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Jardines y parques en la ciudad, ciencia y estética
Los jar­di­nes, y lue­go los par­ques, han si­do equi­pa­mien­tos de gran tras­cen­den­cia en las ciu­da­des, con im­por­tan­tes im­pli­ca­cio­nes en la vi­da so­cial. En ellos se con­fi­gu­ra un sis­te­ma de sig­ni­fi­ca­dos que de­be ser en­ten­di­do por el usua­rio y el vi­si­tan­te.
Horacio Capel
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El arte refinado de la jardinería es un campo privilegiado de investigación para el estudio de la relación entre ciencia y estética. Desde las primeras civilizaciones urbanas la construcción de jardines se hizo con la aplicación de técnicas hidráulicas, de conocimientos botánicos, de prácticas de agrimensura y de cálculo económico. Muy pronto también, la instalación de fuentes obligó a imaginar mecanismos ingeniosos para su funcionamiento, sobre todo cuando se trataba de conseguir efectos de vistosidad y sorpresa. Los jardines se construyen para el deleite y para dar una idea de sí mismo: en ellos se configura consciente o inconscientemente un sistema de significados que debe ser entendido por el usuario o el visitante.
 
Todo ello es bien conocido, puesto que existe ya una antigua tradición de historia de la jardinería, cuyos orígenes se remontan al siglo xviii. Menos atención se ha dado a otra circunstancia, la cual me parece de gran trascendencia en la historia del urbanismo: la de que los jardines han sido también lugar de experimentación de formas espaciales, las cuales luego se han aplicado al diseño urbano, y que han permitido la introducción de innovaciones decisivas, como la de diagonales en el trazado ortogonal, o un nuevo modelo de trama y de plano, que está en el origen de la ciudad-jardín. Al mismo tiempo, a partir del siglo xix, los jardines, y luego los parques, han sido equipamientos de gran trascendencia en las ciudades, con importantes implicaciones en la vida social.
 
Hasta el siglo vxiii los jardines eran, de hecho, paraísos privados, construidos por la realeza, la aristocracia y, más tarde, la burguesía, para su uso particular. Lugares para el descanso y el retiro deleitoso, para la alegría privada y el juego amistoso, para la ostentación y el reposo. Y será ése precisamente el paraíso que en el siglo xix será accesible para todos, convirtiéndose en el jardín municipal.
 
Podría decirse que el jardín, como las villas del siglo xvi es “el cielo de los ricos en el más acá”. Pero frente a aquel en donde se refugian los ricos y poderosos, y al de las aspiraciones del pequeño burgués, el jardín público de la ciudad está abierto como paraíso para el conjunto de los ciudadanos.
 
El proceso tiene desde luego sus antecedentes, que se relacionan, en primer lugar, con la política de apertura de parques reales al público de las capitales en el siglo xviii, lo cual se vio intensificado por la Revolución Francesa, primero, y por la implantación de los Estados liberales.
 
La política de construcción de paseos y alamedas que se había iniciado en la época final del antiguo régimen conducía también a la presencia de espacios públicos ajardinados. En la segunda mitad del setecientos los gobiernos de la Ilustración se habían preocupado por establecer paseos, “salones” y arboledas para el disfrute público. En Gran Bretaña a mediados del siglo xviii la mayoría de las ciudades principales tenían ya paseos públicos o jardines. Y algo semejante puede decirse de Francia, Alemania, Portugal o España, incluyendo, naturalmente, la creación de alamedas y paseos en Brasil (como el Passeio Publico de Río de Janeiro 1782) y las grandes ciudades de los virreinatos americanos de Nueva España, Perú, Nueva Granada y Río de la Plata.
 
Con relación a la promoción inmobiliaria de nuevos barrios se diseñaron, asimismo, nuevas plazas, que en Londres siguieron el modelo del Covent garden y que fueron promovidas por aristócratas, quienes valoraban sus propiedades, logrando un bello y prestigioso marco para su propia mansión y cediendo el derecho a construir viviendas a personas adineradas. A fines del siglo xviii y comienzos del xix, con la colaboración de famosos paisajistas, algunas de estas plazas empezaron a ser ajardinadas.
 
Algunos parques privados y públicos aparecen también en Alemania, Francia, España y otros países europeos, iniciando así una tendencia que lleva a su difusión en las ciudades.
 
