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Bitácora Arquitectura | ![]() |
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Cristina López Uribe | ||||||||||||||
Bitácora Arquitectura es la revista de divulgación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus disciplinas de estudio corresponden a las cuatro licenciaturas que ahí se imparten: arquitectura, arquitectura de paisaje, urbanismo y diseño industrial. Su contenido depende de los temas elegidos por su comité editorial para cada número, algunos han sido: arquitectura, ciudad y oscuridad, la arquitectura y la ciudad desde la perspectiva de género y paisaje, ciudad y tiempo. En el número 36 se reflexiona en torno al tema de fronteras. En todo lugar del planeta, a lo largo de la historia, se han usado fronteras, murallas, límites y muros para llevar a cabo diversas funciones políticas, económicas y militares. Estas fronteras se constituyen culturalmente como ideas en torno al peligro y la seguridad que varían sustancialmente en cada época y territorio. Hoy se construyen urbanizaciones cerradas, vías rápidas y grandes centros comerciales; se generan guetos de muchos tipos, los que son necesariamente cuestionables para desafiar las estrategias de poder que muestran o esconden, ya sea por medio de la construcción de muros abiertamente discriminatorios y violentos o de aquellos que, detrás del velo de una supuesta poética arquitectónica o paisajística, disimulan delicados mecanismos de opresión. Las fronteras físicas o simbólicas también evidencian y protegen las identidades al establecer definiciones frente a los otros y al mismo tiempo generan imaginarios urbano-arquitectónicos y sociogeográficos complejos. El número 36 de Bitácora Arquitectura aborda todas estas cuestiones. En las páginas de esta revista, colaboradores de todo el mundo (desde estudiantes hasta especialistas de varias disciplinas) analizan críticamente los temas propuestos en relación a la ciudad en la que vivimos, nuestro entorno natural y construido, y los objetos de nuestra vida cotidiana. Te invitamos a conocerla y darnos tus propuestas de publicación. |
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Cristina López Uribe Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo
López Uribe, Cristina. 2017. Bitácora Arquitectura. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 76. [En línea]. |
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Ciudad fractal en pos de la forma urbana ideal |
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César Carrillo Trueba | ||||||||||||||
El fractal es una forma común en la naturaleza, desde los cristales hasta los árboles, pasando por las bacterias, los bronquios y el sistema venoso. A grandes rasgos, ésta posee dos características: permite el movimiento o la comunicación de lo que contiene —la sangre, por ejemplo— y facilita la relación con el medio que le rodea, el intercambio como en el caso de la oxigenación. Es una forma que mantiene una tensión entre ambas funciones, generando un equilibrio inestable en el sistema en cuestión. ¿Es posible aplicar esta forma a la de una ciudad?, ¿servirá para planear su crecimiento? Las experiencias emprendidas parecen indicar que sí, que es una buena herramienta para pensar la ciudad.
El modelo de ciudad predominante es centralizado, símbolo del poder del Estado, y hasta cierto tamaño no resulta tan complicado para vivir; pero el crecimiento desmedido de las urbes lo ha llevado a una crisis, obligando a la búsqueda de soluciones. La densificación de la población fue ampliamente adoptada bajo el supuesto de que los servicios —educación, salud, comercio, recreación, etc.— serían accesibles a todos los habitantes, pero ha generado una saturación del espacio, tráfico, falta de agua, contaminación, ruido y violencia —como bien lo conocemos los habitantes de la ciudad de México— sin eliminar la desigualdad de acceso. Además de que, en su crecimiento, va afectando el entorno natural, deforestando, modificando la temperatura ambiente, destruyendo flora y fauna y mermando los servicios ambientales. A diferencia de este tipo de ciudad, que tiene un centro y una periferia, los fractales son estructuras de múltiples escalas que replican su configuración en cada una de ellas por lo que no hay un centro privilegiado. Así, en lugar de tener una ciudad que forme un polígono de bordes lisos, como un cuadrado —ideal de una ciudad perfectamente trazada—, la ciudad fractal avanza sobre el entorno como lo hacen las raíces de un árbol, dejando porciones de área natural entre la urbanización, las cuales mantienen una conectividad entre ellas, permitiendo que todos los ciudadanos tengan áreas verdes cercanas y a la vista, como se puede apreciar en las tres figuras de la página opuesta y en el croquis elaborado para la ciudad de N´Djamena en Tchad por Georges Candillis, precursor en esta idea. Asimismo, establece niveles de servicios de manera sencilla: muy cerca hay comercios para abastecerse de alimentos y demás productos cotidianos, escuela primaria y secundaria, alguna plaza o parque; a una distancia razonable hay clínicas o un pequeño hospital, preparatorias, parques mayores, algún deportivo y supermercados; le siguen los servicios que se emplean un par de veces al mes: hospitales, museos, cines, restaurantes y bares, librerías, etc.; finalmente, a una distancia mayor están las tiendas especializadas, centros médicos, universidades, bosques urbanos, servicios administrativos y amplia oferta de entretenimiento. Todos los niveles deben estar comunicados por una buena red de transporte público y facilidades para moverse en bicicleta y caminar; obviamente, seguridad para los ciudadanos. Puede parecer una utopía, pero hay quienes dicen que Tokio es una ciudad fractal y la imagen en esta página lo sugiere así. Además, los fractales son estructuras que resultan de procesos de auto-organización, lo que les confiere una gran plasticidad y por tanto aparecen en ámbitos naturales muy diversos. Poseen una fuerte resiliencia, es decir, que logran recuperar su forma al ser afectados por algún fenómeno que los perturbe, por lo que en el ámbito urbano permiten que en ellos se desplieguen estilos de vida diferentes, gustos y preferencias, procesos sociales de distinta índole, entornos variados, e incluso se recuperan de las decisiones erróneas de funcionarios y planificadores, nuestro peor mal hoy día. Finalmente, lo que me parece su mayor virtud, es que son sistemas que establecen una equitatividad en el acceso a los servicios, a las áreas verdes, a un transporte digno, al aire limpio y el agua; el ciudadano es su mayor preocupación. La ciudad fractal es, ante todo, una ciudad democrática.
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Referencias bibliográficas
Frankhauser, P., C. Tannier, G. Vuidel y H. Houot. 2007. “Approche fractale de l’urbanisation. Méthodes d’analyse d’accesibilité et simulations miltiéchelles”, en 11th World Conference on Transportation Research. Tannier, Cécile. 2009. “Formes de villes optimales, formes de villes durables. Réflexions à partir de l’étude de la ville fractale”, en Espaces et sociétés, núm. 138, pp. |
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César Carrillo Trueba Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo
Carrillo Trueba, César. 2017. Ciudad fractal: en pos de la forma urbana ideal. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 76-77. [En línea]. |
del diseño |
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Consumo sostenible a partir del cambio de comportamiento humano mediante el diseño |
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Fernando Gutiérrez Hernández | ||||||||||||||
Los seres humanos somos producto de nuestros hábitos y convencionalismos socioculturales. Alimentarse, asearse, descansar, recrearse, todo ello se lleva a cabo en un espacio determinado. Sin duda, la arquitectura y el diseño pueden formar y reformar conductas humanas y hábitos; lamentablemente, si bien la definición de prácticas sociales ha sido analizada ampliamente por disciplinas como la sociología, la antropología y la psicología, poco se ha discutido desde la perspectiva del diseño urbano, arquitectónico e industrial. La reducción en el consumo mediante el cambio de conductas y comportamientos está en discusión académica y en práctica hoy día. Mientras muchos debates y teorías se han concentrado en entender el comportamiento humano desde perspectivas sociales, psicológicas y tecnológicas, otros han reconocido el espacio (ciudades y arquitectura) como elemento central y punto de partida de los hábitos de consumo de recursos, que desempeñan un papel primordial en la generación de un cambio de conductas humanas que llevan a un consumo sostenible de objetos de uso cotidiano en el espacio. Existen cuatro teorías que surgen en la segunda mitad del siglo xx, cuya influencia y argumentos son cada vez más discutidos en diferentes disciplinas enfocadas al diseño. Cuatro teorías La Teoría de prácticas sociales nace de la fórmula: (hábito)(capital) + espacio = práctica. Se entiende por hábito aquellas actividades humanas realizadas consciente o inconscientemente; capital se refiere a los recursos usados en los hábitos y pueden ser: humano, social, económico, cultural, ecológico y simbólico; espacio o campo describe el lugar tangible en donde acontecen los eventos; la práctica es el reconocimiento y modo recurrente de realizar actividades que conjugan hábito, capital y espacio. El sociólogo Anthony Giddens argumenta que, en ciencias sociales, los individuos (actores) actúan por medio de experiencias dadas a partir de prácticas sociales que están ordenadas en un lugar y tiempo determinado. Adicionalmente, dicha teoría está asociada al trabajo del sociólogo Pierre Bourdieu, quien considera que el habitus (hábito) es un proceso inconsciente basado en actos internos de estructuras sociales a través de la experiencia. Bourdieu enfatiza la interrelación del hábito y el espacio en la producción cultural, y asume que los códigos estéticos y las prácticas sociales son histórica y moralmente construidas. Este argumento es analizado por Bourdieu en la Casa Kabyle, donde las prácticas domésticas son estudiadas a través de símbolos asociados a la configuración espacial, lo que da como resultado que la composición de la vivienda relaciona y modifica las prácticas de género como simbolismo de la reproducción y de hábitos como el cocinar. Le sigue la teoría de los sistemas sociotécnicos, cuyo término fue acuñado por Eric Trist, Ken Bamforth y Fred Emery en el campo de los estudios de ciencia y tecnología bajo influencia antropológica; en otras palabras, la manera en que la tecnología modifica conductas humanas que tienen lugar en espacios definidos. Esta teoría define las interrelaciones de humanos (actores) y tecnología en un campo de trabajo definido (espacio), considerando evolución y aspectos culturales. Después viene la Teoría de actorred, un enfoque sociológico con gran influencia de los sistemas sociotécnicos en la que se estudian los objetos y las redes que configuran conductas y prácticas sociales. Aquí se consideran interacciones de humanos (actores) y nohumanos (redes) que presentan relaciones simétricas, es decir, que al modificar un aspecto en los actores se tendrá implicaciones en las redes y viceversa. En este sentido, alterar el espacio o campo por medio de la tecnología podría repercutir en los comportamientos y hábitos de consumo. El sociólogo Bruno Latour representa las conexiones entre agentes y tecnología considerando el espacio, la composición, el tiempo y las técnicas donde tienen lugar. El experto en políticas públicas Jonathan Murdoch argumenta que la Teoría de actorred ofrece la posibilidad de entender las relaciones espaciales y la configuración en la que se desarrollan complejamente las redes. Murdoch presenta dualidades entre naturaleza y sociedad, estructura y acción, al interior de un espacio definido y determinado. Los argumentos de Latour y Murdoch denotan la importancia de los lugares donde objetos y sujetos o redes y actores interactúan. Finalmente, la Teoría del comportamiento planeado, propuesta por el psicólogo Icek Ajzed, que ha permeado diversas disciplinas relacionadas con el comportamiento humano y social, y relaciona actitudes, normas subjetivas, creencias y afecciones, comportamientos pasados, normas morales y control de comportamiento percibido. Esta teoría ha encontrado aplicaciones en temas de consumo mediante el incremento de la conciencia y la visibilidad de los recursos utilizados. Usando fundamentos teóricos de todas las propuestas mencionadas, diversas disciplinas han explorado diferentes posibilidades en el diseño del espacio (urbano, arquitectónico e industrial) implementando una variedad de soluciones, materiales e interacciones. En el uso de tecnología en dispositivos arquitectónicos, por ejemplo, así como mediante la visibilidad, conciencia y conocimiento de los recursos energéticos consumidos en las viviendas (a partir de utilizar medidores inteligentes) con lo cual se logra reducir el consumo energético, pues los usuarios están conscientes de la energía que están utilizando en tiempo real. Igualmente, el sociólogo John Urry argumenta que el espacio y los objetos son dotados del poder que establece: “los límites de lo que es posible corporalmente [sin determinar] las acciones particulares en que los seres humanos pueden participar”. Un ejemplo en diseño industrial es el propuesto por Yonggu Do, Dohyung Kim y Sewon Oh, llamado 1 Liter1 Limit. El diseño es un tanque de agua con una capacidad de un litro asociado al grifo; cuando el agua se termina los usuarios deben esperar unos segundos mientras el grifo se llena nuevamente para ser usado. En este objeto cotidiano pueden materializarse las teorías antes mencionadas, mediante la utilización de conceptos como tiempo, limitación de recurso y conciencia por medio de la visibilidad. Adicionalmente, cada vez son más recurrentes las aplicaciones y propuestas con objetivos que se inclinan por la dimensión de consumo ecológico en disciplinas relacionadas con el diseño y el arte. La artista Camille Goujon explora mediante la escultura y la pintura una crítica a patrones de consumo en prácticas humanas, principalmente en el consumo del agua. Asimismo, desde la arquitectura y el diseño arquitectónico se plantea necesario reconocer estos primeros acercamientos como punto de partida hacia el entendimiento de prácticas sociales y humanas que tienen lugar en los espacios y el uso de objetos cotidianos, así como las implicaciones antropológicas y sociales al incrementar el uso de la tecnología para prácticas, actividades y hábitos diarios. Epílogo En suma, el diseño urbano, arquitectónico e industrial han provisto soluciones que forman y reforman conductas humanas, hábitos y prácticas sociales mediante la generación de infraestructura y objetos cotidianos. En ellos se encuentra intrínseco el uso de la tecnología al servicio de necesidades humanas. Sin embargo, el diseño, en sus diversas manifestaciones, requiere mayor entendimiento de la definición de las prácticas y los hábitos humanos que tienen lugar al interior de edificios y ciudades. Urbanistas, arquitectos y diseñadores enfocados al área del consumo sostenible deben ser capaces de entender y materializar teorías de comportamientos humanos, sociales y tecnológicas que provienen de diversas disciplinas. La finalidad del diseño, como elemento formador y reformador de conductas, puede ser un punto esencial en el entendimiento y cambio de patrones de consumo que ocurren en el espacio habitable y en la generación de objetos de uso cotidiano. Para terminar, la Teoría de prácticas sociales, la de sistemas sociotécnicos, la de actorred y la del comportamiento planeado son algunas posturas cuyo entendimiento permite materializar y explorar diferentes alternativas. Estas discusiones teóricas reconocen el papel tan importante que tiene el espacio, los lugares en donde se llevan a cabo las prácticas y los hábitos diarios. Por tanto, es necesario un acercamiento interdisciplinario para que se sistematicen las disciplinas de diseño y otros campos del conocimiento que han explorado y reconocido las conductas humanas, los hábitos y las prácticas. El diseño, en cualquiera de sus manifestaciones, ofrece la posibilidad de diseminar teorías y de experimentar cambios materializados en espacios y objetos tangibles. A partir de ahora es necesario un acercamiento que redefina configuraciones espaciales y el diseño de objetos de uso diario mediante la aplicación de teorías que converjan desde diversas disciplinas. El entendimiento de las teorías aquí explicadas puede contribuir al cuestionamiento de hábitos de consumo y a la normalización de prácticas sociales, así como a la generación de propuestas cada vez más enfocadas al cambio de comportamientos hacia un consumo más sustentable. |
