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El banco de semillas de los Jardines de Kew
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Lourdes Rico
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¿Por qué necesitamos los bancos de germoplasma (semillas para el futuro)? Las plantas son la base de la vida en el planeta Tierra; ellas son las encargadas de absorber la energía solar, de desprender oxígeno dentro de la atmósfera y de producir substancias o alimentos esenciales para casi todas las formas de vida, asimismo son en gran parte la base de la cadena alimenticia. La diversidad de animales: insectos, mamíferos, peces, el hombre, etcétera, dependen esencialmente de la vida vegetal. Por tanto, si las plantas desaparecieran, numerosos organismos no podrían continuar su existencia. En nuestros días se oye cotidianamente sobre la extinción de especies, tanto animales como vegetales. También se dice que algunas se extinguen antes de conocerse. Pero, ¿por qué desaparecen? Existen numerosas razones, entre las cuales se pueden mencionar: nuevos usos del suelo, construcción de poblados, carreteras, erupciones volcánicas, etcétera. Es por ello que las medidas de conservación de las mismas se tienen que planear para asegurar el futuro de al menos las que se conocen en la actualidad.
Desde que el hombre comenzó a ser sedentario, almacenó semillas. Primero recolectadas y eventualmente cosechadas, cuando la agricultura fue implementada. Asimismo empezó a depender de las mismas. Imagine usted cómo sería la vida sin semillas de maíz, arroz, centeno o trigo. En nuestras casas tenemos un “banco de germoplasma”, así encontramos en la alacena; frijoles, garbanzos, lentejas, ajonjolí, almendras, maíz para pozole y chía, entre otras cosas. Éstas no necesitan ser almacenadas por mucho tiempo, ya que las cocinamos para nuestras comidas.
¿Cómo es que llegan al mercado o supermercado?, ¿cómo han sobrevivido y cómo se han mantenido y mejorado las especies a través de los años?
Afortunadamente, las plantas domesticadas y usadas en la agricultura cuentan con bancos de semillas (germoplasma) enormes; por ejemplo en México el banco de germoplasma del cimmyt y en Colombia el ciat, o las instituciones internacionales como ibpgr que tienen redes de trabajo entre los diferentes bancos de germoplasma del mundo. Estas instituciones se encargan de estudiar métodos para mejorar las semillas, y para la preservación o almacenamiento de las mismas, conservándolas como recurso para el futuro. De este modo, por medio de una alta viabilidad para su germinación, procuran su óptima productividad. Una vez logrado esto, las semillas se distribuyen a los agricultores. Sin embargo, ninguno de estos bancos se encarga exclusivamente de las especies silvestres, aquellas especies que no son comercialmente conocidas y que son importantes en la biodiversidad del planeta, como, por ejemplo en México, la magnolia (Yololxochitl), la flor de manita (macpalchxochitl), y numerosas cactáceas, entre otras.
En el Reino Unido, el proyecto “Millennium Seed Bank” de los Reales Jardines Botánicos de Kew tiene como meta colectar, estudiar y conservar semillas viables de unas 24 200 especies silvestres para el año 2010. Esto no es una meta fácil, porque no todas las semillas se comportan igual. Cuando escuchamos la palabra germoplasma la asociamos a semillas viables, como primera imagen tenemos los frijoles, las pepitas, ajonjolí, etcétera, es decir, semillas que pueden almacenarse por periodos largos y que siguen siendo viables, capaces de germinar y producir una nueva planta. Recuerdo cuando niña, que en la escuela primaria se nos pedía ver el crecimiento del frijol o del maíz. Como primer paso buscábamos en la alacena de la cocina unos frijoles o maíz, entonces las semillas se ponían en un frasco translúcido con algodón húmedo y se observaban por varios días, registrando el proceso de aparición y crecimiento de raíz, hojas, etcétera. Este tipo de semillas, fácil de preservar y almacenar, son las que más conocemos y llamamos semillas ortodoxas.
Escuchando a los fisiólogos vegetales, conocedores del desarrollo y conserva- ción de este germoplasma, sabemos que hay tres categorías importantes de semillas: ortodoxas, recalcitrantes e intermedias. Las primeras son semillas que pueden secarse (lentamente hasta llegar a un equilibrio de 50% de humedad relativa), sin causar daño que afecte su germinación futura, y así se almacenan a muy bajas temperaturas (- 20oC); la segunda categoría corresponde a aquellas que no sobreviven si pierden humedad, como las semillas de plantas acuáticas o de algunas de las plantas del bosque tropical húmedo o del bosque nublado. Por último, las intermedias son aquellas que pueden tolerar cierto límite de deshidratación, pero que pierden su viabilidad sobre todo a bajas temperaturas, afectando así el periodo de su almacenamiento viable. Es por ello que cada semilla necesita estudios independientes para optimizar su almacenamiento y duración viable.
¿Cuándo comenzó el Millennium Seed Bank? Hace mas de veinticinco años en lo que inicialmente era la estación satélite de los Reales Jardines Botánicos de Kew, ubicado en Wakehurst, condado de Sussex. Desde entonces semillas de numerosas especies han sido estudiadas y almacenadas en condiciones que permiten alargar su tiempo de viabilidad. Desde 1974 cada lote de semillas es registrado en un banco de datos, después pasa por una serie de pruebas de viabilidad, dependiendo del tipo de semilla. Posteriormente se verifica su viabilidad cada cinco a diez años, de acuerdo al tipo de semilla; la intención es conservarlas viables por los siguientes doscientos años. Este banco de semillas continúa creciendo y hasta el momento consiste en más de 7 139 especies de plantas silvestres de 15 653 diferentes colectas, provenientes de más de cien países. Algunas de estas especies son preservadas solamente por motivos de conservación de las mismas; otras, dependiendo de la cantidad disponible en el Millennium Seed Bank se pueden enviar a investigadores que lo soliciten para estudios que apoyen el conocimiento y mejoramiento de plantas silvestres. Más de dos mil solicitudes de semillas se distribuyen cada año a muy diversas instituciones, parámetro que da a conocer el uso de este acervo como recurso de investigación para la comunidad internacional. Varias de las semillas que se tienen en esta institución son de plantas que de alguna forma están declinando en sus poblaciones naturales, otras son almacenadas para mantener el recurso en un futuro necesario.
Uno de los propósitos principales es no sólo la restauración de especies silvestres en su medio natural, sino contar con un banco seguro de recursos vegetales que se pueda usar para la conservación.
El Millennium Seed Bank continúa incrementando la colaboración con otros bancos o proyectos de los mismos, a la fecha hay un intercambio formal y oficial con trece países, México es uno de ellos. Hoy en día se necesita un edificio mayor y con una infraestructura más moderna. La fundación Welcome (grupo de beneficencia enfocado a la investigación médica) financia actualmente la construcción del nuevo edificio que lo albergará. Esta fundación entiende que gran parte de la investigación médica y sus curas están asociadas o fueron descubiertas en el reino vegetal.
El edificio es de un nivel, con un sótano, y posee estructuras que maximizan el uso y la conservación de energía, teniendo así las condiciones óptimas para el banco de germoplasma. Este edificio incluirá catorce habitaciones para alojar a investigadores visitantes. Aproximadamente la mitad de este espacio será utilizado para investigación y entrenamiento de colaboradores extranjeros.
Una de las metas es apoyar y promover bancos de germoplasma en los países que colaboran, si es que éstos no los tienen, y mejorar los existentes. El intercambio de tecnología y la transferencia de técnicas se lleva a cabo por medio de cursos o entrenamientos en el mismo Millennium Seed Bank, o algunas veces en los otros países. Estos cursos se imparten a diversos niveles, desde el técnico de laboratorio hasta estancias o proyectos postdoctorales.
En la actualidad, aunque el edificio no está acabado, existe una exhibición para los visitantes del lugar en el que se muestran los planes del proyecto. En el mes de junio se registraron 28 430 personas.
Sintetizando, el banco de germoplasma del Millennium Seed Bank puede ser usado para: restaurar el medio ambiente que ha sido destruido o dañado; incrementar las poblaciones raras o en peligro de plantas silvestres, realizar investigación básica sobre plantas en beneficio social; agricultura, medicina o industria local. Es bien sabido que aproximadamente 25 % de medicinas comerciales fueron descubiertas o derivadas de plantas.
El contar con semillas en un banco de germoplasma tiene como ventaja la conservación de las especies por mucho tiempo, es posible que las semillas de maíz se puedan conservar por miles de años, y que otras plantas silvestres por cientos. El Millennium Seed Bank tiene como meta almacenar durante los siguientes dos siglos 80 % de las especies que se encuentren.
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Lourdes Rico
Reales Jardines Botánicos de Kew.
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como citar este artículo → Rico Arce, Lourdes. (2002). El banco de semillas de los jardines de Kew. Ciencias 68, octubre-diciembre, 42-45. [En línea] |
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El origen del Universo
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Miguel Ángel Herrera Andrade
Colección Viaje al Centro de la Ciencia,
ADN Editores / CONACULTA, 1999.
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— Pues bien. Los tres tipos de Universo corresponden a las tres curvas: el Universo cerrado, a la elipse; el abierto, cuya expansión se detiene en el infinito, a la parábola, y el que se expande incluso después del infinito, a la hipérbola. Por eso también solemos referirnos a ellos como Universo elíptico, Universo parabólico y Universo hiperbólico. Son tan diferentes entre ellos como esas tres curvas lo son entre sí. ¿Me entendieron?
—Más o menos—concedió Héctor—. Pero ahora hay algo que me deja perplejo.
—¿Qué te deja cómo? Yo creía que siempre lo habías sido.—Aprovechó Leonardo para molestarlo un poco.
—Aguas ¿eh? No vaya a ser que te deje igual —saltó Héctor, bastante amoscado—. Lo que quiero decir es que no entiendo ¿para qué tanto relajo de relatividad general, Universo elíptico, parabólico o hiperbólico, ecuaciones de Einstein, etcétera, si desde antes habíamos deducido, muy fácilmente, con aquello de la velocidad de escape, exactamente lo mismo?
—Qué bueno que se den cuenta de eso. En efecto, resulta que la relatividad general predice para el Universo exactamente las mismas posibilidades que la gravitación newtoniana. El Universo cerrado es el que tiene suficiente materia para frenar la expansión y los abiertos los que no la tienen. En resumen, independientemente de la teoría utilizada para describirlo, el pasado y el futuro del Universo dependen de la cantidad de materia que contiene, y eso es lo que hay que medir de alguna manera. La diferencia es que ahora, con la relatividad general, tenemos las relaciones correctas entre el tipo de Universo en que vivimos y las cantidades observables. Sabemos qué hay que medir y sabemos cómo interpretar los resultados.
—¿Y en qué tipo de Universo vivimos? —preguntó Leonardo.
—Ya les dije: no lo sabemos con certeza. Sin embargo, hemos hecho varias mediciones que deberían conducirnos a la respuesta: de la expansión de los supercúmulos de galaxias, de cómo varía el número de cuasares con la distancia, de la abundancia de deuterio y de la densidad media del Universo.
Fragmento del libro.
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como citar este artículo → Herrera Andrade, Miguel Ángel. (2002). El origen del universo. Ciencias 68, octubre-diciembre, 79. [En línea] |
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El Real Jardín Botánico del Palacio Virreinal de la Nueva España
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En la Nueva España la ciencia de las plantas, incrementó su popularidad con la fundación del Jardín Botánico; sus principales funciones fueron la enseñanza, la aclimatación de las plantas y el disfrute del espacio para los habitantes de la capital. | ||
Graciela Zamudio
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A Humboldt le sorprendió y agradó la traza renacentista y la planificación de la capital novohispana, cuya belleza, decía el barón, podía rivalizar con la de las más importantes capitales de Europa o Norteamérica. Sus calles estaban limpias y muy iluminadas y San Ángel, Tacubaya y Tlalpan le parecieron un inmenso jardín de naranjos, duraznos, manzanos y otros árboles frutales.
Esta fue la impresión que causó a Humboldt la capital de la Nueva España en 1803, cuando además de ser la sede de los poderes políticos y administrativos, era escenario del mejor momento de la ciencia ilustrada colonial. El naturalista alemán tuvo la oportunidad de visitar los recintos científicos recientemente fundados, la Escuela de San Carlos, el Real Jardín Botánico y el Real Seminario de Minería, así como de dialogar con los ilustrados criollos y peninsulares que laboraban en ellos. Fue ésta la época en la que el Jardín Botánico de la Ciudad de México vivió sus mejores momentos, en particular el periodo gobernado por el Segundo conde de Revillagigedo, virrey entonces. A él se debe el impulso a los proyectos del alumbrado de las calles, la higiene pública, los suministros de agua, las transformaciones urbanas y la vida cultural de la ciudad. Las reformas administrativas y científicas respondían a su afán de promover la figura del monarca en sus dominios coloniales, entre las cuales se encontraban, por un lado, la tradición de los jardines botánicos en la vida cortesana española, y por otro “la utopía de la ilustración de convertir las riquezas florísticas americanas en un nuevo El Dorado para las finanzas públicas, que remplazaran la plata y el oro por la quina, la canela, la grana”.
Por tanto, cada acción podía tener una finalidad práctica, pero también era un acto de prestigio para la corte, interesada, entre otras cosas, en trasladar la ciencia útil a sus colonias. En la Nueva España la ciencia de las plantas, con su propia tradición local, incrementó su popularidad con la llegada, en 1787, de los miembros de la Real Expedición Botánica y con las polémicas que se generaron en torno al paradigma linneano de clasificación vegetal, introducido por los peninsulares.
Es en este contexto, como parte de este proyecto de percepción botánica, emprendido por la corte de Carlos III, que se crea el Real Jardín Botánico de la Ciudad de México.
La misión enviada a la Nueva España arribó a la capital en 1787 y concluyó sus actividades en 1803, después de inventariar los recursos florísticos del virreinato y cumplir con la misión de establecer un Jardín Botánico y su Cátedra, dirigidos por Martín de Sessé y Vicente Cervantes como catedrático. Aclimatados a la Ciudad de México, emprendieron el estudio de la naturaleza americana, además de recoger datos útiles sobre el territorio.
Un centro de enseñanza
El Jardín Botánico se creó como una institución cuya función principal era la enseñanza de la ciencia botánica, disciplina de carácter eminentemente práctico. Si bien se llegó a la designación de un sitio para su establecimiento y la elaboración de planos y presupuesto para su construcción, lo cierto es que a partir de 1791, el Jardín inició sus actividades en una esquina del Palacio Virreinal. El establecimiento científico que se había planeado como una réplica del establecido en Madrid, funcionó en ese sitio por varias décadas, aunque con muchas limitaciones de espacio y de recursos económicos.
El espacio dedicado al cultivo de las plantas, necesarias para el curso, estaba dividido en veinticuatro cuadros, representando la clasificación botánica propuesta a mediados del siglo por Carlos Linneo —se decía que saber de plantas exigía conocer la obra del naturalista sueco. Hubo un espacio dedicado al cultivo de plantas medicinales, que eran distribuidas a las personas que llegaban a solicitarlas al Jardín; contaba con un estanque que surtía el agua a cada uno de los cuadros; otro espacio importante se dedicó al invernadero en donde se llevaba a cabo la connaturalización de las plantas traídas por los expedicionarios de las diferentes regiones visitadas. El Jardín del Palacio tenía sembradas alrededor de mil quinientas especies cuando fue visitado y admirado por Humboldt. El aula para las lecciones, un salón para el herbario y las habitaciones para el catedrático, quedaron incluidos en el área del Palacio otorgada por el culto virrey, quien así brindaba su decidido apoyo al estudio moderno de la flora local. Con esta ubicación, el Jardín estuvo en el centro del virreinato, lo cual le permitió formar parte del círculo científico predilecto de la sociedad ilustrada y del público en general, como lo señala el capítulo cuarenta del Reglamento, que prevenía “con la mayor urbanidad a las señoras que entren con la mantilla quitada, según está mandado por punto general para todos los jardines reales”.
Por su parte, la cátedra de botánica, obligatoria para médicos, cirujanos y farmacéuticos, contó con un alto número de discípulos y un nutrido grupo de los considerados aficionados, entre los que se encontraron miembros del Real Seminario de Minería, de la Escuela de San Carlos, religiosos, militares e intelectuales, como Miguel Constanzó, Andrés Manuel del Río, José María Bustamante y Lucas Alamán, entre otros.
La enseñanza de la botánica cumplió con lo establecido en el Reglamento en calidad de ordenanza que por ahora manda su majestad guardar en el Real Jardín Botánico de México, que duraba de cuatro a seis meses, con lecciones de seis horas a la semana, en las que se instruía a los discípulos sobre la teoría linneana y sobre las virtudes de las plantas cultivadas en los cuadros del Jardín. Asimismo, realizaban práctica de herborización por los contornos de la ciudad, acompañados por su catedrático. Aun con las polémicas iniciales, la botánica linneana triunfó por la vía de la cátedra de Cervantes, la cual dictó hasta su muerte, ocurrida en 1829.
El Jardín llegó a ser un sitio de visita obligada para los viajeros y los naturalistas que pasaban por la capital del virreinato, en donde observaban “las plantas más útiles que incluye la flora de Nueva España”.
Por tanto, la institución botánica se movió en dos ambientes, el científico y el público. El primero mantenía una red de relaciones con botánicos de América y Europa; su faceta pública cubría, además de la enseñanza, los componentes relacionados con el exotismo, el colorido, los perfumes, la ciencia útil y el entretenimiento de sus visitantes.