Naturalmente dicha tendencia pasó pronto a los tratadistas de jardinería. En 1785 un tratadista alemán formuló un programa ideal para los Volksgärten o jardines públicos, y cinco años más tarde el elector de Baviera ordenó el diseño de un “jardín inglés”, que pasa a ser el primer gran parque público del continente. En 1825 se creó ya en Magdeburgo un primer parque municipal.
 
Esa construcción de parques y jardines coincide con el acceso de nuevos grupos sociales a la riqueza y al poder, y con una amplia demanda para la construcción de jardines privados.
 
Durante el siglo xix se acelera el ritmo de crecimiento de las ciudades europeas, empezando por las de los países que se ven afectados por la Revolución Industrial —Londres, la primera que ve crecer su población de un millón de habitantes en 1800 a dos y medio en 1851. Así, desde el siglo xviii el campo empezó a quedar lejos de la ciudad, debido a la expansión urbana.
 
El concepto de parque público surgió también como respuesta a los problemas higiénicos que se suscitaron en las ciudades industriales europeas. Cuando los efectos de la Revolución Industrial se dejan sentir de forma intensa, la necesidad de espacios verdes se hizo más fuerte, y ésta se expandió entre los diferentes grupos sociales: primero probablemente entre la burguesía, que deseaba parques prestigiosos y bien equipados para su solaz y exhibición. Pero bien pronto también entre las clases populares de algunas ciudades en las que la especulación de los propietarios fue edificando viviendas en sectores periféricos que eran tradicionalmente un lugar de esparcimiento de esos grupos.
 
En Gran Bretaña los problemas del crecimiento urbano se plantearon antes y con más crudeza, y por eso fue también allí donde se buscaron más tempranamente nuevas soluciones. En ese país, además de sus valores estéticos dominantes en el setecientos, los parques y jardines empezaron también a ser considerados desde perspectivas prácticas y funcionales. En 1833 existía ya en Gran Bretaña un Select Commitee on Public Walks and Places of Exercise, que tenía como objetivo prever el establecimiento de espacios verdes abiertos en todas las grandes ciudades, específicamente dirigidos a mejorar la salud de la clase trabajadora y popular. Dichas clases eran acusadas de ebriedad y reyertas, por lo cual había que facilitar una diversión alternativa y regulada que no debilitara los cuerpos y restaurara debidamente la mente en los ideales de salud, cooperación y concordia social.
 
La iniciativa se imitó pronto en las ciudades provinciales británicas. En 1839 se produjo ya en Gran Bretaña un reconocimiento oficial sobre la necesidad de parques públicos, en el Report to Parliament of the Select Commitee on Public Walks, y en la década de 1840 se construirían los primeros parques públicos propiamente dichos (el Arboretum de Derby, 1840; y el de Birkenhead, 1843). Pronto se inició una competencia entre las ciudades para construir parques urbanos, y su existencia era una forma de orgullo ciudadano.
 
De manera semejante ocurre en otros países. En París la remodelación de la capital hecha por Napoleón iii y su jardinero Alphand, entre 1853 y 1870, forma parte del cambio general de la capital realizada bajo la dirección del prefecto Haussmann. Por razones tanto estéticas como sanitarias, un conjunto de espacios periféricos se convirtieron en parques públicos: el bosque de Boulogne y el de Vincennes, y para las clases populares el parque de Buttes-Chaumont y el de Montsouris al sur, así como veintidós plazas ajardinadas en el interior de la ciudad. En total se plantaron más de cien mil árboles y se crearon o adaptaron 1 934 hectáreas de espacios verdes.
 
La supresión de las murallas de las ciudades en toda Europa (en un proceso que se prolonga hasta las décadas de 1910 o 1920) permitió construir bulevares o rondas, con filas de árboles, que también se incorporaron a las calles de los nuevos barrios urbanos.
 
Los jardines públicos eran lugares agradables, necesarios para huir de los hedores y de la congestión de la ciudad. Sus usuarios eran ante todo una burguesía, la clase media que tenía tiempo y gusto para disfrutarlos, y no la clase obrera que trabajaba doce y catorce horas al día, y que en todo caso iba a la taberna en los ratos de ocio. Pero poco a poco también la clase popular empezó a frecuentarlos, estimulados por una propaganda que trataba de difundir el modelo de comportamiento urbano burgués, transmitido por el contacto social en el paseo del parque.
 
