![]() ![]() Charles Darwin: el hombre y sus mitos
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Peter J. Bowler
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La teoría de evolución mediante selección natural de Charles Darwin ha sido descrita quizá como la teoría científica más innovadora y más radical jamás propuesta. Para algunos ateos, como Richard Dawkins y Daniel Dennet, es el “ácido universal” que disuelve toda esa fábrica de ideas provenientes de la concepción tradicional de que el mundo fue diseñado por Dios, con los humanos jugando un papel central en el drama cósmico. Quienes desean preservar los valores tradicionales naturalmente reaccionan de manera violenta, de modo que las estridencias de los creacionistas modernos no hacen sino continuar con la misma hostilidad expresada por los pensadores conservadores de tiempos del propio Darwin.
El hombre que propuso esa idea polémica ha adquirido inevitablemente un estatus de ícono para aquellos que han vivido sus consecuencias, considerándolo, en función de sus ideas, como un héroe o un villano. El hecho de que se hayan planeado tantas celebraciones para el bicentenario del nacimiento de Darwin es un indicador del estatus que ha alcanzado como el padre fundador de la ciencia moderna. Me pregunto lo que harán los creacionistas con respecto de este gran acontecimiento. Pero el mero hecho de que Darwin sea uno de los pocos científicos de quien casi todo mundo ha oído hablar significa que el mundo está repleto de historias sobre su vida y sus logros. Todos sabemos de su trabajo en las Islas Galápagos, y muchos creen que allí fue donde sufrió una especie de experiencia “eureka” que lo convirtió en un evolucionista. Hay muchas otras historias que circulan acerca de su vida y su obra, todas con la pretensión de dar una versión verdadera de los hechos, aunque todas diseñadas de una u otra forma para reforzar nuestras ideas sobre la importancia de sus logros. A estas historias se refieren los “mitos” del título de este texto, y me disculpo ante cualquier académico que considere que hago un mal uso del término, pero se ha vuelto un término estándar para los historiadores de la ciencia que abordan el origen de las principales iniciativas teóricas. Entiendo por “mitos” aquellas historias sobre descubrimientos que normalmente se basan en hechos, aunque no sea más que de manera laxa, pero que al examinarse más de cerca resultan ser distorsiones o interpretaciones erróneas de lo que realmente ocurrió. En el caso de Darwin disponemos de una enorme cantidad de material documental, gran parte de la cual ha sido publicada o puesta en línea, lo que permite a los historiadores evaluar la validez de las historias convencionales que se cuentan sobre su vida.Sin embargo, sería más importante dirigir nuestros esfuerzos hacia la comprensión de cómo y por qué fueron creados tales mitos sobre su vida. Algunos provienen de la autorrepresentación que elaboró Darwin en su Autobiografía. Otros intentan esclarecer algún aspecto de su trabajo, frecuentemente haciendo un juicio sobre lo que fue realmente importante. Algunas de estas evaluaciones se hicieron en tiempos del mismo Darwin, mientras que otras se basan en anacronismos, es decir, en una evaluación contemporánea de lo que fue más importante en su obra. Otros cuantos son poco menos que mentiras completas lanzadas para desacreditar la teoría, como la afirmación, repetida por los creacionistas, de que en su lecho de muerte se reconvirtió al cristianismo. Mi argumentación nos llevará por una serie de esas historias, lo que resulta así una biografía basada en los mitos creados a lo largo de la vida de Darwin. Pero, lo más importante es que esbozaré los esfuerzos de los historiadores modernos por desafiar esos mitos. De esta manera, mi intención es brindar una visión general de cómo vivió y qué hizo, pero con un giro que la hará más interesante que una simple exposición de lo que nos cuentan los documentos. Comentaré también cómo y por qué las distorsiones han infectado las historias, para ayudar, espero, a entender las diferentes formas en que la gente ha reaccionado a la teoría de Darwin.
También mostraré cómo trabajan los historiadores de la ciencia, especialmente cuando abordan los “grandes temas”. Buena parte de nuestro trabajo no tiene que ver con la obtención de nueva información sobre el desarrollo de la ciencia —aunque ciertamente hay mucho que hacer al respecto—, sino con una revaloración de lo que pensamos que ya se ha hecho. El interés de la gente, incluidos los científicos en activo, por ciertos logros del pasado, frecuentemente se ha visto influenciado por razones particulares relacionadas con nuestra perspectiva moderna. En algunos casos este enfoque hacia el pasado ha distorsionado la imagen de lo que ha ocurrido en una forma que violenta cualquier evaluación basada en evidencia. Tales distorsiones dan una impresión errónea no solamente de los propios sucesos, sino de cómo se desarrolla la ciencia en sí misma.
Al desafiar estos mitos sobre el pasado, los historiadores de la ciencia buscan promover una reflexión más profunda sobre la naturaleza y el impacto de la ciencia. No pretendemos que las interpretaciones que ofrecemos sean en sí mismas puramente factuales —de hecho seguiremos peleando como perros y gatos sobre algunos puntos— sino que pretendemos alentar a todo mundo a pensar con más cuidado sobre lo que los historiadores nos han estado contando acerca de la historia de la ciencia, y hacer al menos un esfuerzo para estar seguros de que hay una serie de evidencias de lo que se ha asumido como cierto.
Un joven geólogo
El padre de Darwin fue un médico eminente y empresario acaudalado, un miembro de la clase media en ascenso que ganaba influencia a medida que la revolución industrial progresaba. Su familia estaba relacionada con los Wedgwoods, famosos alfareros, y Darwin se casaría con su prima, Emma Wedgwood. El joven Darwin no era muy bueno en la escuela, aunque eventualmente fue enviado a estudiar medicina en Edimburgo con la intención de seguir la carrera de su padre. Aquí encontramos nuestros primeros mitos, que en este caso fueron creados por el propio Darwin en su Autobiografía. Sus estudios médicos le resultaron repugnantes y los abandonó después de un par de años, de modo que en sus reminiscencias posteriores tuvo en baja estima este periodo de su vida en Edimburgo, considerando que tuvo pocas consecuencias. En particular refiere que no se impresionó cuando un compañero estudiante, Robert Edmond Grant, alabó la teoría evolucionista del biólogo francés Jean Baptiste Lamarck. Grant era política y culturalmente radical, y posteriormente fue profesor de zoología en el University College de Londres, aunque quedó marginado de la comunidad científica por sus ideas materialistas. Podemos apreciar fácilmente por qué Darwin, siempre consciente de su propio estatus social, no quiso admitir que había sido impresionado por un pensador de tan mala fama. Sin embargo, Philip Sloan y otros historiadores que han estudiado la correspondencia de Darwin y sus cuadernos de notas de este periodo muestran que trabajó con Grant sobre los invertebrados marinos que había colectado en Firth of Forth (un fiordo del río Forth en la costa occidental de Escocia). Más aún, el interés de Darwin por las criaturas entonces conocidas como zoofitas (corales y organismos similares) parece haber sido inspirado por la idea de Grant de que formaban un puente evolutivo entre los reinos vegetal y animal. De esta forma, el periodo en Edimburgo ha sido revalorado como un episodio importante en la biografía intelectual de Darwin, a pesar de sus propios esfuerzos por minimizar su relevancia.
Al abandonar la medicina, Darwin tuvo que buscar otra carrera y decidió prepararse para convertirse en clérigo de la Iglesia de Inglaterra —hasta este momento parece haber conservado una fe cristiana convencional. Había una larga tradición de vicarios rurales anglicanos que hacían un buen trabajo en historia natural. Después de un corto periodo con un tutor privado, Darwin ingresó al Christ’s College, en Cambridge, a fines de 1827. Se reconoce generalmente que no iba con el propósito de estudiar ciencia, aunque en realidad nadie entonces podía estudiar ciencia como pregraduado ni en Oxford ni en Cambridge. Pero existe la creencia errónea, aunque muy difundida, de que estaba estudiando para obtener un grado en teología, una suposición fácil de hacer dadas sus intenciones. Sin embargo, su propósito era obtener un grado en Artes (lo que llamaríamos Humanidades), que era el preludio normal para estudiar y recibir las órdenes religiosas, el cual obtuvo sin mayor distinción, aunque trabajó mucho más intensamente en estudios extracurriculares con el profesor de geología Adam Sedgwick y el profesor de botánica John Stevens Henslow.
El trabajo que hizo Darwin con Sedgwick lo ayudó a definir la primera parte de su carrera científica. Se olvida con frecuencia que obtuvo su primera reputación como científico en el campo de la geología, no en historia natural. Sólo recientemente hemos visto publicado por Sandra Herbert el primer estudio importante de esta parte de su obra. Hizo una expedición geológica a Gales con Sedgwick, quien le enseño las nuevas técnicas para obtener las secuencias de las formaciones geológicas (Sedgwick fue quien definió la formación conocida como Cámbrico). Darwin hizo un buen uso de estas habilidades tanto en el viaje del Beagle como posteriormente, aunque pronto cambiaría su perspectiva teórica de la geología. Sedgwick era un catastrofista, que si bien aceptaba que la Tierra era mucho más vieja de lo que implicaba el relato bíblico de la creación, veía sin embargo los procesos de levantamientos y erosión como el resultado de las elevaciones repentinas de la corteza terrestre.
En el viaje del Beagle, Darwin leyó los Principios de geología de Charles Lyell y se convirtió al método uniformitarista de éste, quien explicaba todas las formaciones geológicas como el resultado de cambios graduales que se extendían durante vastos periodos de tiempo. Durante el viaje vio los efectos de los terremotos en las montañas de los Andes, así como evidencias de que las cordilleras montañosas fueron elevadas poco a poco a lo largo de una prolongada serie de terremotos de una violencia no mayor a la que observamos actualmente, y a su regreso publicó ampliamente sobre la geología de Sudamérica. También propuso una teoría para explicar la formación de los arrecifes de coral, basada en el supuesto de que el lecho oceánico se está hundiendo a una velocidad lo suficientemente lenta como para permitir que los animales coralinos sigan construyendo en dirección hacia la superficie (los corales sólo pueden sobrevivir en aguas someras, de forma que la subsidencia tiene que ser lenta o la construcción de arrecifes cesará).
Durante las décadas de 1830 y 1840 Darwin se hizo de reputación como geólogo, y se desempeñó durante un tiempo como secretario de la Sociedad Geológica de Londres. Se volvió un entusiasta promotor de la teoría de la Edad glaciar, pero se equivocó y no entendió sus implicaciones, lo que posteriormente describiría como su “gran falla” en ciencia; su explicación de los llamados, en Escocia, “caminos paralelos de Glen Roy” (glen es una palabra que deriva del galés y significa valle, generalmente un valle largo y profundo), que en realidad son restos de playas formadas cuando el glen estaba cubierto por un lago debido a que su boca estaba bloqueada por un glaciar. Darwin trató de extender su teoría de elevación y subsidencia gradual, sosteniendo que Escocia había estado hundida temporalmente bajo el océano, pero posteriormente se vio forzado a conceder que la teoría de la Edad glaciar ofrecía una mejor explicación. Sus intereses geológicos, especialmente los concernientes a la Edad del hielo de la Tierra, seguirán siendo importantes durante su trabajo sobre evolución. Sin embargo, no debemos olvidar que para la mayoría de la gente, en la década de 1840, Darwin era un prospecto de geólogo prometedor, más que alguien de quien se pudiera esperar que dejaría huella en la teoría de la historia natural.
De la geología al evolucionismo Tras haber hecho la aclaración de que Darwin se hizo de nombre primero como geólogo que como naturalista, tengo que hacer un paréntesis en la historia principal que quiero contar. Permítanme regresar a los años de Cambridge y recordar que cuando salió de allí ya había adquirido un buen entrenamiento tanto en geología como en historia natural, aunque lo había hecho fuera del curriculum que se suponía estudiaba. Fue su promotor principal, el profesor de botánica John Stevens Henslow, quien sugirió el nombre de Darwin al capitán Robert Fitzroy, que buscaba un caballero naturalista que lo acompañara a bordo del H. M. S. Beagle durante el segundo viaje de la nave para cartografiar la costa de Sudamérica. Normalmente, se suponía que el cirujano del barco debía proporcionar la pericia científica en un viaje marino de exploración. Pero Fitzroy había llevado de vuelta la nave en su primer viaje, después de que el capitán se había vuelto loco debido al estrés y el aislamiento que implicaban su solitario puesto (el desafortunado Pringle Stokes no sólo se volvió loco, sino que terminó por pegarse un tiro, y además, un tío de Fitzroy, Lord Castlereagh, también se había suicidado. Fatalmente, el propio Fitzroy terminó suicidándose el 20 de abril de 1865), por lo que quería llevar a alguien con quien pudiera hablar pero sin contravenir los rígidos códigos del protocolo naval. De ahí le surgió la idea de llevar a bordo a un naturalista educado. Después de algunos problemas con su padre, Darwin consiguió el puesto y el Beagle partió de Inglaterra en diciembre de 1831, permaneciendo fuera durante unos cinco años, haciendo la circunnavegación del globo terráqueo después de cumplir con sus deberes en las costas de Sudamérica. Darwin siempre dijo que el viaje del Beagle había sido el acontecimiento decisivo de su carrera. Ciertamente lo decidió a convertirse en un naturalista de tiempo completo en vez de un clérigo amateur (vale la pena hacer notar que nunca fue un científico profesional en un sentido moderno; había muy pocos puestos disponibles en ese tiempo y su familia era lo suficientemente rica como para que Darwin pudiera trabajar de manera independiente). Mientras que el Beagle navegaba de arriba a abajo por la costa de Sudamérica, Darwin pasó gran parte de su tiempo en tierra, llevando a cabo extensos viajes de exploración, primero en las pampas argentinas y luego en las montañas de los Andes. Vio a los nativos de Tierra del Fuego, considerados en ese tiempo como uno de los pueblos más “salvajes” que habitaban la Tierra, y fue testigo del fracaso de los esfuerzos de Fitzroy por civilizarlos cuando regresó a tres de ellos que habían sido llevados a Inglaterra en el viaje previo.
Podría proseguir largo tiempo contando la serie de aventuras que Darwin tuvo durante el viaje y narrando los descubrimientos que hizo en geología, historia natural y antropología. Ya he hecho notar la importancia de su trabajo en geología, pero para seguir con el tema principal de los mitos que rodean a Darwin quiero enfocarme en un solo aspecto de su trabajo: sus experiencias relacionadas con la biogeografía, en particular en las Islas Galápagos.
Creo que el trabajo de Darwin sobre la distribución geográfica de las especies fue uno de los fundamentos más importante de su teoría, ya que al dejar al descubierto la debilidad de la teoría convencional de la creación divina de las especies, lo convirtió a lo que actualmente llamaríamos evolucionismo. También moldeó los fundamentos de la teoría que desarrollaría para reemplazar la teoría de la creación, al forzarlo a pensar en la evolución no como una ladera por la cual la vida ascendía hacia la humanidad, sino como un árbol ramificado sin ninguna línea central de desarrollo. En lugares como las Galápagos, Darwin se percató de que la mejor forma de explicar de dónde vienen las nuevas especies es ver cómo las formas representativas de una forma ancestral común pueden ramificarse en múltiples direcciones cuando quedan aisladas en diferentes localidades. No hay una sola meta porque cada población aislada se adapta según su propio modo al nuevo ambiente, y posteriormente puede convertirse ella misma en el ancestro común de otros grupos de especies divergentes, siempre y cuando ocurran nuevas migraciones. Pueden igualmente extinguirse si se enfrenta a desafíos ambientales a los que no pueda adaptarse. La evolución no está preprogramada, es azarosa y oportunista, completamente dependiente de las oportunidades (con frecuencia completamente impredecibles) que se presentan a los organismos al emigrar hacia nuevas localidades. Todo esto le vino a la mente en las Islas Galápagos, donde encontró, en muchas de las islas, series de especies distintas pero relacionadas. Las Galápagos son un grupo de islas volcánicas situadas en el océano Pacífico, a quinientas millas al oeste de las costas de Ecuador. El Beagle pasó allí algún tiempo en septiembre de 1835, hacia finales del viaje. El mejor ejemplo de los descubrimientos que hizo allí fue el que conocemos actualmente como los pinzones de Darwin, aunque en ese tiempo probablemente fueron más importantes los mímidos (en septiembre de 1835 colectó en San Cristóbal, la primera isla de las Galápagos que visitó, un ejemplar del género Mimus, muy parecido a los que había visto en Sudamérica; poco después, en Floreana, una isla vecina, encontró otros mímidos muy semejantes a los de San Cristóbal, aunque consistentemente diferentes). Hay una serie de especies de pinzones en las diferentes islas que difieren especialmente en la forma de sus picos, los cuales están adaptados a diversas formas de forrajeo para obtener alimento. Cuando Darwin se dio cuenta de que eran distintas especies (hecho que confirmó un eminente ornitólogo cuando regresó a Inglaterra), vio que resultaba muy difícil tomarse en serio la explicación por creación divina. ¿Debería uno creer que el Creador había hecho milagros separados en cada una de estas pequeñas islas situadas en medio del océano? Tenía mucho más sentido imaginar pequeñas poblaciones derivadas de una especie ancestral de Sudamérica que se habían establecido en las islas después de haber cruzado el océano arrastradas por tormentas. Cada una se había adaptado de manera propia a su nuevo hogar. Aquí estaba el fundamento de la teoría de la evolución divergente conducida por la migración y la adaptación.
