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Música congelada
para el desarrollo
sustentable
 
Karl Heinz Gaudry S. y
César Guerrero A.
   
   
     
                     
                     
En un gran golpe de genio, Hegel definió a la arquitectura como música congelada. No es en absoluto una idea extravagante. Al compararla con la música, Hegel le reconoce a la arquitectura su cualidad de arte, y al arquitecto su cualidad de artista. En nuestros días la arquitectura es, por definición, “de autor”. No siempre lo fue. La firma de los individuos es moderna, del Renacimiento a nuestros días. En realidad, a lo largo de la historia, la arquitectura ha sido sobre todo un proceso social. Lo que permanece, eso sí, es el hecho de que sin arte, la arquitectura no existe, es sólo construcción.
En su definición, Hegel reconoce lo que música y arquitectura comparten entre sí: la belleza, el ritmo y la armonía. Si una fuga de Bach debiera encarnarse lo haría en la forma de una catedral barroca, por ejemplo. Pero con su sentencia, Hegel señaló también la diferencia entre ambas. La música es inmaterial, es etérea, no está en ningún sitio, no se le ve ni se le toca. La arquitectura en cambio es eminentemente material. La arquitectura es música, pero congelada, no sólo porque algo congelado es algo sólido, palpable, material, sino porque ese algo es además inmóvil, estático, a diferencia de la música, que se mueve y transcurre. Con la materia, el arquitecto da forma y estructura al vacío, a la luz, al sonido y al silencio, que se desplazan y transcurren por ella.
Ahora bien, si vamos un poco más lejos que Hegel, más allá de la hibridación de las artes entre sí, debemos citar necesariamente a Renzo Piano, quien afirma que la arquitectura combina todo: historia y geografía, antropología y ecología, ciencia y sociedad, e inevitablemente refleja todo esto. Aun cuando las dimensiones artísticas y científicas permanezcan tensas; la arquitectura no puede ser sin usuarios, y es sociedad y reflejo de su visión.
Un ejemplo virtuoso de lo que Hegel y Piano afirman (entre los muchos posibles), es la arquitectura islámica. La geometría de los diseños en la arquitectura del Islam es, siguiendo la definición de Hegel, una hermosa y afortunada hibridación de ciencia y arte, de ritmo y armonía de las figuras geométricas (la base son los círculos y, a partir de ahí, triángulos, hexágonos, etcétera) para producir arte. Aun si éste se construye tan sólo con figuras abstractas, no figurativas, ad infinitum.
Si también atendemos la afirmación de Piano, nos percatamos de que estos diseños tan peculiares no se deben solamente al genio artístico de los arquitectos y artesanos musulmanes, sino que responden a teogonías, cosmogonías y valores espirituales propios de la sociedad islámica, que en coherencia con su visión del mundo se traducen en un principio arquitectónico.
Así pues, a raíz de la interdicción de representar la figura humana en los espacios sacros, la decoración es sólo abstracta, y si el círculo es el símbolo perfecto de la unidad, se utiliza como fundamento para la decoración arquitectónica. La superposición simétrica de circunferencias (formas simples) produce patrones de estrellas y hexágonos. La unión de los hexágonos en sus vértices produce dos triángulos invertidos, para formar el Sello de Salomón. Éstas y otras figuras se superponen para crear los complejos patrones de la arquitectura islámica. Por lo general, el patrón es enmarcado de tal forma que los vértices del rectángulo pasen por el centro de figuras clave. Esto tiene como resultado que la figura clave aparezca en números nones al interior del cuadro, una unidad numérica que invoca la Unidad Divina. Asimismo, produce la sensación de que el patrón puede continuar indefinidamente, en todas direcciones.