 
También en España se fueron construyendo paseos y jardines durante el xix. En la primera mitad del ochocientos las ciudades disponían de los paseos y jardines que habían sido creados en el periodo final de la Ilustración y de otros nuevos que se iban constituyendo de acuerdo con las nuevas modas. Con la instauración del régimen liberal, la organización de los nuevos ayuntamientos y el aumento del poder de la burguesía, los concejos se preocuparon por la construcción de estos equipamientos públicos. A partir de la década de 1830 estas obras municipales aumentan de forma clara.
 
A mediados del siglo xix por lo menos 259 ciudades españolas poseían paseos o jardines. Estas ciudades tenían en total 565 paseos arbolados, de los cuales 487 eran alamedas y paseos. En las plazas de las ciudades empiezan igualmente a plantar árboles en la década de 1840 y poco después, a mediados del siglo xix, al menos unas 80 plazas de ciudades españolas estaban dotadas de alamedas o glorietas.
 
En ciudades que podían tener condiciones insalubres, y donde los malos olores estaban bastante generalizados, era importante el papel de los jardines y paseos de plantas olorosas que embalsamaban el aire y hacían el ambiente más agradable. Un arquitecto de esa época escribió que “los jardines son los sitios más deliciosos que se conocen, porque a un mismo tiempo proporcionan salud con sus perfumes y saludables emanaciones, y recrean el espíritu con las sensaciones que producen”.
 
En España la idea de que los jardines y parques urbanos constituyen una necesidad en las ciudades está ya plenamente aceptada a mediados del siglo. Una excelente prueba de ello son los proyectos de ensanche que se realizaron, empezando por el de Barcelona, elaborado por el ingeniero Ildefonso Cerdá, que se convirtió en una referencia inevitable para todos los que le siguieron.
 
En los proyectos de Cerdá, los árboles, jardines y parques tenían a la vez funciones ornamentales e higiénicas. De hecho existe en su proyecto toda una jerarquía de espacios verdes, desde las manzanas y calles hasta el gran parque urbano del Besós. Se trata de una ordenación que cubre cuatro tipos de espacios, empezando con los más reducidos: “jardines peculiares a cada manzana”, dispuestos en las viviendas unifamiliares y que constituyen “la esfera de acción de las relaciones de la familia”; continúa con los “S’quares” o “jardinillos plantados de hierba menuda a manera de prado, de flores y de plantas odoríferas”, sin árboles; los “parques” en los cuales la alta vegetación alterna con la de los anteriores, hay estatuas, fuentes y paseos que permiten el paso de peatones y de carruajes; finalmente, los “bosques”, especialmente necesarios para los grupos populares en los días de asueto, para evitar que los pobres “y aun la clase media que carece de este recurso” invadan la propiedad, lo que “sólo se tolera en el día por la falta de sitios baldíos de dominio municipal destinados a este objeto”.
 
 
Igualmente sucedió en Madrid, tanto en el proyecto elaborado por el mismo Cerdá como en el de Carlos María de Castro. A partir de la aprobación de esos dos ensanches de Barcelona y Madrid, el diseño de los nuevos barrios de la ciudad preveía normalmente la construcción de parques y jardines, que se fueron diseñando y edificando lentamente, según avanzaba la construcción de las nuevas áreas.
 
En Estados Unidos, a principios del siglo xix, se difundió por influencia inglesa un cierto clasicismo, el cual tiene que ver con los debates producidos en Gran Bretaña por aquellos años. Pero frente a ello hacia 1830 empiezan a imponerse conceptos estéticos de clara filiación romántica. En ese momento se reafirman plenamente los conceptos del jardín inglés, con calles o caminos curvos, paisajes pintorescos o informales, puertas rústicas, estanques irregulares, puentes típicos, grutas o cenadores. Los planeadores norteamericanos adoptaron en ese sentido los principios que se habían desarrollado anteriormente en Inglaterra y en otros países europeos.
 