Existe la creencia popular de que Darwin sufrió una especie de experiencia tipo “eureka” en las Islas Galápagos, pero éste es otro de los mitos que han sido rebatidos mediante un estudio cuidadoso de sus cuadernos de notas y cartas. John Van Wyhe, fundador de la página en la red “Darwin-online”, afirmó recientemente que toda esa historia del papel crucial de las Galápagos es un cuento que fabricaron los historiadores de mediados del siglo XX, quienes estaban fascinados por el libro clásico de David Lack de 1947, Los pinzones de Darwin. Señala que en la introducción de El origen de las especies, Darwin se refiere solamente a la biogeografía de Sudamérica como el fundamento de sus ideas, y no a las Galápagos específicamente. Las explicaciones históricas más tempranas de su trabajo no se enfocaron en las islas. Por otra parte, hay una discusión sustancial sobre las Islas Galápagos en el texto de El origen de las especies, y la explicación que da Darwin en su libro El viaje del Beagle destaca que, al estudiarlas, uno es arrastrado hacia ese “misterio de misterios”, es decir, el primer origen de nuevas formas orgánicas. Creo que las Galápagos fueron importantes porque enfatizaron ideas que Darwin ya tenía de estudios más amplios de biogeografía en el continente. Por otra parte, la idea de que Darwin sufrió una experiencia “eureka” cuando estaba en las islas ha sido rebatida por el estudio detallado de los cuadernos y cartas que hizo Frank Sulloway. Parece que Darwin no reconoció la importancia de las diferentes formas hasta que ya casi se iba, así que tuvo que recolectar especímenes sin etiquetarlos y sin saber de cuál isla procedían. Afortunadamente, otros miembros de la tripulación también eran naturalistas aficionados y habían hecho una colecta más cuidadosa, de modo que Darwin fue capaz de armar gradualmente una imagen de cómo estaban distribuidas las diferentes especies sobre las islas. Pero ello ocurrió durante el viaje de regreso, y la historia no estuvo realmente completa hasta que el ornitólogo John Gould confirmó que los pinzones eran especies distintas y no meras variedades locales de una sola forma. Así, las ideas convencionales acerca del trabajo de Darwin en las Galápagos están un tanto distorsionadas en cuanto a lo que en el fondo era una interpretación coherente del significado de las islas. En realidad, yo diría que en este caso el mito sirve para un propósito útil, ya que capta la atención del público hacia la biogeografía como el área clave de la ciencia que condujo a Darwin a su descubrimiento. También, con demasiada frecuencia la gente asocia la evolución con el registro fósil. Es cierto que Darwin descubrió fósiles en tierra firme en Sudamérica que fueron importantes para confirmar que el continente siempre ha tenido una fauna distintiva y propia, y no tanto porque proporcionaran evidencia directa de la evolución. Sin embargo, Darwin siempre mantuvo que el registro fósil era demasiado incompleto para permitir reconstruir el curso detallado de la evolución. Al enfocar la atención de la gente en la biogeografía más que en el registro fósil, la historia de las Galápagos brinda a cualquiera una mejor comprensión sobre la fuente de donde provino su teoría. La formulación de la teoría Poco después de que el Beagle había regresado a Inglaterra en 1836, Darwin se convenció de que la teoría de la creación divina de las especies debería ser reemplazada por alguna forma de evolucionismo —lo que entonces llamaba la teoría de la transmutación. Los cuadernos que escribió en los años siguientes muestran el proceso lento por el cual fue descubriendo el camino hacia la teoría de la selección natural. Éstos han sido estudiados ampliamente por los historiadores y han aclarado mucho el proceso creativo involucrado en la construcción de la teoría. La biogeografía lo condujo rápidamente hacia la idea de una evolución ramificada guiada por la adaptación de las poblaciones expuestas a condiciones nuevas. Pronto cambió su interés hacia el estudio del trabajo que hacían los criadores de animales, lo cual le ayudó a ver el grado de variación dentro de las poblaciones, y lo orientó también, directa o indirectamente, hacia la idea de la selección. En cierto sentido, la pregunta central que surgió fue: ¿hay un proceso natural que pueda reemplazar la selección artificial practicada por los criadores? La respuesta a esta interrogante le vino cuando leía el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus, quien argumentaba que la gente tendía naturalmente a producir más hijos de los que los recursos disponibles podían sustentar. Al menos en el caso de las tribus primitivas, Malthus hacía notar que la presión de la población conduciría hacia una “lucha por la existencia”, cuyo resultado determinaría quién viviría y quién moriría. Allí se encontraba la base del mecanismo de la selección natural. Darwin afirma en su Autobiografía que leyó a Malthus por mero “entretenimiento”, lo que ha permitido a aquellos comentaristas modernos que ven a Darwin como un científico puro afirmar que en realidad la ideología que representaba Malthus tuvo poco influencia en su teoría. Malthus se había pronunciado en contra de que el Estado apoyara a los pobres afirmando que la divina providencia había ordenado la pobreza y la penuria como incentivos para el ahorro y el trabajo duro. Sabemos ahora por los cuadernos de Darwin que su lectura de Malthus fue todo menos accidental, fue parte de un programa más amplio para investigar las consecuencias de incluir la raza humana dentro de un marco evolutivo. Darwin necesitaba claves que le ayudaran a entender cómo había sido moldeada la naturaleza humana por nuestros orígenes animales. Actualmente pocos historiadores dudan que hubo una influencia significativa del entorno cultural de la época sobre las ideas de Darwin acerca de la selección natural. Este punto fue reafirmado hace algunos años por la popular biografía escrita por Adrian Desmond y James Moore, la cual da la imagen de Darwin como la de un pensador angustiado por la amenaza potencial que representaba su teoría hacia los valores morales y religiosos convencionales. Más recientemente, el equipo Desmond-Moore ha hecho una interpretación aún más radical de la aportación de los temas vigentes en su tiempo sobre el pensamiento de Darwin. En su nuevo libro, La causa sagrada de Darwin, argumentan que fue su odio a la esclavitud lo que lo condujo hacia su modelo evolutivo. Sabemos que toda la familia de Darwin tomó parte activa en la campaña contra el comercio de esclavos y que él presenció directamente los terribles efectos de la esclavitud cuando estuvo en Sudamérica. Desmond y Moore destacan que uno de los principales argumentos empleados por quienes apoyaban la esclavitud fue que las razas blanca y negra habían sido creadas por separado. La raza negra no descendía de Adán, por lo que representaba una especie distinta y, desde luego, inferior. Darwin apoyaba la tesis bíblica de que todos los humanos compartían un mismo ancestro y, a partir de allí —según Desmond y Moore— se dio cuenta de que la mejor forma de apoyar esta posición era argumentar que las formas relacionadas en el reino animal también habían divergido de un ancestro común. Este punto de vista revisionista del origen de la teoría ha llamado mucho la atención, especialmente en Norteamérica, donde la afirmación de que el darwinismo ha sido responsable de promover el odio racial es aprovechada por los creacionistas. La referencia a la idea bíblica sobre el origen de la raza humana en esta nueva tesis resulta particularmente irónica, dada la tendencia de la teoría de Darwin a socavar la mayoría de las demás ideas tradicionales sobre la creación divina. El primer libro de Desmond y Moore ciertamente apoyaba la idea popular de que Darwin deliberadamente se abstuvo de publicar su teoría debido a su miedo a la reacción pública. En 1844 había escrito un ensayo sustancial describiendo su teoría, un esbozo de El origen de las especies, mas no publicó nada sobre el tema durante los siguientes quince años. Considerando los sentimientos de su esposa, la posibilidad de una reacción adversa era demasiado obvia. En 1839 se había casado con su prima, Emma Wedgwood, y tres años después se habían establecido en Down House, en Kent. Darwin se había convertido en el escudero no oficial de esta aldea, una posición social de la cual estaba perfectamente consciente y que se vería amenazada por cualquier protesta pública. Emma, que igualmente asumía con toda seriedad su profunda religiosidad, se percataba claramente de que las ideas de su marido amenazaban con socavar sus creencias tradicionales. En un escrito a Hooker, Darwin comentaba que el desafiar la creación divina era como “confesar un asesinato”, una expresión que ha sido interpretada ampliamente como muestra de que se mantenía reacio a publicar su teoría. La suposición de que Darwin retrasó deliberadamente la publicación de su trabajo ha sido desafiada recientemente por John Van Wyhe, quien señala que cuando la cita “cometer un asesinato” se pone en contexto, parece mucho más algo escrito con ironía. Además de ése, hay muy pocos enunciados en las cartas de Darwin que indiquen que tuviera miedo de publicar. Van Wyhe argumenta que Darwin simplemente estaba ocupado en terminar otros trabajos. Para empezar estaban los libros sobre geología, además de que en la década de 1840 había iniciado un estudio importante sobre los percebes, que era entonces un grupo de animales poco conocido. Esta empresa había sido motivada a raíz de algunos especímenes anómalos que había traído de su viaje del Beagle, aunque se había convertido en un proyecto enorme y muy demandante que eventualmente condujo a la publicación de cuatro volúmenes altamente técnicos a principios de la década de 1850. El proyecto ayudó indirectamente a su teoría, ya que arrojó mucha luz sobre el tipo de estructuras que podía producir la selección natural, además de darle a Darwin una reputación como naturalista. Van Wyhe destaca que fue sólo después de que estos volúmenes estuvieron en la imprenta cuando Darwin empezó a pensar en publicar su teoría. Pero los años intermedios de la década de 1850 fueron también un tiempo en que los científicos, e incluso algunos pensadores religiosos, se sintieron más incómodos con la idea de que ocurrieran frecuentes intervenciones divinas en el mundo. Así, permanece aún sin resolverse el asunto de si Darwin realmente se rehusaba a publicar por miedo a las consecuencias. Personalmente creo que había cierta molestia persistente sobre este asunto y que lo motivó a dirigir sus esfuerzos hacia otros trabajos. Otro factor que limitó los esfuerzos de Darwin fue su enfermedad crónica, la cual se desarrolló durante la década de 1850 y lo incapacitó para trabajar adecuadamente gran parte del tiempo. Los médicos que han escrito sobre este asunto todavía discuten una serie de posibles explicaciones sobre la causa de sus náuseas, debilidad y otros síntomas. Las dolencias pueden haber tenido un origen parcialmente nervioso. A Darwin se le había vuelto difícil tolerar el nerviosismo de los encuentros públicos. Actualmente muchos suponen que Darwin se había convertido en una especie de recluso, encerrado en su retiro de Down. Pero esto no es sino otro mito. Down está en realidad muy cerca de Londres, adonde Darwin continuaba viajando regularmente para trabajar en bibliotecas y museos. Aún más importante es que ya había un servicio postal regular y eficiente, que le permitió construir una enorme red de correspondencia por todo el país y por todo el mundo. Tanto amigos como colegas naturalistas lo visitaban en Down, incluido el geólogo Lyell, el botánico Hooker y ocasionalmente el joven Thomas Henry Huxley. A mediados de la década de 1850 Lyell y Hooker habían comentado con Darwin su teoría y le habían insistido que la publicara cuanto antes. Darwin empezó a trabajar en el asunto hasta avanzar un mamotreto de tres volúmenes, pero su trabajo se vio interrumpido en 1858 por la llegada de un escrito de Alfred Russel Wallace que contenía la propuesta de una teoría similar a la suya. Se han escrito muchas tonterías sobre el “codescubrimiento” de la selección natural por Darwin y Wallace. En realidad, éste no fue el caso de un descubrimiento simultáneo porque Darwin había estado trabajando en su teoría durante veinte años. Inicialmente Wallace abordó el problema desde la misma dirección que Darwin, es decir, desde el estudio de la distribución geográfica. Estaba colectando especímenes en lo que actualmente conocemos como Indonesia cuando concibió su idea de la selección natural. Pero había diferencias significativas entre las propuestas. Wallace no hizo estudios sobre la crianza de animales y nunca aceptó la analogía que vio Darwin entre selección artificial y natural. La lectura de su artículo de 1858 (“On the tendency of varieties to depart indefinitely from the original type”, leído junto con el texto de Darwin el 1 de julio de 1858 en una reunión extraordinaria de la Linnean Society of London) me sugiere que en ese entonces tenía solamente un entendimiento superficial de cómo actuaba la selección natural sobre las variantes individuales, lo cual es el núcleo de la teoría de Darwin. Wallace estaba mucho más interesado en la eliminación de las variedades locales menos adaptadas de una especie, es decir, lo que conocemos como subespecies. De cualquier modo, ciertamente había grandes semejanzas con la idea de Darwin, por lo que éste se aterrorizó cuando el artículo de Wallace llegó por correo a las puertas de su casa. Llamó a Lyell y a Hooker, quienes organizaron la lectura conjunta de sus artículos en la Linnean Society, lo que hizo de dicha reunión la primera presentación pública de la teoría. Luego se puso a escribir la versión resumida de su “gran libro”, que resultó en lo que conocemos como El origen de las especies. No es éste el lugar para contar la historia completa de los debates que desató El origen. Muchos pensadores conservadores reaccionaron con horror hacia una teoría que parecía negar no sólo la creación divina, sino cualquier designio o propósito en el mundo natural. Algunas de las confrontaciones han adquirido por sí mismas un estatus mítico. Quizá la mejor conocida sea la confrontación entre el “bulldog de Darwin”, Thomas Henry Huxley, y el obispo de Oxford, Samuel Wilbeforce, en el encuentro de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. Darwin mismo no asistió —por entonces no podía tolerar la agitación de ese tipo de eventos públicos— pero Wilbeforce atacó su teoría por su tendencia a socavar la religión y a ligar la humanidad con los monos. Según la interpretación clásica de ese encuentro, narrada en los libros de texto, Huxley apabulló al obispo al afirmar que él prefería descender de un mono que de alguien que hacía un mal uso de su posición para atacar una teoría que no entendía. Sin embargo, los historiadores modernos han cotejado las cartas y agendas escritos por personas que realmente estuvieron presentes en el debate, y han demostrado que el discurso de Huxley no se consideró particularmente contundente; de hecho, fue un discurso del botánico Hooker el que dio el mayor apoyo a Darwin. Esta historia del triunfo de Huxley fue manufacturada por una generación posterior de darwinistas para simbolizar la derrota de la teoría sostenida por el oscurantismo religioso. Con el establecimiento del darwinismo moderno a mediados del siglo XX, la historia persistió durante un buen tiempo sin que nadie la desafiara, hasta que la siguiente generación de historiadores comenzó a poner a prueba sus fundamentos. La frágil naturaleza de nuestro entendimiento sobre el encuentro Huxley-Wilbeforce simboliza otro equívoco más extendido acerca de lo que representó la teoría de Darwin para sus contemporáneos. Durante el curso de la década de 1860, el “darwinismo” se convirtió en una teoría ampliamente aceptada, aunque en ese tiempo ello significaba poco más que un apoyo general a la idea de evolución. Sin embargo, persistía la duda, ampliamente extendida, de que la teoría de la selección natural de Darwin brindara una explicación viable acerca de cómo operaba el proceso. Incluso Huxley no creyó que la selección fuera la historia completa, según se deduce de los argumentos que usó en su campaña para socavar la autoridad del establishment religioso. Científicos profundamente religiosos, como el botánico Asa Gray, el principal adherente de Darwin en Estados Unidos, pensaba que la variación entre las poblaciones no era azarosa, sino que se producía principalmente en la dirección benéfica para las especies, lo cual reflejaba un elemento de diseño introducido por el Creador en las leyes de la naturaleza. Al final hubo una clara aceptación general de la evolución, aunque la mayoría de las primeras generaciones de “darwinistas” seguían creyendo que algo con más propósito que la selección natural operaba en la evolución, asegurando así su progreso continuo hacia formas superiores. La imagen de que el fin del siglo XIX estuvo dominado por un darwinismo materialista es en sí misma un mito, promovida por las últimas generaciones de laicos que tenían a Huxley como su héroe. De manera un tanto paradójica, también fue apoyada por sus oponentes. Eminentes figuras literarias como Samuel Butler y posteriormente George Bernard Shaw reaccionaron contra el materialismo de la teoría de la selección natural con un nivel de rechazo tan profundo como el expresado por clérigos como Wilbeforce. Les gustaba proyectarse a sí mismos como víctimas de una ortodoxia darwinista cruda que se había apoderado de la ciencia y la cultura de las postrimerías de la época victoriana. En realidad, Shaw concibió su propia versión de “evolución creativa” como el fundamento de una nueva teoría no materialista que desplazaría al darwinismo. A pesar de todas sus estridencias, el darwinismo que atacó no fue más que un producto de su imaginación. Los biólogos de fines del siglo XIX que aceptaron la selección natural como el mecanismo único de evolución pueden contarse con los dedos de una sola mano. La mayoría de los científicos y figuras literarias le dieron un peso mayor a mecanismos no seleccionistas de evolución, entre los cuales el más obvio es el de la herencia de caracteres adquiridos de la teoría lamarckista. Aquí debo hacer una digresión para explicar este mecanismo alternativo. Mucho antes de Darwin, el biólogo francés Jean Baptiste Lamarck había propuesto la teoría de una evolución guiada por el propio esfuerzo de los animales para enfrentar los cambios en sus ambientes. Era la teoría que Robert Grant había adoptado cuando Darwin estaba en Edimburgo. Los caracteres adquiridos eran aquellos desarrollados por un animal durante el curso de su propia vida por medio de sus propios esfuerzos. El ejemplo más obvio en los humano sería el de los músculos protuberantes de un levantador de pesas. Si caracteres de ese tipo se pudieran transmitir a las siguientes generaciones, las poblaciones serían capaces de adaptarse a las nuevas condiciones cambiando sus hábitos y construyendo las estructuras adecuadas. Habría un propósito en la evolución que surgiría, no de la creación divina, sino de la conducta creativa de los seres vivientes. Esta era la alternativa que preferían Butler y Shaw, y que también fue muy