Un centro de aclimatación
Además de la docencia, el Jardín del Palacio tuvo otra finalidad, aclimatar las plantas del virreinato, aquellas utilizadas para la docencia y las “exóticas” o de interés que fueron enviadas al Jardín Botánico de Madrid. Una herramienta importante para las remesas a la metrópoli fue la Instrucción sobre el modo más seguro y económico de transportar plantas vivas publicada en 1779 por el director del jardín madrileño, Casimiro Gómez Ortega, y enviada a los miembros de la expedición, los virreyes y gobernadores de Nueva España, lo cual señala el carácter estatal de esta empresa, como lo prueba la orden que envió Revillagigedo a los gobernadores y a los curas del virreinato para que custodiaran y remitieran los herbarios, plantas vivas, dibujos y animales disecados según lo establecido en la Instrucción.
Como resultado de lo anterior el virrey contestaba al corresponsal de Guanajuato, “haber recibido el cajón de plantas vivas que me remite para la expedición botánica de este reyno, y doy las gracias por el esmero con que se dedica a estas tareas tan interesantes y honoríficas a nuestra nación [...] sólo por este medio se puede lograr connaturalizar en España las maderas finas, bálsamos, y demás vegetales que hacen una gran parte de los tesoros de estas Américas”. Por su parte, el botánico mexicano José Mariano Mociño, remitía al virrey desde Veracruz “algunas de las Plantas más apreciables de aquella Costa, como la Caoba, Gateado, Cedro fino, Bálsamo del Perú, Bálsamo de María, Pimienta de Tabasco, Cardamomo, o Gengibre y otras”, y le solicitaba instruyera al capitán del barco para que éste les proporcionara el sitio más oportuno para su conservación hasta entregarlas en Cádiz.
En el Jardín del Palacio prosperaron especies apreciadas y dignas de cultivarse por su rareza, hermosura, fragancia, etcétera. El catedrático estaba instruido en el modo en que debían plantarse y cultivarse para connaturalizarlas en el temperamento de la capital y poder remitir alguna cantidad de ellas a Madrid, en donde muchas de ellas fueron clasificadas y distribuidas a diversos jardines europeos, en los cuales las especies ornamentales como la Dahlia de Cavanilles fueron muy apreciadas.
La Real y Pontificia Universidad de México
A la inauguración y clausura de los cursos de botánica, a través de los cuales se pretendían difundir los objetivos y los avances de la implantación de la ciencia moderna en la colonia, acudía la sociedad novohispana que buscaba en la ciencia cierto entretenimiento, por lo que llegaron a convertirse en la manifestación pública por excelencia.
Los vecinos de México y todos los interesados pudieron enterarse de los pormenores que tuvieron lugar durante el acto inaugural de la primera cátedra de botánica que se impartió en territorio americano. El evento fue reseñado en la Gaceta de México, patrocinada por el gobierno virreinal, el 6 de mayo de 1788. Esta crónica muestra el lucimiento que tuvo el acto, “A las siete de la noche se iluminaron los balcones de la principal fachada de la Universidad y Sala de Claustros, en la que el director del Jardín tenía dispuesta una armoniosa orquesta para divertir la concurrencia de las personas que acudieron a ver los artificiosos y alusivos fuegos [...] Tres árboles, conocidos en este reino con el nombre de papaya, imitando el natural en la propiedad de sus hojas, flores y frutos, daban clara idea del sexo de las plantas”.
Cabe señalar que no todos los asistentes tuvieron la misma opinión del acto público con el que se iniciaba la introducción de la botánica linneana. Para el sabio novohispano José Antonio Alzate, el acto botánico fue una función de teatro de la que dijo “[...] lo que me choca y debe chocar a todos son aquellas pinturas de sexos [como] si el vulgo espectador hubiera halládose con instrucción de lo que es a lo que se dirige el sistema linneano, ¿a que se le exponía con representaciones que la naturaleza ejecuta en secreto?”. Alzate se refería a la recreación hecha por los botánicos españoles que mediante juegos pirotécnicos representaron en imágenes el mecanismo de polinización de las plantas. No hay duda de que el espectáculo luminoso fue una ocasión para socializar en la Ciudad de México.
Ejercicios públicos de botánica
Como lo establecía el Reglamento para la enseñanza y según lo acostumbrado en el jardín madrileño, el curso de botánica del Palacio Virreinal fue clausurado con un acto no menos solemne, representado por los discípulos más adelantados en el manejo de los fundamentos linneanos. El convite a esta función científica fue repartido entre la alta sociedad de la Ciudad de México. Presidió este acto el rector de la Universidad “acompañado de un gran número de Doctores en todas las facultades. Lo ameno y delicioso de las materias que se disputaron [...] las plantas raras y nuevas traídas de tierras calientes para adorno de la aula y examen de los actuantes, la iluminación y orquesta de música que llenaba los intermedios [...] dieron el mayor placer al lucido concurso”.
El Archivo General de la Nación resguarda las fuentes documentales que tratan sobre las actividades de la Real Expedición Botánica a Nueva España, entre las que se encuentran los relacionados con los recursos económicos destinados a estas representaciones públicas en las que, paulatinamente, se introdujeron las nuevas teorías científicas, lo que, dicho sea de paso, no resultó una tarea fácil para los naturalistas procedentes de la corte madrileña, sobre todo por la oposición mostrada por los criollos ilustrados. La polémica suscitada entre locales y peninsulares permitió que la ciencia botánica fuera tema de conversación en diversos espacios de la ciudad.
Entre el poder y el entretenimiento
Con el establecimiento del Jardín Botánico y su Cátedra en el Palacio Virreinal, los botánicos lograron ocupar los espacios del poder político de la capital, apoyados por su protector Revillagigedo. Este virrey, considerado el más ilustrado de los que gobernaron a la Nueva España, fue el encargado de cumplir tanto las órdenes de Carlos III, como de mostrar a través del Jardín Botánico, a propios y extraños, la riqueza natural de las posesiones del monarca en América. Pero el Jardín Botánico también cumplió otra función, ser un espacio para el disfrute de los habitantes de la capital. En él se encontraba una muestra, a disposición del pueblo interesado en conocerla, de las producciones más exquisitas de la historia natural. Así, se construyó un espacio para el disfrute de la naturaleza ordenada, donde las plantas eran la atracción de sus visitantes y la demostración del poder ejercido por su protector y los botánicos enviados por la metrópoli.
Finalmente, el Jardín Botánico de la Nueva España representó un espacio importante para la ciencia nacional al finalizar el Siglo de las Luces; contribuyó al mejoramiento de la imagen estética de la ciudad; brindó un espacio de recreo para sus habitantes; en él se llevó a cabo el reconocimiento de los saberes locales y la construcción de un espacio para la flora útil local; fue un centro obligado para los viajeros y sitio de reunión de los intelectuales, una institución en donde se llevó a cabo la introducción de la ciencia moderna.
El testimonio de Madame Calderón de la Barca sobre su visita al Jardín Botánico el 3 de abril de 1840, da muestra del fin de su esplendor: “El Jardín Botánico, situado en el recinto de Palacio, ocupa un pequeño patio abandonado, en el que todavía se conservan algunos restos de la inmensa colección de plantas raras, formada en tiempos del gobierno español, cuando se alcanzó un gran adelanto en el estudio de las ciencias naturales [...] Lo que más nos llamó la atención en el Jardín fue el “árbol de las manitas”[...] nos han dicho que sólo hay tres de estos árboles en la República [...] Hermosean el jardín sus viejos árboles y la exuberancia de las flores, pero es un ejemplo melancólico del menoscabo de la ciencia en México.”
Evocando estas palabras, el visitante es recibido en la actualidad en el “Jardín de la Emperatriz” o Jardín Botánico, en el patio principal del Palacio Nacional; y a dos siglos de distancia, como manteniendo ese espíritu, un jardinero satisfecho ve cómo crece un ejemplar del macpalxochitl de los antiguos mexicanos, el llamado “árbol de las manitas” por Francisco Hernández y Vicente Cervantes, o el Chirantodendron pentadactylon por Bonpland, compañero de Humboldt.
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Referencias bibliográficas
González-Bueno, A. 1999. “La ciencia como entretenimiento”, en Lafuente, A. y J. Moscoso, Madrid Ciencia y Corte, Madrid.
Calderón de la Barca. 1987. La vida en México. Ed. Porrúa, México.
González Claverán, V. 1988. “Un verano en el México de Revillagigedo, 1791”, en Historia Mexicana, núm. 38. p.2.
Lafuente, A. y A. González-Bueno. 1999. “El Real Jardín Botánico”, en Lafuente, A. y J. Moscoso, Madrid Ciencia y Corte, Madrid.
Moreno, R. 1988. La primera cátedra de Botánica en México, 1788. México.
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Puig-Samper, M.A. 1998. “Los avances científicos en la ilustración española”, en Carlos Linneo y la ciencia ilustrada en España. Madrid.
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Viqueira, J. P. 1987. ¿Relajados o reprimidos? Diversiones pública y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. f. c.e., México.
Zamudio, G. 1992. “El Jardín Botánico de la Nueva España y la institucionalización de la botánica en México”, en Los orígenes de la ciencia nacional, J.J. Saldaña (comp.) Cuadernos de Quipu, núm. 4. p. 55-98.
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Graciela Zamudio
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Zamudio Valera, Graciela. (2002). El Real Jardín Botánico del Palacio Virreinal de la Nueva España. Ciencias 68, octubre-diciembre, 22-27. [En línea] |
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de flujos y reflujos |
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¿Es la física esencialmente incompleta?
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Ramón Peralta y Fabi
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Cuando era estudiante de posgrado, asistí a un seminario de John Archibald Wheeler, quien, sorprendiendo a todos, empezó así: “Si alguien me preguntara qué resultado científico habrá perdurado dentro de quinientos años, contestaría que el teorema de Gödel [...]”. Confieso que yo no sólo no conocía la relevancia del mismo, sino que ni siquiera había oído hablar de él. Richard Feynman, premio Nobel de Física en 1965, le preguntó si consideraba que lo conocido hasta entonces en física sería olvidado. La respuesta de su antiguo maestro fue: sí.
Independientemente de que se comparta esta opinión, no deja de llamar la atención su contundencia, más aún si se sabe quién la emitió. Meses después había yo leído sobre Kurt Gödel, sobre sus trabajos y había iniciado un curso de alemán para entenderlos. Hoy, aunque mi conocimiento del alemán y de los detalles técnicos de los artículos de Gödel siguen siendo rudimentarios, continúo convencido de que las matemáticas, la física y la ciencia en general fueron marcadas en 1931, cuando Gödel publicó un trabajo con el intimidatorio título “Über formal unenscheidbare Sätze der Principia Mathematica und verwandter Systeme I” (Sobre proposiciones formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas relacionados).
Gödel nació en el pueblo de Brünn, en Austria-Hungría, y toda su vida representó el papel del estereotipo de genio; el hombre sencillo y retraído, decorado con múltiples excentricidades. Tenía sólo 25 años de edad cuando, trabajando en Viena, publicó su opus mirabilis, de igual número de páginas. Ahí permaneció hasta 1940, cuando, huyendo de la persecución nazi, se trasladó al Instituto para Estudios Avanzados de Princeton, en Nueva Jersey, Estados Unidos, donde vivió el resto de sus días, frecuentando a uno de sus escasos amigos, Albert Einstein.
En un arranque eufórico de generalidad (y de superficialidad educada), se podría decir que Gödel demostró que si todas las teorías son consistentes, necesariamente son incompletas y, por tanto, no se puede probar su consistencia. Es decir, cualquier conjunto de axiomas, leyes o hipótesis (expresables en lenguaje matemático) conduce a afirmaciones (teoremas) ciertas que son indemostrables dentro de la teoría —conocidas ahora como indecidibles de Gödel— y, por lo cual no se puede asegurar que esté libre de contradicciones. Visto así parecería que los matemáticos y los físicos estamos involucrados en un juego ilusorio, en el que quieren participar las disciplinas que pretenden la misma formalidad y precisión.
La impecable, ingeniosa y rigurosa argumentación göedeliana abordó el poco modesto problema de los fundamentos de la aritmética. El antecedente inmediato está en el siglo xx, el cual trajo la formalización de las matemáticas, introduciendo un rigor sin precedentes en las diferentes ramas que la constituyen, particularmente en el análisis, y personalizado en el matemático alemán Karl Theodor Wilhelm Weierstrass; se trataba de fundamentar el cálculo integral y diferencial y sus desarrollos subsecuentes en el sistema de los números reales.
La geometría, basada en los postulados de Euclides, era vista como el modelo a seguir en tanto que se basaba en axiomas “evidentes”, a partir de los cuales, en forma creativa y meticulosamente lógica, se seguían las demostraciones de todas las proposiciones imaginables que tuvieran que ver con los elementos que la componían.
El trabajo más notable en esta dirección fue el de los matemáticos y filósofos ingleses Bertrand Russell y Alfred North Whitehead, expuesto en su obra conjunta Principia Mathematica, publicada entre 1910 y 1913, (de aquí la cita de Gödel). De la lógica a la teoría de conjuntos y a la aritmética se trataba de hacer una edificación intelectual que cimentara todas las matemáticas. Éste fue un trabajo sin paralelo, pero cuyas inevitables paradojas, reconocidas por los autores, impidieron que el objetivo fuera llevado a feliz término y provocaron que fuera necesario recurrir a propuestas cada vez más elaboradas y nunca del todo satisfactorias. La paradoja central que usa Gödel para “modelar” su argumentación es la llamada paradoja de Richard, expresable de muchas formas diferentes y que es semejante a la de Russell: Las clases (colección de elementos distinguibles) son de dos tipos: las “normales”, que no se contienen a sí mismas como elemento y las que sí se contienen, las anormales. Por ejemplo, la clase de los terapeutas en adicciones es normal, puesto que el conjunto de terapeutas no es un terapeuta y por ende no es parte de la clase. La clase de las cosas imaginables es anormal, puesto que las podemos imaginar y por lo tanto es parte de la clase. Un ejercicio ilustrativo es determinar la naturaleza de la clase que forman todas las clases normales. Sin entrar en los detalles, que con paciencia el lector puede construir, ésta resulta ser anormal y ¡también normal! Es como tratar de saber quién rasura al barbero que rasura a todos los que no se rasuran a sí mismos.
La publicación del trabajo de Gödel resolvió la cuestión: el programa de Russell y Whitehead no es posible; tampoco el de Euclides o el de Weierstrass…
Es claro que, a la luz del trabajo de Gödel, hay dos asuntos que uno querría esclarecer dentro de cada teoría. El primero es explorar si un conjunto de axiomas no es inconsistente, al menos en forma flagrante, es decir, demostrar si las hipótesis básicas no se contradicen entre sí o si las consecuencias más evidentes no se pueden exhibir como falsas o verdaderas a la vez, como consecuencia lógica y rigurosa de las premisas. El segundo es determinar qué proposiciones son indecidibles; sería útil saber si una conjetura pertenece a este grupo para no perder el tiempo tratando de demostrarla. La respuesta en ambos casos contiene una dosis de frustración que depende de lo pragmático de quien estudia un sistema o un problema particular.
Entre los impredicables se encuentran famosos teoremas y conjeturas. Por ejemplo, el teorema de los cuatro colores y el de Fermat, que fueron demostrados en el siglo xx, y la conjetura de Goldbach, que se sospecha un indecidible. El primero consiste en probar (en su versión doméstica) que cualquier mapa se puede iluminar con sólo cuatro colores, con la restricción de que no haya dos regiones contiguas del mismo color. El segundo afirma que la ecuación diofántica xn+yn = zn no tiene solución en los enteros para n>2; es decir, no hay tres enteros x, y, z que cumplan la ecuación, si n = 3, 4, 5,... Este problema fue estudiado por cientos de los matemáticos más famosos que sucedieron a Pierre de Fermat, quien formulara el teorema en 1637; éste fue demostrado por el matemático inglés Andrew Wiles en la última década del siglo xx. La conjetura consiste en probar que cualquier número par es la suma de dos primos (1, 2, 3, 5, 7, 11,..., que sólo se dividen exactamente entre 1 y entre sí mismos); sin conocerse excepción, elude su rigurosa prueba.
La física, tal vez la más exitosa de las ciencias naturales y a la que equivocadamente se califica de exacta, está constituida por teorías que usan en forma esencial a las matemáticas, lo que sugiere que están sujetas al teorema de Gödel. Por ejemplo, el electromagnetismo está resumido en las ecuaciones de Maxwell, pero no puede incluir a todos los fenómenos eléctricos y magnéticos, aun cuando éstos sean evidentes.
Todas las computadoras trabajan sobre la base de un conjunto finito de reglas determinadas. En consonancia directa con un sistema axiomático, encierran la ineludible existencia de resultados que no pueden alcanzar.
Lo expuesto hasta aquí no pretende abrir la puerta al pensamiento débil, el misticismo o la magia, o apoyar el uso de la intuición como sustituto de las reglas de inferencia de la lógica, pero sí es un intento de exhibir la riqueza del pensamiento humano, ilustrado con la belleza, complejidad y sutileza del trabajo de Gödel, que invita a buscar y a confiar en la invención y el descubrimiento de nuevos principios para el razonamiento, sin detrimento alguno de lo que ya se ha establecido y entendido.
Un aspecto esencial implícito está en la vasta cultura científica que se ha edificado sobre la base de la concepción pragmática de nuestro quehacer. No hay duda de que las matemáticas funcionan, de que la física nos ha permitido ir dominando y entendiendo nuestro entorno, de que la civilización moderna es ya inconcebible sin las computadoras, que han potenciado nuestra perspectiva en las más diversas direcciones. Es simplemente que no deben olvidarse los límites de algunas cosas que, por lo demás, están muy lejos de haber agotado sus posibilidades.