Los conceptos del paisajismo inglés se aplicaron en las fincas privadas y, sobre todo, en los cementerios. Éstos, no sólo estuvieron muy afectados por la evolución de los jardines, sino que, a su vez, en algunos casos influyeron de forma destacada, ya que el éxito que tuvieron hizo que se aplicaran luego en los parques urbanos de otras ciudades, empezando por el de Nueva York (el Central Park).
 
La dimensión ideológica del paisajismo inglés antiautoritaria y democrática reaparece, sin duda, en estos trazados, o al menos así lo pretenden sus autores. Las formas más libres de estos jardines, en los que la naturaleza no está sometida a normas rígidas, ofrecerían a los visitantes una metáfora de los ideales burgueses de libertad civil y económica.
 
En los parques urbanos que se van construyendo en las ciudades estadounidenses a partir de 1840 existe una valoración de la naturaleza americana, con árboles propios de este continente, rompiendo definitivamente con la tradición mediterránea que había estado todavía muy presente en el jardín inglés de Gran Bretaña, donde la relación con Italia había sido siempre muy fuerte. Esa naturaleza y ese paisaje americano habían sido ya valorados por los ilustrados hispanoamericanos en el siglo xviii —como muestra, por ejemplo, se encuentran la Rusticatio Mexicana de Rafael Landívar, de 1781, y la obra de Francisco Javier Clavijero— pero sólo ahora se incorporan de forma consciente a los jardines.
 
En la segunda mitad del siglo también se construyen parques y jardines en las ciudades de los países iberoamericanos independientes. Superada la crisis de la emancipación, a partir de 1850, se inicia una fase de expansión que alcanzará su apogeo entre 1880 y 1930, y que tiene ejemplos excelentes en Río de Janeiro, Pelotas, La Plata o Bello Horizonte.
 
El eclecticismo en la jardinería
 
 
Desde finales del siglo xviii el estilo del jardín paisajista se iba introduciendo en Europa. Muchos de los jardines urbanos mencionados se construyeron ya teniendo en cuenta el modelo de la jardinería inglesa.
 
Si la Restauración que siguió a las Guerras Napoleónicas trajo momentáneamente de nuevo la moda del jardín clásico formal, bien pronto las cosas cambiaron y volvió nuevamente el prestigio del jardín inglés. De todas maneras a lo largo de este siglo el hecho más destacado es el carácter ecléctico del diseño de estos espacios. Un eclecticismo difundido sobre todo por revistas y tratados, y que supone una aceptación de diversos estilos tanto en arquitectura como en jardinería.
 
Desde la década de 1820 y 30 se ofrecían ya modelos diversos para que el público eligiera cómo deseaba construir su jardín, como en el libro de Thouin (Plans raisonnés de toutes les espèces de jardins) y el de Loudon (Encyclopaedia of Cottage, Farm and Villa Architecture and Furniture, 1833), en el cual podían encontrarse más de dos mil ilustraciones de planos, fachadas e interiores, adaptados a los gustos más diversos.
 
Eso se vería apoyado no sólo por la consolidación del cambio social, con el crecimiento de la población urbana, de la revolución liberal y la clase media, sino también por la difusión general y por la vulgarización del romanticismo, así como por la influencia de los métodos de producción industrial y de la acomodación al mercado.
 
El subjetivismo romántico se une, a mediados del siglo xix, a las necesidades de la producción industrial masiva, lo que conduce a considerar las exigencias del mercado y, por consiguiente, a valorar el gusto individual de los consumidores, un gusto que era indudablemente heterogéneo.
 
Esa actitud ecléctica venía también apoyada por el mismo desarrollo de los estudios de historia del arte, por la revalorización de los estilos medievales realizada durante el romanticismo. Todo ello había llevado también a valorar los diferentes estilos artísticos que se habían producido desde la Antigüedad como válidos en sí mismos, en tanto que representaban el reflejo de las posibilidades de desarrollo del espíritu humano, sin realizar juicios sobre la superioridad de unos sobre otros.
 
La actitud ecléctica se percibe a mediados del siglo xix en los proyectos de parques urbanos en toda Europa. Se observa tanto en la producción de edificios como en los tratados que se publican y en obras que trataban de mejorar la producción industrial y el diseño de los productos industriales; como, por ejemplo, en el Atlas enciclopédico-pintoresco de los industriales, publicado en Barcelona en 1857 por Luis Rigalt, profesor de la Escuela de Nobles Artes de Barcelona desde 1845, y luego director de la misma.
 