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Referencias bibliográficas
Ajzen, I. 1985. “From Intentions to Actions: A Theory of Planned Behaviour”, en Actioncontrol: From Cognition to Behaviour, Kuhl Julius y Jürgen Beckman (eds.). Springer, Heidelberg. Pp. 11-39. _____. 2011. “The Theory of Planned Behaviour: Reactions and Reflections”, en Psychology and Health, vol. 26, núm. 9, pp. 1113-1127. Bourdieu, Pierre. 1984. Distinction: A Social critique of Judgement and Taste. Routledge, Londres. _____. 1985. The Genesis of the Concept of Habitus and the Field. University of Pittsburgh, Pittsburg. _____. 1990. The Logic of Practice. Polity Press, Cambridge. Calhoun, C. (ed.). 2002. Dictionary of the Social Sciences. Oxford University Press, Nueva York. Giddens, Anthony. 1984. The Constitution of Society: Outline of the Theory of Structuration. University of California Press, Berkeley. Latour, Bruno. 1999. “A Collective of Humans and Nonhumans: Following Daedalus’s Labyrinth”, en Pandora’s Hope: Essays on the Reality of Science Studies. Harvard University Press, Cambridge. Pp. 174-215. Murdoch, Jonathan. 1998. “The Spaces of ActorNetwork Theory”, en Geoforum, vol. 29, núm. 4, pp. 357-374. Urry, John. 2000. Sociology Beyond Societies: Mobilities for the Twentyfirst Century. Routledge, Londres. Webster, Helena. 2011. Bourdieu for Architects. Routledge, Oxon. En la red
www.yankodesign.com/2011/02/04/oneliterlimited goo.gl/ioWRpN |
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Fernando Gutiérrez Hernández Universidad Iberoamericana-Ciudad de México. |
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cómo citar este artículo →
Gutiérrez Hernández, Fernando. 2017. Consumo sostenible a partir del cambio de comportamiento humano mediante el diseño. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 62-65. [En línea]. |
de la demografía |
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Crecimiento poblacional y ambiente |
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María Teresa Velázquez Uribe | ||||||||||||||
Para analizar las relaciones entre población y ambiente hay que aplicar un enfoque que incluya, además del crecimiento demográfico, aspectos relacionados con los patrones de producción y consumo de la población. El agente de presión más importante sobre los ecosistemas es la población humana, pero también este elemento es capaz de implementar las posibles soluciones al deterioro y las acciones de conservación de la biodiversidad y de los servicios ambientales. El crecimiento de la población mundial es un fenómeno relativamente reciente que se acentuó a partir de 1950 debido al crecimiento natural de la población (aumento de la natalidad y disminución de la mortalidad) por el uso de vacunas y antibióticos en las regiones en desarrollo del mundo. Esta tendencia se mantuvo hasta finales del siglo xx, cuando se rebasaron los seis mil millones de habitantes; al finalizar 2003 el planeta albergaba alrededor de siete mil millones de personas. Según estimaciones de las Naciones Unidas, se prevé que la población seguirá aumentando y para 2050 habrá nueve mil millones de habitantes. Asia es la región que más contribuye a este crecimiento, seguida de América Latina y el Caribe, que en 2010 llegaron, respectivamente, a 4 163 millones y 590 millones; y se prevé que para 2050 aumenten a 5 142 millones y 751 millones. Al analizar el número de habitantes por kilómetro cuadrado a escala mundial, esto es, la densidad poblacional en función del territorio definido, en 2010 alcanzó un valor de 51 personas por km2, y se estima que en 2050 llegue a 68 habitantes por km2. El incremento de la población ha traído consigo una mayor demanda de recursos naturales, ejerciendo una fuerte presión sobre las reservas de la naturaleza. Para cubrir el requerimiento de alimentos tanto para uso humano como animal, por ejemplo, el sector agrícola utiliza actualmente 11% de la superficie terrestre y 70% del agua total extraída de los acuíferos, ríos y lagos; es el mayor usuario de los recursos naturales del mundo. En los últimos cincuenta años, la superficie cultivada en el planeta creció 12%; la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que para satisfacer las necesidades de la población en el año 2050 se requerirá aumentar la producción de alimentos en 70% respecto de 2010. Además de la presión para producir alimento, existen otras actividades de la humanidad que generan una gran cantidad de contaminantes que llegan a la atmósfera, el suelo y los cuerpos de agua, degradando aún más los ecosistemas. En 2010, por ejemplo, cada habitante del planeta emitió a la atmósfera un promedio de 4.44 toneladas de dióxido de carbono, el principal gas causante del calentamiento global y su impacto en el cambio climático; esto no es igual en todo el mundo, en Estados Unidos cada habitante emitió en promedio 17.3 toneladas, en México 3.85 toneladas y tan sólo 60 kilogramos en Etiopía. Con respecto de la generación de residuos sólidos urbanos, en 2010 un habitante de Estados Unidos produjo en promedio 720 kg, mientras que en México 370 kg y en China 250 kg. Transición demográfica México no ha sido ajeno al crecimiento poblacional mundial ni al impacto de la población en el ambiente. A comienzos del siglo xxi, la tasa de crecimiento nacional era de 1.2%, muy similar a la que había a inicios del siglo xx, pero con una población entre siete y ocho veces mayor. En 2010, en el país habitaban 114.26 millones de personas, 51.2% mujeres y 48.8% hombres. La población mexicana se encuentra en una fase avanzada de transición demográfica, en la cual tanto la tasa de mortalidad como la de fecundidad tienden a valores bajos. Las proyecciones del Consejo Nacional de Población señalan que el crecimiento poblacional seguirá hasta el año 2050, cuando alcanzará aproximadamente 150.84 millones de habitantes. La población mexicana ha presentado cambios en su crecimiento debido a varios factores, entre los que destaca una reducción en la fecundidad: mientas que en 1950 el promedio de hijos por mujer era de 6.8, en 2010 fue de 2.28. A esto hay que agregar el efecto del incremento en la tasa de mortalidad a partir de los primeros años del siglo xxi, ya que se espera que pase de 5.6 por cada mil habitantes en 2010 a 6.7 y 8.8 por cada mil habitantes en 2030 y 2050, respectivamente. Asimismo, el incremento de la esperanza de vida total de la población ha estado muy relacionado con los avances en salud pública, llegando a 74 años en 2010 (71 años en hombres y 77 en mujeres). Las proyecciones indican que la esperanza de vida total podría alcanzar 77 años en 2030 y 79.4 en 2050. Bono demográfico Actualmente, la proporción de infantes en la población tiende a reducirse y crece la de jóvenes y adultos mayores; mientras que en 2000 la proporción de niños y niñas en edad preescolar (04 años) era de 11.5%, en 2010 se redujo a 9.8%; por su parte, los adultos mayores de 65 años pasaron de 5.2% a 6.2% de la población en el mismo periodo, (figura 1). En el caso de la población en edad productiva (entre 15 y 64 años), pasó de 59% a 62% de la población entre 2000 y 2010. Otro indicador que muestra estos mismos cambios es la mediana de la edad de la población, es decir, la edad que divide en dos partes iguales a los habitantes del país, en 2010 alcanzaba 26 años.
La transición demográfica actual del país genera una relación positiva entre la población en edades dependientes (niños y adultos mayores) y la población productiva. Esta relación se mide por medio de la llamada razón de dependencia, calculada como el cociente entre la población en las edades dependientes y la población en edad productiva. Para 2010 era de 60.8 dependientes por cada 100 personas productivas. Al analizar por separado la dependencia infantil y la de adultos mayores, se observa que la dependencia infantil ha seguido una tendencia decreciente, en contraste con la población de adultos mayores, cuya razón de dependencia pasó de 7.7 a 9.9 por cada 100 personas en edad productiva entre 1990 y 2010. Se estima que el valor más bajo de la razón de dependencia demográfica se alcanzará alrededor de 2025, para elevarse después como resultado del crecimiento de la población de adultos mayores. Esto es, el llamado bono demográfico que presenta el país se extenderá todavía por algunos años más, lo que representa un gran potencial intelectual y laboral susceptible de aprovecharse en el desarrollo del país. La distribución geográfica actual de la población mexicana se caracteriza por una fuerte concentración de personas en pocas ciudades y áreas metropolitanas, pero también por una gran cantidad de localidades dispersas menores de 2 500 habitantes. La proporción de la población que habita en localidades rurales (con menos de 2 500 habitantes) ha ido disminuyendo; en 2010 sólo 23.2% de los habitantes del país se encontraba en localidades de esta categoría. Esto significa que en poco más de un siglo México pasó de ser un país predominantemente rural a uno urbano. En cuanto al número de localidades, en 2010 se registraron alrededor de 170 mil de tipo rural, esto es 88.6% del total de localidades a escala nacional. Conclusiones Es necesario considerar el impacto ambiental de la población, así como algunas medidas para contrarrestar su crecimiento, tales como una mayor distribución de la población y el mejorar la educación, la salud y la nutrición, así como la creación de empleos productivos, la diversificación de la actividad económica y la exportación de productos procesados o semiprocesados en lugar de materias primas; sin olvidar que tenemos el bono demográfico y hay que aprovecharlo para potenciar el desarrollo. Tales medidas implicarían un aumento en el nivel de vida de la población, aunque esto conducirá a un mayor consumo de recursos naturales y una mayor producción de desperdicios y contaminantes. |
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Referencias bibliográficas
Velázquez Uribe, María Teresa. 1996. “Dinámica poblacional y medio ambiente”, en Ciencias, núm. 44, pp. 5663. En la red
www.conapo.gob.mx/es/CONAPO/Proyecciones www.fao.org/hunger/es www.inegi.gob.mx goo.gl/4sykUo unstats.un.org/unsd/syb maba.unam.mx/enlinea tifon.fciencias.unam.mx/Demografia |
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María Teresa Velázquez Uribe Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo →
Velázquez Uribe, María Teresa. 2017. Crecimiento poblacional y ambiente. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 52-54. [En línea]. |
del ambiente |
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Los árboles:
tecnología verde |
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Emilye Rosas Landa Loustau y Antonio del Río Portilla |
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Según cuentan los libros de historia, la cuenca de México fue descrita como un enorme lago rodeado de montañas verdes y cielo azul, inmortalizada en una novela como la región más transparente. Los volcanes Iztaccihuatl y Popocatepetl al horizonte descansaban la vista y los ríos que alimentaban el lago apaciguaban el espíritu. Seguro que el águila devorando a la serpiente no fue lo único que motivó a los mexicas a asentarse en esta cuenca. No obstante, en la actualidad la ciudad de México está al borde del colapso: 1 200 toneladas de basura producidas diariamente, escasez de agua, reducción de áreas verdes por construcción ilegal, aire contaminado, tráfico y muchos otros problemas. Veamos el caso de las áreas verdes. La ciudad de México tiene una superficie total urbana —es decir, sin incluir suelo de conservación— de 632.66 km2, de la cual 128.28 km2 corresponden a áreas verdes urbanas, es decir aproximadamente 20%. De éstas, poco más de la mitad son áreas arboladas (71.70 km2) y el resto de pastos y arbustos. Si dividimos la superficie arbolada entre el número de habitantes de la zona urbana de la ciudad de México, obtenemos que cada habitante tiene alrededor de 9 m2 de árboles. Sin embargo, sólo 44.69 km2 arbolados se hallan bajo un programa de mantenimiento que asegura que los árboles estén saludables para que brinden un beneficio ambiental cercano al que se estima en forma teórica y que se basa en su tamaño, especie y estado de salud, por lo que cada capitalino sólo tiene 5.3 m2 de árboles (en promedio) cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud es de 9 a 11 m2, es decir, se requiere casi el doble de zonas arboladas en la ciudad de México. ¿Por qué se recomienda esta superficie por persona? ¿Cuáles son las funciones que desempeñan en nuestro entorno urbano las zonas verdes? Beneficios Empecemos por calcular la cantidad de dióxido de carbono que absorben las áreas verdes cuidadas de la ciudad de México. Se estima que cada metro cuadrado de zona arbolada es capaz de absorber 2.8 kg de dióxido de carbono al año, entonces la superficie arbolada en esta ciudad podría absorber aproximadamente 125 132 toneladas de dióxido de carbono en ese lapso. Si se venden estas reducciones de dióxido de carbono en los mercados voluntarios de