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Ramón Peralta y Fabi
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Peralta y Fabi, Ramón. (2002). ¿Es la física esencialmente incompleta? Ciencias 68, octubre-diciembre, 52-54. [En línea] |
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Estructura y complejidad del genoma humano
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La descripción de la secuencia del genoma humano no es sino el principio de una serie de análisis conducidos para determinar el número de genes, su posición y la posible función que realizan. Estos análisis son los de mayor importancia.
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Amanda Cobián y Luis E. Eguiarte
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El siglo xx estuvo marcado por el desarrollo tecnológico en varias áreas del conocimiento, especialmente en la física, lo cual se vio reflejado en la conquista del espacio y en otras áreas como las comunicaciones (con la creación de materiales superconductores). Precisamente en la transición del siglo xx al xxi, un evento capturó la atención del mundo: el anuncio de la completa secuenciación del genoma humano en junio de 2000, cuya importancia científica es equivalente a la llegada del hombre a la Luna. Así como las famosas palabras pronunciadas por Neil Armstrong “un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad” simbolizan el enorme avance tecnológico y filosófico que este viaje representó para el ser humano, de la misma manera la descripción de la serie de letras que representan al genoma humano está abriendo paso a una nueva era para la ciencia. Pero, ¿realmente se ha terminado de entender la genética humana?
Se denomina genoma a toda la información genética que un organismo posee, la cual está contenida en el adn o ácido desoxirribonucleico, cuyos pilares químicos fundamentales son las bases conocidas como adenina, guanina, timina y citosina (a, g, t y c, respectivamente). Éstas se encuentran aparejadas a con t y g con c, de esta manera series sucesivas de ellas conforman el material genético de un organismo; por tanto, las unidades utilizadas para describir el tamaño del genoma son pares de bases. Este material genético está organizado en cromosomas, cada molécula de adn que los conforma debe poseer tres elementos importantes para su posterior propagación: un centrómero, que es el ancla del cromosoma al uso que se forma cuando la célula se está dividiendo, esto es la mitosis; dos telómeros, que son los componentes de las puntas distales del cromosoma, y varios orígenes de replicación, a partir de los cuales se inicia la replicación de los cromosomas. Al igual que en química la unidad fundamental de la materia es el átomo, de la misma forma la unidad mínima del genoma es el gen.
Los cimientos del Proyecto Genoma Humano se fundan en 1977, año en que Sanger (premio Nobel de Química en 1958) diseñó una técnica que hizo posible la secuenciación completa del genoma de un virus. Este hecho marcó el inicio de una serie de descubrimientos, la implementación de nuevas técnicas y el desarrollo de programas de análisis computarizado, que culminaron en la secuenciación del genoma del primer organismo vivo en 1995: la bacteria Haemophilus influenza, responsable de la enfermedad de la influenza, con un tamaño de genoma de 1 800 000 pares de bases. La conjunción de todos estos avances tanto en las técnicas de biología molecular como en la automatización de los análisis, generaron la aparición de una nueva ciencia: la genómica. Esta nueva área es producto de la unión de dos disciplinas diferentes, la computación y la biología. Dicha unión ha tenido un impacto impresionante en el desarrollo de nuevas disciplinas que han traído consigo grandes avances, y que sobre todo favorecen el futuro desarrollo de la medicina. La secuenciación completa del genoma podrá tener beneficios incalculables para la población humana.
Para llevar a cabo este proyecto, debido a la complejidad del genoma humano (ya que éste es muy grande y posee secuencias que se repiten mucho, lo cual complica su análisis), fue necesario analizar otros organismos “modelo”, con genomas más sencillos, que permitieran afinar las técnicas que se usan en la secuenciación completa. De esta forma, en 1995 el proyecto progresaba en dos etapas; la primera fue la construcción del mapa físico (estudio de genética “clásica” que permite ubicar la posición de los genes dentro de los cromosomas) y genético (el análisis propiamente dicho de las secuencias y el orden fino de los genes) del genoma humano y del ratón. La segunda etapa fue la secuenciación de los genomas de la levadura Saccharomyces cerevisieae, responsable de la producción de la cerveza, y el nemátodo Caenorhabditis elegans, una especie de gusano pequeño, así como la secuenciación de regiones específicas de genomas de mamíferos. Lo que estos proyectos demostraron fue que era posible secuenciar a gran escala con efectividad, rapidez y a costos reducidos. Dos grupos independientes secuenciaron el genoma humano, uno estaba constituido por diversos grupos internacionales y se denominó Consorcio internacional, el otro estaba conformado por la compañía Celera, con el controversial y agresivo investigador Craig Venter a la cabeza.
La obtención del adn, necesario para la secuenciación del genoma humano, fue hecha, en el caso del Consorcio internacional, por donadores anónimos (cinco a diez personas). Celera escogió cinco personas de categorías étnicas definidas: un individuo afroamericano, uno chino, uno mexicano y dos caucásicos. En total se usaron muestras de tres mujeres y dos hombres, todos donadores anónimos. La obtención de la muestra se realizó a partir de sangre (130 mililitros), y en el caso de los hombres incluía cinco muestras de semen tomadas en un periodo de seis semanas.
La descripción de la secuencia no es sino el principio de una serie de análisis conducidos para determinar el número de genes que están contenidos (genoma), su posición dentro de los cromosomas (mapas físicos y genéticos), la posible función que realizan, es decir, qué proteína codifican, y para reconocer los elementos reguladores de la expresión de los genes. También permite analizar otras características propias del genoma humano, como serían los sitios variables o polimórficos, es decir, las letras que cambian en cada individuo y que finalmente son la base de la diferencia observable entre los seres humanos. En la actualidad, estos análisis secundarios son los que se encuentran menos desarrollados, y realmente resultan los más importantes. Basta con señalar que el anuncio inicial de la secuenciación completa del genoma humano se refería, en realidad, a que sólo se tenía secuenciado (sin espacios o gaps y sin errores) 95% de la secuencia total; sólo de la parte de la eucromatina humana (1 000 000 000 pares de bases = 1 giga de bases) que corresponde a la porción del genoma que se expresa de manera activa; la contraparte es la heterocromatina que es la parte del genoma que no se expresa de esta manera. Para julio de 2001 lo que se tiene perfectamente terminado y sin problemas técnicos es sólo 47.1% de la secuencia del genoma completo (eucromatina y heterocromatina), la secuencia preliminar, que no ha sido revisada ni confirmada, comprende 51.4%. La suma del total de ambos será 98.5% del genoma humano. Estos datos traducidos a pares de bases de secuencia son alrededor de 1 660 078 000 pares de bases ya terminados y 3 547 899 000 pares de bases en versión preliminar. En realidad, se piensa finalizar exitosamente la secuencia completa para el año 2003. Aun así, el genoma humano está lejos de ser comparable con cualquiera de los organismos secuenciados con anterioridad, como la levadura o la bacteria Escherichia coli, no sólo en la parte inicial que implica la descripción de la secuencia completa, sino en su análisis posterior. Este estudio final será el sustrato real para el posible desarrollo de terapias génicas y para la identificación de las bases genéticas de enfermedades como la diabetes y las neurodegenerativas.
Los genes
El primer paso en la caracterización del genoma es la identificación de los genes, los cuales están formados por regiones codificantes (que son traducidas en proteína) denominadas exones y no codificantes llamadas intrones, que se encuentran intercalados entre los exones. Para que la información de un gen pueda ser procesada y traducida en proteínas, primero se tienen que separar los exones, que poseen información de los intrones que no son traducidos en proteína; a este proceso se le denomina escisión alternativa de intrones. En el caso del ser humano este proceso es de suma importancia, ya que es el responsable directo de la diversidad de proteínas observada. Además, los genes poseen otros componentes estructurales que no son traducidos en proteínas, estas zonas son las que indican en dónde comienza y termina el gen, y a partir de qué momento puede ser expresado o transcrito. Dentro del adn encontramos de manera intrínseca ciertos elementos denominados reguladores, cuyo objetivo principal es regular la expresión de los genes, es decir, cuándo y cómo se van a expresar. Existen dos clases de elementos reguladores, los denominados cis y los trans. Los cis son secuencias señalizadoras contenidas dentro del mismo adn. En cambio, los elementos trans se caracterizan por ser proteínas que son transcritas a partir del adn y que funcionan como reguladores de la transcripción de otros genes.
Para la identificación y predicción de genes se utilizan actualmente tres metodologías: 1) la evidencia directa experimental; 2) la evidencia indirecta relacionada con el parecido a otros genes previamente identificados, y 3) los métodos nuevos (ab initio) de reconocimiento de exones, basados en modelos que combinan información estadística acerca de los sitios de escisión de los exones, del uso de codones (tripletes de bases que al ser leídas corresponden a un aminoácido), así como información del tamaño de intrones y exones.
El proyecto internacional estima que existen de 32 000 a 38 000 genes en total en el genoma humano. Este valor corresponde al doble de los detectados en la mosca de la fruta o en el nemátodo y a más o menos el mismo número que en la planta Arabidopsis. Por el contrario, Celera ha identificado 26 383 genes.
Se han descrito unas 1 300 familias de genes en nuestro genoma, de las cuales 98 son específicas de los vertebrados. Los genes humanos tienden a poseer exones pequeños, con un contenido promedio de 150 pares de bases, separados por intrones muy grandes, algunos de más de 10 000 pares de bases. Esto hace muy difícil su identificación, la cual depende básicamente de la disponibilidad experimental del adn o de su parecido con genes de otros organismos. Este último paso es la parte inicial para la anotación de todos los genomas, o sea, la descripción de los genes. En general, se trata de una de las etapas más difíciles, pero que tiene las aplicaciones directas más importantes, ya que la base de cualquier estudio posterior se encuentra en la identificación de todos los genes que componen al genoma.
En promedio, como ya mencionamos, el tamaño de los exones es de alrededor de 150 pares de bases, su número por gen es de 8.8, el tamaño de los intrones es de 3 365 y el tamaño de la secuencia codificante promedio es de 1 340. Podemos encontrar que algunos de los genes son mayores de 100 000 pares de bases como el de la distrofina (relacionado con la actividad muscular, que mide 240 000). El gen de la titina (inmunoglobulina con dominios o regiones de fibronectina) posee la secuencia codificante más grande, con 80 780 pares de bases, el mayor número de exones (178), y el exón más grande, de 17 106. Al parecer, el tamaño típico de una secuencia codificante en el humano (1 340) es similar al del gusano (1 311) y al de la mosca de la fruta (1 497); la mayoría de los exones comprenden de 50 a 200 pares de bases, lo que sugiere cierta conservación de la maquinaria de escisión entre estos organismos. Sin embargo, el tamaño de los intrones es muy variable en los humanos, lo que provoca una gran variación en el de los genes.
Los genes humanos difieren de los otros organismos en aspectos importantes: se encuentran sobre regiones mucho más grandes de adn y son usados para la construcción de muchos transcritos alternativos, lo que se traduce en la creación de aproximadamente cinco veces más productos diferentes (proteínas) en el humano que en la mosca de la fruta, el gusano o la planta Arabidopsis.
Las proteínas se encuentran compuestas por dominios equivalentes a módulos que pueden ser utilizados para la construcción de distintas proteínas. En el humano no se ha observado una gran cantidad de dominios nuevos, es decir, que no existe innovación en el surgimiento de otros módulos. La innovación evolutiva consiste en el arreglo lineal de estos dominios en una proteína, en las distintas posiciones que pueden tomar los dominios para constituirla. Estos arreglos pueden ser formados por medio de la adición, deleción o uso alternativo de los distintos dominios presentes, lo que da como resultado la formación de nuevas proteínas a partir de dominios antiguos. Muchos de estos módulos pueden ser rastreados hasta el antepasado común de todos los animales. El dominio que se encuentra representado en mayor número en las proteínas humanas es el de los “dedos de zinc”, que caracteriza a una familia de factores de transcripción necesarios para el inicio de la copia del adn, y que se encuentra descrito en 564 proteínas. Estos factores son un ejemplo de elementos reguladores trans.
Mientras que el proteoma, las proteínas identificadas en el genoma humano, contiene alrededor de 1.8 veces más arquitecturas protéicas distintas (formas diferentes de proteínas) que la mosca de la fruta o el gusano, y 5.8 más que la levadura. En especial, las proteínas extracelulares son las que muestran una mayor innovación —el humano posee 23 veces más tipos distintos que la mosca de la fruta y 2 veces más que el gusano.
Comparado con los invertebrados, los humanos parecen tener un mayor número de proteínas involucradas en funciones celulares, como la formación del citoesqueleto, la defensa y la inmunidad, la transcripción y la traducción, el desarrollo neural, la hemostasis y la apoptosis.
Aproximadamente 60% de las familias de proteínas identificadas son más numerosas en el humano que en los otros organismos. Es decir, que dentro de la misma familia de proteínas, el humano posee un mayor número de copias que las que presentan otros organismos como la mosca de la fruta y el nemátodo. Se piensa que este incremento es producto de la duplicación de los genes dentro de la familia, lo cual muestra que la duplicación génica ha sido una fuerza evolutiva importante en la historia de los vertebrados. Entre algunas de estas familias encontramos a las inmunoglobulinas, en especial los dominios protéicos que las componen, los cuales no se encuentran representados en la levadura ni en la planta Arabidopsis, pero que están presentes en las inmunoglobulinas, en anticuerpos y en el complejo mayor de histocompatibilidad, elementos fundamentales del sistema inmune que nos protege de las infecciones. La expansión que se observa en los grupos de proteínas pertenecientes a esta familia muestran la versatilidad de la respuesta a la infección que presentan los vertebrados. Otro grupo de proteínas que se encuentra en un número considerablemente mayor al descrito en otros organismos son los factores de crecimiento. Dentro del genoma humano se han identificado treinta factores de crecimiento fibroblástico, en cambio, en la mosca de la fruta y el nemátodo sólo existen dos. En el factor de crecimiento transformante beta se observaron cuarenta y dos tipos, comparados con nueve y seis en la mosca y el nemátodo, respectivamente. Estos factores están relacionados de manera directa con procesos de diferenciación y crecimiento a lo largo de distintas etapas del desarrollo. Finalmente, la familia de los receptores olfativos comprende alrededor de 1 000 genes y pseudogenes (genes no funcionales), aunque en los homínidos la mayor parte de estos genes están interrumpidos o son pseudogenes, lo que sugiere una pérdida masiva en los últimos 10 millones de años, lo cual se refleja en que hemos perdido mucha capacidad olfativa.
La complejidad del genoma humano no radica esencialmente en su tamaño, sino en la multiplicidad de proteínas que se pueden construir a partir del procesamiento de la información que contiene. De acuerdo con esto la complejidad no involucra sólo el tamaño del genoma, sino sobre todo las innovaciones en los dominios y arquitectura de las proteínas a gran escala. En conclusión podemos decir que los humanos poseemos, comparados con todos los otros genomas analizados, un mayor número de genes, de dominios, de familias de proteínas, y de genes duplicados, así como de proteínas con múltiples funciones y formas.
Los sitios polimórficos
Estos sitios son variables en las poblaciones humanas, y, como ya mencionamos, la base de las diferencias entre nosotros. Los seres humanos se distinguen entre sí aproximadamente en una base de cada 1 250 (es decir, el cambio de una letra en cada 1 250 o 1 300). Se han identificado de 1.42 a 2.1 millones de sitios polimorfos en la secuencia preliminar, los cuales se encuentran mayormente en zonas no codificantes (sólo 1% en las codificantes). Estos datos sugieren que los niveles de variación son moderados en comparación con otras especies de animales, plantas o bacterias. Los sitios polimorfos son de gran interés médico y comercial, ya que son los que eventualmente permitirán los análisis para identificar las bases genéticas de la enfermedad y los que sugerirán su posible tratamiento.
Elementos repetidos
Una característica relevante del genoma humano es que posee secuencias que se repiten mucho. Esto se refiere a que existen repeticiones de ciertas secuencias de bases y que las encontramos continuamente en el adn humano. Éstas pueden ir desde dos bases, por ejemplo, de atatatatat hasta secuencias un poco más complejas como ataaaggataaagg o de muy baja complejidad como aaaaaaa. Este tipo de secuencias son denominadas secuencias simples y son producto de una especie de tartamudeo de la proteína que replica al adn (adn polimerasa). Pero además existen elementos repetidos más complejos, tal es el caso de copias grandes de segmentos pertenecientes al mismo cromosoma y secuencias repetidas en bloques.
Los elementos repetidos, algunas veces denominados parasíticos, pueden ser clasificados en cinco tipos, y corresponden a más de la mitad del adn humano: a) derivados de eventos de transposición, donde se mueve una región de adn y se inserta en otro lugar, este adn puede pertenecer al mismo organismo o ser extranjero; b) copias inactivas de pseudogenes; c) repeticiones de secuencias simples (aproximadamente 3% del genoma humano); d) duplicaciones de segmentos de entre 10 000 y 300 000 pares de bases (copias de una región del genoma a otra); e) secuencias repetidas en grupo (en bloques como en los centrómeros, telómeros, brazos cortos de los cromosomas y genes ribosomales). La mayor parte de las secuencias repetitivas (45%) son derivadas de eventos de transposición. Algunos de los elementos que sufren este fenómeno que se pueden reconocer en el genoma humano son los lines (elementos transponibles grandes), sines (elementos pequeños que se transponen), ltr (retrotransposones, que se copian a partir de arn y no de adn, como es lo usual) y transposones de adn. Al parecer no existe evidencia alguna dentro del genoma humano de la actividad de transposones de adn (no se han movido) en los pasados cincuenta millones de años. Los elementos que se transponen y que más abundan en el genoma humano son las secuencias conocidas como alu (pertenecen a los sines) y algunos elementos line que representan 60% del total.