Lo que Rigalt hacía en esa obra era característico de la época, no sólo en España sino también en otros países europeos. No eran muchos los jardineros existentes y, en todo caso, eran caros. La demanda de modelos de jardinería fue cubierta por los libros citados, y por las revistas para el gran público. Los grandes tratadistas de jardinería europeos siguieron pensando en los encargos tradicionales para la realeza y la aristocracia. Por ello el público de la burguesía media alimentó su gusto y diseñó sus jardines con la información facilitada por libros y revistas.
 
El eclecticismo de mediados de siglo va ligado no sólo a las necesidades del mercado y de la adaptación a gustos variados, sino tal vez también a la diversidad de impulsos sociales que actúan en la escena política: desde las tendencias aristocratizantes ligadas a los círculos cortesanos en las monarquías europeas, hasta las más populares, vinculadas al ascenso y a la creciente presencia de los grupos populares. Si los primeros podían valorar todavía el jardín clásico francés como símbolo del antiguo régimen y expresión del decoro, los segundos utilizaron en algún momento el gótico y el diseño del jardín inglés para expresar las virtudes cívicas y la libertad de uso de los parques públicos.
 
El eclecticismo podía emplearse de forma consciente para producir efectos determinados, siguiendo una lógica que conduce a la utilización de diseños diversos según el tipo de intervención. En esos casos la utilización de los diferentes tipos de diseño se realiza en función al edificio con el que se relacionan, en el bien entendido de que los de carácter más formal deberían emplearse en los lugares de representación y decoro.
 
Junto a todo esto hay que señalar que en el momento en que se popularizan los jardines, las razones de economía podían pesar también con gran fuerza en el diseño, tanto en el privado como en el público.
 
El jardín al alcance de todos y con gastos moderados era un ideal difundido en revistas como The Horticulturalist, publicada a partir de 1849. Por los mismos años en España los diversos estilos de jardinería se ponían al alcance del público con libros de divulgación, como el titulado Jardinería teórica y práctica. Arte de cultivar toda clase de flores, de preparar y distribuir los jardines, que incluye “un apéndice para el cultivo de los tiestos de ventana, balcones y terrados”; obra escrita tanto “para atender el gusto de los poderosos, como para servir a las clases modestas que en sus ventanas y balcones las cultivan para satisfacer su refinado gusto”.
 
Lo mismo ocurría en los jardines y parques públicos, donde todas las tendencias estilísticas están presentes igualmente, y en donde las razones de economía dirigían a veces el diseño hacia uno u otro estilo, siendo, en principio, el informal más barato que el formal, sobre todo en condiciones de clima lluvioso y templado.
 
Parques y jardines para el negocio y la educación
 
 
Desde el siglo xix ya no basta el verde: la industrialización y la democratización han hecho necesarios también nuevos espacios para el ocio. Y todo esto está relacionado igualmente con la historia de los jardines y del urbanismo.
 
 
En las ciudades europeas, en general, y españolas en particular, es en los jardines y parques donde comienzan a instalarse elementos que luego serían denominados “mobiliario urbano”, y que aparece ya a mediados de siglo: bancos de distintos tipos, sillas, cenadores, kioscos, pajareras, fuentes, servicios higiénicos, esculturas y lámparas de gas para el alumbrado que, más tarde, serán eléctricas.
 
Pero, además, el ocio se va diversificando y se convierte también en una fuente de beneficio. Algunos promotores se dieron cuenta pronto de las posibilidades de negocio, y se lanzaron a crear espacios especiales.
 
Los pleasure gardens (o commercial pleasure gardens, según los casos) aparecen en Gran Bretaña desde mediados del siglo. No eran sólo para pasear, sino también para divertirse, con equipamientos para recreo y deportes. Esa nueva tipología influye en los parques públicos del siglo xix (en Alemania el Tiergarten, 1818; en Conpenhague el Tívoli, creado en 1834; en París, los parques de Tívoli y Bagatelle; en Barcelona el de los Campos Elíseos, 1852, etcétera).
 