carbono, donde cada certificado de reducción de emisiones de dióxido de carbono vale en promedio 6 dólares por tonelada (de acuerdo con la plataforma mexicana de bonos de carbono el precio de estos instrumentos financieros depende de la localización y tipo de proyecto y del mercado en que se ofertan, por lo que el precio va de 1 a 12 dólares por tonelada), es decir, aproximadamente 120 pesos por tonelada. Se obtendrían así 15 015 840 de pesos al año. Con el fin de comparar esta cifra con algún servicio conocido por el capitalino pondremos como ejemplo que la línea 1 del metrobús al vender sus reducciones de emisiones de dióxido de carbono en Europa obtuvo poco más de 2 millones de pesos en 2009. En este caso los bonos de carbono de las áreas verdes son casi veinte veces los bonos de carbono provenientes del metro. Si se incrementara la extensión de las áreas arboladas de la capital, no sólo podríamos reducir nuestras emisiones de este gas invernadero, sino además financiar su mantenimiento junto con algunas otras acciones sociales o ambientales. Además de absorber dióxido de carbono los bosques urbanos producen oxígeno; la cantidad de este gas generado por un metro cuadrado de bosque depende de la especie de los árboles, de su tamaño y su salud. En diferentes ciudades de Estados Unidos se hizo un estudio del oxígeno liberado por los bosques urbanos y se obtuvo que la tasa mínima de emisión de oxígeno es de 2.7 toneladas al año por metro cuadrado. Utilizando este dato, la zona arbolada cuidada de la ciudad de México provee 300 437 toneladas de oxígeno anualmente. Sería muy necesario hacer un estudio similar en nuestras ciudades a fin de que se registren las especies de árboles locales y sus emisiones de oxígeno. Por otro lado, un adulto en promedio respira 0.84 kg de oxígeno al día, es decir 306.6 kg al año; multiplicando este consumo por la población que había en 2010 en la ciudad de México (8 851 080 habitantes) obtenemos 2 713 741 toneladas de oxígeno, es decir, los bosques de la ciudad proveen nueve veces menos oxígeno que lo requerido por los capitalinos. Afortunadamente 21% de la atmósfera está compuesta de oxígeno de modo que todos los capitalinos logramos sobrevivir, aunque está claro que si la ciudad de México fuera un sistema cerrado nos asfixiaríamos en pocos días. Otra de las virtudes de los bosques urbanos es la de remover contaminantes del aire como el ozono, el dióxido de nitrógeno, el dióxido de azufre y el monóxido de carbono. En un estudio de 2006, David Nowak, Daniel Crane y Jack Stevens revisaron los datos de cincuenta y cinco ciudades estadounidenses en las que sus bosques eliminaron en promedio 1% de estos contaminantes anualmente. Dependiendo de la ciudad estudiada, los bosques remueven del aire entre 11 100 y 22 000 toneladas de contaminantes; aquí mismo se indica que el valor promedio de remoción de contaminantes es de 10.8 g/m2 por año. Estos valores parecen modestos, pero si se considera que la remoción de una tonelada métrica de dióxido de nitrógeno cuesta 6 752 dólares, la de dióxido de azufre 1 653 y 959 la de monóxido de carbono, los bosques urbanos de los Estados Unidos son capaces de ahorrar del orden de 60 millones de dólares cada año tan sólo por remover contaminantes de la atmósfera. Es claro que tales datos son alentadores y pueden ser considerados como inversiones rentables en el largo plazo. De nuevo es necesario indicar que se requiere un estudio semejante al hecho por Nowak, Crane y Stevens para la ciudad de México y otras ciudades del país, pues como ellos mencionan, los valores de captura de contaminantes depende de la especie y tamaño de los árboles, además de las condiciones meteorológicas de la zona. Más árboles, más beneficios Usualmente, cuando una ciudad crece se reemplazan sus zonas verdes por edificios, caminos o estacionamientos que generan islas de calor. Este fenómeno consiste en una elevación de la temperatura local debido a que los materiales urbanos absorben un gran porcentaje de la radiación solar que reciben en lugar de reflejarla. Se ha encontrado que las islas de calor pueden elevar la temperatura de la zona centro hasta 10 °C por encima de la temperatura ambiente de los alrededores. La sombra y humedad que los bosques nos brindan permiten reducir 20% el costo de ventilación artificial en los edificios. Se dice por ejemplo que cada grado centígrado incrementado en una zona urbana provoca que los costos por ventilación artificial suban de 4 a 8%. Cada delegación de la ciudad de México invierte una cantidad distinta de electricidad en ventilación artificial, pues algunas concentran un gran número de oficinas con ventilación artificial mientras que otras son de carácter residencial y sólo algunas casas cuentan con dicho servicio. Una vez más, resulta clara la necesidad de diferenciar el origen del consumo eléctrico en nuestra ciudad; relacionando el consumo eléctrico causado por ventilación artificial y el incremento en la temperatura local por islas de calor podríamos determinar la extensión de área arbolada necesaria para atenuar los efectos. Por otra parte, se ha observado que las temperaturas altas promueven la reacción fotoquímica de hidrocarburos y óxidos nitrosos de la atmósfera que producen ozono, elevando la concentración de este compuesto en las zonas urbanas. Al moderar la temperatura local, los bosques no contribuyen a la formación de ozono. Se ha registrado que por cada grado centígrado incrementado, la concentración de esmog crece de 7 a 18%. De acuerdo con los estudios realizados en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el siglo xx la temperatura de la ciudad de México se ha incrementado en 3° C a causa de la urbanización; esto significa que el consumo de energía eléctrica por ventilación artificial se incrementó 24% y la concentración de esmog 54% tan sólo en el siglo pasado. Los bosques urbanos con mantenimiento pueden retribuirnos más de 42 millones de pesos anualmente. Una vez que se tengan datos técnicos precisos, a estos recursos se les puede sumar los que se obtienen por producción de oxígeno, remoción de contaminantes y disminución en consumo eléctrico por ventilación artificial. Las áreas arboladas deben considerarse como tecnologías verdes rentables, con beneficios que influyen directamente en la calidad de vida de los habitantes de las ciudades. Faltan árboles Resulta claro que el índice de superficie arbolada por habitante no es la adecuada para que la población se beneficie de las funciones que cumplen los bosques, que cada capitalino no disfrutará de un aire más limpio, ni de reducir tu tarifa eléctrica, de una temperatura más agradable en su localidad, etcétera. Pero, además de los beneficios ya mencionados, los árboles capturan partículas o polvo en sus hojas, bloquean la radiación ultravioleta, filtran agua contaminada, amortiguan la contaminación auditiva y contribuyen a la salud mental de quienes pueden vivir cerca de un bosque; algunos árboles producen frutos que nos alimentan y cualquiera los puede plantar y cuidar. Finalmente, dadas las enormes emisiones de dióxido de carbono de nuestra urbe es claro que para disminuirlas se requiere implementar tantas alternativas de fuentes renovables de energía como sea posible. Sin embargo, pensamos que la alternativa de reverdecer las ciudades es la más accesible para la población. Aprendamos a vivir en simbiosis, para lo cual se necesita un poco de respeto y esfuerzo. Estimado lector: ¿se cree capaz de plantar y cuidar un árbol durante toda su vida?, ¿mantener un jardín?, ¿embellecer un camellón?, ¿cavar jardineras en su banqueta? Son pequeños sacrificios para obtener grandes beneficios, ¿no lo cree? |
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Referencias bibliográficas
Cardelino, C. A. y W. L. Chameides. 1990. “Natural hydrocarbons, urbanization and urban ozone”, en Journal of Geophysical Research, vol. 95, núm. D9, pp. 13971-13979. Carreiro, Margaret M., Yong Chang Song y Juanguo Wu. 2008. Ecology, Planning and Management of Urban Forests. Springer, Nueva York. Chung, C. Y., P. L. Chung y S. W. Liao. 2011. “Carbon fixation efficiency of plants influenced by sulfur dioxide”, en Environmental Monitoring and Assessment, núm. 173, pp. 701-707. Garstang M., P. D. Tyson y G. D. Emmitt. 1975. “The Structure of Heat Islands”, en Reviews of Geophysics and Space Physics, vol. 13, núm. 1, pp. 139145. Nowak, David J., Daniel E. Crane y Jack C. Stevens. 2006. “Air pollution removal by urban trees and shrubs in the United States”, en Urban Forestry & Urban Greening, núm. 4, pp. 115-123. Nowak, David J., Robert Hoehn y Daniel E. Crane. 2007. “Oxygen Production by Urban Trees in the United States”, en Arboriculture & Urban Forestry, vol. 33, núm. 3, pp. 220226. Simpson, James R. 1998. “Urban forest impacts on regional cooling and heating energy use: Sacramento County case study”, en Journal Arboriculture, vol. 24, núm. 4, pp. 201-214. Torres Rivas, Daniel. 2005. Planeación, espacios verdes y sustentabilidad en el Distrito Federal. Tesis, División de Ciencias y Artes para el Diseño, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México. En la red
www.transparenciamedioambiente.df.gob.mx data.sedema.cdmx.gob.mx/sedema www.gob.mx/inecc www.verticalgreen.com www.azoteasverdes.com.mx goo.gl/DzjXUP www.inegi.org.mx goo.gl/y6aVqy www.state.sc.us/forest/trpeople.htm goo.gl/a1ZVsH |
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Emilye Rosas Landa Loustau Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional Autónoma de México. Antonio del Río Portilla Instituto de Energías Renovables, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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Rosas Landa Loustau, Emilye y Antonio del Río Portilla. 2017. Los árboles: tecnología verde. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 29-41. [En línea]. |
de la cuenca |
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El quinto lago de la cuenca de México: memoria de la naturaleza |
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Omar Arellano Aguilar | ||||||||||||||
En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, el gran lago de la cuenca de México, formado por cinco lagos, constituía un sistema de manejo de las aguas por la elaborada infraestructura hidráulica mexica. El lago de Chalco, el quinto lago, se observaba desde las montañas del suroriente en todo su esplendor y, en medio de éste, la isla de Xico. El pequeño cono volcánico era parte del conjunto de volcanes que producían un paisaje espectacular para los expedicionarios españoles quienes se preguntaban si lo que veían sus ojos era un sueño. Entre bosques de oyamel, pino, encino y ahuehuetes corrían ríos cristalinos formados por los escurrimientos del Chichinautzin y el deshielo de las montañas de la Sierra Nevada. Chalco, cuyo significado en náhuatl es “en el borde del lago” fue empleado para designar a los pobladores del lugar: los chalcas. Desde el siglo xviii, la cartografía reconoce el nombre de lago de Chalco, rodeado de poblaciones importantes como Mixquic (en la casa del mezquite), Tláhuac (en el lugar de quien cuida el agua) y Xochimilco (lugar o tierra de las flores) todos estos pueblos dedicados a la agricultura, pesca y caza. Al paso de los siglos, el lago fue desapareciendo a causa del crecimiento de la ciudad y de los planes de desecación para ampliar las zonas de cultivo que ocurrieron entre 1827 y 1908. Quizá para los capitalinos que nacieron a mitad del siglo pasado aún queda en la memoria el proceso de entubamiento de los últimos ríos y la desecación de los arroyos, canales y de los remanentes de los lagos del valle. En unas cuantas décadas, los campos agrícolas de la ciudad cedieron su espacio a la construcción de avenidas, viviendas y fábricas. Los lagos poco a poco se secaron, entre ellos los lagos de Chalco y Texcoco, dejando al descubierto el suelo lacustre y salitroso que con el viento provocaba grandes tolvaneras. La agricultura y ganadería aprovecharon la desecación para ocupar el espacio seco en donde crecieron pastos y se podían cultivar maíz y algunas hortalizas. Los ríos fueron entubados y las ciénegas desecadas con obras hidráulicas. El crecimiento de la capital atrajo migrantes de toda la república, provocando un cinturón urbano en sus periferias. Pronto hubo que decretar zonas de reserva natural para la ciudad. En el gobierno de Lázaro Cárdenas se decretaron diversos Parques Nacionales: Magdalena Contreras, Cerro del Judío, Fuentes Brotantes de Tlalpan, Ejidos de Xochimilco y Tláhuac, Cerro Santa Catarina, Cerro de la Estrella, Cerro de Guadalupe y Corredor Ajusco-Chichinautzin. Hacia el último tercio del siglo, surgieron ciudades como Nezahualcóyotl, Aragón, Ecatepec, Tlalnepantla y Ciudad Satélite. Reubicaciones y efectos En 1985 la ciudad sufrió los daños del sismo más mortífero que haya vivido y los habitantes del centro se reubicaron hacia la periferia, particularmente en la zona sur, con lo que la ciudad creció aún más y los parques nacionales perdieron territorio. Las nuevas colonias y fraccionamientos requirieron servicios y agua potable, provocando la construcción de miles de pozos de extracción de agua, afectando el acuífero y causando la desecación de los manantiales del sur de la ciudad. En 1944 el valle de México contaba con 75 pozos de 200 metros de profundidad, cuarenta años después ya se habían perforado 3 537 pozos. Debido a las características geológicas del subsuelo, el desplazamiento del agua provocó hundimientos denominados subsidencias de grandes extensiones. En Tláhuac, al suroriente de la ciudad, en lo que había sido el lago de Chalco se construyó una cadena de pozos para abastecer la zona conurbada de la ciudad de México. En 1988, las parcelas de maíz y hortalizas y la zona lechera de Tláhuac eran las principales actividades económicas pero el lago había desaparecido. En los primeros años de la década de los noventas, los municipios de Cuautitlán-Texcoco y el valle de Chalco tuvieron un crecimiento urbano causado por la fuerte migración hacia la zona metropolitana de la ciudad de México y a la creación de la colonia Solidaridad Chalco, impulsada por decreto presidencial en la administración de Carlos Salinas de Gortari. El cambio de uso de suelo promovió la urbanización, desplazando las actividades agrícolas y ganaderas de la región, aumentando además la demanda de agua potable, hasta llegar a ocho metros cúbicos por segundo en 1988. En los siguientes años se presentaría una mayor demanda de agua subterránea y los problemas de hundimientos en el suelo se acentuarían, poniendo en riesgo las casas. El hundimiento en el valle de Chalco pasó de cuatro metros anuales en 1984 a ocho metros anuales en 1991. Con cada temporada de lluvias las inundaciones fueron más frecuentes y sin drenaje el agua se estancaba en grandes charcos hasta que se formó un nuevo espejo de agua que prevaleció aun en temporada de secas; muchos agricultores vieron como el agua inundaba su parcela, (figura 1).