La mayoría de los elementos parasíticos se originaron por transcripción reversa, llevada a cabo por retrovirus a partir de arn. Los transposones han traído consigo nuevos elementos reguladores y han dado origen a nuevos genes. En el genoma humano han sido identificados al menos veinte genes que se consideran como producto de eventos de transposición. Un ejemplo clásico sería el de las telomerasas, enzimas que replican las puntas de los cromosomas durante la replicación.
Dentro de los elementos repetitivos destaca el que corresponde a las duplicaciones de segmentos. Éstas involucran la transferencia de bloques de 1 000 a 200 000 pares de bases a uno o más sitios de los cromosomas. Estas duplicaciones se pueden dividir en dos categorías: intercromosomales (entre cromosomas distintos) e intracromosomales (dentro del mismo cromosoma). La secuencia final reportada tiene al menos 3.5% segmentos duplicados, de los cuales 1.5% corresponde a duplicaciones intercromosomales y 2% a duplicaciones intracromosomales. Este tipo de datos muestran que es difícil sostener la propuesta de que los genomas de los vertebrados han evolucionado por duplicaciones genómicas totales, que es la explicación clásica que se da al incremento del tamaño de genoma en los vertebrados. Los datos genómicos demuestran que una gran porción del genoma está caracterizado por segmentos muy grandes duplicados, pero no de cromosomas totales.
Es interesante observar que las cuatro regiones que poseen un menor número de elementos repetitivos dentro del humano son las zonas conocidas como cajas homeóticas hox a, b, c, y d. Éstas pertenecen al grupo de los reguladores cis, es decir, son señales que se encuentran en el mismo adn. Su importancia radica en que son reguladores fundamentales de muchos procesos de desarrollo. También se han reconocido muchas familias de proteínas (reguladores trans) que presentan un dominio llamado homeodominio que se une directamente al adn, todas ellas son reguladoras de la expresión en procesos fundamentales de diferenciación y desarrollo. Se puede decir que son una especie de interruptor que desencadena una cascada de expresión de distintos genes que culmina en el desarrollo o diferenciación de alguna estructura, como puede ser el caso de un órgano o un tejido en específico.
¿El fin o el principio?
El objetivo final del proyecto genoma humano es la compilación de una lista de todos los genes humanos, sus proteínas y su ubicación exacta, con el fin de ser utilizadas como una especie de “tabla periódica” para la investigación biomédica. En la actualidad se tienen secuenciados adicionalmente los genomas de cuarenta y un bacterias, nueve arqueobacterias, una planta y tres animales. Pero el reto de la biología, más allá de la simple secuenciación de los genomas, consiste en el entendimiento evolutivo y fisiológico de cómo los genes están organizados para la construcción y mantenimiento de las especies, y aún más allá, como Craig Venter menciona, intentar explicarnos cómo se organizan nuestras mentes, lo que nos lleva a investigar acerca de nuestra propia existencia. De esta forma podemos asegurar, casi sin temor a equivocarnos, que así como el siglo xx se denominó el siglo de la física, el siglo xxi será reconocido como el siglo de la biología. Indudablemente nos tocará vivir tiempos interesantes.
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Agradecimientos
A la Dra. Valeria Souza Saldívar quien cuidadosamente revisó el manuscrito de este artículo. Los autores agradecen el apoyo del proyecto Conacyt 27983-N y el proyecto Genómico Conacyt 0028.
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Referencias bibliográficas
International Human Genome Sequencing Consortium. 2001. “Initial Sequencing and Analysis of the Human Genome”, en Nature, 409, pp. 860-921.
Ridley, M. 1999. Genome. Harper Collins, Gran Bretaña.
Venter, JC. et al. 2001. “The Sequence of the Human Genome”, en Science, 291, pp. 1304-1351.
Sitio sobre el proyecto del genoma humano http://www.ncbi.nlm.nih.gov/
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Amanda Cobián y Luis E. Eguiarte
Instituto de Ecología,
Universidad Autónoma de México.
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como citar este artículo → Cobián, Amanda y Eguiarte, Luis E. (2002). Estructura y complejidad del genoma humano. Ciencias 68, octubre-diciembre, 56-64. [En línea] |
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de la red |
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Gabinete de curiosidades
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Susana Biro
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El coleccionismo es una manía que no se da en grandes epidemias, pero que aparece regularmente a lo largo de la historia. En la actualidad las cosas que se coleccionan son tan diversas que hay desde tarjetas telefónicas hasta máscaras rituales africanas. El objeto que se escoge es un asunto que realmente depende del gusto y presupuesto del coleccionista; por tanto, no es aventurado imaginar que tarde o temprano se habrá coleccionado de todo. En el siglo xvii se pusieron de moda los Wunderkammern o gabinetes de curiosidades, que, como su nombre lo indica, contenían objetos meramente curiosos o francamente asombrosos. En estos gabinetes se podía encontrar un ave exótica, proveniente de la recién descubierta América, así como un enorme cuerno que había crecido en la cabeza de una mujer. Estos gabinetes, que en su mayoría sirvieron sólo como tema de conversación para unos pocos nobles o comerciantes, son considerados los precursores de los museos de historia natural. Uno de los primeros que fue abierto al público, en el s. xvii, estuvo en Roma y perteneció al jesuita alemán Athanaseus Kircher. El Museo de Tecnología Jurásica, creado por David Wilson, es, en más de un sentido, descendiente de estos gabinetes del Barroco.
El gabinete de curiosidades del Sr. Wilson de Larry Weschler fue publicado por primera vez en 1995, algunos años después del encuentro casual que tuvo el autor con este pequeño museo en la ciudad de Los Ángeles. En él nos relata su primer acercamiento al Museo de Tecnología Jurásica, al señor Wilson, y a las subsecuentes aventuras resultantes de sus intentos de profundizar en algunos de los temas tratados en las exposiciones diseñadas y construidas por Wilson. Weschler es un periodista cultural estadounidense que trabaja para la revista The New Yorker y que ha escrito libros y artículos sobre temas muy variados. En un tono que delata su constante azoro, nos cuenta las maravillas que encuentra en este gabinete, cuyo propósito es “aportar al visitante una experiencia de primera mano de la vida en el jurásico”. Se topa, por ejemplo, con una exposición sobre un murciélago que atraviesa paredes y con otra sobre una compleja teoría del olvido. El breve libro que dedica al museo, en el cual describe las mil y una cavilaciones que éste despierta en su autor, deja al lector con ganas de mucho más.
Una forma de continuar la aventura jurásica es a través de la red. En la sección on-air del sitio soundportraits.org hay un breve programa de radio sobre el Museo de Tecnología Jurásica, escrito y leído por Weschler, en el cual resume su libro. El programa incluye la descripción de algunas exposiciones y las reflexiones y dudas del autor acerca de las mismas, del museo y de este tipo de instituciones en general. Por otro lado, el museo tiene su propia página, www.mjt.org, con lo cual se completa el panorama.
El sitio del Museo de Tecnología Jurásica es extremadamente sobrio. La página inicial tiene como fondo un papel tapiz oscuro, aterciopelado, de aire un poco polvoso y muy victoriano que inmediatamente marca el ambiente y casi nos hace bajar la voz delante del monitor. El visitante tiene la opción de conocer la fascinante historia del museo o bien la sección de “Colecciones y exposiciones”, en la cual aparecen los folletos de algunas de las colecciones narradas por Weschler y otras nuevas, como por ejemplo, una exposición llamada “Cuéntaselo a las abejas…: creencias, conocimiento y cognición hipersimbólica”, cuyo folleto aclara: “Para no quedar desesperanzadamente a la deriva en este mar aparentemente infinito de creencias complejas e interrelacionadas, la exposición ha limitado su discusión a cinco áreas de indagación: alfileres y agujas, zapatos y calcetines, partes corporales y secreciones, rayos y truenos e insectos y otras cosas vivientes”.
Hay también un folleto especialmente extenso sobre Kircher, el padre del primer museo. Esta publicación acompaña a una de las exposiciones más ambiciosas del museo, “El mundo está atado con nudos secretos”, que es la reconstrucción del Museum de Kircher. En el escrito se relata la vida y obra del multifacético jesuita, quien publicó más de treinta libros sobre prácticamente todos los temas de la filosofía natural de su época. Habla, además, de algunas de sus incursiones en la invención de relojes e instrumentos musicales automáticos. Es increíble el parecido entre Wilson y Kircher, separados por más de trescientos años y poseídos por el afán de coleccionar y mostrar una miríada de cosas asombrosas.
La entrada al Museo de Tecnología Jurásica tiene un letrero que dice “a e n”. Interrogado por Weschler, el fundador, administrador, curador, investigador y portero del museo explica que significa “no-aristotélico, no-euclidiano y no-newtoniano” y que es uno de los lemas del museo. Tras el doble paseo por este fascinante espacio de reflexión, la conclusión inevitable es que en vez de ese letrero vendría bien uno en letras muy grandes que dijera “Pise con cuidado”.
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Susana Biro
Dirección General de Divulgación de la Ciencia,
Universidad Nacional Autónoma de México
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como citar este artículo → Biro, Susana. (2002). Gabinete de curiosidades. Ciencias 68, octubre-diciembre, 28-29. [En línea] |
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Gansos en el paraíso
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Héctor T. Arita
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John Montagnu, cuarto conde de Sandwich, es recordado por haber donado el nombre de su título nobiliario al práctico, aunque poco sofisticado alimento. Cuenta la historia que una noche de 1762 el conde de Sandwich se negó a interrumpir una reñida partida de naipes y que para mitigar el hambre impuesta por las largas horas de juego, colocó un trozo de carne entre dos pedazos de pan y devoró el improvisado manjar, al tiempo que proseguía con su apasionante partida: había nacido el sándwich.
Pero no es el emparedado el único objeto que ha ostentando el nombre del noble y empedernido jugador británico. Además de los juegos de azar, el conde de Sandwich tenía otras aficiones, entre ellas la de patrocinar expediciones de aventureros a lejanas y entonces desconocidas regiones del planeta. Entre sus entenados se encontraba el explorador James Cook, quien en 1778 descubrió para el mundo occidental las islas del archipiélago de Hawái, a las que llamó las islas Sandwich en honor a Montagnu. Poco después, tras la unificación del reino del rey Kamehameha I y de sus descendientes, y a medida que Inglaterra perdía influencia sobre las islas, el archipiélago de Hawái recuperó su apelativo actual y el nombre de islas Sandwich cayó en desuso.
Sin embargo, el nombre del conde de Sandwich perdura en la región a través de una vía insospechada: los gansos. El ganso de Hawái, o nene, es el ave oficial de la entidad federativa más sureña de los Estados Unidos. Aunque bien conocido por los nativos de las islas desde tiempos remotos, el nene fue descrito para la ciencia apenas en 1833 con el nombre de Anser sandvicensis, posteriores arreglos taxonómicos modificaron el nombre a Branta sandvicencis, conservando de todas maneras el apelativo que honra la memoria de Montagnu.
El nene parece a simple vista una versión enana del conocido ganso de Canadá (Branta canadensis), con el cual está cercanamente emparentado. Mientras la versión canadiense llega a medir hasta un metro de longitud, los nenes más grandes alcanzan apenas sesenta y cinco centímetros, y pesan unos cuatro kilos. Además, el cuello del ganso de Hawái no es completamente oscuro, ya que los flancos y el frente tienen una apariencia jaspeada. Las diferencias más notables, sin embargo, tienen que ver con el comportamiento del nene, que es un ganso más bien terrestre y que pasa mucho menos tiempo en el agua que su primo canadiense, además de que no realiza las largas migraciones que han hecho famoso a su pariente de Norteamérica. Por ello, el nene tiene menos desarrolladas las alas, además de ser el único ganso que no tiene las patas completamente palmeadas.
Desde hace tiempo se ha aceptado que el pariente más cercano del nene es el ganso de Canadá. Debido a la separación geográfica, y dadas las diferencias entre las dos especies, se calculaba que la divergencia evolutiva entre ellos debía haber ocurrido hace unos cuatro y medio millones de años. Recientemente, no obstante, un estudio realizado por científicos del Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana ha producido una serie de resultados sorprendentes que esbozan una fascinante historia biogeográfica y evolutiva sobre los gansos de Hawái.
Ellen Paxinos y sus colaboradores examinaron patrones en el adn mitocondrial del nene y de sus parientes más cercanos para analizar el grado de separación genética entre ellos, estimando a la vez el posible tiempo de divergencia entre las líneas evolutivas. Los científicos pudieron además obtener material genético de huesos de especies y de poblaciones ya extintas, lo que permitió un examen más detallado de la historia de los gansos hawaianos.
El nene es el único sobreviviente de un diverso grupo de gansos que habitaron las islas de Hawái en tiempos relativamente recientes. En la isla principal vivió hasta hace aproximadamente seiscientos años un ganso gigante que no ha recibido nombre científico y que se conoce sólo a través de huesos subfósiles preservados en los túneles de lava. Esta especie era de una talla mucho mayor que la del nene y completamente incapaz de volar. El “nene-nui” (Branta hylobastides), que habitaba la isla de Mauai, era más pesado y menos ágil que el nene, pero aparentemente sí podía volar. Existe además evidencia subfósil de otras especies de gansos en las islas de Kauai y Oahu.
El primer resultado interesante del grupo del Smithsonian no fue muy sorprendente: todos los gansos de Hawái pertenecen a la misma radiación evolutiva. Es decir, todas estas especies derivan de un ancestro común, a partir del cual diferentes poblaciones evolucionaron para crear la diversidad que existía hasta hace unos pocos cientos de años en el archipiélago.
Sin embargo, al completar el árbol genealógico del resto de las especies, los científicos se toparon con la primera gran sorpresa. Resulta que dos de las razas americanas del ganso canadiense están más emparentadas con el grupo de gansos hawaianos que con otros gansos del Nuevo Mundo. De hecho, la filogenia del grupo mostró claramente que la especie que en la actualidad conocemos como ganso canadiense es un grupo parafilético, es decir, que consiste en dos ramas evolutivas separadas.
La segunda gran sorpresa se dio al estimar los tiempos de divergencia evolutiva. De acuerdo con los datos del reloj molecular empleado, todos los gansos de Hawái habrían evolucionado a partir de una sola población de gansos parecidos a los de Canadá que habría llegado al archipiélago hace unos setecientos u ochocientos mil años. Más sorprendente aún fue el descubrimiento de que el ganso gigante de la isla Hawái (una de las especies ya extintas) habría divergido del resto de las especies hace apenas medio millón de años. Esta inferencia se apoya también en datos geológicos que apuntan a que la isla principal de Hawái tiene una antigüedad máxima de quinientos mil años. Los resultados del grupo del Smithsonian indican que en un periodo de tiempo muy corto, geológica y evolutivamente hablando, se dio todo el proceso de evolución, produciendo la diversidad de gansos que alguna vez habitaron el archipiélago de Hawái.
La parte triste de la historia es que esa diversidad, producto de eventos evolutivos muy particulares, está en grave peligro de perderse por completo. Aunque existe controversia al respecto, es muy posible que las poblaciones de los gansos ya extintos hayan desaparecido por efecto de los primeros colonizadores humanos de las islas de Hawái. Asimismo, el propio nene, aun siendo el ave oficial del estado, se considera en peligro de extinción.
Su distribución original abarcaba casi todas las islas mayores del archipiélago, pero para 1778, cuando el capitán Cook arribó a las islas, la especie se encontraba solamente en las partes altas de la isla de Hawái. Durante los siglos xix y xx sus poblaciones sufrieron fuertes presiones, y para mediados de los cuarentas quedaban solamente alrededor de treinta animales en su hábitat natural. Por medio de programas de conservación y reintroducción se ha logrado elevar el número de gansos hasta cerca de ochocientos individuos.
Paradójicamente, existen más individuos en zoológicos y en colecciones privadas que en su ambiente natural. Incluso existe un pequeño grupo de nenes en libertad que disfrutan apaciblemente de un pozo en el parque Saint James, en el corazón de Londres, justo frente al Palacio de Buckingham.
Como sucede con otras poblaciones que han experimentado una fuerte reducción en el número de individuos, el ganso de Hawái presenta un nivel muy bajo de diversidad genética. Si una población pasa por un llamado “cuello de botella”, en el que sobreviven apenas unos cuantos individuos, la diferenciación genética entre ellos no puede ser muy alta. Aunque la población se recupere posteriormente, ésta no puede aumentar, al menos no a la par que el número de individuos. Resulta entonces que las poblaciones que en algún momento han pasado por un “cuello de botella” presentan en general muy baja diversidad genética, lo cual representa problemas muy serios de conservación.
Paxinos y sus colaboradores no se sorprendieron mucho al hallar una variación genética muy larga entre los gansos de Hawái. Lo que sí resultó sorprendente fue encontrar esa misma reducción en las muestras tomadas de huesos provenientes de sitios arqueológicos, con una antigüedad máxima de quinientos años. Al analizar material proveniente de sitios paleontológicos, de hace quinientos y dos mil quinientos años, los investigadores encontraron una variación genética similar a la que muestran poblaciones de otros gansos del mundo.
