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Ramón Aureliano Alarcón
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Había abandonado a su esposa, a la que amaba sinceramente, y a sus hijos, que eran la alegría de su vida [...] ya no sabía cuántas noches y cuántos días, años quizás, había pasado en su laboratorio, siempre empeñado en descifrar el problema magno del origen de la vida; siempre en persecución de un fantasma que se le escapaba de las manos cuando creía haberlo cogido.    
Con­vie­ne no con­fun­dir las ten­den­cias de la ima­gi­na­ción con los la­bo­rio­sos tra­ba­jos de la cien­cia, pe­ro la re­la­ción en­tre los pla­nos es­pi­ri­tua­les, psí­qui­cos y fí­si­cos de la exis­ten­cia hu­ma­na aún nos son des­co­no­ci­dos. En el bre­ve es­pa­cio de es­ta ha­bi­ta­ción in­te­lec­tual reú­no al­gu­nas no­ti­cias pro­ve­nien­tes de aque­llos li­bri­tos que bien con­si­de­ra­dos po­de­mos de­no­mi­nar Al­ma­na­ques de po­si­bi­li­da­des.

Des­de la An­ti­güe­dad en dis­tin­tos do­cu­men­tos en­con­tra­mos cu­rio­sas in­for­ma­cio­nes pa­ra ex­pli­car las fuer­zas in­vi­si­bles que ope­ran en la Na­tu­ra­le­za. En el si­glo xvii el sa­bio A. Kir­cher, atraí­do por las cien­cias na­tu­ra­les y sus apli­ca­cio­nes me­cá­ni­cas, in­ten­to es­cri­bir un tex­to so­bre las ar­tes adi­vi­na­to­rias o, me­jor di­cho, la ma­gia uni­ver­sal. El doc­to je­sui­ta pres­tó sin­gu­lar aten­ción al mag­ne­tis­mo, co­mo an­tes lo hi­cie­ra Giam­bat­tis­ta de­lla Por­ta en su Ma­gia Na­tu­ra­lis de 1589, obra en la que de­sig­na co­mo po­los ami­gos aque­llos que se atraen y po­los ene­mi­gos a los que se re­cha­zan. Es­tu­dio­sos de la in­sig­ne obra de Kir­cher sos­tie­nen que sus ob­ser­va­cio­nes más aca­ba­das so­bre las sim­pa­tías-an­ti­pa­tías mag­né­ti­cas en­tre mi­ne­ra­les, ve­ge­ta­les y ani­ma­les se re­co­gen en su Mag­ne­ti­cum na­tu­rae, edi­ta­do en Ro­ma en 1667. El mag­ne­tis­mo se con­si­de­ra­ba una evi­den­cia fí­si­ca de la idea de amor di­vi­no. El amor que se trans­mu­ta en mag­ne­tis­mo otor­ga­ba sen­ti­do a las di­fe­ren­tes for­mas de atrac­ción, sea de la psi­que, los sen­ti­dos o del es­pí­ri­tu.
 
Por ejem­plo, al­gu­nos auto­res afir­man que en­tre los grie­gos fas­ci­nar era co­no­ci­do bajo la pa­la­bra bas­kai­no, “hechi­zar con la mi­ra­da”; en el mun­do la­ti­no se em­plea­ba la pa­la­bra fas­ci­na­tio —fas­ci­na­ción—, tal vez pro­ve­nien­te del dios Fas­ci­nus. Se­gún Pli­nio, Fas­ci­nus fue re­ve­ren­cia­do co­mo mé­di­co de la en­vi­dia y pro­tec­tor de en­can­ta­mien­tos. Los hip­nó­lo­gos co­no­cían los efec­tos de la fas­ci­na­ción mag­né­ti­ca, ex­pli­ca­ban có­mo el al­ma in­ci­ta a ela­bo­rar a la “cé­lu­la ner­vio­sa ce­re­bral un flui­do po­de­ro­so que sa­le por los ojos, con vi­bra­cio­nes más o me­nos in­ten­sas se­gún sea el es­fuer­zo ce­re­bral al pro­du­cir­las, y es­tas vi­bra­cio­nes —on­das psí­qui­cas— al­can­zan gran­des dis­tan­cias y son per­ci­bi­das por otros ojos re­cep­to­res, y aun te­nien­do la víc­ti­ma los ojos ce­rra­dos es po­si­ble que obren sus efec­tos, aun­que con me­nor in­ten­si­dad”.