En la última década, los estudios en el valle de Chalco se han enfocado en comprender el fenómeno de subsidencia y su impacto en la zona, particularmente en las demarcaciones como Tláhuac y en el municipio de Chalco. Los estudios geológico-estratigráficos han permitido tener una radiografía general de la estructura de las rocas del subsuelo, así como de su historia geológica reciente. El fenómeno de subsidencia ha dado lugar a la aparición de un cuerpo de agua que reclama su espacio y se ha conformado un nuevo lago, alimentado de la lluvia y pequeños escurrimientos. Un equipo de académicos de los Institutos de Geología y Geofísica y de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México estamos trabajando en la zona para contar la historia ambiental de este nuevo habitante de la ciudad de México (si quieres conocer más sobre el proyecto te invitamos a visitar en la red: lagodechalcounam.com.mx). La extensión del lago poco a poco aumenta al igual que su profundidad y nuevamente empiezan a arribar las aves migratorias: patos, garzas, gallaretas y pelicanos. Una colonia de aves acuáticas que ya son residentes de los tulares adornan el nuevo lago de Chalco Tlahuac-Xico. Nuevamente los habitantes de la ciudad tenemos la oportunidad de apreciar un espejo de agua natural al suroriente de la cuenca del valle de México y su destino será responsabilidad de esta generación. |
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Agradecimientos A los participantes en el proyecto de investigación “Cambio climático y medio ambiente en la historia del lago de Chalco; PAPIIT IV100215”. |
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Referencias bibliográficas
Beltrán Bernal, Trinidad. 1998. La desecación del lago (ciénaga) de Chalco. El Colegio Mexiquense a. c., Zinacantepec. Díaz del Castillo, Bernal. 1632. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Editores Mexicanos Unidos s. a., México. 1992. Izazola, Haydea. 2001. “Agua y sustentabilidad en la Ciudad de México”, en Estudios Demográficos y Urbanos, vol. 16, núm. 2, pp. 285-320. Losada, H. et al. 1998. “Urban agriculture in the metropolitan zone of Mexico City: changes over time in the urban, suburban and periurban areas”, en Environment and Urbanization, vol. 10, núm. 2, pp. 37-54. Ortega Guerrero, Beatriz et al. 2015. “Historia de la evolución deposicional del lago de Chalco, México, desde MIS3”, en Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana, vol. 67, núm. 2, pp. 185-201. En la red
lagodechalcounam.com.mx mapas.centrogeo.org.mx |
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Omar Arellano Aguilar Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo →
Arrellano Aguilar, Omar. 2017. El quinto lago de la cuenca de México: memoria de la naturaleza. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 24-26. [En línea]. |
de la salud |
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Contaminación ambiental por mercurio: ¿un rojo que engaña? |
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Rocío García Martínez | ||||||||||||||
El mercurio posee una de las peores reputaciones entre los metales debido al más grave accidente recordado en la historia por contaminación de mercurio, ocurrido en la bahía de Minamata en Japón. El incidente fue provocado por la empresa química Corporación Chisso, establecida cerca de la bahía de Minamata en 1908, que utilizaba cloruro de mercurio para la obtención de acetaldehído, un material utilizado para la fabricación de cloruro de polivinilo o pvc, derivado del plástico. Durante sesenta años la compañía vertió los subproductos químicos a la bahía sin ningún tipo de tratamiento, provocando el envenenamiento de pescados y mariscos por metilmercurio, un compuesto derivado de este metal. Por medio de la cadena trófica el mercurio llegó a los pobladores de la región, contabilizándose dos mil personas intoxicadas, de las cuales murieron aproximadamente mil. El evento bastó para que este elemento infundiese alarma pública en todas las regiones del mundo donde podía haber fuentes de contaminación por mercurio; la inquietud llegó a tal grado que se elaboró el Convenio de Minamata con el objetivo de minimizar su uso en la industria a nivel mundial, ya que diversas investigaciones han mostrado que constituye una amenaza para la salud humana y la vida silvestre debido a que altera el sistema nervioso central, causando daños neurológicos irreparables. El mercurio es un contaminante global, existen más de veinticinco minerales que lo contienen; su mena principal es el cinabrio, conocido como sulfuro de mercurio, utilizado desde hace más de 2 300 años como pigmento rojizo en utensilios y como colorante para ritos religiosos por poblaciones prehispánicas. Otras formas minerales del mercurio incluyen la corderoita, la livingstonita y sus formas supergénicas como el mercurio elemental, el calomelano y la schuetteita, ésta última aparece como costras que cubren rocas en las cercanías de escombreras del mineral (mineral dumps) dando una belleza especial a la roca. Todos estos minerales se encuentran principalmente en las profundidades, se forman de manera natural y son estables; el mercurio se encuentra así, pero por medio de procesos antropogénicos se extrae el metal del mineral, ocasionando su liberación a la atmósfera. Mercurio en la atmósfera La presencia de mercurio en la atmósfera se debe a procesos naturales como incendios forestales, erupciones volcánicas y eventos meteorológicos o bien por actividades realizadas por el humano, como la explotación minera, la manufactura industrial metalmecánica y la refinación del petróleo. Durante los últimos cien años las emisiones industriales han duplicado la cantidad de mercurio emitida a la atmósfera. Una serie de estudios llevados a cabo por investigadores del Coastal and Marine Mercury Ecosystem Research Collaborative analizan el proceso de acumulación del mercurio y de la toxina derivada llamada metilmercurio y su incorporación a los océanos y a la cadena trófica. Para dicho análisis se contabiliza el mercurio presente en seres vivos como el atún, ya que teóricamente no debería contenerlo, por lo tanto la cantidad encontrada es considerada producto de la ingesta de alimentos contaminados. Por otro lado, se estima que entre 50 y 75% de las emisiones de mercurio a la atmósfera son de origen antropogénico; esto se sabe ya que se evalúa la concentración de mercurio en zonas habitadas y no habitadas por el humano. Los orígenes de la deposición atmosférica de mercurio, es decir, del flujo de mercurio de la atmósfera a la tierra y a los océanos, son locales y regionales así como hemisféricos o mundiales. El mercurio emitido es transportado grandes distancias por las corrientes de viento, la lluvia y las nubes. Las corrientes oceánicas también son vías de transporte del mercurio y los océanos son importantes depósitos dinámicos de mercurio en el ciclo global. Es importante enmarcar factores atmosféricos, geológicos y biológicos como responsables de la distribución, migración y transporte del mercurio. Por ejemplo, en 2005 se presentaron datos del aporte de mercurio antropogénico por la vía atmosférica en el lago Erie, localizado entre Estados Unidos y Canadá. Durante el año 2000 estimaron aportes de mercurio al lago de hasta 1 742 toneladas anuales a través de la deposición húmeda y de 3 483 por vía seca, esto se mide utilizando una técnica de análisis químico llamada espectroscopia de absorción atómica. En cuanto a la lluvia y otras formas de deposición húmeda, su composición depende en gran medida de las características del aire. Así, zonas industrializadas poseen un alto contenido de mercurio debido al uso de combustibles fósiles. Además, el agua de lluvia posee un importante papel en el arrastre, transporte y procesos de erosión de suelos, cuando el mercurio está depositado en el suelo comienza a interactuar con la geosfera o la biósfera. Las reacciones de oxidación entre las formas del mercurio y los minerales que forman las rocas de la corteza terrestre son las principales responsables de la composición del cinabrio natural no contaminado. En la época de lluvias los suelos son lavados, de modo que arrastran una multitud de sólidos y elementos disueltos que pueden llegar a los ríos y por consiguiente al mar. Por mencionar un ejemplo, los químicos y toxicólogos Chad Moore y Anthony Carpi describieron en 2005 que la lluvia es el factor que más influye en la variabilidad de las concentraciones de mercurio en sus diferentes especies dependiendo de la acidez de la lluvia. El problema de la contaminación por metales tóxicos lo originan diversos factores, entre los que se encuentra la cantidad y la variedad de las fuentes emisoras. Cabe señalar que al comparar las emisiones globales de elementos como manganeso, mercurio y selenio, éstas provienen en su mayoría de fuentes naturales; sin embargo, en el plano regional, las fuentes originadas por el hombre pueden contribuir de manera importante y estos metales se convierten en contaminantes a escala local. Muchos organismos acuáticos tienen la capacidad de modificar físicamente el suelo en el que viven, además pueden tomar ciertos compuestos químicos del medio y excretar otros distintos, modificando de este modo la composición química de los suelos, pero este cambio es lento. Debido a la explotación de las minas se producen cambios más veloces en el pH, potencial redox, etcétera. En este sentido, un estudio en 1997 describe claras diferencias en las concentraciones de mercurio en los estuarios de los ríos Tweed y Dee en Escocia, atribuidas a la actividad minera, presentando un máximo durante el invierno, cuando dicha actividad es mínima. Mientras las modificaciones geológicas y biológicas de las superficies terrestres han sido muy lentas, los cambios inducidos o estimulados por actividades humanas han acumulado mercurio con rapidez en años recientes. Efectos en la salud La contaminación por mercurio provoca trastornos cardiovasculares, neurológicos y malformaciones congénitas. El metilmercurio es una toxina particularmente potente, capaz de llegar a la placenta y ataca principalmente el sistema nervioso central. Por ser liposoluble, esta toxina se acumula en los organismos vivos, es decir, se adhiere al tejido adiposo provocando efectos tóxicos secundarios y en algunos casos hasta la muerte. La ingesta de alimentos contaminados por mercurio, por ejemplo pescado, es la principal vía de intoxicación, debido a su biotransformación y magnificación biológica, es decir, se incrementa la concentración por la cadena trófica debido a que los animales acumulan metilmercurio más rápido de lo que pueden excretarlo, así que, aun cuando las concentraciones iniciales de metilmercurio en el agua sean bajas, los procesos biomagnificadores acaban por convertir el metilmercurio en una amenaza real para la salud humana. Asimismo, los efectos tóxicos causados por inhalación de vapor de mercurio dañan especialmente el sistema nervioso provocando pérdida de la memoria, temblores, inestabilidad emocional (angustia e irritabilidad), insomnio e inapetencia. La exposición a los vapores de mercurio puede producir daños pulmonares y llevar a la muerte dependiendo del periodo de exposición y del grado de concentración detectado. El empleo de cosméticos y medicamentos que contienen mercurio son una fuente adicional de riesgo. Finalmente Aunque ya se han reportando diversos estudios sobre el monitoreo ambiental de mercurio, por ejemplo los de los químicos M. Rangel y K. Macías en 2015, donde analizaron la cantidad de mercurio en agua para consumo humano y en el suelo en Taxco de Alarcón, Guerrero, se llegó a la conclusión de que el agua contenía una mayor concentración de mercurio que el permitido por la Norma Oficial Mexicana. Es importante considerar los efectos del mercurio a largo plazo por sus efectos adversos al ambiente y a la salud humana; así que deben desarrollarse estudios en diferentes lugares para conocer los resultados de mercurio a los que la población está expuesta día con día. |
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Rocío García Martínez Centro de Ciencias de la Atmósfera, Universidad Nacional Autónoma de México. |
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cómo citar este artículo →
García Martínez, Rocío. 2017. Contaminación ambiental por mercurio, ¿un rojo que engaña?. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 10-13. [En línea]. |
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Paloma Mejía Lechuga y Gerardo Alatorre Frenk | |||||||||||
El tema del agua ha sido abordado desde diferentes campos del conocimiento, sin embargo hablar de ella no es referirse únicamente a un recurso natural o a las características que lo componen, sino que su abordaje requiere una connotación de mayor complejidad, se deben incluir elementos relacionados con su uso, manejo, conservación, disponibilidad, etcétera, que están mediados por conceptos, ideologías, significados, costumbres, culturas, sistemas de organización social, luchas e injusticias que han girado en torno a ésta y que han desatado su crisis, nuestra crisis. Hablar de agua en México —y probablemente en gran parte del mundo— es hablar de un universo de relaciones, dependencias y problemas complejos, es hablar de personas, pueblos y ecosistemas significa visibilizar el manejo que una nación ha dado al elemento más importante para la vida; es hablar de derechos humanos porque éstos refieren a nuestros intereses vitales y comunes; hablar del agua desde un abordaje socioambiental ayuda a comprender el porqué de la crisis actual y cómo visualizar posibles salidas a ella. Hablar de agua es prioritario en estos tiempos. Dicotomías y la crisis del agua Abordar un problema ambiental mundial que permea desde las esferas más acomodadas económicamente hasta las más desprotegidas, afectando a todos los sectores sociales, implica hablar de una crisis que deja de ser local o temporal y que se traduce en una mayor: una civilizatoria, como ha sido llamada por Víctor M. Toledo y varios autores, ésta crisis deriva en otras de diversos tipos: ecológica, social, ambiental, económica, espiritual, humanitaria y algunas más. Bajo este estado socioambiental presente es prudente reconsiderar cuál es la verdadera esencia del ser humano, pues el peligro de no reconocerla está ligado directamente con la destrucción del medio natural. Los problemas ambientales generados no son sino resultado de separar y remarcar las dualidades naturaleza-sociedad y urbano-rural como dos entes distantes, diferentes y excluyentes entre sí, dejando de lado que somos, como dice Salvador Simó, seres biopsicosociales con una esencia espiritual, inmersos en un medio cultural y ecológico y que es precisamente gracias a las conexiones entre ecosistemas, biomas, territorios y regiones que se construye la vida y se interrelacionan los elementos que nos hacen existir, coexistir y coevolucionar. Cuando