La interpretación del grupo de científicos es que el nene presenta baja diversidad genética debido a un “cuello de botella” poblacional, pero que ese evento corresponde no a la reducción poblacional de mediados del siglo xx sino a un evento similar cientos de años antes, probablemente coincidiendo con la llegada del ser humano a las islas de Hawái, lo cual produjo la extirpación del nene de la isla de Kauai y un decremento notable en el hábitat disponible para este animal en la isla principal. Ante este historial de fuertes presiones no es de extrañar que el nene sea una de las especies de aves en mayor peligro de extinción en el mundo.
El título nobiliario de John Montagnu es recordado diariamente en todo el mundo, aunque pocas personas conocen el origen de la palabra sándwich. Las islas bautizadas con el nombre del noble inglés no llevan más el apelativo impuesto por Cook. Finalmente, el ganso que en su nombre científico recuerda al cuarto conde de Sandwich y que representa al último sobreviviente de una añeja estirpe de aves insulares, está en peligro de extinción, tanto por las presiones de la vida moderna como por eventos que tuvieron lugar hace cientos de años en las paradisiacas islas del archipiélago de Hawái. Sobre la humanidad pesa la responsabilidad de que al conde de Sandwich se le recuerde por algo más que por un simple emparedado.
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Referencias bibliográficas
Paxinos, E. E. et al. 2002. “Mtdna from Fossils Reveals a Radiation of Hawaiian Geese recently Derived from the Canada Goose (Branta canadensis), en Proceedings of the National Academy of Sciences of the U. S., núm. 99. pp.1399-1404.
Paxinos, E. E. et al. 2002. “Prehistoric Decline of Genetic Diversity in the Nene”, en Science, núm. 296. p.1827. Imágenes P. 19 y 20: Piero Cozzaglio, ganso Hawaiano.
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Héctor T. Arita
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México
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como citar este artículo → Arita, Héctor T. (2002). Gansos en el paraíso. Ciencias 68, octubre-diciembre, 18-20. [En línea] |
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Jardines de aclimatación en la España de la Ilustración
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La política botánica colonial se manifestó en la creación de jardines y cátedras, en las que se impartió docencia científica para introducir las ciencias positivas en los terrenos coloniales, y de inducir un proceso de renovación en la administración sanitaria. | |||||||
Francisco Javier Puerto Sarmiento
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La ambiciosa tarea de recolección e inventariado florístico, llevada a cabo en América y Filipinas, y su explotación intelectual y política en Europa, requería una estructura científico-administrativa peninsular, que la favoreciese y potenciase. Diversas instituciones españolas se vieron involucradas en la aventura ultramarina, pero de todas ellas sólo una, el Real Jardín Botánico madrileño, podía aspirar a desempeñar un papel hegemónico en el desarrollo del proyecto.
La política botánica colonial se manifestó en múltiples facetas: por una parte se crearon jardines y cátedras de botánica como resultado permanente de algunas expediciones; ahí se impartió docencia científica con la doble intención de introducir las ciencias positivas en los terrenos coloniales y de inducir un proceso de renovación en la administración sanitaria, similar al producido en España con la creación del Jardín madrileño. Al mismo tiempo las expediciones y la red de corresponsales continuaron con la catalogación de la flora ultramarina, con la finalidad de incrementar los conocimientos naturales, investigar la existencia de nuevos fármacos y descubrir vegetales susceptibles de ser utilizados en la industria o agricultura europea.
Todo este esfuerzo nacional debía de ser rentabilizado mediante el establecimiento de relaciones estables y ventajosas con los países de la Europa circundante, principalmente Italia, Francia e Inglaterra, a través de una red de corresponsalías personales e institucionales que exigían un gran esfuerzo personal, científico y diplomático.
El Jardín Botánico madrileño cobró una importancia inusitada, pues si en su actividad peninsular se manifestaba como aliado incondicional, y como instrumento y justificación de la política centralizadora Borbónica con respecto a la sanidad, era también el rector de un proyecto colonial que podía modificar sustancialmente la visión imperial, establecer unas relaciones económicas mutuamente beneficiosas, impulsar en ultramar un modelo más moderno y menos corrupto en la administración sanitaria, y reforzar la política internacional española, al ser España protagonista de una actuación típica del Siglo de las Luces, atrayente e intercambiable con algunas de las iniciativas de los demás imperios europeos, mientras alimentaba la ilusión de poder introducir cambios importantes en las relaciones económicas internas e internacionales.
Desde esta perspectiva no sorprende la ayuda logística prestada a este magno proyecto por la Marina y el cuerpo diplomático, ni el auxilio científico recibido del Real Gabinete de Historia Natural y de la Botica Real, de la tutela administrativa de la Secretaría de Estado y del Ministerio de Indias, ni la alianza con el Protomedicato; pero no debe olvidarse que el Real Jardín Botánico madrileño estaba constituido por tres personas —un intendente y dos catedráticos— con lo cual, pese a todo el apoyo, se planteaba una auténtica tarea de gigantes.
Por otra parte la peculiar idiosincrasia del primer catedrático, Casimiro Gómez Ortega, le llevó a desligar las tareas rectoras de las expediciones de sus funciones reglamentarias dentro del Jardín, con lo cual consiguió incluir en ellas la dirección de las corresponsalías, tanto americanas como europeas. Gómez Ortega personalizó una gestión que en su planteamiento y desarrollo era de Estado sin poseer una posición institucional ni científica lo suficientemente sólida como para protagonizar el despotismo ilustrado de la Corona. A esta circunstancia hemos de añadir la singular improvisación del proyecto, en el cual se mezclan estímulos europeos, coloniales, metropolitanos, científicos, económicos y políticos, que no obedecen a una planificación sosegada realizada en diversas fases, sino que las ideas, los acontecimientos y las iniciativas van superponiéndose en una amalgama en la que sólo el tiempo y la reflexión han podido poner orden.
Sin embargo, la falta de planificación minuciosa en la política botánica ilustrada no ofusca la mente de algunos de sus protagonistas que se dan cuenta de la necesidad de reforzar la investigación científica española, pero sí explica la ausencia de una teoría rectora en sus aplicaciones prácticas. A los botánicos se les habían atribuido demasiadas funciones, por lo cual era necesario crear una red de instituciones y corresponsalías peninsulares que cimentasen su tarea ultramarina y europea.
En primer lugar, el papel de renovador de la administración y de la docencia sanitaria, principalmente farmacéutica, no podía efectuarse sólo desde Madrid: era preciso crear jardines y cátedras de enseñanza. En segunda, de poco servirían las instituciones para la recolección y transporte de plantas vivas si una vez llegadas a la costa no se recogían en centros donde se revitalizasen, para luego ser conducidas hasta el interior de la península, por lo que se necesitaban jardines de recepción y aclimatación. Y en tercer lugar, eran imprescindibles espacios en los cuales fuera factible la connaturalización de plantas con interés agrícola, comercial o terapéutico y en donde se viera si una vez habituada a nuestro suelo seguían con sus virtudes originales, por tanto, había que erigir jardines de aclimatación e investigación; y por último, los españoles no se podían presentar ante el mundo como los rectores de una operación botánica, cuando su desconocimiento de la flora autóctona era casi total.
En la polémica entre Quer y Linneo, Casimiro Gómez Ortega se había manifestado de acuerdo con el sueco, y varios botánicos contemporáneos suyos compartían su aprecio por la Flora Española, publicada en Madrid en 1762, por lo que se hacía imperioso estudiar la flora local.
Si la aventura americana y europea presenta magnitudes ciclópeas, la nueva perspectiva peninsular la torna absolutamente inhumana, ya que la botánica ilustrada española pretendía llegar de la nada al infinito.
La estrategia de la improvisación es disculpable cuando se desconoce en todo o en parte el tema abordado, lo es menos al diseñarse sobre cuestiones que teóricamente debían dominarse; sin embargo, la planificación de los jardines docentes, de recepción y aclimatación de plantas, de connaturalización e investigación, y la red de corresponsales establecida para conocer la flora española obedeció a los mismos impulsos de tanteo, casualidad, “amiguismo”, interés político o voluntarismo, aunque también dio interesantes resultados.
La idea de las corresponsalías, amparadas o no en jardines botánicos, pudo ser inspirada muy bien por ejemplos europeos, principalmente el de Linneo, aunque no se encuentra ni en los libros ni en los documentos un esquema apriorístico sobre el cual montar una estrategia operacional eficaz. Casimiro Gómez Ortega, en su Instrucción..., publicada en Madrid en 1779, hace alguna referencia a la utilidad de los jardines botánicos, pero en ningún caso puede tomarse como germen de organización teórica. Él señala que no debería carecer de ellos “ninguna Universidad, ni pueblo principal de España” y más adelante manifiesta que un jardín botánico es “el centro de la correspondencia de su clase, de los experimentos útiles en punto de botánica y agricultura, y de la propagación de plantas dignas de multiplicarse”.
Así, a partir de 1783, fecha de aprobación del reglamento del Real Jardín Botánico de Madrid, se nombran las corresponsalías, atendiendo al conocimiento personal previo o tras obtener información sobre personas supuestamente versadas. Éstas recayeron fundamentalmente en boticarios, médicos, cirujanos y religiosos, y a finales de siglo, dadas las prerrogativas sociales y profesionales anejas, fueron muy codiciadas —en su otorgamiento llegaron a intervenir incluso personas de la familia real. El intendente y los catedráticos eran responsables de los nombramientos, pero nunca supieron con exactitud cuántos y cuáles eran. Además, aunque Antonio Palan, el segundo catedrático, era el encargado de la correspondencia nacional y, por tanto, del contacto de los corresponsales españoles, los auténticamente importantes, desde un punto de vista institucional o logístico, siguieron controlados por Gómez Ortega. Poco tiempo después las corresponsalías excedían con mucho a las treinta reglamentarias y a finales del siglo su eficacia se muestra si no dudosa, sí muy desigual.
Al tiempo van surgiendo jardines de aclimatación de plantas, docentes, o con fines terapéuticos, religiosos, civiles y militares, sus responsables eran nombrados generalmente corresponsales y sus actividades trataban de coordinarse, y en ocasiones hegemonizarse, desde Madrid.
Cádiz, sitio de recepción
Pese a las medidas liberalizadoras del comercio con Indias, Cádiz sigue siendo a lo largo del siglo xviii el principal centro de recepción de las semillas y plantas americanas. Cuando los envíos consistían en semillas o “esqueletos” —plantas secas de herbario— el único problema era agilizar la correspondencia, a fin de que fueran recibidos cuanto antes en la Corte, si se trataba de plantas vivas el tema era diferente. Gómez Ortega se había encargado de redactar los manuales necesarios para arrancar las plantas, embalarlas y transportarlas a grandes y pequeñas distancias; los capitanes de los buques disponían, en muchos casos, de instrucciones resumidas, y los cirujanos navales habían recibido formación botánica, sin embargo, las navegaciones eran lentas y costosas y en algunas ocasiones escaseaba el agua, con lo cual las plantas llegaban a la península muertas o en condiciones lamentables. Por tanto, era preciso establecer un lugar a cargo de personas instruidas en la botánica en el cual las plantas, antes de proseguir el viaje, se fortalecieran, revivieran y comenzaran a aclimatarse a un suelo y a una meteorología diferente.
Los catedráticos de Botánica del Colegio de Cirugía de Cádiz, cuya misión era exclusivamente docente para con los cirujanos de la Armada, también fueron nombrados corresponsales: en 1785 Domingo Castillejo y en 1790 José Sánchez, a quien se le encomendó el reconocimiento de un terreno para “vivero”, quizá a raíz del informe enviado ese mismo año a Porlier por Casimiro Gómez Ortega, Hipólito Ruiz, José Pavón y Francisco Cerdá, en el cual se recomendaba “establecer un amplio vivero en el Puerto de Santa María”, dado que la mayoría de las plantas ultramarinas venían por Cádiz, “desde donde se remitan convenientemente los pies duplicados, y demás que vayan duplicando al resto de España, y con preferencia a su tiempo a Valencia, Málaga, Madrid, Aranjuez e Islas Canarias”.
En este informe se proponía establecer firmemente el jardín gaditano de recepción, donde se aclimataran y multiplicaran las plantas y se trataba de dar satisfacción al ministro, sugiriendo el reparto posterior entre dos jardines controlados por Ortega (Madrid y Valencia), dos por Porlier (Aranjuez y Orotava) y uno por el Ejército (Málaga). A pesar a la imperiosa necesidad del mismo, a su funcionamiento improvisado a lo largo de los años y al buen soporte que podía proporcionar el Colegio de Cirugía y los corresponsales, el jardín no se construyó hasta el siglo siguiente.
Córdoba
La iniciativa para instalar un jardín en donde aclimatar las plantas llegadas de Indias en la ciudad y la serranía cordobesa corre a cargo de Andrés Palacios. Este personaje, amigo de Floridablanca y encargado de la Renta de Correos de Córdoba, carecía absolutamente de cualquier tipo de formación botánica. Su deseo lo encauzó por la vía del ministro de Indias, Gálvez, en 1783 y duró hasta la muerte del mismo en 1787. Gómez Ortega cumplió las órdenes que se le dieron pero nunca prestó el mínimo apoyo personal a esta iniciativa, ni siquiera nombró corresponsal a Palacios, quien tampoco en su ciudad encontró demasiada ayuda. Incluso el corregidor de Córdoba planteó problemas y reticencias en cuya resolución hubo de intervenir el cabildo municipal.
La idea consistía en recibir semillas o plantas americanas desde Madrid, sembrarlas en almácigos en un huerto próximo a su casa y luego llevarlas a la ribera del río o a la sierra para continuar su proceso de aclimatación.
En 1785 recibió ciento cinco semillas que habían llegado duplicadas desde Lima, las plantó y tuvo éxito, concretamente la caña-fístula y la Mimosa de Linneo, entre otras. Animado por su éxito contrató a un botánico, pensó en la posibilidad de establecer un parque de aclimatación zoológica, partiendo de las vicuñas, y en aumentar su jardín, “pues en todos estos pueblos de Andalucía Alta, no creo hay ninguno y el de Sevilla es muy corto y escaso”; incluso pensó en impartir docencia para servir de ayuda a los estudiantes de medicina y farmacia que habían de salir a examinarse sin haber hecho prácticas de botánica.
Sin embargo, todas sus ilusiones y proyectos murieron con Gálvez; Porlier, su sustituto, no tenía ningún interés personal en el tema y los catedráticos del Real Jardín Botánico de Madrid habían dirigido sus experiencias a otras localidades. En 1787 Palacios escribe a Palau para que no le envíe más semillas y despide al botánico, su fugaz intento se había consumido con muy pocos resultados.
Granada
En 1790, Francisco Aguilera Narváez, capellán del Regimiento de Caballería del la Costa granadina, antiguo emigrante en Campeche (Nueva España), propone a Porlier la creación de un jardín botánico de aclimatación y recepción de plantas en la costa granadina para aprovechar su feracidad, suavidad climática y analogía con algunos lugares mesoamericanos. Su informe interesa sobre todo a la agricultura, por las agudísimas observaciones referentes a los métodos de cultivo españoles y americanos, menciona también los productos ya aclimatados y propone los que se pueden introducir junto a ellos, basándose en que los hacendados indianos los hacen crecer juntos. Así, si en Málaga se cultiva la batata, es previsible que pueda introducirse la jalapa, yuca y cazabe. Si en la hacienda malagueña del marqués de Sonora, junto a los cedros de América, crece la malagueta, chirimoyos, zapotillos y plátanos, podrán también introducirse la palma de coco, la zarzaparrilla y el carambuco; también en las plantaciones granadinas de caña de azúcar puede sembrarse alternativamente el índigo, ya que “en América, cuando el cosechero de azúcar no le tiene cuenta este fruto, procura sustituir en lugar de la caña el añil”, e incluso propone introducir la cochinilla para aprovechar su principio tintóreo. El capellán pertenecía a la Sociedad de Amigos del País de Vélez y su propuesta puede incluirse entre las numerosas polémicas sobre agricultura, centralizadas en las Sociedades de Amigos del País andaluzas y principalmente granadinas.
Málaga
El primitivo Jardín de aclimatación de Málaga está relacionado con el Ejército y más concretamente con el abastecimiento de medicamentos a los presidios menores africanos. Hasta 1784 el presbítero malagueño Antonio Medina actuaba como asentista en el aprovisionamiento de fármacos a los hospitales penitenciarios. En ese año, por intercesión del Sumiller de Corps, Duque de Losada, la Real Hacienda se hace cargo de la tarea; en un primer momento desde la Botica Real madrileña y después a través de un boticario malaciano.
Vistas las dificultades lógicas inherentes al envío de medicamentos y plantas desde Madrid, el 12 de mayo de 1784 se redactan unos estatutos conforme a los cuales habían de establecerse boticarios militares en Melilla, Alhucemas y Peñón; todos debían poseer un jardín botánico y el de Melilla también un laboratorio químico, este último estaba obligado a proveerse de herbolarios próximos a la costa y a abastecer a su vez a los otros dos. Como único proveedor se nombra provisionalmente a Pedro Pérez Rosales, boticario establecido en Málaga, visitador general de aquellas boticas, revisor de los géneros entrantes en puerto y sujeto de confianza de la Real Botica, aunque tuvo posteriormente alguna disputa con el boticario mayor por cuestiones salariales.