popular entre los científicos. En realidad, lo que llegó a conocerse como “neolamarckismo” era una fuerza poderosa a la que Julian Huxley (el nieto de Thomas Henry) describiría posteriormente como “el eclipse del darwinismo” ocurrido alrededor de 1900. El mismo Darwin aceptó que el lamarckismo jugaba un papel secundario, pero existe una creencia ampliamente extendida de que hacia el final de su vida le dio una mayor importancia, a medida que retrocedía ante los ataques lanzados contra la teoría de la selección. Esto es una exageración, su propia teoría hereditaria siempre había dejado campo libre para el efecto lamarckiano, y las últimas referencias que hizo a la teoría fueron sólo para reafirmar a sus lectores que no sostenía una posición dogmática a favor de la selección natural. Otros comentaristas posteriores pensaron que Darwin se había visto forzado a retraerse porque creyeron que su teoría había sido fatalmente socavada por su incapacidad para valorar el modelo nuevo de herencia propuesto por Gregor Mendel. A principios del siglo XX la nueva ciencia de la genética se había construido tardíamente con base en los famosos experimentos de Mendel con chícharos para crear una teoría de la herencia que destruía el lamarckismo y establecía el fundamento del moderno neodarwinismo. Los hijos de los levantadores de pesas no podían heredar sus músculos protuberantes. Los genetistas finalmente reconocieron que las mutaciones generaban ocasionalmente un nuevo carácter que ayudaría a los organismos a adaptarse a su ambiente, proporcionando de esta manera la materia prima de la selección natural. Así surgió el neodarwinismo, que todavía sigue dominando la biología, lo cual fue celebrado por Julian Huxley en su libro clásico de 1943, Evolución: la síntesis moderna. Resulta fácil, desde la perspectiva del darwinismo moderno, imaginar que la “falla” de Darwin para apreciar la importancia del trabajo de Mendel le impidió colocar su teoría sobre fundamentos más sólidos. Esto es una burda simplificación. Darwin no leyó el artículo de Mendel, como nadie más en ese tiempo, y los pocos partidarios convencidos de la selección natural de fines del siglo XIX fueron capaces de desarrollar la teoría sin la ayuda de la genética. Karl Pearson y W. F. R. Weldom fueron los pioneros del estudio estadístico de la variación en las poblaciones y estudiaron los efectos de la selección natural usando una teoría de herencia que no era la de la genética mendeliana. La verdadera fuente de dificultades que enfrentó Darwin no fue la ausencia de una teoría genética, sino la incapacidad de sus contemporáneos para aceptar que la evolución podía operar solamente por ensayo y error. Este modelo se aceptó ampliamente sólo hasta fines del siglo XX, permitiendo que los darwinistas ateos, como Richard Dawkins, resaltaran con precisión las consecuencias que tanto temían los pensadores religiosos de tiempos de Darwin. Y esto me lleva a mi mito final sobre Darwin. Él mismo había reconocido las implicaciones más amplias de su teoría en una etapa temprana y había ido abandonando gradualmente su fe religiosa. Ya he hecho notar una consecuencia de esto, es decir, la posibilidad de que hubiera retrasado la publicación por miedo a las consecuencias. Darwin nunca fue un ateo, aunque ciertamente se convirtió en un agnóstico, para usar el término acuñado por T. H. Huxley. En las páginas creacionistas en la red, rutinariamente se cuenta la historia de que, en su lecho de muerte, Darwin sufrió una conversión, regresando a su original fe cristiana y, por implicación, repudiando su teoría. El historiador James Moore ha investigado la fuente de esta leyenda. No hay ningún hecho que la avale. Varios miembros de la familia de Darwin estuvieron presentes en su lecho de muerte y ninguno registró ningún indicio de tal conversión. La historia parece haberse originado en los escritos de un evangelista que predicaba en la villa de Down poco antes de que Darwin muriera, quien simplemente dio unas palabras de aliento para el gran hombre. Hay que recordar que Darwin era, en efecto, el escudero del poblado y que se tomaba en serio sus deberes sociales. Muy bien pudo mostrarse renuente a recibir a un evangelista visitante pero, de haberlo hecho, habría mandado un mensaje equivocado, con el riesgo de alterar el orden social. Darwin no fue un darwinista social, y ello hace surgir un tema que ya no hay tiempo de abordar aquí. Darwin murió muy temprano la mañana del 19 de abril de 1882 a la edad de 73 años. Sus familiares querían un funeral privado, pero Huxley y otros científicos destacados los persuadieron de que una figura tan eminente merecía una ceremonia pública que permitiera expresar el respeto de la nación. Así, Darwin fue enterrado en la Abadía de Westminster el 26 de abril, y entre quienes ayudaron a cargar el féretro estaban Huxley y Wallace. Podría parecer extraño que un hombre cuyas ideas han sido consideradas como fatales para todas las creencias religiosas haya sido enterrado en un suelo sagrado con la asistencia de clérigos eminentes. Pero para entender este suceso necesitamos apreciar su simbolismo. Darwin nunca fue un científico profesional, aun cuando para la nueva generación de profesionales como Huxley su teoría representaba el triunfo del pensamiento progresista sobre el viejo dogma. Esto permitía a los nuevos profesionales presentar la comunidad científica como la sucesora natural del clero y como fuente de autoridad moral en las naciones modernas. Además, no debemos olvidar que la primera generación de darwinistas había evitado con éxito los ataques de los conservadores mediante el recurso de minimizar la teoría de la selección natural y presentando la evolución como el desenvolvimiento de un proceso cósmico que tiene un propósito. Ha sido sólo en los tiempo modernos, siguiendo el triunfo de la síntesis del darwinismo y la genética, que nos hemos visto forzados a confrontar las implicaciones de la visión de Darwin de un mundo gobernado solamente por ensayo y error, un mundo, como proclama Richard Dawkins, sin ningún signo de propósito divino inscrito en él. El resultado ha sido el resurgimiento de controversias similares a aquellas que confrontó primero Darwin consigo mismo, y no creo que esta vez amainen tan rápidamente. ![]() |
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Peter J. Bowler
Queen’s University, Belfast.
Es profesor de la Queen’s University, Belfast, miembro de la American for the Advancement of Science y de la Académie Internationale d'Histoire des Sciences. Fue presidente de la Sociedad Británica de Historia de la Ciencia de 2004 a 2006.
Traducción: Alfredo Bueno
Facultad de Estudios Superiores-Zaragoza, Universidad Nacional Autónoma de México
como citar este artículo →
Bowler, Peter J. (2010). Charles Darwin: el hombre y sus mitos. Ciencias 97, enero-marzo, 4-17. [En línea]
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Patricia Magaña Rueda
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En los últimos años la frase “la ciencia debe ser considerada
parte de la cultura” ha rebasado los círculos académicos, y ha hecho que muchos medios y comunicadores se interesen en México por divulgar el conocimiento. La racha iniciada en 2005 con el Año internacional de la física continúa hoy con la celebración de los 400 años de la primera observación con un telescopio, y por supuesto con el Año de la evolución, como se ha presentado en muchos foros la celebración del 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin, y los 150 de la publicación de su obra central El origen de las especies.
Queda todavía mucho por recorrer para popularizar una de las teorías científicas centrales en la historia de la humanidad, la de la evolución. Las interpretaciones del Origen y las ideas de Darwin son variadas, y van de lo más sustentado hasta lo más rústico y deformado. Quizá todo sirva si pone en el centro de la atención pública a un personaje tan importante como Darwin, y aún más a su revolucionaria teoría. Para una pequeña muestra, reviso ejemplos, algunos muy llamativos, y que pueden ser consultados a través de la red o comprados a precios muy accesibles, y otros que pueden ser buscados en librerías o en los canales de televisión. Blogs Blog de evolución. Se trata de un esfuerzo de la Universidad Nacional Autónoma de México para que el público conozca los múltiples y variados aspectos de la descripción y discusión de la teoría de la evolución. Hay visiones desde la biología, la antropología, la filosofía, la literatura, la historia, la sociología, la política y el arte . http://blog-evolucion.unam.mx/informacion/ La Ciencia por Gusto. Martín Bonfil, experimentado divulgador de la ciencia, presenta una serie de pequeños artículos muy bien documentados, con esquemas claros y ligas a cada uno de los conceptos que desarrolla. Un espacio para ser revisado con frecuencia, y que este año ha puesto el énfasis en la evolución . http://lacienciaporgusto.blogspot.com
Revistas The economist. La revista británica semanal The economist, que contiene en forma regular una buena sección de ciencia y tecnología, publicó en su edición de febrero de 2009 un interesante ensayo para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Darwin. Pone el énfasis en los distintos aspectos históricos de la teoría de la evolución y sus puntos centrales, además de resaltar los focos de discusión actuales como es el de la aceptación o no de la teoría en algunos países y la discusión de lo que se ha dado en llamar la economía del comportamiento, que discute las decisiones de las personas para enfrentar el riesgo. El texto plantea una idea central: “para entender apropiadamente la conducta humana, el mundo necesita a Darwin”. Playboy. Como en otras ocasiones, Playboy sorprende al incluir en su número de marzo de 2009 un breve artículo con el título “La culpa es de Darwin”, preguntándose “cómo sería la vida humana, si Charles Darwin no nos hubiera arrebatado el título de favoritos de la creación, condenándonos a ser una especie más en el mundo”. Y de allí parte para hablar de autoestima, mundo nocturno, cuerpos de Angelina Jolie y Scarlett Johannson como variaciones de un tití blanco convertidas en una beldad, y la creación de esta revista para dar cuenta de la evolución de mujeres en bellas conejitas. Discutible, pero al fin y al cabo indicando la importancia de la efeméride. ¿Cómo ves? La revista de divulgación científica de la UNAM, para jóvenes de secundaria y bachillerato, en sus números más recientes ha publicado distintos textos sobre evolución biológica. Recomendable para entender conceptos básicos. http://www.comoves.unam.mx Libros Darwin y la invención del queso. Bas Haring, divulgador científico holandés, nos deja ver a través de este libro de la colección Libros del Escarabajo (2008), cómo se puede hacer un texto en verdad entretenido, claro y hasta provocador sobre la teoría de la evolución. Con un lenguaje apropiado para cualquier persona interesada en introducirse al tema, encontrar ejemplos y tener una guía de los puntos esenciales de la teoría planteada por Darwin —la variación, la competencia y la herencia—, el libro es una excelente forma de presentar conceptos de manera entretenida y hasta lúdica. La última parte contiene tres capítulos que hablan del comportamiento, la moral y Dios. A life in poems. Ruth Padel, tataranieta de Darwin, narra la vida y describe parte de la obra de Charles Darwin por medio de poemas. The Miser, Plankton, A Quarrel in Bahia Harbour, More Funny Ideas About Grandeur y Salting the Seeds son algunos ejemplos que pueden ser consultados en la página de la revista New Scientist. Un modelo novedoso de popularización de una biografía y una obra:
Radio
A todo Darwin. Ana Barahona y Martín Bonfil hacen un recorrido por las facultades, los institutos y otras dependencias de la unam donde están presentes los aportes científicos de Darwin. Bien vale desconectarse de la televisión y pegarse a estas muy buenas emisiones con entrevistas por demás interesantes.
Los títulos de los programas son: Darwin en sociedad; El darwinismo en México; La teoría de la Evolución revolucionó la biología; Religión y ciencia: ¿enemigos irreconciliables?; Darwin y los microbios.http://www.radiounam.unam.mx Videos Aunque con sólo escribir Darwin en cualquier buscador de la red, uno encuentra muchos tipos de referencias, es adecuado revisar algunos de los videos que se han subido por medio de You Tube y Google. En medio de todas las opciones es recomendable conocer la visión de Richard Dawkins, controvertido evolucionista británico, quien se declara ateo, humanista y escéptico, a través de la entrevista: Dawkins on Darwin.http://richarddawkins.net/ article,2784,Dawkins-on-Dar win,Richard-Dawkins-Paula- Kirby-Channel-4 Televisión La oveja eléctrica, un programa con una muy adecuada conducción de José Gordon en el canal 22 de Televisión Metropolitana del DF, se propone poner la ciencia al alcance de todos. En junio presentó una entrevista a Antonio Lazcano, destacado profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM, quien en forma amena platicó sobre Darwin y El origen de las especies, incluidos comentarios y anécdotas dignas de conocerse. Los programas son retransmitidos de cuando en cuando, y pueden encontrarse en la red. http://www.youtube.com/user/canal22 Teatro Darwin vs Dios. Durante algunos meses, la UNAM albergó esta puesta en escena de Jesusa Rodríguez. Su caracterización de Darwin es muy buena y genera momentos de hilaridad. En realidad casi nada se habla de la teoría, y sí mucho de crítica a los políticos mexicanos. En la segunda parte, la actriz hace participar al público y rebate, con chispa, la existencia de Dios.
Para continuar
Éste es apenas un pequeño acercamiento a las diversas manifestaciones que ha habido para conocer a Charles Darwin, su legado y la actualidad de su obra. Además de la exitosa feria que se presentó frente a la Rectoría de la UNAM y en el Palacio de Minería, se hizo una gran exposición en la Alameda Central de la ciudad de México.
Un querido profesor sugiere siempre a sus alumnos el leer a los clásicos, ya que insiste, y con razón, que “ellos han descubierto y generado el conocimiento fundamental sobre el que se ha cimentado todo el saber contemporáneo”. Lo retomo aquí para sugerir que, además de revisar las opciones citadas, hay que leer la primera edición de El origen de las especies, la mejor forma de continuar esta celebración y de acercarse al personaje y conocer su obra fundamental. ![]() |
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Magaña Rueda, Patricia. (2010). Darwin popularizado. Ciencias 97, enero-marzo, 32-34. [En línea]
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Dos siglos explicando la evolución
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Ricardo Noguera Solano y Rosaura Ruiz Gutiérrez
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El pensamiento evolutivo como explicación de la
transformación de las especies es relativamente joven, no tiene más de 200 años. En 2009 la idea de la evolución ha sido el centro de conmemoraciones académicas en diversas partes del mundo, por un lado para conmemorar 150 años de la publicación de uno de los libros más famosos de Charles Darwin, El origen de las especies, publicado en 1859, y por otro, para festejar el bicentenario de dos eventos históricos que casualmente coinciden en el tiempo, aunque no así en el espacio: el nacimiento de Darwin, que tuvo lugar el 12 de febrero de 1809 en Inglaterra, y la publicación en Francia de la Filosofía zoológica de Jean Baptiste Lamarck en 1809, obra en la cual se expone la primera argumentación extensa sobre la transformación de las especies.
El estudio de la evolución biológica ha transformado no sólo nuestra concepción acerca de la vida en la Tierra, sino que ha impactado todos los ámbitos de la vida humana, ya que, además de brindar una explicación científica de la biodiversidad, la adaptación, el origen común de todos los seres vivos, la extinción y otros fenómenos biológicos, cambió la visión estática y predeterminada del mundo. El reconocimiento de que todo lo vivo se transforma, que hay una explicación plausible a este cambio, dejando fuera toda posibilidad de explicaciones sobrenaturales, sin dejar de lado el origen de la misma especie humana, ha transformado nuestra mirada del mundo natural y ha generado una gran riqueza conceptual.
De los infusorios a la humanidad
Jean B. Lamarck, naturalista francés, publicó en 1809 la primera argumentación coherente acerca de la transformación de las especies. Desde 1802 ya había plasmado, en materiales que preparaba para sus clases, su preocupación por la integración de una ciencia que abarcara el estudio de todas las formas vivas, por definir un conjunto de principios relativos a lo vivo, un cuerpo de preceptos, objetivos y propuestas que publicó en uno de sus libros más importantes, la Filosofía zoológica, preparada con los materiales que tenía destinados para una obra sobre los seres vivos, cuyo título sería Biología, y que debía contar con un conjunto de principios filosóficos que dieran cuenta del hecho más significativo de la vida: su transformación. Así, en su Filosofía zoológica, de 1809, Lamarck plantea que los fenómenos biológicos pueden explicarse en términos de causas naturales, y que las características de los seres permiten su clasificación. Sin embargo, no quería limitarse exclusivamente a describir los seres ni a explicar los procesos vitales, buscaba dar cuenta del origen y su relación con la anatomía, la fisiología, el comportamiento, las estrategias de reproducción, con el medio, entre otras cosas; quería explicar las causas de la organización de los seres tal y como se observa, y del desarrollo de las facultades que presentan.
En su argumentación sostenía que la vida se origina por generación espontánea, la cual ocurre cada vez que factores como el calor, la humedad, la temperatura, los nutrimentos, los campos magnéticos y eléctricos coincide y hacen posible el surgimiento de formas simples, de infusorios, cuyas características, en términos de Lamarck, son “cuerpos amorfos, gelatinosos, transparentes, contráctiles y microscópicos”. A partir de dichas formas simples se inicia una serie de transformaciones que tienden hacia la formación de seres cada vez más complejos, ya que la vida tiene una tendencia interna a desarrollarse, a partir de lo más simple hacia lo más complejo, por medio de una serie ordenada de eventos, un proceso que interactúa con las influencias ambientales, provocando cambios en los hábitos, considerados caracteres adquiridos, que son heredados de una generación a otra, produciendo a la larga la transformación de las especies y una tendencia a la complejidad.
En el esquema evolutivo de Lamarck, el linaje más antiguo es aquél del cual descienden los seres humanos, y es considerado como el más avanzado, mientras que los linajes de los organismos más simples son mucho más jóvenes por ser formas menos complejas. El punto inicial de cada linaje es un evento de generación espontánea distinto; así, por ejemplo, los seres humanos y los invertebrados no comparten un ancestro común. En este sentido y en lo que respecta a las causas de la transformación de las especies, la propuesta de Darwin es radicalmente diferente.