comprendamos que la transformación del ser humano y el ambiente es una relación mutua, permanente y constante, podremos coevolucionar respetando los ritmos de desarrollo de cada elemento que interacciona en nuestra cultura socioambiental. Del mismo modo, un abordaje socioecológico de los problemas debe sin duda conducir al análisis de posibles soluciones, con la debida distinción de funciones y grados de responsabilidad atribuibles a cada componente involucrado en el problema. El objeto de análisis no debe ser la sociedad aislada, sino todo el sistema formado por la sociedad y el ambiente. Sin embargo, los procesos de articulación sociedad-naturaleza se estudian predominantemente dentro de lineamientos disciplinarios; así, cada área de la ciencia contempla el abordaje desde sus propias estructuras de análisis, dejando de lado otras disciplinas, otras miradas y otros saberes que, aunque se articulan, se invisibilizan al aislarse uno del otro. Como apunta el ecólogo Guido Galafassi, tanto lo social como lo natural tienen características estructurales propias que resulta necesario distinguir mas no aislar, debido a que las instancias de articulación de la realidad posibilitan su entendimiento. Los problemas socioambientales que se presentan en las ciudades no son, ni deben ser, los mismos que se presentan en el medio rural; sin embargo sí pueden ser originados por causas comunes o incluso estar conectados por las consecuencias de la actuación de un medio sobre el otro. Asimismo, el abordaje de problemas aislados de su contexto no sólo evade o limita el análisis de la problemática, sino que, además, impide abonar soluciones integrales cuando únicamente se analizan los elementos disciplinarios que componen un problema, pero no las causas, conexiones, influencias, relaciones entre los mismos. El riesgo es que se atienda o solucione temporalmente un problema o un fenómeno, pero el contexto no atendido —o incluso no visto—, continuará provocando que el mismo problema resurja nuevamente. Alain Lipietz, un economista y político ecologista francés, brinda una explicación de la relación sociedad-naturaleza que sirve para entender el origen de esta crisis que vivimos. Argumenta que el ser humano no ha dejado de mejorar su capacidad de transformar su medio, al principio por luchar contra el hambre y la intemperie, pero desde hace alrededor de cuatro siglos tal parece que la sabiduría de la especie cambió, antes se trataba de someterse al orden de la naturaleza, después fue doblegarla a nuestros deseos. Actualmente, la idea del ser humano es de amo y propietario de la naturaleza. La separación existente entre el medio urbano y el rural también tiene orígenes históricos, explicados por Karl Marx en su teoría de capital-trabajo, quien señala que el trabajo forma parte de un proceso que se da entre el ser humano y la naturaleza, en la cual el campo es visto como el espacio de producción y trabajo y la ciudad como centro de recreación y desarrollo, convirtiendo a la naturaleza en algo extraño al ser humano, en un mundo ajeno y aparte. Se enfatizan entonces las desigualdades, tanto socioeconómicas como ambientales. El medio rural constituye la primera oferta de medios de trabajo para ser tomados directamente por el ser humano y ser utilizados como instrumentos o herramientas en la moderna urbe; así el ciudadano urbano tiende a establecer una relación recreativa, contemplativa, utilitaria y finalmente distante con los elementos naturales. Por esta razón, el sociólogo Ernest García explica las ciudades del presente como un producto “más o menos monstruoso del desarrollo”. Cuando la humanidad realizó la clasificación de los recursos naturales, los configuró de tal forma que colocó a unos como fuentes inagotables (el agua) y a otros como escasos o con riesgo de acabarse en un futuro (el petróleo), ahora cada vez más próximo. Sin embargo, la noción de inagotabilidad de ciertos recursos ha tenido una distorsionada interpretación social, se le asocia a la posibilidad de usar, desperdiciar y derrochar despreocupadamente, considerando que la naturaleza hará lo propio, dejando de lado preocupaciones de escasez, degradación, contaminación y pérdida de calidad del propio recurso. Enrique Leff, ambientalista mexicano, explica que “la degradación ambiental es el resultado de las formas de conocimiento a través de las cuales la humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de universalidad, generalidad y totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo”. Los seres humanos estamos en un constante intercambio de materias con la naturaleza, asimilamos de acuerdo con nuestras capacidades y habilidades perceptivas e imaginativas o incluso por medio de herramientas, apropiándonos de lo útil y servible, y desechando lo contrario o lo que consideramos que lo es. El resultado de este intercambio no puede más que derivar en la transformación y creación de nuevos entornos, nuevas condiciones de vida, muchas veces llamada “vida moderna” o “vida industrializada”, la cual también varía de acuerdo con las sociedades, las culturas y las civilizaciones. Las consecuencias ambientales de esta vida moderna también están relacionadas con el trabajo a causa del uso de tecnologías contaminantes. Éstas, a su vez, están buscando ser remediadas mediante la creación de nuevas industrias de limpieza, haciendo que se incremente todavía más el proceso de división social del trabajo y que aumente, en consecuencia, la desarticulación sociedad-naturaleza. El proceso de trabajo es desarrollado por individuos que se mueven en un tejido social que dicta normas y valores. Las maneras de desenvolverse y proceder siguen pautas acordes con el grupo social que efectúa la acción. El medio natural, a su vez, impone sus condiciones posibilitando determinados tipos de intervención sobre él. Es en el espacio rural donde el vínculo sociedad-naturaleza se hace más directo, en donde adquiere toda su plenitud a través del tratamiento directo que sufre el medio natural debido al proceso de trabajo agrícola, por tanto, los grupos sociales que se mueven dentro del ámbito rural son los que se hacen cargo de la apropiación de los recursos naturales. Esto es particularmente válido en el desarrollo agrario latinoamericano, que ha sufrido transformaciones constantes en las relaciones que establecen los actores sociales, pasando de un monólogo (gran terrateniente-pequeño productor), a un cruce de palabras entre organizaciones campesinas de productores, empresas comercializadoras, propietarios privados y otros actores, cada uno afrontando diferentes alternativas y opciones. La complejidad de estos cambios, aunada a la articulación entre centro y periferia, la disponibilidad de capital, mano de obra y capacidad organizativa, entre otros factores, ha determinado un particular modo de comportamiento de los grupos sociales frente a los recursos naturales que, sumada a la variabilidad ecosistémica, se manifiesta en una rica gama de configuraciones presentes a lo largo del tiempo y el espacio. La relación entre las pseudodicotomías como sociedad-naturaleza o urbano-rural se enmarca en un sistema abierto cuyo ambiente es un sistema cerrado (impuesto por los límites del planeta Tierra); esto nos confronta con el principio del límite de los recursos naturales. Los seres humanos, organizados en sociedad, no somos sino un producto de la evolución de la vida sobre la Tierra. Por lo tanto, la sociedad no puede aparecer como algo extraño o contrario; sea que se trate de contextos rurales o urbanos, todas nuestras conductas son un grado de organización adoptada por una población específica. La concepción del agua Las teorías del desarrollo urbano, económico, científico, tecnológico y hasta el sustentable, denotan siempre una carga positiva a favor de la palabra desarrollo, como si ésta implicara per se mejoría, evolución, progreso, crecimiento. En la actualidad, tenemos vinculado un sinónimo automático e irreflexivo de que todo desarrollo es bueno, bienvenido, necesario y por lo tanto, debe ser buscado por todos, a toda costa. Sin embargo, no existe un cuestionamiento sobre lo que esta búsqueda incesante del ansiado y mal entendido desarrollo ha provocado, ni sobre las crisis que se han desatado a partir de ésta. Actualmente, cuestionar, poner en duda o denostar el desarrollo como un elemento no favorable o negativo para ciertas culturas y contextos resulta socialmente reprobable en el constructo social, más aún cuando es acompañado de términos como sustentabilidad o sostenibilidad; sin embargo, pocos entienden en realidad la carga de significados que tiene esto. Como afirma el filósofo Jorge Riechmann, debemos profundizar en la crítica del desarrollo sostenible y luchar por una mejor interpretación en lugar de malinterpretarlo y por tanto aceptarlo como es. El desarrollo sustentable (o sostenible) fue aceptado y difundido mundialmente a partir de 1987 a raíz del Informe Brundtland, que lo define como aquel que debe satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades, y afirmaba per se que todos desean tal tipo de desarrollo y por tanto debía ser aceptado como favorable para todos por igual. Pensar de otra forma, según el discurso manejado en ese tiempo por los promotores del desarrollo sustentable, sería desear que el subdesarrollo continuara, que se perpetuaran las condiciones indignas de vida. Este discurso enfatiza las diferencias y refuerza la idea del subdesarrollo, principalmente de tipo económico, entre las naciones desarrolladas y las consideradas subdesarrolladas, lo cual hace más sencillo que la idea penetre en la mente de las personas que se identifican con esa condición indigna de vida. Como afirma el activista Gustavo Esteva: “para que alguien pueda concebir la posibilidad de escapar de una condición determinada, es primero necesario que sienta que ha caído en esa condición”. Por consecuencia lógica, en el discurso clásico y dominante del desarrollo sustentable no se enfatiza el agua como un eje fundamental para alcanzarlo, aunque poco a poco se va reconociendo que es un elemento básico no sólo para la vida del humano y del resto de los seres vivos, sino necesario para integrar las esferas clásicas de lo social, lo económico y lo ambiental que componen el discurso. Otra desventaja de la concepción del agua en el desarrollo es que se le considera un recurso inagotable, lo cual ha influido negativamente ya que se ve únicamente en términos utilitarios —infinitos, inagotables, perpetuos— y por tanto como un elemento para el cual no es necesario desarrollar políticas públicas en pro de su regulación, de control en su uso, manejo y justa distribución. El resto de los llamados recursos naturales no corren con mejor suerte en dicho discurso, ya que la dotación de recursos se percibe como finita pero muy abundante, de tal forma que en la práctica no vale la pena ocuparse de ella. Cuando se habla de estrategias de desarrollo sustentable, Jorge Riechmann afirma que, debemos considerar que los términos “desarrollo” y “sustentable” deberían incluir una connotación de límites. Precisamente éste es el gran problema de vinculación entre el desarrollo sustentable y el agua: la ausencia de reconocimiento de los límites que tiene la sobreexplotación y contaminación del agua con la insistente y perseverante idea de avanzar y desarrollar sin límite hacia la sustentabilidad. Las políticas económicas que impulsan el desarrollo sustentable han desvirtuado el verdadero ejercicio de la política social, y si queremos sustentabilidad entonces no necesitamos estrategias de desarrollo, sino luchas sociales por la justicia y la sustentabilidad. Para reorientar las políticas sobre el uso, manejo y distribución del agua resulta necesario retomar las teorías del decrecimiento, no como una solución tangible y segura que revierta la crisis del agua, sino como un elemento que contribuye a remarcar que los problemas socioambientales son procesos abiertos con expresiones plurales. Asimismo, avanzar hacia la sustentabilidad también ayudará a recentrarnos en el espacio y en el tiempo, volver al “aquí y ahora”. Agua, ciudades y desarrollo Al hablar de crisis ambientales hay que recordar que el ambiente es el resultado de la articulación sociedad-naturaleza y por lo tanto las crisis son el resultado de un conjunto de elementos sociales, políticos, culturales, económicos, ecológicos y otros más que están interactuando en un mismo espacio y tiempo. Desde el enfoque del desarrollo, el abordaje de las crisis y sus problemas ambientales incluye perspectivas parciales, con un tratamiento que sólo responde a un objeto de estudio particular de cada ciencia, sea natural o social. Es por ello que muchas de las crisis actuales no encuentran solución o enfoques integrales que ayuden a visualizar soluciones o alternativas para salir de ellas. En nuestro mundo actual, moderno, tan altamente influenciado por los avances tecnológicos, se confía en que serán las nuevas tecnologías las que podrán abastecernos de nuevos recursos. Sin embargo, Ernest García nos recuerda lo que Gregory Bateson señalaba hace más de veinte años: “si una civilización cree que la naturaleza le pertenece para dominarla y dispone además de una tecnología poderosa, entonces tiene la misma probabilidad de sobrevivir que una bola de nieve en mitad del infierno”. El caso del agua es un claro ejemplo de lo que Bateson afirma, ya que se ha demostrado que, a pesar de todas las ingeniosas y modernas técnicas que se han usado desde las primeras civilizaciones para canalizarla, hoy en día todavía dependemos de los sistemas naturales que regulan su flujo en las cuencas de todos los ríos del mundo. Como afirma Ernest García, “sólo las tecnologías, la organización y la cultura cambian, los sistemas naturales de soporte y la naturaleza humana son inalterables” y, por tanto, no los podemos manejar a nuestro libre albedrío, capricho o interés. Es digno de reconocerse que la tecnología se ha convertido, en muchas maneras, en algo benéfico, útil y valioso para la humanidad en diversos campos: comunicaciones, medicina, educación, producción de alimento, etcétera; no obstante, pensar que de ahí surgirán los remedios para los problemas ambientales es un gran error. Como señala el informe de la Organización de las Naciones Unidas en la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio: “puede ser que nos hayamos distanciado de la naturaleza, pero dependemos completamente de los servicios que ella nos ofrece”; sin embargo, mientras sigamos considerando desde las políticas públicas que dichos servicios ambientales son gratuitos e inagotables resultará improbable que la protección de la naturaleza se convierta en prioridad. En las ciudades existen manifestaciones de crisis que se han agravado en forma significativa en los últimos años (alimenticia, de salud, educativa, ecológica, económica, social, etcétera), ya que están relacionadas con el modelo de