||
La investigación arqueológica en la actualidad exige
el dominio de una gran cantidad de técnicas para obtener los datos en el trabajo de campo, y de un corpus de conocimientos de orden teóricometodológico previo acorde con el fenómeno a estudiar. Esta situación del quehacer arqueológico ha generado una formulación constante de nuevas estrategias en un intento por independizar la teoría utilizada en arqueología con respecto de aquellas enfocadas en el estudio de la historia y la antropología. En la actualidad es necesario reconocer y retomar la relevancia de los materiales arqueológicos como producto social, humano, y su análisis requiere, necesariamente, dicha emancipación. Dos corrientes
Según Lewis Binford, la principal dificultad para la consolidación de una teoría arqueológica es de orden ontológico, por lo tanto, el interesado en desarrollarla debe centrar su atención en el análisis de sus “argumentos referenciales”, es decir del registro arqueológico. Al respecto, la disciplina arqueológica reconoce la existencia de dos grandes corrientes de pensamiento que influyen en el desarrollo de una postura teórica: el procesualismo y el posprocesualismo; la primera enfocada en el análisis y explicación de procesos de producción, y la segunda orientada a cuestiones ideológicas. De hecho, la segunda deriva de la primera como una crítica a sus resultados por sobrevalorar el factor económico como determinante en la comprensión de las estructuras de cualquier sociedad.
Aunque las posturas procesuales y posprocesuales se han enfocado en el estudio de los contextos arqueológicos, es necesario preguntarse si son aplicables también al abordar el estudio de materiales que por razones diversas —como el saqueo y el coleccionismo— se encuentran descontextualizados, ya que antes de intentar formular teorías (incluyendo las contextuales) es necesario resaltar la existencia de contenido humano en los objetos mismos, en las evidencias, y cómo está condicionado por múltiples factores.
No se pretende negar la pertinencia de los contenidos procesuales y posprocesuales en los objetos de estudio, sino evidenciar su dicotomía. En el desarrollo de cualquier análisis es útil combinar las perspectivas y reflexionar sobre la veracidad implícita en ellas. La premisa —si bien crítica— es que, al momento de abordar teóricamente un objeto arqueológico, la teoría debe modificarse constantemente de acuerdo con el ejercicio de sus postulados, permitiendo la formulación y el desarrollo de nuevos enfoques.
Para el caso de los análisis de objetos arqueológicos fuera de su contexto original, la problemática es propia del materialismo histórico, partiendo de la premisa de que toda manifestación social adquiere lógica con base en su propia totalidad histórica. Así, por ejemplo, ocurre en el análisis de objetos que muestran o son en sí mismos imágenes: “el objeto representado —señala Sánchez Vázquez— es portador de una significación social, de un mundo humano […] al reflejar la realidad objetiva, el artista nos adentra en la realidad humana […] el arte como conocimiento de la realidad, puede mostrarnos un trozo de lo real —no en su sentido objetivo, tarea específica de la ciencia— sino en su relación con la esencia humana», en el sentido antropológico diríamos nosotros.
Si como arqueólogos logramos que tales manifestaciones propias de la vida humana tengan sentido en nuestra lógica, haciendo incursión en los aspectos culturales materializados de la sociedad abordada, habremos sido capaces de comprenderlas con destreza, descifrando la naturaleza de cada objeto conceptualizado por los seres sociales de otras épocas. Cada objeto puede ser considerado como un signo, el cual es un bricolage que funge como intermediario entre una imagen y un concepto, y en consecuencia transmite un sentido concreto para el sujeto que lo produjo; es una forma de expresión de la realidad del ser humano que, en palabras de LéviStrauss, “acepta, y aún exige, que un determinado rasgo de humanidad esté incorporado a esta realidad”.
Para que los estudios en este ámbito consigan relevancia es necesario, a la vez, un rechazo explícito del fetichismo artefactual característico de muchos profesionales de nuestra disciplina, el cual ha impedido ir más allá del análisis de los materiales arqueológicos en el laboratorio. La finalidad de la investigación arqueológica debe ser el lograr una aproximación teórica a la producción y uso de estos materiales en su contexto original, es decir, considerar las dimensiones sociales de su propio mundo material, más allá de los datos trabajados en los informes técnicos.