Sin embargo, la profunda diferencia epistémica y el indudable éxito de la propuesta darwiniana no implica desconocer o negar los grandes méritos de la primera propuesta que puso en entredicho el mito de la creación. Como puede constatarse al final del primer tomo de la Filosofía zoológica, Lamarck no acepta que el creador haya “previsto todas las clases posibles de circunstancias y […] dado a cada especie una organización constante, así como una forma determinada e invariable en sus partes”. Con tales ideas no sólo pretendía terminar con las creencias generalizadas sobre el mundo natural, intentaba explicar la naturaleza del ser humano, ya que la especie humana forma parte de la transformación general de la vida, y sus atributos, como la inteligencia y la razón, son propiedades naturales que resultan de la organización del sistema nervioso y pueden ser investigadas en términos de causas naturales.
Personaje de su tiempo, fue partidario de la revolución francesa y estaba convencido de que la transformación no sólo era un asunto que concierne el ámbito biológico sino también el social, ya que la naturaleza le había dado a cada individuo “un amor ardiente por la libertad y la soberanía”.
Con la obra de Lamarck, la idea de evolución, que hasta ese momento era empleada para referirse a los procesos del desarrollo embrionario, principalmente por los biólogos alemanes, adquirió su significado actual de transformación de las especies y, con ese sentido, fue utilizada por sus críticos, como Charles Lyell, y por los que simpatizaban con la idea de transformación, como Herbert Spencer, a quien se le atribuye, no sin razones, haber divulgado el término de “evolución” en Inglaterra con un sentido de “progreso biológico”.
Ancestro común y diversidad biológica Cincuenta años después de las propuestas de Lamarck, Charles Darwin publicó su teoría de la evolución por medio de selección natural. En su libro El origen de las especies, de 1859, establece las ideas que revolucionarían el estudio de la vida: su origen, transformación, historia y diversidad en el planeta. En la explicación darwinista, todas las especies, pasadas y presentes, comparten un ancestro común. Darwin rechazó la idea de que hubiera en la vida una tendencia inherente en la evolución, en su lugar propuso la explicación causal de evolución por variación y selección natural, con lo cual explica por qué los linajes cambian de manera sucesiva y por qué divergen unas formas de otras, dando origen a nuevas especies a partir de un juego entre la variación que surge de manera aleatoria (en el sentido de que su origen no tiene ninguna relación con el proceso adaptativo) y las diferentes presiones ambientales.
La propuesta de Lamarck tuvo poco impacto en su tiempo, Darwin la conoció en Edimburgo por su maestro Robert Grant, pero en la sociedad británica de entonces prevalecía la creencia de que cada especie había sido creada directamente por Dios. Es por esto que su explicación natural sobre el origen de las especies se convirtió un siglo y medio después en el ícono de las ideas de la transformación de las especies.
La historia de las revolucionarias ideas de Darwin comenzó básicamente en el viaje que realizó entre 1831 y 1836 alrededor del mundo abordo del Beagle, un navío inglés en el que viajó casi cinco años, lo que le permitió tomar notas y datos, así como hacer reflexiones sobre diversos aspectos del mundo natural. Cuando regresó del viaje preparó sus notas para publicarlas, pero al hacerlo encontró información que lo llevó a transformar sus ideas sobre el origen de las especies. Algunos de los datos más importantes fueron la existencia de fósiles de organismos extintos muy parecidos a las especies actuales como, por ejemplo, fósiles de armadillos similares en forma pero diferentes en tamaño a los armadillos actuales, o de Macrauchenia, un gran mamífero parecido a una llama actual pero de mucho mayor tamaño, y que Richard Owen consideró como un camélido. Darwin se preguntaba si no había acaso alguna relación de parentesco entre aquellas formas extintas y las actuales. Asimismo, encontró importante información con respecto de la distribución geográfica de los organismos, como la referente a los sinsontes del género Nesomimus, que en realidad fue lo que motivó a Darwin para la construcción de su teoría (y no los pinzones como se ha popularizado), ya que encontró que las diversas islas tenían una o dos especies diferentes, por lo que se preguntaba si podrían acaso todas estas especies descender de un ancestro común.
Ante la abrumadora cantidad de información, Darwin terminó por convencerse de que las especies del planeta tenían una relación de parentesco y que no se requerían explicaciones sobrenaturales para explicar cómo y por qué se transforman las especies. Él mismo comenta en su autobiografía que en 1837 encontró las respuestas que le permitían comprender dichas causas naturales de lo que en ese momento se llamaba “el misterio de los misterios”. La respuesta estaba en la variación hereditaria y la selección natural. El argumento de su explicación, acompañado de una gran cantidad de evidencias, fue publicado en 1859, después de que, en 1858, recibiera una carta de un joven naturalista que estaba investigando las causas de la transformación de las especies, y cuya teoría era muy cercana a la que él había trabajado durante cerca de veinte años. Ese joven naturalista era Alfred Russel Wallace, quien años más tarde se convertiría en el más entusiasta defensor del darwinismo y la evolución.
La explicación de Darwin está elaborada a partir de las siguientes ideas centrales: 1) todas las especies producen una gran cantidad de descendencia, 2) los recursos naturales para sostener a las poblaciones naturales son limitados, 3) todas las poblaciones tienen individuos con diferencias heredables, y 4) no todos los individuos pueden sobrevivir y dejar descendencia. De aquí concluye que las variaciones provocan diferencias en la capacidad individual de supervivencia y reproducción.
De estos elementos, la variación hereditaria, las diferencias individuales entre un organismo y otro, es primordial para que las poblaciones naturales evolucionen. En su vida cotidiana cada especie necesita un espacio y recursos —alimentos, nutrimentos, agua— para vivir, y al mismo tiempo cada organismo interacciona con los diferentes factores ambientales —clima, condiciones del terreno, depredadores, enfermedades, desastres naturales, entre otros. Si la descendencia de cada especie lograra vivir hasta la edad reproductiva y dejara descendencia, en pocos años poblarían la superficie de la Tierra; sin embargo, vemos que eso no ocurre, pocos individuos de las diferentes especies son los que logran vivir y reproducirse, y lo hacen porque tienen variaciones hereditarias, ventajas adaptativas que les permiten vivir y reproducirse, heredando a su descendencia tales características adaptativas. A este proceso de conservación de características adaptativas y la eliminación de las desfavorables, Darwin lo llamó selección natural o reproducción diferencial, proceso que ha ocurrido a lo largo de la historia de la vida y ha sido la causa de la transformación gradual de las poblaciones naturales, y que en periodos más largos vemos como transformación de las especies.
Dicho proceso de reproducción diferencial, en el que los individuos con características ventajosas logran dejar descendencia y aumentar su número en la población, es el punto de partida para explicar el origen de nuevas especies por medio de la acumulación lenta de variaciones favorables; es así como dos poblaciones aisladas reproductivamente siguen procesos evolutivos distintos y en millones de años serán dos especies diferentes. La explicación de variación y selección natural también explica la adaptación de los organismos, los “diseños adaptativos”: alas para el vuelo en las aves, aletas en los peces, cuerpos lisos en las serpientes, picos alargados con los que extraen el néctar los colibríes, etcétera. Cada diseño natural es resultado de ese dinámico proceso evolutivo.
Hoy sabemos que estas variaciones hereditarias se generan por mutaciones al azar, cambios en el ADN, que ocurren sin tener ninguna relación adaptativa con el ambiente, es decir, pueden ser útiles, neutras o perjudiciales, dependiendo de las condiciones ambientales. Como ejemplos de variación tenemos las características morfológicas de los organismos —los pinzones o lo sinsontes de las Galápagos tienen diferentes tipos de picos que les permiten alimentarse de varios tipos de semillas—, las diferencias en velocidad para escapar de un depredador o en capacidad para soportar largos periodos de sequías en algunas especies vegetales. Esas diferencias individuales en las poblaciones naturales son fundamentales.
Después de la publicación de El Origen, la historia de la biología cambió radicalmente, las ideas de Darwin se convirtieron en uno de los paradigmas de las investigaciones; la teoría de la evolución, prácticamente en términos darwinistas, se convirtió en la idea articuladora de las diversas disciplinas biológicas. En 1973, Theodosius Dobzhansky sintetizaba todo ese movimiento en una de las frases más famosas: “nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. Pero, como señalamos al inicio, la idea de evolución también es una idea dinámica, que sigue siendo enriquecida por todas y cada una de las investigaciones realizadas en distintos campos de la biología.
La evolución en el siglo XXI A lo largo de la historia del pensamiento evolutivo se han debatido, aclarado y precisado muchos de los conceptos darwinistas y se ha investigado la operabilidad y eficacia del paradigma fundamental en los más diversos campos de la biología. Sin embargo, la naturaleza de la ciencia no es dogmática, y ello significa que las investigaciones siempre rebasan las fronteras del conocimiento. En las últimas décadas se han desarrollado avances impresionantes en los terrenos de la biología molecular, paleobiología, genómica y en investigaciones relacionadas con el desarrollo embrionario; toda una gama de nuevos conocimientos que, sin duda, enriquecerán y modificarán la visión darwinista, sintetizada en la idea pictográfica del árbol de la vida que se ramifica suavemente (gradualidad) a partir de un tronco común mediante el proceso de variación y selección natural. La idea original de diversificación a partir de un ancestro común formulada por Darwin ha sido fortalecida a lo largo de más de 150 años de investigación biológica; la máxima expresión de la sencillez de esta idea es la propuesta de la biología moderna que ha sugerido como ancestro primordial a LUCA (por sus siglas del inglés Last Universal Common Ancestor), que denominamos como el ancestro común universal a partir del cual, mediante la variación y la selección natural, la vida se ha diversificado a veces gradualmente pero en otras ocasiones a pasos agigantados.
Esa imagen de la evolución y algunas implicaciones que se derivan de ella como la gradualidad y el papel central de la selección natural han sido duramente cuestionadas desde el siglo XX. El árbol de la vida que se ramifica gradualmente fue discutido por Niles Eldredge y Stephen Jay Gould desde la década de 1970, quienes sugirieron cambiar la suavidad de los trazos por una imagen de rasgos asimétricos que reflejan distintas velocidades evolutivas, una propuesta que ha sido conocida como la teoría del equilibrio puntuado; sin embargo, más que ser contraria al darwinismo se considera hoy una teoría complementaria del proceso evolutivo. Algo similar ocurrió con las propuestas de Motoo Kimura, cuya teoría neutral de la evolución desplazó del nivel molecular el papel protagónico de la selección natural, colocando en su lugar la mutación y la deriva génica como actores centrales de la evolución molecular.
La imagen de la historia de la vida fue remodelada también por las aportaciones de Lynn Margulis, mostrando un cuadro donde en algunos puntos de la historia ocurren relaciones que corrompen los linajes (ramas) de la historia de la vida, alterando la imagen de la gradualidad y dando soporte a otro tipo de procesos evolutivos, como la simbiogénesis, en donde la simbiosis o la adquisición de genomas completos han remodelado la historia de la vida.
En los últimos años, el cuestionamiento del “árbol de la vida” ha sido mayor y el papel de otro tipo de interacciones en la historia evolutiva se ha hecho evidente, pasando así a la propuesta de la “red de la vida”. Se trata de una idea sugerida por W. F. Doolittle y apoyada por autores como John Dupré, quien ha señalado que “sí hay un árbol de la vida, éste es una pequeña estructura irregular que se ha desarrollado en la red de la vida”, que contraría la idea de un árbol que se ramifica, aceptada como un elemento de validez evolutiva y que sostiene la idea del ancestro común a partir del cual se ha diversificado la vida. La aceptación de “la red de la vida”, en donde la historia de la vida es una red de relaciones evolutivas, se explica por un fenómeno que cada vez ha cobrado mayor importancia: la transferencia horizontal de genes, un fenómeno común en el universo bacteriano y viral, además de ser más común de lo que se suponía podría ser en los niveles de la vida pluricelular, y que no contradice la idea de existencia de patrones de ramificación.
El conocimiento de los genes y los fenómenos genéticos abrió otros campos de discusión sobre el fenómeno evolutivo. Uno de ellos es la relación entre el desarrollo y la evolución, propuesta conocida como biología evolutiva del desarrollo, campo que busca explicar la evolución de los organismos a partir de lo que algunos autores consideran como el rescate de los procesos del desarrollo embrionario para explicar y determinar las relaciones filogenéticas entre los organismos. Otro espacio de discusión que será significativo en los próximos años gira en torno a los procesos de regulación genética y el papel del ambiente en los fenómenos evolutivos.Eva Jablonka y Marion Lamb han sugerido adoptar una actitud pluralista en las explicaciones de la evolución y la herencia, ya que consideran importante resaltar aquellos factores no genéticos y redimensionar el papel del ambiente en el proceso evolutivo.
La biología del siglo XXI se ha convertido en una ciencia madura, con una multiplicidad de métodos, instrumentos y teorías de investigación que le permiten profundizar sobre el fenómeno evolutivo, incluso con una capacidad predictiva para explorar sobre bases firmes cómo ha sido la historia de la vida en el planeta. Un caso muy significativo en cuanto a los alcances de la biología evolutiva es el descubrimiento de un organismo conocido como Tiktaalik, un fósil del periodo Devoniano tardío que vivió aproximadamente hace 375 millones de años, encontrado en 2004 en la Isla de Ellesmere, Canadá. El hallazgo se logró gracias a que, a partir de información geológica, biológica, ecológica, etcétera, se determinó cuál sería el sitio más adecuado para localizar fósiles de la transición de la vida acuática a la vida terrestre en la historia evolutiva de los vertebrados. Además se estableció que tales organismos deberían tener, como los peces, escamas y branquias, y las características de tetrápodos, que les facilitaron conquistar la tierra —pulmones, articulación en las costillas y cuello móvil. El descubrimiento efectuado tras la elaboración de hipótesis tanto del fósil como del sitio representa la gran capacidad predictiva del evolucionismo.
Reflexión final La explicación de Lamarck en 1809 inició las discusiones sobre la transformación de las especies. Ese mismo año de la publicación de la Filosofía zoológica nacía el naturalista que transformaría la visión sobre la dinámica del mundo natural. En 1859, Darwin estableció que todas las especies del planeta, la gran diversidad de vida que vemos sobre la superficie de la Tierra, son resultado del proceso de variación hereditaria y selección natural, y que todas ellas, con sus diferentes maravillas adaptativas, descienden del mismo ancestro común. En ambas explicaciones, aunque radicalmente diferentes, se establecía que el ser humano no es un ser creado por alguna instancia superior, sino simplemente, al igual que todas las especies, es parte y producto de la misma naturaleza. En los próximos años probablemente se reescribirá la historia de la vida pero desde una pluralidad explicativa, basada en la conjunción de diversos fenómenos y procesos evolutivos que van desde la simbiogénesis, la transferencia horizontal de genes, la deriva génica, las hibridaciones, la plasticidad fenotípica, la epigénesis, los fenómenos del desarrollo embrionario y, desde luego, la variación y la selección natural o reproducción diferencial. Será una conjunción de explicaciones que ampliará nuestra visión de la gran diversidad de los fenómenos de la vida, entre ellos, como ya lo sugería Lamarck hace 200 años, el más significativo seguirá siendo la transformación de las especies.
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Referencias bibliográficas
Carrol, Sean. 2005. Endless forms most beautiful: The New Science of Evo Devo and the making of the Animal Kingdom. W. Norton & Company, Nueva York. Daeschler, E., N. Shubin y F. Jenkins. 2006. “A Devonian tetrapod-like fish and the evolution of the tetrapod body plan”, en Nature, vol. 440, pp. 757-763. Darwin, Charles. 1859. On the Origin the Species. John Murray, Londres (se puede consultar también http://darwin-online.org.uk). Dobzhansky, Theodosius. 1973. “Nothing in biology makes sense except in the light of evolution”, en The American Biology Teacher, Washington, DC. Doolittle, W. F. 2000. “Uprooting the Tree of Life”, en Scientific American, núm. 282, p. 90. Dupré, J., 2009. “Charles Darwin’s tree of life is ‘wrong and misleading’, claim scientists”, en Telegraph, núm. 22. Eldredge, Niles y Stephen Jay Gould. 1972. “Punctuated equilibria: An alternative to phyletic gradualism”, en Models in Paleobiology, Thomas J. M. Schopf (ed.). Freeman, Cooper, San Francisco, pp. 82-115. Gouy, M. y Chaussidon, M. 2008. “Evolutionary biology: Ancient bacteria liked it hot”, en Nature, vol. 451, pp. 635-636. Jablonka, E. y M. Lamb. 2005. Evolution in four dimension. The MIT Press. Kimura, M. 1983. The neutral theory of molecular evolution. Cambridge University Press. Cambridge, Mass. Lamarck, J. B. 1809. Philosophie Zoologique. Dentu, París (se puede consultar también www.lamarck.cnrs.fr). Lamarck, J. B. 1820. Système analytique des connaissances positives de l’homme. Chez l’Auteur et Belin, París. Margulis, L. 1970. Origin of Eukaryotic Cells. Yale University Press. |
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Ricardo Noguera Solano Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Es doctor en ciencias biológicas, actualmente es profesor de la Facutad de Ciencias de la UNAM.
Rosaura Ruiz Gutiérrez
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
Es bióloga y doctora en ciencias biológicas por la UNAM. Actualmente es presidenta de la Academia Mexicana de Ciencia y de manera simultánea Secretaria de Desarrollo Institucional de la UNAM.
como citar este artículo →
Noguera Solano, Ricardo y Ruiz Gutiérrez, Rosaura. (2010). Dos siglos explicando la evolución. Ciencias 97, enero-marzo, 22-30. [En línea]
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El error de Darwin
Anne Chapman |
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En el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin quiero
evocar su contribución al conocimiento del ser humano y las demás especies. Él sabía que en la naturaleza todo lo que vive, o casi todo, se reproduce normalmente con tal exceso de descendientes que sólo algunos pueden sobrevivir (o eso ocurre precisamente para que algunos sobrevivan). A partir de este cálculo Darwin observa que los animales, además de las plantas, nacen de una pareja (macho y hembra) y aunque el recién nacido hereda los caracteres biológicos de los dos (sus genes, diríamos hoy), estos “caracteres”, aun en gemelos, muy raramente son todos idénticos. Luego, Darwin descubre la supervivencia de los más aptos (survival of the fittest), aunque no exactamente así, y se da cuenta de que esta supervivencia tiene lugar al interior de cada especie, no entre especies, aprovechando precisamente la diferencia de lo heredado entre individuos nacidos de la misma pareja, sobre todo si la “diferencia” permite al “individuo” reproducirse con más éxito que otros de su misma especie. Éstos, los más aptos, a lo largo de generaciones, crean a veces una nueva especie.