En nuestra época, Frank Lloyd Wright hizo lo propio, aunque sin afanes místicos y a partir sobre todo de rectángulos, para el diseño de espacios, artesonados, vitrales, lámparas y muebles. No obstante, podemos encontrar un ejemplo virtuoso y moderno, que muestra cómo los valores culturales inciden en la arquitectura: se trata del arquitecto mexicano Luis Barragán, quien por cierto encontraba inspiración en la arquitectura novohispana y árabe. Retomamos sus palabras en torno al jardín: “En la creación de jardines, el arquitecto invita a la asociación del reino de la naturaleza, la majestuosidad de la naturaleza reducida y siempre presente a proporciones humanas […] En el jardín he unido la solidaridad milenaria a la que todos estamos sujetos: la ambición de expresar materialmente el sentimiento, común a la humanidad en búsqueda de una referencia con la naturaleza, creando un espacio de placer tranquilizante”. El profesor pakistaní A. Husain afirmaba, haciendo referencia a uno de sus libros, que los jardines “persiguen ser espejos fragantes del cielo”. El jardín es entonces espacio celeste-terrenal.
Sin embargo, lo que Renzo Piano sostenía es igualmente válido para la forma de vida contemporánea. La arquitectura es un reflejo de nuestras necesidades, nuestras capacidades materiales y nuestras carencias axiológicas y espirituales. El pueblo se mudó a la ciudad, pero lo hizo de tal forma que el pueblo habitase el progreso urbanizado: el ser urbanos —canalizados socialmente como el agua hasta la llave del lavabo—, el iluminar y velar cada parche natural, incluso a nivel celular, es la máxima realidad. De ahí la aridez funcional de Le Corbusier, quien definía la casa moderna como “la máquina de vivir” —una definición casi distópica, ad hoc para una novela de Ray Bradbury.
La gran mayoría de nosotros vivimos en ciudades y megalópolis modernas que distan mucho de la belleza funcional de Le Corbusier, Mies Van der Rohe u Oscar Niemeyer. Por lo general se caracterizan por invocar anhelos de modernidad sin consideración alguna por el entorno en que se ubican. Así, construimos a la vera de los ríos, que pueden crecer y desbordarse, con amplios ventanales en climas extremosos, con materiales de uso universal sin consideración del clima local.
Estos “errores” son en realidad coherentes con nuestro concepto de nosotros mismos y de nuestro papel en el mundo. Parten del supuesto de que podemos construir según nuestro capricho sin consideración del entorno, el cual modificamos a nuestro gusto. Así, los desniveles del terreno se resuelven con trascabos, los pedregales se abren a fuerza de dinamita para adaptarlos al gusto del diseño arquitectónico, la maleza y los árboles que se atraviesan se podan, los problemas de temperatura se resuelven mediante onerosos sistemas de aire acondicionado, ventilación, calefacción. ¿Por qué?, si existen opciones de diseño y materiales más apropiados. Simplemente porque podemos hacerlo (o pagarlo).
Durante los últimos cincuenta años, el ser humano ha transformado (a toda máquina) como nunca antes, los ecosistemas del planeta y traducido esta transformación en beneficios netos para el bienestar humano. Entre tanto, el proceso de transformación, así como sus consecuencias ambientales, sugieren un cambio en el andante de nuestro desarrollo.
La consecuencia es que se han acentuado y creado nuevas regiones y grupos de personas en situación de pobreza, lo cual ha repujado el mismo círculo vicioso de un desarrollo de corto plazo e insostenible.
Aunque a escala global la tasa de conversión de ecosistemas ha empezado a disminuir debido a la reducción en el ritmo de expansión de cultivos, el paso de conversión y cambio de ecosistemas continúa siendo alto y con tendencia creciente en la mayoría de los ecosistemas y las regiones. Sugiere una reconceptualización del prestissimo ritmo de desarrollo que tanto nos ha hecho soñar una incondicional y lejana (in)dependencia de los servicios ambientales.
Con relación al paisaje, el legado que el humano le imprime, ya sea como una materialización cultural o por el beneficio que obtiene de los servicios ecosistémicos, nos recuerda a Hegel y su definición.