desarrollo urbano que se definió desde principios del siglo xx y con el cual se intenta reformular el entorno en las ciudades por medio de la producción industrial masiva y homogénea. De acuerdo con las cifras de la Organización de las Naciones Unidas, la mitad de la población mundial habita en ciudades y en dos décadas más, casi 60% de la población vivirá en zonas urbanas. Como afirma Riechman: “a medida que aumenta la población y el consumo per capita, la demanda de bienes y servicios ambientales está superando la capacidad del medio ambiente para proporcionar los mismos”. El agua es un claro ejemplo, pues las consecuencias del sobrepoblamiento urbano provoca múltiples complejidades sociales, entre las cuales el acceso y disponibilidad al agua no están ausentes y, si a esto se le suma el mal manejo, la distribución y contaminación del agua y los ecosistemas en general, estamos agravando aún más un problema que incide directamente en la calidad de los servicios ambientales que recibimos de los ecosistemas que socavamos, suprimimos y envenenamos. Al revisar estadísticas sobre catástrofes ambientales, grados de contaminación, extinción de especies, pérdida de cobertura forestal, etcétera, claramente vemos la muestra de que vivimos por encima de los límites del planeta o que éstos están muy próximos a alcanzarse; es innegable que entramos ya en la fase de la translimitación. Es un hecho que la relación entre población, producción de alimentos y provisión de agua dulce se mueve ya en márgenes muy estrechos. Las presiones que estamos ejerciendo desde las ciudades sobre los ecosistemas en nombre del desarrollo están dando como resultado que la velocidad del cambio climático sea mayor de lo experimentado en el pasado, haciendo mucho más difícil que las especies puedan adaptarse a dichos cambios, afectando su supervivencia y orillando a muchas a su extinción. La particularidad de la ecología de la especie humana es que sus relaciones con la naturaleza están mediadas por formas de organización social que reposan en dispositivos políticos para asegurar su consenso y su reproducción. Destacar el poder político de la sociedad, invisibilizado o minimizado por la influencia del sistema económico de dominación que rige a las sociedades occidentales, resulta de gran utilidad para la conservación de los recursos naturales, ya que es mucho más probable que las comunidades, rurales o urbanas, desarrollen estrategias de conservación ecológica cuando sienten que tienen una influencia real sobre las decisiones en cuanto al uso de los mismos y, por consiguiente, se lograría un reparto más equitativo de los beneficios que esto trae. Epílogo La naturaleza es sociedad, en tanto la primera es aprehendida e interpretada necesariamente por medio del pensamiento humano. La interpretación de las leyes de la naturaleza se basa en modelos creados por el ser humano en su constante intento por conocer para transformar y controlar. Debemos comprender que no existe una naturaleza única, unánime, compartida y vivida de la misma manera por todas las culturas; por tanto, es necesario aprender a reconocer el verdadero valor de la naturaleza, tanto en términos económicos como en la riqueza que aporta a nuestras vidas en aspectos que son mucho más difíciles de cuantificar. Por lo tanto, importa reconocer que el problema fundamental es que la relación ser humano-naturaleza está mediada predominantemente por la economía, impulsada por un malentendido “desarrollo”. La crisis socioambiental existe y está presente en nuestras vidas, influyendo particularmente sobre la crisis mundial del agua. Entonces el reto se muestra claro: encontrar nuevas formas de convivencia entre los humanos y en su relación con la naturaleza, ¿pero a partir de qué elementos se debe construir la nueva relación? Existen distintos niveles desde donde se puede empezar, la información es uno de ellos; sin embargo, confiar en que eliminando la ignorancia de la sociedad se consolidarán actitudes proambientales es un error que desgraciadamente todavía es muy frecuente en los planes y programas de educación ambiental. Si bien es cierto que alfabetizar científicamente no es un error, sí lo es pensar que es la solución para resolver los problemas socioecológicos. Partir de que “el ambiente de los hombres no es simplemente la naturaleza salvaje, sino que incluye también la naturaleza transformada por su actividad”, y en consecuencia relacionar la ecología humana con la ecología biológica puede contribuir al análisis de la compleja interacción del “medio ambiente (medio de vida de la humanidad) y el funcionamiento económico, social y político de las comunidades humanas”. En la cultura occidental existe un conjunto de valores y conceptos como la naturaleza, el progreso, la responsabilidad, la solidaridad y la autonomía, que si bien no son los únicos, sí pueden ayudarnos a mejorar las relaciones sociedad-naturaleza y a formar juicios críticos. Remover estos valores en la sociedad, no para eliminarlos, sino para usarlos en las prácticas de educación ambiental y reformularlos desde la educación ambiental para ser pensados y repensados nuevamente puede contribuir a que éstos sean retomados de forma más profunda en nuestro sistema individual y colectivo de valores “para establecer nuevas regulaciones, añadiendo a la protección social, la protección del medio ambiente”. Finalmente, si bien pensar y actuar a nivel local y global puede ser benéfico en cualquier aspecto, lo importante es hacerlo, impulsarlo, promoverlo y orientarlo en el ámbito que nos corresponde de acuerdo con la trinchera que atendamos. |
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Referencias Bibliográficas
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Paloma Mejía Lechuga Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana. Es bióloga e hizo la maestría en recursos naturales y desarrollo rural, estudia el doctorado en investigación educativa en la Universidad Veracruzana. Su tema de interés es la construcción de ecociudadanía con jóvenes de bachillerato. Gerardo Alatorre Frenk Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana. Es doctor en antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Coordina la maestría en educación para la interculturalidad y la sustentabilidad. Su trabajo se basa en investigar y promover la articulación saber-hacer para el manejo y defensa del territorio. |
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Mejía Lechuga, Paloma y Gerardo Alatorre Frenk. 2017. La crisis del agua: una propuesta teórica para su entendimiento. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 66-74. [En línea]. |
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Emilio Clarke Crespo, Florinda Jiménez Vega y Antonio de la Mora Covarrubias |
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Los ecosistemas constituyen unidades ecológicas dinámicas en términos de composición, contenido y flujo, y están definidos por el espacio donde la biota interactúa con el ambiente. Durante la última década, la biodiversidad ha adquirido relevancia por ser un modelo mediante el cual se ha buscado entender cómo la riqueza y composición de especies, los grupos funcionales y el ensamblaje de las comunidades participan en la generación de los procesos y servicios ecosistémicos responsables del bienestar del hombre. Por definición, el bienestar humano es la experiencia que incluye los materiales básicos para una buena vida, libertad de elección y acción, salud, buenas relaciones, identidad cultural y sensación de seguridad. El sentido que se le da a este concepto, además de estar influenciado por las necesidades fisiológicas, se encuentra fuertemente asociado al contexto cultural, geográfico e histórico en el que se han desarrollado las sociedades. Justamente, buscando el bienestar, el ser humano ha transformado más ecosistemas en los últimos cincuenta años que en cualquier otro momento de su historia, lo cual ha resultado en una dramática pérdida de la biodiversidad, razón por la que en el año 2002 un grupo de líderes de diversos países firmaron el Convenio sobre diversidad biológica, manifestando así su compromiso para reducir significativamente la pérdida de biodiversidad hacia 2010. Esta meta también fue incluida en los objetivos de Desarrollo del milenio promovidos por la Organización de las Naciones Unidas al reconocer que la disminución de biodiversidad pone en riesgo la habilidad de los ecosistemas para proveer los bienes y servicios necesarios para la supervivencia humana. Procesos ecológicos y servicios ecosistémicos En sentido amplio puede afirmarse que la biodiversidad está representada por el número, abundancia, composición, distribución e interacciones de los genotipos, poblaciones, especies y grupos funcionales. Los diferentes atributos de la biodiversidad son los responsables de llevar a cabo procesos ecológicos —propiedades intrínsecas existentes independientes de la valoración humana— que están encargados de mantener la integridad y el funcionamiento de los ecosistemas por medio de los flujos de materia y energía. Se han identificado principalmente veinticinco procesos ecológicos que han sido clasificados en tres grandes grupos o categorías: hidrológicos, energéticos y biogeoquímicos; de éstos surgen directa o indirectamente los servicios ecosistémicos. Ahora bien, estos servicios se pueden clasificar en cuatro tipos: 1) de soporte, que implican a los procesos funcionales relacionados con la entrada, salida, almacenamiento y flujos internos de agua, energía y nutrimentos en el ecosistema, los cuales, aunque no suponen un beneficio directo para la humanidad, constituyen la base para la provisión del resto de los servicios; 2) de provisión, que incluye a aquellos bienes tangibles, finitos y renovables de apropiación directa, los cuales pueden ser medidos, cuantificados y comercializados, como el caso de alimentos, fibras, combustible y materiales de construcción; 3) de regulación, que resultan de la existencia de propiedades emergentes de los ecosistemas, es decir, surgen del funcionamiento del ecosistema como un todo y no de sus partes separadas, y participan en el bienestar mediante procesos como la regulación del clima y la protección ante amenazas como enfermedades, plagas y desastres naturales; y 4) los culturales, que representan los beneficios no materiales que el ser humano adquiere mediante actividades espirituales, recreacionales y cognitivas. El continuo incremento de la población humana y el menester de satisfacer sus necesidades provoca el apuro de obtener o incrementar un servicio en particular en determinado ecosistema, lo cual ha generado impactos negativos sobre la capacidad de provisión de otros servicios y, a la vez, ha provocado el aumento de las principales amenazas para la biodiversidad como son la fragmentación y pérdida de hábitat, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación, la introducción de especies exóticas y el cambio climático. Las consecuencias de tales fenómenos se está traduciendo en una simplificación de la estructura y composición de los ecosistemas y pueden estar desfasadas en el tiempo siendo detectadas a largo plazo, o bien pueden estar desfasadas espacialmente provocando efectos negativos en regiones alejadas al sitio en el que se generó el impacto. Las tasas de pérdida de biodiversidad actualmente corresponden a un orden de cien a mil veces más que en el registro fósil y se espera que en los próximos cincuenta años lo sean de diez a cien veces más que en el presente, por lo que de continuar con esta tendencia las proyecciones señalan que en doscientos cuarenta años el planeta estaría enfrentando su sexto proceso de extinción masiva. La evidencia acumulada en los últimos veinte años sugiere que la pérdida de la biodiversidad en sus diferentes niveles amenaza los procesos ecológicos que soportan la vida en la Tierra. Por ejemplo, la pérdida de genes, individuos y grupos funcionales deteriora el buen desempeño de los ecosistemas al disminuir la eficiencia de procesos como la captación de nutrimentos, producción de biomasa, descomposición y reciclaje de la materia, mientras que la pérdida de grupos completos (depredadores tope, consumidores primarios o productores) genera una cascada de efectos que pueden colapsar el funcionamiento de los ecosistemas, debido a que muchos de sus procesos están mediados por las redes tróficas. Finalmente, diversos autores señalan que las diferentes dimensiones de la biodiversidad le confieren estabilidad temporal a los ecosistemas, aumentando por un lado su capacidad de resistencia ante distintos estresores que atentan contra su estructura y función y, por otro lado, aumentando su capacidad de recuperación cuando éste desaparece. La salud ecosistémica El concepto de salud es ampliamente utilizado para referirnos a las características fisiológicas que manifiestan la vitalidad de un individuo o bien a la viabilidad genética o la estabilidad de las poblaciones, pero su extensión a escala regional surge como concepto teórico a partir de la década de los ochentas como respuesta a la clara evidencia de la patología que sufren los ecosistemas a nivel mundial que, al ser impactados por el humano, se estresan y se convierten en sistemas disfuncionales. La salud ecosistémica también se ha definido como la capacidad que tiene un sistema biológico para realizar sus funciones con un mínimo soporte externo; no obstante, se sugiere que no debería definirse en términos de funcionamiento, presencia o ausencia de alguna especie, censos o inventarios, sino que debería ser un reflejo de la sucesión ecológica natural esperada en un ecosistema determinado. La crítica a estas definiciones es que no permiten la medición y, en consecuencia, la evaluación, por lo que se propone que el concepto de salud ecosistémica debería ser abordado en términos de tres propiedades generales, las cuales responden a indicadores específicos: 1) organización, que constituye un reflejo de la estructura del ecosistema y evalúa su capacidad para mantener su estructura biótica a partir de la diversidad y el número de interacciones que sostienen los componentes de un sistema; 2) vigor, que constituye un reflejo de la función de los ecosistemas y responde a su capacidad de mantener la productividad biológica; y 3) resiliencia, que se refiere a la capacidad que tiene el sistema de mantener su estructura y función ante la presencia de un estresor. Por lo tanto, un ecosistema saludable es aquel que mantiene su función, organización y autonomía de manera estable y sostenible en el tiempo. La yuxtaposición de las palabras “salud” y “ecosistema” ha generado controversia y se ha argumentado que la salud es un término relevante sólo a escala individual. El debate sobre la validación de este concepto ha sido dirigido principalmente por dos preguntas: ¿la salud ecosistémica revive la desacreditada idea de considerar el ecosistema como un superorganismo? y ¿la salud ecosistémica puede ser evaluada en términos objetivos o ésta sólo radica en la subjetividad de los intereses humanos y sus juicios de valor? David Rapport y Luisa Maffi señalaron en 2010 que la respuesta a la primera pregunta es un rotundo no. Disciplinas como la medicina poblacional y la epidemiología han extendido el concepto “salud” a escalas superiores. En la de ecosistema este término constituye la representación metafórica de las consecuencias que el estrés provoca en el mismo. En medicina, la salud de un individuo se establece por medio de una serie de indicadores, que cuentan con un margen de tolerancia; lo mismo ocurre en la medicina poblacional y en la epidemiología, donde lo que se considera saludable está en función de las generalidades encontradas. En este sentido, la salud ecosistémica estaría enfocada en la búsqueda y el establecimiento de dichas generalidades propias de los ecosistemas sin la necesidad de realizar analogías. Con respecto a la segunda pregunta, Rapport y Maffi argumentan que no es necesario incluir intereses humanos en dicha evaluación, debido a que cada ecosistema cuenta con una organización y funciones propias que pue den ser evaluadas independientemente de los intereses humanos. Por lo tanto, el concepto de salud ecosistémica cuenta con suficiente validez teórica para ser aplicado a la resolución de problemas ambientales. La evaluación de la salud ecosistémica constituye entonces una disciplina emergente que integra las ciencias ambientales y de la salud con el propósito de conocer, monitorear, restaurar y mantener el funcionamiento de los ecosistemas y, en sentido práctico, pretende generar una aproximación al diagnóstico, prevención y pronóstico para su manejo con la intención de garantizar el bienestar humano en el futuro. Consideraciones finales En la evaluación de los objetivos de Desarrollo del milenio se ha indicado que la pérdida del hábitat, la introducción de especies, la sobreexplotación, la contaminación y el cambio climático son los principales motores de cambio en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas, ya que provocan la pérdida de la biodiversidad que, a su vez, induce la disminución de los servicios ecosistémicos. A partir de esta evaluación, los servicios se han vuelto un tópico de investigación relevante, no sólo porque establecen las bases estratégicas para el uso de suelo y el aprovechamiento adecuado de los recursos naturales, sino que además han logrado demostrar y justificar la necesidad de conservar la biodiversidad con fundamentos científicos, dejando de lado aspectos éticos o morales que terminan siendo subjetivos y personales. Los científicos argumentan que el mantenimiento de las complejas interacciones de los distintos componentes de la biodiversidad es fundamental para el sostenimiento a largo plazo de los ecosistemas; desgraciadamente existen limitados estudios que logran demostrar esta relación en el medio natural. Para algunos servicios de provisión y ciertos servicios culturales se ha encontrado evidencia sólida que los asocian positivamente con la biodiversidad; mientras que para los servicios de regulación se han encontrado tendencias menos concluyentes con respecto de esta relación de los componentes, marcando la pauta para la realización de nuevos y diversos estudios encaminados a establecer evidencias confiables. Se sabe que la mayoría de los servicios ecosistémicos dependen de un número limitado de especies. Por ejemplo la producción de alimento, la cantidad y calidad de agua y el secuestro de carbono dependen en gran medida de un pequeño conjunto de especies dominantes, grupos funcionales particulares e interacciones bióticas específicas. Estas especies son resilientes o bien pueden ser reemplazadas por otras, lo cual permite que la generación de servicios continúe aunque quizás de manera limitada. Las mayores amenazas a la provisión de los servicios ocurre cuando los ecosistemas naturales son dramáticamente transformados, por ejemplo, cuando éstos son reemplazados por agricultura intensiva o el crecimiento urbano, y las especies dominantes son esencialmente destruidas y con ello las funciones básicas. Sin embargo, es importante considerar que la relación que se establece entre los procesos ecológicos y los servicios ecosistémicos aún no se encuentra completamente entendida para muchas de las funciones, por lo que es pertinente establecer estrategias precautorias que permitan proteger los diferentes aspectos de la biodiversidad con la finalidad de asegurar la provisión a largo plazo de tan importantes servicios. Utilizar la generación de servicios ecosistémicos como estrategia de conservación de la biodiversidad ha generado mucho debate al interior de la comunidad científica debido a que se presume que la extinción de especies podría tener un efecto negativo en el rendimiento de los ecosistemas. No obstante, la valoración de la biodiversidad y de los mismos servicios se presentan como una herramienta útil, que, además de demostrar la importancia relativa de los diferentes componentes de los sistemas para su conservación, facilita la toma de decisiones para su manejo. |
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Referencias Bibliográficas
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Emilio Clarke Crespo Instituto de Ciencias Biomédicas, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Chihuahua. Es biólogo y tiene una maestría en ciencias por el Instituto de Ecología. Es profesor de la licenciatura de biología de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Florinda Jiménez Vega Instituto de Ciencias Biomédicas, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Chihuahua. Es doctora en ciencias, actualmente es coordinadora del programa de maestría en ciencias de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Antonio de la Mora Covarrubias Instituto de Ciencias Biomédicas, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez,Chihuahua. Se doctoró en manejo de recursos naturales, actualmente es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y jefe de departamento. |
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Clarke Crespo, Emilio. Florinda Jiménez Vega y Antonio de la Mora Covarrubias. 2017. La conservación de la biodiversidad como garantía del bienestar humano. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 56-61. [En línea]. |
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Hilda Vidalia González Sandoval, Luis Rogelio Valadez Gill Alicia Almanzar Curiel, Paola Cortés Almanzar y Francisco Alberto Monroy Luna |
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La polución sonora generada en el interior de las viviendas es vista como algo inherente a nuestro estilo de vida. Si bien ha sido parte de la evolución humana, su irrupción y agudización está intrínsecamente relacionada con el incremento poblacional, el hacinamiento habitacional, la accesibilidad a artículos tecnológicos y las políticas de vivienda orientadas a la masificación de casa-habitación módica. Resulta útil analizar el impacto social generado por el ruido doméstico en núcleos habitacionales de densidad media y alta e identificar la percepción vecinal al respecto para demostrar que la polución sonora doméstica está generando un problema social en aumento, íntimamente relacionado con los sistemas constructivos de vivienda. Proponemos la incorporación de estudios arquitectónicos acústicos a los proyectos de construcción en casa habitación media y baja, y que se norme en los reglamentos de construcción el ensayo de materiales para determinar las propiedades de absorción, aislamiento y tiempos de reverberación en recintos interiores con el propósito de determinar los niveles aceptables de ruido intervecinal. El espacio sonoro cohabitado El ser humano en su intrínseca relación con el medio ha padecido los efectos generados por sonidos no deseados. En la ciudad griega de Síbari, en el siglo vi a. C., por ejemplo, estaba prohibido poseer gallos que perturbaran el descanso nocturno de los ciudadanos y los artesanos que ejercían oficios especialmente ruidosos debían trabajar fuera de la ciudad. En una época posterior, el emperador Julio César prohibió la circulación de carruajes en Roma a determinadas horas del día para anular las molestias que causaba el ruido que producía su tránsito por las calzadas empedradas. En documentos antiguos los romanos mencionaban la prohibición de hacer rodar carros pesados sobre el pavimento de piedra en la ciudad imperial durante la noche para no perturbar el descanso de los ciudadanos. En la Edad Media se prohibía a los ciudadanos londinenses golpear a sus mujeres por la noche para evitar que sus gritos produjeran el mismo efecto indeseado. En un escenario más simbólico, Dante relata que el ruido era un invento del demonio y que algunos condenados al infierno eran sometidos a la tortura de un ruido sin fin como castigo de sus culpas. Estas referencias ponen de manifiesto la existencia de polución sonora desde la Antigüedad, incrementada con el advenimiento de la Revolución Industrial en razón al aumento progresivo de los avances tecnológicos. No obstante, si bien dicha contaminación en tiempos anteriores era poco perjudicial para la salud humana y el espacio circundante, ha tenido un aumento escandaloso en las dos últimas décadas, impactando de manera negativa los espacios cohabitados y degradando la calidad de vida de los individuos. La contaminación acústica de origen doméstico, al ser parte de la vida cotidiana, es considerada como una acto inherente de la actividad diaria, en donde todos (en menor o mayor grado) generamos ruido. El sociólogo Víctor Pérez Díaz, en su libro Una interpretación liberal del futuro de España, plantea que “la acción colectiva está llena de pequeñas decisiones individuales, y el resultado final de acciones que pueden parecer el corolario de grandes decisiones políticas, no son más que una suma de muchas y reiteradas acciones llevadas a cabo por cada individuo”. Si bien el ruido doméstico, definido como “toda energía acústica susceptible de alterar el bienestar fisiológico o psicológico”, puede ser no molesto para nosotros, puede serlo para otros. Asimismo, al someternos a éste de manera frecuente y progresivamente empezamos a presentar pérdida de la capacidad auditiva, alteraciones conductuales por la perturbación del sueño, el descanso y la tranquilidad, lo cual deriva en estrés, irritabilidad, agresividad, problemas para desarrollar la atención y la concentración. Son muchos los vecinos que sin ninguna consideración y sin importar la hora del día o la noche, rebasan los decibeles permisibles de ruido (68 dB durante el día y 65 dB por la noche según la Norma Oficial Mexicana NOM 081ecol1994). Escuchan música y generan bullicio a deshoras de la noche, colocan alarmas que se activan reiteradamente en viviendas y vehículos, utilizan el claxon de sus vehículos como medio de comunicación o para llamar la atención. El estruendo sonoro generado por los equipos estereofónicos que reproducen en alto volumen la música y el bullicio nocturno son un problema frecuente. Y si, con el propósito de dar solución al problema, se habla con los vecinos y se les expone la necesidad de contar con un ambiente adecuado y sin contaminación acústica, se suele obtener como respuesta un “no” rotundo. Escudándose en los derechos constitucionales conferidos, pueden argumentar que son libres de realizar lo que deseen en el interior de sus viviendas, convirtiendo los equipos de audio en un arma para agredir, someter y controlar los espacios cohabitados. Este fenómeno sociocultural es producto de estilos de vida promovidos por políticas económicas orientadas a elevar el consumo de productos que sólo favorecen a los empresarios; aun cuando facilitan la accesibilidad a los artículos electrodomésticos (televisión, equipos de audio, minicomponentes, teléfonos, celulares), ya que éstos irrumpen en nuestros hogares y espacios abiertos que por su sofisticación y potencia sonora, constituyen grandes barreras que no percibimos pero nos aíslan, nos separan de nuestros núcleos sociales y familiares, propiciando un autismo tecnológico que nos envuelve y transforma, haciéndonos cada vez más egoístas, anteponiendo nuestros intereses sobre el bien común vinculado a la empatía, la colaboración y el respeto. Día a día se acrecienta el individualismo y la anarquía al interior de espacios habitacionales, el cual se reduce en la medida que crecen las ciudades. Así, poco a poco observamos cómo se pierde el saludo cordial, la conversación directa, nos resguardamos en nuestras posesiones, donde podemos hacer lo que nos venga en gana y poco nos importa si invadimos el espacio sonoro del otro. El sonido se convierte entonces en nuestro compañero y en un medio de provocación y control sobre los otros. Para designar este fenómeno, Murray Schafer, músico canadiense creador del concepto de ecología acústica, utiliza el término “imperialismo”, pues el ruido domina y se expande controlando y transformando nuestra sociedad. Percepción social del ruido En la zona metropolitana de Guadalajara, Jalisco, se rebasan por mucho los niveles confortables de ruido (un promedio de más de 60 decibeles A, es decir, medidos con un filtro previo que quita las bajas y altas imperceptibles para el humano y que se consideran poco agradables). En el periódico Milenio Jalisco del 18 de noviembre de 2013, el ex Director General de Inspección de Reglamentos, Fernando Espinoza de los Monteros del ayuntamiento de Zapopan, lo expuso: “se han recibido un centenar de quejas por ruido de lugares como terrazas, bares, restaurantes, fiestas privadas en casas habitación [...] la gran mayoría de los reportes de denuncias tienen lugar por las noches, cuando el ruido excesivo impide el sueño de los vecinos; por lo cual no es raro que se concentren los fines de semana. Recibimos aproximadamente una queja por ruido al día entre semana y hasta seis o siete los fines de semana [...] ya que las fiestas que suelen organizar vecinos en terrazas, jardines y en las propias casas normalmente son en fines de semana y fácilmente se rebasan los 65 dB [...] se trata de un asunto delicado que puede derivar en un conflicto vecinal grave [...] la policía municipal interviene cuando los vecinos están generando el ruido en la calle o en algún espacio público e incluso pueden proceder a una detención si están escandalizando o cometiendo algún desmán, si lo hacen en el interior de sus casas, no se puede intervenir”. A pesar de ser la contaminación acústica doméstica un problema perfectamente identificado y focalizado, es poco estudiado y atendido, la mayoría de las investigaciones realizadas en México están relacionadas con el ruido generado por vehículos particulares y el transporte público, por fuentes fijas comerciales o industriales en áreas de trabajo. En Jalisco, la mayoría de las investigaciones realizadas por la