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El reto de la educación ambiental
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María Silvia Sánchez Cortés
     
               
               
La educación ambiental emerge en los años setenta
como una estrategia para enfrentar la crisis ambiental que a su vez significa un reflejo de la crisis de la civilización occidental en su conjunto. Es a partir de estos años que se empezó a generar un estado de opinión crítica sobre el futuro de la humanidad que contrastaba con el optimismo dominante de las décadas anteriores. Por primera vez se consideró la educación como una exigencia colectiva ante la necesidad de preservar el escenario de la vida.
Las orientaciones fundamentales, así como los principios básicos de la educación ambiental en todo el mundo se establecieron en la conferencia intergubernamental de educación ambiental de Tbilisi celebrada en 1977. En su "Declaración final" destaca el enfoque global (holístico) que se da a la educación ambiental, el carácter interdisciplinario y las bases éticas a construir. Todos estos aspectos orientados hacia la comunidad, "fomentando el sentido de responsabilidad de sus miembros, en un contexto de interdependencia de las comunidades nacionales y de solidaridad de todo el género humano".
Algunos de sus principios elementales señalan la exigencia de considerar el ambiente en su totalidad; de otorgar un amplio reconocimiento a la vida; la trascendencia de promover un cambio de valores y la necesidad del trabajo interdisciplinario.
En este movimiento intergubernamental sobresale una nueva filosofía moral que busca establecer una nueva valoración para la Tierra, los animales y las plantas, donde además se persiguen criterios morales acerca de las relaciones interpersonales, culturales y sociales, en general, complementadas con una nueva relación del ser humano con la naturaleza que sustituya la ideología de uso y dominación.
Desde su inicio, la educación ambiental desempeña un papel de ruptura entre las disciplinas dominantes al conjuntar  los conocimientos y saberes albergados por las ciencias tanto sociales como naturales que tienen que ver con el concepto de ambiente. A la educación ambiental le toca definir valores que impulsen el desarrollo moral requerido para enfrentar y prevenir el deterioro ambiental, su papel también implica una función transformadora de la sociedad que a su vez pide respuestas congruentes.
El reto actual, de la misma manera que lo fue hace más de 20 años en la conferencia de Tbilisi, sigue siendo cómo llevar los principios filosóficos y éticos planteados a la práctica educativa. El trabajo y esfuerzo generado por la UNESCO, aunado al de diferentes países, organizaciones y personas involucradas ha sido muy importante. Sin embargo, en diferentes casos se ha trabajado con una visión de la educación ambiental reducida y simplificada; los programas cuyo propósito principal es generar la sensibilización ciudadana son ejemplo de ello; así como los que dan prioridad a la incorporación de contenidos ecológicos o se dirigen a proporcionar una capacitación somera sobre problemas puntuales y concretos. El resultado ha sido la reproducción de una visión fragmentada de la realidad, ya que a menudo se dejan de lado los componentes sociales, económicos, políticos y culturales del deterioro ambiental. A su vez, el quehacer ambiental se sigue basando en disciplinas aisladas, sin que esto contribuya a la generación de un pensamiento crítico y responsable.
Como alternativa, además de reconocer esta situación, se requiere volver a los principios orientadores y trascendentales de Tbilisi, así como buscar nuevas formas de abordar la realidad desde los campos de las ciencias sociales y naturales (incorporando el pensamiento complejo); reconocer el papel de las culturas locales; promover una pedagogía de grandes alcances que implique una forma radicalmente distinta de ver el mundo y de acoger otros saberes y concepciones, e impulsar nuevas formas de relación con la naturaleza.
¿DÓNDE SE UBICA LA EDUCACIÓN AMBIENTAL?
En el contexto histórico podemos situar que la crisis de la civilización actual no solamente tiene que ver con estilos de desarrollo y sus formas de crecimiento económico, con el incremento desmedido de la población humana, con la tecnología y sus productos contaminantes, o con las formas de apropiación y sobreexplotación de los recursos naturales.