Darwin afirmaba que la selección natural era precisamente eso, una “selección” de los más aptos de una misma especie; sostenía que la selección es “natural”, es decir, que no es sobrenatural (creada por algún dios) ni progresiva, ni orientada en términos del ser humano, como tampoco es predeterminada. Es en el alcance de la selección natural que estriba la dificultad que tiene el público, a menudo, y aun los científicos, para comprenderlo o aceptarlo, parcial o totalmente. Algunos de mis lectores, me imagino, podrían objetar: “¿por qué nos incita a cargar con el peso de aún más incertidumbres? Con nuestros esfuerzos por sobrevivir ya tenemos suficiente en nuestra existencia. Creer en algo, tener fe en un dios —dirán—, nos tranquiliza, nos sostiene y nos inspira a vivir con amor y en paz”. Si piensan así, les ruego que recuerden que Darwin propuso la selección natural en El origen de las especies. De aceptarla, usted queda enteramente libre para mantener su fe en la enseñanza moral de los libros sagrados, en el espíritu del ser humano, en su destino después de la muerte, en todo, salvo en el origen y desarrollo de la vida, de las especies. Este “alcance” de la selección natural explica, en cierto sentido, por qué Darwin se empeñaba en estudiar todos los animales y plantas que encontraba, incluyendo el ser humano por medio de la observación del comportamiento de sus queridos hijos, sobre todo durante sus primeros años, e inclusive de sí mismo. También observaba sus propios perros, ciertas plantas e insectos de su jardín. Hacía experimentos con plantas e insectos, buscaba información interrogando a los criadores de palomas, de animales domésticos y a los guardianes del zoológico de Londres. Darwin sobresale por su “fidelidad” al materialismo, pese a la oposición de la mayoría de los científicos de su época, aunque siempre estuvo alerta frente a los conocimientos y las novedades provenientes de las investigaciones de sus colegas. Antes de que hubiera estudios que lo comprobaran, Darwin se dio cuenta de que los humanos somos una sola especie y que nuestros progenitores más cercanos actuales están en África: son los chimpancés. Además planteó que las afinidades o semejanzas de nuestra especie y las demás no están siempre entre los más cercanos, sino que pueden estar también en animales de lejano parentesco. Su pasión por el mundo natural y por la geología formó la semilla de su inspiración de juventud, semilla que él cuidó y alimentó por todo el resto de su vida. Recordemos que sólo tenía veintidós años cuando abordó el barco Beagle, y durante los casi cinco años de su viaje (1832-1836) estudió los dos volúmenes de la obra de Sir Charles Lyell Principles of Geology. Esta lectura orientó, en cierto sentido, toda su obra. Sus conceptos a propósito de lo que yo llamo evolución cultural o social se encuentran plasmados en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Durante el trayecto entre Inglaterra y Tierra del Fuego, y durante su estadía allí (entre diciembre de 1832 y marzo de 1834), Darwin se llenó de horror cuando le contaron que los que él llamaba fueguinos (los indios yaganes) eran caníbales de la peor “especie”, la peor porque él creía que los hombres yaganes devoraban a las mujeres viejas de su misma tribu. El nunca les “perdonó”, ya que publicó esta acusación varias veces en el curso de su vida. Digo “acusación” porque él jamás se enteró que esto fue un error, pues los yaganes, lejos de ser caníbales, trataban a las ancianas con respeto y con más aprecio que a las jóvenes. Era frecuente que un hombre joven buscara una viuda de edad como su primera esposa, porque se decía que ella tenía mayores conocimientos y habilidades que las jóvenes. Este error de Darwin se conjugaba con su convicción de que los hombres yaganes eran brutales con sus esposas de todas edades, razón por la que tenía simpatía por las mujeres, además de que trabajaban sin descanso manejando la canoa, recogiendo moluscos, pescando, cuidando de los niños y velando por la familia. Estaba convencido de que los hombres eran haraganes y que, por ejemplo, el trabajo de fabricación de la canoa que en ellos recaía, no era más que un instinto animal. Además, decidió que el pueblo yagán no se esforzaba por mejorar sus medios de vida, que no le importaba estar sucio, maloliente, mal vestido, mal nutrido ni mal dormir. Y para colmo, yendo más allá en la elaboración de este mismo error, creía que los yaganes carecían de un lenguaje articulado, de religión y de “afectos domésticos”. Estaba errado.
Sin embargo, Darwin no se equivocó cuando notó que no tenían jefes, ni gobierno, ni propiedad privada, aunque no tener estos atributos constituía una deficiencia que aumentaba el desprecio que él sentía por este pueblo, y por ello lo situó en el escalón más bajo del progreso humano en el mundo entero. A pesar de este error, empero, y de haberse equivocado tanto en juzgar al pueblo yagán en estos términos, o quizás a causa de su error, el mismo Darwin se sorprendió “de cuán cerca nos parecían en disposición, y en la mayor parte de sus facultades mentales, los tres nativos a bordo del H. M. S. Beagle, que habían vivido algunos años en Inglaterra, y hablaban un poco inglés”. Y nuevamente, en el mismo libro afirma “que cuando vivía con los fueguinos a bordo del Beagle, a menudo estaba muy sorprendido por los muchos pequeños rasgos de su carácter que demostraban lo similares que eran sus mentes a las nuestras”. Le fascinaba que sus mentes fuesen “tan similares” a las de los británicos, pero a la vez estimaba que ellos pertenecían a pueblos del más bajo escalón cultural del mundo, los más primitivos y salvajes que uno pueda imaginar. Durante el viaje del Beagle, Darwin estaba plenamente de acuerdo con las ideas de su época, acerca de que “nuestros antepasados eran salvajes” y le sorprendió que aquella inferioridad pudiera ser superada en un lapso de tiempo tan corto. Cuando los tres fueguinos estuvieron en contacto con los británicos por un total de casi tres años (de marzo-abril de 1830 a febrero de 1833), superaron su enorme “atraso cultural” gracias a sus habilidades mentales. Darwin estaba convencido de que el progreso era el motor de la evolución cultural. Creía que la sociedad humana progresaba hacia logros cada vez mayores en casi todas las esferas de lo cotidiano y que el futuro prometía aún mayores éxitos. No olvidemos que en la década de 1830 la revolución industrial ya había tomado fuerza en Inglaterra. Pero, ¿a qué se debía este progreso británico? No se explicaba por la inteligencia de los británicos; la de los fueguinos era igual o casi, pero no les servía para “nada”, en todo caso no para progresar. Darwin pensó que tal vez el clima adverso e inhóspito de Tierra del Fuego les impedía salir de este desdichado estado. Pero esto no le convenció para explicar tal estancamiento. Si tampoco se explicaba por la falta de inteligencia, ¿a qué se debía el atraso fueguino y el progreso británico? Mucho más tarde, en 1871, en El origen del hombre proponía respuestas a ésta y otras preguntas de la misma índole. Se dio cuenta de que esto tampoco era una tarea fácil y, en efecto, era un desafío monumental, su último desafío.
El error de Darwin fue equivocarse en sus impresiones acerca de los yaganes como caníbales y atribuirles otros defectos que ellos no tenían. Hoy sería de “mal gusto” hablar o describir a un pueblo en tales términos. Sin embargo, ¿hemos superado las nociones de “lo primitivo”, de los “instintos primitivos”, de los “bárbaros” y otras semejantes? Las escuchamos en las noticias casi a diario y también en la esquina de nuestro barrio. Algunos tenemos aún la certidumbre de que somos superiores a “aquellos”, ya sea por nuestra religión, nuestra civilización o nuestra inteligencia. El encuentro de Darwin con los yaganes nos enseña que compartimos el mismo grado de inteligencia con cualquier pueblo por “primitivo” que sea y nos alerta acerca del peligro de caer en su error de juzgar a “aquellos” como inferiores. ![]() |
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Referencias bibliográficas
Chapman, A. 2006. Darwin en Tierra del Fuego (edición en español, en prensa en editorial Emecé, Buenos Aires).
Darwin, Charles. 1839. Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Librería Ateneo, Buenos Aires, 1942.
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Anne Chapman
como citar este artículo → Chapman, Anne. (2010). El error de Darwin. Ciencias 97, enero-marzo, 18-21. [En línea] |
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El misterio del hombre
de Piltdown
César Carrillo Trueba |
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En 1912 el arqueólogo británico Charles Dawson halló en la
localidad de Piltdown, Sussex, un cráneo humano casi contemporáneo y una mandíbula de características más bien simiescas pero con dos dientes cuyo desgaste es común en los seres humanos más no en simios. A pesar de que los hallazgos difícilmente se podían atribuir a un solo individuo, Dawson y Arthur Smith Woodward, curador del departamento de historia natural del Museo británico, lo afirmaron así, y su antigüedad fue ubicada a principios del Pleistoceno —ya que se encontraron junto con restos de animales de esa época, entre ellos un diente de elefante y otro de hipopótamo. Esto fue sostenido de manera contundente cuando, en una localidad cercana, denominada Piltdown 2, aparecieron un cráneo y un diente similares.
Fue así como Eoanthropus dawsoni, nombre científico con que se le bautizó, se convirtió en el ancestro humano más antiguo de Europa, anterior al de Neandertal, lo que confería a Inglaterra la delantera frente a Francia, su rival científico que contaba con los principales hallazgos paleoantropológicos. Pero, además, el cráneo del hombre de Piltdown carecía de los orbitales prominentes que tenía el de Neandertal y su volumen era mayor, por lo que se consideraba más evolucionado, y por lo tanto mejor candidato a ser al ancestro directo de Homo sapiens, dejando al Neandertal como una línea paralela “degenerada”.
Varias fueron las objeciones que levantó el hallazgo, pero en gran parte fueron acalladas. Lo que no dejaba de causar cierta molestia en el medio era que cada vez que alguien pedía revisar los restos se le mostraban sin que pudiera tocarlos y sólo proporcionaban réplicas para su manipulación. A la eliminación de las dudas contribuyó enormemente el contexto científico y social, sobre todo la teoría de la evolución gradual propuesta por Darwin, que contemplaba la existencia de un ser intermedio, el famoso eslabón perdido, con características humanas y simiescas a la vez. La existencia de un ser con estas características era prácticamente una creencia de muchos científicos, como lo denota la declaración de W. J. Sollas, quien en 1924 afirmó que se trataba de “una combinación esperada desde hace largo tiempo, una etapa necesaria en el curso del desarrollo del hombre”.
El tamaño del cerebro era fundamental, pues en esa época, y todavía hasta hace algunas décadas, se buscaba un ancestro que tuviera esa característica debido a la exaltación de la inteligencia humana por sobre la de los demás animales. Como lo expresó otro científico de entonces, “el interés excepcional del cráneo de Piltdown radica en la confirmación que aporta a la tesis según la cual, en la evolución humana, el cerebro ha marcado el camino […] En un principio el hombre fue tan sólo un simio dotado de un cerebro sobredesarrollado”. Además, su antigüedad era muestra de que la raza blanca había evolucionado antes que las demás, ya que frente a los hallazgos en otras partes del mundo, como el hombre de Pekín, el de Piltdown presentaba rasgos más modernos. En un contexto de expansión colonial este hecho no era menor.
No obstante, con el paso del tiempo la visión de la evolución humana fue cambiando y el hombre de Piltdown era cada vez más difícil de acomodar entre los nuevos fósiles de homínidos. A fines de los cuarentas, Kenneth Oakley, también del Museo Británico, logró sacar de la vitrina los ejemplares y realizó varias pruebas para determinar su edad con exactitud. El interés por establecer su situación creció en el medio científico y pronto se llegó a una conclusión: el cráneo no llegaba a mil años, la mandíbula era de un orangután, los dientes habían sido limados para simular el desgaste, y parte de los restos de animales provenían de Turquía y otras partes del mundo, por lo que habían sido “sembrados”.
El primer sospechoso fue Charles Dawson, pero su pronta muerte tras el descubrimiento, en 1916, y otros factores parecen tornar esto poco factible. Smith Woodward, muerto justo unos cuantos años antes del descubrimiento del fraude, sería un candidato también, pero la poca importancia que concede al fósil en sus escrito parece excluirlo y más bien lo hace víctima. Otros investigadores, como el anatomista Grafton Elliot Smith, a quien señala Ronald Millar —el autor de uno de los libros más completos sobre el tema—, podrían ser responsables, pero es poco probable ya que ninguno de ellos estuvo presente en las excavaciones. Finalmente, se acusa a un personaje presente en ambos sitios en el momento preciso, y que permaneció fuera de sospecha al haberse convertido en una figura célebre por sus intentos de reconciliar ciencia y religión, el padre Pierre Theillard de Chardin.
Este joven paleontólogo participó en las excavaciones por la confianza que le tenían tanto Dawson como Woodward, y recién volvía de Medio Oriente, en donde había estado una temporada, y de donde procedían algunos de los restos animales. Las hipótesis en torno a su actuar varían. Hay quienes piensan, como Pierre Thuillier, que todo comenzó como una broma y que, debido al estallido de la guerra, a la que fue llamado a alistarse, así como a la muerte súbita de Dawson, el clérigo ya no la pudo detener. Stephen Jay Gould, quien realizó exhaustivas pesquisas, sostiene que no se trató de una simple broma, sino de un montaje que apuntalaba la teoría que Theillard desarrolló sobre la evolución humana desde su óptica religiosa. Sin embargo, tal vez al igual que en una novela de Agatha Christie, los culpables fueron muchos: todos aquellos que, con una creencia profunda en cierta idea de la evolución humana, aceptaron con satisfacción la evidencia que se les presentaba para apoyarla.
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Referencias bibliográficas
Thuillier, P. 1975. Jeux et enjeux de la science. Laffont, París.
Gould, S. J. 1983. Theillard y Piltdown, en Hen’s teeth and horse’s toes. Norton, Nueva York.
Millar, R. 1972. The Piltdown Men. Paladin, London.
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Carrillo Trueba, César. (2010). El misterio del hombre de Piltdown. Ciencias 97, enero-marzo, 72-73. [En línea]
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El regreso del caballo: lo macro y lo micro en la evolución
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Héctor T. Arita
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La vida solo puede entenderse
viendo hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante. Soren Kierkegaard
La Rabona vaciló al sentir el suave piso de los arenales de
Centla. El confinamiento y la falta de ejercicio habían hecho mella en aquella yegua rucia y el resto de los caballos que venían en la nave. Después de todo, el viaje por mar desde Cuba había sido largo, especialmente para esos nerviosos animales de guerra. Finalmente, luego de acostumbrarse de nuevo al terreno firme, la Rabona y sus compañeros corrían ágilmente por las extensas planicies de la desembocadura del río Grijalva. Era la tarde del 24 de marzo de 1519 y por primera vez en más de 10 000 años la tierra mexicana se cubría de huellas de caballo.
Al día siguiente, los dieciseis caballos que formaban parte del ejército de Hernán Cortés desempeñaron un papel central en la batalla de Centla, la primera escaramuza que el extremeño tuvo en su extraordinaria aventura militar que culminó un par de años después con la caída del imperio mexica. Las huestes de Cortés, en número de unos 500, enfrentaron a un contingente de más de 10 000 mayas chontales. Cuando la batalla parecía perdida apareció la caballería “y aquí —relata Bernal Díaz del Castillo— creyeron los indios que el caballo y el caballero eran todo uno, como jamás habían visto caballos”. El efecto fue espectacular y dramático. Los dieciseis jinetes causaron tal daño al ejército local que algunos soldados juraron haber visto al propio Apóstol Santiago comandando la caballería. “Lo que yo entonces vi y conocí”, escribe en cambio el realista Díaz del Castillo, “fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía juntamente con Cortés.” En poco tiempo, los guerreros indios huyeron despavoridos y Cortés había ganado la primera de muchas batallas en las que los caballos fueron protagonistas. Los primeros corceles españoles llegaron al Nuevo Mundo en el segundo viaje de Cristóbal Colón y todavía en el momento de la expedición de Cortés estaban confinados a La Española y Cuba y se contaban entre los bienes más caros en las incipientes colonias españolas. “En aquella sazón […] no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro”, explica Díaz del Castillo. En la Probanza de Villa Segura se asienta que Cortés había comprado una yegua por 70 pesos de oro y 150 puercos a un peso y dos reales cada uno. Otras partes del documento afirman que Cortés había desembolsado entre 450 y 500 pesos por cada uno del resto de los caballos, pero sólo había gastado 600 pesos para el sueldo de todos los marineros y 200 para el del piloto mayor, Antón de Alaminos. ¿Por qué eran los caballos tan apreciados? Para contestar la pregunta basta leer las narraciones de la conquista de América. En cualquier batalla en terreno abierto la presencia de unos pocos soldados a caballo era suficiente para derrotar contingentes de miles de guerreros nativos. En México, Cortés y sus 500 españoles lograron vencer a un ejército de 20 000 tlaxcaltecas, quienes posteriormente resultaron invaluables aliados del conquistador. En Perú, Pizarro logró la captura de Atahualpa en Cajamarca con un puñado de españoles y en contra de 30 000 elementos de la crema y nata del ejército inca. Sin duda los españoles tuvieron una ventaja tecnológica con sus espadas y armaduras de hierro y con sus primitivas armas de fuego, pero es innegable el papel protagónico del caballo en la conquista de América. Gracias a la meticulosidad de Bernal Díaz del Castillo sabemos que además de la Rabona venían con Cortés otros quince caballos, desde el corcel de Cristóbal de Olid, castaño oscuro y “harto bueno”, hasta el de Baena, un ejemplar overo que “no salió bueno para cosa alguna”, y el de Cortés, un castaño zaino que posteriormente murió en San Juan de Ulúa. Esta variedad en las complexiones, la llamada “capa” —el color del pelaje— y el temperamento de los caballos es un reflejo de la diversidad de formas comprendidas dentro de la categoría genérica de “caballo ibérico”, que incluye una gran variedad de formas, entre las que se encuentran las famosas razas lusitana y andaluza. Tanto entre las especies silvestres como entre las domesticadas, la única manera de comprender la diversidad presente es estudiando el pasado. La combinación de especies de mamíferos nativos de México, por ejemplo, sólo puede explicarse entendiendo tanto el contexto temporal y geográfico de la evolución de la clase Mammalia en el Nuevo Mundo como el escenario ambiental contemporáneo. La presencia conjunta de tlacuaches, que son marsupiales de origen sudamericano, con coyotes, que son carnívoros de origen norteamericano, únicamente puede explicarse por medio del estudio de la historia evolutiva de los dos grupos. Sabemos que Norteamérica y Sudamérica fueron continentes separados por millones de años y que la evolución de sus faunas de mamíferos siguió derroteros diferentes. Hace casi tres millones de años, sin embargo, se cerró el istmo de Panamá, creando un puente terrestre que permitió lo que se conoce como el “gran intercambio biótico americano”. Así es como actualmente en los Andes podemos encontrar llamas, pecaríes, jaguares y zorros, todos ellos formas norteamericanas, y monos, tlacuaches, ratas espinosas y armadillos, de origen sudamericano, en algunas partes de México.
