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Visión del Paricutín.
Un sudario negro
sobre el paisaje
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José Revueltas | ||||||||||||||
Dionisio Pulido, la única persona en el mundo
que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada. Tiene, para vivir, sus pies duros, sarmentosos, negros y descalzos, con los cuales caminará en busca de la tierra; tiene sus manos, totalmente sucias, pobres hoy, para labrar, ahí donde encuentre abrigo. Solo eso tiene: su cuerpo desmedrado, su alma llena de polvo, cubierta de negra ceniza. El cuiyútziro —águila, quiere decir en tarasco—, que fuera terreno labrantío y además de su propiedad, hoy no existe; su antiguo "plan" de fina y buena tierra ha muerto bajo la arena, bajo el fuego del pequeño y hermoso monstruo volcánico.
Todavía hoy Pulido vive en su miserable casucha de Paricutín, el desolado, espantoso pueblecito. Es propietario de un volcán; no es dueño de nada más en el mundo.
Como él, como este propietario absurdo, hay otros miles más, sobre la vasta región estéril de la tierra asolada por la impiadosa geología.
He visto a uno, ebrio, muerto en vida, borracho tal vez no sólo de charanda, sino de algo intenso y doloroso, de orfandad llorando como no es posible que lloren sino los animales. Estaba en lo alto de una pequeña meseta de arena, frente al humeante Paricutín, y de la garganta le salía el tarasco hecho lágrimas. "Era así", dijo en español, a tiempo que, vacilante, indicaba con sus dos sucias manos una dimensión: "así, de cinco medidas, mi tierrita..."
Inclinóse, sentado como estaba para humillar su negra frente sobre la monstruosa tierra. Luego, al mirar a los que observábamos, volvió el rostro, invadido por agresiva ternura. Se dirigió a otro hombre, tarasco como él, que ahí mismo, en lo alto de la meseta, vende refrescos y cervezas a los visitantes. "Sírveles una cerveza a los señores", dijo como en un lamento suplicante.
Ya nosotros:
—No me vayan a hacer menos, patronatos. Tómensela por favor— y su ternura era la misma, contradictoria, extraña y colérica.
La "tierrita" de este hombre, tierrita pequeña, como un hijo, fue cubierta también por la inexorable ceniza del volcán.
He visto los ojos de las gentes de San Juan Parangaricútiro, de Santiago, de Sacan, de Angagua, de San Pedro, y todos ellos tienen un terrible, siniestro y tristísimo color rojo. Parecen como ojos de gente perseguida, o como de gente que veló durante noches interminables a un cadáver grande, espeso, material y lleno de extensión. O como de gente que ha llorado tanto. Rojos, llenos de una rabia humilde, de una furia sin esperanza y sin enemigo. Dicen que es por la arena, el impalpable y adverso elemento que penetra por entre los párpados, irritando la conjuntiva. Quién sabe. Creo que nadie lo puede saber.
Sobre el paisaje ha caído la negra nieve. Sobre el paisaje y la semilla. Aquello en torno del volcán es únicamente el pavor de un mundo solitario y acabado. Las casas están vacías y sin una voz, y por entre sus rendijas penetra la arena obstinada, para acumularse ciegamente. Tampoco hay pisadas ya. Nada vivo en la naturaleza, en torno del volcán, sino algunos torpes pájaros de plomo, que vuelan con angustia y asombro, tropezando con las ramas del alto bosque funeral.
Explotábase antes la resina de los árboles. Al pie del corte practicado en el tronco, se colocaba un recipiente de barro sobre el cual escurría la aromada savia. Hoy rebosan negra arena los pobres recipientes y los árboles generosos mueren poco a poco, sin respiración.
Paricutín, el pueblecito, está solo y apenas unas cuantas sombras vagan por sus calles en desorden. En tarasco su nombre quiere decir "a un lado del camino", "en aquel lado". Ahora está verdaderamente "a un lado del camino". ¿Cómo se diría en tarasco "al otro lado", al lado de la vida?
...Éste —se me ocurrió— es México, sombra, luz, desaliento y esperanza; se precipita, como la tierra cuando se acomoda, en formaciones sísmicas, terribles, sangrientas, oscuramente nobles y plenas de dignidad interior.
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José Revueltas, 1943.
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cómo citar este artículo →
Revueltas, José. 1996. Visión del Paricutín. Un sudario negro bajo el paisaje. Ciencias, núm. 41, enero-marzo, pp. 69. [En línea].
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