Se habla también de una crisis de la modernidad caracterizada por la pérdida de valores y la falta de certeza en el futuro, panorama que representa la necesidad de buscar nuevos caminos y el replanteamiento de valores y formas de vida.
Destaca cómo irrumpe en nuestro mundo moderno la crisis ambiental, la cual evidencia los efectos y las causas de la crisis de la civilización actual. En este marco, el crecimiento económico ha sido el motor para el desarrollo de una concepción tecnoeconómica (globalizadora y neoliberal) que ignora los aspectos humanos relacionados con la identidad, la comunidad, la solidaridad y la cultura. Esta fe ciega en el desarrollo ha traído como consecuencia los múltiples y graves problemas ambientales, ante los cuales emerge la urgente necesidad de prevenirlos y solucionarlos; dos estrategias de  gran trascendencia por su carácter interdisciplinario son: la educación ambiental y el desarrollo sustentable.
Esta necesidad de búsqueda de opciones y soluciones a la crisis ambiental ha mostrado que existe una estrecha relación con las formas en que se ha generado y aplicado el conocimiento, esto es, con una visión de simplificación y especialización basada en la fragmentación del mundo y la realidad en objetos y objetivos, con la parcelación del saber y la consecuente pérdida de una percepción integradora.
En retrospectiva podemos ubicar la concepción del mundo actual con su influencia occidental predominante en diferentes antecedentes históricos que han convergido y se han implantado en las formas de vivir y concebir el mundo contemporáneo. Por ejemplo, de los griegos se ha heredado la concepción de lo que es considerado racional y lo que no lo es. Los griegos se interesaron más por las regularidades de la naturaleza y las "leyes" que se pudieran manejar con la razón, en cambio, prestaron poca atención a procesos mundanos que no estuvieran cerca del alcance de la razón. Este hecho se acentúa con el surgimiento y desarrollo de la ciencia moderna occidental y el mecanicismo, ambos procesos expresan sus efectos en la división existente entre las ciencias sociales y las ciencias naturales. Aún se debate acaloradamente sobre cuáles conocimientos deben ser considerados como científicos y cuáles no.
Los griegos heredan a Occidente el sentido de orden y armonía y, sobre todo, el papel de la racionalidad como práctica dentro de su civilización (por ejemplo, la sistematización del conocimiento, para ordenarlo o enriquecerlo); más tarde estas características (racionalidad y ética) serían relevantes para el surgimiento de la ciencia moderna en Occidente. Para Huxley, la ciencia no nace como una eclosión del conocimiento, sino como una aventura de la ética.
El nacimiento de la ciencia moderna procede de las formas de concebir el mundo y la realidad de diferentes culturas como los griegos, romanos y judíos, en donde se planteaba la existencia de leyes naturales establecidas por un ser sobrenatural. Al emerger la ciencia moderna a partir del siglo XVI se cuestionaba y quería conocer este orden natural, camino que llevó a un cambio de racionalidad y de formas de obtener el conocimiento a través de un determinado método científico riguroso, objetivo y sistematizado.
Posteriormente, al buscar explicaciones y la comprensión de la naturaleza a través de una estructura "predecible", la ciencia se fue mecanizando, (surgimiento y consolidación de la concepción de que el orden natural se comportaba como una maquinaria). A la par de este proceso de mecanización de la ciencia, la generación del conocimiento iba fragmentándose cada vez más y las formas de conocer y comprender la realidad también. Ejemplo de ello es que en nuestros días se llega a decir " el especialista que sabe cada vez más, de cada vez menos".
En la actualidad se replantea la necesidad de percibir y concebir los sistemas, los ambientes, la ciencia misma, como parte de un solo organismo, la Tierra, como un todo complejo y dinámico, rescatando las concepciones del mundo de otras culturas no occidentales, como las orientales. Es evidente que hoy día reconocemos cómo nos afecta la fragmentación de la realidad y del conocimiento.