En el caso de las especies domesticadas, es necesario además incorporar la historia humana. Las diferentes razas de perros, que varían enormemente en tamaño, forma y comportamiento, son el resultado de la selección artificial ejercida por seres humanos deseosos de poseer perros cada vez más aptos para la cacería, para cuidar los hogares, para acompañar y divertir, o en algunos casos hasta para servir como alimento. De todas maneras, el origen último de la diversidad genética que ha permitido esa diversificación de formas perrunas se encuentra en la historia evolutiva de los cánidos, particularmente en la de los lobos, especie a partir de la cual, con toda seguridad, evolucionó el perro moderno. La historia evolutiva de los caballos, incluyendo la de los dieciseis corceles de Cortés comienza, irónicamente, en Norteamérica hace 55 millones de años. El origen de los caballos
La Tierra era un planeta muy diferente a principios del Eoceno, hace unos 55 millones de años. El clima en las zonas ecuatoriales era tal vez semejante al actual, pero el planeta en su totalidad era mucho menos frío de lo que es ahora. Como lo ha señalado Christopher Scotese, en aquella época había cocodrilos en los pantanos cercanos al Polo Norte y palmeras en el sur de Alaska. En los bosques cálidos de Norteamérica y Eurasia surgieron los ancestros de los caballos. Se trataba de unos mamíferos pequeños que tradicionalmente han sido comparados en tamaño con un fox terrier, por razones históricas que Stephen Jay Gould examinó con lujo de detalle en uno de sus famosos ensayos. También por razones históricas, y siguiendo las estrictas reglas de la nomenclatura taxonómica, estos caballos ancestrales han perdido su bello nombre de Eohippus (algo así como caballo del amanecer) y son oficialmente conocidos como Hyracotherium (bestia parecida a un hyrax, que es el nombre científico de los damanes, unos pequeños mamíferos del norte de África). Si pudiéramos toparnos con un ejemplar vivo de Hyracotherium, difícilmente lo asociaríamos con un caballo. Medían unos 60 centímetros de largo y 20 de altura, tenían cuatro dedos en las patas delanteras y tres en las traseras y poseían dientes pequeños y planos que sugieren que la dieta consistía en hojas suaves. Hay que recordar que los caballos actuales son mucho más grandes, tienen un solo dedo en cada pata, que terminan en la pezuña, y poseen grandes y complejos dientes especializados que les permiten procesar pastos duros. La transición de los primitivos Hyracotherium a los caballos modernos ha sido empleada desde principios del siglo XX como un ejemplo de macroevolución direccional. Macroevolución es el proceso evolutivo que tiene lugar en las especies y en categorías superiores (géneros, familias, etcétera), y que generalmente ocurre en intervalos de tiempo de cientos de miles o millones de años. Una famosa ilustración de Thomas Huxley, basada en datos del paleontólogo O. C. Marsh, que presenta “la evolución del caballo” desde Hyracotherium hasta el caballo moderno ha sido reproducida en incontables libros de texto. La figura muestra los cambios en tamaño (desde el pequeño Hyracotherium hasta los caballos actuales), en el número y largo de las patas (desde tres y cuatro dedos hasta un solo dedo en cada pata) y en la dentadura (desde dientes pequeños y planos hasta grandes dientes con complejos patrones). La figura implica un tipo de evolución lineal, con una dirección determinada, como si el proceso tuviera un destino final definido desde el principio. En este esquema, el caballo actual representa algo así como la cúspide de la evolución de la estirpe.
La interpretación actual de “la evolución del caballo” es muy distinta. El registro fósil, uno de los más completos entre todos los mamíferos, muestra un proceso mucho más complicado y errático que el de la figura de Huxley. A lo largo de 55 millones de años de macroevolución de los équidos han aparecido muchísimas ramas diferentes, la gran mayoría de las cuales se ha extinguido. En total, Bruce MacFadden calcula que se conoce algo así como 36 géneros y unos pocos centenares de especies en el registro fósil de los équidos. Esta diversidad pasada contrasta con la presente. En la actualidad existe solamente un género (Equus), representado por ocho especies (el caballo y varias especies de cebras y asnos). El caballo no es la cúspide de la evolución de su grupo sino simplemente uno de los últimos sobrevivientes de una estirpe que otrora fue mucho más diversa.
Gran parte de la evolución de los équidos se dio en Norteamérica, y alcanzó su pico de diversidad en el Mioceno tardío, hace unos 10 millones de años. En esos tiempos, Norteamérica estaba cubierta de extensas sabanas muy parecidas a las que ahora existen en África Oriental. La variedad de mamíferos de talla grande en esas sabanas rivalizaba también con la fauna del África actual, aunque el reparto de personajes era muy diferente: en lugar de elefantes había mastodontes y existían diversas especies de rinocerontes de diferentes tamaños, incluyendo formas semiacuáticas muy parecidas a los hipopótamos actuales; el papel de las jirafas era representado por camellos gigantes de largo cuello y con alturas de hasta seis metros; los pecaríes realizaban la función de los jabalíes africanos y el papel de los grandes depredadores era desempeñado por osos, comadrejas de gran tamaño y unos carnívoros llamados borofaginos, semejantes a las hienas actuales. Una de las diferencias más significativas, empero, era la ausencia de antílopes, muy característicos de las sabanas africanas contemporáneas y, en su lugar, la Norteamérica del Mioceno era el hogar de una gran diversidad de camélidos (llamas y camellos), berrendos y caballos, de los que se sabe que coexistían hasta doce especies en el mismo sitio al mismo tiempo.
¿Qué fue de esa impresionante diversidad de caballos norteamericanos? Los grandes cambios climáticos que acompañaron el final del Mioceno y el comienzo del Plioceno, hace unos cinco millones de años, marcaron el final de las grandes sabanas americanas y fueron el preámbulo a la desaparición del linaje de los caballos en el continente Americano. En un postrer destello, algunas especies de équidos lograron invadir Sudamérica, pero se extinguieron al poco tiempo. Otra rama emigró a Eurasia y de ahí a África y dio origen a los caballos, cebras y asnos actuales. Mientras tanto, en Norteamérica, unas pocas especies se aferraron a la existencia, hasta que finalmente se extinguieron al final del Pleistoceno, hace unos 11 000 años. Existe evidencia clara de que los primeros habitantes humanos de Norteamérica conocieron los caballos. De hecho, una de las teorías que existen para explicar la extinción de los grandes mamíferos pleistocénicos es la cacería desmedida por grupos humanos, aunque seguramente los cambios climáticos jugaron también un papel preponderante. En la gruta de Loltún, las investigaciones pioneras de Ticul Álvarez y los trabajos más recientes de Joaquín Arroyo han mostrado que apenas hace unos cuantos miles de años la península de Yucatán contaba entre su fauna no sólo con caballos pleistocénicos, sino con perezosos gigantes y mastodontes. De cualquier manera, para cuando los conquistadores españoles desembarcaron en Cozumel, los cascos de los caballos nativos habían dejado de hollar la tierra americana desde hacía miles de años. Por ello, los indios de lo que ahora es México desconocían por completo a “aquellos ‘ciervos’ que traen en su lomo a los hombres”, como los describieron los indígenas informantes de Sahagún. De hecho, en Mesoamérica los únicos animales domesticados fueron el perro y el pavo, ambos criados primordialmente como fuente de alimento. No existían ni bestias de tiro ni mucho menos animales entrenados para la guerra, como los 16 corceles que llegaron con los conquistadores y que sembraron el terror entre los indios. Orígenes del caballo moderno Mientras en Norteamérica el linaje de los caballos estaba en franco declive, el grupo que invadió Eurasia experimento la última gran radiación evolutiva hace unos tres millones de años, de acuerdo con datos del reloj molecular. La radiación dio origen a dos clados principales: el del caballo moderno y varias especies silvestres pleistocénicas, y otro que incluye todas las cebras y asnos silvestres. No está muy claro el contexto geográfico de esta radiación, ya que la mayor parte de las especies silvestres están actualmente restringidas a África, pero seguramente las formas ancestrales habitaron principalmente las llanuras de Asia Central. En Eurasia, el caballo fue ampliamente conocido por los seres humanos, al menos desde hace unos 30 000 años. Como evidencia de esa interacción existen preciosas representaciones de caballos al galope en muchos de los sitios con pinturas rupestres. También hay, por supuesto, huesos fosilizados de estos animales, mezclados con herramientas humanas, algunos mostrando marcas de tales instrumentos. A pesar de la cercana interacción de los humanos y los équidos es muy poco probable que haya habido intentos por domesticar el caballo en el Paleolítico, es decir, hace más de 11 000 años. La evidencia arqueológica ha apuntado siempre a que la domesticación del caballo debió suceder hace unos 4 000 o 5 000 años en la región central de Asia. Sin embargo, es muy difícil establecer los detalles usando las herramientas tradicionales de la arqueología, por lo que, recientemente, varios estudios han empleado métodos moleculares para rastrear atributos particulares de los animales y establecer el tiempo de origen de variedades claramente domesticadas. En un estudio publicado en 2002 en los Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, Thomas Jansen y sus colaboradores examinaron el adn mitocondrial de 652 caballos provenientes de poblaciones de todo el mundo para rastrear las relaciones de parentesco entre ellas. Los investigadores llegaron a la conclusión de que los caballos actuales descienden de varias líneas diferentes, lo que sugiere que la domesticación de los équidos sucedió en diferentes ocasiones y lugares. Otros trabajos han utilizado la morfología para detectar diferencias entre poblaciones naturales y domesticadas. Los perros domésticos, por ejemplo, tienen cráneos menos robustos que los lobos, con mandíbulas más cortas y dientes menos fuertes. Estas características, que permiten a los arqueólogos y arqueozoólogos detectar la presencia de perros domésticos en los sitios ocupados por humanos, son resultado de la selección artificial, es decir, del proceso por medio del cual los humanos escogen para la crianza ciertos individuos con caracteres morfológicos y conductuales adecuados para sus propósitos. En el caso de los perros, es lógico suponer que los humanos hayan preferido siempre la compañía de cánidos con mandíbulas fuertes, pero no tan robustas y poderosas como las de los lobos. También resulta sensato pensar que la selección artificial haya producido que los perros modernos agiten la cola para mostrar un estado de ánimo, comportamiento que en los lobos sólo se da en los juveniles. Más razonable aún es imaginar que la selección artificial haya eliminado de las poblaciones de perros modernos el instinto de regurgitar alimento semidigerido, comportamiento totalmente normal en los lobos, pero que resultaría sumamente inconveniente en un perro doméstico. En marzo de 2009 apareció en Science un estudio encabezado por Alan Outram, de la Universidad de Exeter en el Reino Unido, donde se emplean ingeniosos métodos indirectos para establecer la existencia de caballos domesticados en Kazajistán, hace unos 5 500 años, con los cuales analizaron huesos de caballos asociados con restos arqueológicos de la cultura Botai, que prosperó en esa región hacia el año 3 500 a.C. Encontraron que la morfología ósea de estos caballos es más semejante a la del caballo doméstico que a la del caballo pleistocénico. Más aún, un análisis patológico mostró en los huesos metacarpianos las modificaciones típicas de animales que han sido montados o al menos sometidos con riendas. Además, el grupo de investigación documentó, usando isótopos de carbono, la presencia de restos de leche de yegua en sedimentos en el interior de piezas de cerámica provenientes del sitio. Una vez que se logró la domesticación del caballo, seguramente se dio un rápido proceso de selección artificial que moldeó la fisonomía de los caballos modernos. Aquellos individuos más dóciles, con mayor resistencia y con mejor porte tuvieron probabilidades más altas de reproducirse, y en pocas generaciones estas características llegaron a ser las más frecuentes en las poblaciones asociadas a los seres humanos. Otro atributo importante para los criadores de caballos es la capa, es decir, la coloración del pelaje; es una característica que no deja rastro en los depósitos arqueológicos, pero las técnicas moleculares modernas han permitido recrear su microevolución, es decir, sus cambios en las poblaciones durante los primeros cientos de años después de la domesticación del caballo. El color del pelaje está determinado en los caballos por ocho mutaciones en seis genes. Algunos de los alelos determinan el color predominante, mientras que otros producen diferentes tonalidades (“diluciones”) o diferentes patrones (rayas, manchas). Un equipo multinacional encabezado por Arne Ludwig analizó la variación en estos genes para recrear la posible coloración de los caballos antes y después de la domesticación. El equipo de investigación reportó en Science en abril de 2009 que en muestras de adn de huesos pleistocénicos provenientes de Siberia, Europa Central y España no se encontró polimorfismo (variación) en los genes involucrados, lo que sugiere que todos los individuos eran castaños o bayos y probablemente con algunas rayas parecidas a las de las cebras. Sólo en algunas muestras de principios del Holoceno de España (aproximadamente de 10 000 años) se encontró un gen que sugiere la existencia de algunos individuos negros. En contraste con estos patrones tan sencillos, las muestras más recientes, a partir de aproximadamente 5 000 años, muestran un polimorfismo mucho más elevado, que refleja la gran variedad de capas que existe en los caballos actuales. Entre las variantes que probablemente surgieron en un breve lapso en ese entonces se encuentra la dilución plata y una capa semejante al color palomino moderno. Este repentino incremento en la diversidad de coloraciones refleja sin duda el efecto de la selección artificial. El color de un caballo, que en general no está relacionado con la capacidad física del animal o su probabilidad de supervivencia, es empero una característica muy importante para los criadores de caballos. Es fácil imaginar que los primeros seres humanos que domesticaron caballos se hayan interesado en producir coloraciones pocos comunes, y que a través de cruzas dirigidas se hayan desarrollado las modernas capas. El caballo español En diversos sitios de España hay evidencias de la interacción del ser humano con los caballos. En la cueva de Altamira, por ejemplo, se encuentra el famoso Caballo ocre, una representación realizada con la meticulosidad y realismo característicos del estilo rupestre franco-cantábrico. Se calcula que el caballo de Altamira tiene una antigüedad de unos 12 000 años. Hace tiempo surgieron hipótesis acerca de la posibilidad de que la moderna raza española pudiera ser descendiente directa de los caballos pleistocénicos como los representados en Altamira. No faltó quien se atrevió a señalar semejanzas entre los dibujos de las cuevas y los caballos ibéricos modernos. Estas teorías, sin embargo, nunca tuvieron mucho apoyo y las investigaciones modernas han demostrado sin sombra de dudas su falsedad. El consenso actual es que los caballos desaparecieron de la península Ibérica en algún momento del Mesolítico, entre 11 000 y 5 000 años atrás. Parece ser que el caballo fue reintroducido a España por grupos celtas hacia el siglo viii antes de Cristo. Todavía hay en el norte de España poblaciones, algunas de ellas parcialmente silvestres (o más bien, cimarrones), que se consideran descendientes de estos antiguos caballos celtas. Son animales relativamente pequeños, con capas simples, generalmente oscuras, que ponen en evidencia su origen primitivo. Ya que hay evidencia de intercambios comerciales entre los celtas de España con los de Inglaterra e Irlanda, es muy probable que durante varios siglos se haya introducido en diferentes ocasiones caballos provenientes de otros lugares de Europa y Asia. Estos animales no son, sin embargo, los típicos “caballos ibéricos”. En el estudio de Jansen y sus colaboradores sobre el adn mitocondrial de los équidos, se encontró que los caballos ibéricos forman un cluster muy claro junto con los caballos bereberes del norte de África, una raza adaptada a las condiciones del desierto. Para entender por qué los caballos de España están más emparentados con las razas africanas que con las de Europa es necesario nuevamente apelar a la historia. Los caballos africanos probablemente comenzaron a llegar a España el 30 de abril del año 711. Ese día, Tarik, un general berebere, cruzó el estrecho de Gibraltar desde el norte de África y comenzó la conquista árabe de la Hispania de Rodrigo el Visigodo. Como lo hizo Cortés en Veracruz 808 años después, al desembarcar Tarik arengó a sus guerreros y ordenó quemar las naves. “Oh, mis guerreros, ¿a dónde podrían huir? Atrás no hay sino la mar, enfrente, el enemigo”, se dice que exclamó para motivar a su ejército. En pocos meses los “moros” dominaban ya gran parte de la península ibérica, que adquirió el nombre de Al-Andalus. No se retirarían sino hasta la caída de Granada en 1492. Hoy día, el lugar del desembarco de Tarik lleva el nombre del guerrero berebere: Gibraltar, Geb-El-Tarik. Durante los casi 800 años de dominación árabe llegaron a Iberia no sólo la algarabía, el álgebra y la alquimia, también los caballos andaluces alazanes y las albardas. La huella del influjo morisco, tan clara en la composición genética de los caballos españoles actuales, se refleja en innumerables facetas de la historia y cultura españolas. Incluso el encuentro final de Cristóbal Colón con la reina Isabel tuvo lugar a mediados de 1492 en el Alcázar de Córdoba, una joya arquitectónica del orgulloso imperio árabe recién derrotado. Para 