Desde la década de 1830 y 40 en las islas británicas, en especial a partir de la mitad del siglo en toda Europa, cuando se consolida la clase media urbana y empiezan a notarse leves mejoras en la situación de la clase popular, la demanda de lugares de diversiones, dirigidas y controladas, conduce al aumento del número de parques en las ciudades industriales, con la intervención activa de políticos nacionales y locales.
 
Toda la evolución de este tipo de jardines hacia los modernos parques de atracciones está, sin duda, implícita en esas instalaciones, y se producirá posteriormente en los parques de atracciones que se instalarían en numerosas ciudades de todo el mundo.
 
Parques públicos y educación
 
A fines del siglo xviii la jardinería y la instrucción agrícola se combinaron también en muchas ocasiones. Así ocurría en los grandes jardines botánicos reales, que podían ser al mismo tiempo cátedras de agricultura y centros preocupados por la mejora agrícola del país.
 
No es extraño, por tanto, que en toda Europa el jardinero se convierta de hecho también en un instructor agrícola, especialmente cuando a principios del siglo xix se produce un cierto triunfo de la horticultura en el arte de la jardinería.
 
 
Todo ello a su vez se relaciona con la evolución de las ideas pedagógicas, que pusieron énfasis en el aprendizaje activo para acabar con el verbalismo, y en la relación entre estudio y trabajo, con especial atención al trabajo del campo en las escuelas para la clase popular. Pestalozzi abrió un camino que sería seguido por otros pedagogos románticos y que culminaría con la obra de Fröbel, en cuyos Kindergarten, o “jardines de infancia”, debía existir efectivamente un terreno para el cultivo. La labor formativa del trabajo en el campo para todos los niños y especialmente los de la clase popular, convertía así al jardín en un aspecto esencial de la pedagogía.
 
Al mismo tiempo, y de manera más general, la educación adquiría, durante el siglo xix, gran importancia ante la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de control social o de “educación moral”. Pero muchos advirtieron que ésta se adquiría también en el tiempo de ocio: la necesidad de encontrar nuevas formas de ocio, recreo o recreation se imponía.
 
Y en ello los parques adquirieron un importante papel. En 1834, en Gran Bretaña, el Select Committee on Drunkenness recomendaba “el establecimiento, con ayuda conjunta del gobierno y las autoridades públicas y residentes del lugar, de paseos públicos, y jardines, o espacios abiertos para ejercicios saludables y atléticos al aire libre en la inmediata vecindad de cada ciudad, de una extensión y carácter adaptados a su población”, además de bibliotecas y museos accesibles a los grupos populares.
 
Surgía de ahí la necesidad de construir parques públicos accesibles a la clase trabajadora. En esos espacios, además de las benéficas consecuencias directamente aludidas, la clase popular podría obtener el beneficio del ejemplo de las clases superiores. Las buenas formas y la respetabilidad burguesa se exhibían ante la clase trabajadora y la educaban. Por todo ello se va extendiendo entre las clases dirigentes la idea de que los parques públicos servían para educar refinar y civilizar a la gente.
 
Esta asignación de funciones educativas a los parques públicos no deja de incidir en su diseño. Se produce, en primer lugar, una asociación entre los parques como jardines botánicos y como educación popular, y, por tanto, entre pedagogía y horticultura.
 
A través del jardín botánico abierto a la población, el jardín o parque público municipal adquiría una función educativa, la cual se conseguía a veces ordenando la plantación según la clasificación botánica, como se hacía en los jardines especializados, con carteles identificadores (nombre botánico y popular, lugar de origen, etcétera). También se empezaron a publicar guías botánicas del parque.
 
Esos parques fueron asimismo lugar de exhibición de los resultados botánicos obtenidos en la última gran fase de las expediciones científicas. El éxito de dichas expediciones generaba una demanda popular en ese sentido, y a la vez los parques contribuían a su difusión.
 
Para albergar y proteger a las plantas exóticas se necesitaban invernaderos o, en climas más cálidos, umbráculos. En unos y otros la incorporación de innovaciones técnicas permitió conseguir nuevos espacios y nuevos diseños. Los avances en la arquitectura e ingeniería, con la utilización de nuevos materiales, permitieron construir nuevas formas atrevidas y elegantes, con el uso del hierro y del vidrio, lo que hizo posible disponer de espacios más amplios y de refinados sistemas de calentamiento y aireación.
 