Se requiere reflexionar en nuestras formas de conocer, de concebir, de aprehender, de ubicarnos en cuál es nuestra visión actual del mundo heredada de una visión occidental dominante. Necesitamos revalorar qué entendemos por ciencia y conocimiento científico y qué conocimientos desechamos por no ajustarse a los patrones ampliamente aceptados.
La crisis ambiental nos enfrenta a la necesidad de replantear nuestras concepciones actuales del mundo, las cuales han estado enfocadas a la dominación de la naturaleza y del hombre mismo. Como respuesta a la fragmentación del conocimiento y a la forma universalmente válida de obtenerlo (el método científico y la ciencia) emerge el pensamiento complejo. Se ha cuestionado críticamente cómo la ciencia "pretende" un control creciente del mundo, lo que a su vez ocasiona la manipulación del conocimiento por parte del Estado.  La complejidad plantea la interdisciplinariedad, propone la necesidad de transitar hacia conceptos y concepciones dinámicas e interactivas. En cambio, el desarrollo científico tradicional fragmenta el saber en disciplinas, aspecto que se ve más acentuado entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.
En la actualidad hay muchos conocimientos especializados y fragmentados y existe poco conocimiento general reflexivo-formativo. Esto provoca un aumento de la incertidumbre y un progreso de la ignorancia. Frente a esta situación, Monn propuso la adopción de un nuevo punto de vista que favoreciera otra manera de ver, pensar y transformar la realidad: el pensamiento complejo.
Si la educación ambiental tiene como reto moverse tanto en áreas de las ciencias naturales como de las sociales dado que su quehacer así lo requiere, surge como un elemento fundamental la incorporación de la visión aportada por el pensamiento complejo. La educación ambiental ha de incorporarse al trabajo conjunto con diversas disciplinas para abordar así el amplio panorama ofrecido por el ambiente y su problemática.
La educación ambiental es un proyecto estratégico que busca enfrentar la crisis ambiental, y en consecuencia la de la civilización. Dado su ámbito estrechamente relacionado con el ambiente, su conceptualización implicó incorporar los principios de ecología y termodinámica de los sistemas abiertos, lo cual significó abrirse a otras formas de ver la realidad. Las dimensiones de su ámbito de acción son complejas, por lo que se les tiene que abordar desde un enfoque interdisciplinario que lleve en la práctica al diseño y construcción de programas educativos con esta visión.
Hoy día se pone a discusión el poder que tiene el conocimiento y se considera de suma importancia incorporar la revalorización del conocimiento personal, tradicional, cultural, etcétera.
Al respecto, Foucault cuestiona críticamente que la ciencia incorpore el poder del conocimiento como algo de carácter estratégico. Así se da el poder manipulado por la ciencia y el Estado, y se dejan de lado los saberes personales y colectivos (saberes sometidos) de los diferentes grupos que integran la sociedad por no considerarse adecuados para entrar en los esquemas científicamente aceptados.
La educación ambiental debe incorporar con el respeto y la ética requerida los saberes locales, culturales, y otros, en la construcción de su quehacer, de su marco conceptual, de su filosofía moral, y además considerar que la cultura de un pueblo no es homogénea. La cultura se experimenta y se renueva dependiendo de si uno es viejo o joven, rico o pobre, hombre o mujer...
Ante la problemática ambiental, y para el caso concreto de nuestro país, diversos autores han resaltado la importancia de revalorar y rescatar el enorme potencial cultural con que contamos los mexicanos, no sólo en recursos naturales,  sino también en las diversas formas de entenderlos y aprovecharlos, a través de conocimientos y tecnologías que representan la herencia histórica de los diversos pueblos que componen la nación. Aquí se encuentran muchos de los saberes sometidos que se han expresado en diferentes ocasiones como elementos de resistencia cultural y que seguramente nos han dado la fuerza para mantener la unidad e identidad como país. La educación ambiental frente al complejo panorama ofrecido por la problemática ambiental y sus soluciones se encuentra ante el enorme reto de desarrollar nuevas formas de abordar la realidad desde los campos de las ciencias naturales y las ciencias sociales (aspectos ecológicos; ambientales; sociales; económicos; etcétera).
 