Pe­ro si los he­chos de las fuer­zas mag­né­ti­cas en los rei­nos de la Na­tu­ra­le­za nos re­ve­lan cuán gran­de es el mis­te­rio de las ener­gías in­vi­si­bles del mun­do, no eran me­nos sor­pren­den­tes en las pos­tri­me­rías del si­glo xix los co­no­ci­mien­tos que so­bre la ma­te­ria se ge­ne­ra­ban. En 1895 el fí­si­co ale­mán Wil­heim K. Roent­gen des­cu­brió los ra­yos x, que va­rios cien­tí­fi­cos con­si­de­ra­ban de es­ca­sa apli­ca­ción qui­rúr­gi­ca; sin em­bar­go, en un li­bro pu­bli­ca­do tres años des­pués, San­ti­ni exal­ta “el la­do cu­rio­so, ra­ro, fan­tas­ma­gó­ri­co, ex­traor­di­na­rio de la in­ven­ción: el es­que­le­to de una ma­no vi­va, re­pro­du­cido en una pla­ca fo­to­grá­fi­ca por una ra­dia­ción in­vi­si­ble”.

En­tre las pá­gi­nas ama­ri­llas del li­bro de San­ti­ni, en­con­tra­mos una cu­rio­sa ima­gen de las de­no­mi­na­das fo­to­ful­gu­ra­les. Se­gún ex­pe­ri­men­tos rea­li­za­dos por el doc­tor Men­do­za del La­bo­ra­to­rio pro­vin­cial del Hos­pi­tal de San Juan de Dios de Ma­drid, la ins­ta­la­ción pa­ra ob­te­ner una ima­gen de es­te ti­po “se re­du­ce a un ca­rre­te Rhum­korff ani­ma­do por una ba­te­ría de pi­las de bi­cro­ma­to y cu­ya co­rrien­te in­du­ci­da va a un tu­bo de Croo­kes dis­pues­to en po­si­ción ver­ti­cal, de mo­do que los ra­yos sean per­pen­dicu­la­res al ob­je­to que se tra­ta de re­pro­du­cir. En­tre el tu­bo y el ob­je­to hay un apa­ra­to en dia­frag­mas pa­ra lo­ca­li­zar la ac­ción de los ra­yos Roent­gen. El ob­je­to, por ejem­plo, la ma­no o un ani­mal cu­yo es­que­le­to se de­sea te­ner com­ple­to, va co­lo­ca­do so­bre un cha­sis espe­cial de ba­se só­li­da, en­ce­rra­do en ca­jas o cu­bier­to por pla­cas de dis­tin­tas sus­tan­cias, una vez que se ha com­pro­ba­do la ac­ción de pe­ne­tra­bi­li­dad a tra­vés de los cuer­pos opa­cos por los ra­yos de Roent­gen”.
 
Ra­món Au­re­lia­no Alar­cón
Ins­ti­tu­to Mo­ra.
Re­fe­ren­cias bi­blio­grá­fi­cas:
 
El Mun­do Ilus­tra­do. 1903. “De có­mo el pro­fe­sor Le­vis­son creo un hom­bre de la na­da”. Año X, to­mo II, núm.17, Mé­xi­co.
San­ti­ni, E. N. 1898. La fo­to­gra­fía a tra­vés de los cuer­pos opa­cos: por los ra­yos eléc­tri­cos, ca­tó­di­cos y de Roent­gen. Bailly-Bai­llie­re e Hi­jos, Ma­drid.
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como citar este artículo

Aureliano Alarcón, Ramón. (2005). Fotofulgural. Ciencias 79, julio-septiembre, 52-53. [En línea]

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