El Real Jardín Botánico de Madrid había nombrado corresponsal, en 1783, a José García Sevilla, boticario de Vélez Málaga, pero ante la coyuntura de encontrarse con un farmacéutico relacionado con alguna institución amiga, supuestamente instruido y poseedor de un huerto, se le nombró también correspondiente en 1784. La primera relación con Palau se llevó a cabo al contestar negativamente a su pregunta sobre si se cultivaba el jengibre en Málaga; después, acaso para convencerlo de lo bueno que era el terreno para aclimatar plantas americanas, le indicó que se había plantado una estaca de cedros sin raíces que empezaba a brotar; Palau dio por falsas sus noticias, a consecuencia de lo cual recibió un certificado del escribano Juan Rodríguez en el que intervenían como testigos su mancebo mayor, Francisco de León y el segundo, Joseph Quirós, que atestiguaban la veracidad del experimento; también le indicó que habían visto la vara florida los boticarios militares Vicente Zenitagoya, Agustín Yepes y Martín Martínez Serrano a su paso por Málaga, camino a sus destinos en los presidios menores. A partir de este episodio los recelos mutuos fueron grandes; de allí se recibieron batata y cedro, plátanos canarios, un herbario seco de plantas malagueñas y diversas semillas de aquella provincia; al parecer los envíos no fueron gratuitos, pues al menos en una ocasión se le pagó. En su correspondencia nos encontramos con nuevas referencias a la posesión malagueña del ministro de Indias, rica en flora exótica, de la que Ortega y Palau piden con insistencia la malagueta y cedros, reiteradamente negados por los domésticos de Gálvez.
Puzol
Francisco Fabián, arzobispo de Valencia, creó en 1776 un jardín de aclimatación en la huerta de la casa-palacio, sede arzobispal, situada en Puzol, al que dotó de catorce mil pesos. Este jardín alcanzó pronto bastante fama y gracias al testimonio de Francisco Tabares de Ulloa y al del propio jardinero del arzobispo sabemos que existía una vía atípica de recolección de plantas por medio de las conexiones internas de los religiosos. Hay constancia documental de que Francisco de Fabián y Fuero introdujo en España en 1778 el cacahuate junto con otras plantas americanas y de que el obispo de Puebla efectuaba algunos envíos directamente a Puzol. Fabián y Fuero había estado durante algún tiempo en la Nueva España, en donde sus ayudantes conocieron a Alzate, de cuyas cualidades informaron a Gómez Ortega y cuyo sucesor mantuvo una corresponsalía botánica destinada a satisfacer el capricho valenciano del arzobispo.
Gómez Ortega trabajó con este jardín desde fechas muy cercanas a la de su fundación. Por su Instrucción... sabemos de la existencia en Valencia del huerto de otro religioso, el arcediano Pedro Joseph Mayoral, en el cual se habían adaptado las chirimoyas. Sin embargo, ante el problema de la insalubridad y el coste del cultivo del arroz valenciano, tema sobre el cual se muestra sensibilizado Gómez Ortega con mucha anterioridad a Cavanilles, el catedrático recurre al jardín de Puzol; solicita de la Real Sociedad londinense semillas de un arroz chino de secano, cuyo cultivo había sido imposible en Europa pero que floreció en el jardín del arzobispo. Su interés por el tema queda reflejado en varias cartas de 1785. Por una sin fechar, enviada desde Puzol por el jardinero Manuel Peris, sabemos que “desde que recibieron once gramos de arroz de China se han sembrado para recoger simiente y desengañar a los obstinados labradores del reino [...] Se ha sembrado por separado el de China y Puerto Rico. Los primeros años se vio que producía bien aunque no rendía tanto como el de agua continua, daba lo bastante para sacar los trabajos, y lograba conservar las moreras para el beneficio de la seda que no se logra en el de agua continua. En vista de esto pidieron semilla muchos arroceros y se les dio a condición de que no lo hicieran en agua continua. No hicieron caso y sacaron más provecho que del arroz del Reino. Al año siguiente las espigas aumentaron tanto como se puede conseguir a riegos”. De este arroz se abastecieron en Extremadura, Murcia y Aragón, aunque los resultados eran desconocidos para el jardinero.
Las preferencias del primer catedrático por el jardín valenciano no son causadas por las circunstancias políticas o por alguna influencia, sino que se deben a su extrema feracidad, a la buena tierra y al magnífico clima. Peris en una carta del 14 de mayo de 1785 indica cómo, durante la última y reciente conflagración, los ingleses interceptaron un envío del obispo de Puebla a Puzol, pero al notar que contenía semillas de plantas medicinales lo devolvieron, alegando “que no hacían la guerra a las ciencias”. Desde Holanda lo enviaron a Málaga y desde allí a Valencia; en el tránsito transcurrieron dos años, pese a lo cual nacieron todos los vegetales sembrados, induciéndole a creer que allí se podían aclimatar todas las plantas americanas.
Al arroz de China le siguió una primera remesa de semillas de Perú en 1783, otra compuesta de cuarenta y ocho simientes en 1784, una nueva de 1785, dos en 1786, cuatro de 1787, una de ellas procedentes de Puerto Rico y dos de semillas mexicanas en 1788.
De Valencia a Madrid se enviaron en 1784 huesos de aguacate, cacahuate mexicano, castañas de San Ignacio, valencianas y chirimoyas; semillas de algodón, un trigón, similar a la denominada calabaza batata, dos arbolitos de aguacate, un malloc, pepitas de chirimoya y una papaya en 1785; un nuevo árbol de papaya, más semillas de aguacates, chirimoyas y frutos de malloc en los años sucesivos.
Entre las plantas aclimatadas en Valencia quedan testimonios escritos del arroz chino y puertorriqueño, ruibarbo, drago, pimienta de Tabasco, café, higuera de malabar o malloc, aguacates, papayas, cedros del Líbano, chirimoyas, algodón y muchas otras plantas peruanas, puertorriqueñas y mexicanas.
Orotava
En 1788, cuando el jardín valenciano del arzobispo estaba en todo su esplendor, repleto de plantas peruanas, puertorriqueñas y con las procedentes de México en su primera floración, el gobierno dicta una Real Orden el 17 de agosto. En ella plasma su decisión de construir un Jardín para cultivar las semillas de América y Asia; establece su emplazamiento en la isla de Tenerife y otorga la responsabilidad administrativa a un desconocedor de la botánica: Don Alonso de Nava Grimón y Benitez, VI marqués de Villanueva del Prado y sobrino del ministro de Indias Antonio Porlier.
La apertura de este nuevo centro tiene al menos una doble lectura: por una parte, se completa, en un clima africano, el círculo de jardines dedicado a la aclimatación de plantas americanas establecidos en Andalucía, Murcia y Valencia; por otra se percibe una clara tensión entre el primer catedrático y el ministro de las Indias a partir de la muerte de Gálvez. La primacía en el control de la Botánica mantenida hasta 1787 por el Jardín Botánico madrileño y Casimiro Gómez Ortega, pasa a ser disputada desde esa fecha por el ministro de Indias y el Jardín de Aranjuez.
Podría aducirse una apetencia estatal por establecer un centro dependiente de la administración central, pero a pesar de la dotación inicial a cargo de la Corona, su desarrollo posterior, caracterizado por la falta de apoyo institucional y del encargo de su supervisión a un particular, falto de conocimientos botánicos, pone en entredicho esta hipótesis.
Después de algunas probaturas iniciales, el Jardín se estableció en la Orotava y su superintendente recibió autorización para solicitar semillas a los puertos de Asia, África y América.
En 1792 ofreció sus primeros frutos mediante el envío de diversas plantas canarias al Jardín de Aranjuez, pero tras un penoso viaje marítimo sólo se recuperaron algunas, gracias a los celosos cuidados de los corresponsales botánicos gaditanos.
La urgencia con que el ministro de Indias reclamó las plantas a Pedro Gutiérrez y su destinatario final, Pablo Boutelou en Aranjuez, vuelven a sugerirnos problemas de entendimiento entre el ministro de Indias y el Real Jardín Botánico madrileño.
Las dificultades internas fueron aumentando con los años; Alonso Nava no consiguió que le mandaran un aprendiz de jardinería de Madrid o Aranjuez; con su propio erario hubo de afrontar las obras de finalización del Jardín y contratar a un jardinero elegido entre los practicantes de los jardines reales ingleses. A partir de 1797 se interesó por su proyecto Godoy, sin embargo, continuó sin recibir semillas peninsulares; por lo cual se inclinó por corresponsalías francesas e inglesas y diseñó las plantaciones con ayuda de algunos científicos franceses, entre ellos Augusto Broussonet.
A finales del siglo, el Jardín que podía haber sido la joya de la estrategia española referente a la aclimatación de plantas ultramarinas, se nos presenta como una institución casi extranjera, con un plan de trabajo francés, un jardinero inglés y con más relaciones con esos países europeos que con Cádiz.
Indudablemente la distancia hubo de influir en este cosmopolitismo del Jardín canario, pero las tensiones políticas en torno al control de la botánica española fueron decisivas en su distanciamiento del panorama español.
Cartagena
Era el cartagenero un Jardín creado con la triple finalidad de impartir docencia botánica, contribuir a la connaturalización de las plantas ultramarinas y colaborar en la investigación de sus aplicaciones farmacológicas y en el conocimiento de la flora regional. Presentaba un marcado carácter militar en sus esquemas organizativos, derivado de su dependencia funcional de la Armada. El ministro de Marina, Antonio Valdés, se encargó personalmente de las primeras iniciativas, administrativas y técnicas, para la erección de la institución botánica, pero a partir de 1787 delegó en Gregorio Bacas, a quien designó catedrático del centro, cuya labor planificadora fue visada, por decisión real, por Casimiro Gómez Ortega.
En el aspecto científico, el Jardín se configuraba como un nuevo centro de aclimatación, según recalca la Real Cédula que puso en vigor el reglamento: “Considerando mi real ánimo las ventajas que deben resultar al Estado, al bien de mis vasallos, y al crédito nacional en el estudio de las Ciencias Naturales de multiplicar en el Reino los útiles establecimientos de jardines botánicos, especialmente en las ciudades de las provincias meridionales de la península, que por la fertilidad de su suelo, por la benignidad de su temperamento, y por su inmediación a los puertos del mar, ofrecen la proporción de poderse criar en ellas con facilidad el crecido número y variedad de vegetales que se encuentran esparcidos, no sólo por toda España, sino también por mis vastos dominios de Indias, donde actualmente se están haciendo de mi orden y a mis expensas diversas expediciones botánicas”.
Curiosamente, a pesar de las intenciones reales, dificultades presupuestarias privaron de invernaderos a este jardín. La connaturalización de plantas implicaba una labor investigadora —a cargo del catedrático, sus alumnos y corresponsales— de sus aplicaciones terapéuticas y agrícolas. Este último aspecto, tan querido a la Ilustración española, fue puesto de manifiesto en el frontis compuesto por Bacas en 1787; en él se leía: “Carlos III, padre de la Patria, estimuló con la fundación del jardín —dispuesto ya para la enseñanza de la agricultura— a los botánicos y cartageneros, al cultivo de la profesión comercial, con el ejemplo de los antepasados antiguos cartagineses; a los médicos y cirujanos de la Marina Real, para el estudio de las plantas.”
Las citadas no fueron únicamente declaraciones de intenciones, sino que se plasmaron reglamentariamente entre las obligaciones de la institución. El jardín debía preocuparse por la connaturalización de plantas ultramarinas, por la posible adopción de cultivos útiles a nuestro suelo y por el empleo farmacológico de drogas exóticas; también había de efectuar una “flora cartaginense”, para lo cual los profesores estaban obligados a herborizar anualmente la región murciana. La faceta investigadora encontró amplio eco en la “Oración inaugural” leída por Bacas al comienzo de la docencia, y fue desarrollada mediante el nombramiento de correspondientes: que consistía en doce personas instaladas en la región murciana con la finalidad de aportar materiales florísticos autóctonos y otros tantos médicos y cirujanos de la Armada encargados del cuidado de las plantas transportadas en los navíos y de la recolección de flores y drogas exóticas. A unos y a otros se les otorgaba idéntica consideración socio-profesional que a los correspondientes del Jardín madrileño: eran considerados botánicos y disponían de las mismas prerrogativas y privilegios.
A estas ocupaciones de investigación científica se unía la faceta docente, que obligaba a asistir a las clases no sólo a los mancebos de cirugía, farmacia y a los estudiantes de medicina, tanto militares como civiles, sino incluso a los profesionales fuera cual fuera su condición y conocimientos. Fue la extraordinaria ambición de los botánicos la que precipitó la caída de su poderío en el ámbito docente, merced a la queja interpuesta por médicos y cirujanos, recogida favorablemente por el Consejo de Castilla en 1792 y saldada con la vuelta de la docencia botánica al ámbito farmacéutico y la pérdida de poder dirigente en el aspecto institucional y docente a partir de 1800.
Desde el punto de vista material el Jardín tuvo un buen desarrollo, pues, aunque hubo de superar dificultades presupuestarias y de falta de agua, su dependencia orgánica del Estado y las magníficas relaciones con el primer catedrático madrileño lo salvaguardaron de las intrigas procedentes de la Corte. Su dotación inicial de plantas se efectuó a costa de los jardines de Madrid y Aranjuez, en clara manifestación de la identidad de intenciones entre el Real Jardín Botánico de Madrid y el Ministerio de Indias; su carácter de centro privilegiado para el crecimiento de las plantas americanas y asiáticas no se puso nunca en entredicho. Gracias al Catálogo de las plantas existentes en el Real Jardín Botánico del Departamento de Cartagena situado en el Barrio de la Concepción, de 1797, sabemos que en ese año disponía de setecientas cincuenta y nueve plantas, algunas americanas, varias propias de jardinería y otras con interés agrícola, terapéutico o comercial.
La utopía de Saracha
La imposibilidad de afrontar la multiplicidad de tareas encomendadas al Real Jardín Botánico madrileño quedó en evidencia con el tiempo, incluso las referentes al estudio de la flora española, basándose exclusivamente en la labor de individuos aislados, pensándose en articular una serie de instituciones botánicas dependientes y subsidiarias de la de Madrid. La idea nunca se explicitó con tanta claridad desde los estamentos dominantes madrileños, acaso porque el poder oficial no era detentado por el primer catedrático, sino por el intendente del Jardín y no se querían establecer relaciones de derecho, sino de hecho, más fácilmente controlables por Gómez Ortega.
Asimismo, durante este periodo, entre 1772 y 1800, hay un divorcio formal entre botánica y agricultura. Los botánicos se ocupan de problemas teóricos relacionados con la sistemática, inventariado, conservación de plantas secas, transporte de plantas vivas y utilización de la flora en medicina, agricultura o economía; se ocupan también de temas de agricultura teórica, pero las discusiones prácticas y la docencia dejan que recaiga sobre las Sociedades Económicas de Amigos del País. Parece como si se quisieran establecer dos niveles: uno teórico y especulativo del que se hicieron cargo los botánicos y sus instituciones y otro, más pragmático e inmediato, encomendado a las Sociedades de Amigos del País. Aunque esta afirmación posee sus excepciones (Zaragoza), no la tiene el exquisito cuidado de los rectores botánicos madrileños por no mezclarse en polémicas agrarias concretas.
En esta situación el único proyecto de carácter general que conocemos se debe a un ilustre benedictino, el padre Isidoro Saracha, director del huerto botánico-terapéutico y de la botica de la Abadía de santo Domingo de Silos, corresponsal botánico de Ortega y Cavanilles, cuya valía fue reconocida en letra impresa por ambos. En una carta a Antonio Palau del 30 de enero de 1784 le propone el establecimiento de “jardincitos” o depósitos provinciales desde donde pudieran enviarse remesas al de Madrid que sirvieran de centros locales para el conocimiento de sus respectivas floras. Para determinar los puntos idóneos en los cuales implantarlos, a pesar de que sugiere diversos monasterios conocidos por él, propone el mantenimiento a cargo del Real Jardín Botánico de Madrid de dos “colectores inteligentes en la materia Herbaria”, que habrían de herborizar todas las regiones del Reino; para lo cual sugiere el método utilizado para la conservación de las plantas, itinerarios, notas geográficas, botánicas, de aplicación agrícola, médica o industrial, e incluso las diversas tareas a efectuar según los meses y el salario a recibir. Sobre esta información inicial podrían determinarse cuáles habían de ser las zonas en las que se establecieran jardines provinciales y, una vez instalados, podría abordarse el estudio sistemático de la flora española. Del plan de Saracha se deduce el absoluto desconocimiento florístico de partida que imposibilitaba, incluso, el diseño de una estrategia coherente, dada la perentoriedad de un esfuerzo meramente inventariador. La respuesta de Palau, eco de la resolución tomada en Junta, nos hace ver la urgencia de la institución central por obtener resultados rápidos, aun poniendo en peligro la solidez de los mismos. El plan Saracha era racional, eficaz pero lento: primero debía inventariarse la flora española; determinar las zonas más ricas en cantidad y calidad florística, implantar en ellas instituciones ligadas al Jardín madrileño e iniciar un estudio sistemático y profundo de la flora nacional: para lo cual se necesitaba tiempo, que parecía faltarle al Real Jardín Botánico de Madrid, involucrado en una aventura internacional por la que le urgían resultados rápidos.
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Referencias bibliográficas
González Bueno, A. 1990. “La aclimatación de plantas americanas en los jardines peninsulares”, en: La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en España y en la América virreinal. Real Jardín Botánico de Madrid, (csic), p. 37-51.
González Bueno, A. y R. Rodríguez Nozal. 2000. Plantas americanas para la España ilustrada. Línea 300, Editorial Complutense, 103 p.
Gómez Ortega, Casimiro. 1779. Instrucción sobre el modo más seguro y económico de transportar plantas vivas por mar y tierra a los países más distantes. Ilustrada con láminas. Añadese el método de desecar las plantas para formar herbarios. Dispuesta de orden del Rey… Madrid.
Puerto Sarmiento, F. J. 1992. Ciencia de Cámara. Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) el científico cortesano. csic-Madrid, 369 p.