LA EDUCACIÓN AMBIENTAL Y SU PROPUESTA
 
La propuesta de la educación ambiental tiene un enfoque holístico, propone una nueva ética, una nueva concepción del mundo que considere una visión integradora así como la reconstitución del conocimiento y el diálogo de saberes.
 
Su filosofía está sustentada en una nueva ética ambiental cuyos principios y valores están encaminados a la solidaridad, a la integración de una autonomía de participación que nos lleve a una armonía y reintegración del ser humano con la naturaleza.
 
La educación ambiental fomenta las capacidades necesarias para que el ser humano forje su saber personal en relación con su ambiente a través de un pensamiento crítico. Así, la educación ambiental pasará a integrarse a nuestra cultura arraigándose en la vida de cada persona y cada comunidad.
 
En este sentido no se debe pasar por alto que cada cultura y grupo humano tiene una forma particular de concebir la vida, de relacionarse con sus semejantes y con el medio que lo rodea. Aquí es pertinente una acotación acerca de la realidad que impera en nuestro país, que se torna todavía más compleja considerando que México se caracteriza por su pluriculturalidad. Este aspecto repercute en las formas de abordar la problemática ambiental y sus soluciones.
 
Como educadores ambientales, antropólogos, sociólogos o personas interesadas, podemos estudiar las formas de relación con la realidad y las concepciones del mundo de otros pueblos, sin embargo, es importante reflexionar en lo dicho por Kuitenbrouwer, quien señala que entender una corriente cultural desde la perspectiva de la otra implica un gran desafío que exige en cierto modo "desidentificarse" de la propia cultura, de percepciones y de maneras de ser para poder identificarnos con la otra. Este proceso lleva a nuevas formas de percibir y apreciar la realidad.
 
También es importante reconocer cómo nosotros y los demás vemos la vida, qué es lo que más importa de ella o cómo nos limita, así como el papel de la religión, de la ciencia  y la misma filosofía. La vida es un valor fundamental para los seres humanos, implica un respeto por nosotros mismos y por los demás. Al entender qué nos motiva, cómo nos relacionamos, cómo percibimos el mundo y a los demás podemos tener una visión más amplia de la realidad y cuestionarnos más críticamente acerca de qué tipo de ser humano se quiere formar por medio de la educación ambiental, considerando que su actuación y la nuestra sea comprometida con la humanidad.
 
Es de suma relevancia ubicar cómo se originan las percepciones del mundo y la realidad que van muy ligadas a la formación de valores: toda educación tiene que ver con ellos y para qué o por qué educar para formar determinados valores.
 
A su vez, se requiere conocer el contexto histórico en el que nos desenvolvemos, este aspecto es trascendental para ubicamos en la búsqueda de una interpretación de las concepciones del mundo de otras personas u otras culturas, incluyendo la actual cultura occidental, que envuelve nuestras vidas. 
 
LA ÉTICA AMBIENTAL
 
Si toda filosofía tiende a comprender el sentido del ser humano y de la vida y por lo mismo a encontrar un modo de vida, entonces es muy importante detenernos a considerar el papel que concierne a la ética y la formación de valores. A su vez, a esto se enlaza el tipo de educación que se quiere lograr, porque por medio de ella se definirá qué tipo de ser humano se quiere formar en la sociedad actual y para el futuro. Aquí cabe detenemos un momento y hacer una reflexión y cuestionamiento acerca de qué tipo de filosofía existe en nuestro mundo actual y qué sustento nos da ante las crisis mundiales.
 
Considerar el papel que desempeña la ética en la vida humana es de importancia fundamental. Para los griegos, la ética estaba ligada a la democracia y la justicia. La virtud del hombre consistía en tener éxito como ciudadano y debía hacer lo necesario para adaptarse a las convicciones de su polis, es decir, su filosofía y ética abogaban por el deber de hacer el bien por sí mismo, y no por la remuneración o el miedo. El ser injusto significaba ser el peor tirano de sí mismo así como de la ciudad. Se buscaba tener una vida virtuosa y armónica en los planos tanto individual como colectivo. Si comparamos estos principios y valores griegos con los que caracterizan la vida moderna observamos otro tipo de valores que no están basados en la solidaridad, la armonía ni en el bien común; este proceso se desarrolló más bien con los valores impulsados por el capitalismo, entre ellos el individualismo acérrimo.
 
Puede decirse que toda ética procura el debido respeto a la vida. Al respecto, Novo nos señala que la ética tradicional había estado limitada al tratamiento de las relaciones entre personas, sociedad y autoridad política, religiosa, y usualmente el mundo no humano no había penetrado en el campo ético. A partir de la época actual es cuando el resto de los seres vivos comienzan a entrar en el universo moral de las personas como compañeros necesarios y que requieren respeto por parte de la humanidad. La ética ambiental plantea que el resto de los seres vivos entren en las relaciones humanas y en sus propios valores. Relacionado con este aspecto, la ecología reveló la necesidad de la mutua cooperación e interdependencia dinámica de los humanos, las demás especies vivas y los elementos del medio inorgánico; esta evidencia obligó a considerar una nueva visión que no solamente estuviera enfocada al ser humano.
 
Diferentes autores nos hablan de que no sólo necesitamos una ética humanista aplicada al ambiente tal como se ha requerido para la ley, la medicina, los negocios, las relaciones internacionales, etcétera. El respeto a la vida sí exige una ética interesada en el bienestar humano, una ética como las demás, pero esta vez aplicada también al ambiente. Se requiere una ética con un sentido más profundo que busque reformar una ciencia que ve la naturaleza sólo como objeto  de conocimiento, una ética que asuma que no únicamente los humanos importan en términos morales.
 