Universidad de Guadalajara tienen que ver con los niveles de ruido en los puntos críticos de la zona metropolitana de Guadalajara. Entre los estudios más significativos se encuentran: el mapa sonoro para los principales municipios de la zona conurbada, el análisis de los niveles de ruido ambiental por tráfico vehicular en puntos críticos y la identificación de la percepción social del ruido en la ciudad de Guadalajara. Estos estudios determinan que la mayor polución acústica es generada por actividad industrial, flujo vehicular, obras públicas y de construcción, en zonas de mayor concentración poblacional. Con el único propósito de demostrar la gravedad de la polución sonora doméstica para la sociedad se realizó una breve encuesta a vecinos de la colonia Haciendas del Sol, en el municipio de Zapopan, Jalisco. El instrumento utilizado para identificar la percepción vecinal del ruido consistió en cinco preguntas de opción múltiple, fue elaborado por el Cuerpo Académico de la Universidad de Guadalajara llamado Medio Ambiente, Diseño y Salud para la Calidad de Vida, y se aplicó a treinta personas que asistieron a la junta vecinal realizada en abril de 2014, cuyas edades oscilaban entre 35 y 60 años. En este sondeo, 54% de las personas se quejaron del ruido producido por vecinos en sus hogares, calificándolo como frecuente e intenso; 34.5% del ruido generado por los camiones del gas, del agua y por vendedores de verduras; 11.5% señaló a los camiones del transporte público como los molestos. Durante el día, en el interior de las viviendas las fuentes fijas de ruido son: 65% proveniente de equipos estereofónicos; 25% procedente de herramientas como taladros y martillos; 10% de vehículos particulares. Durante la noche son las fuentes fijas de ruido en el interior de las viviendas; el total de las personas manifestó el proveniente de equipos de sonido y del griterío de los vecinos. En relación con las afectaciones provocadas por el ruido en el hogar, la mayor tiene que ver con el sueño (60%), le sigue el estudio (25%), por último las actividades domésticas (15%). Respecto de las respuestas obtenidas de vecinos ruidosos al solicitarles la reducción del volumen: 45% contestó haber obtenido un “no” rotundo como respuesta, 35% obtuvo una respuesta favorable, y 20% fue víctima de agresión verbal. Como puede observarse, existe una íntima relación entre la opinión recabada en la encuesta con las quejas referidas por el Director General de Inspección de Reglamentos del ayuntamiento de Zapopan. Es además una problemática social empeorada por las características de la construcción de las viviendas, especialmente frecuente en núcleos habitacionales de densidades altas. Si bien el presente estudio no está relacionado con el impacto acústico de los materiales de construcción, entrevé la poca o nula capacidad absorbente y aislante de sonidos por las viviendas, lo cual dista por mucho del concepto inicial de casa-habitación, entendida como la estructura construida para albergar sujetos o familias, cuyo diseño es condicionado para satisfacer las necesidades de sus inquilinos en cuanto a seguridad, comodidad y tranquilidad. Vulnerabilidad acústica de la vivienda En México, los constructores de núcleos habitacionales grandes, respaldados por algunas políticas económicas de vivienda y reglamentos de construcción obsoletos, diseñan modelos de construcción de viviendas tipo unifamiliares dúplex o bifamiliares y edificios de departamentos para cubrir la necesidad de la clase trabajadora, que abarca grandes extensiones de tierra pero con una densidad muy alta de viviendas y habitantes por hectárea. Estos grandes constructores están financiados por el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores y el Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, por intermediarios financieros, Sociedades Financieras de Objeto Limitado y programas conjuntos. La mayor parte de estos créditos son gestionados por medio de promotoras y constructoras, ya que pocas son las personas que tramitan directamente su crédito en instituciones financieras. El abaratamiento del producto permite una selección de vivienda acorde a sus recursos familiares. Este tipo de casas-habitación buscan dar respuesta a la clase trabajadora del país y su costo debe ser ajustado a su capacidad de pago. Los factores que determinan sus características, calidad y ubicación son: el precio de los predios y de los materiales de construcción, el ingreso económico que perciben las personas y las utilidades que pretenden adquirir los constructores en cada venta. Por tanto, se estandarizan las casas-habitación maximizando el uso de los espacios y los materiales, marcando una tendencia hacia su reducción para obtener un mayor número de viviendas por predio, provocando el hacinamiento poblacional. Los muros de estas viviendas pasaron de ser construidas con ladrillo a muros de concreto, block sólido o block hueco a delgadas capas de pasta, y las bóvedas de ladrillo y vigas de acero se han cambiado por losas de block hueco, varillas y concreto; todo esto favorece la infiltración de los sonidos de una vivienda a otra. En el cuadro 1 se ejemplifica el aislamiento de materiales, siempre que cumplan en el momento de su instalación con requerimientos de absorción acústica.
Dadas tales circunstancias, se debe aceptar que la contaminación acústica doméstica es un problema en aumento, producto de políticas económicas de viviendas erróneas, de estilos de vida adoptados hoy día y por la falta de materiales aislantes y absorbentes de sonidos en la construcción de áreas habitacionales. En razón a este problema, el diseño de construcción de unidades habitacionales, en especial las de densidades poblacionales media y alta, debe considerar índices de aislamiento acústicos de los materiales para eliminar y reducir las posibles fuentes sonoras hasta niveles tolerables. Una de las formas de determinar el confort acústico es mediante la evaluación del nivel de interferencia del habla, con el cual se obtiene un promedio de intensidad en dBA de frecuencias de 500 a 2000, cuando un promedio de más de 60 dBA ya se considera poco agradable. Sin embargo no basta con una selección de productos aislantes respecto al área física que se desea aislar, se precisa de ensayos acústicos que reproduzcan las fuentes sonoras y repetirlas hasta ubicar el valor índice de reducción sonora de los materiales acústicos. El ensayo acústico La acústica arquitectónica es una disciplina orientada al análisis de los fenómenos vinculados con una propagación adecuada, fiel y funcional del sonido en un recinto, pero también se centra en los efectos generados por el ruido que producen las personas en un espacio construido, con el fin de identificar, eliminar y reducir a niveles tolerables las posibles fuentes. Es mediante la acústica arquitectónica que se busca el control del ruido en el interior de los edificios a niveles aceptables; para ello es preciso realizar ensayos sonoros, por lo que se requiere un amplio conocimiento de la acústica en recintos cerrados. El sonido tiene su origen en las vibraciones mecánicas de la materia y se propaga en forma de ondas longitudinales de presión en todas las direcciones, de tal forma que la longitud de onda es igual a la velocidad de propagación entre la frecuencia. La velocidad del sonido en el aire varía principalmente con la presión, la temperatura y el viento, sumándose o restándose la velocidad del sonido con la del viento, según esté a favor o en contra de la fuente receptora. La presión acústica se mide con la unidad decibel (dB) y para determinar los niveles nocivos de ruido se emplea un decibelímetro. Los sonidos también tienen tono (frecuencia), los sonidos de tono alto, parecen más fuertes y con más estridor. Cuando el sonido emitido incide sobre una superficie éste se refleja, absorbe o transmite y, según su forma de transmisión, puede ser aéreo o de impacto. El ruido aéreo (transmitido en el aire) se propaga por los edificios a través de los cerramientos (tabiques, forjados, fachadas, cubiertas, etcétera) y puede provenir del exterior hacia el interior o bien entre vecinos o de un edificio a otro. El ruido por impacto es causado por el caminar de las personas, el desplazamiento de muebles y objetos, los portazos, las instalaciones y caídas de objetos, entre otros. Estos objetos generan una vibración que se transmite por la estructura de la construcción y se emite como ruido aéreo. Se acepta normalmente que el rango de frecuencias audibles para el humano va de 20 a 20 000 Hz, aunque en la práctica este rango varía de persona a persona conforme a su edad. Percibimos las bajas frecuencias como sonidos graves y las altas frecuencias como sonidos agudos. La presión acústica se aprecia por sonidos de tono alto, expresados en la escala decibel A. El cuadro 2 ejemplifica los niveles y características sonoras presentadas con mayor frecuencia en centros habitacionales.
El sonido en un muro puede transmitirse a la habitación contigua (figura 1) reflejándose y devolviéndose a la habitación; al interior del muro el sonido puede ser absorbido desapareciendo en forma de calor.
No se debe olvidar que la propagación de sonido en el aire depende de la fuente del ruido, su infiltración, distribución en un espacio dado, las características geométricas del inmueble y las condiciones en que se realiza la propagación, pudiendo ser reflejado, absorbido y transmitido por muros, techos y pisos. Por tanto, es preciso realizar mediciones de las fuentes sonoras en un recinto en relación con las propiedades acústicas de los materiales y respecto de su aislamiento, absorción y tiempo de reverberación en el interior de un área específica; es necesario realizar ensayos que permitan estudiar las propiedades aislantes de los materiales tanto para el ruido aéreo como para el de impacto. Hay estudios para medir la cantidad de sonido transportado por el aire en los que se utilizan dos pares de cámaras para hacer ensayos de transmisión aérea, dependiendo de la orientación espacial del elemento a prueba; las cámaras de transmisión horizontal (una cámara junto a la otra) se emplean para elementos verticales: paredes, puertas y ventanas; y las cámaras de transmisión vertical (una cámara sobre la otra) se utilizan para elementos horizontales, principalmente forjados y revestimientos de suelos. Se estudian los elementos que separan una habitación de otra (forjados, tabiques, particiones, puertas) y los que separan el interior de una vivienda del exterior (fachadas, puertas y ventanas). Se debe tener especial cuidado en el origen y fuente del sonido transmitido a través del área de estudio, las fugas sonoras pueden generar resultados erróneos en la medición del aislamiento, por lo que es necesario efectuar registros repetibles y comparables. El ensayo de aislamiento de ruido por impacto se realiza en dos etapas: el comportamiento acústico de un forjado y la mejora que se consigue utilizando un revestimiento. El estudio de aislamiento de forjado se realiza con una máquina de impactos, se inicia midiendo el tiempo de reverberación en la sala receptora (la inferior en este caso) para aplicar después la corrección pertinente. Se excita el forjado colocando la máquina sobre él y se mide el nivel de ruido en la sala inferior; el proceso se repite en por lo menos cuatro posiciones de la máquina de impactos. Hagamos cambios en el hábitat Muy poco o nada se está haciendo en la construcción de núcleos habitacionales ante la carencia de un modelo normativo sobre ruido que exijan aislamiento acústico, en específico en los municipios conurbados de Jalisco. Son las cámaras de la construcción y las entidades educativas quienes pueden iniciar y propiciar el cambio; por ejemplo, las universidades deben incursionar en este ámbito incorporando en planes de estudio el ensayo acústico arquitectónico, promoviendo investigaciones referidas a estudios de aislamiento, absorción y reverberación para vivienda popular, proponer índices de reducción sonora de materiales de construcción y estudios acústicos a entidades normativas para su incorporación a reglamentos de construcción municipales. Aun cuando ya empieza a cobrar importancia el aislamiento acústico de espacios interiores, es prioritaria la incorporación de requerimientos de estudios acústicos para casa-habitación en los reglamentos de construcción, diseños arquitectónicos y de edificación bajo los parámetros aquí expuestos. La contaminación por ruido es un asunto serio. |
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Referencias Bibliográficas
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Hilda Vidalia González Sandoval Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño, Universidad de Guadalajara. Es profesora docente adscrita al Departamento de Representación del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño en la Universidad de Guadalajara. Es maestra en educación ambiental y miembro del cuerpo académico de diseño para la sustentabilidad y calidad de vida. Hilda Vidalia González Sandoval Alicia Almanzar Curiel Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Universidad de Guadalajara. Alicia Almanzar Curiel es profesora de tiempo completo del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara. Es historiadora y su maestría la hizo en historia de la arquitectura mexicana. Alicia es miembro del cuerpo académico en cultura y sociedad en el proceso saludenfermedad. Paola Cortés Almanzar Centro Universitario de la Costa, Universidad de Guadalajara. Es profesora de tiempo completo del Centro Universitario de la Costa de la Universidad de Guadalajara. Es socióloga y maestra en gestión y desarrollo cultural. Actualmente es estudiante del doctorado en ciencias para el desarrollo la sustentabilidad y el turismo. Es miembro del cuerpo académico de estudios comunitarios para la familia. Luis Rogelio Valadez Gill Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño, Universidad de Guadalajara. Es profesor de tiempo completo del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara. Es arquitecto y maestro en historia de la arquitectura mexicana; es miembro del cuerpo académico en diseño para la sustentabilidad y calidad de vida. Francisco Alberto Monroy Luna Sistema de Educación Media Superior, Universidad de Guadalajara. Es profesor docente adscrito al Sistema de Educación Media Superior en la Universidad de Guadalajara desde 1991. Es arquitecto egresado de la Escuela de Arquitectura y de la Escuela de Derecho de la Universidad de Guadalajara. Actualmente colabora en el cuerpo académico en diseño para la sustentabilidad y calidad de vida. |
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González Sandoval, Hilda Vidalia; Alicia Almanzar Curiel, Paola Cortés Almanzar, Luis Rogelio Valadez Gill y Francisco Alberto Monroy Luna. 2017. Impacto acústico en las áreas cohabitadas. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 42-50. [En línea]. |