Puerto Sarmiento, F. J. y González Bueno, A. 1995. Política científica y expediciones botánicas en el programa colonial español ilustrado. En: A. Lafuente, A. Elena y L. Ortega (eds.): Mundialización de la ciencia y la cultura nacional, Madrid, p. 331-339.
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Francisco Javier Puerto Sarmiento
Departamento de Historia de la Farmacia, Facultad de Farmacia.
Universidad Complutense de Madrid.
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como citar este artículo → Puerto Sarmiento, Francisco Javier. (2002). Jardines de aclimatación en la España de la Ilustración. Ciencias 68, octubre-diciembre, 30-41. [En línea] |
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Jardines y parques en la ciudad, ciencia y estética
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Los jardines, y luego los parques, han sido equipamientos de gran trascendencia en las ciudades, con importantes implicaciones en la vida social. En ellos se configura un sistema de significados que debe ser entendido por el usuario y el visitante. | ||
Horacio Capel
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El arte refinado de la jardinería es un campo privilegiado de investigación para el estudio de la relación entre ciencia y estética. Desde las primeras civilizaciones urbanas la construcción de jardines se hizo con la aplicación de técnicas hidráulicas, de conocimientos botánicos, de prácticas de agrimensura y de cálculo económico. Muy pronto también, la instalación de fuentes obligó a imaginar mecanismos ingeniosos para su funcionamiento, sobre todo cuando se trataba de conseguir efectos de vistosidad y sorpresa. Los jardines se construyen para el deleite y para dar una idea de sí mismo: en ellos se configura consciente o inconscientemente un sistema de significados que debe ser entendido por el usuario o el visitante.
Todo ello es bien conocido, puesto que existe ya una antigua tradición de historia de la jardinería, cuyos orígenes se remontan al siglo xviii. Menos atención se ha dado a otra circunstancia, la cual me parece de gran trascendencia en la historia del urbanismo: la de que los jardines han sido también lugar de experimentación de formas espaciales, las cuales luego se han aplicado al diseño urbano, y que han permitido la introducción de innovaciones decisivas, como la de diagonales en el trazado ortogonal, o un nuevo modelo de trama y de plano, que está en el origen de la ciudad-jardín. Al mismo tiempo, a partir del siglo xix, los jardines, y luego los parques, han sido equipamientos de gran trascendencia en las ciudades, con importantes implicaciones en la vida social.
Hasta el siglo vxiii los jardines eran, de hecho, paraísos privados, construidos por la realeza, la aristocracia y, más tarde, la burguesía, para su uso particular. Lugares para el descanso y el retiro deleitoso, para la alegría privada y el juego amistoso, para la ostentación y el reposo. Y será ése precisamente el paraíso que en el siglo xix será accesible para todos, convirtiéndose en el jardín municipal.
Podría decirse que el jardín, como las villas del siglo xvi es “el cielo de los ricos en el más acá”. Pero frente a aquel en donde se refugian los ricos y poderosos, y al de las aspiraciones del pequeño burgués, el jardín público de la ciudad está abierto como paraíso para el conjunto de los ciudadanos.
El proceso tiene desde luego sus antecedentes, que se relacionan, en primer lugar, con la política de apertura de parques reales al público de las capitales en el siglo xviii, lo cual se vio intensificado por la Revolución Francesa, primero, y por la implantación de los Estados liberales.
La política de construcción de paseos y alamedas que se había iniciado en la época final del antiguo régimen conducía también a la presencia de espacios públicos ajardinados. En la segunda mitad del setecientos los gobiernos de la Ilustración se habían preocupado por establecer paseos, “salones” y arboledas para el disfrute público. En Gran Bretaña a mediados del siglo xviii la mayoría de las ciudades principales tenían ya paseos públicos o jardines. Y algo semejante puede decirse de Francia, Alemania, Portugal o España, incluyendo, naturalmente, la creación de alamedas y paseos en Brasil (como el Passeio Publico de Río de Janeiro 1782) y las grandes ciudades de los virreinatos americanos de Nueva España, Perú, Nueva Granada y Río de la Plata.
Con relación a la promoción inmobiliaria de nuevos barrios se diseñaron, asimismo, nuevas plazas, que en Londres siguieron el modelo del Covent garden y que fueron promovidas por aristócratas, quienes valoraban sus propiedades, logrando un bello y prestigioso marco para su propia mansión y cediendo el derecho a construir viviendas a personas adineradas. A fines del siglo xviii y comienzos del xix, con la colaboración de famosos paisajistas, algunas de estas plazas empezaron a ser ajardinadas.
Algunos parques privados y públicos aparecen también en Alemania, Francia, España y otros países europeos, iniciando así una tendencia que lleva a su difusión en las ciudades.
Naturalmente dicha tendencia pasó pronto a los tratadistas de jardinería. En 1785 un tratadista alemán formuló un programa ideal para los Volksgärten o jardines públicos, y cinco años más tarde el elector de Baviera ordenó el diseño de un “jardín inglés”, que pasa a ser el primer gran parque público del continente. En 1825 se creó ya en Magdeburgo un primer parque municipal.
Esa construcción de parques y jardines coincide con el acceso de nuevos grupos sociales a la riqueza y al poder, y con una amplia demanda para la construcción de jardines privados.
Durante el siglo xix se acelera el ritmo de crecimiento de las ciudades europeas, empezando por las de los países que se ven afectados por la Revolución Industrial —Londres, la primera que ve crecer su población de un millón de habitantes en 1800 a dos y medio en 1851. Así, desde el siglo xviii el campo empezó a quedar lejos de la ciudad, debido a la expansión urbana.
El concepto de parque público surgió también como respuesta a los problemas higiénicos que se suscitaron en las ciudades industriales europeas. Cuando los efectos de la Revolución Industrial se dejan sentir de forma intensa, la necesidad de espacios verdes se hizo más fuerte, y ésta se expandió entre los diferentes grupos sociales: primero probablemente entre la burguesía, que deseaba parques prestigiosos y bien equipados para su solaz y exhibición. Pero bien pronto también entre las clases populares de algunas ciudades en las que la especulación de los propietarios fue edificando viviendas en sectores periféricos que eran tradicionalmente un lugar de esparcimiento de esos grupos.
En Gran Bretaña los problemas del crecimiento urbano se plantearon antes y con más crudeza, y por eso fue también allí donde se buscaron más tempranamente nuevas soluciones. En ese país, además de sus valores estéticos dominantes en el setecientos, los parques y jardines empezaron también a ser considerados desde perspectivas prácticas y funcionales. En 1833 existía ya en Gran Bretaña un Select Commitee on Public Walks and Places of Exercise, que tenía como objetivo prever el establecimiento de espacios verdes abiertos en todas las grandes ciudades, específicamente dirigidos a mejorar la salud de la clase trabajadora y popular. Dichas clases eran acusadas de ebriedad y reyertas, por lo cual había que facilitar una diversión alternativa y regulada que no debilitara los cuerpos y restaurara debidamente la mente en los ideales de salud, cooperación y concordia social.
La iniciativa se imitó pronto en las ciudades provinciales británicas. En 1839 se produjo ya en Gran Bretaña un reconocimiento oficial sobre la necesidad de parques públicos, en el Report to Parliament of the Select Commitee on Public Walks, y en la década de 1840 se construirían los primeros parques públicos propiamente dichos (el Arboretum de Derby, 1840; y el de Birkenhead, 1843). Pronto se inició una competencia entre las ciudades para construir parques urbanos, y su existencia era una forma de orgullo ciudadano.
De manera semejante ocurre en otros países. En París la remodelación de la capital hecha por Napoleón iii y su jardinero Alphand, entre 1853 y 1870, forma parte del cambio general de la capital realizada bajo la dirección del prefecto Haussmann. Por razones tanto estéticas como sanitarias, un conjunto de espacios periféricos se convirtieron en parques públicos: el bosque de Boulogne y el de Vincennes, y para las clases populares el parque de Buttes-Chaumont y el de Montsouris al sur, así como veintidós plazas ajardinadas en el interior de la ciudad. En total se plantaron más de cien mil árboles y se crearon o adaptaron 1 934 hectáreas de espacios verdes.
La supresión de las murallas de las ciudades en toda Europa (en un proceso que se prolonga hasta las décadas de 1910 o 1920) permitió construir bulevares o rondas, con filas de árboles, que también se incorporaron a las calles de los nuevos barrios urbanos.
Los jardines públicos eran lugares agradables, necesarios para huir de los hedores y de la congestión de la ciudad. Sus usuarios eran ante todo una burguesía, la clase media que tenía tiempo y gusto para disfrutarlos, y no la clase obrera que trabajaba doce y catorce horas al día, y que en todo caso iba a la taberna en los ratos de ocio. Pero poco a poco también la clase popular empezó a frecuentarlos, estimulados por una propaganda que trataba de difundir el modelo de comportamiento urbano burgués, transmitido por el contacto social en el paseo del parque.
También en España se fueron construyendo paseos y jardines durante el xix. En la primera mitad del ochocientos las ciudades disponían de los paseos y jardines que habían sido creados en el periodo final de la Ilustración y de otros nuevos que se iban constituyendo de acuerdo con las nuevas modas. Con la instauración del régimen liberal, la organización de los nuevos ayuntamientos y el aumento del poder de la burguesía, los concejos se preocuparon por la construcción de estos equipamientos públicos. A partir de la década de 1830 estas obras municipales aumentan de forma clara.
A mediados del siglo xix por lo menos 259 ciudades españolas poseían paseos o jardines. Estas ciudades tenían en total 565 paseos arbolados, de los cuales 487 eran alamedas y paseos. En las plazas de las ciudades empiezan igualmente a plantar árboles en la década de 1840 y poco después, a mediados del siglo xix, al menos unas 80 plazas de ciudades españolas estaban dotadas de alamedas o glorietas.
En ciudades que podían tener condiciones insalubres, y donde los malos olores estaban bastante generalizados, era importante el papel de los jardines y paseos de plantas olorosas que embalsamaban el aire y hacían el ambiente más agradable. Un arquitecto de esa época escribió que “los jardines son los sitios más deliciosos que se conocen, porque a un mismo tiempo proporcionan salud con sus perfumes y saludables emanaciones, y recrean el espíritu con las sensaciones que producen”.
En España la idea de que los jardines y parques urbanos constituyen una necesidad en las ciudades está ya plenamente aceptada a mediados del siglo. Una excelente prueba de ello son los proyectos de ensanche que se realizaron, empezando por el de Barcelona, elaborado por el ingeniero Ildefonso Cerdá, que se convirtió en una referencia inevitable para todos los que le siguieron.
En los proyectos de Cerdá, los árboles, jardines y parques tenían a la vez funciones ornamentales e higiénicas. De hecho existe en su proyecto toda una jerarquía de espacios verdes, desde las manzanas y calles hasta el gran parque urbano del Besós. Se trata de una ordenación que cubre cuatro tipos de espacios, empezando con los más reducidos: “jardines peculiares a cada manzana”, dispuestos en las viviendas unifamiliares y que constituyen “la esfera de acción de las relaciones de la familia”; continúa con los “S’quares” o “jardinillos plantados de hierba menuda a manera de prado, de flores y de plantas odoríferas”, sin árboles; los “parques” en los cuales la alta vegetación alterna con la de los anteriores, hay estatuas, fuentes y paseos que permiten el paso de peatones y de carruajes; finalmente, los “bosques”, especialmente necesarios para los grupos populares en los días de asueto, para evitar que los pobres “y aun la clase media que carece de este recurso” invadan la propiedad, lo que “sólo se tolera en el día por la falta de sitios baldíos de dominio municipal destinados a este objeto”.
Igualmente sucedió en Madrid, tanto en el proyecto elaborado por el mismo Cerdá como en el de Carlos María de Castro. A partir de la aprobación de esos dos ensanches de Barcelona y Madrid, el diseño de los nuevos barrios de la ciudad preveía normalmente la construcción de parques y jardines, que se fueron diseñando y edificando lentamente, según avanzaba la construcción de las nuevas áreas.
En Estados Unidos, a principios del siglo xix, se difundió por influencia inglesa un cierto clasicismo, el cual tiene que ver con los debates producidos en Gran Bretaña por aquellos años. Pero frente a ello hacia 1830 empiezan a imponerse conceptos estéticos de clara filiación romántica. En ese momento se reafirman plenamente los conceptos del jardín inglés, con calles o caminos curvos, paisajes pintorescos o informales, puertas rústicas, estanques irregulares, puentes típicos, grutas o cenadores. Los planeadores norteamericanos adoptaron en ese sentido los principios que se habían desarrollado anteriormente en Inglaterra y en otros países europeos.
Los conceptos del paisajismo inglés se aplicaron en las fincas privadas y, sobre todo, en los cementerios. Éstos, no sólo estuvieron muy afectados por la evolución de los jardines, sino que, a su vez, en algunos casos influyeron de forma destacada, ya que el éxito que tuvieron hizo que se aplicaran luego en los parques urbanos de otras ciudades, empezando por el de Nueva York (el Central Park).
La dimensión ideológica del paisajismo inglés antiautoritaria y democrática reaparece, sin duda, en estos trazados, o al menos así lo pretenden sus autores. Las formas más libres de estos jardines, en los que la naturaleza no está sometida a normas rígidas, ofrecerían a los visitantes una metáfora de los ideales burgueses de libertad civil y económica.
En los parques urbanos que se van construyendo en las ciudades estadounidenses a partir de 1840 existe una valoración de la naturaleza americana, con árboles propios de este continente, rompiendo definitivamente con la tradición mediterránea que había estado todavía muy presente en el jardín inglés de Gran Bretaña, donde la relación con Italia había sido siempre muy fuerte. Esa naturaleza y ese paisaje americano habían sido ya valorados por los ilustrados hispanoamericanos en el siglo xviii —como muestra, por ejemplo, se encuentran la Rusticatio Mexicana de Rafael Landívar, de 1781, y la obra de Francisco Javier Clavijero— pero sólo ahora se incorporan de forma consciente a los jardines.
En la segunda mitad del siglo también se construyen parques y jardines en las ciudades de los países iberoamericanos independientes. Superada la crisis de la emancipación, a partir de 1850, se inicia una fase de expansión que alcanzará su apogeo entre 1880 y 1930, y que tiene ejemplos excelentes en Río de Janeiro, Pelotas, La Plata o Bello Horizonte.
El eclecticismo en la jardinería
Desde finales del siglo xviii el estilo del jardín paisajista se iba introduciendo en Europa. Muchos de los jardines urbanos mencionados se construyeron ya teniendo en cuenta el modelo de la jardinería inglesa.
Si la Restauración que siguió a las Guerras Napoleónicas trajo momentáneamente de nuevo la moda del jardín clásico formal, bien pronto las cosas cambiaron y volvió nuevamente el prestigio del jardín inglés. De todas maneras a lo largo de este siglo el hecho más destacado es el carácter ecléctico del diseño de estos espacios. Un eclecticismo difundido sobre todo por revistas y tratados, y que supone una aceptación de diversos estilos tanto en arquitectura como en jardinería.
Desde la década de 1820 y 30 se ofrecían ya modelos diversos para que el público eligiera cómo deseaba construir su jardín, como en el libro de Thouin (Plans raisonnés de toutes les espèces de jardins) y el de Loudon (Encyclopaedia of Cottage, Farm and Villa Architecture and Furniture, 1833), en el cual podían encontrarse más de dos mil ilustraciones de planos, fachadas e interiores, adaptados a los gustos más diversos.
Eso se vería apoyado no sólo por la consolidación del cambio social, con el crecimiento de la población urbana, de la revolución liberal y la clase media, sino también por la difusión general y por la vulgarización del romanticismo, así como por la influencia de los métodos de producción industrial y de la acomodación al mercado.
El subjetivismo romántico se une, a mediados del siglo xix, a las necesidades de la producción industrial masiva, lo que conduce a considerar las exigencias del mercado y, por consiguiente, a valorar el gusto individual de los consumidores, un gusto que era indudablemente heterogéneo.
Esa actitud ecléctica venía también apoyada por el mismo desarrollo de los estudios de historia del arte, por la revalorización de los estilos medievales realizada durante el romanticismo. Todo ello había llevado también a valorar los diferentes estilos artísticos que se habían producido desde la Antigüedad como válidos en sí mismos, en tanto que representaban el reflejo de las posibilidades de desarrollo del espíritu humano, sin realizar juicios sobre la superioridad de unos sobre otros.
La actitud ecléctica se percibe a mediados del siglo xix en los proyectos de parques urbanos en toda Europa. Se observa tanto en la producción de edificios como en los tratados que se publican y en obras que trataban de mejorar la producción industrial y el diseño de los productos industriales; como, por ejemplo, en el Atlas enciclopédico-pintoresco de los industriales, publicado en Barcelona en 1857 por Luis Rigalt, profesor de la Escuela de Nobles Artes de Barcelona desde 1845, y luego director de la misma.
Lo que Rigalt hacía en esa obra era característico de la época, no sólo en España sino también en otros países europeos. No eran muchos los jardineros existentes y, en todo caso, eran caros. La demanda de modelos de jardinería fue cubierta por los libros citados, y por las revistas para el gran público. Los grandes tratadistas de jardinería europeos siguieron pensando en los encargos tradicionales para la realeza y la aristocracia. Por ello el público de la burguesía media alimentó su gusto y diseñó sus jardines con la información facilitada por libros y revistas.