A su vez, en nuestra sociedad se necesitan replantear los fines de la ética y la democracia en el contexto de las diferentes crisis mundiales. Enrique Leff expone que la crisis ambiental nos obliga a perfilar otro concepto de democracia, no sólo referida a cuestiones electorales o a aspectos parecidos, sino a una democracia que plantee desde las bases de la sociedad una vía directa de apropiación de los recursos productivos para el manejo colectivo de los bienes comunes. El proyecto de democracia ambiental busca frenar la fragmentación del mundo que genera la uniformación forzada de un orden mecánico y homogeneizante impuesto sobre la naturaleza y el hombre, mediante una reintegración socioambiental, fundada en una nueva solidaridad social, en la pluralidad de identidades étnicas y culturales y en la diversificación de estilos de desarrollo. Esta democracia va ligada a una filosofía moral particular, la filosofía y la ética ambiental. 
 
Cuando se habla de problemática ambiental y de la necesidad de desarrollar una nueva ética al respecto, siempre va implícito el cultivo de valores que lleven a los seres humanos a tomar actitudes de respeto, de responsabilidad hacia el mundo que nos rodea. Al reflexionar cómo influyen positiva o negativamente los valores occidentales en nuestra sociedad actual, y particularmente hablando de México, habrá que anexar el papel de los valores que heredamos de nuestros antepasados prehispánicos, qué podemos incorporar o retomar de ellos para plantear caminos viables hacia el desarrollo sustentable. También hay que considerar el replanteamiento de valores sociales como los de tolerancia, reconocimiento de los otros, respeto, revalorización de los saberes locales, solidaridad, etcétera.
 
Para Kwiatowska e Issa, a través de la ética se pueden despertar y fortalecer actitudes y acciones que redunden en el bienestar del ser humano y el ambiente. La reflexión ética puede moderar e incluso eliminar las actitudes instrumenta les hacia la naturaleza (dominio, utilitarismo). La conducta humana hacia la naturaleza depende en grado significativo de la conciencia, los valores, las pautas culturales, la educación y la sensibilización de las personas. No se puede hablar de una educación ambiental si ignoramos los valores y principios normativos que motivan y rigen nuestro comportamiento.
 
Además de una ética ambiental, se tienen que redefinir los estilos de vida, cuyos valores preponderantes en la sociedad moderna están encauzados a la comodidad y el desperdicio.
 
Sin embargo, la ética ambiental no puede concebirse aislada de su realización práctica, ya que los criterios morales que la sustentan influyen decisivamente en nuestras acciones, provocan cambios en la realidad; por ello se debe tener en cuenta que, indirectamente, estos mismos cambios incidirán en nuestras percepciones y nuestros valores, para reajustarlos y hacer posibles nuevos planteamientos éticos.
 
EL RETO DE LOS EDUCADORES AMBIENTALES
 
En la sociedad actual predominan, entre otros, los valores basados en una ideología de mercado, el individualismo, la carrera por ganar y poseer, así como en la ruptura de las raíces de identidad de las culturas locales. Se antepone el crecimiento económico al desarrollo vital y al de las capacidades de los seres humanos como individuos.
 
Si queremos otro tipo de sociedad tendremos que construir una realidad más cercana a la solidaridad, la equidad y la justicia, basada en el respeto a las culturas; que sea sensible y democrática. Un camino posible es el de la educación ambiental.
 
Construir nuevos valores a través de una ética ambiental será un proceso arduo y complejo, enfrentado a no pocos retos, inercias y problemáticas. El camino a recorrer se avista sinuoso. En primera instancia debemos trabajar en nosotros mismos, en ir abordando el no fácil proceso de buscar ser congruentes entre lo que decimos y lo que hacemos, no nada más por el trabajo que nos cuesta, sino porque además estamos inmersos en un mundo de contradicciones, por ejemplo, en una sociedad de consumo agobiante. En la reflexión de nuestras formas de concebir el mundo y la realidad, en nuestra conciencia de clase, de estilo de vida, en las actitudes que tenemos como personas frente a nosotros mismos y los demás, frente al medio que nos rodea, y en nuestro potencial como seres humanos, se encuentra la capacidad para cambiar hacia un mundo mejor.
     
 
 
 
 
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María Silvia Sánchez Cortés
Universidad de Ciencias y Artes de Chispas

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