1493, los caballos que Colón llevó en su segundo viaje al Nuevo Mundo traían consigo los genes que originalmente habían llegado desde el norte de África. Esos mismos genes serían los que se esparcirán por todas las colonias españolas en las Américas. El regreso Los caballos fueron acompañantes inseparables de los conquistadores en sus expediciones para expandir el imperio español en América. El propio Cortés llevó más de 100 caballos a su expedición a las Hibueras (Honduras) en busca del sublevado Cristóbal de Olid. De hecho, Puerto Cortés, en Honduras, se llamó originalmente Puerto de Caballos porque varios de estos animales se ahogaron allí a la llegada del contingente español. También durante esta expedición Cortés y su ejército pasaron por el lago Petén en Guatemala, en donde visitaron la población indígena de Tayasal. Uno de los caballos favoritos de Cortés, un morcillo según Bernal Díaz del Castillo, había salido lastimado de una pata. El conquistador decidió dejar su querido caballo al cuidado del Canek (cacique local) y continuó su ruta rumbo a Honduras. Cortés nunca supo más de aquel morcillo, pero los cronistas posteriores han recogido una historia increíble. En 1616 Bartolomé de Fuensalida y Juan de Orbita, misioneros franciscanos, partieron de Mérida rumbo a Tayasal para intentar convertir a los habitantes de la región al cristianismo, pues era ése uno de los últimos reductos de resistencia de los indios mayas a la conquista española, encabezada en el siglo anterior por Montejo. Los misioneros encontraron un extraño ídolo tallado en roca en forma de caballo al que llamaban Tzimin Chac (tzimin es el nombre maya para el tapir, aplicado por extensión al caballo, y tzimin chac significa algo así como caballo del trueno). Según la historia, narrada en diferentes versiones entre otros por Sylvanus Morley y Alfonso Herrera, el caballo que Cortés había dejado encargado había muerto al poco tiempo de la partida del conquistador. Los indios, aterrorizados por su responsabilidad en la muerte de un dios, habían decidido crear y adorar al nuevo ídolo para expiar su culpa. La historia termina con un enfurecido Orbita destruyendo con su propias manos el abominable ídolo pagano. Los caballos también fueron protagonistas en la expedición de Francisco Vázquez de Coronado a los confines norteños del dominio español. En su obsesiva búsqueda de la mítica ciudad de Quivira, Coronado cruzó el territorio de lo que actualmente es Nuevo México, fue el primer europeo en contemplar el cañón del Colorado y llegó hasta Kansas. Allí no se encontró con la añorada Quivira sino con los indios Wichita, con los cuales tuvo algunas escaramuzas militares. En esta y otras expediciones españolas a las planicies del centro de los Estados Unidos, varios animales lograron huir y tarde o temprano formaron poblaciones de caballos cimarrones (ferales). Estos caballos se conocen en inglés como mustangs, una palabra supuestamente derivada del español mesteño, que significa caballo sin dueño. El hecho de que los mustangs descienden de los animales llevados ahí por los españoles quedó demostrado en el estudio de Jansen y colaboradores sobre el adn mitocondrial de los caballos. Casi una tercera parte de los individuos mustangs analizados en el estudio quedaron clasificados en el cluster formado por los caballos ibéricos y bereberes. Los caballos finalmente reconquistaron Norteamérica, siguiendo la ruta de los conquistadores, primero la de Tarik y el resto de los moros y luego la de Cortés, Coronado y los demás españoles. Los mustangs también jugaron un papel importante durante la expansión de los europeos hacia el oeste norteamericano en el siglo XIX. Algunos pueblos indígenas aprendieron a capturar y domar caballos cimarrones y se convirtieron en hábiles jinetes. Por supuesto, muchos de los caballos que los pueblos indios poseían eran animales robados a los propios colonizadores europeos e incluso adquiridos a través de los traficantes de armas, de manera que los caballos indios constituían mezclas de variedades provenientes de diferentes partes de Europa. Esta riqueza genética permitió incluso al pueblo de los Nez Percé, del noroeste de los Estados Unidos, desarrollar una variedad de caballo nueva, la única auténticamente americana: los appaloosas. Se estima que a finales del siglo XIX llegó a haber más de un millón y medio de caballos cimarrones en los Estados Unidos. En la actualidad, y sólo gracias a la protección federal, existen unos 35 000 de estos animales. Su supervivencia depende de las políticas que se establecen respecto a su identidad. En 1971, el Congreso de los Estados Unidos declaró los mustangs “símbolos vivientes del espíritu histórico y pionero del Oeste” y promulgó leyes para su protección. No obstante, para algunos rancheros los caballos no son más que una peste que compite por el terreno y el alimento con el ganado. Más recientemente, un movimiento encabezado por un grupo de reconocidos científicos ha dado una perspectiva adicional al problema. Para ellos, los caballos cimarrones no deben considerarse como peste, ni siquiera como una especie introducida con valor histórico y folclórico. Los caballos son, con todo derecho, según esta perspectiva, una especie nativa del continente. La propuesta concreta de este grupo, que dio a conocer su idea en un artículo publicado en 2006 en la revista American Naturalist, es la de restaurar la diversidad de los ecosistemas pleistocénicos en América del Norte. Para ello sería preciso introducir especies que pudieran desempeñar el papel ecológico de los elementos de la megafauna que se extinguió hace 11 000 años. En un primer momento se estimularía el establecimiento de poblaciones de caballos para restaurar las poblaciones existentes hace miles de años. Posteriormente, se analizaría la posibilidad de introducir animales como los elefantes asiáticos, cheetas, leones y camellos para sustituir las especies correspondientes que desaparecieron de Norteamérica a finales del Pleistoceno. Al final, podríamos ver en algunas zonas de América del Norte paisajes semejantes a los de hace 12 000 años: ecosistemas cuyas funciones estarían determinadas por animales de gran talla y no, como sucede actualmente, por unas pocas especies invasoras y resistentes a la perturbación. Tal vez los movimientos vacilantes de La Rabona y sus compañeros en los arenales de Centla hace casi 500 años fueron los primeros pasos hacia la realización del sueño de recrear los ambientes silvestres del Pleistoceno. Seguramente Cortés nunca pensó en ello, pero el conquistador extremeño pudo haber sido, sin proponérselo, el primer restaurador ecológico del Nuevo Mundo.
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Referencias bibliográficas
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Héctor T. Arita
Centro de Investigaciones en Ecosistemas, Universidad Nacional Autónoma de México.
Es biólogo por la Facultad de Ciencias de la unam y doctor en ecología por la Universidad de Florida, Gainesville. Actualmente es investigador en el Centro de Investigaciones en Ecosistemas (cieco) de la unam.
como citar este artículo →
Arita, Héctor T. (2010). El regreso del caballo: lo macro y lo micro en la evolución. Ciencias 97, enero-marzo, 46-55. [En línea]
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Genealogías y filogenias
¿Se está modificando la visión darwiniana?
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Daniel Piñero Dalmau
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Darwin nos ha dejado un legado que modificó la manera como
concebimos la naturaleza. Este cambio se llevó a cabo gracias a la introducción de diversos conceptos. Uno de los más importantes es la visión de que las especies comparten ancestros comunes. Es un hecho curioso y poco explorado que el Origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida sólo incluye una figura y se refiere a este punto (ver figura 1).
![]() A través de una filogenia, Darwin nos trató de transmitir este concepto fundamental de su teoría. Incluso ya desde agosto de 1837 Darwin había hecho un dibujo que describía claramente los rasgos básicos de una filogenia (ver figura 2), los cuales incluyen el que haya una temporalidad, es decir, se reconoce el aspecto histórico de la vida, el que existen conexiones con ancestros comunes, eventos de divergencia —bifurcaciones—, y que cuando los datos de reconstrucción no son suficientemente precisos, las bifurcaciones no pueden recuperarse.
![]() Aunque la primera filogenia de Darwin carece de un rasgo central, que son las reticulaciones —por hibridación o por homoplasia—, aun así esta visión de la evolución, muy sencilla, no ha dejado de generar numerosos enfoques que ponen a prueba diferentes hipótesis. Actualmente dichas hipótesis provienen de la sistemática filogenética, la biogeografía y la ecología evolutiva, entre otras áreas.
Hipótesis sistemáticas. Las filogenias ofrecen una visión jerárquica de la evolución de las especies y, como consecuencia, con ellas se puede poner a prueba la definición de géneros, familias y otras entidades taxonómicas de nivel superior. Esta herramienta ha sido usada en algunos grupos difíciles de caracterizar fenotípicamente, como las bacterias, y más recientemente se ha establecido un sistema de nomenclatura basado en las filogenias, que incluso se puede consultar en la red. Sin duda, estas hipótesis producen relaciones entre los taxa, las cuales los colocan en un contexto temporal, de manera que se pueden contrastar hipótesis acerca de la monofilia o no de los taxa involucrados, lo que produce evidencias que pueden ser usadas en el establecimiento de clasificaciones.
Hipótesis biogeográficas. La generación de hipótesis filogenéticas ha sido también muy usada para contrastar hipótesis biogeográficas. De esta manera se analiza si el origen de las especies o taxa tiene una asociación con la historia de los procesos geológicos. Por ejemplo, si un grupo de organismos tiene una distribución en las zonas templadas del hemisferio norte, esto generaría una hipótesis filogenética que apoyaría el que los diferentes grupos se hubiesen formado a la par de la separación de Eurasia y América. La correlación entre la geografía y la filogenia es la parte medular del análisis como se aprecia en el caso de polillas del grupo de los esfíngidos, aunque hay algunos casos de dispersión que contradicen a veces la hipótesis vicariante. De particular interés en esta área han sido los estudios en el hemisferio sur, como es el caso del género de helechos Platycerium. Asimismo, estos enfoques han sostenido modelos de especiación alopátrica, y eventualmente pueden coexistir con los de simpatría, como en el caso de los pinzones de las islas Galápagos.
Hipótesis adaptativas. Sin duda una de las aplicaciones más importantes de las filogenias es el análisis de la evolución de rasgos que se supone son adaptativos. Son estudios que utilizan el método comparado tomando como referencia la filogenia reconstruida normalmente por medio de caracteres moleculares que se suponen neutros. Este enfoque ha sido muy exitoso en muchas ramas, como la evolución de la conducta, la de caracteres morfológicos, la del ciclo de vida, pero aún no ha sido aplicada de forma plena a estudios comparados de rasgos fisiológicos, celulares o moleculares.
Redes, genealogías y evolución de taxa
Una genealogía o red de genes es una representación de la historia de los ancestros de distintos genes, que puede generar un camino que lleva al ancestro de éstos. Hasta aquí no hay una asociación entre la genealogía y las mutaciones que aparecen en ella, de hecho, la genealogía definida así es entonces independiente de las mutaciones potenciales. Para hacer una reconstrucción de la genealogía asociada a las mutaciones existentes en la muestra se requieren datos genéticos. Como las mutaciones producen alelos (estados alternativos de un gene o sitio de nucleótidos) y haplotipos (combinaciones de mutaciones en diferentes loci), éstos se emplean entonces para formar los nodos de una genealogía o red (ver figura 3), y por ser combinaciones de variantes en diferentes lugares del genoma se generan muchos caminos para la constitución de las redes.
![]() La pregunta entonces es: ¿se pueden inferir procesos usando genealogías de mejor manera que usando filogenias? Si retomamos los puntos fundamentales de la evolución, a saber la especiación, la adaptación y la extinción, podemos tratar de responder esta pregunta en forma adecuada.
La adaptación y las redes. Las redes expresan una relación genealógica basada en datos genéticos, pero es posible añadir a esa información datos geográficos, morfológicos, metabólicos y fisiológicos, los cuales se pueden presentar adicionalmente en forma gráfica, como un análisis estadístico. Por ejemplo, Posada y sus colaboradores han usado este enfoque para comparar la estructura genética de individuos que padecen o no cierta enfermedad; si en el resultado todos los enfermos se agrupan en un clado o grupo que asocia haplotipos particulares, se puede decir que hay una asociación genética de la enfermedad, pero si los clados que incluyen a los enfermos están repartidos a lo largo de toda la red, entonces la base genética es menos importante. Asimismo, se puede explorar la asociación con otros rasgos de los enfermos, como el lugar en donde viven, la comida que consumen, el ambiente que los rodea y otros que se decidan. Así, para la adaptación, los componentes genético y ambiental se pueden desentrañar en forma gráfica. Esta versión caricaturesca del estudio de la adaptación se puede formalizar haciendo análisis estadísticos de la posible asociación que hay entre los datos genéticos asociados con la genealogía y los datos morfológicos, ambientales o fisiológicos asociados con la enfermedad por medio de pruebas tan sencillas como una Chi cuadrada.
El análisis filogeográfico de clados anidados. El análisis filogeográfico de clados anidados (NCPA, por sus siglas en inglés) es una manera de explorar el método de uso de redes, el cual intenta establecer un esquema de análisis de hipótesis nulas, ya sea para rechazarlas o para fracasar en el intento. Es un enfoque que ha estado sujeto a críticas muy fuertes por parte de los que apoyan más bien el uso de métodos de análisis de hipótesis que exploran la mayor parte del universo posible de hipótesis por medio de simulaciones o con base en la probabilidad de los datos obtenidos a partir de ciertos supuestos estipulados en modelos específicos de filogeografía.
Este análisis está basado en dos parámetros básicos: el primero, llamado Dc, mide la distancia promedio que hay entre un individuo que tiene el haplotipo de un clado particular y el centro geográfico de todos los individuos del mismo clado, sin importar de qué haplotipo son. El segundo es Dn, es la distancia promedio entre un individuo que tiene el haplotipo del clado particular y el centro geográfico de todos los individuos del clado del siguiente nivel jerárquico, el cual contiene el clado de interés, y sin importar qué haplotipos tiene.
Así, por ejemplo, si el centro geográfico de un clado es muy distante de la posición geográfica del clado que lo contiene se puede inferir que hubo una colonización a larga distancia, o si, por ejemplo, en un clado se halla el centro geográfico de los clados derivados que contiene (es decir, que éstos están en las puntas) en un área más amplia que los clados ancestrales que contiene (que están en posiciones centrales de la red), inferiríamos que hay una ampliación del rango geográfico. Así, comparando los centros geográficos, y si los clados son derivados (puntas) o ancestrales (interiores), se pueden hacer diferentes tipos de inferencia. Además de la colonización a larga distancia y la ampliación del rango ya mencionadas, se puede inferir fragmentaciones y aislamiento por distancia.
Extrapolar para estudiar la adaptación. Es una forma de comparar datos geográficos y genéticos cuando se trata de datos morfológicos asociados a una genealogía o red construida con base en datos genéticos que procede por medio de la extrapolación. Por ejemplo, si definimos un centro morfológico de un clado por la abundancia de los diferentes haplotipos de un rasgo morfológico, y dicho centro (análogo a Dc) es mayor o menor a la distancia que hay al centro morfológico del clado que contiene al clado anterior (análogo de Dn), es posible inferir una adaptación a condiciones diferentes. Podríamos así hacer una extrapolación de los procesos y, por ejemplo, la inferencia paralela al aislamiento por distancia sería entonces una selección direccional gradual; mientras que la fragmentación, dependiendo de la distancia genética que haya entre los haplotipos involucrados, correspondería a una adaptación súbita o una donde los intermedios no sobrevivieron. La colonización a larga distancia podría inferirse en el caso morfológico como un cambio de nicho (es decir no habría conservación del nicho) y, finalmente, la expansión del intervalo podría interpretarse como una ampliación del nicho.
Extrapolar para estudiar la especiación. Sin duda, las genealogías y redes de genes son herramientas útiles para explorar los procesos de especiación en linajes que están en un proceso de diversificación. Si bien es cierto que las filogenias nos ayudan a explorar las relaciones sistemáticas y evolutivas de especies bien definidas, existen muchos grupos de plantas y animales que no pueden ser estudiados desde el punto de vista filogenético porque la diferenciación no se ha completado y entonces los sublinajes comparten haplotipos, lo que tiene como consecuencia un sorteo incompleto de linajes (en México tenemos varios de estos grupos debido a razones históricas y biogeográficas). Tal es el caso de grupos de especies, clados específicos, en las salamandras, los peces godeidos, los agaves, los algodones y probablemente muchos otros que hasta la fecha no han sido estudiados en el nivel poblacional.
Es en grupos como éstos donde la aplicación de un enfoque de redes que integre las evidencias ecológicas y morfológicas puede ser particularmente importante. Incluso en casos que parecían resueltos, como el de los elefantes de África, que se pensaba que eran una sola especie, al emplear un enfoque genealógico y el concepto de especie cohesiva se encontró la existencia de dos especies distintas.