El parque era también una alternativa al peligro de la taberna y el vicio. Es cierto que el tiempo de ocio de los obreros era reducido, ya que las jornadas de trabajo eran largas y agotadoras, pero el que había era preciso canalizarlo y controlarlo. Coros, clubes, horticultura, educación profesional y otras actividades, además del cumplimiento religioso, si podía lograrse, eran formas de canalizar el tiempo de ocio popular.
 
Para eso podían servir también los deportes, y el jardín o parque urbano se convierte naturalmente en un lugar para ello.
 
La educación de los nobles había incorporado siempre el ejercicio como forma de preparación para la guerra y como una manera de distracción de la mente. Pero desde el siglo xix el deporte se difunde también entre la clase popular.
 
La demanda de ejercicio físico para la clase trabajadora fue aumentando a partir de 1840, según se incrementaba la necesidad de mejorar la “educación moral” de los obreros industriales, amenazados por ideas subversivas. A partir de 1870 esas voces se incrementaron y extendieron a todas las clases sociales, para evitar las debilidades de la vida urbana que amenazaban a toda la población. En esos años la demanda de espacios abiertos para deportes conduce a la creación de un open space movement, y a conflictos sobre la posible utilización de los parques para ello.
 
El establecimiento de reglas oficiales para la práctica de diversos deportes y la organización de competiciones hizo aumentar el éxito popular de algunos de ellos, entre los cuales, a partir de 1860 en Gran Bretaña y de 1880 en otros países, se encuentra el fútbol. Bien pronto la práctica del deporte requirió lugares específicos y exigió la creación de equipamientos deportivos en las ciudades. A las instalaciones para la práctica del polo o del críquet, y de hipódromos se irán uniendo otras muchas diseminadas por la ciudad: campos de béisbol (en Estados Unidos), de fútbol, velódromos, etcétera, los cuales empiezan a aparecer en los planos urbanos. Muchas veces trataron de integrarse en el parque público, de esta forma lo útil se va incorporando.
 
La cuestión de dónde debían situarse los espacios deportivos dentro de un parque dio lugar a diversos debates y soluciones. Podían localizarse en la periferia del parque o en el centro, y podían estar agrupados o separados. Al mismo tiempo se desarrollaron discusiones entre los partidarios y detractores de la separación entre parque y deportes, entre los que defendían el valor estético del parque y los que ponían énfasis en la utilidad práctica.
 
Las alternativas entre separar o unir deportes y jardines se presentaron no solamente en los jardines públicos sino también en los privados a partir de 1860, cuando el deporte se incorpora asimismo a los espacios familiares de la burguesía. Con diversas mejoras en la distribución del espacio y el mobiliario, que aumentaban el confort, los jardines se convirtieron también en parte de las amenidades mejoradas de la vida doméstica. Aquí la familia y sus huéspedes podían jugar al críquet o, a partir de su invención en 1870, al tenis sobre césped.
 
A principios del siglo xx se desarrollan en Europa debates sobre el mejoramiento de las condiciones higiénicas, en los cuales se consideraba la conveniencia de mejorar la salud, también se hablaba sobre la eugenesia y la mejora de la raza. Se trata también de superar la oposición campo-ciudad e incluso el conflicto de clases. Es el momento en que se debaten y exploran nuevas formas de vivienda, y concretamente la de “ciudad jardín”.
 
Con relación a todo ello surgen movimientos para la ampliación y reforma de los parques urbanos. En Alemania eso da lugar a un movimiento para mejorar de los parques populares, o Volksparken.
 
Los parques se van volviendo esenciales para todos los grupos, para los partidarios de la ciudad y para sus detractores. Para los primeros porque las ciudades, que eran inevitables, necesitaban grandes espacios verdes, tal como empezaron a pensar los arquitectos y planificadores urbanos a comienzos del siglo. Para los disconformes de la ciudad con más razón todavía, ya que el parque podía ser un sucedáneo de la naturaleza o del campo lejano y perdido.
 