En este sentido el concepto de paisaje, como medio y unidad territorial para el desarrollo sustentable, adquiere un papel importantísimo. El paisaje puede ser concebido como derivado resultante de los servicios ambientales y de la función que traducimos y recreamos en actividades culturales. El mosaico abarca desde la conservación hasta el aspecto más antropogénico —el de los asentamientos humanos. A través de la lente del paisaje se presenta una serie de relaciones complejas provenientes de la naturaleza —con sus características ecológicas— y aquellas influencias multifacéticas del Homo economicus.
Como paisaje entendemos una fracción de territorio que puede incluir costas y aguas continentales, tal como son percibidas por sus poblaciones, y cuya apariencia es determinada por la acción e interacción de los factores naturales y humanos. Como lo define la Convención Europea del Paisaje, el paisaje trata sobre “naturaleza más gente […] como una visión del mundo […] Si el desarrollo sustentable carece generalmente de una definición y entendimiento común […] deberíamos perseguir el bienestar humano y la protección del medio ambiente simultáneamente […] abrazando las consideraciones económicas, sociales, culturales y ecológicas".
La arquitectura de paisaje, y en general el quehacer arquitectónico, se ha caracterizado por un amplio espectro entre disciplina académica e investigación aplicada. El quehacer arquitectónico cubre una amplia variedad de escalas y ambientes que van desde lo rural hasta lo urbano, de lo regional a lo local. En este punto, el aparente extremo de la ciencia que abordamos anteriormente con los servicios ambientales y aquel del extremo del arte se presentan ligados por la indispensable presencia del ser humano, así como por sus objetivos de desarrollo en beneficio de su bienestar.
La naturaleza, dijo Hegel, no contiene en sí el fin absoluto. Más bien, es la mera insuficiencia de la naturaleza, el hecho de que la naturaleza esté incompleta e incómoda, la primogénesis del arte y la arquitectura. Inmediatamente después del alimento, nos encontramos con la búsqueda de refugio; en algún punto lo ofrecido por la naturaleza dejó de ser suficiente y el ser humano se convirtió en arquitecto. Es solamente por medio de nuestros actos deliberados de transformación que modificamos la naturaleza, en donde el ser humano se conoce, y se reconoce, a sí mismo.Chivi100
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Referencias bibliográficas
Piano, R. 1998. “Pritzker Architecture Prize, Acceptance Speech”, en The Pritzker Architecture Prize. The Hyatt Foundation, Dumbarton Oaks, Washington, D.C.
Sutton, D. 2007. Islamic Design: A Genius for Geometry. Wooden Books, London.
Barragán, L. 1980. “Pritzker Architecture Prize, Acceptance Speech”, en The Pritzker Architecture Prize. The Hyatt Foundation, Dumbarton Oaks, Washington, D.C.
Husain, A. A. 2001. Scent in the Islamic Garden: A Study of Deccani Urdu Literary Sources. Oxford University Press.
Phillips, A. 2000. “Practical Considerations for the Implementation of a European Landscape Convention”, en Landscape conservation law: present trends and perspectives in international and comparative law: proceedings of a colloquium commemorating the 50th anniversary of iucn, 30 october 1998. The World Conservation Union, Palais du Luxembourg, París, iucn (ed.). iucn Commission on Environmental Law, Gland, Switzerland and Cambridge, uk, pp. 17-24.
Whiteman, J. 1987. “On Hegel’s Definition of Architecture”, en Assemblage, vol. 2, pp. 7-17.
 
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Karl Heinz Gaudry S.
Instituto para la Gestión del Paisaje,
AlbertLudwigs Universität, Freiburg.
César Guerrero A.
Comisión Mexicana de Cooperación con la UNESCO.
 

como citar este artículo

Heinz Gaudry S., Karl y Guerrero A., César. (2010). Música congelada para el desarrollo sustentable. Ciencias 100, octubre-diciembre, 54-57. [En línea]
     




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