Este tipo de inferencia fue propuesto por Templeton en 2001, quien elaboró un marco conceptual basado en genealogías, el cual puede ser utilizado para rechazar dos hipótesis nulas: 1) que se trata de un linaje evolutivo; 2) que todos los linajes son ecológica y genéticamente intercambiables. Si se rechaza la primera hipótesis, se puede explorar la existencia de dos o más linajes, mientras que si se rechaza la segunda, se puede elevar el linaje a la categoría de especie cohesiva. Sin duda, este marco de referencia puede ayudarnos a analizar con mucho mayor detalle el estatuto de especies que de otra manera no podrían ser exploradas. Asimismo, es importante recordar que considerando la velocidad a la que se generan datos moleculares y ecológicos en la actualidad, en poco tiempo podríamos resolver problemas sistemáticos que, en muchos casos, llevan décadas etiquetados como problemas irresolubles.
Distribución geográfica y características climáticas. El estudio de la evolución es un área ávida de información que incorpore nuevos enfoques y datos que ayuden a responder preguntas que tengan que ver con la adaptación, la especiación y la extinción. A veces estos enfoques vienen en paquetes moleculares, biogeográficos, ecológicos, morfológicos e incluso de disciplinas externas a la biología, como la geografía, la geología, la física y las matemáticas. Uno de estos enfoques que, forma parte de lo que se puede llamar biogeografía ecológica, es la teoría del nicho ecológico, que puede unirse a la información generada por medio de la reconstrucción de genealogías usando un enfoque similar al análisis filogeográfico de clados anidados, para estar en posibilidad de hacer inferencias acerca de la evolución del nicho en especies donde existe información tanto de distribución como de filogeografía.
Enredarse o no enredarse
La investigación en biología está pasando por una edad de oro en todo el mundo. La existencia de metodologías de análisis mucho más globales y que usan una enorme cantidad de información permite poner a prueba hipótesis que antes parecía imposible concebir. Es el momento de echar a andar la imaginación para generar hipótesis no contempladas, pero también de retomar las preguntas que no hemos podido responder hasta ahora. En este contexto, el enfoque de redes o genealogías permite atender esas preguntas nuevas y no tan nuevas, cuya respuesta nos permitirá entender mejor los procesos de adaptación, especiación, y quizá hasta de extinción.
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Referencias bibliográficas
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Daniel Piñero Dalmau
Instituto de Ecología, Universidad Nacional Autónoma de México.
Es biólogo por la Facultad de Ciencias de la unam y doctor en Ciencias por la
Universidad de California, Davis. Actualmente trabaja en aspectos de evolución
y genética de poblaciones en especies de pinos mexicanos.
como citar este artículo →
Piñero, Daniel. (2010). Genealogías y filogenias ¿Se está modificando la visión darwiniana? Ciencias 97, enero-marzo, 36-41. [En línea]
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La historia del pulpo maya
leída en su ADN
Oscar Eduardo Juárez Valdez,
Carlos Rosas y Leticia Arena
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El llamado pulpo rojo, Octopus maya, es una especie que
se distribuye exclusivamente en la península de Yucatán, donde su captura se ha convertido en una de las actividades primarias más importantes de las costas de los estados de Campeche y Yucatán. La pesca de O. maya, junto con lo que se captura del pulpo patón O. vulgaris, genera cerca de 15 000 empleos directos y una derrama económica anual de 360 millones de pesos en toda la región, la cual se sustenta en la exportación de más de 80% del pulpo capturado, principalmente a los mercados de Europa y Japón. Al igual que muchas especies de cefalópodos, el ciclo de vida de ambas especies de pulpo es anual, lo que obliga a mantener un equilibrio muy estrecho entre la cantidad de pulpos que se pescan y los procesos de renovación de la población.
Para lograr ese equilibrio actualmente existe un periodo de veda (del 15 de diciembre al 1 de agosto), que impide la extracción de pulpos en la zona a fin de proteger a las hembras en los meses en que se presentan los picos de desove. A pesar de esta restricción en la pesca, en los últimos años se ha observado un aumento en la proporción de O. vulgaris en el total de las capturas de pulpo en Yucatán, lo que hace pensar que al reducirse la población de O. maya, la población del primero se ha visto favorecida. Las evidencias indican que hay varios factores actuando en conjunto que tienen como consecuencia la reducción de las poblaciones de O. maya en la zona, entre los que se hallan la pesca ilegal que se lleva a cabo en la época de veda o mediante el buceo, y el endemismo de esta especie, condición que podría hacerla más vulnerable a los cambios ambientales y las presiones pesqueras.
Aunque O. maya es bien conocido por nuestros paladares, no lo es tanto para muchas áreas de la biología. Para poder proponer estrategias de manejo y lograr la conservación de una especie con tales características es básico conocer a fondo todos sus aspectos biológicos, así como su origen y evolución. Al menos hasta estos días no se cuenta con un registro fósil de este grupo de organismos mediante el cual pudiera ser deducida su historia, por lo que recurrimos al ADN con el fin de establecer la filogenia entre los pulpos y así conocer algunos aspectos de su historia evolutiva. El ADN (ácido desoxirribonucleico) es una molécula que almacena y conserva una gran cantidad de información, tan antigua que nos permite entre otras cosas indagar acerca del origen de las especies así como de eventos evolutivos pasados que ocurrieron y que determinan su capacidad de adaptación actual.
El gran desarrollo tecnológico en la biología molecular hace posible estudiar los genes, que son usados actualmente como ventanas al pasado evolutivo de los organismos.
Una de las principales ideas de Darwin que se hallan en El origen de las especies (a propósito de las festividades por su aniversario) es que “los organismos descienden de un ancestro común, y gradualmente van diferenciándose, los unos de los otros”. Ahora entendemos que esto se debe a la forma en que los genes van cambiando a lo largo de la historia evolutiva de los organismos.
Una forma de estudiar la diferenciación de las especies es por medio de los genes homólogos que, por tener un mismo origen y conservar la misma función, son útiles en la estimación del tiempo en que las especies que los contienen comenzaron a diferenciarse del ancestro común. Este tipo de análisis parte del supuesto de que los genes homólogos evolucionaron al mismo ritmo en todas las especies que los contienen. El supuesto tiene su base en el hecho de que hay muchos genes que dan lugar a proteínas o estructuras celulares que presentan tasas de evolución similares en especies cercanas.
Ante el desconocimiento del genoma de O. maya fue necesario identificar las secuencias de bases aledañas a los genes homólogos propuestos (16 S rARN, citocromo oxidasa I y citocromo oxidasa III, que han sido frecuentemente utilizados en la evaluación de la historia evolutiva de otros pulpos), lo cual fue posible utilizando el genoma de otras especies de pulpos obtenidos con anterioridad por otros investigadores y que se encuentran disponibles en las bases de datos de acceso libre. Con esa información se enviaron para su síntesis secuencias sencillas al inicio y final de los genes homólogos, que fueron utilizadas como “plantillas” (primers) lo que permite identificar, si existe, su complemento en O. maya. Como las secuencias de los primers sintetizados existen en la especie en estudio fue posible delimitar los genes homólogos propuestos. Utilizando el método de reacción cíclica de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés) en presencia de la enzima polimerasa Taq los primers y el ADN de x se obtuvieron millones de copias de los genes homólogos. Con estas copias, y después de un proceso de electroforesis y secuenciación de la muestra, se realizó la comparación y el análisis evolutivo (con un software especializado) de las secuencias obtenidas, así como de las distintas especies de pulpos del mundo disponibles públicamente en las bases de datos.
A partir de los resultados que se han generado al comparar los genes mitocondriales propuestos de O. maya con los de especies del género Octopus de todas las cuencas oceánicas del mundo fue posible conocer cuándo y dónde el pulpo O. maya tuvo su origen. Desde el punto de vista evolutivo se partió de la hipótesis de que el pulpo maya está cercanamente relacionado con pulpos que también se encuentra en el continente americano, tanto en el litoral del Pacífico como del Atlántico. Los resultados obtenidos a la fecha muestran que, como era de esperarse, O. maya es una especie cercana a las especies americanas, y que es parte de una radiación adaptativa de un ancestro común.
Debido a que los genes de las especies comparadas evolucionaron al mismo ritmo o velocidad fue posible estimar el tiempo en que comenzó la divergencia, que fue medida a partir de las distancias genéticas entre las especies (figura 1). De acuerdo con los resultados obtenidos es posible estimar que la radiación adaptativa de los pulpos de América comenzó hace aproximadamente 4 millones de años.
![]() Si pudiéramos regresar 4 millones de años al pasado observaríamos que Panamá era un “puente a medio construir”, entre América del Norte y del Sur, por lo que en ese tiempo existía una corriente que conectaba las cuencas del Pacífico y el Atlántico. Durante el levantamiento del istmo, tal corriente se dividió en tres direcciones principales: una hacia California, otra hacia el Ecuador y una tercera hacia el Atlántico, influyendo en la distribución de las poblaciones de pulpos que habitaban esta zona. Según los datos, estas tres corrientes pudieron dar lugar a tres grupos de pulpos: los de California, O. bimaculatus y O. bimaculoides; el de O. maya en el Atlántico; y el de los sudamericanos, entre los que se encuentran O. mimus y O. oculifer. La separación de especies fue producto del surgimiento del istmo de Panamá, lo que permitió los procesos de especiación entre especies que hoy habitan el Pacífico, el Caribe y el Golfo de México.
El uso, manejo y conservación de recursos naturales como el pulpo es sin duda uno de los retos inmediatos a los que nos enfrentamos quienes estudiamos estas especies. La permanente explotación pesquera, el desconocimiento de los sitios de reproducción, y el no conocer cómo es el flujo genético entre poblaciones ha llevado a que en la actualidad existan formas de manejo incompletas, que lejos de ayudar al mantenimiento de las poblaciones han coadyuvado a la sobreexplotación. En este contexto, los estudios de genética de poblaciones son fundamentales para comprender las relaciones entre las poblaciones y la posible existencia de poblaciones que deban ser conservadas.
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referencias bibliográficas
Pérez M., R. Burgos, A. Wakida y J. Santos. 2006. Evaluación de la población de pulpo (Octopus maya) en la península de Yucatán 2006. Secretaría de Agricultura, Ganadería y desarrollo Rural, Pesca y Alimentación/Instituto Nacional de la Pesca, México.
Crandall, K., O. Beninda Edmonds, G. Mace y R. Wayne. 2000. “Considering evolutionary processes in conservation biology”, en Trends in Ecology & Evolution, núm. 15, pp. 290-295.
Avise, J. 2004. Molecular Markers, Natural History and Evolution. Sinauer Associates Inc.
Futuyma, D. 2005. Evolution. Sinauer Associates Inc.
Stanley, S. 2005. Earth System History. W. H. Freeman and Company.
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Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
Carlos Rosas
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Leticia Arena
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. como citar este artículo → Juárez Valdez, Oscar Eduardo y Rosas, Carlos; Arena, Leticia. (2010). La historia del pulpo maya leída en su ADN. Ciencias 97, enero-marzo, 42-44. [En línea]
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Carlos Aguilar Gutiérrez y
Aline Aurora Maya Paredes
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Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Aurora Maya Paredes
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de Mexico.
como citar este artículo → Aguilar Gutiérrez, Carlos y Maya Paredes, Aline Aurora. (2010). La persistencia de la memoria VI. Ciencias 97, enero-marzo, 78-79. [En línea]
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Lagartijas medicinales,
remedios americanos y
debates científicos en
la Ilustración
Miruna Achim
UAM/Conaculta
México, 2008. 573 p. |
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En 1781, José Felipe Flores (1751-1824), catedrático en
medicina en la Real Universidad de Guatemala, publicó un folleto de quince páginas sobre los usos médicos de la carne de lagartijas. El título no podía ser más prometedor: Específico nuevamente descubierto en el Reyno de Guatemala, para la curación radical del horrible mal de cancro y otros más frecuentes. El “específico” —especie que no está mezclada con ninguna otra—, reportaba Flores, era un remedio tradicional entre los indios de San Cristóbal Amatitan (hoy Amatitlán), un pueblo en la región occidental de Guatemala. El tratamiento con lagartijas llegó a la atención de un sacerdote local cuando una joven indígena, quien tenía el cuerpo cubierto de “bubas” y había sido abandonada por su marido, se curó exitosamente después de ingerir unas cuantas lagartijas. El mismo específico fue luego empleado para aliviar la “llaga cancrosa” que tenía muy afligido al catalán don José Ferrer, residente de la ciudad de Guatemala. Fue en ese momento que José Felipe Flores supo del novedoso medicamento y decidió divulgarlo.
No es fácil concluir, con base en el texto del Específico, si Flores observó personalmente el uso de las lagartijas entre los indios de San Cristóbal Amatitan o si participó en el tratamiento con lagartijas de Ferrer o de otros pacientes. Lo que sí es indudable es que Flores, nacido en Ciudad Real, Chiapas (ciudad que contaba, y cuenta hoy, con una fuerte presencia indígena), mostró, en varias ocasiones, la capacidad de conjugar su práctica médica innovadora con la sensibilidad y el interés hacia los usos y las tradiciones medicinales y culturales indígenas. Destaca, en este sentido, su participación en la campaña de inoculación contra las viruelas en los altos de Guatemala (donde se encuentra Amatitlán) en 1779-1780. Unos años después, en su Instrucción sobre el modo de practicar la inoculación de las viruelas y método para curar esta enfermedad, acondicionado a la naturaleza y modo de vivir de los indios (1794), Flores demuestra, (como lo indica el título) una inusitada conciencia de que el éxito de la campaña dependía en gran parte de aplicar la vacuna en consonancia con las costumbres y creencias de las poblaciones indígenas que serían inoculadas. Así, el médico aconsejaba que la administración de la vacuna se vinculara íntimamente con celebraciones y ritos religiosos: que fuera traída a los pueblos en compañía del sacerdote local o que éste instara a los padrinos de bautizo de un recién nacido para que volviera a presentar al niño para que fuera inoculado, por ejemplo. Es precisamente este tipo de conocimiento situado en el espacio-tiempo y dentro de estructuras socio-culturales específicas, lo que Flores aporta en su breve Específico sobre el remedio de las lagartijas. Así, después de reunir algunas noticias sobre el uso exitoso de las lagartijas y de describir las especies de lagartijas ideales para usos medicinales, Flores incluye instrucciones puntuales para administrar el remedio, insistiendo en que el mejor método era el de los propios indios, quienes “no saben gastar en melindres”. Al contrario: “Toman una Lagartija, y con diestra ligereza la cortan la cabeza, y cola. Inmediatamente les extraen los Intestinos, y de un tirón les arrancan la pielezilla. En este estado, cruda, la carne aun caliente, y en toda la vitalidad posible, la mascan, y tragan con gran serenidad. De este modo se tragan una Lagartija cada día. Dicen que suele bastar una, y si no, toman hasta tres; asegurando que por este medio han sanado siempre de las llagas, y las bubas, enfermedad endémica de aquel Pueblo”. Para los “melindrosos”, de gustos delicados y aversiones pronunciadas, Flores hace algunas concesiones: “Para hacer menos desagradable el remedio, e imitar el método de los indios, inmediatamente que se ha arrancado la piel a la Lagartija, con la misma cuchilla se pica la carne, y los huesos, que son muy tiernos: se hacen píldoras, se envuelven en oblea, y se administran al enfermo. Una Lagartija da carne para dos píldoras, poco menores cada una que una bala de fusil. Todo se ha de hacer con la brevedad posible, para tomar la carne lo más viva que se pueda, según el método de los Amatitanecos”.
En otras palabras, sea que el paciente se envalentonara a masticar directamente una lagartija aún caliente y pulsante o que disimulara el sabor con el de las obleas, lo que importaba para la eficacia del específico era sobre todo imitar, dentro de lo posible, “el método de los Amatitanecos”.
Después de tratar estos aspectos más prácticos del tratamiento médico, Flores dedica unos párrafos, hacia el final de su Específico, a ofrecer algunas hipótesis sobre las causas de las calidades terapéuticas de las lagartijas. Los efectos producidos por las lagartijas —calor corporal excesivo, babeo y sudoración— los clasificaban como estimulantes, al lado de ciertas mezclas de antimonio y mercurio, las cuales se empleaban contra enfermedades venéreas. Pero, mientras estas composiciones requerían de precauciones muy escrupulosas por parte de los médicos, la carne de las lagartijas era prácticamente inofensiva. Flores concluyó su pequeño cuaderno proponiendo que se hicieran más investigaciones sobre la composición química de las lagartijas, su diferenciación de género, sus modos de generación, su conservación y, obviamente, sus efectos sobre el cuerpo humano. Para estos propósitos, Flores pretendía mandar una caja con seis lagartijas vivas al Real Gabinete de Historia Natural en Madrid. No se sabe si José Flores mandó o no los seis especímenes a Madrid, o si éstos sobrevivieron a su largo cruce trasatlántico para ser administradas calientes y vivas a pacientes españoles o para ser empleados en otros tipos de experimentos. Lo que sí sabemos es que el Específico de Flores gozó de cierta celebridad en Europa. La aparición del Específico de Flores en la Ciudad de México causó una sensación instantánea. Como ningún otro remedio anterior en la historia de la Nueva España, el Específico de las lagartijas se volvió objeto de investigación y conflicto entre dos poderosas instituciones: el Cabildo de la ciudad de México y el Real Tribunal de Protomedicato.
El presente libro tiene como propósito presentar, por un lado, los documentos originales más representativos de los debates mexicanos sobre las lagartijas y, por otro, un estudio introductorio que pretende situar estos debates en sus contextos. ![]() |
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Fragmento de la Introducción
como citar este artículo → Achim, Miruna. (2010). Lagartijas medicinales. Ciencias 97, enero-marzo, 74-75. [En línea]
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