La arqueología como ciencia
Visualizar la interacción de objetos y sujetos es necesaria —y difícil— para afrontar el quehacer arqueológico. No solamente al referirse a la obtención, elaboración, uso, manutención, desuso y reciclaje de los artefactos, sino también a la historia de vida sufrida por los objetos tras haber sido desechados, como ha sugerido Michael Schiffer desde hace varios años.
Incluso desde los sesentas del siglo pasado, Binford sugiere ya seccionar los trabajos arqueológicos en dos fases: explication (descripción) y explanation (explicación), sin duda una antaña crítica directa al modo de hacer arqueología que se mantiene vigente en nuestros días. La pregunta es: ¿somos lo suficientemente explicativos en nuestras investigaciones o nos quedamos sólo bajo el manto protector de las descripciones en los informes para tener la ilusión de que somos científicos?
El problema no termina ahí, se trata también de un asunto ético; al no efectuar la interpretación de los materiales en los proyectos arqueológicos, se impide el crecimiento del conocimiento empírico y no sólo su difusión entre pares, sino su acceso a un público general.
Existe además otro grave problema que puede venir implícito al hacer uso de las tendencias marxistas con un materialismo histórico mal teorizado y aplicado: el de volcarse radicalmente hacia el utilitarismo o economicismo. En palabras de Marshall Sahlins, quien hace una crítica abierta al respecto en una de sus obras: “el economicismo o utilitarismo se desarrolla a partir de la distinción entre norma cultural y actitud subjetiva, así como de la sumisión, a su juicio, del ‘ideal’ a un propio interés pragmático, que coloca a éste en el lugar del auténtico operador de la vida social”. Para erradicar o superar esta tendencia se necesita hacer un esfuerzo intelectual y abordar el estudio de las sociedades a partir del análisis de sus materiales arqueológicos, comprendiéndolos como resultado de modos de producción influenciados por necesidades “reales”, las cuales incluyen también las ideológicas; solamente así se puede conseguir equilibrar la relevancia de los factores infraestructurales y superestructurales por igual y evitar la caída en radicalismos absurdos. Esto no significa, sin embargo, que todas las sociedades deban tener un equilibrio proporcional entre infraestructura y superestructura, pues sucede lo contrario: socialmente hablando parece existir siempre un desequilibrio funcional de orden natural.
Considerando que el arqueólogo trabaja con materiales que son evidencia directa o indirecta de fenómenos sociales, es necesario replantear la arqueología como una disciplina cuyo objeto de investigación son los artefactos, algo ya señalado precisamente por Schiffer. De este modo, el entorno en sí mismo funge como artefacto ante un determinado grupo o sociedad, pues de ahí se provee el ser humano para la elaboración de utensilios, además de ser significado culturalmente; y es posible asegurar, como sugiere Oestigaard, que: “el mundo en que vivimos es un mundo material, es decir, es un artefacto. Nosotros lo conceptualizamos, modificamos e introducimos nuevas construcciones en él: vivir es participar en interminables series de modificaciones materiales sobre mundos que ya tenemos elaborados. Toda materialidad es antigua y nueva al mismo tiempo”.
Este autor asume una postura dialéctica de doble condicionamiento, bastante útil para comprender el pasado sin imponer criterios ni generar una visión en extremo materialista, intentando más bien reconocer que en los restos de los eventos hay algo tangible, con existencia independiente del sujeto pero cognoscible, sin caer en solipsismos ridículos (como suele suceder en las tendencias posprocesuales de orden radical). Su mayor aporte a la teoría arqueológica es asegurar que los problemas epistemológicos por los cuales atraviesa la disciplina no pueden resolverse mediante una metodología única, sino que se requieren diversos enfoques para cada caso, lo cual es totalmente aceptable. Así, se precisa que la arqueología se dedica al estudio de las relaciones entre personas y objetos en un contexto sociohistórico determinado.