El eclecticismo de mediados de siglo va ligado no sólo a las necesidades del mercado y de la adaptación a gustos variados, sino tal vez también a la diversidad de impulsos sociales que actúan en la escena política: desde las tendencias aristocratizantes ligadas a los círculos cortesanos en las monarquías europeas, hasta las más populares, vinculadas al ascenso y a la creciente presencia de los grupos populares. Si los primeros podían valorar todavía el jardín clásico francés como símbolo del antiguo régimen y expresión del decoro, los segundos utilizaron en algún momento el gótico y el diseño del jardín inglés para expresar las virtudes cívicas y la libertad de uso de los parques públicos.
El eclecticismo podía emplearse de forma consciente para producir efectos determinados, siguiendo una lógica que conduce a la utilización de diseños diversos según el tipo de intervención. En esos casos la utilización de los diferentes tipos de diseño se realiza en función al edificio con el que se relacionan, en el bien entendido de que los de carácter más formal deberían emplearse en los lugares de representación y decoro.
Junto a todo esto hay que señalar que en el momento en que se popularizan los jardines, las razones de economía podían pesar también con gran fuerza en el diseño, tanto en el privado como en el público.
El jardín al alcance de todos y con gastos moderados era un ideal difundido en revistas como The Horticulturalist, publicada a partir de 1849. Por los mismos años en España los diversos estilos de jardinería se ponían al alcance del público con libros de divulgación, como el titulado Jardinería teórica y práctica. Arte de cultivar toda clase de flores, de preparar y distribuir los jardines, que incluye “un apéndice para el cultivo de los tiestos de ventana, balcones y terrados”; obra escrita tanto “para atender el gusto de los poderosos, como para servir a las clases modestas que en sus ventanas y balcones las cultivan para satisfacer su refinado gusto”.
Lo mismo ocurría en los jardines y parques públicos, donde todas las tendencias estilísticas están presentes igualmente, y en donde las razones de economía dirigían a veces el diseño hacia uno u otro estilo, siendo, en principio, el informal más barato que el formal, sobre todo en condiciones de clima lluvioso y templado.
Parques y jardines para el negocio y la educación
Desde el siglo xix ya no basta el verde: la industrialización y la democratización han hecho necesarios también nuevos espacios para el ocio. Y todo esto está relacionado igualmente con la historia de los jardines y del urbanismo.
En las ciudades europeas, en general, y españolas en particular, es en los jardines y parques donde comienzan a instalarse elementos que luego serían denominados “mobiliario urbano”, y que aparece ya a mediados de siglo: bancos de distintos tipos, sillas, cenadores, kioscos, pajareras, fuentes, servicios higiénicos, esculturas y lámparas de gas para el alumbrado que, más tarde, serán eléctricas.
Pero, además, el ocio se va diversificando y se convierte también en una fuente de beneficio. Algunos promotores se dieron cuenta pronto de las posibilidades de negocio, y se lanzaron a crear espacios especiales.
Los pleasure gardens (o commercial pleasure gardens, según los casos) aparecen en Gran Bretaña desde mediados del siglo. No eran sólo para pasear, sino también para divertirse, con equipamientos para recreo y deportes. Esa nueva tipología influye en los parques públicos del siglo xix (en Alemania el Tiergarten, 1818; en Conpenhague el Tívoli, creado en 1834; en París, los parques de Tívoli y Bagatelle; en Barcelona el de los Campos Elíseos, 1852, etcétera).
Desde la década de 1830 y 40 en las islas británicas, en especial a partir de la mitad del siglo en toda Europa, cuando se consolida la clase media urbana y empiezan a notarse leves mejoras en la situación de la clase popular, la demanda de lugares de diversiones, dirigidas y controladas, conduce al aumento del número de parques en las ciudades industriales, con la intervención activa de políticos nacionales y locales.
Toda la evolución de este tipo de jardines hacia los modernos parques de atracciones está, sin duda, implícita en esas instalaciones, y se producirá posteriormente en los parques de atracciones que se instalarían en numerosas ciudades de todo el mundo.
Parques públicos y educación
A fines del siglo xviii la jardinería y la instrucción agrícola se combinaron también en muchas ocasiones. Así ocurría en los grandes jardines botánicos reales, que podían ser al mismo tiempo cátedras de agricultura y centros preocupados por la mejora agrícola del país.
No es extraño, por tanto, que en toda Europa el jardinero se convierta de hecho también en un instructor agrícola, especialmente cuando a principios del siglo xix se produce un cierto triunfo de la horticultura en el arte de la jardinería.
Todo ello a su vez se relaciona con la evolución de las ideas pedagógicas, que pusieron énfasis en el aprendizaje activo para acabar con el verbalismo, y en la relación entre estudio y trabajo, con especial atención al trabajo del campo en las escuelas para la clase popular. Pestalozzi abrió un camino que sería seguido por otros pedagogos románticos y que culminaría con la obra de Fröbel, en cuyos Kindergarten, o “jardines de infancia”, debía existir efectivamente un terreno para el cultivo. La labor formativa del trabajo en el campo para todos los niños y especialmente los de la clase popular, convertía así al jardín en un aspecto esencial de la pedagogía.
Al mismo tiempo, y de manera más general, la educación adquiría, durante el siglo xix, gran importancia ante la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de control social o de “educación moral”. Pero muchos advirtieron que ésta se adquiría también en el tiempo de ocio: la necesidad de encontrar nuevas formas de ocio, recreo o recreation se imponía.
Y en ello los parques adquirieron un importante papel. En 1834, en Gran Bretaña, el Select Committee on Drunkenness recomendaba “el establecimiento, con ayuda conjunta del gobierno y las autoridades públicas y residentes del lugar, de paseos públicos, y jardines, o espacios abiertos para ejercicios saludables y atléticos al aire libre en la inmediata vecindad de cada ciudad, de una extensión y carácter adaptados a su población”, además de bibliotecas y museos accesibles a los grupos populares.
Surgía de ahí la necesidad de construir parques públicos accesibles a la clase trabajadora. En esos espacios, además de las benéficas consecuencias directamente aludidas, la clase popular podría obtener el beneficio del ejemplo de las clases superiores. Las buenas formas y la respetabilidad burguesa se exhibían ante la clase trabajadora y la educaban. Por todo ello se va extendiendo entre las clases dirigentes la idea de que los parques públicos servían para educar refinar y civilizar a la gente.
Esta asignación de funciones educativas a los parques públicos no deja de incidir en su diseño. Se produce, en primer lugar, una asociación entre los parques como jardines botánicos y como educación popular, y, por tanto, entre pedagogía y horticultura.
A través del jardín botánico abierto a la población, el jardín o parque público municipal adquiría una función educativa, la cual se conseguía a veces ordenando la plantación según la clasificación botánica, como se hacía en los jardines especializados, con carteles identificadores (nombre botánico y popular, lugar de origen, etcétera). También se empezaron a publicar guías botánicas del parque.
Esos parques fueron asimismo lugar de exhibición de los resultados botánicos obtenidos en la última gran fase de las expediciones científicas. El éxito de dichas expediciones generaba una demanda popular en ese sentido, y a la vez los parques contribuían a su difusión.
Para albergar y proteger a las plantas exóticas se necesitaban invernaderos o, en climas más cálidos, umbráculos. En unos y otros la incorporación de innovaciones técnicas permitió conseguir nuevos espacios y nuevos diseños. Los avances en la arquitectura e ingeniería, con la utilización de nuevos materiales, permitieron construir nuevas formas atrevidas y elegantes, con el uso del hierro y del vidrio, lo que hizo posible disponer de espacios más amplios y de refinados sistemas de calentamiento y aireación.
El parque era también una alternativa al peligro de la taberna y el vicio. Es cierto que el tiempo de ocio de los obreros era reducido, ya que las jornadas de trabajo eran largas y agotadoras, pero el que había era preciso canalizarlo y controlarlo. Coros, clubes, horticultura, educación profesional y otras actividades, además del cumplimiento religioso, si podía lograrse, eran formas de canalizar el tiempo de ocio popular.
Para eso podían servir también los deportes, y el jardín o parque urbano se convierte naturalmente en un lugar para ello.
La educación de los nobles había incorporado siempre el ejercicio como forma de preparación para la guerra y como una manera de distracción de la mente. Pero desde el siglo xix el deporte se difunde también entre la clase popular.
La demanda de ejercicio físico para la clase trabajadora fue aumentando a partir de 1840, según se incrementaba la necesidad de mejorar la “educación moral” de los obreros industriales, amenazados por ideas subversivas. A partir de 1870 esas voces se incrementaron y extendieron a todas las clases sociales, para evitar las debilidades de la vida urbana que amenazaban a toda la población. En esos años la demanda de espacios abiertos para deportes conduce a la creación de un open space movement, y a conflictos sobre la posible utilización de los parques para ello.
El establecimiento de reglas oficiales para la práctica de diversos deportes y la organización de competiciones hizo aumentar el éxito popular de algunos de ellos, entre los cuales, a partir de 1860 en Gran Bretaña y de 1880 en otros países, se encuentra el fútbol. Bien pronto la práctica del deporte requirió lugares específicos y exigió la creación de equipamientos deportivos en las ciudades. A las instalaciones para la práctica del polo o del críquet, y de hipódromos se irán uniendo otras muchas diseminadas por la ciudad: campos de béisbol (en Estados Unidos), de fútbol, velódromos, etcétera, los cuales empiezan a aparecer en los planos urbanos. Muchas veces trataron de integrarse en el parque público, de esta forma lo útil se va incorporando.
La cuestión de dónde debían situarse los espacios deportivos dentro de un parque dio lugar a diversos debates y soluciones. Podían localizarse en la periferia del parque o en el centro, y podían estar agrupados o separados. Al mismo tiempo se desarrollaron discusiones entre los partidarios y detractores de la separación entre parque y deportes, entre los que defendían el valor estético del parque y los que ponían énfasis en la utilidad práctica.
Las alternativas entre separar o unir deportes y jardines se presentaron no solamente en los jardines públicos sino también en los privados a partir de 1860, cuando el deporte se incorpora asimismo a los espacios familiares de la burguesía. Con diversas mejoras en la distribución del espacio y el mobiliario, que aumentaban el confort, los jardines se convirtieron también en parte de las amenidades mejoradas de la vida doméstica. Aquí la familia y sus huéspedes podían jugar al críquet o, a partir de su invención en 1870, al tenis sobre césped.
A principios del siglo xx se desarrollan en Europa debates sobre el mejoramiento de las condiciones higiénicas, en los cuales se consideraba la conveniencia de mejorar la salud, también se hablaba sobre la eugenesia y la mejora de la raza. Se trata también de superar la oposición campo-ciudad e incluso el conflicto de clases. Es el momento en que se debaten y exploran nuevas formas de vivienda, y concretamente la de “ciudad jardín”.
Con relación a todo ello surgen movimientos para la ampliación y reforma de los parques urbanos. En Alemania eso da lugar a un movimiento para mejorar de los parques populares, o Volksparken.
Los parques se van volviendo esenciales para todos los grupos, para los partidarios de la ciudad y para sus detractores. Para los primeros porque las ciudades, que eran inevitables, necesitaban grandes espacios verdes, tal como empezaron a pensar los arquitectos y planificadores urbanos a comienzos del siglo. Para los disconformes de la ciudad con más razón todavía, ya que el parque podía ser un sucedáneo de la naturaleza o del campo lejano y perdido.
De manera parecida ocurrió de este lado del Atlántico. Desde la década de 1890 los parques públicos norteamericanos empezaron a verse afectados por las mismas transformaciones en el concepto de parque a las que hemos aludido. En esa década empiezan a instalarse algunos equipamientos para niños, tales como columpios y toboganes y poco después también aparatos deportivos y gimnásticos. Al mismo tiempo se introdujeron parcelas para que los niños de las escuelas pudieran realizar cultivos, como también se había hecho en Europa. Esas primeras transformaciones dieron lugar pronto a propuestas y realizaciones concretas para crear un nuevo parque, el llamado parque de reforma, que se creó entre 1900 y 1930, como espacio específicamente diseñado para juegos y deportes, en el que los elementos vegetales van disminuyendo hasta casi desaparecer, a la vez que las consideraciones estéticas y artísticas del diseño dejan paso a las puramente prácticas y utilitarias.
Ciencia y estética
En las dos últimas décadas del siglo xix coinciden en los países europeos y en muchos americanos el impacto de la transición demográfica, la mecanización y modernización de la agricultura, y la generalización del fenómeno de la industrialización. Todo ello incrementa la llegada de inmigrantes de origen rural a las ciudades, agrava las condiciones sanitarias en ellas y genera problemas sociales, como resultado de los bajos salarios pagados a una mano de obra, generalmente poco cualificada, y del sistema de relaciones sociales capitalistas. Los problemas de la pobreza pasan a ser prioritarios y, tras los estallidos revolucionarios de las décadas de 1860 y 70 y la crisis económica que afectó a algunos países industriales en los años 80, también pasan a primer término los nuevos instrumentos de control y reforma social, así como de mecanismos de reforma urbana y de planeamiento, que hicieron habitable y no peligroso el espacio urbano. En todo ello los parques y jardines tendrán un papel destacado, a la vez que influirán en las modalidades de esta propuesta.
La planificación urbana se verá enriquecida por la recuperación económica que se produce después de 1890 y que llegará hasta la Primera Guerra Mundial y luego hasta la gran crisis de los treintas, y por el importante desarrollo artístico e intelectual que se produce en Europa desde finales del siglo xix. Las ciudades crecen considerablemente en población y extensión, debido a la generalización de nuevos sistemas de transporte, mientras que el debate intelectual y la riqueza permiten desarrollar diferentes propuestas de planeación.
En esos debates se adoptan muchas veces posiciones de compromiso y frecuentemente se utilizan y barajan propuestas que proceden de tradiciones diferentes. Pero también resurgen líneas de pensamiento antiguas con gran fuerza y consistencia. En esas últimas dos décadas del siglo, dos formas de planeamiento urbano se consolidarán. Una en la que dominarán las formas geométricas que ya habíamos visto en el jardín clásico renacentista, barroco y neoclásico; otra en la que predominarán las formas curvas procedentes del diseño paisajista inglés. En unas y otras, además, los jardines y parques se incorporan de forma importante al diseño, hasta el punto en que la nueva ciudad del siglo xx ya no podrá concebirse sin esa inclusión de espacios verdes, convertidos definitivamente en equipamientos sociales indispensables.
Necesitamos que la historia de la ciencia preste más atención a la de la ciudad y del urbanismo. Necesitamos una nueva historia social de la ciencia más atenta a las implicaciones de la ciencia en la vida cotidiana, también más atenta a las relaciones con las ideas estéticas, a la evolución del diseño urbano, de la vida social. Recientemente se han expresado dudas sobre el futuro de la historia de la ciencia y sobre el peligro de que se disuelva en la sociocultural. No es seguro que eso ocurra, porque la historia unida a la sociología de la ciencia tiene sin duda un futuro claro ante sí. Pero es cierto que una aproximación de los historiadores que cultivan este campo hacia otros como el urbanismo, la distribución del territorio, la literatura, la historia de las ideas o la religión, entre muchos más que podrían citarse, planteará nuevos retos y permitirá diseñar programas de investigación interdisciplinarios en beneficio de todos.
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Nota
Este texto es parte de la conferencia plenaria presentada en el XXI International Congress of History of Science, México 12 de julio de 2001; el cual constituye un avance de un trabajo de la próxima publicación: La morfología de las ciudades. Sociedad, cultura y paisaje urbano. Barcelona, Ediciones del Serbal.
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Horacio Capel
Universidad de Barcelona.
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como citar este artículo → Capel, Horacio. (2002). Jardines y parques en la ciudad. Ciencia y estética. Ciencias 68, octubre-diciembre, 4-16. [En línea] |
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Las huellas del átomo
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Horacio García Fernández
Colección Viaje al centro de la Ciencia
ADN Editores / CONACULTA. 2000.
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En La péntola dell’’oro se dan cita científicos, filósofos y grandes personajes de todas las épocas con un objetivo común: mostrar la naturaleza de las cosas hasta llegar al átomo. En esas memorables y largas reuniones de café, taberna medieval, sobremesas o discusiones de cantina, el autor es un personaje más de la propia historia del átomo, convive, participa, siente y disfruta. Se trata de un autorretrato literario. ¿Quién habría podido aguantar la tentación de sentarse a la mesa con Einstein, Madame Curie, Bohr, Tales de Mileto, Pauling o Cyrano de Bergerac, por mencionar sólo algunos? El lector también puede formar parte de Las huellas del átomo.
"El átomo —pensaba Rutherford—, ¡qué difícil ha sido convencer de su existencia!".
Se acordó de Wilhelm Ostwald, quien recibió el premio Nobel de Química en 1909, un año después de que él, Rutherford, también lo obtuviera. Ostwald, un año antes de recibir su premio, no creía en la existencia de los átomos, los consideraba entelequias filosóficas. Fue necesario que el físico francés Jean Perrin, ese extraordinario amigo de los Curie, analizara cuidadosamente el movimiento browniano, aplicando a su estudio las fórmulas propuestas por Einstein, y mostrara sus resultados a Ostwald, para que éste se convenciera de la existencia real de los átomos.
Rutherford se dio cuenta, ese día de abril de 1911, de que estaba divagando arrastrado por sus recuerdos, por tanto, volvió a concentrarse en la planeación del experimento que proyectaba, del cual había hecho algunas pruebas estando todavía en McGill.
Con esto se proponía medir la deflexión de partículas alfa, al atravesar una delgada lámina de aluminio, observada en dicha universidad, aunque esta vez usaría una lámina fina de oro...
Fragmento del libro.
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como citar este artículo → García Fernández, Horacio. (2002). Las huellas del átomo. Ciencias 68, octubre-diciembre, 78. [En línea] |
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