De manera parecida ocurrió de este lado del Atlántico. Desde la década de 1890 los parques públicos norteamericanos empezaron a verse afectados por las mismas transformaciones en el concepto de parque a las que hemos aludido. En esa década empiezan a instalarse algunos equipamientos para niños, tales como columpios y toboganes y poco después también aparatos deportivos y gimnásticos. Al mismo tiempo se introdujeron parcelas para que los niños de las escuelas pudieran realizar cultivos, como también se había hecho en Europa. Esas primeras transformaciones dieron lugar pronto a propuestas y realizaciones concretas para crear un nuevo parque, el llamado parque de reforma, que se creó entre 1900 y 1930, como espacio específicamente diseñado para juegos y deportes, en el que los elementos vegetales van disminuyendo hasta casi desaparecer, a la vez que las consideraciones estéticas y artísticas del diseño dejan paso a las puramente prácticas y utilitarias.
 
Ciencia y estética
 
En las dos últimas décadas del siglo xix coinciden en los países europeos y en muchos americanos el impacto de la transición demográfica, la mecanización y modernización de la agricultura, y la generalización del fenómeno de la industrialización. Todo ello incrementa la llegada de inmigrantes de origen rural a las ciudades, agrava las condiciones sanitarias en ellas y genera problemas sociales, como resultado de los bajos salarios pagados a una mano de obra, generalmente poco cualificada, y del sistema de relaciones sociales capitalistas. Los problemas de la pobreza pasan a ser prioritarios y, tras los estallidos revolucionarios de las décadas de 1860 y 70 y la crisis económica que afectó a algunos países industriales en los años 80, también pasan a primer término los nuevos instrumentos de control y reforma social, así como de mecanismos de reforma urbana y de planeamiento, que hicieron habitable y no peligroso el espacio urbano. En todo ello los parques y jardines tendrán un papel destacado, a la vez que influirán en las modalidades de esta propuesta.
 
La planificación urbana se verá enriquecida por la recuperación económica que se produce después de 1890 y que llegará hasta la Primera Guerra Mundial y luego hasta la gran crisis de los treintas, y por el importante desarrollo artístico e intelectual que se produce en Europa desde finales del siglo xix. Las ciudades crecen considerablemente en población y extensión, debido a la generalización de nuevos sistemas de transporte, mientras que el debate intelectual y la riqueza permiten desarrollar diferentes propuestas de planeación.
 
En esos debates se adoptan muchas veces posiciones de compromiso y frecuentemente se utilizan y barajan propuestas que proceden de tradiciones diferentes. Pero también resurgen líneas de pensamiento antiguas con gran fuerza y consistencia. En esas últimas dos décadas del siglo, dos formas de planeamiento urbano se consolidarán. Una en la que dominarán las formas geométricas que ya habíamos visto en el jardín clásico renacentista, barroco y neoclásico; otra en la que predominarán las formas curvas procedentes del diseño paisajista inglés. En unas y otras, además, los jardines y parques se incorporan de forma importante al diseño, hasta el punto en que la nueva ciudad del siglo xx ya no podrá concebirse sin esa inclusión de espacios verdes, convertidos definitivamente en equipamientos sociales indispensables.
 
Necesitamos que la historia de la ciencia preste más atención a la de la ciudad y del urbanismo. Necesitamos una nueva historia social de la ciencia más atenta a las implicaciones de la ciencia en la vida cotidiana, también más atenta a las relaciones con las ideas estéticas, a la evolución del diseño urbano, de la vida social. Recientemente se han expresado dudas sobre el futuro de la historia de la ciencia y sobre el peligro de que se disuelva en la sociocultural. No es seguro que eso ocurra, porque la historia unida a la sociología de la ciencia tiene sin duda un futuro claro ante sí. Pero es cierto que una aproximación de los historiadores que cultivan este campo hacia otros como el urbanismo, la distribución del territorio, la literatura, la historia de las ideas o la religión, entre muchos más que podrían citarse, planteará nuevos retos y permitirá diseñar programas de investigación interdisciplinarios en beneficio de todos.Chiv68
Nota
Este texto es parte de la conferencia plenaria presentada en el XXI International Congress of History of Science, México 12 de julio de 2001; el cual constituye un avance de un trabajo de la próxima publicación: La morfología de las ciudades. Sociedad, cultura y paisaje urbano. Barcelona, Ediciones del Serbal.
Horacio Capel
Universidad de Barcelona.
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como citar este artículo

Capel, Horacio. (2002). Jardines y parques en la ciudad. Ciencia y estética. Ciencias 68, octubre-diciembre, 4-16. [En línea]

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