Conclusiones
Ante todos estos replanteamientos de la disciplina arqueológica, cabe preguntarse: ¿cuál es la mejor postura teórica para interpretar los datos materiales? Aunque no de manera directa, esta pregunta ya ha sido resuelta por Peter Lipton en su libro Inference to the Best Explanation. Reconocido epistemólogo y filósofo de la ciencia de la Universidad de Cambridge, para Lipton la inferencia a la mejor explicación está dada por aquella postura mediadora capaz de explicar varios datos cuyo origen es diverso, y en la medida en que lo logra, ésta debe tender a ser verdadera. Esto permite el establecimiento de principios de conexión mediante una teoría integradora, en palabras de Fogelin.
Entre los factores que hacen posible evaluar una inferencia adecuada desde un punto de vista epistemológico se encuentra, en primer término, su particularidad, es decir, su relación con un estudio de caso específico, concreto; en seguida, para dar validez a la teoría es necesaria la amplitud empírica, esto es la diversidad de testigos implicados bajo el principio de que, a un conjunto mayor de evidencia, el número de explicaciones tenderá a ser más restringido. Este principio, aunque de modo inconsciente, es utilizado por muchos colegas de manera cuasi natural cuando se dialoga con particulares que exponen sus propias explicaciones al observar materiales arqueológicos.
Obviamente, la evidencia manejada en cada contexto requiere un conocimiento cuantitativo más denso por el trabajo de campo y más preciso debido a los análisis de laboratorio, generándose así explicaciones más acertadas y menos especulativas. Ante esto, cada vez hablamos menos de ovnis, migraciones transatlánticas y difusiones simbólico religiosas de gran escala. Asimismo, es necesario que entre las características de la teoría arqueológica desarrollada en los casos de estudio se encuentre la modestia, que el esfuerzo esté dirigido a resolver un problema específico; al reconocer la reducción en su aplicación, se acepta a la vez que ésta puede adquirir cierto grado de generalidad, siempre y cuando haya testificación.
Por último, cabe decir que, como toda explicación, una teoría arqueológica debe ser refutable, y puede modificarse o derrumbarse tras el hallazgo de nueva evidencia o de otra explicación con mayor capacidad para correlacionar los datos de modo más adecuado. Además, de acuerdo con Fogelin, debe tener la capacidad de expresarse de manera simple, sin necesidad de hacer uso de términos complejos que obstaculicen su comprensión, como usualmente suele hacerse.
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Referencias bibliográficas
Binford, R. 1972. An Archaeological Perspective. Seminar Press, New York. Binford, R. 1994. En busca del pasado. Descifrando el registro arqueológico. Gasull, P. (trad.). Crítica, Grijalbo Mondadori. Barcelona. Fogelin, L. 2007. “Inference to the best explanation: a common and creative form of archaeological reasoning” en American Antiquity, vol. 72, núm. 4, pp. 603-625. Lévi-Strauss, C. 1982. El pensamiento salvaje. González, F. (trad.). fce, México. Lipton, P. 2004. Inference to the best explanation. Routledge. Cambridge. Márquez, E. 2012. Aspectos teóricos y metodológicos para el análisis de las representaciones de Tláloc y Chicomecóatl en Tetzapotitlan (Castillo de Teayo). Tesis de Maestría en Arqueología inédita, enah, México. Oestigaard, T. 2004. “The World as Artefact: Material Culture Studies and Archaeology” en Material Culture and Other Things -Post-disciplinary Studies in the 21st century. Fahlander, F. y T. Oestigaard (eds.). Department of Archaeology, University of Gothenburg, Suecia, pp. 21-55. Sahlins, M. 1988. Cultura y razón práctica. Contra el utilitarismo en la teoría antropológica. Gedisa, Barcelona. Sánchez Vázquez, A. 1986. Las ideas estéticas de Marx (Ensayos de estética marxista). Colección Ensayo, Biblioteca Era, México. |
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Emmanuel Marquez Lorenzo Director General de Asociación Numismática de Xalapa, A.C. |
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